«La verdad está dispersa en toda clase de partículas».
Un grupo de encopetados individuos se reúne en secreto con Hitler, recientemente encumbrado a la cancillería de Alemania. Son veinticuatro industriales que constituyen la vanguardia de la economía nacional, hombres cuyas empresas -Krupp, Opel, Siemens, Bayer, IG Farben, Agfa, etc.- simbolizan el poderío de la tecnología y el capitalismo germanos; veinticuatro señorones, prestos todos a financiar generosamente el incipiente gobierno de los camisas pardas. Algunos años después, en el otoño de 1937, lord Halifax, lord presidente del Consejo británico y uno de los pilares de la política de apaciguamiento, disfruta de una jornada de caza en los dominios privados de Hermann Göring, cuyo extremismo -es un notorio nacionalista y antisemita y un anticomunista feroz- termina pareciéndole razonable, en absoluto contra natura ni mucho menos inmoral. Un brinco adelante en el tiempo y tenemos a Kurt von Schuschnigg, el autocrático canciller de Austria, entrevistándose con su homólogo alemán en el Berghof, la residencia alpina de Hitler; corre febrero de 1938 y más que un encuentro entre pares, la ocasión tiene el carácter de sesión informativa en que el tiranuelo austríaco, humillado y estupefacto, se entera de los preliminares de la fagocitación de su país por aquel austríaco renegado, el dictador nazi. Un mes después, Joachim von Ribbentrop, que acaba de ser elegido por Hitler para la titularidad del ministerio de Asuntos Exteriores, recibe en Londres el honor de un ágape de despedida organizado por el primer ministro Neville Chamberlain; simultáneamente, las tropas alemanas traspasan sin oposición las fronteras austríacas: es la puesta en marcha del Anschluss, el proceso de anexión que borra a Austria del mapa de los estados soberanos. Otro brinco temporal -más bien una zancada hacia atrás-, y tenemos que, en la víspera de la anexión, centenares de personas cometen suicidio, acto terminal cuyos motivos la prensa austríaca anuncia como desconocidos; en realidad, no es difícil adivinar en esos suicidios la desolación provocada por lo que era el abrupto fin de un mundo y el inicio de otro, nacido bajo los peores augurios… Episodios de esta índole, todos atingentes al ascenso del régimen nazi, son los que llaman la atención de Éric Vuillard, escritor francés que en El orden del día empalma una compacta secuencia de momentos que condensan uno de los períodos más ominosos de la historia. El fruto de su quehacer es un escrito tan inclasificable como intenso, absorbente y sumamente valioso. La edición original data de 2017. » seguir leyendo