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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

El cubil de Gerd von Uberlingen

 
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Miguel Pablo Sancho Gomez



Registrado: 08 Abr 2020
Mensajes: 3

MensajePublicado: Vie Feb 19, 2021 12:44 pm    Tí­tulo del mensaje: El cubil de Gerd von Uberlingen Responder citando

Miguel Pablo Sancho Gómez, El cubil de Gerd von Überlingen. Segunda parte de Intriga en Colonia, un aventurero al servicio del arzobispo Dietrich von Mörs, Alicante, ECU, 2020, 286 pp., ISBN: 9788417924591.

Antonio Candeloro
UCAM – Universidad Católica San Antonio de Murcia

Intriga en Colonia, la apasionante primera novela de Miguel Pablo Sancho Gómez, aparecida en 2019, terminaba de una forma bastante misteriosa: al relatar los hechos relacionados con su acérrimo enemigo Gerd von Überlingen, el mercenario Hans Dörflinger nos deja en vilo en el momento de máxima tensión narrativa: “Tras tanto husmear, no obstante, y meternos donde no debíamos, sucedió lo que por fuerza había de suceder: fuimos descubiertos, una mañana, muy temprano. Así fue como pasó” . El lector curioso e impaciente tendrá que esperar al 2020 para poder leer cómo pasó lo que pasó: el intento de Hans, junto con su amigo y confidente, el español Pedro de Peñafiel, de encontrar y desvelar por fin los “archivos secretos” de los enemigos políticos del arzobispo Dietrich von Mörs, por el cual el protagonista está obligado a arriesgar su propia vida.
Así empieza la segunda parte: “Efectivamente, es así” (p. 7). El diálogo –aparentemente apacible y en neto contraste con el suspense con el que terminaba la narración de Hans– es el que arranca dentro de una iglesia entre Joseph Müller, un diácono que también trabaja al servicio de von Mörs y que por ello debería actuar del lado de Hans, y Werner Hurtgen, un aliado del temible y sanguinario Gerd von Überlingen, que es un poderoso aristócrata que actúa con el apoyo militar de los Mazas Negras, la enésima sociedad secreta con la que Hans deberá enfrentarse en el transcurso de su experiencia militar y vital en el mundo oscuro del espionaje del siglo XV. Y es a partir de aquí, de este diálogo entre un hombre de la Iglesia y un secretario sin escrúpulos, cuando el lector vuelve a verse involucrado en un entramado narrativo en el que es posible instalarse para respirar la atmósfera (social, política, cultural) de una época aparentemente lejana y, sin embargo, decisiva para el desarrollo de la Europa contemporánea.
Como afirma Mariano Baquero Goyanes al hablar de “novela histórica”: “En algunos casos, no importa tanto la pulcritud de la reconstrucción histórica, como el entramado espiritual que tras ella alienta” . En el caso de Sancho Gómez, como el lector podrá comprobar con esta segunda parte de Intriga en Colonia, importan tanto el “entramado espiritual”, como la “reconstrucción histórica” (tan bien detallada en esa primera entrega gracias, entre otras cosas, a las copiosas notas al pie del supuesto responsable de recuperar y editar el texto de Hans Dörflinger, ese misterioso Torsten Biermann que parece haber investigado a fondo entre los archivos parroquiales de Colonia). Al reconstruir el mundo de la Colonia de principios de 1400, Sancho Gómez nos permite vislumbrar tanto el contexto histórico como los nudos humanos que mueven a los protagonistas de esa parte de la historia medieval, época concreta en la que la Colonia del siglo XV nos podría recordar a la Viena de El tercer hombre (1949). En esta famosa película de Carol Reed, Orson Welles actúa de frío contrabandista en el mercado negro que se expandió en el corazón de Europa al finalizar la Segunda Guerra Mundial y al disgregarse la ciudad austriaca en múltiples “distritos” de influencias políticas contrapuestas. Salvando las distancias, también Hans Dörflinger deberá moverse entre bandos enemigos que defienden intereses contrapuestos; al igual que Gerd von Überlingen irá adquiriendo, a lo largo de la narración, ciertos rasgos cínicos y despiadados que también caracterizan al personaje “nihilista” interpretado por el famoso director americano.
Es así como el lector descubrirá, de la mano del cura arriba aludido, que en la Edad Media “dar la espalda al sol” y “caminar” según el “sentido de las agujas del reloj” implica ir “en contra del sentido de Dios” como “adoradores de Satanás” (p. 9). Es así como el lector aprenderá cómo se cambia un radio cuando se rompe una rueda de madera de los carros de entonces (p. 29). Es así como el lector se apercibirá del dilema moral que atañe incluso a los mercenarios como Hans: al ver a los campesinos empeñados en sus labores cotidianas, este se preguntará qué podrá ocurrirles en el caso (muy probable) de estallar una nueva guerra a gran escala: “¿Estaba yo contribuyendo, por necesidad, necedad o soberbia, a que una contienda estallase?” (p. 72), para finalmente llegar a esta conclusión temporánea: “La guerra […] siempre es miserable; pero se ve distinta cuando uno está fuera del hogar” (p. 73), reflexión que, a su vez, nos obliga a meternos en la piel de quienes cobraban precisamente por luchar en las guerras sucias entre contrincantes que pagaban sus servicios militares a “expertos” que actuaban y se lanzaban en las batallas prescindiendo de bandos o banderas, de las creencias religiosas o de los credos políticos de cada uno.
Y como en Intriga en Colonia, en esta segunda parte el lector podrá disfrutar de la narración de una lucha en la que se mezclan armoniosamente temáticas muy candentes y, en cierto sentido, universales de la literatura de todas las épocas (la que Goethe definía como Weltliteratur): la muerte, la guerra, el amor, la traición, son algunos de los polos centrales tanto de la primera como de la segunda parte de la trilogía in progress que Sancho Gómez va elaborando con la vista puesta en “el corazón de las tinieblas” de una Europa medieval tan lejana y, al mismo tiempo, tan cercana a la nuestra. Y lo hace, de nuevo, a través de una narración que atrapa y que involucra emotivamente al lector: es más, si en Intriga en Colonia, quien lee puede alcanzar una visión completa y detallada de los hechos, como a vista de pájaro, en El cubil de de Gerd von Überlingen la acción se concentra en los momentos más impactantes y más decisivos de la lucha interna entre los Mazas Negras y Hans, como si el lector mismo estuviera al pie del cañón, y viviendo en directo el enfrentamiento militar entre los dos “ejércitos”, como a ras de suelo. El espacio se circunscribe a lugares concretos: la venta de Inge, la joven de la que Hans se enamora desde el principio; la campiña en la que se mueven en la oscuridad de la noche los mercenarios; el castillo en el que el malvado aristócrata lleva a cabo sus torturas y puniciones ejemplares (resultan escalofriantes las descripciones de las mismas en la página 139: en este caso, el estilo aparentemente frío y neutral del narrador podría evocar algunas de las escenas más cruentas de las películas de Quentin Tarantino). El tiempo también se concentra, esta vez, en las horas que dura la batalla, con consecuente aumento del suspense por parte del lector que quiere averiguar si finalmente Hans tendrá éxito y von Überlingen estará condenado a desaparecer para siempre (pero, de nuevo, e igual que en la parte conclusiva de Intriga en Colonia, tampoco aquí se sabrá a ciencia cierta cómo termina la historia relativa a la desaparición en el agua de un río del enemigo de Hans).
El estilo vuelve a mostrar la sabiduría narrativa del autor: también aquí, igual que en Intriga en Colonia, un narrador omnisciente y en tercera persona se irá alternando a las narraciones “subjetivas” en primera persona tanto de Hans como de Pedro de Peñafiel (con las puntualizaciones y las aclaraciones del editor en las notas al pie). Y en relación con el personaje español, no podemos pasar por alto una de las escenas más conseguidas de toda la novela: la que detalla el intento de asesinato en la venta de Inge en el capítulo séptimo. Pedro, malherido y cansado, está a punto de dormirse, cuando unos ruidos despiertan su atención; la descripción sinestésica de los ruidos de la noche es magistral por exacta y puntual:

Aunque las bulliciosas callejuelas y los portales abarrotados durante el día permanecían en quietud absoluta, reconocía las furibundas carreras de los gatos, juguetones y cazadores, cuando sus uñas arañaban los suelos de madera; el viento nocturno golpeando afuera los cartelones y letreros; las bisagras que chirriaban; ventanas balanceándose y entrechocando con ritmo monótono; las cadenas del portalón que tintineaban y gemían; algún perro que ladraba en la lejanía, replicado del mismo modo por otro de sus congéneres, desde las casas más próximas. Y de repente, pasos (p. 99).

Entre las famosas Seis propuestas para el próximo milenio Italo Calvino habla de la “exactitud” concebida como “la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables” . He aquí un ejemplo clarividente: nadie podrá ya olvidar los sonidos y los ruidos que Pedro de Peñafiel sabe captar en la oscuridad y el silencio solo aparente de la noche; nadie podrá olvidar esos gatos que juguetean, esos perros que ladran y se comunican entre sí en la distancia a través de sus ladridos, ni tampoco los chirridos de las bisagras ni el de las ventanas que entrechocan de forma monótona; y, sobre todo, nadie podrá frenar el acto de lectura al oír, junto con el personaje, esos pasos que, de repente, se introducen dentro del cuadro dibujado con tanta precisión visual y auditiva. A través del paulatino descubrimiento de la fuente real de esas “pisadas nocturnas”, el narrador y protagonista, que sabe perfectamente que sus enemigos están al acecho con la intención de matar, tendrá que inventar soluciones rápidas y alternativas para que no muera en el intento y, finalmente, para que la trama vuelva a articularse hasta el (aparente) desenlace final.
Del mismo modo, el lector no podrá olvidar las lecciones morales que Hans irá aprendiendo a lo largo de la lucha y de su experiencia militar en el papel del mercenario: desde la evocación de las batallas de Segismundo de Luxemburgo (en el capítulo decimotercero, pp. 149-171) hasta la digresión sobre Nicópolis (en el capítulo decimoséptimo, pp. 207-217), Hans nos irá explicando las subterfugios, las artimañas y las injusticias que los que detienen el poder (político, eclesiástico o ambos a la vez) utilizan para manipular a sus enemigos, pero también a sus supuestos aliados; y cómo la guerra no siempre consigue dar la victoria definitiva. Emblemática, en este sentido, es la siguiente reflexión de Hans: “Lo que nunca logré entender es por qué se permitió que los cruzados trataran tan cruelmente a la población de aquellos lugares: heréticos o no, cismáticos, o errados, debe ser el Todopoderoso quien los castigue […]; no nos corresponde juzgar a nosotros, meros mortales, e incultos hombres de armas, para más señas” (p. 212). La aparente incultura de Hans se convierte, a lo largo de la narración, en incipiente percepción y consecuente elaboración de la banalidad del mal sobre la que se sustenta el poder político. Y si alguien tiene que morir en la batalla, un mercenario sabe perfectamente y asume que se trata de “gajes del oficio”. Al lector curioso e inquieto le corresponde el papel de seguir las pistas que podrán guiar a Hans hacia la luz o, por lo menos, hacia un momento de calma y paz, en el convulso mundo de la Alemania de la Baja Edad Media que Miguel Pablo Sancho Gómez ha ido forjando y va elaborando de una forma tan contundente y tan apasionante como demuestra también en esta segunda entrega de su trilogía anunciada. Vale.
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