H.E.A.: UNA APROXIMACIÓN A LAS MEDITACIONES DE MARCO AURELIO POR DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE (BARCELONA)

En una secuencia en el filo de la primera hora de la película La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964), asistimos a uno de los «soliloquios» de Marco Aurelio: en su estancia privada, el emperador dialoga consigo mismo. Una escena en la que en unos pocos minutos llegamos a «ver» lo que traslucen sus pensamientos, una sucesión de anotaciones, máximas y consejos que el césar escribía para sí mismo, no para ser publicadas. Vale la pena detenernos en lo que se dice en esta escena, pues de un modo u otro remite a lo que podemos leer en lo que se ha conservado de esos pensamientos del emperador romano y que nos hacen pensar que los guionistas del filme han leído a Marco Aurelio: de hecho, de los tres guionistas acreditados en el filme, Basilio Franchina conocía bien este período y Ben Barzman supo llevar esa sapiencia por un buen camino, mientras que Philip Yordan se encargó de la escritura de aquellas secuencias con más acción; por cierto, el historiador Will Durant, muy popular en esa época, escribió la secuencia del prólogo y las frases que la voz en off pronuncia al final.*

*Prólogo: «El caer, dice un poeta español [sic], el caer no ha de quitar la gloria de haber subido. Es impresionante que los dos problemas máximos de la historia sean explicar la grandeza de Roma y comprender su caída. Porque no tuvieron una sola causa, sino muchas. No se trató de un acontecimiento aislado, fue un extraordinario proceso que duró trescientos años y muchas naciones han vivido menos tiempo del que tardó Roma en caer».

Final: «Así empezó la caída del Imperio romano: que solo se puede destruir a una gran nación cuando ella misma se ha destruido interiormente».

Ambos fragmentos son las primeras frases del epílogo de Caesar and Christ (1944), tercer volumen de su magna obra The Story of Civilization, coescrita con su esposa Ariel Durant y publicada entre 1935 y 1975; en particular, la segunda frase del primer fragmento remite en nota al capítulo II, “The Reorganisation of the Empire”, a cargo de J. S. Reid, del primer tomo, The Christian Roman Empire and the Foundation of the Teutonic Kingdom, de la obra colectiva The Cambridge Medieval History, publicado en 1911, que dice: «The two greatest problems in history, how to account for the rise of Rome and how to account for her fall, never have been, perhaps never will be, thoroughly solved» (pág. 54).

Un tema este, que con reminiscencias parcialmente gibbonianas, daría para otro H.E.A.

Como curiosidad, también Arpa Editores ha publicado recientemente la Historia de Filosofía de Durant, su primer libro, original de 1926;  previamente editó Lecciones de la Historia (2022), que el matrimonio Durant publicó en 1968 a modo de compendio de su magna Story of Civilization.

Sea como fuere, los tres (con el plácet de Anthony Mann, que insistió en que profundizaran en los personajes) quisieron que una de las escenas del filme, con Alec Guiness en la piel del personaje, recrease precisamente eso: el diálogo del emperador consigo mismo. Véamosla.

Una voz (la marcamos en cursiva), que no deja de ser el alma del propio de Marco Aurelio, le pregunta al emperador y este le (se) responde:

¿Eres hombre que soporte la ironía, Marco Aurelio? Pues fíjate bien en el emperador de Roma, convertido en un pobre esclavo miserable. ¿Conoces a tu señor? Un esclavo. Un dolor de costado en un punto más pequeño… que un grano de trigo. ¿Y para qué te sirve ya la ciencia? ¿No contestas? Tanto como has leído y meditado durante estos años y tus diálogos, Marco Aurelio, las horas y horas gastadas con tu amigo Timónides. Debían haberte preparado para este momento, pero no ha sido así, ¿verdad? ¡Estás indefenso! ¿Por qué? Porque no tratasteis nunca el limpio y puro tema de la muerte. ¿No será que en el fondo adivinabas la inutilidad de la sabiduría para aclarar ese misterio de misterios? Admite la trivialidad de todas las otras cosas que sabes. Admite que no vale la pena pensar, ni leer, ni hablar, ni maravillarse. Entonces hicimos bien, olvidando la muerte. Pues si los hombres no piensan ni leen ni se comunican… No tienen ningún derecho, ninguno, a considerarse hombres.

Un espasmo de dolor en el costado «interrumpe» la «conversación». Marco se enfrenta ya a la muerte, son sus últimos momentos –la secuencia continuará al final del soliloquio con la entrada de varios de sus «consejeros», que han decidido eliminarlo para que Cómodo reine, y con Cleandro (basado en el prefecto pretoriano del mismo nombre) que le ofrece la mitad de una manzana envenenada con un lado de la hoja de un cuchillo (mientas el propio Cleandro se come la otra mitad, a salvo del veneno)–, y «discute» consigo mismo sobre la propia muerte e, indirectamente, sobre la inutilidad de todo lo hecho hasta entonces. En las Meditaciones encontramos referencias a esta idea, por ejemplo:

Esto es lo que soy: carne, un poco de hálito y mi principio rector, Deja estar los libros, Que no te distraigan, no está permitido. Mas, como si ya estuvieras muriendo, desprecia lo carnal. Es solo sangre, huesos y un manojo de nervios, venas y arterias. Contempla el hálito, ¿qué crees que es? Viento. Y no es siempre el mismo, sino que cada hora es respirado y de nuevo espirado. Y en tercer lugar está el principio rector. Reflexiona de esta manera. Eres anciano. No te dejes esclavizar más. No te dejes mover como una marioneta por un impulso insociable ni te quejes de lo destinado para el presente ni temas lo que traiga el futuro (II, 2).

Marco sabe que el barquero se acerca a por su alma y «negocia» con él, lo que en el fondo es hacerlo consigo mismo:

No estoy preparado. Siempre he estado dispuesto a negociar con el enemigo, lleguemos a un acuerdo: yo por mi parte te pido dos años de vida. Un año. No terminaría antes mi tarea. No quiero amor, ni gloria, ni amistad. Solo el bien de Roma. Y cuando pienso en Roma, pienso en el mundo. En el futuro estoy dispuesto a cambio a sufrir todos los dolores. Un año, ¿qué es un año para ti?

Volvemos a las Meditaciones y en el último de sus libros, centrado en el tema de la muerte, leemos:

Reflexiona acerca de cómo conviene comportarse en el cuerpo y en el alma cuando llegue la muerte. Sobre la brevedad de la vida. Sobre el vacío del tiempo eterno en el pasado y en el futuro. Sobre la debilidad de toda materia (XII, 7).

Cómo comportarse ante la muerte, se dice a sí mismo Marco; con dignidad, se dirá, pero sobre todo con serenidad. Es inevitable la muerte, por qué enfrentarse o «negociar» con ella. Y Marco lo asume:

¡Ciego, sordo, estúpido!  Pero yo fui quien lo dijo. Está en la naturaleza de las cosas que dé higos la higuera, que la abeja produzca miel, que el león mate al cordero. Y esta es la naturaleza que vengas a buscar mi vida. Perdóname, barquero. Olvidé que eres sordo y ciego. Ven cuando quieras, mi propia mano te guiará.

El Marco que escribió esas Meditaciones lo tenía claro, o aprendió con el tiempo (y la reflexión) a llegar a esa claridad, esa serenidad ante las cosas que uno puede controlar y especialmente aquellas que no; por un lado, sobre la naturaleza de las cosas, de lo particular y de la totalidad:

Conviene recordar siempre estas cosas: cuál es la naturaleza de la totalidad, cuál es la mía, de qué manera esta se relaciona con la otra y qué tipo de partes es de qué tipo de todo, Y que nadie es capaz de impedir que actúes y hables siempre siguiendo la naturaleza de la que eres parte (II, 8).

Y por otro, por la inevitabilidad de lo que llegará, te pongas como te pongas, pues el barquero vendrá a por ti y dejarás de estar, de ser, de existir:

En no mucho tiempo ya no serás nadie, no estarás en ninguna parte y ninguna de esas cosas que ahora ves ni de los que ahora viven existirá. Todo se transforma, se da la vuelta y perece por naturaleza para que otra serie de cosas puedan llegar a existir (XII, 21).

Al centrarnos en esta secuencia, que una y otra vez remite al fracaso que supone hacer frente a lo inevitable, no queremos olvidar el quid de este texto, que es contar cómo fue la presentación de la reciente edición a cargo de David Hernández de la Fuente de las Meditaciones de Marco Aurelio, publicadas por Arpa Editores hace unos meses. Una publicación que, pásmate, lector, ya va por su segunda edición y ha vendido diez mil ejemplares. De un texto de filosofía estoica, ojo. Aunque luego entenderemos, quizá, por qué. Una edición que se suma a las ya existentes y, perdón por la cacofonía, en muchos casos excelentes con las que ya contamos: la edición de Ramón Bach Pellicer con introducción de Carlos García Gual en Gredos (1977, reed. 2019), la de Francisco Cortés Gabaudán y Manuel J. Rodríguez Gervás en Cátedra (2005), la de Antonio Guzmán Guerra en Alianza Editorial (2014, reed. 2020), la de Miquel Dolç en Taurus (2012), la de José Ignacio Díez Fernández y Luisa Fernanda Aguirre de Cárcer en Ariel (2016, reed. 2023), la de Joaquín Delgado en Errata Naturae (2020) o la de Jorge Cano en Trotta (2023), entre las principales. Por no hablar de la edición bilingüe en griego y catalán de Joan Alberich i Mariné en Llibres de L’Índex [Ediciones de la Tempestad] (2008) o incluso la edición manga a Carlos Mingo en Herder (2015). ¿Hemos traducido a Marco Aurelio por encima de nuestras posibilidades? ¿Y se le ha «entendido»? Quién sabe. Pero vamos al tajo: la presentación en Barcelona.

El lugar escogido para la presentación fue el aula 113 de la Facultad de Filología y Comunicación de la Universidad de Barcelona, un aula como las de antes, a la vieja usanza: largos pupitres de madera, pizarra con tizas, tarima para el docente, el sonido del crujir de los asientos, del deslizar la tiza sobre el encerado. Fuera o no fruto del azar, el marco se compadecía con lo que allí iba a suceder. Sobriedad, maneras clásicas, austeridad. Solo un monitor de ordenador desentonaba con el conjunto, en un intento quizá de modernizar un espacio a costa de hacerle perder su encanto. Austeridad también en el aspecto formal: ni un letrero o indicación en la puerta del aula que anunciara el acto, y mucho menos en los pasillos o la entrada de la universidad. Tampoco había a mano ejemplares del libro que se presentaba por si alguien deseara hojearlo o comprarlo. Austeridad también en el número de asistentes: apenas diez personas –número total según los pitagóricos– dispuestas casi en forma de tetraktys en los asientos. Austeridad incluso en el protagonista del acto, David Hernández de la Fuente, que llegó con un par de libros bajo el brazo y una minúscula libretita de notas. Austeridad hasta donde no debía haber austeridad, pues el presentador del acto, Sergi Grau Guijarro, profesor de Filología Griega de la casa, podría haberse extendido más de lo que lo hizo en las laudes y las flores al invitado, porque currículum tiene para ello (por cierto, entre los asistentes estaba Javier Velaza, de cuya presentación barcelonesa de la reciente edición de la Historia Augusta en Ediciones Cátedra también hicimos un H.E.A.). Hasta que irrumpió en ese austero hábitat la mente pensante y clarividente de Hernández de la Fuente, quien con buen talante y mejor ánimo ejerció menos como el protagonista que era de la presentación y más como el profesor que también es. En eso consiste la diferencia entre ser per se y ser per accidens. En cuanto Hernández de la Fuente comenzó a hablar y su ser per se, sus maneras de profesor y su vastísima erudición fluyeron, la austeridad se esfumó.

Hernández de la Fuente estructuró su alocución en tres etapas: la primera giró en torno a qué es el estoicismo y el recorrido desde su nacimiento hasta que se difuminó en las brumas de la historia; la segunda la dedicó al autor, Marco Aurelio; y en la tercera se centró en el libro, que por desgracia nadie salvo él teníamos a mano. Y precisamente «ten a mano», «ten presente», «recuerda», es algo que Marco Aurelio repite a menudo en sus Meditaciones, expresión que Hernández de la Fuente escribió en el encerado con buen griego (sí, el emperador de los romanos escribía en griego). Eso es precisamente lo que, de manera tan absurda como risible, hacen algunos actuales gurús del éxito e influencers de la vida provechosa: tener a mano las reflexiones de Marco Aurelio cual vademécum espiritual, administrarlas como ibuprofenos para el alma a través de vídeos youtubéricos, instagrámicos o tiktokeros, por no hablar de toda la bibliografía neoestoica que inunda los estantes de las secciones de autoayuda de las librerías y los centros comerciales, y que a lo único que ayudan es a empobrecer y malinterpretar el pensamiento del emperador filósofo. Si levantara la cabeza, nos enviaría sus legiones. O quizá no, que para eso era estoico.

Más o menos así comenzaron las reflexiones de Hernández de la Fuente, a pie derecho y sin más apoyo que su libretita de notas —la cual solo consultó una vez—, en torno al «libro de oro», el «no-libro», el manual, el diario o como se le quiera llamar (y se le ha llamado de todo), que escribió el emperador en su tienda de campaña mientras combatía en el norte del imperio. Un libro escrito para sí mismo, ese era su público. Y, sin embargo, el público hoy en día y desde el Renacimiento, cuando la imprenta empezó a ocuparse de su difusión, somos todos nosotros, seres hambrientos de una guía espiritual que nos ayude a vivir bien, eu zen. Así de paradójica es la historia de esta «conversación consigo mismo» de Marco Aurelio, llevándola casi a una subversión nietzscheana de los valores que inspiraron esas líneas.

Pero entonces, si no se trata de triunfar en la vida, de tener éxito y dicha, de estar en el selecto grupo de los ganadores, ¿qué diantres es el estoicismo? ¿Un Walk on the wild side de Lou Reed? No, se acerca más a un Look on the bright side de Monty Python. Hernández de la Fuente, halagando de manera tan educada como exagerada a su tetráktyco auditorio, reconoció cierta vergüenza por explicar a quienes supuestamente ya lo sabíamos la historia de ese movimiento filosófico, que nació a finales del siglo IV a.C. en la mente de un chipriota llamado Zenón y que tomó forma en las lecciones que daba bajo el pórtico pintado (Stoa poikilé) del ágora de Atenas. Unas lecciones que llamaban a la serenidad de ánimo, al recogimiento hacia uno mismo, a la armonía con la naturaleza, a la imperturbabilidad ante lo inevitable.

Frente al caos del cosmos («papilla de átomos», lo llamó Hernández de la Fuente) que decían los epicúreos, el orden que impera en la naturaleza de los estoicos; frente al tiempo libre para desconectar y distraerse, que proclaman los youtubers neoestoicos (pseudoestoicos sería más exacto), el otium cum dignitate de Cicerón y Séneca; frente a la extroversión y el éxito en la vida, la introversión y el saber encajar los golpes sin turbaciones. «Excava dentro de ti. Dentro está la fuente del bien» (VII, 59), Marco Aurelio dixit. Pero el estoicismo no es pasividad ante los imponderables de la vida. Ni pasotismo, ni mucho menos pesimismo. El individuo estoico forma parte de la «vida activa», está conectado con la naturaleza y en esa conexión encuentra la felicidad («No sigas discurseando todo el tiempo sobre cómo debe ser el hombre bueno, sino simplemente selo», X, 16). El estoico no baja los brazos y se deja zarandear como un pelele: actúa mientras cabe actuar, y cuando ya no es posible acepta lo que haya de venir y lo asume sin aspavientos, consciente de que lo que sucede sucede porque forma parte del orden natural de las cosas. Un orden natural que incluye desde esclavos, como Epicteto, hasta emperadores romanos, como el propio Marco Aurelio.

Pero ¿quién fue Marco Aurelio? Pues un individuo a quien el destino hizo convertirse, para su disgusto, en emperador de todos los romanos. Un individuo que hubo de llevar una enorme carga y que a menudo protesta y se frustra por no haber podido dedicarse a la filosofía. Un individuo que dialoga consigo mismo con una doble voz: la del hombre frustrado que cree que no va a poder acarrear tan enorme peso, y la del animoso que le recuerda que podrá hacerlo. Un individuo ilustrado, probablemente el más culto de su tiempo, que cumple con su misión como emperador pero que también insiste en retirarse al interior de sí mismo. Y su no-libro es más testimonio de lo segundo que de lo primero: apenas hay menciones a su quehacer al frente de Roma, ni como militar ni como gobernante. Antes al contrario: «Mira bien que no te vayas a cesarizar», se dice a sí mismo (VI, 30). Y además su actitud, como debería suceder con la actitud de todo hombre, no trata solo de enderezarse a sí mismo, sino que intenta enderezar a los demás, y no con palabras o consejos sino con el propio comportamiento.

La edición que presentó Hernández de la Fuente va por la segunda edición y ha vendido ya diez mil ejemplares, decíamos antes y lo reiteramos: ¡diez mil ejemplares de un texto disperso sobre filosofía! Su traducción «aspira a actualizar el texto en nuestro contexto actual», así reza la introducción. Pero ¿qué se puede hacer en «nuestro contexto actual» con un libro como este? Piénsese que el texto no está tan alejado de nosotros como los más de 1800 años de distancia desde que se escribió pueden dar a entender ¿Sabían ustedes que aquel dicho tan socorrido hoy en día entre los que abogan por la serenidad de espíritu, «si un problema tiene solución, no te preocupes; si no tiene solución, no te preocupes», ya se lo dijo Marco Aurelio a sí mismo en el interior de su tienda de campaña? Y mucho mejor expresado, claro (X, 3). El libro recalca repetidamente (porque repetitivo lo es un rato) que hay que encontrar el principio rector del cosmos, de la naturaleza, para vivir conforme a él, en armonía con él. Ahí está la felicidad. Pero ¿cómo se hace eso? Pues hallando una cesura en el día a día, un momento en el tiempo para dialogar con uno mismo, para hacer un trabajo introspectivo (hay quien no se atreve a estar consigo mismo y por eso siempre busca compañía), una indagación personal. No hace falta buscar en la superficie terrestre rincones paradisíacos o aislados en los que refugiarse para desconectar: existe un lugar que siempre tenemos a mano, y que además es el mejor para esa tarea: el interior de uno mismo.

Cuando Hernández de la Fuente dio por terminada su exposición, hubo pocas preguntas y comentarios, apenas un par; señal de que la austeridad volvía a adueñarse de la situación. Así que abandonamos el aula y, tras departir brevemente con el ponente –un intercambio de palabras que entran ya dentro de la esfera privada–, esta representación hislibreña corrió a la librería más cercana y se hizo con un par de ejemplares de las Meditaciones. Más que nada para tener a Marco Aurelio a mano.

Quede constancia de que Hislibris Estuvo Allí.

     

2 comentarios en “H.E.A.: UNA APROXIMACIÓN A LAS MEDITACIONES DE MARCO AURELIO POR DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE (BARCELONA)

  1. cavilius dice:

    Qué suerte quien haya podido estar allí, formando parte del tetraktys ese.

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