LA MUERTE DE SÓCRATES – Robin Waterfield

LA MUERTE DE SÓCRATES - Robin Waterfield«Meleto Piteense, hijo de Meleto, acusa a Sócrates Alopecense, hijo de Sofronisco, de los delitos siguientes: Sócrates quebranta las leyes negando la existencia de los dioses que la ciudad tiene recibidos e introduciendo otros nuevos; y obra contra las mismas leyes corrompiendo la juventud. La pena debida es la muerte».
Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los más ilustres filósofos griegos. Traducción de José Ortiz y Sainz, 1792.

Recelaba yo un poco de este libro pero por otro lado me apetecía leerlo. El recelo no era irracional sino que se apoyaba en un argumento solidísimo (tal que este: es difícil ser original con un tema tan manido como el tránsito de Sócrates); en cambio la apetencia sí era lo más irracional que uno pueda imaginarse (me apetecía leerlo porque el tema me interesaba pero no había explicación de por qué me interesaba el tema, caramba). Finalmente, y como suele suceder cuando estos enemigos se enfrentan, el deseo venció al reparo y el libro cayó. Y yo con él. Y conmigo mis reparos y mis deseos, porque unos y otros encontraron cumplida satisfacción en lo que leí.

Ya de entrada recelaba incluso del autor. Prejuicio imperdonable, lo sé, pues no había leído nada de este hombre hasta el momento; pero el caso es que sabía que el tal Robin Waterfield había escrito una tal Retirada de Jenofonte la cual me olía que no sería más que una versión ensayística de lo que escribió el griego aquel, igual que La Odisea de los Diez Mil de un tal Michael Curtis Ford no era más que una versión novelística de lo que escribió el griego aquel, o El ejército perdido de otro tal Valerio Massimo Manfredi no era más que una versión más novelística aún de lo que escribió el griego aquel. Así que supuse (imperdonable, repito: esto de tener prejuicios no ha de hacerse nunca si no es bajo la supervisión de un adulto) que La muerte de Sócrates no sería más que una versión ensayística de un refrito de apologías socráticas, la de Platón, la de Jenofonte, un poco de historia para contextualizar, las Nubes de Aristófanes, Treinta Tiranos por aquí, democracia radical por allá, un vaso de cicuta y listos. Sin embargo los prejuicios se esfumaron tan a la ligera como a la ligera se me habían instalado en la sesera, en cuanto vi que el tal Robin Waterfield tenía un buen currículum de traducciones al inglés de Platón, Jenofonte y similares, y sobre todo en cuanto descubrí que el tal Robin Waterfield, reputado académico inglés, vivía desde hacía unos años en un lugar de retiro y aislamiento alejado del mundanal ruido, en alguna parte ¡de la Grecia rural! Así que el ánimo se me acomodó estupendamente para la lectura de su libro. Y ya cuando entré en su página web y leí que «he lives with his wife Kathryn and two cats on a small olive farm in southern Greece», eso ya fue el no va más: me lo imaginé en lo alto de un olivo escribiendo sobre secretos socráticos, y  el ínclito Robin Waterfield se convirtió ipso facto en uno de mis autores de culto. Además, sus olivos y su retiro griego me convencieron de hacerme con su retirada jenofóntica en cuanto pudiera. Y todo esto sin haber leído aún ni una página suya…

Una vez leída una página, y dos, y cien y doscientas y las trescientas y pico que tiene el libro, las cosas se pusieron de nuevo en su sitio, yo bajé de mi nube, el tal Waterfield bajó de su olivo y los pies de ambos volvieron al suelo, de donde nunca debieron despegarse. Y no es que el libro fuera malo, ya que más bien me pareció bueno, sino que resulta que no es justo ni para uno mismo ni para lo que uno lee tener ideas preconcebidas de lo que va a encontrarse. En fin, que el libro estaba bastante bien aunque no era lo que me esperaba. Claro que mi excusa para que me esperara lo que me esperaba era sólida: el título. Si un libro se intitula La muerte de Sócrates, uno imagina que le van a hablar sobre la muerte de Sócrates; si no en cada página (eso sería casi un exceso de mal gusto) al menos en un buen porcentaje de ellas. Sin embargo, de las 270 páginas de texto puro y duro que tiene el libro de Waterfield, menos de la mitad se dedicaban al tema en cuestión y las restantes hablaban de hechos consuetudinarios, circunstanciales y colaterales, toma ya. Y claro, esto descoloca, como mínimo. Pero como resultó que esos hechos con-cir-co estaban muy bien llevados, pues fue algo así como cuando a uno le hacen descargar veinte cajas de naranjas de un camión pero luego le dan un buen masaje en las lumbares.

Algunos planteamientos iniciales un tanto rocambolescos (o quizá no, yo qué sé) me hicieron suspirar a las primeras de cambio, lo confieso. Eso de que la consulta a Delfos, la famosa consulta de Querefonte, amigo de Sócrates, que pregunta a la pitia quién es el tipo más sabio de Grecia, y la pitia le dice que Sócrates (qué desilusión se llevaría el pobre Querefonte, por cierto, semejante a la que se llevó la madrastra de Blancanieves con su espejito mágico), decir que esa consulta se la inventó Platón porque le venía bien para sus cosas, tiene su miga. Pero decir a continuación que Jenofonte, que también habla de esa consulta en sus escritos, se la copió de Platón, pues ya hace que la miga aquella se indigeste un poco. Teniendo en cuenta además que este y aquel, Platón y Jenofonte, amigos y residentes en Atenas (bueno, no tan amigos y no tan residentes en Atenas, la verdad), no hablan en sus obras el uno del otro  jamás (o casi), así que como para copiarse el uno del otro. O sí, quién sabe, que yo no estaba allí para verlo.

Pasadas estas paginillas pegajosas la cosa mejoró. Muchísimo además. El tipo, Waterfield, afinó mucho sus exposiciones y sus planteamientos y me empezó a gustar más. Aunque Sócrates poco salía por allí, más bien mucha guerra peloponesia y mucho Alcibíades (y bien está hablar de este si el tema es el otro, pero sin olvidar que el tema es el otro, caramba). Muy lúcida y muy lucida me pareció la idea, tan vieja y tan actual, de que los ricos aristócratas atenienses (o de cualquier sitio, pensé yo) siempre se habían creído con el don divino de saber mandar y gobernar y por eso debían hacerlo, como había sucedido en épocas pasadas. De ahí que sentara tan mal en aquellos tiempos el invento de la democracia, según la cual un mísero curtidor de pieles tenía tanto derecho a gobernar como un eupátrida (un bien nacido, un aristócrata, vaya)  y de ahí que molestaran tanto las enseñanzas de un puñado de aprovechados, llamados sofistas, que decían que se puede aprender a gobernar y a ser virtuoso; esos tipos no eran más que un puñado de extranjeros que iban a Atenas a cazar jóvenes incautos y a calentarles la cabeza. Alto; ¿extranjeros? No, uno de ellos, el peor, era ateniense, cielos: era Sócrates. Y lo tendrían en la ciudad, incordiando, allí metido, toda la vida. Cielos.

La democracia era como un juego de rol y la aventura era gobernar la ciudad. Al juego podía, y según las reglas debía, jugar todo el que quisiera. ¿Qué pasaba entonces? Pues que la partida era un desastre porque ese juego no era el adecuado para esa aventura; esa aventura estaba pensada para ser jugada por unos pocos nada más. De modo que la partida se convertía en un desbarajuste total, en un desastre absoluto, en un ridículo y una falta de criterio espantosos:

En el transcurso de un día o dos del 433 a.C., los atenienses votaron, primero, no inmiscuirse en los asuntos de Corcira, y, luego, hacerlo -decisión que contribuyó de manera importante, según sabían, a provocar la Guerra del Peloponeso-. En el año 430 depusieron e inhabilitaron a Pericles, para rehabilitarlo al año siguiente. En el 428 cambiaron de opinión en veinticuatro horas sobre la dureza con que iban a castigar a Mitilene. En el 415 se implicaron con entusiasmo en la expedición a Sicilia, pero tras su fracaso no se responsabilizaron de ella: fue «como si no hubieran sido ellos mismos quienes la habían votado; y también se irritaron con los intérpretes de los oráculos y los adivinos y con todos aquellos que a la sazón, con alguna profecía, les habían hecho concebir la esperanza de conquistar Sicilia» (Tucídides, 8 I-I). En el 415 desterraron y maldijeron a Alcibíades, en el 408 lo llamaron de nuevo, y lo volvieron a desterrar unos meses más tarde; les parecía peligroso, pero este trato arbitrario delata debilidad y una crisis de confianza en sí mismos: no estaban seguros de poder refrenarlo. Insistían en que tenían derecho a juzgar a los generales de las Arginusas, pero pocos días después cambiaron de opinión y castigaron a algunos de los que habían insistido en celebrar aquel juicio masivo.

La tensión entre aristócratas sedientos por gobernar (pro-oligarcas) y demócratas borrachos de gobierno estuvo presente durante todo el primer siglo de vida de la democracia (y vivió menos de dos), y ese ambiente enrarecido me pareció muy bien reflejado en el libro de Waterfield: el ambiente de una Atenas llena de hetairías, especie de clubes de jovenzuelos ricos que se dedicaban al buen yantar, a trasnochar y a conspirar contra la democracia. También brilló Waterfield (y, como antes, no por ser original sino por ser claro y diáfano) en su presentación de ese clima turbio como una tensión generacional entre, por un lado, los «jóvenes», la tercera generación después de las guerras médicas, nietos de los maratonomacos y de los veteranos de Salamina y Platea, y por otro lado estos mismos, que no eran otros que sus propios padres y abuelos. Los «jóvenes» (por decir algo porque Alcibíades, principal promotor de las turbulencias, entró en el meollo político ya talludito, con sus buenos treinta años), adinerados, de vida cómoda y muelle, presuntuosos, orgullosos de su valía personal para gobernar (valía fomentada por los sofistas, además) se enfrentaban a sus generaciones anteriores, a los que habían luchado por la democracia, por los valores tradicionales, por la patrios politeía (la constitución de los padres), por el «conglomerado heredado» (expresión con enorme fortuna creada por el insigne helenista Gilbert Murray en la primera mitad del siglo XX). Ese enfrentamiento, esa crispación, esa tensión, presidía la vida de Atenas en aquellos años. Y encima estalló la guerra, que acabó de sacar de quicio a unos y a otros; una guerra con Esparta cuyo lado positivo (si algo positivo puede haber en una guerra) quizá fuera el de obstaculizar o al menos retrasar la guerra civil en Atenas. Porque fue acabarse el conflicto con Esparta y empezar el civil. Los «jóvenes», la tercera generación tras las guerras médicas, lograron hacerse con el poder gracias a Esparta, y ahí se dieron a conocer los tristemente famosos Treinta Tiranos, dispuestos a regenerarlo todo, a limpiar y a podar cualquier mala hierba. Nuevamente estuvo acertado Waterfield en este punto al reproducir una cita de un militar de nuestro tiempo que de modo más sangriento que los Treinta se hizo con el poder en un país que conocemos bien, y que ya sentado en la poltrona dijo: «hay que renovar la patria, arrancar de raíz todo lo malo y extirpar las malas semillas. No es tiempo de sentir escrúpulos». Francisco Franco era uno, en Atenas hubo treinta, pero la purga fue parecida.

Y Waterfield siguió a un muy bien nivel cuando le tocó hablar, aquí ya más breve y comedido, de la caída de los Treinta y de la reinstauración de la democracia, una democracia con tanta pomada y tiritas en el cuerpo que tenía miedo hasta del aire que respiraba. Y ese miedo a respirar se fijó en Sócrates. Y lo mató. Daños colaterales, mira. Pero de nuevo acertó Waterfield al decir que no conviene reducir la causa de la condena de Sócrates a un temor infundado, ni a una o dos razones de poco peso. Sócrates podía ser un peligro real para la democracia; la cuestión es: ¿lo era?

Sócrates era un hábil polemista y enseñaba a los jóvenes a debatir con inteligencia; usurpaba la función de sus padres en la educación y, en general, se consideraba que subvertía los valores heredados; o era un sofista, o no se le podía diferenciar de ellos; en su juventud había realizado escarceos en ciencia atea y sus opiniones religiosas eran muy poco convencionales, incluso en ese momento; se sospechaba de él que era el cabecilla de un extraño conciliábulo, había irritado a muchos atenienses destacados con sus interminables y atrevidas preguntas; había sido maestro de Alcibíades, el que se había mofado de los Misterios, el más corrupto de toda una generación, oligarca y, posiblemente, aspirante a tirano, un traidor partidario de Esparta a quien la mayoría consideraba responsable de la pérdida de la guerra; mantenía una relación estrecha con otros que o se habían burlado de los Misterios o habían profanado los hermes; también era íntimo de Critias, el ideólogo de los brutales Treinta, y de otros miembros de aquel; sus opiniones políticas eran elitistas y olían igual que el programa de regeneración moral propuesto por los dirigentes «ilustrados» y que Critias había intentado promover; se pensaba que era partidario de una constitución espartana; se había quedado en Atenas durante el régimen de los Treinta; en su proceso se mostró desafiante y abiertamente hostil con los tribunales democráticos y el legado tradicional.

Acabada la lectura, disipados mis reparos y satisfechos mis deseos, y por tanto también esfumados mis deseos y confirmados mis reparos, ni siquiera reaccioné ante el rocambolesco argumento final (tan rocambolesco como lo fue el que abría el libro) sobre el «chivo expiatorio», las fiestas Targelias y el nacimiento de Sócrates. Pensé en la relación cordial de esta página nuestra y Sócrates (recordé la magnífica novela de José Solana Dueso Ciudadano Sócrates y traté de no recordar la «ni-fú ni-fá» Asesinato en el jardín de Sócrates de Sascha Berst), y coloqué el libro de Waterfield en mi estantería, entre Antonio Tovar e I.F. Stone, como pretendiendo que hubiera algo de paz entre uno y otro.

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34 comentarios en “LA MUERTE DE SÓCRATES – Robin Waterfield

  1. Farsalia dice:

    Confirmas con tu reseña, Cavilius, lo que ya me olía cuando compré el libro lo estuve hojeando más pormenorizadamente en casa. Sí, mucho bosque y pocos árboles, uséase, Sócrates. Pero, bueno, tampoco me sorprende. Lo poco que he leído hasta ahora del libro (no estoy muy helenófilo últimamente) me pareció más que ameno, con cierta sustancia pero con demasiado envoltorio. A ver cuando lo lea por completo…

    Ah, Antonio Tovar, qué gran libro el suyo sobre Sócrates…

  2. SIVERA dice:

    Buena reseña. En cuanto mi maltrecha economia me permita salvar de la quema un puñado de euros, se vendrá para casa , sin duda. La retirada de Jenofonte me dejó buen sabor de boca: sigue casi al pie de la letra el famoso relato , pero está bien escrito y con datos de interés -nada de espartanos peinandose al estilo anuncio de champú, ni licencias parecidas-.

    Saludos!

    Quim

  3. Josep dice:

    Buena reseña, Cavi, como todas las tuyas.

  4. APV dice:

    Un par de cosas.
    Certamente la democracia ateniense tendía a precipitarse, pero el estar cambiando de opinión en otros asuntos se debió a la falta de un liderazgo claro durante la guerra, 2 o 3 facciones pugnaban entre ellas, con políticos ya más de nuevo cuño, sobre como actuar. Pero circunstancias así pdían ocurrir en otros estados,por ejemplo discrepancias entre los reyes espartanos.

    Sobre las hetairías, beno el asunto es más profundo que generacional, no olvidemos el asesinato de Efialtes que fue muy anterior. Tuvieron auge en la parte final de la guerra por el cansancio social y porque la mayor parte de las bases demócratas estaban fuera en la armada.

    Finalmente decir democratas y oligarcas no estaba tan claro porque había muchas variantes, así en el 411 y 404 son plenamente visibles las diferencias entre oligarcas «radicales» y los «moderados» sobre la composición del cuerpo social, la política,… cosa que también sucedía entre los demócratas.

  5. cavilius dice:

    Gracias por los comentarios.

    Esa es la gran contradicción del sistema democrático directo que se instauró en Atenas en aquella época, APV: sin un líder destacado (como lo fue Pericles) el pueblo quedaba en mano de facciones peleando por ser ellas los líderes y el barco iba a la deriva. Pero es que en una democracia el líder no es otro (no ha de ser otro) que el pueblo, no Pericles o Cleón o Nicias o Alcibíades. Mientras nadie fue capaz de superar la capacidad de gobierno de Pericles la política ateniense fue coherente; acertada o equivocada, pero al menos coherente. Cuando murió éste, el pueblo ateniense fue oscilando del blanco al negro en sus decisiones en función de quién gritaba más aquel día en la asamblea. A los mitileneos los salvó que aquel día de asamblea Diodoto fue más persuasivo que Cleón. La expedición a Sicilia se organizó porque aquel día Alcibíades fue más convincente que Nicias. Etcétera. Cierto que bamboleos de ese tipo podían pasar en otros lugares, como Esparta, pero es que ahí no había democracia, ahí el pueblo poco responsable era de los vaivenes políticos.

    Sí, el asunto de las hetairías se remonta al 465 a.C. cuando a Efialtes fue acuchillado y probablemente a mucho antes, a los años 70 del siglo V a.C. Tampoco es que Waterfield reduzca la stasis ateniense a un problema generacional entre padres e hijos pero sí que remarca el hecho de que sean los herederos de Salamina y Platea quienes ahora, en las últimas décadas del siglo, fuercen la situación política para hacerse con el poder. En cierto modo Waterfield simplifica la cuestión y no pone de relieve las contradicciones en que cae su propia argumentación: no es del todo correcto meter en el mismo paquete a los maratonomacos, combatientes de Maratón, y a los que contribuyeron a hacer de Atenas una potencia marítima, empezando en Salamina y acabando en Eurimedonte. Los primeros eran hoplitas, es decir, gente con recursos que podía pagarse la armadura, aristócratas; los vencedores en Salamina y Eurimedonte, los que remaron de isla en isla persiguiendo a los persas y construyendo y afianzando el naciente imperio marítimo ateniense, fueron el pueblo llano, los thetes, los que no tenían dinero. Estos sí creían en la democracia, que era la que les daba voz y voto en el gobierno de su ciudad; aquellos, los hoplitas, difícilmente podían creer en un sistema que los relegaba a no ser mejores que la chusma. Por tanto, decir que los «jóvenes» de finales de siglo (Alcibíades, Critias, Teramenes, etc.), partidarios de la oligarquía, se enfrentaban generacionalmente a sus ascendientes que habían luchado por la democracia no es exacto: se enfrentaban a los demócratas, que no eran otros que el pueblo llano de Salamina, pero no el aristócrata de Maratón, con quien en el fondo coincidían en preferencias políticas. El asunto es más complejo de lo que Waterfield da a entender.

    Y finalmente, no creo que no estuvieran bien claros y definidos los bandos: oligarcas y demócratas, aquellos contra estos y viceversa. Había moderados, es verdad, «coturnos» como Teramenes, y había radicales como Critias. Había quien solo miraba su propio ombligo como Alcibíades y quien pretendía salvar el pellejo a toda costa como Andócides. El propio Sócrates ¿era oligarca o demócrata, era radical o moderado? Que había dos posturas antagónicas creo que es claro, pero que había estados intermedios, obviamente también.

  6. Akawi dice:

    Hubo por aquí, no hace demasiado tiempo, un heleno que se subía a una olivo, lo que ya no estoy tan segura es si escribía allí arriba o simplemente se encaramaba para descansar.
    Y hasta escribió un libro que se llama HELLENIKÓN, si me permitis os lo aconsejo.

    ¿La reseña? Sería muy raro que esta magnifica reseña no estuviera escrita por quien lo está. El libro debe se muy interesante, quiza, por estar leído por quien lo aconseja.

    En fin que no sólo tendré que ver este libro sino que también habrá que buscar el de Jenofonte.

    Gracias Cavi.

  7. Javi_LR dice:

    Gran reseña, Cavi. Y mejor comentario siguiente. Da gusto. Muchas veces vemos la historia, los periodos y las etapas como algo estático y anquilosado, de gamas blancas o negras. Estoy muy de acuerdo en cómo has resumido el panorama político de esa Atenas riquísima en ideas, agones y contradicciones, en acciones y contemplaciones. Siempre he mantenido que, con las diferencias obvias, los griegos no eran muy diferentes de lo que nosotros lo somos ahora. Es lo que tienen los clásicos y sus cuestiones universales.

  8. cavilius dice:

    Gracias las que tú tienes, Akawi (siempre he querido decir esa frase).

    Possí, Javi, es lo que tiene la Historia, que cuando pasa el tiempo todo queda disecado y parece como muy plano y lineal, y se tiende a olvidar que las cosas pasadas estuvieron tan vivas y fueron tan poliédricas como las del presente. Digo yo, vamos, aunque últimamente parece que quiera sentar cátedra cada vez que bostezo. Si seré repelente…

  9. APV dice:

    Cavilius quizás el problema fue la falta bien de un líder o bien de un ostracismo a tiempo que aclarara la stuación entre las diversas facciones.

    Yo creó que el asunto de las hetairías incluso se remontaría al principio a los partidarios de la intervención espartana para evitar la instauración de la democracia.

    De todas formas a finales de siglo el orden social había cambiado mucho, los terratenientes y campesinos habían perdido mucho, los comerciantes (enriquecidos por el imperio) ahora sufrían pérdidas a causa de la guerra naval, quizás para los artesanos fuera una buena época por el gasto militar, los thetes mientras siguieran cobrando serían demócratas pero también estarían cansados de tantas batallas (y algunos incluso se pasarían a Esparta por las mejores pagas).
    Con ello ya no estaba claro quien era rico y quien no, quien apoya una opción u otra, así puede haber demócratas pacifistas, oligarcas belicistas, patriotas, traidores,…

    Añade a eso la epidemia y el Siracusa y después los desastres navales, ¿cuantos atenienses perecieron? quzás por ello los planes de reducir la ciudadanía, que ya estaba bastante reducida, a 5.000 en el 411 o a 3.000 en el 404 tuvieron cierto apoyo.

  10. cavilius dice:

    Es plausible todo lo que dices, APV. Sobre lo que mencionas del paso a Esparta de algunos, es claro que los oligarcas, desde los más moderados como Platón (por citar a uno de los despistados, a quien hasta propusieron formar parte de los Treinta, cosa que él mismo apunta en su Séptima Carta, si no recuerdo mal), o Jenofonte, hasta los más radicales como Critias, eran proespartanos. Y al hilo de esto, recuerdo ahora que la escritora Mary Renault hizo una lúcida observación sobre el nuevo panorama griego de aquellos años, que quizá por obvia nunca había yo reparado en ella: mientras Esparta fue el único estado militarizado de la Hélade, no hubo quien le tosiera; a raíz de la guerra, cuando las armas se convirtieron en algo habitual (más habitual que de costumbre) para todos los griegos de todas las poleis, las cosas no estuvieron tan claras para los espartanos. Seguían siendo la élite militar pero los demás griegos no se quedaban ya muy atrás, acostumbrados a causa de la guerra a las movilizaciones continuas y al estilo de vida militar. Y así tuvo que suceder sin duda, creo yo. Muchos griegos por culpa de la guerra lo perdieron todo salvo su lanza y su escudo, así que tuvieron que dedicarse al mercenariado. Jenofonte es un buen ejemplo de prooligarca, proespartano y mercenario, entre otras muchas cosas.

    ¿Cuántos atenienses murieron en la guerra entre epidemia, Sicilia y derrotas navales? La mitad de la población, probablemente más, calculo yo de memoria. Hay análisis sobre el tema; por casa tengo al helenista Gomme (un libro suyo, se entiende, que el hombre ya hace tiempo que está difunto) que hace un estudio de la evolución de la población de Atenas durante el siglo V a.C.

  11. Clío dice:

    Fantástica reseña, Cavi! y con respecto a los cambios de opinión griegos, y trasladándonos al panorama actual, ayer votaron sí a las propuestas europeas, con el total rechazo de los Indignados, igual mañana votan no, o vaya usted a saber!, claro que estos griegos no se si serán como aquellos….. y no parece haber un Sócrates o un Pericles que los guíe.

  12. APV dice:

    Cavilius es una observación muy adecuada sobre todo porque tenemos varios ejemplos de polis donde se hizo un esfuerzo en la creación de unidades especiales de choque: los Mil de Argos, el Batallón Sagrado de Tebas,…; las cuales demostarán que pueden medirse de igual a igual a los espartiatas.
    Si a eso se une la continua dilución del núcleo espartiata al ir integrado neodamodes e ir rebajando los hipomeiones. El resultado es que el ejército espartano iba siendo más normalito con el tiempo y ya no tenían daba miedo enfrentarse a él.

    Ciertamente el número de bajas atenienses muy elevado, lo que hizo que el cuerpo social se contrajera, y lo que hace en mi opinión que los planes oligarcas moderados sean bastante amplios en cuanto a los individuos incluidos y que tampoco supuisera familias con demasiado pedigrí, sino bastantes nuevos ricos o más bien clases medias.

    El asunto del filolaconismo de los oligarcas radicales tiene su doble razón en que Esparta apoyaría esa clase de régimen y que quieren la paz con ésta porque en caso de seguir la guerra deberían recurrir a las clases bajas (la armada) lo que les daría a éstas el poder,

    Por cierto que Pericles sería un demócrata moderado frente a otros más radicales.

    1. Javi_LR dice:

      Más diría yo un demócrata astuto e inteligente, que se valió tanto de los radicales como de los moderados. Pericles cuando tuvo que ser radical lo fue como el que más, entiendo.

  13. cavilius dice:

    Sí, los neodamodes, no siendo espartanos de pura cepa sino esclavos en busca de redimirse, nunca fueron ni de lejos un pilar tan sólido dentro del ejército espartano como lo eran los homoioi (salvo algunas excepciones, como los 700 «brasideos», que lucharon bravamente para Brasidas en Tracia y se ganaron su libertad con creces). Pero más que la introducción de elementos alienos en el ejército espartano, yo creo que lo que lo socavó casi hasta la vergüenza fue la oligantropía, el problema de la escasez de espartiatas, de homoioi. Más que la adulteración del ejército, lo que diluyó su competitividad fue la mengua de su fuerza troncal.

    Veamos qué números nos da Gomme (The population of Ancient Athens, Oxford, 1933), ciertamente pasmosos:

    1) La población ateniense (es decir, del Ática) en 431 a.C., justo al empezar la guerra, era de 315.500 habitantes, de los que 172.000 serían ciudadanos y el resto no (metecos, esclavos, etc.).

    2) En el año 425 a.C., tras el brote de peste en Atenas, la población ática era de 218.000, casi un tercio menos, de los que 116.000 eran ciudadanos (también un tercio menos).

    3) Gomme no da datos para el año 413 a.C., tras el desastre de Sicilia. Hemos de acudir a Donald Kagan (Historia de la Guerra del Peloponeso, Edhasa, 2009) quien nos dice que la población militar de Atenas se había reducido para entonces a quizá unos 9.000 hoplitas atenienses y 11.000 marineros o thetes (es decir, una ciudadanía, usando los cálculos de Gomme, de 80.000, menos de la mitad del inicio de la guerra), más unos 3.000 hoplitas metecos.

    4) En el 400 a.C., cinco años después de la definitiva derrota en Egospótamos y cuatro de la rendición incondicional, Gomme no se atreve a hacer estimaciones sobre la población global de Atenas pero sí sobre el número de ciudadanos: 90.000.

    En cuanto a la moderación o radicalidad de Pericles, pienso como Javi. Muchas de sus medidas favorecieron al pueblo y eso le creó no pocos enemigos en las altas esferas, pero también hizo cosas más propias de esas altas esferas, más propias de un aristócrata, de un eupátrida de rancio abolengo, que de un demócrata convencido, como el decreto del 451 a.C., bajo el arcontado de un tipo de curioso nombre (se llamaba Antídoto el hombre), por el que limitaba la ciudadanía ateniense a los nacidos de dos atenienses. Según esa nueva ley, Temístocles no podría haber sido considerado ciudadano, ni Cimón hijo de Milcíades. Lo curioso es que por ess fechas (o quizá un poco después) Pericles ya estaba unido sentimentalmente a Aspasia de Mileto, con lo que esa medida decretada por él mismo impedía que los hijos tenidos con ella fueran ciudadanos atenienses (como así fue) . Sin entrar en las razones por las que Pericles decretó esa ley, no fue desde luego una decisión que le hiciera muy popular entre los atenienses.

  14. APV dice:

    Cierto la oligantropía y la acumulación de propiedades acabó con la población espartiata hasa las reformas de Nabis y Cleómenes.

    Esos datos de población hay que matizarlos pues incluyen las familas, así los 172.000 del 431 a.C., serían con mujeres y niños. Los ciudadanos varones en edad de combatir y ejercer derechos políticos serían unos 40.000. Aunque a parte estarían los clerurcos que vivían fuera del Atica.
    Lo que supondría que para el fin de la guerra estarían en torno a los 20.000 en el Atica y tras la guerra se retirarían los clerurcos.

    La expedición a Siracusa costó a todo el Imperio unos 10.100 hoplitas, miles de soldados ligeros y más de 35.000 thetes.
    En las Arginusas perdieron otros 3.000 (5.000 como máximo) muertos especialmente atenienses y otros 3.000 en Egospotamos.

    Finalmente esa ley fue un error, ciertamente la población la aceptaría por los mismos motivos egoistas que en Roma la plebe rechazaría la de Livio Druso; pero la extensión de la ciudadanía hubiera ido ampliando el Imperio y consolidándolo (como sucedió en Roma donde no fueron tan restrictivos). Quizás a la larga hubiera una guerra social pero no para separarse sino para exigir igualdad con los ciudadanos atenienses.

  15. cavilius dice:

    Sí, es cierto; Gomme define sus «ciudadanos» por exclusión: no los que tienen la «ciudadanía» sino los que viven en la ciudad, descartando esclavos y metecos. Cuando se refiere a los ciudadanos de pleno derecho habla de «hombres atenienses en edad de votar». Así, sus ciudadanos incluye el conjunto de las familias atenienses (hombres, mujeres y niños); Gomme estima las cifras multiplicando por 4 el número de ciudadanos de pleno de derecho (hombres en edad de votar), siendo estos tanto hoplitas como thetes. No recuerdo el desglose que hace Gomme de los 172.000 de 431, ya lo miraré, aunque no sé si cuadra mucho con los 40.000 hoplitas que propones tú, APV.

    Hombre, esa ley fue un error depende del punto de vista desde el que se analice. Razones había para dictar una norma semejante (no masificar las asambleas, asuntos de pagos de impuestos, incluso se ha propuesto algo absurdamente que podría haber por parte de Pericles algún resquemor contra Cimón, hijo de madre no ateniense…); pero desde luego si algo tenía Pericles era visión de futuro. No creo que se le escaparan las repercusiones a corto, medio y largo plazo de una medida así para la polis de Atenas y para su imperio ya consolidado en esa fecha.

  16. Antígono el Tuerto dice:

    También es cierto que la extensión de la ciudadanía en el mundo romano se dio cuando ya no tenía sentido político; para cuando Caracalla lo hizo el poder recaía en manos del emperador y su burocracia.

  17. cavilius dice:

    Ah, a mí si me habláis de bárbaros…

  18. APV dice:

    Yo dije unos 40.000 ciudadados, es decir incluyendo caballeros, hoplitas y thetes, en Atenas (aparte de los que hubiera como clerurcos). De ellos los hoplitas serían unos 13.000 (además 3.000 hoplitas metecos) y había unos 1.200 jinetes.

    La ciudadanía se extendió con bastante rapidez en el mundo romano, ya había cientos de miles para el S. III a.C. y sin tantas restricciones.

  19. Antígono el Tuerto dice:

    Es para que no os metais con los atenienses…que siempre andais criticandoles, pérfidos ;-)
    Por cierto que no he felicitado a cavilius por la reseña, felicidades cavilius, gran tema el del juicio de Sócrates. Uno de los hombres que ha moldeado el pensamiento occidental (que rimbonbante he quedado).
    PD: ¿rimbonbante o rinbonbante?, he ahí el dilema

  20. cavilius dice:

    Cierto, APV, te había leído mal. Consultado Gomme, resulta que los 172.000 del «total of Citizens» (hombres en edad de votar y sus familias) se desglosan en 25.000 hoplitas y 18.000? (el interrogante es del propio Gomme) thetes. Además, había 5.500 metecos en disposición de ser hoplitas y 4.000? metecos más cuyo poder adquisitivo no se lo permitía; estos 9.500 multiplicados estimativamente por 3 constituirían una población meteca de 28.500 almas. Añadimos 115.000 esclavos (30.000? domésticos masculinos, 35.000 domésticas femeninas y 50.00 esclavos industriales y el resultado son los 315.500 seres humanos conviviendo en el Ática en el 431 a.C.

    Por curiosidad, ¿de dónde obtienes tus cifras, APV? Gomme no es el único que hace este tipo de cálculos, evidentemente.

    Gracias, Antígono. Sócrates está en la base del pensamiento de Platón, y por tanto en el de Aristóteles, y por tanto en la manera de pensar y razonar de todos nosotros. Y se dice rinbonbamte, por supuesto.

  21. APV dice:

    Bien quizás hice un cálculo teniendo en cuenta sólo los en edad militar en base a estos datos: Tucícides menciona en el libro 2º en los preparativos de Pericles 13.000 hoplitas para las operaciones y otros 16.000 para misiones de guarnición (jóvenes, viejos). Aunque no está claro donde incluye a los metecos, al menos 3.000 participaron en operaciones en Megara. También menciona las fuerzas de caballería y arqueros de que disponen.

    Strauss recoge otras cifras: http://books.google.es/books?id=PYQOAAAAQAAJ&pg=PA76&lpg=PA76&dq=13,000+hoplites+thucy&source=bl&ots=kZkEA6471b&sig=a_d4ZDnKEpFD5iXNJYjprjMV0lI&hl=es&ei=fvgNTpGeFcXAhAfIu-XSDQ&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CBsQ6AEwAA#v=onepage&q&f=false
    Da unos 21.000 ciudadanos (8.000 de ellos muy jóvenes o mayores) y 8.000 metecos (3.000 de ellos muy jóvenes o mayores).

    Por cierto que Tucídides da 4.400 hoplitas muertos por la epidemia supongo que de los operativos) y 1.500 partieron para la primera oleada enviada a Sicilia, junto a 700 thetes equipados como hoplitas (si los refuerzos mantienen la proporción serían 3.000 los miembros de la clase hoplita perdidos por Atenas).

  22. cavilius dice:

    Sí, ese pasaje de Tucídides ha dado lugar a no pocos comentarios y cálculos militares del ejército ateniense. Ah, el bueno de Barry Strauss, tiene buena pinta ese libro suyo; me da la impresión de que este hombre lo hace bien cuando se pone en plan serio pero cuando quiere divulgar (La batalla de Salamina, La guerra de Troya), ya no le sale tan bien. Y veo que Strauss utiliza a Gomme para hacer sus cuentas.
    Y sí, es cierto, Tucídides dice que a causa de la epidemia «murieron, en efecto, no menos de cuatro mil cuatrocientos hombres en las filas de los hopitas y no menos de trescientos entre los de caballería, así como un número imposible de determinar entre el resto de la población» (III 87.3)

  23. cavilius dice:

    Vaya, un comentario mío ha ido derechito al saco del spam. Vamos hombre, ni que hubiera dicho caca, culo, pedo o Julio César…

  24. APV dice:

    A esas grandes pérdidas habría que sumar los 1.000 caidos en la batalla de Delio (y los que cayeron en el fuerte), los 120 hoplitas en Etolia, las bajs en Anfípolis,…

  25. Urogallo dice:

    Mmm, debería titularse «El día que murió Socrates». Sería más concreto.

    Una plantación de olivos y gatos. El paraiso.

  26. Antígono el Tuerto dice:

    Lo de los olivos pase…pero ¿los gatos?, ¿qué tienen que ver los gatos?

  27. cavilius dice:

    Habría que preguntárselo al Sr. Waterfield, que los tiene en su granja griega.

    Por cierto, qué bonito juego de palabras acabo de descubrir: ¿cómo llama un mexicano a la granja de un estadounidense que la trabaja al estilo heleno? Pues está claro: granja griega gringa. Y hasta creo que hay una canción: «En mi granja griega gringa Hi-a hi-a hooooo!!«.

    Gracias, Uro.

  28. Antígono el Tuerto dice:

    Sí, una imagen divina…hasta que los romanos asedian la granja para hacerse con las cabelleras de sus habitantes ;-)

  29. Urogallo dice:

    Como se nota que lo ves todo desde una perspectiva helena. ¿Para que querrían caballeros si un esclavo sano se pagaba en rodas a tres ases?

  30. Farsalia dice:

    Que me olvido de comentar… Un estupendo libro, secundo las buenas sensaciones de Cavilius: no es sólo el juicio de Sócrates, sino sobre todo la amplia panorámica a la Atenas de su época. Hay que buscar las causas del juicio a Sócrates en una parte de la democracia resentida con personajes como él, críticos con el propio modelo democrático y tras el trauma del desastre de la guerra del Peloponeso y la disputa civil (por dos veces) entre democracia radical y oligarquía (y/o democracia moderada). En ese sentido, Sócrates suponía un tábano realmente molesto para el sistema democrático restaurado en el año 403 a.C., y deviene una muestra de que la amnistía (etimológicamente, el olvido, en este caso de las cuentas pendientes tras el período de los Treinta Tiranos) no respetó la figura, pública sobre todo, de Sócrates.

    Tendré que releer una semana de estas el díptico al respecto de Nicole Lorauxx: La guerra Civil en Atenas: la política entre la sombra y la utopía (Akal) y La ciudad dividida: el olvido en la memoria de Atenas (Katz Editores).

  31. Vanessa Valda dice:

    Me ha parecido que el libro es un engaño total. No solo se manipulan muchas anécdotas, sino que se deja en el tintero tantas cosas. Este es el tipo de hombre que incoherentemente hubiera condenado a muerte a Socrates. Una pena de libro, lo peor que he leído en mucho tiempo.

  32. cavilius dice:

    ¿En serio? No sé, tal vez exageras un poco. ¿Qué anécdotas se manipulan, por ejemplo? ¿Cuáles se deja en el tintero? ¿Dónde ves el engaño?

    Lo pregunto para que no vayamos a convertirnos en el tipo de persona que incoherentemente condene al ostracismo a Waterfield…

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