PEDRO I DE CASTILLA – Covadonga Valdaliso
La primera aclaración es que NO se trata de una biografía. Son más bien apuntes biográficos sobre cuestiones debatidas y poco claras en torno a la vida (Más bien leyenda) del más debatido y legendario rey de Castilla.
La autora analiza cuidadosamente las fuentes a nuestro alcance, desde la gran dobla de Pedro I hasta su estatua fúnebre que aún hoy nos sorprende en el museo arqueológico de Madrid. Incluso Chaucer llega a hacer mención al noble y desgraciado rey de Castilla, como aparece mencionado en diversas fuentes de la época. No en vano, a través de sus hijas entroncó con la casa real de Inglaterra, trazando una complicada línea dinástica que hace que su sangre entronque de nuevo con los Trastámara (Notable despreocupación por los matrimonios legítimos o legitimados hubo entonces). Y es que Enrique, el “conde lozano” reconocía su bastardía y pretendía ser sólo un paso intermedio en la recuperación de la legitimidad que tendría lugar en la persona de su hijo. En los legitismistas esa recuperación se produciría cuando los descendientes de Don Pedro entroncasen con la nueva dinastía.
De los problemas para estudiar la época dan fe el hecho de que muchas leyendas ya se han tomado como parte de la realidad (solo en una leyenda aparece la imagen de las rodillas del rey crujiendo) y que las fuentes discrepan ya que a veces es Enrique el que aparece como más alto que el rey, así cómo se populariza que Don Pedro usaba un gran hacha, si bien las fuentes lo retratan en numerosas ocasiones como un ballestero especialmente dotado.
Así pues, la autora puede exponer el estado de la cuestión pero resolver las dudas en una versión definitiva es algo que excede las posibilidades de la investigación actual. Acaso, puede poner en contexto mucha de la información como por ejemplo que las modas europeas aún no se habían integrado del todo en la cultura castellana. Baste decir que el propio rey de Castilla tuvo que ser nombrado caballero por el mismo Príncipe negro.
En un contexto más amplio, señala como la cultura popular ha optado por la imagen de un rey justiciero y leal traicionado por sus fieles y destruido por la ambición sin límites de una nobleza depredadora. Esta es la imagen, casi shakesperiana que traza la serie de TVE “Pedro el Cruel”.
Pedro «el Cruel» o «el Justiciero», un monarca sobre el que hay esa doble visión según las posiciones, teniendo que enfrentarse a las crisis del s. XIV, donde otros también serían depuestos como Ricardo II, a la influencia de la «guerra mundial» franco-británica, a los intereses de la Mesta o de la creciente burguesía urbana,…
El problema es que la imagen de los Trastámara como títeres de la nobleza levantisca, que llegará a su culmen en el s. XV, hace que siempre quede la duda de si un reinado de Pedro sin los problemas familiares hubiera permitido adelantar el control real.
Yo siempre pensé que la imagen de Pedro I como El Justiciero (curioso, no el Justo) la vendió Felipe II, por aquello de que no veía bien la exaltación de un regicidio, como se venía haciendo en los romances heredados de la Edad Media.
El libro nos describe como existen fuentes divergentes en la propia época que reclaman la legitimidad del soberano, pero la idea de «Justiciero» es sobre todo una idea vinculada a cuentos y leyendas populares que insisten invariablemente en este aspecto. Los romances, se nota, habrían estado subvencionados y dirigidos para dar la imagen que el «conde Lozano» buscaba para legitimar su traición, su fratricidio, su felonía y ya puestos, hasta su bastardía.
Un dato curioso sobre la etiqueta de la época. Enrique II es el primer rey que comienza a conceder titulos como Conde y Marqués fuera de la familia real.