LA GUERRA DE SUCESIÓN DE ESPAÑA – Joaquim Albareda Salvadó

Tras un asedio de sesenta y un días, la ciudad capituló. Entre muertos y heridos, las bajas fueron de 7.000 caídos para los defensores, mientras que los atacantes perdieron más de 10.000, aunque eran cerca de 40.000 los que bloqueaban la ciudad desde dos meses antes.  Los resistentes fueron a parlamentar con el general en jefe de los asediantes las condiciones de la capitulación. Pero el tiempo había pasado, fue la respuesta que recibieron, complementada con un «habíamos entrado en la ciudad y podíamos si queríamos pasarlos todos a cuchillo». Sólo quedaba la simple y completa sumisión a la obediencia del rey e implorar su clemencia. Nada más. Varios después se comunicó a los representantes de la ciudad la disolución de las instituciones del territorio: Cortes, Diputació y Consell de Cent, la constitución de los municipios, la abolición de la figura del virrey y del gobernador, la supresión de la antigua Real Audiencia, de los veguers y del resto de antiguos organismos ejecutivos del poder real. Las ropas de los representantes de estas instituciones, las banderas y los estandartes debían ser entregadas a las nuevas autoridades. Se selló los archivos y escribanías, incluida la Taula de Canvis. Una Junta de administradores se encargó de sustituir al fenecido Consell de Cent y ponía fin al sistema de representación política que daba voz a los colectivos de artesanos y mercaderes, sustituidos ahora por nobles y personas fieles al monarca. Un año después, se instauró un nuevo marco legal. En palabras de Pierre Vilar, el Estado catalán dejaba de existir.

No, esta reseña no va sobre un asedio, una defensa empecinada de un sistema jurídico o una loa nostálgica de un estado de cosas existentes hace tres siglos y que murió, no precisamente de muerte natural, tras una vida de varios siglos. No, se confundiría el lector si cogiera un libro como La Guerra de Sucesión de España (1700-1714) de Joaquim Albareda Salvadó (Crítica, 2010) y pensara que está ante un libro más sobre el conflicto sucesorio. Y se confundiría si pensara que el libro sólo se refiere a cuestiones militares. Y se equivocaría si no considerara que en esta obra se ofrece una mirada internacional al conflicto sucesorio, aportando nuevos documentos de archivos franceses, británicos y austríacos.

Pero sin duda acertaría si llegara a la conclusión de que estamos ante una obra que, en cierto modo, es la culminación de una carrera de larga distancia: la de Joaquim Albareda (n.1957), quien concentra en este volumen sus investigaciones de los últimos veinte años. Desde que se doctoró en la Universitat Autònoma de Barcelona en 1990 con una tesis (Els inicis de la Guerra de Successió a Catalunya, 1700-1705) editada tres años después (Els Catalans i Felip V: de la conspiració a la revolta, 1700-1705, Vicens Vives, 1993), Joaquim Albareda nunca ha cejado en indagar acerca de la Guerra de Sucesión española en general, el partido, el proyecto y la ideología austracista en particular, y la vertiente internacional del conflicto bélico en los últimos años. Fruto de todo ello son múltiples participaciones en congresos y jornadas, diversos libros –a destacar Felipe V y el triunfo del absolutismo. Cataluña en un conflicto europeo (1700-1714) (Generalitat de Catalunya, 2002) y El «cas dels catalans». La conducta dels aliats arran de la guerra de Succesió (1705-1742) (Fundació Noguera, 2005)– y decenas de artículos en revistas científicas; así como la creación del Grupo de Estudio de las Instituciones y de la Sociedad en la Cataluña Moderna,[1] creado en 1992. Con todo ello, pues, estamos ante un libro que no procede de un investigador novel, sino de quien bien puede pasar como una de las principales figuras a nivel europeo sobre la Guerra de Sucesión.

Entremos en materia, ¿no? A la pregunta sobre el tema de este libro, pues, cedo la palabra al autor, que nos responde ya de entrada en la introducción:

«Pretendemos, mediante este libro, ofrecer una panorámica global de la Guerra de Sucesión en España atendiendo a su doble componente: internacional e interno, dando lugar este último a una guerra civil. Soy consciente de que estamos lejos, aún, en el estado actual de los estudios sobre la materia, de poder ofrecer una visión exhaustiva de aquel acontecimiento que marcó profundamente la historia de España». (p. 10)

¿Y lo cumple? Sobradamente. Ya sabéis los que me leéis habitualmente que huyo de etiquetas como «el libro definitivo sobre la Guerra de Sucesión», pero de momento este libro se acerca mucho a esta categorización. Una categoría que por otro lado sería incompleta, pues no estamos simplemente ante un libro de índole militar, sino ante una obra de análisis de fuentes y con un enorme esfuerzo de narrar lo que en cierto modo fue una guerra civil. Sí, y también algo más:

«El objetivo de este libro es proporcionar algunas claves explicativas básicas para entender qué se debatió en aquel gran conflicto, una “guerra más que civil” según el jurista exiliado Joseph Plantí; cómo el omnipresente factor internacional marcó el ritmo de la guerra desde el inicio y hasta su conclusión; qué proyectos alternativos entraron en colisión con motivo de la disputa dinástica; a grandes trazos, cómo se desarrolló la guerra; cómo se organizaron los gobiernos en las dos Españas enfrentadas (el de Felipe V y el de Carlos III el Archiduque) y a qué adversidades tuvieron que hacer frente; cómo se saldó el enfrentamiento; y, finalmente, cómo se consolidó el nuevo régimen borbónico y las reformas emprendidas por éste, a la par que el influyente grupo de exiliados desarrollaba su actividad política en el exilio incluso después de la paz de Viena. No pretendo, por otra parte, abrumar al lector con un sinfín de referencias puntuales sobre acontecimientos, ni sobre bibliografía existente en relación con determinados aspectos». (pp. 10-11)

En este párrafo, pues, está sintetizado el propósito de un libro que nos acerca a múltiples cuestiones sobre el conflicto sucesorio, sobre los que no voy a incidir más. Sí es interesante remarcar la intención del autor de tratar los proyectos que se enfrentaron, en clave hispánica, y que no se reducen a la habitual dicotomía entre absolutismo borbónico vs. neoforalismo austracista, a la pugna dinástica de Borbones vs. Habsburgos, ni siquiera al simplista debate en torno a centralismo vs. periferia. Porque aunque el proyecto de Felipe V, quien acabaría implantando en España el modelo más perfecto, si es posible, o el más cercano a la perfección del paradigma absolutista, terminó progresivamente con las libertades y constituciones de los diversos territorios de la Corona de Aragón, sería una falacia ver en el proyecto austracista un modelo de democratización y/o mayor participación política, cuando en realidad se trataba del mantenimiento de un orden constitucional representativo y plural (en clave de Antiguo Régimen, desde luego). Definir el austracismo, especialmente en Cataluña, como la opción dinástica por el archiduque-rey Carlos III también es reducir al mínimo la importancia de un movimiento de diversa y amplia base: un grupo de constitucionalistas de las Cortes (los llamados celantes, según palabras del cronista Francesc de Castellví), el núcleo embrionario del partido austracista, y que en las Cortes de 1701-1702 defendieron las constituciones de Cataluña y el carácter contractual de las relaciones entre monarca y territorio; propietarios y campesinos activos —los llamados vigatans, procedentes de las comarcas del interior y que destacaron en la Guerra de los Nueve Años (1689-1697)—, que capitalizaron la francofobia de esta zona; un grupo de la burguesía de negocios de la capital y de la zona del Maresme, consolidada durante el siglo XVII, que se miraba en el espejo del modelo comercial (y político) holandés e inglés, y que hizo fortuna con el pujante comercio de, entre otros productos, el aguardiente; y un grupo de eclesiásticos (excluyendo las altas jerarquías y los jesuitas) que además de la cuestión francofóbica añaden el temor a la desaparición de su estatus privilegiado por parte de la nueva monarquía borbónica (elemento que les asimila a canónigos como Pau Claris, presidente de la Diputació del General o Generalitat durante el estallido de la Guerra de los Segadores de 1640). La variedad de este partido austracista no implica que no hubiera elementos comunes de acción, como la defensa de la constituciones catalanas, el paraguas bajo el que se refugiaban los intereses, las particularidades y los privilegios de toda la población de Cataluña, desde los nobles a los artesanos y menestrales.

Por su parte, el proyecto felipista tuvo desde el principio una fuerte influencia de la corte francesa, que envió a personajes de influencia política a la corte del nuevo rey Felipe V (como la princesa de los Ursinos, cuya aspiración a un principado en Limburgo, en los Países Bajos, influiría en la firma final de los tratados de paz de Utrecht en 1713), intendentes y hombres de negocios como Jean Orry y Michel Amelot (indispensables para una reforma de la recaudación de tributos y para una reformulación de los dividendos del imperio americano que favoreciera los intereses franceses), y contó desde el principio con el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana (la adscripción del almirante de Castilla a la causa austracista incluso antes de Felipe V es de las pocas muestras de divergencia entre la aristocracia castellana). La implicación de funcionarios importantes como Melchor de Macanaz y José de Grimaldo en la corte felipista dio paso a una reformulación del propio gobierno de la monarquía en Madrid, donde el sistema de consejos empezó a perder influencia mientras crecía el poder de las secretarías del Despacho, carteras ministeriales de nuevo cuño (Estado, Guerra, Hacienda, Justicia, Marina e Indias). Junto a este proceso de reforma del entramado gubernamental, insistimos que en clave francesa, se produjo también un auge de la venta de cargos y oficios, exacerbado en momentos de falta de liquidez por parte del monarca; medidas, que sin embargo no sufragaron del todo las necesidades económicas de Felipe V para costear la guerra, pues en los peores momentos de estrechez financiera del rey (1708-1709, los años de mayor debilidad de la causa borbónica en Europa) tuvo que ser Luis XIV quien asumiera las deudas de su nieto con asentistas franceses, que le surtían de armas, uniformes y equipajes de caballería: «un estado que iba atendiendo a sus deudas con largos retrasos y de forma parcial cuando lo hacía, que iba enviando socorros o que dejaba simplemente de pagar» (citado en p. 251).

La corte austracista de Barcelona no lo pasó mucho mejor durante la guerra, aunque el apoyo económico de Inglaterra y del Imperio no faltó, así como el suministro de hombres y armamentos. Pero la causa austracista en los territorios de la Corona de Aragón, reducidos a Cataluña tras la derrota en Almansa (1707), sufriría un cambio radical con el paulatino abandono de los apoyos británicos, especialmente tras la muerte del emperador José I y su sustitución por su hermano, el archiduque-rey Carlos III, como Carlos VI. De sobras es conocida la decisión inglesa de abandonar la guerra ante la posibilidad de que se produjera un dominio universal austríaco, si bien no menos decisivas fueron las negociaciones en los años 1709 y 1710 con la corte francesa de cara a la firma de unos tratados de paz. El cambio del gobierno whig en Londres (que había dado prácticamente carta blanca al duque de Marlborough como comandante supremo británico) por los tories, encabezados por el secretario de Estado Bolingbroke en 1710 significó el fin de la ayuda inglesa a la causa austracista y la búsqueda de un acuerdo negociado con Luis XIV que, rompiendo las disposiciones del Pacto de Génova firmado con la representación catalana en 1705, tratara de salvaguardar los intereses comerciales británicos en América (el famoso asiento de negros, el navío de permiso, etc.). Posteriormente, con la caída del gobierno conservador de Bolingbroke y la llegada del nuevo rey Jorge I de Hannover, se produciría un proceso judicial en torno al «caso de los catalanes», que ha dejado notables documentos en los archivos ingleses (investigados por Albareda durante los últimos años, siendo en parte este libro fruto de dichas aportaciones documentales). La ausencia del archiduque-rey Carlos III (emperador Carlos VI) de Barcelona desde 1711 y la situación de interinidad de la regencia de la emperatriz Elisabeth de Brunswick y del mariscal Guido von Starhemberg en Barcelona debilitaron a la causa austracista. El abandono de las tropas imperiales tras la firma del tratado de paz de Utrecht dejaría a los resistentes austracistas en Cataluña como único baluarte final frente al embate de las tropas borbónicas dirigidas por el duque de Berwick. El final de la película ya lo conocemos: la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714.

De este modo, y con ello termino, analizamos con Albareda el conflicto sucesorio con una variedad de factores a nuestra disposición. En sus palabras, «estoy convencido de que sólo es posible entender aquel conflicto a escala hispánica si atendemos a la doble realidad territorial y, en último término, política que lo alimentó, ambas siempre relacionadas. En términos analíticos, no nos sirven las explicaciones de una única causa, ni tampoco las que atienden solamente a uno de los dos bloques territoriales. Se impone, pues, la necesidad de un análisis multifactorial, despojado de tópicos, sin visiones idealizadas de ningún tipo y que tenga en cuenta la realidad territorial diversa de las Españas» (p.11). En esta línea, pues, nos hallamos ante un libro esencial, de referencia y de lectura casi obligada, no sólo sobre la propia Guerra de Sucesión española, sino también —como lo fue La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640) de John H. Elliott (primera edición en 1963, revisada en 1979) para las causas de la Guerra de los Segadores— clave para entender qué proyectos se enfrentaron en la guerra civil que se produjo en la Monarquía Hispánica, la España de principios del siglo XVIII.

[tags]Guerra de Sucesión, España, Felipe V, Archiduque Carlos[/tags]

Compra el libro

Ayuda a mantener Hislibris comprando LA GUERRA DE SUCESIÓN DE ESPAÑA en La Casa del Libro.

 

 


[1] http://www.upf.edu/grpsalbareda/esp/index.html

     

75 comentarios en “LA GUERRA DE SUCESIÓN DE ESPAÑA – Joaquim Albareda Salvadó

  1. Vorimir dice:

    Buena reseña-artículo; yo tengo algunos libros que tratan el tema y quizás con ellos doy por cubierto mi cupo, aunque éste parece realmente interesante. :D

  2. José Sebastián dice:

    Gran reseña, Farsalia, sobre una etapa de la Historia española y europea no suficientemente explorada.

    Como apunta Vorimir tengo ya el cupo en torno a la Guerra de Sucesión con dos obras:

    «Entre Austrias y Borbones. El Archiduque Carlos y la monarquía de España» de la profesora de la Universidad Complutense Virginia León Sanz. Lo leí hace unos cinco o seis años y me sirvió para situarme en el contexto histórico y tener una idea clara del enfrentamiento entre Austrias y Borbones por el vacante trono español y, por ende, por la hegemonía en Europa y el mundo.

    «La conquesta anglesa i la pèrdua espanyola de Menorca com a conseqüència de la Guerra de Successió a la corona d’Espanya» del catedrático de les Illes Balears Josep Juan Vidal – un erudito en la materia – de la Editorial El Tall. Lo leí el verano pasado aprovechando mi habitual estancia de varios días en la preciosa isla de Menorca. Es un libro que focaliza el conflicto entre austracistas y borbones en las Islas Baleares y, concretamente, en Menorca, donde el puerto de Mahón era codiciado por ambos contendientes. El conflicto, finalizado con la Paz de Utrecht, supuso la dominación británica de la isla durante casi un siglo y fue un ejemplo claro de cómo se tomaron las decisiones en las altas esferas a espaldas de los habitantes de la isla que defendieron, mayoritariamente, la causa del archiduque Carlos pero que no querían la dominación extranjera a la que se vieron sometidos.

    Saludos.

  3. Farsalia dice:

    Gracias, muchachos. El libro de Albareda es, hoy por hoy, la mejor obra de conjunto sobre el tema. Lejos queda la monografía de Henry Kamen, en muchos sentidos incomprensible, y la de Pedro Voltes es pintoresca, pero apenas aporta nada; la historiografía, en esencial catalana, de las últimas décadas ha tratado mucho el tema, procurando superar interpretaciones romanticistas del siglo XIX, y sigue ofreciendo numerosas aportaciones, gracias a un estudio más profundo de las fuentes y, especialmente, del material de archivo. Que siga así por mucho tiempo.

  4. Antígono el Tuerto dice:

    Pues yo no tengo ningún libro sobre el tema, de hecho creo que lo único que he leído ha sido algún artículo en la revista Historia y Vida y para de contar.
    Lo cierto es que recientemente he visto por ahí publicado un libro sobre el ejército de Felipe V que trata sobre esta guerra, aunque desde el punto de vista estrictamente militar.
    Viendo la reseña de Farsalia («peazo» reseña diría yo) el libro tiene mucho jugo y da una óptica amplia del conflicto (desde el punto de vista local, internacional, militar, diplomático, etc…). Tiene buena pinta, y viene bien, ya que ahora estamos en el tricentenario de esta guerra, por si alguien no se ha dado cuenta con el bicentenario de la Guerra de Independencia.

  5. Arus dice:

    Menos mal que ganaron los felipistas

  6. Balbo dice:

    ¡Buena reseña gato!. Un buen libro, por lo que nos comentas, y necesario ya que no sé por qué es bastante escaso en las estanterias de las bibliotecas, aunque discrepo contigo en lo de Voltes. La estoy terminando ahora y me parece muy buena para iniciarse en el tema de la Guerra de Sucesión. Y por cierto también te recomiendo la de Calvo Poyato titulada La Guerra de Sucesión, en aquellas pequeñas monografias de Anaya.

    Saludetes ;-)

  7. Antígono el Tuerto dice:

    ¿Y eso Arus?, ¿qué hubiese pasado si hubiera ganado el Archiduque?

  8. APV dice:

    Una cosa ¿el libro se centra más en lo sucedido en España?

  9. Farsalia dice:

    El libro se centra en la guerra (y la política) en la península, pero en ningún momento deja de lado el escenario internacional, ya sea en Europa, ya en América.

  10. Horus-chan dice:

    Joer, menuda reseña, por Dios! Muy buena, y el libro tiene muy buena pinta. A ver si lo puedo conseguir, pues estoy como Antigono. No tengo nada en casa que profundice sobre el asunto.

  11. temax dice:

    Muy buena reseña :) Lo único que me ha dejado perplejo es esta frase:

    «En palabras de Pierre Vilar, el Estado catalán dejaba de existir.»

    Hombre, yo siempre había creído que para que algo exista, primero tiene que dejar que existir, jeje Y que yo sepa no existía ningún Estado catalán, por lo que Perre Vilar no sé bien a qué se refiere.

    Es muy sabido que en España el nacionalismo periférico ha intentado reinventar la Historia aludiendo a 1714 como la fecha en la que Cataluña perdió una supuesta independencia. Pero la realidad es bien distinta, y como muy bien señala la reseña, dos dimensiones claras, internacional y nacional, con ésta última acabando en guerra civil.

    Ni guerra entre españoles y catalanes, ni Estado catalán que desapareciera. Ni más ni menos que una Guerra de Sucesión.

    Un saludo!

  12. temax dice:

    Nótese la ironía en «Hombre, yo siempre había creído que para que algo exista, primero tiene que dejar que existir, jeje» xD

  13. Farsalia dice:

    Sinceramente, a mí el nacionalismo periférico (o el central, tanto me da) puede decir lo que le dé la gana, me importa bien poco. No me interesa lo más mínimo, me interesa la historia. Pero que existió un estado, o la expresión de la época más acertada, es evidente, y no sólo por un ordenamiento jurídico propio, unas Constituciones y libertades (léase, por favor, en clave «moderna» no contemporánea), unas instituciones que funcionaban, una cierta representatividad… pero sí, existió (a fin de cuentas, la Monarquía Hispánica no fue un estado monolítico y unitario… como tampoco, en cierto modo, lo fue la Francia del Antiguo Régimen, y no pasa nada por situarse en la época por una vez). Como en otros territorios de la Corona de Aragón hasta 1707. Sinceramente no entiendo la manía de negar lo que la historia nos relata (sin necesidad de reinventar nada) para leerla en clave actual y con el «anti» siempre de por medio. Como tampoco entiendo esa manía de unificar la realidad de los siglos modernos, como si eso sirviera para justificar la existencia hoy día de un estado unitario.

  14. iñigo dice:

    Un sistema jurídico y unos fueros como los que tenía Cataluña no implica que fuera un estado-nación independiente como tal, desde mi punto de vista. Existían Fueros en Navarra, Aragón, Castilla, Valencia y Cataluña, lo que les daba una personalidad jurídica y de cierto autogobierno, pero de ahí a ser un estado con todo el contenido de la palabra me da que no. Y no entro a discutir aspectos nacinalistas o centralistas porque creo que no vienen al caso… No deja de ser una opinión personal.

  15. Farsalia dice:

    Si habláis de «estados-naciones», «autogobierno», en clave contemporánea… ni la Monarquía Hispánica lo era. A ver si nos ponemos en contexto…

  16. temax dice:

    Vengo a coincidir con lo que dice Íñigo. No conozco a ningún historiador medieval o contemporáneo medianamente serio que afirme que Cataluña fue un Estado que dejó de existir después de 1714, y muchísimo menos un Estado independiente.

    Me encanta leerte siempre por aquí Farsalia, pero en esto no coincidimos. Tú dices que sí fue un Estado, pero yo no he encontrado ni conozco ni un sólo documento histórico que avale tal afirmación. ¿Conoces alguno?

    El uso de la palabra Estado para Cataluña es, simplemente, desacertado. España podría ser más centralista o menos, pero Cataluña no era más que ninguna de las otras partes. Desde luego, el uso de la palabra Estado por parte de Pierre no es casual, como tampoco es casual que colaborara con Vicens i Vives en la época donde aparece el catalanismo.

    Para ser más exactos, cualquiera que haya leído la obra de Pierre «Cataluña en la España moderna» verá que para Pierre Cataluña era un país: «Entre 1250 y 1350, el principado de Cataluña era quizás el país europeo al que sería menos incorrecto llamar nación-estado…»

    Esto que afirma Pierre no es más que su opinión, que es la misma que la opinión del catalanismo oficial, que compara a Aragón con Cataluña, de igual a igual, y que habla de Corona catalano-aragonesa, en vez de Corona de Aragon.

    La realidad es que por mucho que Pierre diga que Cataluña fue un país, un estado-nación, la realidad de las crónicas y documentos históricas es bien contraria. Y no es otra realidad sino que Cataluña nunca fue independiente, y siempre dependió de una entidad superior, llámese esta Aragón, España o Francia.

    Aun así, recomendaría su lectura, cómo no. Yo, por ejemplo, tengo mi propia teoría contraria a la de Américo Castro, y me parece un historiador fundamental.

    Para resumir, como has nombrado a Pierre Vilar, sólo quería destacar que el significado que Pierre da a Estado es el de país, el de una nación independiente. Y eso simplemente duele hasta en los ojos al leerlo.

    Saludos cordiales.

  17. iñigo dice:

    Es significativa primero, la función del Virrey como representante del monarca y después la potestad de llamar a Cortes, en los terriotorios donde funcionan los Fueros…
    Por un lado son figuras que representan cierta independencia administrativa, ya sea jurídicamente como territorialmente… sin embargo y de la misma manera son enlaces indisolubles e indiscutibles con la figura central de una nación, remarcada en la figura del rey.
    Existiendo la institución del Virrey y teniendo éste la potestad delegada por el monarca de reunir a las Cortes pienso que la idea de estado no se identifica con los territorios dotados de Fueros y por lo tanto con Cataluña. Dentro del contexto de la época.
    Otro tema, al cual no creo que sea el momento entrar, es el asunto ideológico. En unos territorios con Fueros existe una identificación con la idea de España como nación, identificada en la figura de una dinastía real y en otras, hay un cierta idea nacionalista o anti-castellana… pero eso ya es otra cosa, es un sentimiento y aquí no estamos hablando de eso sino de la figura de estado-real.

  18. Antígono el Tuerto dice:

    Como bien dice farsalia hay que ponerse en contexto; en el siglo XVII o en el XVIII todavía no existen estados-nación, estos surgen en el XIX….aunque la República francesa y la norteamericana son de finales del XVIII.

  19. Farsalia dice:

    Yo digo que existió un «Estado» catalán (a fin de cuentas, insisto, y para resumir, hubo un Decreto de Nueva Planta), pero también digo que hay que ponerse en el contexto de la época y dejar de lado los conceptos contemporáneos; y poner el principado en ese contexto. Cataluña no era más que ninguno de los restantes territorios de la Monarquía Hispánica (que no España), pero no era un territorio más que el monarca de la época pudiera gobernar a su libre antojo. Por otro lado, ¿es la misma situación la de Cataluña (o Castilla, o Navarra, o los demás territorios de la Corona de Aragón), en el siglo XVI que en los albores del XVIII? Es como, saltando las distancias, como si comparáramos la España actual con la Monarquía Hispánica del Setecientos. Así pues, situémonos en la época.

    Los monarcas del Seiscientos y Setecientos sabían perfectamente que era Cataluña, con qué insitituciones y con qué ordenamiento jurídico debían lidiar. Y sabían perfectamente que no era lo mismo gobernar en Castilla que en Cataluña; y que, desde luego, no era lo mismo reunir las Cortes en Castilla que en Cataluña. Tres veces se reunieron en todo entre 1598 y 1700 (1599, 1626 y 1632) y bien supo Olivares por qué, qué límites encontró a la autoridad real, qué disputas con los Brazos en 1626 y cuál era el procedimiento a seguir. Y las dificultades que tuvo para realizar en el principado el programa de asimilación de todos los territorios (Gran Memorial de 1624, Unión de Armas de 1625) que pretendía para todos los territorios de la Monarquía.

    La verdad, me da igual si la palabra es «Estado» u otra, pero que Cataluña tuvo entidad propia en lo siglos medievales y modernos, dentro de la Corona de Aragón y luego con los monarcas Habsburgo, no tengo duda alguna. Interpretaciones semánticas al margen sobre la noción de «Estado», cualquier jurista del Consejo de Estado o del Consejo de Aragón bien lo sabía.

    Íñigo, no era igual el func¡onamiento del virrey en Cataluña que en Navarra. Precisamete en el siglo XVII uno de los conflictos entre monarquía y territorio fue el papel del virrey y qué hacer en su ausencia; la vicerregia, o quién asumía esta potestad cuando un monarca fallecía y, en consecuencia, el virrey dejaba de tener, por emplear una palabra «moderna», competencias (pues el nuevo monarca debía convocar Cortes, jurar las Constituciones y, entonces sí, designar un virrey) siempre fue un caballo de batalla entre monarca y principado. Se tiende a realizar una lectura unitaria de las instituciones de los diversos territorios de la Monarquia Hispánica como si todas fueran iguales y funcionaran igual, y no, no fue así. Si no, entre otros factores, no se comprendería la Guerra de Sucesión.

    Y no me alargo más, que me echan del ordenador.

  20. iñigo dice:

    Como bien dice Antígono, si no existían los estados-nación, tampoco podía existir la noción de estado para Cataluña.
    Entiendo vuestro razonamiento… pues entonces, no utilicemos el concepto «estado» para esta época y todos tan amigos.

  21. Antígono el Tuerto dice:

    Bueno, he dicho que no existía el concepto de estado-nación no que no hubiera estados, estados hay desde los tiempos de los faraones; si no hablaríamos de tribus.
    El hecho de que actualmente el estado se asimile al estado-nación no nos debe hacer olvidar que en épocas pasadas han existido estados que no se articulaban en torno al principio nacionalista pero que eran estados igualmente.

  22. iñigo dice:

    Me refiero al concepto de estado-nación de la Monarquía Hispánica y de los territorios con Fueros.
    Como bien dices, por ejemplo, no tenemos más que recordar la realidad de las ciudades-estado de la antigua Grecia…

  23. Antígono el Tuerto dice:

    Evidentemente ni la Monarquía Hispánica (o Católica que también es usado ese término) ni la Cataluña de la época eran estados-nación; otra cosa son estados a secas; ya que la España de los Habsburgo era una federación de reinos que tenían un rey en común pero poco más.

  24. iñigo dice:

    Con vuestro permiso, yo mantengo mis dudas al respecto .

  25. Antígono el Tuerto dice:

    No pasa nada por discrepar, no te vamos a quemar en la hoguera…al menos yo no ;-)

  26. Farsalia dice:

    Insisto, no me interesa el vocablo… que es lo menos importante en todo este asunto.

  27. iñigo dice:

    Finiquitamos el tema… pero una acepción bien o mal utilizada si tiene su importancia.
    :-) Y siempre será un placer intercambiar opiniones con vosotros.

  28. temax dice:

    Yo siempre aprendo mucho de los hislibreños. Es probablemente el mejor sitio para disfrutar de los libros y de la Historia de España por el mundo cibernético español. Me considero un aprendiz de Historia, y lo seré toda mi vida, aun cuando acabe el Grado.

    Yo, como he llegado tarde (aquí en EEUU estamos a 9 horas menos que en España) pues comento ahora, aunque ya esté finiquitado jeje

    «Cataluña no era más que ninguno de los restantes territorios de la Monarquía Hispánica (que no España)»

    Vaya, esto sí que es nuevo para mí :) ¿Monarquía Hispánica, que no España? ¿Y como se come eso, Farsalia? ¿Es que la «Monarquía Hispánica» reinaba sobre algo que no fuera España? ¿Qué era entonces? ¿Quieres a caso decir que España no existía? ¿Que no era una entidad política? Porque no serías el primero en decir que España no ha existido nunca hasta que llegó Napoleón y puso a su hermanito al cargo. Valientes los hay para todos los gustos.

    Estamos hablando del siglo XVIII. Y viene bien recordar que en esa época no sólo ya estábamos en el nuevo mundo, no sólo ya existía Nueva España (algo bastante revelador, por cierto), sino que los habitantes de esa «Monarquía Hispánica» ya se llamaban desde hace varios siglos, desde fuera y desde dentro, españoles. Y bueno, algunos somos del pensar que no hay nacion española sin españoles, ni españoles sin nacion española. Américo Castro, que luchó, y mucho, contra la historiografía clásica y romántica española que consideraba españoles desde Séneca a los godos, y que estudió los informes y tesis de Paul Aebischer, dejó muy claro en sus obras y en sus estudios que la palabra español y España se fusionaron por fin en un solo significado en el siglo XIII, después de todo un proceso que comenzó en el siglo V.

    Y no son precisamente pocos los documentos y fuentes históricas que lo corroboran. Por nombrar algunas, el autor anónimo que escribe Flos Mundi (1407), en romance (que mucho más tarde será llamado catalán), refiriéndose a cronistas no españoles, escribe: “Mas por eso, como éstos no seno españoles, no se han preocupado de tejer la historia de España sino superficialmente. Yo empero, que soy español, tejeré y regularé dicha historia”. Hombre, a mí estos textos en romance del siglo XV me dicen que aquí ya existía un sentimiento de ser miembro individual y parte de un todo. O Jeroni Pau, que escribió su obra De fluminibus et montibus Hispaniorum (1475), en la que describe la topografía catalana refiriéndose a ésta como española. De Barcelona dice que es una de las mejores ciudades de España (“maiores Hispaniae urbes”). Lo normal, si según tú España no existe, y sólo existe una «Monarquía Hispánica», es que se dijera que Barcelona es de las mejores ciudades de Cataluña, o de Aragón..¿Pero de España? Por algo será. No veo que diga Monarquía Hispánica por ninguna parte.

    Alguno caerá en la tentación de decir que Hispaniae no se puede traducir por español, lo cual es cierto hasta el sigloo XIII. Pero ya por estas fechas, Alfonso X de Castilla ya había escrito su «Estoria de España», y según las leyes de Grimm y Verner, todo cambio fonético debe ser uniforme en todo el idioma, con lo que la Estoria de España de Alfonso X nos permite saber que en el siglo XIII ya se había producido este cambio, y quedaba reflejado que Hispania había derivado en España, y que adjetivos en castellano antiguo y latín se usaban indistintamente para hacer referencia a lo mismo. Durante varios siglos sobrevivieron en latín y en romance ambas palabras para referirse a la misma patria.

    No sólo sí es correcto decir España, además de Monarquía Hispánica, si se quiere; es que las fuentes, dentro de su propio contexto, así lo reflejan. España no era un conjunto de reinos y señoríos con poca más unidad que formar parte del patrimonio personal del Rey y de su dinastía; España no era sólo donde gobernaba la Monarquía Hispánica, era esa nación/estado/patria medieval, con el significado medieval que tuviere, de la que hablan incontables cronistas y no cronistas españoles , que ya se consideran a sí mismo españoles.

    Y es difícil de entender que habiendo españoles, y existiendo el sentimiento de pertenencia a España, se diga que «Cataluña no era más que ninguno de los restantes territorios de la Monarquía Hispánica (que no España)».

    Y ya que hablamos de la Guerra de Sucesión, quizás venga bien recordar lo que decía Rafel Casanova (adorado todos los 11 de Septiembre en Cataluña como si fuera independentista, algo bastante chistoso): «De parte del Excelentisimo Señor Conseller en Cap, Coronel y Gobernador de la plaza y fortaleza de Montjuic, se dice, amonesta y manda a todos generalmente, a partir de los 14 años, sin ningún pretexto, ni excepción de persona alguna, tome las armas, y asista a la defensa de esta Excelentísima Ciudad […] que así conviene al servicio del Rey y de la Patria.»

    Curioso que no nombre a Catalunya por ninguna parte, pero sí al Rey y a la patria. Pero independientemente de a qué se refiera con patria, lo que está claro es que, se sea súbdito o no, España sí existía. En definitiva. Para el contexto de esos tiempos, es cierto que se usó el término nación para referirse a Cataluña, a Castilla, y otras tierras. Pero es también cierto que se usaba, incluso en los mismos textos y mucha más veces la palabra provincia para referirse a esos mismos territorios. Hay muchas fuentes y ejemplos de esto. Con lo que queda claro que no tienen los mismos significacos que hoy en día, ni nación ni provincia.

    Por eso coincido con íñigo en que sí es importante el vocablo, y yo particularmente prefiero llamar a las cosas tal cual eran llamadas en su época, desde su propio contexto.

    Y el problema, y por lo que ha venido todo esto, es que cuando Pierre Vilar habla de «Cataluña deja de ser un Estado», él lo hace desde el significado moderno, y eso ha hecho mucho daño, porque mucha gente lo ha interpretado como si Cataluña era su propio País independiente, y de repente, los españoles le arrebataron esa independencia. Es la expresión «dejar de ser» más la interpretación que le dá Vilar la que constituye un error garrafal, desde mi punto de vista.

    Y ya para acabar, y volviendo al tema del libro (joder como me enrollo…), la Guerra de Sucesión fue, además de lo que comenta la reseña, una persecución atroz de los catalanes que estaban con el archiduque Carlos hacia los que estaban a favor de Felipe V, como bien describe Caballar; muchos de los cuales emigraron, convirtiéndose algunos de ellos en los refugiados que crearon la Compañía de Arcabueros Catalanes del Regimiento del duque de Noailles. Y como ésta, hubo muchas de muchos otros catalanes, como Francisco Torres de Cadell, que lucharon contra otros catalanes. La obra de Nuria Sales «Els Botiflers» es muy esclarecedora en este aspecto.

    Pero claro, esto no se cuenta hoy en día. Decir que hubo catalanes que lucharon con los «españoles» contra otros catalanes, o que Madrid estuvo en el mismo bando que Barcelona, es romper todo el romanticismo clásico que ha inventado esa protohistoria en donde Cataluña era un especie de ente independiente nacional. Que, de haberlo sido, a mí me parecería perfecto. Pero las cosas no son verdad por mucho repetirlas.

    Un saludo gente!

  29. Vorimir dice:

    Aunque estoy de acuerdo en muchos de tus puntos Temax- por cierto, ¿desde que ciudad de EEUU escribes, ¿eres español?, simple curiosidad hislibreña- quizás este sea el más peliagudo:

    «No sólo sí es correcto decir España, además de Monarquía Hispánica, si se quiere; es que las fuentes, dentro de su propio contexto, así lo reflejan. España no era un conjunto de reinos y señoríos con poca más unidad que formar parte del patrimonio personal del Rey y de su dinastía; España no era sólo donde gobernaba la Monarquía Hispánica, era esa nación/estado/patria medieval, con el significado medieval que tuviere, de la que hablan incontables cronistas y no cronistas españoles , que ya se consideran a sí mismo españoles.»

    Creo que es un concepto bastante difícil de definir, y que el propio concepto de España existiese no significa que fuese 100% real ni la única realidad política global.
    Dicho sea esto, Vilar nunca ha sido uno de mis historiadores favoritos, pero es que a mí el marxismo histórico me aburre mucho si no es en pequeñas dosis y claro está que en el siglo XX la historia nacionalista se ha distorsionado bastante y convertido en un instrumento político, tanto en el bando de los independentistas, como los regionalistas, de la izquierda, de la derecha, del centro, de más parriba y de más pabajo. No sé si me explico.

  30. Farsalia dice:

    Ese es el problema de fondo: aplicar conceptos contemporáneos a siglos medievales y modernos, cuando no existían esas realidades; insuflar sentimientos y conceptos decimonónicos y actuales a épocas en las que no había tales nociones políticas. Y tienes razón, las cosas no son verdad por mucho repetirlas. Hay que analizar las épocas con mirada de época, analizar a qué se refiere uno cuando se habla de Spania, Hispania, España en siglos medievales y modernos, qué acepción (geográfica, diplomática, ceremonial…) se les da, de qué pasado se habla, en qué presente se vive, cuáles son los problemas del período; leer los documentos con mirada crítica y precisa, no buscando más que lo que dicen (y no la confirmación de nociones contemporáneas). Eso es historia.

  31. Antígono el Tuerto dice:

    Temax: «¿Es que la “Monarquía Hispánica” reinaba sobre algo que no fuera España? ¿Qué era entonces? ¿Quieres a caso decir que España no existía? ¿Que no era una entidad política?»
    La Monarquía hispánica en la época de los Habsbrugo incluía muchos más territorios que la propia España, incluía toda la América española, Napolés, Sicilia, Flandes, etc…

  32. temax dice:

    Farsalia, tu último comentario es para enmarcar. Estoy al 100% de acuerdo con ello. Yo me puedo equivocar y lo hago a menudo. Pero si alguien me ayuda a darme cuenta de ello, se lo agradezco enseguida.

    No tengo como objetivo engrandecer a España, ni los españoles. Ya lo hacemos y lo dejamos de hacer nosotros mismos cada día con nuestras actuaciones, tanto individuales como colectivas. Pero sí me interesa todo eso que dices.

    Antígono, como bien dices, la Monarquía Hispánica incluía muchos más territorios que España. Y como bien has dicho también, la América española era uno de ellos. Es exactamente lo que yo digo. Si no se había entendido eso, mis disculpas :)

    Vorimir, soy español sí :) Llevo viviendo en California 5 años, así que se puede decir que soy un expatriado, aunque vuelvo mucho por España, especialmente este año.

    Estoy de acuerdo en que no es fácil de definir, como dices, el significado de España en cada momento del medievo. Pero es evidente que siempre es bueno ir a las fuentes, y leerlas con ojo crítico, aunque luego queramos darles una justificación u otra. Yo lo veo crucial, y es mi forma de pensar con respecto a la Historia.

    Yo tengo mi propia tesis y forma de explicar el origen de España, de la nación española, de los españoles y de las distintas comunidades, identidades que hubo en la península. Pero es que es difícil escribirlo todo en comentarios. La idea es la siguiente: una cosa es España (en cada momento de la historia) y otra cosa es la nación española y cuando surgió, no como consecuencia de una unión dinástica, sino porque había españoles que se sentían como tales y parte del mismo pueblo.

    En resumen: según mi corta y pequeña experiencia con la Historia todavía, España (la de su momento) nace con los romanos, luego se consolida como nación independiente (no era la nación española) con los godos, surgiendo lo que podríamos llamar el primer nacionalismo hispano (como bien refleja Isidoro de Sevilla en sus obras), que se va consolidando a lo largo del reinado de los godos, al ir homogeneizando el territorio y a las gentes bajo la misma religión, permitiendo los matrimonios entre godos e hispanos, formando a partir de aquí un sólo pueblo finalmente, que poco a poco se va consolidando, extendiéndose ese sentimiento por todo su territorio, como también confirman muchas crónicas. Pero ese proceso es parado en el 714 por Tariq y compañía. Ya no hay una nación en España, sino que empezarán a crearse varias (siempre en el sentido medieval del término) como reinos, que tienen algo en común: se sienten herederos de la España perdida, empiezan a llamar a la par a España tanto Hispania en latín como Espanna o Espanya en lenguas romances, y se consideran todos los distintos reyes como reyes de España. Las fuentes son incontables sobre ese sentimiento y sobre el cómo se sienten representantes de España cuando van al extranjero. Y en el siglo XIII aparece la palabra español, en teoría prestada del extranjero y probablemente como consecuencia del Camino de Santiago, y empezamos a ver como se empiezan a llamar españoles a los castellanos, aragoneses, catalanes, y de nuevo las fuentes nos corroboran este aspecto y mucho mas. Y todo este proceso va a más, hasta que los reyes católicos finalmente conquistan Granada, y son catalogados con el titulo de Reyes de España, bajo las protestas del Rey de Portugal, que curiosamente también se consideraba un rey de España. Es a partir de aquí cuando para mí ya sí existe la nación de españoles y los españoles. Aunque toavía existen las identidades internas de los reinos medievales, que poco a poco irán perdiendo fuerza con respecto a la identidad que ya era común.

    Y para acabar, y ya que esta reseña va sobre un libro de la Guerra de Sucesión, me gustaría recomendaros MUCHO, que leyérais el siguiente extracto, que es una crítica durísima de Cataluña a Castilla, pero que refleja un hermanamiento, una admiración y un sentimiento de pertenencia a España y de que todos son españoles. Y no sólo eso, sino que considera a los Franceses, y no a los Castellanos, extranjeros. Pertenece a la «Lealtad Cathalana» publicada en 1714, y criticaba que hubiera Castellanos que quisieran a un rey extranjero antes que español:

    «Ultrajados Castellanos, que aviades sido con vuestro valor asombro de los Romanos (como podeys leer en el suceso de Soria, antes Numancia, que despues de catorce años de Sitio, por no sujetaros los poco que quedasteys con vida, os entregasteys a las llamas, quitando a Cipion el Africano la gloria del triunfo, que pensava merecerle por averla entrado), freno de la ambicion Francesa, y con la perspicacia de vuestros Consejos (antes de haberos adormecido la Francia) la atalaya, que descubriendo sus ideas, las prevenia y malograva: como aora vivis tan otros y olvidados de lo que fuisteys? Tal vez será porque, acabando alli, los de Soria no dejaron sucesores para herederos de su punto. Si el Cielo os crio para mandar, como tolerays, que los Estranjeros os fuercen a obedecer? Ya llego al ultimo ultraje el punto de vuestra Corona. pues vuestro Pavellon Real enarbolado, y temido en los mas remotos Climas, se ve en los propios mares abatido, y baxo el comando del de Francia, que mas deshonra esperays de vuestro credito? Que dira el Orbe y Roma al saberlo, si se acuerdan del teson con que contra los embaxadores de Francia supieron los de España, mantener el punto de su Corona? Que mas desengaño de que en España no manda otro que Francia? Huviera logrado xamas tanto en una Guerra, como ha hecho aora a su salvo. Por lo menos entonces huvierades conservado vuestro punto, y el huviera perdido gente, y consumidos sus caudales, sujeto a las contingencias de un siniestro suceso, que si lo huviese experimentado, huviera hallado en su ambicion su ruina: Esperays a que se pierda hasta el nombre de Castellanos por el de nuevos Franceses? Sin duda, que importa poco el nombre, si a el no le corresponde el credito: Quien dezia Castellano, dezia entendido, discreto, cortes, valiente, señor, y generoso, como es propio de los Españoles, y aviendolo perdido todo, hasta los trajes, con el Gobierno de Francia, que se pierda tambien el nombre, no sera nuevo descredito»

    A mi este texto me hace ver que Cataluña, en la Guerra de Sucesion fue mas patriota y mas española que la propia Castilla :)

    Un saludo gente!

    1. Javi_LR dice:

      Vaya, Temax. Un saludo para ti también. Es un gusto leerte promover un debate con ese tono.

  33. Antígono el Tuerto dice:

    Sin ánimo de crear polémica, no entiendo eso de que prefirieran un rey extranjero a uno español, tanto Felipe como Carlos eran extranjeros…además la propia dinastía de Habsburgo fue fundada por un extranjero, Carlos I que era conde de Flandes.

  34. temax dice:

    Javi_LR, muchas gracas! :)

    Antígono, pues en teoría llevas razón. Supongo que es porque se le conocía como Carlos III de España. Pero el texto desde luego es la impresión que dá. Al menos yo lo percibo así, aunque puedo estar equivocado :)

    Saludos!

  35. Farsalia dice:

    A mí no me interesa un debate histórico que acabe derivando en político; para eso ya están los sálvame intereconómicos o según qué libros pseudohistóricos, que no tratan de debatir precisamente. Y es de agradecer, temax, no caer en ello (aparte de asaz cansino y aburrido).

    Que España tiene una historia milenaria, no se duda; que existiera una noción hispana de largo recorrido (aunque, recordemos, en un círculo pequeñísimo de escritores, cronistas y poetas; como en el resto de países), menos aún. Pero que hubiera un proyecto tan «moderno» y tan dilatado en el tiempo, ya lo dudo. Como mucho ese proyecto empiezo a vislumbrarlo con la unión de coronas de Isabel y Fernando, y especialmente sus sucesores, implicados en una política internacional que les viene dada (y que a su vez impulsan), con aristas religiosas, militares y geoestratégicas, y que se agudiza con tensiones sociales y problemas económicos. Mantener un imperio, ese es el problema. Costes y beneficios (recomiendo encarecidamente el libro de Antonio M. Bernal al respecto en Marcial Pons; o el de Bartolomé Yun, Marte contra Minerva). Este es un problema esencial de los siglos XVI y XVII.

    Y gobernar de diverso modo territorios con ordenamientos jurídicos diversos y leyes (Constituciones en el principado catalán, fueros en otros lares) que ponen trabas a una autoridad real ilimitada. En el caso catalán, el monarca ya en el siglo XIV impulsó la creación de la Diputación del General, la Generalitat, para la recaudación de unos impuestos que necesita para sufragar su activa política exterior; a cambio, el control de esos impuestos, la propia recaudación e incluso el objetivo y uso de los mismos es asumido por el territorio y sus instituciones. El pactismo bajomedieval catalán (a su modo, en el resto de territorios que conforman la Corona de Aragón) se asienta en una acuerdo entre monarca y territorio, las Constituciones marcan los límites del poder real.

    El proceso se complejiza en los siglos siguientes, con la azarosa guerra civil catalana a mediados del siglo XV, y con el redreç de Fernando el Católico se abre una etapa que será ya nueva con la llegada de los Habsburgo. Gobernar un territorio (o Valencia, o Aragón) en el que el monarca no puede limitarse a llegar, convocar Cortes y pedir el subsidio, confiando en que se le apruebe sin más y volver a casa. La figura del virrey es esencial en Cataluña (no por serlo sino por cómo gobierna en ausencia de un monarca que apenas pisa el territorio), y en la primera mitad del siglo XVII se apuntan los conflictos: jurídicos, políticos, sociales (bandolerismo de por medio), económicos, institucionales.

    El monarca (sus ministros) percibe, conoce ya que el problema catalán es complejo: con sólo unas Cortes convocadas en todo el reinado de Felipe III (y al inicio del mismo), en una situación económica y social difícil, se acumulan los problemas a resolver, los greuges (agravios) no solucionados, la falta de comunicación entre corte y territorio se agrava. Y el programa de Olivares, de centralización del poder y de reparto de esos costes/beneficios entre todos los territorios choca con treinta años (si no más) de problemas, tensiones no resueltas, agravios e incomunicación. De ahí las desastrosas Cortes de 1626 (no concluidas; y no mucho peores que las aragonesas o las valencianas, donde el monarca obtiene mucho menos de los esperado; y en el caso aragonés llueve sobre mojado).

    El panorama internacional se mueve en contra de las aspiraciones hispánicas, con una Monarquía que ve con inquietud que la relación costes/beneficios del imperio ya hace tiempo que es deficitaria. Y, en la óptica de la corte, los catalanes dando la vara; en la óptica del territorio, el monarca desatiende las necesidades locales, dilapida los impuestos que puede cobrar en proyectos internacionales que no redundan en el territorio, se acumulan los agravios (el comercio americano, la desatención de los piratas en el Mediterráneo, la crisis económica), se pervierten las leyes y constituciones,… Y no es una queja gratuita ni única: el camino es similar en Portugal, en Nápoles, en Sicilia; incluso en una Castilla (especialmente en el norte) donde la crisis económica ya es endémica, las décadas de 1630 y 1640 muestran tensiones entre las ciudades y la corte, por la cuestión económica (y también institucional), con el campo agotado y las revueltas por la tributación (no es anecdótico que estallen algaradas en las provincias vascas), añadiendo además, el desapego de una nobleza respecto la corte (y el valido Olivares, sobre todo).

    El problema es general, pues, pero afecta de maneras diversas a los territorios que componen la Monarquía. Territorios con leyes e instituciones diversas. Ponte a gobernar eso, se podría decir. Aclárate. Más cuando vislumbras que la unidad peninsular, un proyecto español, surge en círculos especializados. Pero lucha contra las identidades ya creadas: en este caso, la nació catalana mencionada en crónicas y leyes escritas medievales y modernas. Una Cataluña que quiere participar en una monarquía compuesta, pero que también quiere influir en la relación costes/beneficios. A medio plazo, a largo plazo, a corto plazo. Pero que también quiere el respeto a su ordenamiento legal, sus instituciones (de la Generalitat al Consell de Cent barcelonés, la búsqueda anhelada de un Tribunal de Contrafacciones). La Guerra de Sucesión reúne diversas tensiones: la dinástica, que es coyuntural y la menos importante; la institucional, con virreyes (Darmstadt, Velasco) que operan en órbitas diversas (más con el territorio el primero, más con un modelo autoritario y rupturista con el ordenamiento existente el segundo); la internacional, con unos comerciantes que ven el espejo inglés y holandés, y quieren reflejarse en él; con disputas entre juristas, que divergen entre la aceptación del modelo que llega desde Francia y otros que defienden el mantenimiento del modelo pactista; sociales, con tensiones en el campo, resquemores tras la reciente Guerra de los Nueve Años, que ha afectado al territorio catalán y que despierta el miedo a lo francés, tras la ocupación del principado; políticas, en última instancia, con un territorio que no busca la ruptura radical como en 1641, pero que no ve en Felipe V (y su círculo francés) la continuidad del modelo pactista, sino todo lo contrario. Cataluña en España, sí, pero no a cualquier precio, se dice desde el principado. Al final, tras el abandono de los aliados del casi ayer (británicos primero, imperiales después), la resistencia que espera a un acuerdo de paz que salve la realidad catalana, y que no llega. Y la furia del vencedor, que deroga, abole y disuelve la comunidad política, la res publica (expresiones de época), catalana (si no empleamos la palabra Estado), que unifica y crea entonces España como Estado. Más adelante, en el eco de otra guerra, la nación española llega a su mayoría de edad.

    Me enrollo, lo siento, he empezado a escribir y he tenido que empezar a separar párrafos para hacer esto más legible.

  36. David L dice:

    Excelente reseña e inmejorables comentarios. Precisamente estoy ahora metido de lleno con este libro, un trabajo magnífico con el que disfrutas de Historia con mayúsculas desde la primera página.

    Uno de las metas que el profesor Albareda parece querer buscar con este ensayo es la de ilustrar al lector en el estudio de la Guerra de Sucesión alejando a aquél de tópicos burdos e interesados muy propios de una opinión sugestionada por romanticismos provechosos hoy en día. Como comenta farsalia, el abanico de causas y consecuencias no pueden acabar en la “simple” cuestión dinástica. Fue la Guerra de Sucesión, según palabras del propio autor, una guerra mundial, no sólo se combatió en Europa sino también en América del Norte y del Sur y con un número de muertos que sobrepasó el millón de personas. ¡Ahí es nada!

    No voy a entrar en el debate sobre si existía un Estado catalán o no en 1700, creo que ya se ha comentado suficiente anteriormente, a mí me interesa más uno de los hilos que desarrolla el autor y que, en mi modesta opinión, resulta determinante para entender el conflicto como una guerra civil con repercusiones internacionales. Albareda habla de dos “partidos” bien definidos, cada uno con sus matices, como fueron el felipismo y el austracismo. Si nos acercamos al estudio de este conflicto tomando como referencia este aspecto de la política, y aquí podemos englobar desde la personalidad jurídico-social e institucional de cada reino de la Corona Hispánica hasta la trascendencia económica derivada de los mismos, podremos entender en su verdadero contexto la importancia de la Guerra de Sucesión sin caer en simplismos. Otro problema es calibrar y acotar en su significado qué era felipismo y qué era australismo, cosa harto difícil, de ahí que este conflicto haya generado, y siga ocasionando hoy en día, tantas interpretaciones diferentes. Ni el austracismo catalán era igual que el castellano ni el felipismo castellano tenía la misma repercusión que el catalán. Esta creo que es la llave para “descubrir” qué pasó y qué se buscó con el estallido de esta guerra tan costosa en hombres y dinero. En definitiva, el archiduque Carlos y Felipe V representaban cada uno de ellos un modelo político-económico que superaba la propia importancia de su persona. A partir de aquí podemos entrar a desgranar este complejo conflicto y, tal vez decidir a toro pasado si la victoria de Felipe V o la derrota del Archiduque Carlos resultaron beneficiosas o perjudiciales para el posterior desarrollo de la Monarquía Hispánica…..

    Un saludo.

  37. Farsalia dice:

    Esa es la cuestión: no fue, perdonad la redundancia, una mera cuestión dinástica… En cuanto a los ‘partidos’ y ‘facciones’, un análisis prosopográfico nos lleva a entender que los grises eran el tono y el color que marcaban ambos bandos, y que resulta estéril realizar generalizaciones al respecto. Del mismo modo que la dinámica catalana no fue la misma en 1697, en 1700, en 1702, en 1704, en 1710 o en 1713…

  38. temax dice:

    Farsalia, siento la tardanza en contestar. Viajes por este mundo nuestro me han entretenido hasta que el verano y unas merecidas vacaciones me han devuelto el tiempo que no tenía.

    Tu penúltimo comentario arroja una cantidad de información que me es difícil analizar de un plumazo, pero se nota que estás empapado de esa Historia de nuestra querida España, y eso sólo me causa respeto y admiración. He de profundizar en algunos de los temas que mencionas, y en estos días te contestaré al respecto, seguramente con dudas/preguntas, que de seguro añadirán más información interesante a esta magnífica reseña y comentarios.

    Saludos!

  39. JAVILISO dice:

    Hola a todos:

    Estoy de acuerdo con Farsalia en que no se puede juzgar una época pasada, y más del llamado Antiguo Régimen, bajo la óptica de nuestro siglo XXI donde todos somos ciudadanos y pueblo soberano de nuestro Estado-nación.
    Yo para la formación de la españolidad o del sentimiento nacional de pertenencia a un determinado territorio llamado España me baso y me fijo en el pueblo llano, que es quien, a la larga, hace posible ese patriotismo y ese sentimiento nacional ya de pleno derecho y en el sentido amplio del término.
    Está claro, que entre las élites sociales y desde la invasión islámica del siglo VIII, siempre existió ese ideal, sólo el ideal porque la realidad era muy distinta, de recuperar la Hispania unida de romanos y visigodos, más que nada, porque esa élite social descendia de la nobleza hispano-goda, es decir, de la fusión entre los magnates-nobles visigodos provenientes del sur de la actual Francia y del antiguo patriciado hispano-romano.
    Por ello, los reinos resultantes en cuanto se extendían un poco ya les encantaba autodenominarse Emperadores, reyes ibéricos y demás títulos con claras connotaciones romanas y godas que hacían alusión a la tan deseada unión peninsular perdida…véase ya Sancho III El Mayor de Pamplona o Alfonso VII de Castilla por ejemplo.
    Pero en este proceso de reconquista, de guerras fraticidas, de traiciones, de pago de parias y de ambiciones sin límite, que de todo hubo, se dasarrolló el feudalismo como sistema de relaciones inter-personales en una época difícil, peligrosa y muy confusa y donde lo más importante era el sobrevivir, es decir, comer y mantenerse íntegro físicamente hablando…era una situación, sobre todo en la Alta Edad Media de una especie de post- apocalipsis donde sólo se reconocía al que te daba o te permitía seguridad y alimento. Todo esto se refleja muy bien en la propia historia de la heráldica y la vexiología y en su evolución, desde los meros emblemas militares iniciales basados en los de la antiguedad hasta las banderas nacionales actuales…
    En este contexto social, en el que la Reconquista es para determinados reinos cristianos una necesidad imperiosa ya que su supervivencia depende de su tamaño y de alcanzar las tierras llanas y fértiles de clima más suave que el duro Pirineo del siglo XI, como fue el caso del viejo reino de Aragón por ejemplo. En este contexto como decía, la pertenencia era a la tierra de un señor por ser siervo…bien del rey directamente en las tierras de realengo, a un noble en un feudo o a la Iglesia en las tierras eclesiales de los monasterios y mientras durase esta situación, la inmensa mayoría de la gente sólo reconocía a su dueño y señor correspondiente al que se identificaba por el escudo de armas a partir del siglo XIII y anteriormente por su enseña militar que para los reyes paso a ser enseña real ya en el siglo XII denotando primero dignidad y poco después dignidad mas linaje…pero nada de territorialidad todavía.
    No es hasta el siglo XV cuando el feudalismo está en plena crisis y tras muchas revueltas y altercados por doquier cuando la heráldica pasa a representar a una determinada monarquía o nobleza que reina y/o gobierna sobre determinados territorios, independientemente de la familia reinante o en el poder…pero los emblemas siguen siendo algo todavía muy personal de la casta dominadora…el pueblo llano todavía está más ligado a la tierra de sus señores, que lo siguen siendo y mucho, que a un sentimiento de pertenencia a una patria o a un Estado…entre las élites, por supuesto, este sentimiento de patriotismo para mantener sus fueros, sus riquezas y sus privilegios, más que nada, si que va desarrollándose más rápido porque tienen más que perder ante nuevos tiempos y nuevos acontecimientos, no por visión o razón de Estado que es más bien escasa entre el clero y la nobleza en general…lo del bien común todavía no se lleva.
    Esta situación de permanente conflicto entre nobleza-fueros-privilegios-monarquía es la constante durante los siglos XVI y XVII en lo que hoy llamamos España y Felipe II llamaba Las Españas, de las que era rey absoluto.
    En estos siglos el pueblo llano, aun muy ignorante y supersticioso, se deja llevar por estos acontecimientos y es la Iglesia la que va haciendo Estado por la unidad religiosa ya consolidada tras las expulsiones de todas las minorías religiosas, es la época de las iglesias, los milagros y la devoción total y absoluta por el bien de la Corona…quizás la época más beata a nivel social oficial.
    Otro fenómeno que contribuye a hacer patria es el gran y costoso imperio, la internacionalización de la Monarquía Hispánica por sus posesiones de ultramar (América principalmente) y las europeas (Flandes, Italia…) da pie a que seamos españoles todos y esto sea España para los ojos exteriores…aunque para un aragonés o un catalán, un castellano es aun un extranjero en muchas cosas a nivel de pueblo llano…
    Y de momento me despido, que tengo que irme. Hasta pronto
    saludos

  40. JAVILISO dice:

    Me había quedado en los siglos XVI y XVII, los más beatos de nuestra historia, los de las procesiones multitudinarias, la creencia ciega en los milagros, los santos y las reliquias etc,etc…pero el territorio es todavía una propiedad de la Corona, la gente llana se debe todavía a su rey absoluto y con él y su linaje se identifican más que con su territorio aunque sepan dónde viven.
    La monarquia trata a todos sus territorios como meras propiedades privadas y ahora más que nunca ya que la nobleza, en otro tiempo tan levantisca y retorcida, está ahora más suave y leal que nunca…sin duda, instituciones políticas como la Santa Hermandad o la Inquisición creadas con excusas religiosas son un muy eficaz instrumento de coacción en todo el territorio hispano por igual y la nobleza, como todos, se amedrenta…es el triunfo total de la monarquía absoluta que con ello, también contribuirá a hacer patria y Estado pero en torno a ella, por y para ella.
    Las banderas y escudos de la época mezclan dignidad, linaje, fervor religioso y mucha enseña militar todavía…son las características de una época revuelta que nos llevará hasta nuestros días…pero de momento no hay Estados-nación ni un patriotismo ni sentimiento nacional por parte del pueblo llano hacia un determinado territorio, si lo hay hacia la Corona, hacia la religión…las clases dirigentes van, como siempre, por otro lado y los ejércitos aun están llenos de mercenarios y de gente forzada a estar ahí…se lucha por una Corona, por una dinastía, por una familia real y bajo el amparo y la protección de los santos y de la Iglesia. Son instituciones todas ellas aun sagradas porque aun lo son por la Gracia de Dios…y eso no se discute, aun.
    Pero todos estos sentimientos y tendencias van a cambiar a finales del siglo XVIII, se acercan nuevos tiempos y nuevos vientos de libertad, de igualdad y de fraternidad se acercan aunque ello implique más muertes y violencia de por medio…el Antiguo Régimen se acerca a su fin tras siglos de opresión y control total de una población que ya no está tan desesperada ni atemorizada como en la Edad Media y que se rebela, ahora sí y más, contra su situación poque ya ha pasado el tiempo post-apocalíptico aunque la clase dirigente ni lo vea ni lo quiera ver….
    hasta pronto y saludos

  41. Antígono el Tuerto dice:

    Que será eso de postapocalíptico, a mi me suena a género de ciencia-ficción.

  42. JAVILISO dice:

    Continuo donde me había quedado, es decir, en el final del siglo XVIII, el de la creación de los primeros Estados-nación con la República Francesa y los EE.UU de norteamérica…esto si son nuevos tiempos y nuevas personas, ya no se habla de siervos ni de vasallos, ahora se es ciuadadano y nos debemos a nuestro país, a nuestra patria independientemente de quien gobierne, que además, no tiene por qué ser ya un rey ya que hay otras formas y otras maneras.
    En España, tardaremos en darnos cuenta un poco más, como siempre, de todo esto pero ya somos más España y más españoles ya empieza a haber banderas y escudos que representan única y exclusivamente a un territorio sin necesidad de linajes ni dignidades y lo que es más importante, el pueblo llano ya se siente de un país, de una nación, ya ES DE tal o cual sitio…ya no vive en tal o cual sitio y sirve a tal o cual señor como pasaba antes. Hay una pertenencia con sentimiento al territorio y no una residencia en el territorio por servidumbre…ya en el siglo XIX la bandera que puedo ver es la de España y será la bandera de mi país y punto…lejos quedan esos estandartes que cuando los veía eran de tal o cual señor dueño de tales o cuales tierras y a quien servía…ya no, ahora somos ciudadanos libres y en el siglo XX hasta conoceremos el Estado democrático y social…casi nada.
    saludos

  43. JAVILISO dice:

    Con lo de post-apocalíptico trato de crear un simil para la situación que se dio en la Alta Edad Media y el sentimiento generalizado de pérdida de un mundo anterior como había sido el imperio romano e incluso el débil Estado visigodo…
    De una sociedad urbana, más culta y más rica en general y sobre todo con más orden se pasa al caos inicial altomedieval donde las ciudades se despueblan y todo el orden social anterior se viene abajo empezando por la propia unión territorial y donde lo más importante es la mera subsistencia del día a día (de hecho, en los primeros tiempos de los territorios cristianos se seguían utilizando las pocas monedas romanas y visigodas que quedaban para el casi nulo intercambio comercial que había. Hasta principios del siglo XI y con las grandes acuñaciones de Sancho El Mayor de Pamplona no se vislumbró un poco de esperanza en lo que a comercio y urbanidad se refiere en los reinos cristianos peninsulares )….
    Todo lo escrito anteriormente desde la modestia y humildad de un simple aficionado a la historia y sin pretensiones ni ambiciones de ningun tipo, nada más.
    saludos

  44. Antígono el Tuerto dice:

    Todo eso está muy bien, pero es obvio que en el siglo XIX los estados liberales eran en su mayoría oligárquicos y plutocráticos con una discriminación en el poder por las masas paupérrimas. Y que en el siglo XX hemos tenido dictaduras de manera abundante, hasta llegar a las actuales democracias…que también tienen sus élites y grupos de poder endogámicos.

  45. Antígono el Tuerto dice:

    Bueno, suponer que toda la población romana tenía un alto nivel de vida es mucho suponer, la mayoría vivía en el campo donde tenían unas vidas cortas y sumidas en la más profunda de las pobrezas….no creamos que todos vivían en lujosas villas o en esplendorosas ciudades, es más las ciudades del Occidente romano eran pequeñas y centradas en la economía rural. Por ejemplo en la Córdoba Omeya había más habitantes que en cualquier ciudad romana de Hispania…y era la Alta Edad Media.
    Así que el retroceso no es tan grande.

  46. JAVILISO dice:

    Por supuesto que la Península bajo dominio islámico era otra cosa, yo sólo me refería a los primeros territorios cristianos, es decir, el reino Astur-Leonés y el Reino de Pamplona inicialmente. Lo escribo desde una perspectiva única y exclusivamente cristiana y en los pocos territorios cristianos que había.
    Respecto a los romanos sólo trato de destacar, por lo menos, la estabilidad institucional y jurídica asi como la ordenación urbana que llego a haber (en oposición a lo que vino después), independiente del poder adquisitivo de cada uno y de la esperanza de vida que siempre ha sido muy variada y discutible…
    saludos

  47. JAVILISO dice:

    Destacar los grandes logros de Al-Andalus que era un mundo aparte en comparación con la situación de los reinos cristianos y no digamos ya con su nivel cultural.
    Los musulmanes supieron aprovechar como nadie gran parte de las infraestructuras romanas: calzadas, puentes, acueductos y sobre todo las técnicas de cultivo y aprovechamiento del agua que incluso mejoraron y ampliaron y sobre todo, aprovecharon una estructura social urbana con sus termas, baños públicos y red de alcantarillado incluídos…cosa que no supieron hacer los cristianos en sus reinos y eso que eran los supuestos herederos directos de la romanización.
    saludos

  48. David L dice:

    Soberbio sería el calificativo más apropiado para definir esta magna obra del profesor Joaquín Albareda Salvadó sobre la Guerra de Sucesión de España. Comencé a leerla hace un tiempo y lo aparqué hasta un mejor momento y ahora volví a comenzar su lectura desde la primera página porque sabía que merecía la pena hacerlo, desde luego ha sido todo un acierto volver a abrir este libro.

    Creo que Albareda confirma tres puntos básicos que bien pueden fijar las causas y consecuencias de aquel conflicto internacional:

    1) No fue una guerra estrictamente dinástica ni fue una guerra entre los nacionalismos catalán y español.
    2) La victoria del Borbón no comportó la modernidad de España.
    3) El único que ganó fue Inglaterra.

    El primer punto parece ya superado, es decir, la guerra sobrepasó lo estrictamente dinástico para adentrarse en el mundo de las concepciones políticas a la hora de plasmarlo en las labores de gobierno. Por supuesto, la tan manida idea de que el enfrentamiento estaba compuesto por el binomio España-Cataluña intentando hacer un paralelismo con épocas actuales, las cuales también dejan mucho que desear, tampoco tiene ninguna base histórica.

    El segundo punto también ha generado mucha diversidad de opiniones entre los historiadores, pero Albareda precisa y determina que no eran los reyes los que podían cambiar y alterar la realidad de sus pueblos, si entendemos este precepto como signo de modernidad en esta época frente a la estructura política existente en la Corona de Aragón hasta la llegada de los Borbones.

    Y el último punto: siempre gana Inglaterra, conclusión más que evidente si nos atenemos al debilitamiento del estado francés del Rey Sol y al desmembramiento de una parte importante del Imperio español y al acceso de aquélla al comercio de las Indias.

    En fin, un excelente libro muy ponderado y clarificante a todas luces.

    Un saludo.

  49. Antígono el Tuerto dice:

    Bueno, Inglaterra no salió tan bien parada, Utrech dejó intacto el monopolio español sobre América (la América española), ese tema era la clave por la que Inglaterra llegó a la guerra. En cierto sentido Utrech fue una decepción para los británicos; fue un tratado insatisfactorio y que no trajo paz alguna, los siguientes 100 años volverían a repetirse las guerras por el control de los imperios americanos y el comercio ultramarino, hasta la conclusión de las Guerras Napoleónicas, donde (esta vez sí) Gran Bretaña sería la ganadora con creces.

  50. iñigo dice:

    Pero lo que si logra Inglaterra es convertirse en uno de los países más influyentes del mundo. A fin de cuentas un imperio no se hace en cuatro días, y en definitiva, la guerra de sucesión es el comienzo del surgimiento de Inglaterra como imperio. Creo yo.

  51. Farsalia dice:

    El Reino Unido (ya en esas fechas) es el gran beneficiario de la Guerra de Sucesión española, sin duda. El monopolio español tenía más agujeros que un queso de Gruyère. No sólo consigue el navío de permiso y el asiento de negros en Utrecht (y eso por la parte «legal», el contrabando seguirá), sino que confirma conquistas como Gibraltar y Menorca (setenta años de ocupación), penetra con éxito en el Mediterráneo (llegará el dominio de Malta) y se instala como potencia en Europa (el frágil balance de poder hasta los años 40 con Walpole y Fleury como sus garantes).

  52. David L dice:

    La idea de entronizar al Borbón francés en el trono Hispánico era en cierta manera apostar por caballo ganador y, a su vez, alejar a Gran Bretaña de su codicia ante el Imperio español…¿quién sino Francia podía ser el gran aliado frente a los anglosajones? Por lo tanto si partimos de la base de que los ingleses pusieron un pie y medio en el negocia de las Indias tras la Guerra de Sucesión, está claro que a estos últimos no les fue mal el negocio.

    Otro aspecto que me gustaría mencionar: el libro del profesor Albareda marca, como eje principal del mismo, la tesis por la cual el centralismo borbónico no fue una ventaja ni supuso adelanto alguno para la sociedad civil, pero me surge una duda. ¿Cómo se puede compatibilizar mantener ciertos privilegios con una implicación o participación más efectiva en “las cosas del Imperio”? Es decir, ¿se puede llegar a pensar que el pretendiente de la Casa de Austria habría conseguido “implicar” más a la Corona de Aragón en las ventajas del Imperio, véase el comercio con las Indias, y a su vez conseguir mantener la propia estructura política particular de la misma? ¿Existía en la Corona de Aragón interés económico y político por el mencionado comercio antes de que llegara el pretendiente austriaco? ¿Habría sido posible un equilibrio entre esta implicación y el mantenimiento de sus fueros?

    Son preguntas que tal vez tengan difíciles respuestas…..pero para qué está la Historia sino es para encontrar las mismas y debatirlas.

    Un saludo.

  53. Antígono el Tuerto dice:

    Bueno David, ahí tienes el ejemplo del Reino Unido; mantiene y desarrolla sus estructuras independientes y sus reinos. Y no le fue mal en el siglo XIX.
    De hecho aún hoy es una monarquía compuesta, un país de tres naciones.

  54. Farsalia dice:

    Interesantes comentarios, David, no los había leído. De hecho, en las Cortes de 1701-1702, Felipe V otorga a Cataluña (hablar de la Corona de Aragón como un bloque obvia el autónomo entramado institucional de cada territorio) algunas concesiones para participar en el comercio americano (dos navíos, por ejemplo). El interés catalán (barcelonés y de la zona del Maresme, en particular) venía de lejos y aspiraciones como una compañía comercial (la Companyia Nova de Gibraltar, por ejemplo) no se lograrían hasta años después. Es la compañía mercantil de hombres como los Feliu de la Penya y de comerciantes de Barcelona y Mataró; hombres que apoyaban al archiduque y que en parte forjaron el programa político y económico del austracismo.

    Pero no es una cuestión de meros «privilegios» o «fueros». Las Constituciones catalanas eran la columna vertebral del pactismo: en las Cortes de 1705-1706 aumentó la aprobación de Constituciones respecto las anteriores. El austracismo, con diversas tendencias que se modularon durante la guerra, tenía como elemento irrenunciable el pactismo, fuera quien fuera el soberano; el partido del archiduque lo sabría pronto con algunas cuestiones que generaron controversia (por ejemplo, el asunto Grases i Gralla, con una disputa acerca de, simplificando mucho, la capacidad del monarca de gobernar y legislar al margen de las instituciones del territorio, en la que acabó cediendo el «partido» del gobierno del archiduque).

    El mantenimiento del entramado institucional del Principado (Cortes, Diputación del General, Consejo de Ciento barcelonés, Conferencia de los Tres Comunes) era lo que estaba en juego para Cataluña. La defensa del marco jurídico-político se convirtió en el eje vertebrador del austracismo en Cataluña, ya que ofrecía márgenes de participación a los grupos sociales emergentes y un control al creciente poder del rey, y en última instancia era beneficios para los estamentos populares en cuestiones como la fiscalidad, la guerra, la justicia y la economía. Lo mismo sucedía para los otros territorios de la Corona de Aragón: en Aragón, por ejemplo, los fueros eran conocebidos en todo el reino como las herramientas capaces de garantizar la estabilidad social y económica del territorio; el virrey felipista, el arzobispo de Zaragoza Antonio Jiménez de la Riva lo dejó bien claro en 1705 en una carta a Felipe V. Gregorio Colás, por ejemplo, ubicaba el foralismo y el constitucionalismo del reino aragonés en la dinámica sucesoria, lejos de lecturas que los reducían a reivindicaciones de privilegios feudales. En un artículo de 1999, el profesor Jesús Gascón concluía que el referente constitucional «contribuyó de manera directa a su difusión entre los aragoneses, muchos de los cuales, con independencia de su extracción social, vieron en los fueros del reino un ordenamiento capaz de ampararles en caso de necesidad».

    No obstante, sabemos qué pasó con los vencedores de la guerra; ¿qué habría sucedido de haber triunfado el archiduque-rey Carlos III? ¿Se habría mantenido la dinámica pactista como en los dos siglos anteriores? El conde Juan Amor de Soria escribió desde el exilio vienés, en la década de 1730, un programa político-económico acerca de cómo debería funcionar el gobierno en las Españas; un ejemplo de «austracismo persistente y purificado», en palabras de Ernest Lluch, que estuvo trabajando en dichas cuestiones en sus últimos años de vida. Pero era un programa teórico, décadas después del fin de la guerra y cuando el austracismo como tal ya estaba en vías de extinción.

  55. David L dice:

    Entiendo que el pactismo era para Cataluña parte de su idiosincrasia, al menos durante los Austrias, y que este hecho con los Borbones se vino abajo. Ahora bien, igual estoy equivocado….pero…¿podría haber sucedido que Cataluña a pesar de perder su tradicional status pactista, garante en cierta manera de una libertad de maniobra político-económica con la Monarquía de turno, su hacienda mejorara con la llegada de la Casa Real de los Borbones? No estoy hablando de mejoras individuales, entendiendo éstas como un mayor abanico de libertades, sino desde una perspectiva global como territorio. No sé si me he explicado bien.

    Un saludo.

  56. David L dice:

    Farsalia, releyendo tu mensaje del día 11/08/2013 opino que quieres dar a entender que las constituciones catalanas podían haber evolucionado hacia un parlamentarismo más moderno que abarcara más representativamente a las diversas clases sociales de los habitantes del Principado y que todo ello pudo quedar en cierta manera frenado en seco por el poder Real de la Monarquía, un poder que siempre estuvo presente antes incluso de que los Borbones se implantaran en España. Estoy bastante de acuerdo con esta afirmación, pero.. como he comentado anteriormente, no sé si a pesar de este frenazo al poder decisorio de las fuerzas representativas catalanas este hecho fue discordante con un progreso económico a nivel territorial.

    Un saludo.

  57. Farsalia dice:

    Yendo por partes…

    El pactismo no sólo era parte de la idiosincrasia de Cataluña en lo siglos modernos (ya lo fue en las últimas centuras medievales, pero se perfecciona desde el siglo XVI en adelante), era más que eso. La Generalitat (la Diputación del General) nace justamente en el siglo XIV como una institución económica que vela porque el pactismo se respete (a fin de cuentas, en ausencia de Cortes tiene que haber una institución que, como comisión permanente, trate cuestiones como la fiscalidad). Lo cierto es que los tiempos cambian y las instituciones se modulan, y es lo que sucede en parte con la Generalitat o la Conferencia de los Tres Comunes, que desde finales del siglo XVII se erige en baluarte del constitucionalismo catalán. Uno de los elementos esenciales del pactismo era la capacidad de gestionar la fiscalidad del territorio y es algo que dudo que hubiera mejorado con los Borbones; básicamente porque el sistema borbónico era absolutamente contrario a una (perdonadme el anacronismo) autonomía fiscal y económica por parte de un territorio del entramado monárquico (dejando de lado el caso de las provincias vascas). También es verdad que el sistema pactista era difícil, por no imposible, de adaptar al modelo que llegaba con la nueva dinastía, y que los avatares de la guerra influyeron para que al final el monarca impusiera un todo o nada que llevó a la eliminación del entramado institucional catalán (previamente también en Aragón y Valencia).

    En cuanto a la segunda cuestión, diversos especialistas han trabajado en ese aspecto. Entre la masa bibliográfica destacaría un artículo de Josep Fontana, «La guerra de Successió i les Constitucions de Catalunya: una proposta interpretativa», dentro de Joaquim Albareda Salvadó (coord.), Del patriotisme al catalanisme: societat i política (segles XVI-XIX) (Eumo Editorial, 2001), y que pone las Constitucions i altres drets de Catalunya en el contexto europeo y alrededor de los debates sobre los orígenes y la naturaleza del Estado moderna y la modernidad del paradigma absolutista. Las Constituciones serían la base de un proyecto de futuro que, durante la guerra, tendría como espejo el modelo parlamentario inglés.

  58. Juan Desastre dice:

    Tanto el autor del libro como el de la reseña parecen olvidar que en las Cortes de 1701-2, Felipe V reconoce y aumenta las libertades de Cataluña. Solo después de que los catalanes traicionan el pacto, es cuando Felipe V decide gobernar de manera absolutista en Cataluña (los fueros vascos los respeta). ¿A quien hay que achacar la pérdida de los privilegios, al rey que pacta la aceptación, o a los traicionan el pacto?

  59. Farsalia dice:

    Pues no, este reseñador, mucho menos el autor del libro, se olvidan de lo que comentas. Ya Albareda en el libro, al respecto de las Cortes catalanas de 1701-1702, y como ha tratado en diversos artículos, cita a Narcía Feliu de la Penya, unas de las fuentes fundamentales del período (y de este asunto en concreto): en relación a la puesta al día del marco jurídico-político catalán, las Constituciones y los capítulos aprobados Feliu escribió que eran «las más favorables que avía conseguido la provincia», añadiendo a continuación (Feliu, no Albareda) «siquiera para pauta y modelo para quando llegasse el que deseavan», en clara alusión al candidato austracista (Anales de Cataluña, vol. III, Barcelona, J. Llopis, 1709, p. 492 i
    481-482 [edición facsímil: Barcelona, Base, 1999]).

    ¿Qué pasó entonces para que en tres años se pasara a apostar por el archiduque Carlos? Ese es el quid de la cuestión y el libro lo trata con detalle. Si no lo has leído aún, te animo a ello. ¡Y gracias por el comentario, cuán lejos parece quedar esta reseña! ;-)

  60. Kovant dice:

    No había visto esta reseña. Únicamente escribo estas palabras para que aquél que se acerque tenga una opinión más. No voy a entrar en detalle, simplemente decir, como dejé escrito en su día en el foro, que, desde luego ecuánime no es el mejor adjetivo para esta obra. Una de John Ford, indios y vaqueros. Una pena

    1. Farsalia dice:

      No sé si estás al tanto de las investigaciones sobre la Guerra de Sucesión española en el último medio siglo, por ser «algo» más concretos, y los trabajos académicos que se han realizado al respecto. Yo, modestia aparte, sí lo trabajé a fondo en una etapa de mi vida (alguna comunicación en congreso tengo) y te puedo asegurar con la experiencia que me da ese trabajo que el libro de Albareda no se puede etiquetar de esa manera, con perdón, tan simplista e incluso simplona. Como obra de conjunto sobre el conflicto sucesorio y el estado de la cuestión es excepcional, proviniendo además de uno de los grandes especialistas a nivel nacional y europeo. Te animo, si te interesa el tema, a indagar en la cuestión a partir de la bibliografía referida en el volumen, que aunque ya tiene unos años (pasó una de década desde su publicación y, lógicamente, la investigación ha continuado en congresos diversos, dentro y fuera de España, y en muchos temas) puede servirte de guía. Quizá, con mayor perspectiva y conocimientos del tema, puedas valorar con más «ecuanimidad» el libro de Albareda y ponerlo en el contexto de los múltiples trabajos publicados y las investigaciones que no cesan sobre un tema tan amplio y a menudo tan poco conocido.

      1. Kovant dice:

        Farsalia, sin ánimo de entrar en excesivas polémicas, aún participando muy poco en el foro lo consulto con relativa asiduidad , he leído infinidad de comentarios tuyos y por ello entiendo que el trabajo del que tratamos a ti pueda parecerte ecuánime. A mi, desde luego, no.
        Simplemente he dado mi opinión para que el que se acerque por aquí vea que también existe otra perspectiva. Y que él decida.

      2. Farsalia dice:

        Polémicas ninguna, pero estamos en un espacio de intercambio de opiniones sobre libros; y si se emite una opinión, y más de ese calibre, lo procedente es fundamentarla, y no hay más que ver en los diversos comentarios a esta reseña el rico debate que puede establecerse. Expón tus argumentos, a partir del estado de la cuestión sobre el tema y que el libro recoge (es lo que hay que hacer), y así podremos debatir adecuadamente y valorar esa perspectiva que mencionas. Si no, ya me disculparás, tu opinión no deja de ser un comentario de bar que no lleva a ningún sitio y que dudo sea de utilidad para nadie.

  61. kovant dice:

    Farsalia, ya tenemos pelos ahí. Lo dicho dicho está. Yo me bajo aquí.

    1. Farsalia dice:

      No hay más preguntas, señoría…

  62. APV dice:

    Es curioso pensar que de haber ganado el archiduque es posible que Galicia, Navarra y Andalucia pagarían el pato, y que quizás la última resistencia seria en Cadiz o en una Navarra que podría perder sus fueros.

    1. Farsalia dice:

      Era difícil que ganara el archiduque, apenas pudo controlar los territorios de la Corona de Aragón, y de ésta enseguida perdió Aragón y Valencia; y no logró la adhesión de la nobleza castellana (almirante de Castilla al margen). En caso de una victoria, si se hubieran mantenido en la Península los éxitos de la coalición austrobritánica en el continente europeo, tampoco parece que hubiera habido grandes cambios respecto el sistema de los Austrias hasta 1700: un neoforalismo, por demodé que esté el término actualmente, hubiera continuado, en la tradición habsbúrgica de mantener los fueros y leyes de cada territorio, y que con el tiempo propiciarían un estado «federalizado» como el del acuerdo austrohúngaro en 1867, a menudo mal entendido.

      Pero, en fin, por especular…

  63. APV dice:

    Lo que digo se refiere a ciertas afirmaciones que leí hace tiempo que los catalanes habían exigido al archiduque que el comercio de indias pasase a ellos, que las ciudades de A Coruña y Santander pasasen a Cataluña y Aragon, que Navarra fuese castigada desforalizandola, ciertos derechos a costa de Castilla,.,. No se si era propaganda borbónica o no.
    Si es cierto sería exactamente una federalizacion a la húngara donde los húngaros impusieron ser más que nadie, y que no se atrevieran otros (checos, croatas, rumanos,…) a pedir derechos, que el sistema húngaro en la doble corona era de un tradicionalismo y restricción muy elevados.

    Lo que si es seguro que Badajoz, Vigo, Tui,… pasarian a ser portugueses.

  64. Farsalia dice:

    ¿Y dónde leíste eso? Porque no exigieron ciudad alguna y menos aún tan lejos en otro reino: ¿cómo superarían aduanas interiores en Castilla? ¿Cómo se comunicarían por vía marítima? Para empezar, Cataluña y Aragón no tenían reivindicaciones comunes, cada cual tenía sus cortes e instituciones (y aduanas entre sí), y no coincidían en intereses comerciales. Los catalanes sí obtuvieron participar en el comercio americano, creándose en 1709 la Companyia Nova de Gibraltar, pero no pretendían apropiarse de este tráfico (¿cómo lo habrían hecho?): exportaba aguardientes y vinos, pero no sólo con América, también con puertos atlánticos europeos y en el Mediterráneo, y de manera limitada. Lo de Navarra desforalizada, ¿para qué? No tiene sentido alguno. Que los borbónicos lo exigieran (y no lo hicieron) tendria más sentido, por el modelo francés (que no era único, por cierto: había parlamentos en regiones del país galo, el absolutismo francés no era tan «absoluto»), pero ¿desde Cataluña? ¿Para qué? En el Principado las peticiones era mantener las constituciones y el ordenamiento jurídico, un Tribunal de Contrafacciones, que la Corona cesara en la intervención en la elección de cargos (Consell de Cent, Diputació del General, etc) y participar en el comercio americano.

    O es propaganda borbónica o invención posterior, no lo he leído en ningún artículo o libro sobre el austracismo… por lo menos lo que he leído hasta hace diez años.

  65. APV dice:

    Había leído hace tiempo lo de la cesión de las ciudades, pero es posible que fuese o propaganda o invención (mirando la red alguien cita Precauciones contra alborotos, motines y rebeliones en la plaza de Barcelona). Aunque supuestamente en A Coruña y Santander tenían elementos austracistas.

    Eso si lo de A Garda, Baiona, Vigo, Tui,… para Portugal están documentados; y también el reparto de diversos cargos en el nuevo virreinato de Galicia que el archiduque iba a crear (incluso el Real Hospital de Santiago).

  66. Farsalia dice:

    Sí, claro, podía haber elementos austracistas en esas ciudades, pero eso no significa que tuvieran intereses compartidos con otros austracistas, en este caso catalanes, más allá de apoyar al archiduque. El austracismo tenía sus peculiaridades en cada territorio: ni siquiera eran comunes en Valencia y en Cataluña; ni tampoco monolítico en el propio Principado: no era lo mismo lo que pedía Narcís Feliu de la Penya (el historiador y comerciante) que lo que quería Ramon de Vilana Perlas (en la corte del archiduque y después en el exilio) o lo que buscaba el conseller Salvador Feliu de Penya en 1713 (sin parentesco con el primero); tres personajes (entre muchos) del austracismo con intereses muy diversos (y diferentes). Y menos aún con lo que quisieran los austracistas gallegos o santanderinos.

    Sobre las cesiones del archiduque a Portugal en Galicia, es otro tema: el conflicto sucesorio fue diferente en cada territorio.

  67. APV dice:

    Siguiendo buscando, salvo la referencia al libro de Lucuce no encuentro en la red más referencias a la asignación de A Coruña y Santander que en algunas publicaciones y este foro: https://www.racocatala.cat/forums/fil/28676/curioses-ambicions-catalanes

    Creo que debe ser mayormente propaganda actual o de aquella época.

    Sobre el reparto con Portugal también afectaba a Extremadura (Badajoz).

    En cuanto al papel de Galicia en la Guerra de Sucesion acaba de publicarse hace unos meses un trabajo por el CSIC que son dos tomos con unas 1.200 páginas: https://editorial.csic.es/publicaciones/libros/13061/978-84-00-10371-2/galicia-en-la-guerra-de-sucesion-1700-1714-2-vols-.html

    1. Farsalia dice:

      Ya te digo que a mí no me consta. Y el libro de Lucuce no es coetáneo al conflicto sucesorio, no recoge nada sobre las peticiones austracistas. Y, vamos, la «fiabilidad» de esas «peticiones», sin apuntar fuente alguna, queda más que en entredicho… Lees esos puntos y no tienen ni pies ni cabeza: ¿acuñar moneda sólo en Cataluña? ¿poner una guarnición de catalanes en Santander? ¿Llamar «corona de Cataluña»? ¿»Borrar del libro de los nobles, ellos y sus descendientes» a quienes dieron apoyo a Felipe V? Quien redactó ese texto, ¿»conocía» la realidad de la época?

      No le daría más vueltas a lo que es un bulo o propaganda posterior a los hechos.

Responder a Vorimir Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Hislibris te informa de que los datos de carácter personal que nos proporciones rellenando el presente formulario serán tratados por Ediciones Evohé, S.L. como responsable de esta web. La finalidad de la recogida y tratamiento de los datos personales que te solicitamos (nombre y correo electrónico) es únicamente gestionar los comentarios que realices en este blog y jamás serán compartidos con terceros (salvo requerimiento legal). Legitimación: Al marcar la casilla de aceptación estás dando tu legítimo consentimiento para que tus datos sean tratados conforme a las finalidades de este formulario descritas en la política de privacidad. Como usuario e interesado te informamos de que los datos que nos facilitas estarán ubicados en los servidores de Factoría Digital (proveedor de hosting de Hislibris) dentro de la UE. Ver política de privacidad de Factoría Digital. Podrás ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación y suprimir los datos en hislibris@hislibris.com e info@edicionesevohe.com, así como el derecho a presentar una reclamación ante una autoridad de control.