HISTORIA DE UN VIAJE DE SEIS SEMANAS – Mary Shelley
Hubo un tiempo para veladas a la luz de las velas donde ingeniosas damas envueltas en miriñaques y corpiños citaban poetas y obras morales de la antigüedad junto a caballeros de levitas y sombreros. Fue el tiempo breve de los románticos ingleses, especie entre todas la menos adaptada al clima y geografÃa de las islas británicas.
El regreso de la paz/hegemonÃa de las dinastÃas tradicionales a Europa tras la larga alteración de las guerras revolucionarias y del imperio francés permitió a los británicos adinerados el privilegio de volver a visitar el continente. Europa se ofrecÃa de nuevo para ellos como un lugar de esparcimiento, pero también como un conjunto de paÃses empobrecidos y a cuál más pintoresco, un punto medievales, donde se podÃa llevar una vida de cierto lujo por menos dinero del que exigirÃa hacerlo en las islas británicas. Â
Naturalmente, no se trataba solo de pasar unas largas vacaciones o de conseguir lujos baratos. HabÃa un creciente grupo de intelectuales, o al menos de personas con inclinaciones por lo literario (y otros excesos que entonces se creÃan relacionados), que huÃan de Inglaterra para poder llevar una vida más disipada y libre en el Continente, donde esas excentricidades se toleraban como si fuesen algo inherente a la condición de británico y turista. Resulta irónico que estos personajes necesitasen huir de la liberal y progresista Inglaterra (pero también de su tóxica querencia por los pugilatos de los mercachifles) para solicitar el asilo de las monarquÃas absolutas. Pero lo cierto es que esas monarquÃas no hacÃan extensibles sus exigencias polÃticas y sociales a quienes no eran sus súbditos naturales. Por ello, esa Europa moralista y cristiana, tradicional y devota de la Santa Alianza, resultaba un lugar extraordinariamente permisivo para quienes disponÃan de pasaportes británicos, soberanos de oro y deseaban escandalizar sin consecuencias legales demasiado gravosas (mismo caso, pasado el tiempo, de otros paÃses donde se refugian y se han refugiado los intelectuales hastiados de la igualitaria y creciente democracia).
No hubo personajes más representativos ni más populares de este grupo como fueron Lord Gordon Byron, Percy B. Shelley y su esposa Mary Wollstonecraft (con el permiso del buen Keats, que ya reposaba a la sombra de un cementerio romano, esperando a Shelley). Casi sin haberse apagado las pavesas de los cartuchos empleados en Waterloo, estos tres personajes escaparon de Gran Bretaña para visitar el hasta entonces vedado continente europeo (ambición que Byron habÃa visto postergada largo tiempo por la desagradable costumbre de su paÃs de declararle la guerra a casi todo el mundo civilizado), donde habÃan situado sus fantasÃas de refinamiento (Francia) y de gloria clásica (Italia). Asà que resulta hasta cierto punto lógico que terminasen encontrándose en un punto intermedio entre ambas (que además era ventajosamente neutral, próspera y en buena parte protestante).
Sobre la reunión de estas personas en Suiza ya se ha escrito y hablado mucho. Este texto tiene como objeto describir otra parte del viaje en el que los Shelley se adentran en la Alemania de la época. Estamos hablando de la Alemania reconstruida por el Congreso de Viena, pero al fin y al cabo, aún no es la Alemania industrial y poderosa con la que estamos familiarizados. Es la Alemania que acaba de decir adiós a la ocupación francesa y al Imperio Romano Germánico. Una Alemania rural, próspera pero atrasada y alejada de la Revolución Industrial. Una Alemania coronada de campanarios, de molinos, de pequeñas comunidades rurales fuertemente conservadoras. Más aún, visitan la Alemania del Sur, montañosa, fértil, protegida por la selva negra y sus bosques espesos y misteriosos donde aún se puede dormir en una noche medieval o perder una legión entera.
Mary no es compasiva con esa Alemania. No encuentra nada del encanto que se la ha prometido. El Rhin no termina de gustarle. Las mujeres no son bellas, no tienen la hechicera belleza de las doncellas de los cuentos que ha leÃdo. No encuentra pintorescos los pueblos, que no son dignos de ambientar sus fantasÃas. Las posadas le resultan incomodas y las grandezas naturales no tienen el empaque que ella habrÃa esperado. Al fin y al cabo están viviendo en el tiempo previo a la revolución de los transportes que se producirÃa durante su propia vida. Viajar por aquel entonces aún resulta un ejercicio de resistencia heroica y de cierto masoquismo, en el que desplazamientos que hoy realizamos en unas pocas horas (incluso por carretera) podÃan durar dÃas y semanas.
¿Podemos soñar con un mundo en el que hay que recorrer perezosamente el Rhin en una barcaza de madera? Al menos, con los años, a Mary la consolarÃa que esas barcazas aún no vomitasen nubes de carbonilla.
Y quizás, o más bien con toda seguridad, esa Alemania tan lejos del encanto le inspirarÃa una obra donde los escenarios serán agrestes, frÃos e inhumanos.
Bueno reseña Uro, menudo baño de realidad que se llevó la señora Shelley pues, parece que la AlemanÃa de la época le dio un buen revolcón a sus ideas románticas. Una buena lección para los que creen que estarÃan mejor viviendo en otra época. XD
Leà «Frankenstein» hace muchos años, por la época que también leà «Drácula». Al conde lo he vuelto a releer un par de veces, y siempre se me quedan ganas de volver a las andanzas del doctor y su monstruo, pero… tempus fugit. :(
Como en otras ocasiones, una joyita de reseña. La he leÃdo con fruición. ¡Bravo, Uro!
(Ojo al final del cuarto párrafo: una errata menuda pero hiriente.)
XDDDD…
Corregida. Lástima que los demás se la pierdan, jajaja…
Lord Byron llorarÃa por habérsela perdido…
Una reseña muy poética, Uro.
Respecto a los viajes de los británicos dieciochescos o decimonónicos, yo soy más bien de la opinión que de lo que huÃan los ingleses era de ese maldito clima que tenÃan, en una época en que los reumas, las tisis y demás enfermedades crónicas solo podÃan combatirlos yéndose a climas más cálidos y /o más secos.
No parece que Suiza fuése el caso. Lo de los climas cálidos les llegarÃa más tarde…con la edad.
Estupenda reseña, si el libro es tan ameno seguro que merece la pena. Igual que Vorimir, leà «Frankenstein» hace mucho y quiero volver a hacerlo, pero la lista es muuuy largaaa…
Está claro que la criatura de Frankenstein no admite tan fácilmente una relectura (ni una primera lectura) como el mÃtico conde. De hecho, las adaptaciones están muy resumidas para evitar el tono moral aún muy propio del XVIII que tiene Frankenstein en oposición a Dracula.