LA REPÚBLICA DE WEIMAR. UNA DEMOCRACIA INACABADA – Horst Möller
Desde la publicación de La Alemania de Weimar. Promesa y tragedia de Eric D. Weitz (Turner, 2009), el lector hispano habrá notado que la bibliografÃa sobre el tema ha aumentado por nuestros lares. Al menos, a vuelapluma, puedo citar la reedición de La cultura de Weimar, de Peter Gay, y la publicación del breve libro de César Roa Llamazares, La República de Weimar. Manual para destruir una democracia (Libros de la Catarata, 2010) y del estudio La Constitución de Weimar: texto de la Constitución alemana de 11 de agosto de 1919 a cargo de Walter Jellinek, Ottmar Buhler y Constantino Bormati (Tecnos, 2010). Y posiblemente dicho lector se pregunte por el interés que suscita el régimen republicano surgido en Alemania de la derrota en la Primera Guerra Mundial. ¿Acaso en la situación económica y social actual el recuerdo de la experiencia democrática alemana entre 1919 y 1933 puede servir de lección histórica? ¿O quizá el marco constitucional alemán del perÃodo llama la atención por ser también un perÃodo histórico sobresaliente, no sólo en cuanto a la historia polÃtica alemana, sino también en cuanto a los logros sociales y culturales? Quién sabe, pero sea por el motivo que fuere, Weimar sigue interesando. Y fruto de ello es la publicación en castellano de La República de Weimar: una democracia inacabada, de Horst Möller (Antonio Machado Libros, 2012).
Estamos en esta ocasión ante un libro de historia polÃtica. Por encima de todo. Un libro que se publicó por primera vez en alemán en 1985 y que el autor ha revisado desde entonces, ampliando y añadiendo bibliografÃa actualizada, hasta llegar a la edición actual, la novena en alemán. Estructurado en tres grandes capÃtulos –«Dos presidentes imperiales–potencialidades y fracasos», «Origen y perÃodo de prueba de la República de Weimar, 1919-1930» y «SÃntomas de crisis y disolución de la República de Weimar»–, a priori podrÃa parecer una narración diacrónica del régimen republicano. Pero el libro no se queda meramente en ello. AsÃ, el primer capÃtulo nos aproxima a la biografÃa y la carrera polÃtica de los dos presidentes del régimen de Weimar, Friedrich Ebert (1919-1925), socialdemócrata, y el mariscal Paul von Hindenburg und von Beneckendorff (1925-1934), figuras antagónicas, diferentes en muchos sentidos: «La República tuvo dos presidentes, Ebert fue su esperanza, Hindenburg un sÃmbolo de su amenaza. Cuando un presidente como él acabó convirtiéndose en la única esperanza, como sucedió en 1932, es que la situación era verdaderamente crÃtica. Apenas habÃa esperanza para la república» (p. 104). La lapidaria conclusión de Möller no es baladÃ: Ebert fue el canciller posterior al armisticio alemán en noviembre de 1919 y el forjador, si no el principal desde luego el de mayor sostén, de un titubeante régimen republicano por muchos anhelado, también por muchos denostado y por pocos defendido. Primer presidente del Reich –de un Imperio que se definÃa formalmente como tal–, Ebert tuvo que lidiar con la revolución de noviembre de 1918 a enero de 1919 (y sus secuelas); una revolución de la que nace el régimen republicano, pero que fue considerada de diversa manera por las diferentes opciones polÃticas: moderada para socialdemócratas y el Zentrum católico, insuficiente para radicales de izquierda (KPD, comunistas) y derecha (liberales conservadores, nacionalistas irredentistas), observada con temor por el ejército y temida por la mayorÃa. Su prematura muerte en 1925 apartó a una figura que podrÃa haber defendido (del modo que no hizo Hindenburg) el régimen republicano; para Möller es difÃcil concebir que con Ebert hubieran llegado al poder cancilleres como Franz von Papen o Kurt von Schleicher, que antecedieron a Hitler en la cancillerÃa, y la deriva presidencialista del régimen se habrÃa atemperado.
Pues precisamente en la redacción de la Constitución finalmente aprobada en Weimar en agosto de 1919 se explicitó el dilema de un sistema republicano que navegó entre el control parlamentario del Reichstag y la deriva de un proceder presidencialista que dificultaba la propia existencia de la República. El análisis de la Constitución deja entrever que el poder del Reichstag, y la dependencia de una mayorÃa estable en su seno (nunca conseguida), nunca logró implantarse: los resultados de las elecciones legislativas entre 1920 y 1932 dejó clara la noción de que un gobierno con apoyo parlamentario fue siempre una ausencia, nunca una solución alcanzada. Incluso en los años de mayor tranquilidad del régimen republicano (1924-1929), los gobiernos de coalición duraron poco. La propia Gran Coalición defensora e impulsora del sistema de Weimar –socialdemócratas, Zentrum y DDP (Partido Democrático Alemán)– fue incapaz de mantener la noción de un gobierno que se sostenÃa en un control, siquiera nominal, del Reichstag, al que debÃa rendir cuentas. Pronto se vio que los poderes concedidos al presidente del Reich permitÃan soslayar, especialmente a partir de 1930 (y en manos de un presidente con escasas simpatÃas por el régimen weimariano), al Reichstag, al tiempo que el carácter federal de Alemania se convertÃa en una rémora para polÃticos conservadores como Papen, que con el golpe contra el gobierno del SPD en Prusia en julio de 1932 dejaba bien claras sus intenciones. Pero el desprecio de Papen por las votaciones del Reichstag, que se hizo evidente en la disolución parlamentaria apenas dos meses después de las elecciones legislativas de julio de 1932, aun contando con el apoyo del senil presidente Hindenburg, también era una señal del aparente desconocimiento del canciller respecto a la influencia de un Reichstag que se negaba a ser mero ratificador de los decretos-ley del poder ejecutivo. Resultado de ello es que el mapa electoral surgido de las elecciones de noviembre de ese año complicaba todavÃa más la gobernabilidad del paÃs en momentos en que la crisis económica era profunda.
Möller disecciona, especialmente en el capÃtulo 2, el cariz de los principales partidos polÃticos alemanes del sistema de Weimar: sus bases, sus ganancias y pérdidas electorales, su papel en la difÃcil década de los años veinte. El autor se niega a considerar la llegada de los nazis al poder en enero de 1933 como un hecho inevitable ante la, a la postre, imposibilidad de alcanzar la estabilidad polÃtica que Alemania necesitaba. El paÃs tuvo que lidiar entre 1919 y 1923 con el peso del Tratado del Versalles, no siendo menor problema la cuestión de las reparaciones de guerra, asà como una situación económica que tocó fondo en 1923 con una hiperinflación desaforada. Pero la relativa tranquilidad económica tras 1924 y hasta el estallido de la crisis económica mundial a finales de década, no se palió con la anhelada estabilidad polÃtica. A pesar del respiro conseguido gracias a la labor de Gustav Stresemann como imprescindible garante de Alemania en el panorama internacional como ministro de Asuntos Exteriores (ininterrumpidamente entre 1923 y su fallecimiento en octubre de 1929), el régimen republicano tenÃa problemas en el interior.
La caÃda de la Gran Coalición en 1930 abrió la senda para el gobierno de un Heinrich Brüning (1930-1932) que ya tenÃa claro que se podÃa gobernar con los poderes que la Constitución garantizaba al presidente y al margen de la imposible aritmética parlamentaria. ¿Puede establecerse en marzo de 1930, con la designación de Brüning, el final del sistema de Weimar? ¿Hay que esperar a su sucesor, Papen? ¿O ya, sin dudarlo, a la cancillerÃa de Hitler desde el 30 de enero de 1933? Lo que Möller tiene claro, sea cual sea la fecha, es que el consenso de los tres partidos defensores del sistema de Weimar tenÃa fecha de caducidad en el momento en que el espÃritu de la Constitución de 1919 fue puesto en peligro. «La disolución de la República fue un proceso de larga duración» (p. 328). La crisis económica desde 1929 no fue únicamente la causa del desgaste de un sistema que nunca consiguió sostenerse con solidez, pero desde luego agudizó la (constante) crisis constitucional del régimen.
Asà pues, y para concluir, el libro de Möller, sin dejar de lado el contexto social, cultural e incluso económico de la década de 1920 (que el texto de Eric Weitz profundiza con más detalle), acerca al lector a la problemática polÃtica y constitucional de un régimen democrático que, como se explÃcita en el subtÃtulo, quedó inacabado ante las disensiones de los partidos, ante un sistema que terminó por ser ingobernable, ante un presidente (Hindenburg) que no fue la alternativa conservadora a su predecesor socialdemócrata sino un futuro sepulturero, y ante los temores y miedos (más que esperanzas) de muchos alemanes que no vieron en Weimar un fin; de hecho, ni un medio. Al final, los anhelos de la revolución de 1918-1919 fueron enterrados por el acoso y derribo de otra, la nacionalsocialista de 1933-1934, que dio paso a la dictadura.
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Como siempre, una gran reseña para un libro que promete ser muy interesante (y, para mÃ, atrayente).
Comentas que el libro de Weitz completa más los aspectos socio-culturales. Definitivamente ¿cuál resulta más recomendable para un lector inclinado hacia el tema cultural? ¿Menciona expresamente el desarrollo artÃstico de los años 20 alemanes? ¿Y la Bauhaus?
¿Es fácil de leer? (o es de los que requieren lápiz subrayador).
Un saludo y mi gratitud por hacernos partÃcipe de su lectura.
RosalÃa, el de Weitz sà trata los temas que nombras y resulta bastante ameno de leer.
Gran reseña Farsalia, el libro me interesa mucho. Aporta más que La llegada del Tercer Reich de Evans?
Gracias, muchach@s. Si te interesan los temas culturales el libro de Weitz es el tuyo, RosalÃa (Bauhaus y muchos otros elementos incluidos), aunque Möller también les dedica un capÃtulo (pero más enfocado hacia la literatura del perÃodo) dentro de su monografia eminentemente polÃtica.
Depende de lo que se entienda por aportar, Toni. El libro de Möller tiene una vertiente de ciencia polÃtica que el de Evans, lógicamente por ser de análisis històrico, adolece. Pero no me parecen libros incompatibles, al contrario.
Un tema interesante y un libro que parece a la altura. Gran reseña de Farsalia. :D
Parece interesante.
Es destacable que reivindique la figura y el papel Ebert, recuerdo por ejemplo que Haffner lo ponÃa a caldo.
SÃ, Möller reivindica a Ebert, mientras que Hindenburg queda en bastante mal lugar…
No es una figura que suela recibir muchos elogios, la verdad.
Me acabo de dar cuenta de que esta era mi reseña nº 100 en esta casa…
Si Hindenburg hubiese sido tan pronazi como dicen sus enemigos. Hubiese entregado el poder a Hitler en marzo de 1932, cuando en las elecciones obtuvo el 37.2% de los escaños. Y lo retraso 10 meses.
Vaya. Pues como para una enhorabuena, Farsalia. Por no hablar de un gracias de parte de Celedonio, que dice que no sabe qué harÃa sin vosotros…
¿Hindenburg pronazi? Qué conclusión más errónea… otra cosa es su fobia al sistema de Weimar.
Gracias a Él, por su hospitalidad… ;-)
¡100! Tremendo número, gatito, enhorabuena. 100 de 1.668. ¡Es casi el 6% de las reseñas!
Vamos a por la nº 200, ¿no? ;-)
Toma, claro.
El libro lo tengo en una edición francesa, parece muy interesante a tenor de tu magnÃfica reseña. Estoy de acuerdo con la reivindicación de Ebert, sin duda fue decisivo para el asentamiento de la República de Weimar como un sistema de gobierno democrático, a pesar de las innumerables dificultades por las que pasó, en el que no es cosa baladà evitar una guerra civil. Su trayectoria no pudo ser más beneficiosa para Alemania. Un dato que refleja muy a las claras la personalidad de Frederic Ebert fue el rechazo de éste a solicitar la retirada de su tercer hijo de la guerra teniendo en cuenta que habÃa padecido la muerte de dos de sus hijos en la Gran Guerra.
Un saludo.
Pues ya sabes, David, a leerlo. ;-)
Estoy a media lectura del libro, del que me ha llamado la atención una anécdota citada por el autor donde se comparan las popularidades de Ebert y Hindenburg. Se cuenta que Friedrich Ebert visitó unos astilleros donde los trabajadores de la misma le recibieron con suma indiferencia; estos mismos astilleros fueron visitados años más tarde por Hindenburg y las muestras de cariño que recibió de aquellos mismos trabajadores ultrapasaron lo normal.
La historia, tanto la contada por Möller en este libro como de otros muchos autores, ha situado las figuras de Ebert y Hindenburg en sus justos términos pero, para desgracia de uno (Ebert) y excesiva alabanza del otro (Hindenburg) su presente fue tergiversado y dramáticamente incomprendido.
Felicidades al autor de la reseña, quien me ha empujado a adquirir esta joya histórica; un necesario complemento al libro de Eric Weitz.
Si estas disfrutando del libro, esa es la mejor enhorabuena que se puede dar. ;-)
Bueno enrigine es posible que en el caso de Ebert esa indiferencia tenga su razón en que muchos trabajadores que antes lo aclamaron y apoyaron durante la Revolución de 1919 posteriormente perdieran parte de su admiración hacia él por lo sucedido.
Mientras Hindenburg no estaba tan quemado.
Tiene razón APV al decir que Hindenburg no estarÃa tan quemado como Ebert; se entiende que cuando se invocan valores espirituales como el del honor, la virilidad o el patriotismo nunca se entra en tanta contradición como cuando se presenta un programa de mejora material y el tiempo y los oponentes se dedican a dinamitarlo a conciencia.
Un gran libro, tremendamente interesante y, sobre todo, muy didáctico. Como puntos más interesantes podrÃa destacar la defensa a ultranza que lleva a acabo el autor de la figura del primer Presidente de la República de Weimar, Friedrich Ebert, un personaje maltratado por la historia y al que Horst Möller parece querer mostrar en su justa medida. Por el contrario, Hindenburg no sale tan bien parado. Enemigo de Weimar, su mandato fue derivando poco a poco hacia un sistema presidencialista donde el Reichstag era sólo un convidado de piedra. Otro punto interesante es la rotunda afirmación del autor sobre la llegada de Hitler al poder, algo que considera podÃa haberse evitado si la Gran Coalición (SPD, Zetrum, DDP) de partidos defensores del régimen republicano hubiese mantenido su alianza. Möller también se muestra muy crÃtico con los intelectuales de izquierda, a los que acusa tanto o más que a los de derecha a la hora de desbordar el régimen republicano. Gran error al calificar a la República de Weimar como un producto de una revolución inacabada, como una transición.
Un saludo.
Llevo 200 páginas disfrutadas. El libro complementa al de Weitz. Creo que volveré a ojear la obra de Evans.