LA HISTORIA DE LA LIBERTAD EN EE.UU. – Eric Foner
En el contexto del patrimonio identitario de los Estados Unidos, posiblemente ninguna idea sea tan decisiva como la de libertad: define de modo esencial la conciencia colectiva del pueblo estadounidense y destaca como ninguna otra en su vocabulario político. Desempeña además un papel de primer orden en la legitimación de la institucionalidad nacional y resulta invaluable como mecanismo de cohesión social. La misma retórica gubernamental ha tendido a identificar los intereses nacionales con un interés universal: la liberación del género humano en su totalidad, atribuyendo al país la misión de hacer de «faro y guía de la humanidad» (una postura que fácilmente se desliza hacia la arrogancia e inspira una fraseología del estilo de «Nuestra nación es la mayor fuerza del bien de la historia» – George W. Bush-). En cautivante libro publicado originalmente en 1998, el historiador Eric Foner (Nueva York, 1943) traza el recorrido de la idea de libertad en la historia de la república norteamericana.
El planteamiento es presidido por una concepción dinámica de libertad: no como una categoría fija y predeterminada con arreglo a la cual se evalúe la historia de los EE.UU., sino como un concepto controvertido dotado de significados alternativos; una idea que cambia con los tiempos y cuyos márgenes se amplían o se restringen según las circunstancias. El libro consta de un primer gran tema que es el de la constante remodelación del mapa conceptual de la libertad en los EE.UU., o de cómo esta idea ha ido reconfigurándose al calor de los acontecimientos: rivalidades políticas, tensiones sociales y económicas, el empuje de movimientos emancipatorios, roces entre paradigmas culturales dominantes y disidentes, expansión geográfica y demográfica, guerras.
No obstante lo escurridizo del concepto de libertad en la historia estadounidense, dice Foner, es posible reconocer algunas de sus dimensiones más relevantes, las que proporcionan los ejes que orientan el análisis del autor. Ni excluyentes ni incompatibles entre sí, estas dimensiones son las siguientes:
- libertad política o derecho de participar en asuntos públicos, que en gran medida equivale a la lucha por el derecho al voto, del que amplios sectores de la población fueran sistemáticamente excluidos;
- las libertades civiles: la Carta de Derechos (Bill of Rights, 1791) es fundamental al respecto pero no siempre ha prevalecido sobre medidas y prácticas atentatorias de los derechos individuales;
- un ideal moral o cristiano de libertad: sectores puritanos y conservadores han interpretado la libertad sobre todo como la capacidad de actuar de acuerdo a un criterio ético;
- libertad personal, entendida como facultad de decidir sin coacciones externas: en la versión de signo liberal, ha tendido a oponerse a las inhibiciones a la libertad de elección propugnadas por sectores conservadores;
- libertad económica, dimensión relacionada con la definición de qué tipos de relaciones económicas son constitutivas de libertad individual en el ámbito laboral.
El segundo gran tema es el de las condiciones políticas y sociales de la libertad, esto es, las circunstancias necesarias para su consolidación en una sociedad altamente dinámica y de significativa conflictividad como la estadounidense (una de cuyas fuentes de tensión reside en la ambigua relación con una modernidad que, entendida como secularización y liberalización de las prácticas sociales, suscita profundo rechazo por parte de sectores tradicionalistas). Este tema supone delimitar lo que los estadounidenses han considerado como coerciones ilegítimas u obstáculos a la libertad (esclavitud, segregación de minorías étnicas, discriminación de inmigrantes, el Estado, presiones sociales en pos de una homogenización cultural, concentración del poder económico, etc.), además de establecer los modos en que las relaciones socioeconómicas y las instituciones públicas han incidido en la disponibilidad de un campo de acción y elección para los individuos.
El tercer gran tema es el de la definición de los grupos que han podido disfrutar de los beneficios de la libertad; cuestión que problematiza la contradicción entre la proclamación de la libertad como un bien universal e inalienable y la privación de este derecho a amplios segmentos de la población. Este choque entre universalismo discursivo y exclusión fáctica acentúa el carácter condicionado de la libertad, supeditada al grupo de pertenencia según variables como etnia, clase y género, y pone en entredicho la validez del llamado «Credo americano», esto es, la creencia en la dignidad esencial de todos los individuos y su inalienable derecho a la libertad como fuente de una narrativa unificadora y apologética del pasado estadounidense. Cuestionamiento tanto más pertinente cuanto más se considera la persistencia, durante mucho tiempo, de una concepción del voto más como privilegio que como derecho: una idea por lo general adscrita a la de una presunta incompatiblidad congénita entre virtudes cívicas y determinadas categorías «raciales» (negros, pueblos aborígenes, asiáticos, hispanoamericanos, judíos, etc.).
A modo de telón de fondo de estos tres grandes temas está el de la autopercepción de los estadounidenses como entidad colectiva. Un estudio como el abordado por Eric Foner supone una aproximación a la continua remodelación de las fronteras de la identidad estadounidense y, en palabras del autor, «expone las contradicciones entre lo que Estados Unidos dice ser y lo que realmente es». En esta tesitura, Foner hace suyo el concepto de nación como «comunidad imaginada», acuñado por el politólogo Benedict Anderson: nación no sólo como entidad política sino como un estado mental, una comunidad demarcada por límites tan intelectuales y emocionales como geográficos. La nación es discurso, un constructo ideológico que se genera en base a interacción social; no un ente atemporal sino una categoría sujeta a los vaivenes de la historia y que, en el caso estadounidense, tiene en la idea de libertad uno de los factores que determinan las líneas de inclusión y exclusión de la nacionalidad.
Una idea, la de libertad, sobremanera móvil, ambigua y multiforme. Por largo tiempo prevaleció un uso metafórico de su contrario, la idea de esclavitud, en expresiones como «la esclavitud del salario», «esclavitud de la deuda», «esclavitud del sexo» (en sentido de género), mientras se cerraba los ojos a la muy concreta esclavitud de la población negra o a las paupérrimas condiciones de vida que en su mayoría padecía; lacras éstas que se tornaron invisibles para los estamentos que determinaban los márgenes de la comunidad nacional. También ha sido recurrente un uso selectivo de la noción de libertad, en que la delimitación excluyente de la ciudadanía ha consagrado diversas formas de segregación política, social, económica y cultural. (En 1947, el subsecretario de Estado, Dean Acheson, pronunciaba ante una reunión de potentados del delta del Misisipi una alocución rebosante de consignas libertarias y democráticas, en circunstancias que la población negra de la zona, el 70% del total, no sólo carecía de voz en la elección del gobierno sino que sufría una miseria atroz y una persistente amenaza de violencia legal y extralegal.)
Distintas coyunturas históricas mostraron la disposición de todos los bandos políticos a hablar el lenguaje de la libertad en nombre de los propósitos más opuestos. En el siglo XIX, abolicionistas y defensores de la institución de la esclavitud reivindicaban por igual el legado doctrinario y normativo de la independencia. (A James Madison no le faltaba razón cuando sostenía que la Constitución, de la que fue uno de sus redactores, amparaba muy eficazmente la esclavitud.) Desatada la Guerra de Secesión (1861-1865), tanto confederados como unionistas alegaban luchar en defensa de la libertad. Con el cambio de siglo, esta noción conservó su carácter proteico: en los días de la Gran Depresión, partidarios y detractores del New Deal (política que suponía un grado importante de intervencionismo estatal en economía) competían en invocar la libertad como fundamento de sus respectivas posturas.
Se percibe el pulso de la remodelación de la idea de libertad en el historial de sus indicadores. Inicialmente, el indicador por excelencia era la propiedad: ser propietario era el signo de autonomía que garantizaba la dosis de virtud cívica requerida por la nueva institucionalidad republicana. Tan importante aunque menos alardeado era el principio de la comunidad de sangre, esto es, la «raza»: la proclamada libertad «universal» era, en realidad, un privilegio excluyente de los blancos; en general, los legisladores que fundaban las bases de la flamante república libertaria no hallaban mayor contradicción entre este cometido y el hecho de ser propietarios de esclavos. Ambos indicadores podían llegar a complementarse: para muchos estadounidenses, tener esclavos era el modo de acceder a la autonomía económica que aseguraba el disfrute de una auténtica libertad.
Conforme avanzaba el siglo XIX se producía el declive de la vinculación entre la propiedad y la pertenencia a la comunidad política, proceso que hacía del derecho a voto el baremo principal de la libertad. En efecto, la participación política a través del voto y la lealtad a unas instituciones públicas resultaban fundamentales en una nación que se definía en importantísima medida como comunidad cívica; carecer del derecho a sufragio venía a ser un estigma y la más radical negación de libertad.
Con la industrialización del país y la expansión del bienestar material, indicador de libertad será el percibir un salario justo y digno. Uno de los factores de tensión social y política fue, durante el siglo XIX, la idea de que la dependencia económica del trabajo asalariado representaba una forma de esclavitud; una vez legitimado –ideológica y políticamente- el concepto de salario, favorecido además por la prosperidad de fines de siglo, la idea de esclavitud salarial fue eclipsada por la lucha contra la desigualdad de ingresos: ya no se criticaba el sistema salarial en sí sino su funcionamiento, que daba lugar a diferencias de ingreso abismantes e impropias de una democracia. El vocabulario político incorporó las acepciones de «libertad industrial» y «democracia industrial», tan equívocas que las enarbolaban tanto socialistas como antisocialistas, líderes sindicales y empresarios. Después de 1929, cuando disponer de algún empleo era la apremiante aspiración de muchos estadounidenses, se vio la necesidad de redefinir la libertad; en 1935, el filósofo John Dewey, defensor de las políticas intervencionistas del presidente Roosevelt, llegó a concebir la seguridad material como «el» indicador de libertad del momento.
En paralelo a estas vicisitudes históricas, las luchas por la emancipación de las mujeres hicieron de la facultad de disponer de sí mismas –de su cuerpo, de su tiempo, de la sexualidad y la maternidad- una causa públicamente relevante, entrelazada con la lucha por la emancipación económica y el derecho a voto de la mujer. (Tempranamente, la publicidad de los electrodomésticos hizo provechoso uso del motivo de la «esclavitud de la cocina», de la que los novedosos aparatos prometían liberar a la mujer.) Con todo, el igualitarismo feminista podía minar inadvertidamente su legitimidad cuando se combinaba con prejuicios raciales y de clase; no era raro que, a fines del siglo XIX, vehementes feministas reclamasen el derecho a voto para las mujeres blancas en razón de su pertenencia a una «raza superior».
El siglo XX fue, en importante medida, el de las libertades civiles. Antes de 1920, la libertad de expresión –por ejemplo- carecía de verdadera protección legal, postergada como había sido por la (presunta) necesidad de amparar la dignidad de las autoridades y la de limitar la exposición de sectores sociales vulnerables a influencias corruptoras, cuyo vehículo eran los libros y los incipientes medios de comunicación de masas; en las primeras décadas del siglo pasado hubo más demandas judiciales en favor de la libertad de expresión que en todo el siglo anterior. Azotado el país por la Gran Depresión, el foco pasó de las libertades civiles a la inseguridad económica; algunas voces alertaban sobre la inutilidad de las conquistas políticas de sus antepasados, puesto que ahora (en los años treinta) imperaban el desempleo, la desigualdad económica y el «despotismo industrial». En la década de 1950, la lucha por las libertades civiles de la población negra devino fundamental, sumándose en la década siguiente el movimiento por la emancipación juvenil y la oposición a la Guerra de Vietnam. Simultáneamente, en el marco de la polarización ideológica de la Guerra Fría -y en apoteósica celebración de la sociedad de consumo-, los sectores conservadores hicieron de la libertad de empresa la suprema medida de libertad y enseña distintiva del mundo libre frente a la amenaza comunista. Un mercado totalmente exento de trabas fue concebido como espacio privilegiado de realización colectiva e individual, y la competencia de mercado se convirtió en «una especie de arquetipo de la libertad del individuo» (Norbert Elias). La expansión de la riqueza y el deterioro de una cultura pública común han tendido a poner al consumidor en el lugar antes reservado al ciudadano, trivializando el lenguaje cívico-político. En concepto del autor, el panorama no mejoró en los años que siguieron al fin de la Guerra Fría.
El libro transmite una visión crítica de la historia de los EE.UU., operando como antirrelato o historia alternativa frente a narrativas de tono heroico y complaciente. Ofrece, sin duda, una lectura apasionante.
– Eric Foner, La historia de la libertad en EE.UU. Península, Barcelona, 2010. 641 pp.
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Me interesó el libro desde que apareció, y aunque lo tuve en mis sarmentosas manos no pude leer demasiado por falta de tiempo que no de interés.
¡ Que razón al afirmar que ningún concepto es tan querido por los estadounidenses como el de «Libertad»!. ¡ Y que rica y variadamente han definido el concepto !.
No se puede negar que has realizado una cuidadosa disección del libro Rodrigo, al menos por lo que yo recuerdo del mismo.
Como mención especialmente curiosa,el prólogo del autor para la edición española,donde comenta el agotamiento del término.
Otro libro con una pinta excelente y que dan ganas de comprar y leer tras leerse una reseña tan interesante.
Un libro que aborda la historia y la forma de hacer política de los EEUU de una forma crítica -que no negativa- puede ayudarnos a comprender muchos aspectos del mundo actual.
Eso es, Vorimir: una visión crítica de la historia, o el lado B del asunto. Es de agradecer que se escriban trabajos de este tipo (y que se los traduzca al catellano, aunque sea con algo de tardanza).
Sí, Uro, el prólogo al que aludes es muy interesante; incluyendo los varapalos para el gobierno del Bush Jr.
Saludotes.
Rodrigo, siempre reseñas libros muy interesantes. Tomo nota, y aprovecho para felicitarte por tu reseña, que como siempre, es magnífica.
Gracias, Valeria.
Como “contrahistoria”, lo de Foner es más o menos por el estilo de Howard Zinn, autor que no te es desconocido. Tiene sus posibilidades.
Buenas tardes:
Una reseña muy enjundiosa y de una profundidad prohibitiva para legos, como el que escribe.
La historia de USA la tengo en el punto de mira pero el tiempo y el retraso de lecturas la pone lejos. Todavía no he comenzado con el de Tocqueville que tengo pendiente (La democracia en América).
Veo que el libro es una especie de estudio, que con la excusa de hablar de la libertad, habla de los «contextos» sociales y culturales por los que ha pasado USA, con un sentido revisionista respecto de la tradición patriótica norteamericana, ¿no?
PS: es curiosa la portada del libro, que es una foto sobre el desembarco en Normandía y, además, es la misma de la de Keegan, «Seis ejércitos en Normandía».
No es que yo sea muy versado en materia de historia de los EE.UU., Antonio. El libro se deja leer. Y bueno, la obra de Tocqueville es un clásico del pensamiento político.
En cuanto a tu consulta: pienso que el libro de Foner no es exactamente un “estudio sobre los contextos sociales y políticos, etc.” pero sí que se aproxima a esto, o que en parte ofrece algo como lo que señalas, pero sólo en parte –enfatizo-. El tema de la libertad no es una mera excusa sino de veras el motivo central. Y sí, me he enterado de que a Foner se lo considera un autor revisionista aunque no sé si respecto de una tradición patriótica. Lo que está claro es que es un historiador crítico del conservadurismo y de cualquier perspectiva conformista y autocomplaciente. El revisionismo de Eric Foner parece referirse, más específicamente, a sus estudios sobre la Reconstrucción (el período que siguió a la guerra civil).
Lo de la foto de portada es curioso, teniendo en cuenta que el libro no se refiere mayormente a la política exterior de los EE.UU. Cuando toca el tema de las guerras lo hace para analizar los efectos que éstas han tenido en el plano interno del país, siempre en torno a la libertad (cambio de perspectivas, movilización social, represión, etc.).
Saludos.