HAMBRUNA ROJA – Anne Applebaum

Usualmente fechada en los años 1932 y 1933 (aunque siguió cobrándose víctimas en 1934), la hambruna ucraniana es uno de los episodios más espeluznantes de un siglo tachonado de horrores, pero también uno de los menos conocidos y más distorsionados. Conocida en lengua ucraniana como Holodomor –nombre formado por las partículas ‘hólod’, “hambre”, y ‘mor’, “exterminio”-, la hambruna ha sido objeto de una variante del negacionismo o adulteración histórica que, con insidiosa obcecación, acompaña algunas de las peores calamidades de la época (considérense acontecimientos como el genocidio de los armenios, el Gran Terror de 1936 a 1938, la violación de Nanking, la matanza de Katyn, el Holocausto, las matanzas de Indonesia en 1964-1965).

En este caso se trata de una sistemática práctica de negación fomentada por una política oficial de ocultamiento, implementada de manera sincrónica con los sucesos; política que la Rusia postsoviética ha perpetuado hasta el día de hoy, secundada -entonces y ahora- por la caterva de los defensores del estalinismo (variante a su vez del fenómeno de los tergiversadores de la historia, o lo que Pierre Vidal-Naquet llamó “los asesinos de la memoria”). Dicha política, característica de un régimen al que eran consubstanciales el secretismo, la desinformación y el falseamiento de los hechos, era parte de una campaña de sometimiento de tenor imperialista, orientada a resolver de una vez por todas la “cuestión ucraniana”.

La campaña apuntaba a erradicar la identidad ucraniana a fin de propiciar la absorción de Ucrania por la Unión Soviética: un legado del imperio de los zares que los bolcheviques hicieron suyo sin complejos, llevándolo a extremos insólitos; semejante fechoría abulta evidentemente el registro de crímenes a gran escala perpetrados por el régimen bolchevique. La investigadora Anne Applebaum, habituada a remecer la conciencia histórica merced a publicaciones como Gulag y El telón de acero, vuelve a hacerlo con Hambruna roja (‘Red Famine’, 2017), libro sustentado en un profuso escrutinio de fuentes tanto primarias como secundarias y que contrarresta el olvido y el encubrimiento relativos al Holodomor.

Los bolcheviques de 1917, internacionalistas por principio y enfrascados en una lucha por afianzar su poder tras el golpe de Estado de noviembre, no podían soportar la existencia de una Ucrania soberana, y la sola idea de que hubiese bolcheviques ucranianos tras el movimiento independentista de 1918 debía parecerles una herejía, cuando no una traición. Rápidamente cancelaron el efímero experimento de república ucraniana, aplicando el consabido repertorio comunista de medidas represivas: entre otras, prohibición de publicar periódicos en lengua ucraniana, apresamiento de intelectuales comprometidos en la promoción de la especificidad nacional, imposición del ruso como exclusivo idioma del sistema educativo, purga del partido bolchevique local de elementos proclives al autonomismo (sin excluir, huelga decirlo, el sofocamiento de toda forma de disidencia). En palabras de la autora, «la retórica del odio hacia todo lo ucraniano se convirtió en parte del discurso bolchevique en Kiev». En el contexto de la guerra civil y el comunismo económico de guerra, se dieron los primeros pasos hacia la colectivización del campo, programa que a un país proverbialmente rico en recursos agrícolas debía afectar del modo más profundo. Apropiándose de un término de escasa resonancia hasta entonces, los “kulaks” (literalmente, “puños”) fueron categorizados como agricultores prósperos, por lo tanto –de acuerdo a la mentalidad bolchevique- explotadores; ya en 1918 quedaron identificados como enemigos de clase a los que se debía reducir sin contemplaciones. Categoría difusa y tóxicamente ideologizada, la del kulak, más un estigma sociopolítico que un concepto riguroso, en los hechos la mera posesión de una vaca y de una pequeña extensión de tierra cultivable bastaba para endosarla a una modesta familia de campesinos. Las consecuencias de la “deskulakización” serían desastrosas para la enorme población rural del país, y de la URSS entera.

La represión de los cosacos en 1919 –masacres incluidas- y la hambruna rusa de 1921, fruto ante todo de una combinación de sequía y reducción del número de trabajadores agrícolas por las convulsiones de los años previos (guerra europea, revolución, guerra civil), anunciaron el desastre ucraniano de principios de los años 30. En 1921, las confiscaciones masivas de grano, patatas y productos afines ayudaron el paliar el hambre en las ciudades, pero sumieron en la inopia a los campesinos de la naciente Unión Soviética. Hubo, empero, un par de diferencias sustanciales con la crisis de una década después: la hambruna temprana no fue ocultada y el gobierno sí trató de solucionarla, recurriendo para ello a diversos medios, incluyendo la aceptación de ayuda foránea (la de mayor cuantía provino de los Estados Unidos). En 1932, la situación sería explotada para incrementar artificialmente los efectos de la crisis alimentaria, a la vez que se escamoteaba su gravedad a ojos extranjeros.

Sin embargo, la imposición de solidaridades de clase en desmedro de las de nacionalidad no fue siempre la exclusiva política gubernamental. A raíz de los levantamientos campesinos de 1919, Lenin dedujo que sería conveniente compatibilizar ambos factores, al menos durante un tiempo, por lo que transigió en halagar los sentimientos nacionales ucranianos. Habilitó la enseñanza y la prensa escrita en lengua ucraniana, permitió en el funcionariado público el bilingüismo (ruso y ucraniano), dio espacio al desarrollo de la expresión literaria y la investigación histórica vernáculas. Con esto trataba de evitar que la sovietización evocara el colonialismo de viejo cuño, congraciándose con las clases medias y el campesinado ucranianos. A la vuelta de los años, Stalin cesaría cualquier atisbo de contemporización. Con el georgiano encumbrado a la jefatura del régimen, la colectivización agraria intensiva dio inicio en 1928, amparada en un discurso plagado de eslóganes contra los kulaks, difamados como acaparadores y explotadores, responsables directos de la miseria del campesinado y del desabastecimiento en las urbes. En paralelo, se ponía en marcha la industrialización de la URSS; según la lógica marxista que inspiraba el régimen, el nuevo estado debía ser un estado obrero, premisa que no solo relegaba al campesinado a un rango subalterno sino que lo condenaba al sacrificio en aras de la industria y el auge del proletariado urbano. En los días de la hambruna, la represión de los kulaks en Ucrania iría de la mano con la guerra imperialista cultural, esto es, con la rusificación y el aplastamiento del nacionalismo ucraniano. (Guerra que abarcaba el embate contra la religión y contra diversas manifestaciones folclóricas, por fuerza impregnadas de un apego emocional a una Ucrania primordialmente rural.)

La estigmatización de los kulaks resultaba congruente con lo que era al mismo tiempo táctica política, maniobra propagandística e indicio de una mentalidad: imputar la deficiente marcha de la economía y remodelación de la sociedad –en suma, la “construcción del socialismo”- a conspiraciones, infiltración por el enemigo y operaciones de sabotaje. A fines de los años 20 debutaron las farsas judiciales en que se procesaba a profesionales, técnicos o trabajadores acusados de pertenecer a organizaciones contrarrevolucionarias frecuentemente apoyadas por potencias extranjeras, invenciones delirantes que en parte reflejaban la mentalidad de asedio que padecían los bolcheviques. La década siguiente fue la del paroxismo de esta situación, que alcanzó su clímax en las grandes purgas de 1936 a 1938. La trama de la hambruna ucraniana en particular incorporó el ingrediente de las conspiraciones y minado clandestino de las obras de industrialización y colectivización agraria, iniciativa por lo general de presuntos vestigios de las agrupaciones anarquistas o nacionalistas que habían sido derrotadas por los bolcheviques en la guerra civil y que ahora operaban en la sombra, coludidos con agentes extranjeros (especialmente polacos).

La colectivización procedió a arrasar con el emprendimiento privado en la labranza de la tierra y la cría de ganado, lo que supuso no solo la reducción de tales actividades al ámbito de los nuevos “koljoses” (granjas colectivas en la forma de cooperativas agrícolas) y “sovjoses” (granjas colectivas de dependencia estatal) sino también el apresamiento de miles de campesinos catalogados como kulaks. Dado lo impreciso del término, un campesino que tuviera dos cerdos en lugar de uno –como sus vecinos- podía entrar en la categoría. Su suerte final variaba entre la deportación, el confinamiento en el Gulag o una pronta ejecución. Las brigadas de expropiación se propasaban con frecuencia, saqueando y propinando toda clase de violencias a los campesinos. Aquí y allá hubo conatos de insubordinación, que iban desde el sacrificio de los animales o la quema de grano hasta el apaleamiento de brigadistas o el asesinato esporádico de alguno de ellos (percibidos como gentes foráneas llegadas para destruir la forma de vida local), pero resultaron inútiles frente al abrumador aparato de opresión estatal.

En el transcurso de 1931, varios de los activistas y dirigentes implicados en la colectivización supieron captar las señales de la escasez que se avecinaba. A una nueva temporada de sequía se sumaban factores como la falta de semillas, tractores y bestias de tiro, la deficiente construcción de depósitos de almacenaje o la depauperación de las técnicas de cultivo. El mal tiempo y el caos de la colectivización afectaron gravemente la capacidad productiva de los campos, perjudicando la vital recolección de grano. El abastecimiento de las ciudades peligraba, pero más sensible para la autoridad central era la repercusión del problema en el área de las exportaciones, prioridad absoluta para un régimen que dependía en alto grado de este rubro. La respuesta automática fue, por supuesto, la búsqueda de cabezas de turco, personificadas por los proverbiales saboteadores (que esta vez debían encontrarse entre los ingenieros agrónomos y activistas de la campaña de colectivización). Por demás, el gobierno no mostró disposición alguna a atender las alertas tempranas de sus propios agentes, en primer lugar, ni, en segundo, a moderar las exorbitantes cuotas de grano destinado a la exportación. Las requisas prosiguieron inmisericordes, aunque jamás podrían satisfacer las cuotas establecidas. Quienes sufrieron las consecuencias inmediatas fueron los propios campesinos: como si no hubieran tenido suficiente con el despojo de sus tierras, aperos de labranza y reservas alimentarias (hasta de sus misérrimas chozas), ahora se les arrebataba la posibilidad misma de subsistir.

Esperar de Stalin un asomo de clemencia o llano realismo, en el sentido de admitir la imposibilidad de cumplir los planes de exportación agrícola, resultaba de antemano ilusorio. Las medidas que hubiesen podido paliar la creciente hambruna ucraniana fueron suspendidas en el verano de 1932, con lo cual ingentes masas de campesinos quedaban condenadas a la inanición. Por si fuera poco, una serie de medidas punitivas fueron aplicadas a las granjas colectivas de menor rendimiento: no solo las reservas de cereal serían confiscadas, también las de carne y de patata; cualquier forma de comercio –por primitivo que fuera- quedaba prohibida; la inscripción en listas negras sustraía a las granjas de cualquier beneficio presente y futuro. Las carreteras fueron cortadas a fin de impedir que los campesinos buscasen alimento o trabajo en otros lugares. En resumidas cuentas, ninguna emergencia humanitaria haría mella en la férrea determinación de sostener la política económica. Cuanto se hizo por órdenes emanadas desde el Kremlin produjo, al decir de Applebaum, «una hambruna dentro de la hambruna». Paralelamente, la difusión en las ciudades de noticias sobre el drama rural fue proscrita, y a quienes emitían comentarios sobre lo que sucedía se los tachaba de contrarrevolucionarios y traidores. La rusificación fue intensificada en desmedro de las manifestaciones de singularidad nacional. La “ucranianización” o exaltación de la especificidad ucraniana fue responsabilizada de la crisis alimentaria. En consecuencia, fueron clausuradas o purgadas las instituciones relacionadas con el fomento de la cultura nacional; las organizaciones cosacas sufrieron una nueva represión; se acusó al partido comunista ucraniano de estar infiltrado de antiguos enemigos de la revolución: la purga subsecuente no se hizo esperar. En suma, la mala cosecha de 1932 fue explotada a fin de expandir artificialmente sus efectos, socavando merced a ello las bases demográficas, sociales y culturales de la nacionalidad ucraniana. Así Stalin resolvía una amenaza potencial que en cualquier momento podía hacer eclosión.

Hambruna roja es lectura obligada para todo aquel que ansíe profundizar en el conocimiento del pasado soviético. Los testimonios de la época reproducidos por la autora nos empapan del dramatismo de los acontecimientos, imbuyéndonos de una inmediatez que complementa de impecable manera la preceptiva distancia y sentido de conjunto de la mirada historiográfica. Una obra notable.

– Anne Applebaum, Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania. Debate, Barcelona, 2019. 591 pp.

 

     

18 comentarios en “HAMBRUNA ROJA – Anne Applebaum

  1. Farsalia dice:

    Gran libro, que leí en la edición de bolsillo de Penguin (2018). No sólo trata la hambruna, sus causas (los planes de colectivización desde 1929, la persecución de los kulaks) y sus efectos inmediatos, sino también la guerra ideológica y «nacional» en Ucrania desde 1917 y en la década y media posterior. Incide en la parte final en cómo la prensa extranjera se hizo eco de la hambruna (o la minimizó) y en el debate historiográfico en las décadas siguientes, hasta la actualidad, en torno al «negacionismo» de la misma.

    Una reseña mucho más que necesario.

  2. Pepe dice:

    Una gran historiadora. sus libros son imprescindibles para colocar a Stalin en su dimensión como el mayor genocida en la historia de la humanidad.

  3. Rafael dice:

    ¡Estimados señores de hislibris!: disiento totalmente de la reseña de Rodrigo, cada palabra,cada análísis lleva implicito un error.

    Sería largo enumerar el grado de adulteración que tiene la obra de Appelabum, implicaría el un escrutinio crítico nota a nota tanto de las fuentes primarias como secundarias citadas por la autora.

    Afortunadamente existe una crítica – a mi juicio devastadora- que recomiendo a todo el mundo que sea capaz aunque sea un momento de dejar «en supenso» sus anteojeras anticomunistas.

    Esta critica es la del profesor Mark Tauger :Review of Anne Applebaum’s “Red Famine: Stalin’s War on Ukraine”(2018)

    *https://historynewsnetwork.org/article/169438

    Hay traducción española en :http://colectivotodoazen.blogspot.com/2019/01/resena-de-hambruna-roja-de-anne.html

    Un saludo.

    1. Valeria dice:

      Para mí sería más creíble una aportación que empezase diciendo, por ejemplo, que existe un debate sobre la reponsablilidad de la Unión Soviética en el holomodor, y que hay autores que no comparten las tesis de Applebaum. Mucho más creíble que una enmienda a la totalidad de una reseña.

      Porque cuando un comentario empieza diciendo que la reseña (la reseña, no la obra reseñada: la reseña, su análisis, sus palagras) lleva implícito un error, y se cita por toda justificación de esa enmienda a la totalidad la postura de un autor negacionista, dando por malo todo lo de uno y por bueno todo lo de otro, sin más justificación, obviando comentar siquiera que más autores diferentes también apoyan la tesis de Applebaum …. pues me parece una pobre manera de argumentar.

      Recomendaría en estos casos, como dice el propio señor Tauger al final del artículo enlazado, mucha cautela. Ejercicio crítico razonado, mejor que acusación de anteojeras comunistas de cualquiera que no comparta su entusiasmo ciego.

  4. Hahael dice:

    Pues no conocía este libro, pero el tema me interesa mucho. Así que me haré con un ejemplar. Gracias, Rodrigo, por la estupenda reseña. Solo con leerla dan ganas de ir a comprar el libro. Un saludo.

  5. Luismi dice:

    Siempre es una recomendacion genial leer a Anne Applebaum y provoca sonrojo que a punto de llegar a 2020, todavía existan defensores del Comunismo y pretendan blanquear sus crímenes.

    1. Vorimir dice:

      El problema no creo que sea el comunismo, así en genérico, sino más bien la defensa a ultranza de Stalin y su política totalitaria.

  6. Rafael dice:

    ¡Estimada Valeria !: paciencia, con tiempo desbrozaré algunos de los puntos que toca Rodrigo extrayéndolos de Applebaum.

    Segundo, calificar a Tauger de «negacionista » es absurdo, este término se ha convertido en un arma arrojadiza antisoviética contra aquellos historiadores que disienten de los dogmas sovietológicos al uso, es decir una variante del argumento «ad hominem», naturalmente esto no tiene nada que ver con la investigación seria y honesta.

    Supongo que Arch Getty (decano de la sovietologia ), sheila fizpatrick,roberta Manning,Wheatcroft,James harris, etc todos grandes sovietológos deben ser «negacionistas » porque rechazan la versión del «holodomor».

    Por otra parte , creo que no has leido bien a Tauger, y en ningún modo es cauteloso, ya que hace una crítica feroz tachandola de falsificación aunque obra indirectamente a través de citas de los historiadores Charles Hoffer y Peter konaz.

    Por otra parte Valeria, casi todos los argumentos que usa Applebaum – extraidos de la historiografia ultranacionista ucraniana vinculada a la extrema derecha y el neofascismo), son refutados con gran amplitud en un libro de Tauger desgraciadamente no publicado en España, pero si en Francia.

    *»Hambre y transformacion agrícola en la URSS», edicions delga,2017

    https://editionsdelga.fr/portfolio/mark-tauger/

    En cuanto a las palabras de LUISMI, se trata de la mera retórica antisoviética repetida como una cantinela, lo mismo que si yo dijera :» es sonrojante que todavia existan defensores del capitalismo y pretendan blanquear sus crímenes».

    Saludos cordiales.

  7. Rafael dice:

    ¡Estimado Vorimir !:yo no defiendo a «Stalin y su política totalitaria», simplemente deseo comprobar si se pueden verificar con un margen de probabilidad ó no las imputaciones que se hacen contra Stalin lo mismo que se hace sobre cualquier personaje histórico.

    Por ejemplo,al principio de su reseña Rodrigo hace dos imputaciones que afectan a Stalin junto con el «holodomor»: el gran terror de 1937-8 y la masacre de Katyn que son considerados como los grandes «crimenes de Stalin» , existe un consenso indubitable sobre su certeza no refutable, pero una cosa es el «consenso » historiográfico y otra la verificación que se puede inferir tanto de la evidencia antigua cómo de los recientes hallazgos sobre el particular y ésta nos indica que Stalin ( y por stalin entiendo a su equipo ó gobierno ) no es la causa de estos terribles crimenes.

    Por último,manifestaros que yo no soy ni comunista ni anticomunista,me honro de ser absolutamente escéptico en política ó en sistemas políticos, quizás por eso me permito afirmar que la «leyenda negra » anticomunista ó si se quiere anti-stalin es el mayor bluff del siglo XX.

    saludos cordiales..

  8. rafael dice:

    Estimados amigos de Hislibris :

    En el siguiente artículo los economistas Paul Cokshott y Ahmet tonak ponen en evidencia el carácter tendencioso y falaz del holodomor comparándolo con lo que ocurrió en la propia Ucrania 50 años después- en este caso es dificil negar el carácter deliberado del hecho:

    «El Informe Económico afirma que se produjo una «hambruna» en 1932-33, alegando que «alrededor de 6 millones de personas murieron de hambre». Para ilustrar que esta pérdida humana es un ejemplo concreto del fracaso de la política económica socialista, el Informe Económico incluye el siguiente gráfico, que muestra la tendencia anual de nacimientos y defunciones en Ucrania entre 1924 y 1939.

    Los autores afirman no solo que varios millones murieron como resultado de la hambruna, sino que además «millones de personas más no nacieron». La hambruna se atribuye a las políticas económicas socialistas defectuosas. Los historiadores disputan en que medida se debió a decisiones políticas [2], pero incluso si aceptamos que se trata de una política más que de una mala cosecha, eso no resolvería el asunto.

    Para tener una visión más amplia y comparativa, uno debe mirar el período de restauración capitalista después de 1990. Por ejemplo, en el caso de Ucrania, las tendencias de la población presentan una imagen bastante dramática. Como se puede ver en el siguiente cuadro, la transición del socialismo al capitalismo condujo a una dramática disminución de la población en Ucrania. De hecho, la restauración del capitalismo mató entre dos y tres veces más personas en una Ucrania ya desarrollada que la hambruna de la década de 1930 que ocurrió en un entorno pobre y atrasado.»

    *“Socialism” in the Economic Report of the President»( 2019)

    https://mronline.org/2019/04/23/socialism-in-the-economic-report-of-the-president/?fbclid=IwAR2zlqR6Rvr4o-egcwQXrnTslqZTQ1iP9GeLVDpP41LTi5IK73EqOBCtcj4

    saludos cordiales.

  9. APV dice:

    Otra reseña crítica con el libro de Applebaum: https://www.theguardian.com/books/2017/aug/25/red-famine-stalins-war-on-ukraine-anne-applebaum-review

    Es un tema complejo, y dejando a parte algunos negacionistas, hay cierto consenso en la hambruna, aunque no en las causas, efectos y consecuencias. Las perspectivas difieren en si fue algo humano e intencionado con fines de limpieza étnica, o si fue algo natural amplificado por las políticas internas y externas del régimen sovietico y sus paranoias. Un genocidio o un crimen de lesa humanidad (y su comparación con la hambruna irlandesa o la china del Gran Salto Adelante).
    Al respecto hay diversos autores: Conquest, Davies, Ellman, Kulchytsky, Tauger,… con posturas contrapuestas.

    Por desgracia el tema se ha politizado mucho ante el enfrentamiento entre Ucrania y Rusia (aunque la hambruna no fue exclusivamente en Ucrania) y ha condicionado el debate.

  10. Rafael dice:

    ¡Efectivamente Apv!, cómo dices el tema es complejo y no creo que nadie sea «nagacionista»,nadie niega que hubo hambruna, otra cosa es que fuese intencionada- cosa que si fueron las políticas de «shock» utilizdas en Ucrania y Rusia en la década de los 90 que provocaron el doble y el triple de muertos que en 1932- ó que se debiera en gran medida a factores edafoclimáticos y al propio atraso de la agricultura rusa ( cómo las crisis de subsistencias del Antiguo régimen estudiadas por Pierre Vilar,Pierre goubert,Le roy ladurie,Vicente moreda, etc) .

    Escribe al respecto la profesora Annie Lacroix en una reseña de un libro de Mark tauger:

    Ya en 1933, se lanzó una gran campaña occidental, convirtiendo la hambruna en Ucrania en un genocidio planificado por Joseph Stalin para castigar la rebelión contra la colectivización. En una serie de artículos, el historiador agrario Mark Tauger presenta su investigación y una extensa bibliografía científica sobre las causas y la respuesta por parte de la URSS de un evento que realmente ha afectado a todo el sur del país: en una agricultura en proceso de colectivización-modernización, Taugerl ve en ella el tipo de hambrunas del mundo subdesarrollado. Tauger hace comparaciones históricas útiles a largo y corto plazo, pero, usando la palabra hambre, no distingue las hambrunas stricto sensu de las hambrunas de «soldadura» entre la cosecha del año anterior y la cosecha por venir, tan típicas del antiguo régimen agrario»

    *https://www.monde-diplomatique.fr/2018/03/LACROIX_RIZ/58455

    Saludos cordiales.

  11. APV dice:

    Pero no hay que dejar de lado que las propias inercias y funcionamiento del régimen estalinista empeoró cualquier problema agrícola (provocado o natural).

    Ya vemos como el Lysenkoísmo destruyó durante décadas toda la ciencia agraria, no era extraño que Kruchev se interesase por el buen funcionamiento de las granjas de EE.UU. (aunque el intento de copia y pega de sus métodos fue desastroso al no haber un conocimiento para sustentar esas adaptaciones).

  12. Rafael dice:

    ¡Estimado Apv !: en realidad hay muchos mitos ( originados en la guerra fría ) sobre Lysenko y sobre la agricultura soviética,Mark Tauger deshace algunos de ellos en su libro citado de la editorial Delga y hay un excelente estudio técnico que confirma los niveles alcanzados por la agricultura soviética , es el siguiente:

    *E. G. Bellinger/N. M. Dronin: “Climate Dependence and Food Problems in
    Russia 1900 – 1990”, Central European University Press, Budapest,2005.

    https://books.google.it/books/about/Climate_Dependence_and_Food_Problem
    s_in.html?id=9a5j_JL6cqIC&redir_esc=

    Poca gente ,sabe que la URSS fue pionera durante los años 30 y 40 en el terreno de la agroecología – algo que está de moda hoy- y que la china de hoy ha seguido y retomado los pasos soviéticos de entonces frenados(erróneamente) por el «productivismo» a la americana de Kruschev .

    vid. Guillaume Suing:»La «décroissance» est un poison pour l’agroécologie»( 2018)

    *https://lepcf.fr/La-decroissance-est-un-poison-pour-l-agroecologie

    Saludos cordiales.

  13. APV dice:

    Mucho se puede hablar partiendo del origen en la etapa zarista de Dokucháyev, Vernadski y los zapovédniks como reservas de biosfera para su estudio. Curiosamente el régimen comunal mir podía ser bastante lesivo porque durante cada repartición el asignado explotaba al máximo su parcela.

    Pero la reforma para la aclimatación en tiempos de Stalin llevó al choque de los científicos, destacando Lysenko y el mal destino de aquellos que se le oponían o chocaban como Vavilov, Stanchinskii o Hessen.
    Es cierto que tras la guerra se intentó un plan de reforestación, en el marco de la reconstrucción, pero de nuevo Lysenko metió mano y acabó en el enfrentamiento con Sukachev en lo que supuso un cambio de curso.

    Mientras se aplicaba el Gran Plan de Transformación de la Naturaleza a raíz de la hambruna de 1947 tras la sequia, con las consecuencias s la larga en los sucesivos desarrollos que acabaron con el Mar de Aral.

  14. Rafael dice:

    Estimado APV: también circulan muchos mitos en torno a Lysenko.

    Por ejemplo,en la primavera de 2016, el sovietólogo loren Graham escribió en Foreign Affairs:

    ” […] miles de biólogos fueron enviados a prisión o asesinados por haber criticado al científico preferido de Stalin [Trofim Lysenko]“

    La verdad es que ningún biólogo soviético fue asesinado o enviado a prisión por haber criticado a Lysenko.

    En su libro sobre el asunto Lysenko, el investigador anticomunista David Joravsky estudió a todos los biólogos que pudo descubrir y demuestra que muy pocas de estas personas fueron víctimas de Lysenko y que ninguna de entre ellas fue asesinada. Un especialista en biología de plantas no-lysenkista incluso llegó a ganar el premio Stalin en 1950 (Elina, Lysenko).

    Vavilov por ejemplo fue arrestado por otros motivos y no tuvo nada que ver con Lysenko.

    un saludo.

  15. Farsalia dice:

    Hoy vi, en el marco del 4º BCN Film Fest, la interesante película Mr. Jones de Agnieszka Holland, de próximo estreno. Trata el caso de Gareth Jones, ex secretario del también ex primer ministro británico David Lloyd George, quien viajó a Rusia para intentar entrevistar a Stalin y, tras desviarse a Ucrania, fue testigo de los estragos de la hambruna; capturado pero finalmente liberado (y sometido a chantaje por las autoridades soviéticas), al regresar a Reino Unido denunció el Holodomor ante la opinión pública mundial… siendo desacreditado como mentiroso en un principio: la imagen del paraíso soviético era demasiado poderosa en aquellos años de recesión económica como para desmontarla fácilmente; incluso todo un Premio Pulitzer como el periodista del New York Times Walter Duranty le hizo el juego a la propaganda de Stalin. Ambos personajes se tratan con detalle en el capítulo dedicado al descubrimiento internacional de la hambruna.

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