LA MAGIA DE LA LIBÉLULA. LA INCREÍBLE HISTORIA DE LA FORNARINA – Mari Pau Domínguez
A pesar de la pervivencia que ha mantenido la figura de Consuelo Vello, La Fornarina, en la memoria colectiva española a lo largo de los años, no puede decirse que sepamos mucho sobre aquella mujer nacida en 1884, que alcanzó una de las más exitosas carreras artísticas del panorama español e internacional de su época, a pesar de sus duras sus circunstancias familiares y los indignos comienzos a los que tuvo que enfrentarse. Como escribió Julián Fernández Ollero en 1915, una mujer que «de su banca de lavandera saltó al trono del imperio de la Belleza». Sin duda, más allá de sus competencias, un personaje que pudo, o supo, estar en el lugar adecuado, junto a las personas idóneas, justo cuando el género teatral de las Variedades alcanzaba su mayor esplendor. Gracias a ello, momento y tutelajes, llegó a convertirse en artífice de una modalidad musical, el cuplé, cuando éste se escinde del género ínfimo en el que surge y está alcanzando la categoría cultural que hoy se le reconoce. Una trayectoria ascendente y exitosa la de Consuelo Vello que sin el valimiento afectivo y artístico del periodista y escritor José Juan Cadenas no hubiese sido la misma.
Y precisamente el recuerdo del estupendo artículo que Mari Pau Domínguez escribió hace tiempo sobre la figura de Cadenas fue lo que me animó a tomar La magia de la libélula con enorme interés. Craso error: como diría el inmortal Marx, «yo he leído una novela estupenda, pero no ha sido esta».
La primera duda que cabe preguntarse al concluir las más de cuatrocientas páginas de esta obra es saber si nos encontramos ante una novela histórica, como indica la colección editorial en la que se ha publicado, o si se trata de una biografía, tal y como señala el subtítulo. Es difícil precisarlo puesto que teniendo elementos de ambos géneros el texto no pertenece sensu stricto a ninguno de ellos.
Todas las semblanzas biográficas que se han escrito sobre Consuelo Vello Cano toman como referente la primera que se publicó dedicada a su figura: el libro que el periodista y escritor Fernando Periquet (1872-1940) sacó a la luz en noviembre de 1915 bajo el título La Fornarina. Cancionista. Si bien hubo un pequeño folleto anterior (La novela de la Fornarina, de Diego López Moya), los distintos artículos y libros disponibles sobre la artista parten de la información que aporta Periquet. El problema es que seguramente llevados por la credibilidad del autor, la precisión de los datos que ofrece y su académica redacción, las posteriores biografías apenas han cotejado los datos allí expuestos con los que pueda haber en archivos, bibliotecas e instituciones.
En esta línea, La magia de la libélula mantiene algunas de las inexactitudes que ofrece Periquet. Un ejemplo de ello lo encontramos a la hora de referirse a los únicos hermanos de Consuelo Vello, identificados como Luisillo y Petra, cuando el completo estudio de Teresa García Álvarez (2023) señala que hubo otro hermano, Enrique (dato que corroboran sucesivas noticias de prensa sobre él) y el padrón madrileño de 1905 descubre la existencia de otra hermana, de nombre Atanasia.
De Periquet, asimismo, replica el dato de los inicios de Fornarina en el mundo del espectáculo desde su participación como corista en el Teatro Real. Una circunstancia honrosa donde las haya sino fuera porque el término resulta equívoco; las figuraciones en el más importante teatro de Madrid, y aún de España, consistían en esperar ante la puerta trasera del edificio para ser elegido en virtud de las necesidades escénicas del día. Al menos así lo recoge el escritor contemporáneo Fernando Luque en El chulo, el pollo y la bailarina.
Otro ejemplo de error repetido es la presunta ausencia de José Juan Cadenas en los últimos momentos de la artista. Un hecho que habría impuesto la familia y que La magia de la libélula elabora colocando a Cadenas en la puerta del hospital donde la artista agoniza, expectante a que desde la ventana de la habitación alguien le indique el curso de su recuperación. Semejante circunstancia no solo es refutada por algunas fuentes (como el artículo que el periodista Pablo Vila San Juan publicó en la Hoja del Lunes del 14 de julio de 1976) sino que resulta a todas luces inverosímil. Dejando aparte el enérgico carácter del hombre que había compartido once años de su vida con la artista, es evidente que para los códigos sociales vigentes en aquel momento, la potestad de un padre y un hermano casi marginales era inoperante ante la voluntad de quien días antes se había entrevistado con el mismísimo papa Benedicto XV.
Como decimos, Mari Pau Domínguez mantiene gran parte de los datos de Periquet, hecho que no reviste mucha importancia si el lector de su novela desconoce absolutamente quién fue La Fornarina. Sin embargo, no quiero dejar pasar la extraña libertad que la autora se toma cuando señala al pintor, político y periodista Alejandro Saint-Aubin como autor del sobrenombre de Consuelo. Sorprende el error; la propia artista confesó en varias ocasiones que tal iniciativa se la debía al periodista Javier Betegón.
Ante este horizonte no se puede hablar de esta novela como una biografía acreditada. Si cualquier aproximación a la memoria histórica tiene que abordarse bajo el criterio del estudio analítico, profundo y objetivo, el rescate de aquello que pertenece a la esfera de lo privado y cotidiano de la sociedad (¿podríamos denominarlo «memoria intrahistórica»?), no debe ser expuesto con menor grado de rigor. Cierto es que el papel de La Fornarina en nuestra historia social no tuvo una entidad tan relevante como para elaborar sobre ella una sesuda tesis doctoral (categoría que sí podría darse en Consuelo Portela o Helena Cortesina), pero recordar su figura y la de quienes la rodearon se merece un esfuerzo mayor que redactar lo ya publicado.
Si La magia de la libélula no puede clasificarse como una biografía normativa, catalogarla de novela histórica resulta aún más comprometido. Por un lado, en el texto aparecen algunos anacronismos imperdonables; por otro, la ambientación no alcanza el desarrollo idóneo en una novela de género.
En las primeras décadas del siglo XX los jóvenes adolescentes no se saludaban chocando las palmas de las manos (menos si era un chico y una chica); no existían los bolígrafos ni los gorros de plástico; en 1911 las personas no se iban «de vacaciones»; y, desde luego, no empleaban el vocablo «tirarse» a alguien para indicar que habían mantenido relaciones íntimas. Debo confesar que me arrancó una sonrisa leer en discurso directo como José Juan Cadenas le reprocha a Fornarina «te has tirado a un diputado»; a lo que ella responde airada: «¡yo no me he tirado a nadie!». Claro que llegué a la carcajada cuando el narrador afirma que [en 1913] Cadenas era «director y adaptador de operetas en el madrileño Teatro Reina Victoria». Aserto imperdonable ya que el teatro de la carrera de San Jerónimo no se inauguró hasta 1916.
Los escenarios donde se desarrollan las distintas acciones no están tratados con la suficiente entidad para erigirse en un protagonista más del argumento, característica de la novela histórica. Y cuando la autora detalla algún ambiente o personaje real a menudo se acerca más a la inserción informativa que a la elaboración literaria. Así ocurre con la descripción del teatro Apolo, el Romea, la escuela de Matilde Díaz del Corral, Alejandro Saint-Aubin, el Padre Benito, Marinelli, Colette o el doctor Cospedal. Por no mencionar el prolijo diagnóstico médico, con su medicación correspondiente, que un facultativo le receta a Fornarina; pura transcripción de un manual de la época.
Eso sí, la autora tiene la honestidad de adjuntar al final de su novela la bibliografía que ha consultado para la redacción de la misma. Lástima que entre los libros no figuren Troteras y Danzaderas (Pérez de Ayala, 1913), La carne de tablao (Álvaro Retana, 1917) o La sin ventura (J. Mª Carretero, 1923) obras más que interesantes para descubrir otras facetas sobre la vida de Consuelo Vello y su entorno artístico.
Desde el punto de vista literario La magia de la libélula es una novela irregular. El acertado arranque del coito callejero que deja en el pecho de Consuelo la indeleble huella de un mordisco simiesco, símbolo de las sórdidas condiciones de su adolescencia, la novela ofrece párrafos de gran lirismo. Unas notas que, precisamente por su calidad, hace que el lector se pregunte porqué el resto no está a la misma altura.
Mari Pau Domínguez apuesta por la protagonista con una rotundidad sin fisuras. Su libro rebosa admiración por la artista y cariño hacia la mujer. Sin embargo, sin llegar a hacer de ella la intrépida heroína de un best-seller, nos la muestra idealizada. La Consuelo Vello que describe se acerca más a la Cenicienta bondadosa, ingenua, leal y sufriente del cuento infantil que a la estrella de compleja personalidad que avala la documentación disponible. Es una mujer talentosa, romántica, leal y, sobre todo, víctima. Víctima del padre borracho y maltratador; de una Madame Fru-Fru, proxeneta; de un primer novio posesivo; del chantaje rufianesco del Padre Benito; de la multitud de hombres que ansiaban expresarle su admiración de forma poco virtuosa; de la artera envidia de su rival amorosa (¡pobre Consuelo Torres!). Y, siguiendo un estilo folletinesco, del mismo modo que tiene que luchar con personajes ruines empeñados en dañarla, también disfruta de la protección «madrinesca» de otros. Alejandro Saint-Aubin, Marinelli, Adrián Kaussman, su inseparable amiga Nati o el propio José Juan Cadenas, cuya relación tormentosa con la artista da la sensación que quedar justificada porque los celos y las infidelidades son constitutivos del sentimiento amoroso. Los personajes, reales o ficticios son buenos o malos al servicio de una protagonista cuyo carácter y e inteligencia distaban de ser tan brillantes como quiere hacernos pensar la autora.
La magia de la libélula es, pues, una obra sencilla, de amena y fácil lectura, sin más pretensiones que dar a conocer quién fue Consuelo Vello, la Fornarina, perpetuando la imagen que se tiene de ella. Falta un análisis profundo de la artista, su aportación real a la historia del espectáculo, de la moda y la imagen femenina. Hubiese sido muy interesante que Mari Pau Domínguez hubiese incorporado una visión de la artista desde la perspectiva de género, en línea con las importantes investigaciones de Isabel Cluá, Nerea Aresti, Uribe Viveros o Enrique Encabo entre otros.
Eso sí, la lectura de la novela que nos ocupa puede suscitar el interés hacia la Fornarina y descubrir con ello a Periquet, Carmen de Burgos, Álvaro Retana o, si tienen tiempo y muchas ganas, rastrear en la prensa del momento los innumerables artículos, críticas y entrevistas donde se la menciona; deliciosas lecturas todas ellas, con el encanto del ayer. Del mismo modo que aquéllos interesados en conocer a la artista y sus alrededores pueden acudir a las que hasta ahora constituyen dos buenas biografías: Vida trágica y breve de Fornarina, de Emilio García Carretero (2019); un autor que nos ofrece su trabajo con el entusiasmo de quien conoce muy bien el mundo del teatro. Y también el amplio recorrido de la vida y época que nos ofrece el libro de Teresa García Álvarez, La Fornarina y otras bellas del cuplé (2023).
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Mari Pau Domínguez, La magia de la libélula. La increíble historia de La Fornarina. Madrid, La esfera de los libros, 2024, 432 páginas.
Qué gran reseña, Rosalía, ¡enhorabuena! Da gusto leerte.
¡Una reseña sensacional, Rosalía, gracias!
Lo primero, gracias por esta excelente reseña. Como dice Javi, da gusto leer reseñas tan completas y esclarecedoras como la tuya ;-)
Lo segundo, y ya centrándonos en el libro en sí, al leer tu escrito creo observar que el libro de Mari Pau Domínguez no te ha llenado del todo, quedando la figura de la Fornarina un tanto ambigua e idealizada. Y es una pena porque por un lado la historia que nos ofrece la autora debe ser muy interesante pero, tras leerte, creo que se queda corta, y por otro lado no sé que hacer porque tenía el libro en el punto de mira y ahora me quedo sin saber si leerla o no. Qué hacer, qué hacer…
De todas maneras, de nuevo, felicidades por la reseña :-)
Saludos.
Muchas gracias a vosotros!!!
Por favor, Balbo, si tienes ocasión debes leer esta novela!!!
Como digo, supone un acercamiento al personaje y eso es siempre ocasión de abrir nuevos horizontes de búsqueda…
Okeis, te tomo el testigo y en cuanto pueda le echaré una lectura. Gracias Rosalia ;-)
Qué bueno Rosalía. Bienvenida tú, tu estampa y, de paso, tu reseña, maja. ;-)
Enhorabuena, Rosalía. Tienes una soltura de vocabulario que da gusto leerte.
Haces de la reseña ,que se lea con auténtico placer.