MESSALINA. A STORY OF EMPIRE, SLANDER AND ADULETRY – Honor Cargill-Martin

He de reconocer que el hecho de que una historiadora tan joven (23, ahora 24, años en el momento de su publicación, según su bio en Twitter), muy activa en medios para el público joven como TikTok y con un perfil en Instagram no muy diferente al que se supone que asumimos que tiene una joven influencer, me hizo recelar. Cómo con apenas 23 años alguien puede realizar una obra de enjundia sobre uno de los personajes, y además una mujer, más vilipendiados de la historia romana: Mesalina, la emperatriz «prostituta» (me autocensuro a mí mismo para no decir la emperatriz p… ([meretrix Augusta], whore empress), del modo en el que en las décadas posteriores a su caída y ejecución ya fue “etiquetada” por Juvenal (sexta sátira), y cuya imagen ha quedado viciada por historiadores como Tácito, Suetonio y Dión Casio a lo largo de los casi dos siglos siguientes; quedando de este modo, como se detalla en el epílogo, una visión del personaje en el arte, la ópera, el cine y la novela histórica.

Y sorprende la madurez de una joven clasicista que, hasta ahora, ha publicado una trilogía de novelas para un público juvenil con su madre Perdita Cargill. Ya leyendo los primeros capítulos me tuve que quitar la careta de la desconfianza y el temor a empoderamientos presentistas o rehabilitaciones impostadas de una mujer, Valeria Mesalina (c. 20-48 d.C.) que, creciendo en una época tan convulsa como la de los principados de Tiberio y Gayo (Calígula), cuyas figuras también son reevaluadas dentro de un sano “revisionismo” a partir de un tratamiento adecuado de las fuentes, con apenas veinte años, y casada con un hombre, Tiberio Claudio Nerón Druso Germánico (10 a.C.-54 d-C.), que le doblaba y más la edad y que, considerado un bufón o un simple lisiado, pasó a convertirse en el princeps Claudio tras el asesinato de Calígula el 24 de enero de 41 a.C.

Mesalina no fue sólo una esposa más de Claudio (la tercera), con quien casaron en el año 38 d.C.; estaba vinculada a la familia imperial de los julio-claudios: por parte de madre, Domicia Lépida, era nieta de Antonia la Mayor, que era hija de Octavia la Menor, a su vez hermana mayor de Gayo Julio César Octaviano, Augusto; por parte de padre, Marco Valerio Mesala Barbado, estaba relacionada con los Valerios Mesalas, una influyente familia en época tardorrepublicana, y también emparentada con Augusto, pues Mesala Barbado era hijo de Marco Valerio Mesala Mesalino (cos. 3 a.C.) y de Claudia Marcela, hija del primer matrimonio de la Octavia la Menor, hermana de Augusto; además, su madre, Domicia Lépida, era hija de Lucio Domicio Ahenobarbo [o Enobarbo] (casado con Antonia la Mayor, sobrina de Augusto), que a su vez era hijo de Gneo Domicio Ahenobarbo (cos. 32 a.C.), aliado de Marco Antonio hasta que poco antes de Accio le abandonara, y descendiente de una de las familias plebeyas más poderosas del último siglo republicano.* Por tanto, estamos ante un miembro quizá no destacado de la familia imperial –algo alejado de los descendientes directos de Augusto y Livia Drusila, sus respectivos nietos Agripina la Menor y Germánico, padres de Calígula y Agripina la Menor (que se casaría en 49 d.C. con el ya viudo Claudio, tras la ejecución de la propia Mesalina)–, pero sí alguien con fortuna y estatus en el Palatino. La boda de Claudio y Mesalina, ordenada por Calígula en 38 d.C., unió a dos miembros más o menos secundarios de la familia imperial, pero desde luego no unos mindundis (y en especial si nos referimos a la propia Agripina; Claudio, como sabemos, era el hermano pequeño de Germánico y nieto de Livia Drusila).

*El citado Gneo Domicio Ahenobarbo era hijo de Lucio Domicio Ahenobarbo (cos. 54 d.C.), uno de los enemigos acérrimos de Gayo Julio César (dic. perp.44 a.C.), asesinado en los famosos Idus de Marzo; este Lucio murió en combate en Farsalia (48 a.C.).

Añadamos, como se menciona en el libro, que Mesalina era prima del futuro emperador Nerón por parte de madre: Domicia Lépida tenía dos hermanos, Domicia (probablemente también llamada Domicia Lépida) y Gneo Domicio Ahenobarbo (cos. 32 d.C.), que se casó con Agripina la Menor (hija de Germánico y Agripina la Mayor) y tuvieron como hijo a Lucio Domicio Ahenobarbo, futuro emperador Nerón (54-68 d.C.); fue el primer matrimonio de esta Agripina la Menor: sus siguientes esposos fueron Lucio Cornelio Sila Félix (cos. 33 d.C., descendiente de Sila el Dictador), Gayo Salustio Pasieno Crispo (cos. suff. 27 d.C., cos. 44 d.C.) y el emperador Claudio.

Sin duda alguna, un cuadro genealógico será necesario para que el lector esté al tanto de todos estos parentescos.

El libro es una biografía de Mesalina, pero al mismo tiempo un estudio de su época, especialmente durante los siete años en que fue emperatriz (41-48 d.C.), y de su imagen desde su muerte y en las décadas posteriores, y en la posteridad a partir de los clichés creados por poetas como Juvenal e historiadores como Tácito, Suetonio y Dión Casio, grosso modo. Tras una introducción, un preludio sobre cómo las fuentes antiguas retrataron al personaje y un primer capítulo que resume la “boda”/conjura, la caída y la ejecución de Mesalina, el libro se estructura en dos tres grandes bloques. En un primera parte se trata la biografía del personaje en su juventud, su matrimonio con Claudio y la vida de ambos bajo el principado de Gayo César (Calígula), en los capítulos II a VII. Se trazan sus orígenes familiares, su educación, su presencia en la corte imperial y el matrimonio con Claudio, y es, al mismo tiempo, una mirada lúcida a los reinados de Tiberio (14-37) y Calígula (37-41), de los que se detallan los clichés que sobre ambos han perdurado en la literatura posterior.

Una segunda parte desarrolla la biografía, digamos pública, del personaje una vez Claudio ha accedido al poder tras el asesinato de Calígula (24 de enero de 41 d.C.) y hasta la caída y ejecución de la propia Mesalina hacia finales del año 48 (parte de capítulo VII a XVI). Podría establecerse un primer bloque sobre la influencia política de Mesalina (capítulos VIII a XI) en los primeros años del principado de Claudio, y un segundo sobre las intrigas, crímenes, adulterios y tesis sobre su caída y muerte (XII a XVI). El capítulo XVI, de hecho, que ofrece una “relectura” de lo que las fuentes inciden sobre la “boda” de Mesalina con Silio y el descubrimiento de la “conjura” contra Claudio, se erige en un contrapunto analítico al capítulo I, de corte más narrativo. Cierra el volumen una tercera parte, más corta, que incide en la construcción del mito de Mesalina como Lycisca, la meretrix Augusta (capítulo XVII), seguido, tras un breve capítulo sobre el destino de sus hijos Británico y Octavia (XVIII), con otro sobre “las Mesalinas” de la posteridad en el arte, la música, el cine y la novela histórica (XIX). Una breve conclusión completa el libro, al que se han añadido una sucinta cronología y un dramatis personae al principio, y bibliografía y notas al final.

Valoremos el libro.

A la hora de aproximarnos a Mesalina, sobre la que caería tanta difamación en los años posteriores a su muerte, hay que hacerlo partiendo de la idea de que el acceso al poder, junto a su marido, la convirtió en uno de los personajes más poderosos del Imperio en aquellos casi ocho años que estuvo en la cúspide. Como Cargill-Martin destaca en los capítulos centrales del libro (VIII a XIII), Mesalina, aunque no recibiera de iure el título de Augusta como sí lo consiguió Livia tras la muerte de Augusto, de facto lo ejerció y, con el apoyo de los libertos imperiales que después la abandonarían, apartó a toda persona que pudiera hacerle sombra (o tuviera un acceso directo a Claudio para poder acceder a un resquicio de poder). Y ese poder no se consigue sin despertar enemigos en diversas esferas, que, una vez iniciada la damnatio memoriae sobre su figura, la difamarían, abriendo la puerta a la posterior creación de la meretrix Augusta, de Lycisca que compite con otra prostituta por quien logra acostarse con más hombres y con la adúltera insaciable que se burla de su débil, e ignorante de sus vicios, esposo.

El libro tiene diversos y valiosos alicientes. Para empezar, la reevaluación de los principados de Tiberio y Calígula (capítulos IV a VII), sobre los que Suetonio, Tácito y Dión Casio (añadamos a Filón de Alejandría para el segundo) elaboraron una leyenda negra que perdura en nuestros tiempos. No trata la autora de rehabilitarlos, pero sí de desbrozar lo cierto (o lo más aproximado que podemos acercarnos a eso) de ambos personajes de los chismes e historias apócrifas. Queda claro para la autora que fueron personajes con muchas sombras (la paranoia en Tiberio, la crueldad y el deseo de romper con la tradición romana por parte de Calígula), pero no necesariamente los monstruos que la “tradición” ha legado (no descarta en Tiberio algún tipo de abuso sexual durante su retiro en Capri, pero asimilándolo al ejercicio de un poder omnímodo).

A continuación, la construcción de la biografía de Mesalina y Claudio en paralelo al desarrollo de los acontecimientos durante el principado de los dos inmediatos sucesores de Augusto (capítulos II a VIII), y a partir de los datos que tenemos de ambos. Para Claudio, asistimos a la supervivencia de un personaje apartado de la primera fila pública con Augusto y Tiberio, en cierto modo repescado por Calígula, aunque no sin altas cotas de humillación y burlas por este princeps y su corte. Ambos personajes crecieron con el recuerdo de un padre ausente, relaciones tirantes con sus madres y una cierta fortuna que les permitió vivir con una cierta holgura, pero sin lujos. Mesalina, de hecho, gozó de mayores riquezas que su futuro esposo y ello le permitió tener un espacio en la familia imperial. El matrimonio de ambos, a pesar de la gran diferencia de edad, pronto dio frutos (dos hijos, Octavia y Británico, nacidos con apenas dos años de diferencia, en 39/40 y 41, respectivamente), y se afianzaría con el auge de Claudio al poder; no descarta Cargill-Martin, y de hecho incide en ello, en una más que probable participación de Claudio en la conjura que asesinó a Calígula, en la línea de Josiah Osgood en su libro Claudius Caesar: Image and Powerr in the Early Roman Empire (Cambridge University Press, 2011).

También hay que destacar el propio principado de Claudio, al menos en los siete años restantes de vida de Mesalina. Un reinado marcado por la suspicacia y el temor a ser defenestrados, y de ahí la represión que ambos personajes ejercieron contra todo conato de revuelta (por ejemplo, la de Camilo Escriboniano a inicios de 42 d.C., apenas un año después llegar al poder) [en particular, los capítulos XI a XIII]. El temor de Claudio a perder el poder –que incluso le hizo preguntar a sus libertos, cuando se produjo el episodio de la “boda” de Mesalina con Silio, si todavía era emperador– fue azuzado por la propia Mesalina a la hora de deshacerse de posibles rivales como Apio Silano, Marco Vinicio o Valerio Asiático, aunque también lo utilizó para eliminar o apartar a familiares del propio Claudio, como sus sobrinas Julia Livila y Agripina la Menor, que sospechaba que podían arrinconarla accediendo directamente a su tío. Quizá para acabar de legitimar su poder, Claudio emprendió expediciones como la conquista de Britania, y en cuyo desfile triunfal Mesalina se colocó en un lugar destacado.

Se pone énfasis en el adulterio como la base que se utilizaría para defenestrar y ejecutar a Mesalina. Cargill-Martin cree muy ciertos los rumores de las múltiples infidelidades de Mesalina, pero las sitúa en el contexto de un ejercicio del poder prácticamente absoluto por parte de este personaje, así como una manera de mantener atados a sus designios políticos a colaboradores e incluso alguno de los libertos (Polibio). Analiza en detalle la nueva legislación de Augusto sobre el adulterio (leyes del año 18 a.C.), en el capítulo XIV, y en cómo la acusación de adulterio en cierto modo se relaciona con causas políticas y cargos criminales de los que Mesalina, antes intrigante, se convertiría en víctima. Esta es una tesis en cierto modo “novedosa” y uno de los puntos fuertes del libro, que repasa la reevaluación del delito de adulterio desde Augusto y a partir de fuentes como la literatura amorosa (Propercio, especialmente Ovidio).

Junto a este aspecto último, Cargill-Martin reevalúa también la propia caída y ejecución de Mesalina, uno de los atractivos principales del libro. Del relato “oficial” en las fuentes que se muestra en el capítulo I, y tras reseguir la carrera pública y más o menos “privada” del personaje, en el capítulo XVI se “relee” el fin de Mesalina desde un análisis de las fuentes y de los “cargos” contra la emperatriz. La autora considera que fue el gran poder que ejercía Mesalina como emperatriz, aprovechándose de, por decirlo coloquialmente, tener a Claudio comiendo de su mano, lo que a la postre despertó una oposición entre algunos de los colaboradores directos del emperador, como Lucio Vitelio y Publio Suilio, hasta entonces cómplices de los tejemanejes de Mesalina, junto al temor de los libertos imperiales (en particular Narciso, Palas y Calisto), también fieles secuaces suyos hasta entonces (sobre todo Narciso), que temieron que la emperatriz se había alimentado de tanta autoridad, influencia y crímenes, que ellos mismos podían pasar de aliados a víctimas. Para Cargill-Martin, por tanto, Mesalina no sería la conspiradora que se “casa” con un cónsul en ejercicio, Gayo Silio (hijo de un senador y militar purgado en época de Tiberio), que se convertiría así en padrastro de Británico y regente del Imperio una vez defenestrado Claudio, sino la víctima de un golpe interno contra una figura cada vez más poderosa como Mesalina y con la aquiescencia de un débil Claudio, manipulado para creer que su esposa trata de derribarlo del trono imperial.

Se añade, en los capítulos finales, un último aliciente: la creación del mito de la “emperatriz prostituta” en las décadas inmediatamente posteriores a su ejecución, y de la mano de Juvenal, Tácito y Suetonio, más adelante Dion Casio (capítulo XVII); y el repaso extenso a las imágenes creadas en el arte, la ópera, el cine y la literatura en los dos milenios siguientes (capítulo XIX).

El resultado, pues, es una obra tremendamente interesante sobre un personaje tan vilipendiado como Mesalina, especialmente por ser mujer, y a la que se atribuyen vicios a partir de clichés sobre el sexo que hoy en día perduran. Compara en un momento determinado, hacia el final del libro, a Mesalina con Agripina la Menor, dos mujeres que sucesivamente fueron esposas de Claudio y emperatrices, y que ejercieron un enorme poder. Ambas, por esta razón, por ser mujeres poderosas en un mundo de hombres, fueron demonizadas por las fuentes y la tradición secular; pero es en Mesalina sobre la que se cargaron las tintas en relación con el adulterio y la depravación sexual, mientras que Agripina se “libró” en gran parte de estos “vicios” –aunque también corrió el rumor de que se había acostado con su hijo Nerón para no perder su influencia sobre él, y que ha perdurado hasta la práctica actualidad–: se le achacó la ambición política como “defecto” para elaborar una imagen negativa de su persona. Un cliché que ha perdurado en la novela histórica: véase, por ejemplo, en Nerón, diario de un emperador (2000) y, especialmente, en La emperatriz de Roma (2009) de Pedro Gálvez. Un vicio achacado a emperadores posteriores por parte de la leyenda negra sobre ellos, como en Caracalla, y que Santiago Posteguillo, de manera totalmente acrítica (y burda, para variar), incide en su novela Y Julia retó a los dioses (Editorial Planeta, 2020).

El libro está muy bien documentado, tanto en el tratamiento de las fuentes clásicos (como puede comprobarse en las notas al final del volumen), y con una amplia y muy actualizada bibliografía secundaria. Este bagaje documental, impresionante en una joven de 23 años y que supera a libros de autores con mayor trayectoria, aporta solidez a las tesis de la autora a lo largo del volumen, que a su vez cuenta con interesantísimas notas a pie de página sobre aspectos concretos que se tratan en el texto. Que además todo ello se vea acompañado de un estilo fresco, ameno, y para nada reñido con el rigor que se espera de una buena monografía histórica, hacen que este libro se disfrute y valore muy positivamente desde prácticamente sus primeras páginas. Prácticamente no contamos con una monografía o una biografía moderna sobre el personaje, a diferencia de Livia o Agripina la Menor –a destacar, por ejemplo, las biografías de ambos personajes por parte de Anthony Barrett, Livia: First Lady of Imperial Rome (Yale University Press, 2002; traducción castellana: Livia: primera dama de la Roma imperial, Espasa Calpe, 2004), y Agrippina; Sex, Power, and Politics in the Eary Empire (Yale University Press, 1999; publicado en Reino Unido en 1996 con el título Agrippina: Mother of Nero por Routledge); Emma Southon aportó una fresca (y reivindicativa) mirada sobre la segunda con Agrippina: Th Most Extraordinary Woman of the Roman World (Pegasus Books, 2019), y que fue traducido al castellano por Pasado y Presente en 2019 bajo el título Agripina: la primera emperatriz de Roma–; Mesalina es mencionada, en lo que se considera de no ficción, en monografías generales sobre el primer siglo imperial, pero apenas sin mayor incidencia que ser la esposa ejecutada de Claudio, o en estudios académicos, a menudo colectivos, que apenas tienen más atención fuera de este ámbito.

Esta monografía puede considerarse un estudio pionero, sin la más mínima duda. Para el lector general, el referente más cercano que tiene de personaje y época probablemente sean las novelas de Robert Graves, Yo Claudio (1934) y, sobre todo, Claudio, el dios, y su esposa Mesalina (1935), con diversas ediciones en castellano, y la adaptación televisiva de la BBC de 1976. Trata Cargill-Martin con cierto detalle la imagen de Mesalina en ambos productos en el capítulo final de su libro, y que es presentada con bastante más matices que novelas históricas que juegan con el erotismo e incluso la pornografía. Una Mesalina, la de Graves, que muchos lectores tendrán en mente a lo largo de este libro.

Estamos, pues, ante un libro que incide en la reevaluación de personajes femeninos que han sufrido una leyenda negra por parte de la “tradición” y que en este caso, sin caer, como decíamos al principio, en empoderamientos presentistas y rehabilitaciones impostadas,  y que –lo más importante– sitúa a Mesalina en su época, contexto y circunstancias personales con perspicacia y rigor. Mi más entusiasta enhorabuena a la autora.

PS: me entero, con posterioridad a la elaboración de esta reseña, que el libro será publicado en castellano por Edhasa.

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Honor Cargill-Martin, Messalina. A Story of Empire, Slander and Adultery. Londres, Head of Zeus (Bloomsbury Publiushing), 2023, 432 páginas.

     

3 comentarios en “MESSALINA. A STORY OF EMPIRE, SLANDER AND ADULETRY – Honor Cargill-Martin

  1. Kain Hellraiser dice:

    A mi por el contrario, me pareció un libro donde se nota muchísimo lo bisoño de la autora. Leyendo su biografía, podría decirse que es una chica prodigio del estudio histórico al más alto nivel (con 24 años, ya tiene dos maestrías y arrancó un doctorado en historia política de la antigua Roma). Sin embargo, eso no se traduce automáticamente en excelencia a la hora de escribir y divulgar historia. En este libro hay muchos apartados que no son más que anuncios sin ningún análisis (en especial, el último capítulo). La teoría que plantea acerca de que Agripina sería la fuente de la pérfida reputación posterior de Mesalina es otro anuncio que no puede soportarse en ninguna evidencia más allá de las memorias autobiográficas de Agripina que no sobrevivieron el paso del tiempo.

    En mi humilde opinión, es un libro que no nos cuenta nada nuevo más allá de recopilar varias fuentes sobre la dinastía Julio-Claudia y -contrario a lo que reseña Farsalia- sí existe cierta inclinación de rehabilitación del personaje con tintes feministas, lo que en esta época ya me tiene harto.

  2. Farsalia dice:

    Me parece que leímos el libro con miradas muy distintas… y conclusiones muy divergentes. Yo sí veo ese análisis, que no es solo recopilar fuentes sino hacer la necesaria crítica textual.

  3. Kain Hellraiser dice:

    Lo lindo de esto de leer y comentar, aproximarse al mismo texto desde dos orillas! Un saludo desde las antípodas!

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