GULAG – Anne Applebaum

9788483065785Hace poco más de una década, abría Anne Applebaum su libro sobre el Gulag con una referencia al débil impacto del pasado soviético en la mentalidad occidental, tanto a nivel de imaginario popular como al de la cultura intelectual. Para ilustrar esta observación, apuntaba la autora que muchos de los que abominarían de la idea de portar un objeto señalado con la esvástica nazi podían, en cambio, comprar alegremente artículos del Ejército Rojo y otros souvenirs de la era soviética, demostrando una escasa asimilación de las atrocidades perpetradas bajo el signo del imperio comunista. En lo que respecta al público de habla hispana, la literatura disponible sobre los campos de concentración soviéticos era por entonces (en torno a 2003) escasísima. La situación ha mejorado en los últimos años gracias al denuedo de algunas editoriales, pero aún hoy, con la honrosa excepción de Alexander Solzhenitzyn, los denunciantes del Gulag (y me refiero a escritores testimoniales de la estirpe de Evguenia Ginzburg, Varlam Shalámov y Gustaw Herling-Grudziński, entre otros), resuenan mucho menos que las voces del Holocausto (Primo Levi, Ana Frank, Jean Améry, Paul Celan, Imre Kértesz…). En punto a negra fama, las estaciones del sistema represivo soviético empalidecen al lado de topónimos como Auschwitz y Hiroshima; sin embargo, lugares como Solovkí, Kolimá y Vorkutá también son parte esencial de la cartografía del horror del siglo XX. Por otro lado, la historia de la intelectualidad, especialmente la francesa -¿y cuál otra puede competir con ella en cuanto a prestigio internacional?- corrobora la idea del escamoteo o preterición del régimen soviético en la conciencia de los males de la época. Baste con recordar un episodio tan vergonzoso como fuera el de la recepción de las denuncias del Gulag, a mediados del siglo pasado. La rutilante Rive Gauche, encabezada por los célebres Sartre, Beauvoir y Merleau-Ponty, optó en general por alzarse de hombros; cuando se escandalizaba no era por la existencia de los campos de concentración soviéticos sino por «el uso que de ellos hacía la prensa burguesa”. Desde su perspectiva, los acusadores de la URSS (David Rousset, Victor Serge, Victor Kravchenko, Józef Czapski, Arthur Koestler, etc.) sólo prestaban municiones al verdadero enemigo, el imperialismo yanqui. (Merleau-Ponty sintetizó en Humanismo y terror la postura de aquella intelectualidad: «La condena a muerte de Sócrates y el caso Dreyfus dejan intacta la reputación humanista de Atenas y de Francia. No hay razón alguna por la que no haya que aplicar a la URSS los mismos criterios»). 

La publicación de Archipiélago Gulag (1973) supuso un remezón para la mayoría de los compañeros de ruta, en Francia y en otras latitudes del mundo; desde entonces el libro de Solzhenitzyn ocupa un lugar de honor entre los hitos mayores de los géneros testimonial y denunciatorio. Sin embargo, un conocimiento más sistemático de la índole opresiva de la URSS exige una lectura como la que depara el trabajo de Anne Applebaum, el que, por fortuna y con sobrada justificación, ha sido objeto de varias reimpresiones (la más reciente data de 2014). Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos (2003) es un libro que decanta y ordena un caudal significativo de información extraída de fuentes primarias (archivos, memorias y entrevistas) y secundarias. La visión de conjunto que ofrece es sencillamente invaluable, además de estremecedora.

En el principio era el terror. Tempranamente, ya en 1918, los supremos cabecillas de la revolución bolchevique –Lenin y Trotski- concibieron el propósito de internar colectivos enteros en campos de concentración. Una vez oficializado el retiro de la guerra en curso (merced al Tratado de Brest-Litovsk), la liberación de cantidades ingentes de prisioneros de guerra dejó en manos de la Cheká –la primera policía política del régimen- los recintos en que se encerraría a categorías completas de contrarrevolucionarios: nobles, guardias blancos, sacerdotes, kulaks, militantes de partidos opositores, soldados de la Legión Checa; poco después se sumarían otros objetivos, como los marineros de Kronstadt y los campesinos de la provincia de Tambov, protagonistas de sendas sublevaciones. Al calor de la guerra civil, el terror rojo alcanzó niveles demenciales; si a fines de 1919 había en toda Rusia 21 campos de concentración, un año después había 107. Algunos contenían 300 reclusos, otros llegaban a varios miles. En el papel, el objetivo primordial asignado a los campos era la reeducación ideológica; el primer jefe de la Cheká, Felix Dzerzhinski, los llamó “escuelas de trabajo” para la burguesía. En la práctica, el trabajo forzado estaba orientado al sostenimiento financiero de los propios campos. Algunos de los jefes de estos recintos se desentendieron tanto de la reeducación como de la autofinanciación, interesándose sólo en humillar y atormentar a los prisioneros.

1923 fue un año decisivo en la génesis de lo que a partir de 1930 se conocería como Gulag (el acrónimo en ruso para Dirección General de Campos de Trabajo). Aquel año se fundó el primer asentamiento de una red permanente de campos de concentración, y el lugar escogido fueron las islas de Solovkí, en el Mar Blanco; la lejanía y las rigurosas condiciones del paraje aseguraban lo que el régimen ansiaba en relación con la prensa extranjera: discreción. Además, la fundación no partía de cero ya que podían aprovecharse las edificaciones existentes, que eran las de un antiguo monasterio-ciudadela. Los que dieron con sus huesos allí eran presos políticos, “burgueses” todos, entre los que había académicos, literatos, científicos y artistas. Solovkí hizo de campo de pruebas de los métodos de la OGPU –el organismo que había sucedido a la Cheká-, aunque el sadismo que allí se concretó superó la medida de lo que sería la norma en el Gulag. En pocos años, miles de prisioneros fueron torturados y asesinados en las islas, y de las más distintas maneras. Lo que bien pronto descubrieron las autoridades soviéticas era que ni Solovkí ni los demás campos gestionados por la OGPU eran rentables, por lo que los pocos prisioneros privilegiados que hasta entonces había, exentos del duro trabajo que se imponía a la mayoría, fueron también catalogados como trabajadores forzados. En adelante se universalizó la regla de “tanto trabajas, tanto comes”, lo que a su vez dio origen a una estratificación compuesta por tres estamentos; el más bajo de ellos, integrado corrientemente por enfermos y moribundos, recibía raciones miserables que garantizaban la muerte.

De los campos de concentración como colonias de trabajo se pasó a los campos como proveedores de mano de obra desechable, utilizada en proyectos como el del canal del Mar Blanco (1931-1933), cuya construcción actualizó el concepto de esclavitud en la era moderna. Miles y miles de prisioneros fueron forzados a trabajar en las condiciones más primitivas e inhóspitas, sin maquinaria, con escaso abrigo y deficientemente alimentados, soportando en consecuencia una tasa de mortandad espantosa. Fue también a principios de los años 30 que el Gulag se expandió al extremo nororiental de Siberia, dando inicio a la nefasta leyenda de Kolimá. La expansión afectó a otras regiones distantes, tales como Kazajistán y Komi; en ésta fue erigida, mediante el trabajo esclavo, la ciudad minera de Vorkutá, cuyo campo de concentración fue el más grande de la Rusia europea. (Fue allí que se produjo el sonado alzamiento de prisioneros de 1953, duramente reprimido por las fuerzas de seguridad; los pocos presidiarios que lograron traspasar las vallas de contención fueron cazados en la desolación de la tundra.) Al crecimiento del Gulag se sumó en la década el vuelco debido al Gran Terror. Mientras éste duró, las muertes en los campos dejaron de ser accidentales –tanto como podían serlo en ese contexto- y se volvieron deliberadas además de masivas. La presunta rehabilitación de los reclusos pasó derechamente al olvido, y los zeks (el nombre vulgar de los prisioneros) perdieron toda consideración como seres humanos: no eran más que alimañas a las que se debía exterminar. Los presos de los que se había aprovechado su capacitación laboral, ingenieros y técnicos por ejemplo, fueron destinados a trabajos comunes como talar bosques y picar piedras. Las purgas de la sociedad soviética incrementaron la población del Gulag, en cuyo interior las ejecuciones, las enfermedades y la extenuación multiplicaron las muertes.

La Segunda Guerra Mundial conllevó para el Gulag un doble flujo: muchos de los reclusos fueron enviados al frente, por lo general encuadrados en batallones de castigo que hacían de ellos verdadera carne de cañón, al tiempo que otros nuevos ingresaban, a menudo acusados de derrotismo y traición. En medio de la crisis que supuso el ataque alemán, alimentar a la población de los campos o curar sus enfermedades eran las últimas de las prioridades del régimen. Nunca como en 1942 y 1943 murieron tantos reclusos del Gulag; al final de la guerra habían perecido más de dos millones, buena parte de ellos durante las operaciones de evacuación y traslado motivadas por el avance alemán. Entre las nuevas víctimas se contaban habitantes de las zonas recién sovietizadas: polacos, bálticos, moldavos; otros provenían de etnias minoritarias cuyo destino preferente era la deportación: fineses de Carelia, descendientes de alemanes de la región del Volga, tártaros de Crimea, chechenos, calmucos, etc. Con todo, el apogeo de la represión se produjo en torno a 1950; ese año había dos millones y medio de reclusos en los campos de concentración y colonias de trabajo aledañas (y una cifra apenas inferior de deportados de minorías étnicas).

La muerte de Stalin (marzo de 1953) y el subsecuente “deshielo” implicó la disolución formal del Gulag, con la liberación multitudinaria de prisioneros y el cierre de los campos más grandes. La represión adquirió en lo sucesivo un carácter selectivo, menos aleatorio y menos masivo de lo que había sido en tiempos de Stalin. Tras la caída de Jrushov y su reemplazo por Brezhnev, una nueva generación de presos políticos nutrió lo que quedaba de la red de campos de concentración, y así fue hasta la víspera del derrumbe de la URSS. En los 60 cobró fuerza el método de tratar a ciertos disidentes como enfermos mentales, encerrándolos en hospitales siquiátricos y sometiéndolos a procedimientos obsoletos, frecuentemente dolorosos. En paralelo, los presos políticos enfrentaban un problema que atravesó toda la historia de la represión en la URSS: su cohabitación en los campos con los delincuentes comunes, en especial con los denominados “ladrones honorables” –el hampa rusa, con su jerarquía propia, sus peculiares códigos de conducta y su capacidad de resistir incluso a la persecución estalinista. Descritos con una mezcla de repugnancia y pavor por supervivientes del Gulag como Solzhenitzyn y Herling-Grudziński, estos delincuentes eran por completo renuentes a cualquier intento de reeducación o rehabilitación y durante mucho tiempo campearon por sus respetos en los campos, cuyos jefes acabaron por contemporizar con ellos: su extrema brutalidad servía para atemorizar a los presos políticos. Sólo después de 1945 pudieron éstos quebrantar la hegemonía de los delincuentes profesionales, pues para entonces los “políticos” eran de un nuevo tipo: ex soldados del Ejército Rojo y antiguos partisanos, hombres endurecidos por la guerra, capaces de organizarse y de enfrentar a los hampones. Así lo hicieron, superando incluso algunas tentativas de las autoridades por  doblegarlos; ¿cómo?, pues importando nuevos contingentes de delincuentes. A fines de los 40 y comienzos de los 50 los campos se convirtieron en escenario de una lucha constante y sumamente cruenta entre presos políticos y hampones, la que remitió únicamente cuando el régimen optó por separar en recintos especiales las dos categorías de reclusos, sobre todo a sus elementos más levantiscos. Sin embargo, la cohabitación no desapareció por completo; en las décadas siguientes, los disidentes que no eran encerrados en hospitales siquiátricos solían padecer en prisión numerosos tormentos a manos de los delincuentes.

Anne Applebaum ha sabido aunar el rigor histórico con la agilidad del periodismo, deparándonos una panorámica del Gulag que comprende tanto su desarrollo a lo largo del tiempo como la descripción de sus aspectos cruciales (cómo se producían los arrestos; el transporte y la selección de los prisioneros; la vida en los campos; el régimen de premios y castigos; la suerte de mujeres y niños; los celadores; estrategias de supervivencia, etc.). En su libro sobre los campos de concentración nazis, Eugen Kogon sostenía que «La historia es el arsenal de nuestras experiencias; hay que conocerla para ser afirmado o advertido por ella» (El Estado SS, Prólogo). Pues bien, el libro de Anne Applebaum responde plenamente al principio –jamás un lugar común- de la historia como advertencia.

– Anne Applebaum, Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos. Debate, Barcelona, reimpresión de 2014. 671 pp.

 

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26 comentarios en “GULAG – Anne Applebaum

  1. Derfel dice:

    Interesante (y brillante, pero ésto no es noticia).

    REspecto a lo que comentas al comienzo, me ha recordado al libro de M. Amis, cuyo título, sumamente expresivo: «Koba el TErrible. La risa y los veinte millones», hace referencia a la facilidad que contempla el autor en cierta parte de la intelectualidad occidental para seguir haciendo chistes nostálgicos sobre la dictadura stalinista, como si de un pecadillo de juventud se tratase, y la completa imposibilidad de hacer lo mismo con todo lo relativo al nazismo.

    Anotado el libro.

  2. Rodrigo dice:

    Pues mira, la autora menciona justamente el libro de Martin Amis en la introducción. Parece que metió el dedo en la llaga, al denunciar el doble estándar de muchos intelectuales.

    Anótalo, Derfel. Es un libro de referencia, yo mismo pude comprobar su importancia al leerlo con tardanza. (En su día, tenía demasiado fresca la lectura de Archipiélago Gulag, corría el riesgo de saturarme.) Aparte las reimpresiones de Debate, también hay una edición de bolsillo.

  3. la izquierda no puede ser mala, nunca, porque es la utopía. o sea, una de las variantes de la enajenación ideológica.

  4. Publio dice:

    Como siempre una espléndida reseña, Rodrigo, apunto el libro de Applebaum para una futura lectura. Desde que leí Archipiélago GULAG hace ya unos años –y que algunos de sus pasajes son tremendamente duros de leer-, siento un gran interés por todo lo referente a la maquinaria de represión soviética.

  5. Valeria dice:

    Gracias, Rodrigo.
    Precisamente ayer le comentaba a mi hijo que debía adquirir algun libro sobre la era soviética para completar sus lecturas universitarias (aunque el título da repelús, tiene una asignatura de nombre Guerra, Violencia y Memoria del Siglo XX). Ya tengo otra propuesta que hacerle.
    Un abrazo.

  6. Rodrigo dice:

    Duros de leer, Publio, y terriblemente significativos, por lo que dicen de una época y un régimen desquiciados. En general no es una lectura fácil, el libro de Solzhenitzyn, pero es imposible despreciar su importancia.

    Pero claro, Valeria, en una asignatura como ésa el de libro de Applebaum debería estar en la bibliografía básica. Y bueno, no sé qué tanto querrá o alcanzará a profundizar tu hijo, la cosa es que en el acápite de “guerra y memoria” me parece fundamental un ensayo de Paul Fussell, La Gran Guerra y la memoria moderna (Turner, 2006). Y para reforzar ciertos aspectos, cuanto menos, resulta utilísimo el de Enzo Traverso sobre La historia como campo de batalla (FCE, 2012). Pero no me extiendo en las recomendaciones, mira que no he olvidado el agobio de los tiempos de estudiante. ;-)

  7. Valeria dice:

    No tengo ni idea de la bibliografía que les sugieren al respecto, Rodri. Pero siempre insisto en que amplíe sus horizontes lectores más allá de las cortas miras de su facultad.
    En fin, yo ayer sugiréndole libros sobre el asunto, y me entero de que acababa de reservar el libro de Keegan (el de «La máscara del mando», que también has reseñado tú) porque dijo que quería leer algo que NO tuviera que ver con sus asignaturas…

  8. Rodrigo dice:

    Vaya. Buen libro, en todo caso.

    ¿Qué estudia tu hijo?

  9. Valeria dice:

    Historia, Rodrigo :-)
    Iba para veterinario, hasta que, al día siguiente a terminar el examen de Selectividad (que es como llamamos aquí a la Prueba de Acceso a la Universidad), nos dijo que realmente prefería estudiar Historia.
    Por cierto, ayer me tomé la molestia de mirar, por curiosidad y efectivamente, este libro de Applebaum y el de Fusell están entre la bibliografía recomendada.

  10. Rodrigo dice:

    De Veterinaria a Historia… Lo que se dice un giro radical. ;-)

    A ver si lo tenemos participando luego, como un hislibreño más.

  11. José Sebastián dice:

    Tampoco es tan extraño el giro del hijo de Valeria, apreciado Rodrigo. Aquí un servidor iba para historiador (llegué a hacer cola para matricularme en la facultad de geografía e historia de Valencia) y terminé como abogado. Así que por las mañanas hago juicios y por las noches – cuando puedo – me zambullo en libros de historia y me asomo al maravilloso mundo de Hislibris para aprender de vosotros y seguir vuestras magníficas recomendaciones.

    Por cierto, extraordinariamente didáctica reseña de una obra imprescindible. También «Un mundo aparte» de Herling – Grudzinski (igualmente reseñado por Rodrigo) vale y mucho la pena.

    En cuanto al «terror» estalinista -del que tanto hemos debatido en esta casa frente a algún negacionista recalcitrante- hay tanto que leer: «El caso Tulayev», «Bajo una estrella cruel», «La quinta esquina», «Los que susurran», etc. Todo altamente recomendable para un joven apasionado por la Historia.

    Saludos

  12. Rodrigo dice:

    Bibliografía no falta, ciertamente.

    Siguiendo tu recomendación, Sebastián, el año pasado leí el libro de Izraíl Métter, La quinta esquina. Me gustó, como casi todo lo que conozco de Libros del Asteroide.

  13. Rodrigo dice:

    (José Sebastián, quise decir.)

  14. Publio dice:

    Ya me hice con La quinta esquina y la tengo esperando desde hace tiempo en pendientes. Todo a raíz de tu comentario, José Sebastián, en la reseña de Bajo una estrella cruel que realizó Rodrigo. En fin, ya veremos cuando le llega su turno.

  15. Rafael dice:

    Seguidores de Hislibris: cómo Sebastían , ha hecho una referencia a mi, motejándome de negacionista, me gustaría que se me diera el derecho a la réplica:

    *Rachazo de plano la reseña de Rodrigo, no es más que un conjunto de tópicos e ideologemas antisoviéticos al uso, pura literatura con nula conexión con la verificación histórica.

    *Anne Applebaum ha escrito un libro , primero deshonesto y después con una falta de rigor absoluta, el mismo libro que podría haber escrito cualquier «cold warrior» de hace 50 años, antes de la apertura de los archivos soviéticos.

    *la literatura testimonial no es ningúna fuente primaria , ni ningún elemento de evidencia y no sirve ni para conocer el «gulag » ni cualquier otra cuestión histórica.

    *Anne Applebaum se basa fundamentalmente en el fallecido Conquest, obliterando toda la discusión sobre el gulag que ha tenido lugar en las revistas especializadas como «Europe Asia-Studies»(antigua «Soviet studies»).

    En suma Appelbaum es una calamidad como investigadora y el hecho se nota en que sus aseveraciones en muchos casos no están corroboradas por el aparato de notas; o no existe la fuente, ó dice otra cosa distinta de lo aseverado… un desastre.

    * la dedicatoria a Martin amis ya demuestra el jaez y las pretensiones «objetivas» de Applebaum.

    Martin Amis es otro «cold warrrior» que ha escrito este panfleto horrible; sería prolijo enumerar la cantidad de mentiras y tergivesaciones que contiene «Koba».

    En resumen, el campo de los estudios soviéticos es un mal chiste y está dominado por la «gran mentira» de la academia occidental de la que forman parte mentirosos compulsivos cómo Applebaum,Timothy Snyder,Karl Schlegel y «tutti quanti».

    Por cierto y cómo regalito a los antistalinistas de hislibris, dos de los grandes «crímenes «imputados a Stalin y su gobierno son probadamente falsos:

    -«El gran terror» de 1937-1938, es un invento de Conquest y Stalin poco tuvo que ver con él mismo.

    -La masacre de Katyn: desde 2010 , tenemos sólidas evidencias paleográficas y arqueológicas que la matanza fue realizada por los nazis, tal y cómo díjo el gobierno soviético desde abril de 1943 y cómo determinó en 1944 la Comisión Burdenko.

    un saludo.

    1. Javi_LR dice:

      Y como réplica, ahí queda. Espero que no entremos en un debate estéril.

      Gran reseña, Rodri, como siempre.

  16. Rodrigo dice:

    Gracias, Javi. Y descuida, que por mi parte no desperdiciaré tiempo.

  17. john dice:

    Abrieron los archivos rusos?

  18. Rodrigo dice:

    Fueron abiertos a principios de los 90. Luego fue restituyéndose gradualmente el cierre, cosa que el gobierno de Putin ha acentuado.

  19. john dice:

    Muy extraño que esos archivos desclasificados hayan sido guardados de nuevo.
    Así que las posibles pruebas de la responsabilidad alemana en la masacre de los polacos solo pasaron por los ojos de unos pocos. Algo así como ver un OVNI.

  20. Rafael dice:

    amigo Jhon:

    Efectivamente parece ser que Gorbachov tuvo delante de los ojos, en 1989 ó 1990, los documentos que señalaban a los alemanes como autores de la masacre de Katyn, estos documentos nunca han sido mostrados ni lo serán aunque algunos investigadores cómo Sergei Strygin han hecho referencia a ellos.

    Los documentos que demostrarían la autoría soviética, los famosos documentos de Beria ó «paquete secreto nº 1», son muy probablemente una falsificación.

    Los peritos han encontrado hasta 43 indicios de la misma.

    A ello se añaden inquietantes novedades arqueológias de los años 2011-2013, que echan por tierra este «énesimo crimen soviético».

    El estado actual del » affaire katyn» puede leerse en el libro de Grover furr publicado en septiembre de 2015.

    http://editionsdelga.fr/portfolio/grover-furr-2/

    Un libro interesantísimo y demoledor que merecería ser traducido es el de Viacheslav Shved, Taina Katyni ,»la mentira de Katyn «( 2011).

    Pero esta breva no caerá.

    un saludo.

  21. Puntualización pedante, pero necesaria. Taina Katyni (Тайна Катыни) significa «El misterio de Katyn», no «la mentira».

  22. rafael dice:

    ¡gracias niño vampiro», ha sido un error por mi parte, gracias por la puntualización, es que acababa justo de leer este artículo de Witold Wasilewski -tesis ortodoxa propolaca- sobre el «Nacimiento y persistencia de la mentira de Katyn» y se me ha transpapelado,lo podéis leer aquí:

    http://scholarlycommons.law.case.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1077&context=jil

    En cuanto a lo de pedante, pues es posible pero el problema es que muchos de estos libros «políticamente incorrectos» no se traducen- algo que no sólo ocurre en España-.

    Incluso ocurre con sovietólogos «consagrados» cómo Arch Getty del que sólo se ha traducido un libro en editorial crítica mientras que los rabiosamente anticomunistas se traducen a los pocos meses de su salida, cómo es el caso de Timothy snyder,Orlando Figes, etc

    un saludo.

  23. john dice:

    Los libros «políticamente incorrectos» que no se traducen suelen ser los más interesantes, aunque hay que escogerlos bien para no caer en esas trampas de paranoicos que solo ven conspiraciones.

  24. Rafael dice:

    ¡hola Jhon!: las conspiraciones existen y han existido,están innumerablemente constatadas para la historia antigua, medieval , moderna y comtemporánea, pero este patrón no se aplica a la historia soviética ó al gobierno de Stalin.

    Ver por ejemplo el interesante análisis de Matthew Lenoe: The Kirov Murder and Soviet History (Annals of Communism Series),Yale up, 2010

    http://www.amazon.com/dp/030011236X/?tag=mishil-20

    Por descontado Leone es rabiosamente anticomunista pero su análisis de los testimonios de «primera mano» y de la cuestión conspirativa es muy interesante.

    Entonces se trata de que Stalin era un paranoico, un psicópata( Robert Conquest dixit) y otras lindezas del «doble rasero».

    Por supuesto, esto es metodológicamente incorrecto, tiene más que ver con el sesgo ideoólogico y supone volver al estadio premoderno de la crítica histórico-filólogica, es decir antes de Lorenzo Valla.

    saludos.

  25. Rafael dice:

    Para los que estéis interesados en el debate suscitado por el último libro de Applebaum,»Red famines «,que se publicará próximamente en castellano con el título de «Hambruna roja», aquí teneís la tabla redonda publicada en la revista «Comtemporary European history»,agosto 2018.

    *https://www.cambridge.org/core/journals/contemporary-european-history/issue/9A5C80F9C9EEBEA7C7CCE0D6F7582A6D

    Hay excelentes artículos de Arch getty,Wheatcroft asi como de defensores de la tesis del «Holodomor» que es la que defiende la señora Applebaum.

    Saludos cordiales.

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