LA MISERIA DEL HISTORICISMO / LOS ENEMIGOS DE LA SOCIEDAD ABIERTA – Karl Popper
Karl Popper (1902 – 1994) fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX en los ámbitos de la ciencia, la política y la historia. Nacido en Austria terminó nacionalizándose británico debido al desencanto que sentía por su país tras las desastrosas guerras mundiales y su papel en ellas. Los dos libros que en esta reseña comento brevemente quizás sean los pilares de su pensamiento político e histórico cuyas ideas siguen aun vigentes y que pueden ayudarnos en los desafíos sociales y políticos de nuestro tiempo.
En La miseria del Historicismo (1957), Popper criticaba las corrientes históricas imperantes en su época para las cuales la disciplina no era más que una búsqueda del dato, objeto final de estudio a través de formulas matemáticas, gráficas y estadísticas de forma tal que se pudieran encontrar los patrones ocultos en el devenir histórico y así poder casi prever el futuro al tener matematizado el pasado. El origen de este historicismo es el Positivismo histórico de Ranke, que desde el siglo XIX ponía en valor solo el dato, el hecho, las fuentes históricas, ya sean escritas o arqueológicas, cuya lectura y exposición revelarán lo que ocurrió “de verdad” sin necesidad de que el historiador intervenga o tome partido.
El autor señala que estábamos así ante la destrucción de la disciplina histórica y del historiador en sí, convertido en un mero anticuario y recopilador de datos y privado del que él consideraba su papel fundamental: intérprete, analista y crítico de las evidencias históricas.
La labor del historiador es la de analizar con espíritu crítico y conocimiento las fuentes y tratar de encontrar en ellas los datos que puedan refutar o apuntalar sus teorías históricas, sin rechazar ninguna y teniendo siempre en mente que la propia disciplina hace imposible casi siempre dar por válida una teoría o método de trabajo al no ser una ciencia exacta. Popper, filósofo de la ciencia y con un doctorado con una fuerte carga matemática, era consciente que “cientificar” ciegamente la historia era erróneo y llevaba a su destrucción como disciplina.
¿Qué valor pueden tener esas estadísticas y teorías que toman datos como buenos si esos datos no han pasado por un análisis crítico de las fuentes? El historiador puede y debe implicarse en su tarea pero nunca cegado por su ideología ni por aquello que esté intentando demostrar.
Él mismo nos advierte en la obra: «Si no somos críticos, siempre encontraremos lo que queremos: buscaremos y encontraremos confirmaciones, y apartaremos la mirada y dejaremos de ver cualquier cosa que suponga un peligro para nuestras teorías favoritas. De esta manera es sumamente fácil obtener lo que parecen ser pruebas abrumadoras a favor de una teoría que, si la hubiéramos enfocado de manera crítica, habría sido refutada.»
Título: La miseria del Historicismo.
Autor: Karl Popper.
Editorial: Alianza (2014, reed.).
Páginas: 216.
En cuanto a La sociedad abierta y sus enemigos (1945), un libro mucho más extenso y considerado una obra clave por muchos filósofos y sociólogos, Popper hace un trabajo de filosofía política y sociología en defensa del liberalismo y la democracia en una fecha en la que habían sido puestas en jaque en toda Europa con funestas consecuencias.
Popper rechaza de lleno los totalitarismos de cualquier espectro aunque mayormente entra a criticar en el libro al marxista a través de la dictadura de Stalin en Rusia. Sin embargo, encuentra una diferencia entre este y el nazismo y el fascismo; la preocupación verdadera de Karl Marx por mejorar la calidad de vida de los más desfavorecidos y la validez de muchos de sus planteamientos de análisis histórico. El gran problema del marxismo era su carácter revolucionario cuyo colofón era la “dictadura del proletariado”, algo que no ha lugar en una democracia liberal y que termina transformándose en la dictadura de un partido político encabezada por su mandatario.
Para Popper, todos los espectros políticos medianamente moderados tienen aspectos importantes que aportar a una sociedad sana y libre, desde conservadores a socialistas (entendidos estos como social-demócratas, a los que Popper alaba cuando se integran en una democracia y abandonan las ideas revolucionarias) y siendo su propio ideario político una amalgama de los mismos donde prima el liberalismo como defensa del individuo y sus libertades pero con el socialismo para defender a los más desfavorecidos y con las corrientes conservadoras que aglutinarían ciertos aspectos de la sociedad que puedan darle coherencia.
Pero, ¿y qué pasa con las corrientes extremistas incluso en democracia? Aquí Popper elabora uno de sus principios más conocidos: la paradoja de la intolerancia. Una sociedad abierta y democrática debe estar caracterizada por la defensa a ultranza de esos principios y debe ser tolerante con cualquier movimiento social o político que también lo sea. Ahora bien, ante movimientos de intolerancia y odio, sin importar que sean hacia o desde minorías o mayorías, una sociedad abierta debe estar blindada ante ellos por la vía legal y social y está totalmente justificada la intolerancia hacia los intolerantes ya que estos llevan en sí el germen de la destrucción de la democracia y la convivencia.
En sus propias palabras: “Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos. Tenemos por tanto que reclamar, en el nombre de tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia.”
Señalar que Popper no optaba por prohibir a los intolerantes si no primero marginarlos políticamente y combatiros con la razón, pero cuando estos inciten al odio y usen el engaño y la violencia se debe intervenir de forma tajante. Como vemos, Popper era optimista en su visión de la democracia, a la que se acerca como el mejor sistema de gobierno, pero es uno que necesita ciudadanos libre-pensantes y con cierta implicación político-social para funcionar, por lo que la educación y el espíritu crítico serían pilares fundamentales en una democracia funcional, la cual debía apoyarse en un estado que pueda y deba servir de escudo ante aquellos que pretendan derribarla, ante los enemigos de la sociedad abierta.
Título: La sociedad abierta y sus enemigos.
Autor: Karl Popper.
Editorial: Paidós (2017, reed.).
Páginas: 816.
Muy interesantes reseña y libros. Buena aportación.
Sobre la intolerancia podrían decirse muchas cosas porque, cuando la razón nos dicta que algo es lo justo, no vale nada más. Un ejemplo (breve, lo prometo): Mario Bunge afirma con mucha razón que en países con sanidad pública la gente no tiene derecho a enfermar porque eso significa emplear recursos y dinero en enfermedades que podrían haberse evitado. Por lo tanto, nada de fumar, nada de beber en exceso y nada de ir demasiado al gimnasio; aquí la tolerancia no puede aplicarse porque, si fuésemos tolerantes, eso significaría el perjuicio para todo el sistema. Obviamente, Bunge no se refiere a enfermedades contraídas sin que el enfermo haya realizado prácticas consideradas de riesgo para la salud. En fin, el asunto de la tolerancia (y el asunto de la democracia) son espinosos. Pero espero no parecer lo que no soy…
Por lo demás, coincido con Iñigo: buena reseña.
Pero Popper no va en absoluto por ahí, se refería a la política y sus ideologías, a los peligros de los intolerantes «sociales» en un entorno democrático.
Y la advertencia de Popper al final de la reseña de la primera de las dos obras, de gran actualidad.
Muchos solo conocen la paradoja por estas imágenes:
https://miro.medium.com/max/1400/1*Ho2IkOn5SscOuwB0x0Drtw.png
http://img.desmotivaciones.es/201911/politica-memes-imagenes.jpg
Recordemos que Popper ya manifestó: “Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente.”
El problema es determinar que es intolerante, para evitar caer en la dictadura de la homogénea donde todo discurso diferente sea proscrito (dentro de la tendencia de los grupos humanos en buscar lo similar). Quizás no todo lo intolerante es intolerable, siempre que halla mecanismos para afrontarlo de manera racional. Pero si los intolerantes recurren a la violencia entonces si son intolerables.
Violencia, engaño, manipulación, es lo que quería combatir Popper.
El problema es que hay muchos grupos políticos que tienen en su pasado actos violentos. Y he ahí la polémica, un partido que ha tenido un pasado violento, pero que ahora asume los postulados democráticos, ¿debe tolerarse o no?, ¿y uno que diga sí pero no?, ¿o que los mitifique acríticamente sin por ello dejar de optar por la vía democrática?, difícil dilema. Muy de actualidad en estos tiempos.
Pero, de la reseña de Vori (muy buena, por cierto) me quedo con la afirmación de que la democracia «necesita ciudadanos libre-pensantes y con cierta implicación político-social para funcionar, por lo que la educación y el espíritu crítico serían pilares fundamentales en una democracia sana»…creo que ése es uno de los puntos clave, y uno de los principales problemas de nuestras democracias.
Es que sin eso, ¿como va a funcionar realmente una democracia? La cuestiones que planteas deberían poder ser opmiadas con conocimiento por el mayor número posible de ciudadanos. Me atrevería afirmar que por su idealismo Popper perdonaría a los violentos si su arrepentimiento es real y han pasado criba de la ley, pero nunca lo haría si siguiesen incitando al odio y a la violencia. Como he dicho, Popper es muy idealista. Quizás por eso me gustan sus ideas.
Para que haya ciudadanos con implicación política es necesario… tiempo. Teniendo en cuenta la jornada laboral y el resto de tiempo invertido en necesidades básicas, ¿de cuánto tiempo goza un trabajador para implicarse? ¿Qué es implicarse? Es estudiar, es leer, es saber qué pasa en el Parlamento, qué ley se dirime, qué es una ley orgánica, cómo funciona el sistema… Y para eso hay que echar horas. Es decir, de nada sirve fomentar el espíritu crítico si, después, las condiciones materiales de vida impiden ejercerlo… Siempre se nos olvida eso: las condiciones materiales…
En cuanto a la violencia: si un partido propugna una ideología que tiene como ingrediente necesario la violencia, entonces creo que no debe ser tolerado. O sea, que ciertos partidos ejerzan alguna vez la violencia puede ser un «accidente» (terrible, desde luego, e injustificable) debido a la condición humana (pocos se salvan de haber cometido actos violentos). Otra cosa es que la defensa de la violencia forme parte de la esencia del partido… No sé si me explico. O sea, ¿es posible aceptar la concurrencia de un partido nacionalsocialista a unas elecciones democráticas…? En mi opinión, no.
En respuesta a Marcos, obviamente un partido nacional-socialista sería imposible integrarlo en una democracia, incluso un partido fundamentalista que condene a los homosexuales al fuego de las llamas, y a las mujeres a ser ciudadanos de tercera categoría. Y también todo aquel que propugne la destrucción del sistema democrático.
Sobre lo que mencionas del tiempo es cierto, y es algo que se viene planteando desde los griegos, ¿puede una persona sometida a largas jornadas laborales ejercer su derecho a la ciudadanía?, ¿o no?…los espartanos lo tenían fácil, el trabajo era para los esclavos, la política para los ciudadanos; pero hasta que no roboticemos tanto la sociedad que tengamos esclavos-robot que nos libren de las tareas, estamos muy lejos de lograr esa liberación del trabajo que propugnaban tantos filósofos políticos…y aún así, ¿quién nos dice que los individuos aprovecharán su tiempo libre para informarse de política y ética?
Antígono, efectivamente, no tenemos garantías de que, en caso de disponer de tiempo, la gente se implicase en política. Nada que objetar. Pero, aun así, la reducción del tiempo dedicado a la mera subsistencia es necesaria para la existencia de una democracia como dios manda.
En lo demás, tampoco puedo objetar nada; estamos de acuerdo.
Pero a esa intolerancia de la cruz gamada que se representa tan activa y peligrosa en las imágenes no se la toleró (no al menos hasta las últimas consecuencias): se la combatió con las armas y se la destrozó hace 75 años. Y no ha vuelto a levantar cabeza. La intolerancia y el totalitarismo que han asolado occidente oriente y su civilización ha sido y sigue siendo de signo contrario aunque idéntico en sus resultados. Curioso que para representar la intolerancia se siga recurriendo a la ideografía nazi/fascista y los propagandistas se olviden del horror soviético/comunista, tan vigente en muchos lugares del planeta.
Me parece muy «ingenuo» creer que el «fascismo clásico (ya sabeis, Hitler, Mussolini, Franco…)» ha desaparecido del mundo. Si el comunismo revolucionario sigue vivo camuflado lo mismo o más el (neo) fascismo con representación en parlamentos y gobiernos occidentales. Pero a veces miramos con un monóculo y con el otro ojo no vemos bien.
Discrepo, como dice Vori, los admiradores de Adolf siguen vivos, muy vivos, y no solo en Alemania.
No ha lugar, con hache
https://www.fundeu.es/recomendacion/no-ha-lugar-con-hache/
¡Muchas gracias! Corregido.
Qué buena reseña. Genralmente no suelo encontrar reseñas de obras filosòficas. Me anotaré esos libros de Popper como pendiente. Saludos.
Cuando Popper se posiciona respecto a las diferencias entre la intolerancia nazi/fascista y la marxista/comunista, se sitúa en la misma línea de casi todos los intelectuales occidentales de la época, el reconocimiento de «las intenciones» del marxismo de mejorar la vida de las clases trabajadoras. Paradójicamente (ya que los comentarios van de paradojas), ni la Rusia Soviética ni la China maoísta ni sus países satélites fueron capaces de mejorar la vida de su población. Más bien todo lo contrario. A la miseria material se unió la desgracia suma de vivir bajo tiranías aberrantes durante muchas décadas; sin embargo, la Alemania nazi tuvo su «milagro económico», la reducción tajante del desempleo, la popularización de bienes de consumo (el famoso «Transporte del Pueblo» Volkswagen), la vivienda y seguridad social, etc. Popper, ante el hermetismo y oscuridad absoluta sobre lo que en verdad estaba sucediendo en la Unión Soviética, dedujo lo que el astrónomo cándido respecto a Venus: «No veo nada, debe de haber dinosaurios»; «no sé qué sucede en la URSS, deben de estar trabajando por el bien del pueblo». Cuando se alzaron los velos de la realidad, el horror sacudió la conciencia de esa intelectualidad. Menos la de Sarte, claro. Pero esa es otra historia…
Pero ojo, Popper fue un activo crítico del marxismo, simplemente señalaba lo positivo de la «intención» tras la teoría de Marx en cuanto a su idea de ayudar a las clases trabajadoras y más desfavorecidas, no que China o la URSS estaban al menos ayudando a las clases trabajadoras, que no es lo mismo. El lo comentaba en cuanto al ideario de Marx, no a su aplicación real a través de las revoluciones y la dictadura del proletariado, que aborrecía. Sí tenía cierta simpatía por aquellos que, desde la participación en la democracia, podían tener idearios social-demócratas de ayudar a los más desfavorecidos, servicios públicos, etc, y es que no todo podía ni debía) ser liberalismo y conservadurismo.
Bueno, maticemos que el sistema soviético como el comunismo chino sí mejoraron, en ciertos aspectos, las condiciones de vida de los habitantes de aquellos países. Los habitantes de la URSS tenían, en los años 60, un mayor nivel de vida que en la Rusia de los zares; y los chinos del año 89, mucho mejor que en la China del 1900, o la de 1930.
Al igual que los españoles del año 65 tenían mayor nivel de vida que los del año 35. Que exista una dictadura no implica que no haya crecimiento económico, ni mejora del nivel de vida.
Bueno, creo que lo que ha pasado en el Capitolio de EEUU es un buen ejemplo de esos enemigos de la sociedad abierta con los que hay que ser intolerantes.