LA ESCRITURA DE LOS DIOSES. DESCIFRANDO LA PIEDRA DE ROSETTA – Edward Dolnick

«Este decreto será inscrito en una estela de granito con la escritura de los dioses, la escritura de los documentos y la escritura de los jonios y se mostrará en los templos de primer, segundo y tercer rango, junto a la estatua del rey que vive eternamente».
Fragmento del texto de la piedra de Rosetta.

En el año 196 a.C. se levantó en el interior de un templo del antiguo Egipto una estela de piedra que celebraba los méritos del joven faraón Ptolomeo V. La dinastía ptolemaica se remontaba a finales del siglo IV a.C., cuando un general macedonio al servicio de Alejandro Magno se convirtió en el primer faraón de habla griega del país del Nilo. Desde entonces la casta griega dirigente ignoró la lengua de los egipcios, así que para favorecer la difusión de su mensaje la inscripción incluyó tres versiones de escritura: jeroglífica, dirigida a los dioses; demótica, destinada a la comprensión de la población; y griega, la lengua de los reyes y nobles de Egipto.

No se trataba de una estela de excesiva trascendencia: en ella se hablaba de lo bien que iban las cosas en Egipto desde que el nuevo faraón llevaba la doble corona, y que la casta sacerdotal le daba todo su apoyo. Hicieron falta casi 2000 años para que esa estela, o lo que quedaba de ella, se convirtiera en uno de los objetos más importantes de la antigüedad y la pieza clave para la resolución de uno de los grandes misterios de la Humanidad hasta ese momento: el desciframiento de los jeroglíficos egipcios. El relato de esa gran aventura, pues toda historia puede ser una aventura si se explica en tono aventurero, es lo que encontraremos en La escritura de los dioses, del periodista y divulgador estadounidense Edward Dolnick.

Lo primero que conviene decir es que el autor se refiere continuamente a esos extraños signos dibujados por los antiguos egipcios llamándolos jeroglifos, que es el sustantivo, y no jeroglíficos, que es el adjetivo (signos jeroglíficos, escritura jeroglífica). Se me ocurre que en inglés tal vez sea así, pero en castellano la palabra «jeroglífico» es tanto sustantivo como adjetivo, y por tanto es perfectamente correcto llamar así a esos signos.

Hecha la puntualización, vayamos al contenido del libro. En él Dolnick nos cuenta la apasionante historia del azaroso descubrimiento de la llamada piedra de Rosetta por los soldados de Napoleón en una ciudad egipcia llamada Rashid, Rosetta para los franceses, y cómo ingleses (uno de ellos al menos) y franceses (también al menos uno de ellos) invirtieron tiempo y esfuerzo en descubrir el significado de los jeroglíficos grabados en su superficie. Napoleón se plantó en Egipto en 1799 animado por sus aires de grandeza, por decirlo en pocas palabras, y para intentar hacer la puñeta a sus enemigos los ingleses. Allí al oficial francés Pierre-François Bouchard le mostraron sus subordinados el hallazgo de un trozo de granito de más de 750 kg. y un tamaño de metro por metro y pico, este se lo contó a Napoleón, y Napoleón se sintió henchido de satisfacción. O no tanto, porque el francés no tardó en regresar a París dejando en Egipto los hallazgos, el ejército y casi todos los savant que le habían acompañado, sabios y eruditos que habían viajado a Egipto para asimilar todo su saber y su cultura milenaria. No tardaron los ingleses en aparecer en el lugar, en derrotar a los franceses y en adueñarse de buena parte de los objetos que aquellos habían encontrado. Entre ellos la piedra hallada en Rosetta. He ahí la causa de que en la actualidad se exhiba en el Museo Británico y no en el Louvre.

Lo particular de ese trozo de granito, ya se ha mencionado, es que en él aparece un mismo mensaje escrito con jeroglíficos, en demótico (que es un tipo de escritura abreviada, taquigráfica podríamos decir, desarrollado por los egipcios porque la escritura jeroglífica era demasiado compleja para su uso cotidiano) y en griego antiguo. De modo que las mentes pensantes de la época, muy a principios del siglo XIX, en seguida supieron que la clave para descifrar la misteriosa escritura jeroglífica estaba en cotejar la versión jeroglífica con la griega, lengua que sí se conocía desde siempre. En cuanto a la inscripción que quedaba en medio de las otras dos versiones: se sabe ahora que los jeroglíficos, consistentes en dibujos muchos de ellos reconocibles y cuidadosamente trazados, con el tiempo evolucionaron hacia formas simplificadas y estas formas habían dado origen a su vez a líneas y barras, que constituyeron la escritura demótica; no era un alfabeto nuevo, sino una forma simplificada del original jeroglífico. Todo esto no se sabía entonces, y los expertos del momento tan solo fueron capaces de notar un parecido sutil entre los jeroglíficos y el demótico. Algo pasaba ahí, pero ¿qué?

Dolnick, con un tono muy cordial, amable y llevadero, nos cuenta el relato de esos expertos que se obcecaron, unos más que otros, en el desciframiento de los jeroglíficos. Los dos héroes de la historia son un inglés y un francés, auténticos superdotados para los idiomas: Thomas Young, refinado y exquisitamente educado, poseedor de una genialidad universal y capaz de corregir al mismísimo Isaac Newton; y Jean-François Champollion, impulsivo y apasionado, obsesionado con Egipto y con la escritura jeroglífica. Y experto en idioma copto, lo cual es clave en esta historia. ¿Y qué es el copto? La palabra, que deriva de «egipcio», designa a la lengua que se usó entre los siglos II y VII d.C. en Egipto y que tiene su origen, cosas de la vida, en el demótico. Y hasta aquí puedo decir.

Young y Champollion mantuvieron una cordial relación de antipatía mutua. El libro se hace eco de las innumerables dificultades que, primero uno y luego otro (el francés era 17 años más joven que el inglés), tuvieron que vencer en el camino del desciframiento. Entre otras, que el texto no estaba transcrito en tres idiomas palabra por palabra sino que cada versión explicaba el asunto a su manera. O que, por un lado, había 1419 jeroglíficos, 166 diferentes en total, y por otro 486 palabras en griego, así que cada jeroglífico no podía equivaler a una palabra griega. O la acertada sospecha de que el idioma egipcio apenas usa vocales, no así el griego. Pero Dolnick también relata los métodos que emplearon para tratar de desentrañar el misterio: por ejemplo, la búsqueda de patrones que se repitieran en las versiones, lo que llevó a pensar que jeroglífico y demótico eran dos versiones de lo mismo. O la busqueda de nombres propios para tratar de identificar así sílabas o letras: Ptolomeo, Cleopatra, Tutmosis… (Es curioso que en el libro aparece unas cuantas veces el faraón Tutankamon, pero se le llama simplemente Tut).

En esta historia de «cómo se descifró la escritura jeroglífica» también tienen cabida los precursores de Young y Champollion. Aparecen figuras como el sacerdote egipcio del siglo IV d.C. Horapolo, o el teólogo del siglo II d.C. Clemente de Alejandría, o el erudito alemán del siglo XVII Athanasius Kircher. Y también otros personajes que participaron de la aventura descubridora, como William Bankes y el gigantesco obelisco bilingüe (jeroglífico y griego) transportado desde la isla egipcia de File hasta tierras inglesas; o Jean Louis Burckhardt, descubridor de Petra y Abu Simblel; o el forzudo y poco escrupuloso explorador italiano Giovanni Belzoni.  Y salpican el relato nombres de científicos (Newton, Einstein), filósofos (Leibniz, Aristóteles), historiadores (Diodoro de Sicilia, Heródoto), descifradores (Michael Ventris, George Smith –a este  último lo recordaremos de la novela Hay ríos en el cielo de Elif Shafak reseñada no hace mucho por aquí–), personajes mitológicos (Teseo, Gilgamesh) y hasta de televisión (Homer Simpson).

Se trata, en fin, de un libro muy entretenido escrito con un tono distendido, aunque quizá demasiado disperso en ocasiones, ya que al hilo del tema principal Dolnick trae a colación otros muchos temas colaterales, aunque todos ellos tienen su interés. Una lectura refrescante e instructiva, combinación esta que no es fácil de conseguir.

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Edward Dolnick, La escritura de los dioses. Descifrando la piedra de Rosetta, traducción de Victoria León. Madrid, editorial Siruela, 2024, 340 páginas.

     

7 comentarios en “LA ESCRITURA DE LOS DIOSES. DESCIFRANDO LA PIEDRA DE ROSETTA – Edward Dolnick

  1. Farsalia dice:

    El tema del desciframiento de los jeroglíficos egipcios, como otros hitos de la egiptoplogía, es apasionante. Toby Wilkinson dedica un capítulo de su libro A World Beneath the Sands: Adventurers and Archaeologists in the Golden Age of Egyptology a este tema. Tengo hojeado este volumen de Dolnick pero, como tantísimos, en la lista de pendientes.

  2. Iñigo dice:

    Qué fantástico libro Cavi… Me pareció excelente. Enhorabuena por la reseña.

  3. cavilius dice:

    Gracias. El tema y el libro son apasionantes, sí. Y además de conocer la historia del desciframiento de los jeroglíficos, de paso se aprende alguna que otra cosa útil para la próxima vez que te encuentres con un jeroglífico.

  4. Valeria dice:

    Pues ya me había fijado yo en ese titulo, y ahora tendré que apuntarlo (como siempre) para que cuando cuadre, acabe en mi poder. O en el de mi madre, que también cuenta :-)

    1. cavilius dice:

      Harás bien, es un libro muy entretenido.

  5. Iñigo dice:

    El año pasado, casi por estas fechas, publiqué en mi blog la reseña de este interesante y entretenido libro que tan bien Ha reseñado nuestro querido Cavi. Con permiso, la comparto por aquí por si tenéis curiosidad. https://elpuentelejano.blogspot.com/2024/09/la-escritura-de-los-dioses-edward.html

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