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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

La saga de Geralt de Rivia
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vorimir



Registrado: 03 Oct 2007
Mensajes: 7726
Ubicación: Lauro Vetus

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 12:27 am    Tí­tulo del mensaje: La saga de Geralt de Rivia Responder citando

El brujo
Después dijeron que aquel hombre había venido desde el norte por la Puerta de los
Cordeleros. Entró a pie, llevando de las riendas a su caballo. Era por la tarde y los tenderetes de los cordeleros y de los talabarteros estaban ya cerrados y la callejuela se encontraba vacía. La tarde era calurosa pero aquel hombre traía un capote negro sobre los hombros. Llamaba la atención.
Se detuvo ante la venta del Viejo Narakort, se mantuvo de pie un instante, escuchó el rumor de las voces. La venta, como de costumbre a aquella hora, estaba llena de gente.
El desconocido no entró en el Viejo Narakort. Condujo el caballo más adelante, hacia el final de la calle. Allí había otra taberna, más pequeña, llamada El Zorro. Estaba casi vacía. Aquella taberna no gozaba de la mejor fama.
El ventero sacó la cabeza de un cuenco con pepinillos en vinagre y dirigió su mirada hacia el huésped. El extraño, todavía con el capote puesto, estaba de pie frente al mostrador, rígido, inmóvil, en silencio.
—¿Qué va a ser?
—Cerveza —dijo el desconocido. Tenía una voz desagradable.
El posadero se limpió las manos en el delantal de tela y llenó una jarra de barro.
La jarra estaba desportillada.
El desconocido no era viejo, pero tenía los cabellos completamente blancos. Por debajo del abrigo llevaba una raída almilla de cuero, anudada por encima de los hombros y bajo las axilas. Cuando se quitó el capote todos se dieron cuenta de que llevaba una espada en un cinturón al dorso. No era esto extraño, pues en Wyzima casi todos portaban armas, pero nadie acostumbraba a llevar el estoque a la espalda como si fuera un arco o una aljaba.
El desconocido no se sentó a la mesa, entre los escasos clientes, continuó de pie delante del mostrador, apuntando hacia el posadero con ojos penetrantes. Bebió un trago.
—Posada busco para la noche.
—Pues no hay —refunfuñó el ventero mirando las botas del cliente, sucias y llenas de polvo—. Preguntad acaso en el Viejo Narakort.
—Preferiría aquí.
—No hay. —El ventero reconoció al fin el acento del desconocido. Era de Rivia.
—Pagaré bien —dijo el extraño muy bajito, como inseguro.
Justo entonces fue cuando comenzó toda esta abominable historia. Un jayán picado de viruelas, que no había apartado su lúgubre mirada del extraño desde el momento mismo de su entrada, se levantó y se acercó al mostrador. Dos de sus camaradas se quedaron por detrás, a menos de dos pasos.
—¡Ya te han dicho que no hay sitio, bellaco, rivio vagabundo! —gargajeó el picado de pie junto al desconocido—. ¡No necesitamos gente como tú aquí, en Wyzima, ésta es una ciudad decente!
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El desconocido tomó su jarra y se apartó. Miró al ventero, pero éste evitó sus ojos.
No se le ocurriría defender a un rivio. Al fin y al cabo, ¿a quién le gustaban los rivios?
—Todos los rivios son unos ladrones —continuó el picado, dejando un olor a cerveza, ajo y rabia—. ¿Escuchas lo que te digo, degenerado?
—No te oye. Tiene boñigas en las orejas —dijo uno de los que estaban detrás. El otro se rió.
—Paga y lárgate —vociferó el caracañado.
El desconocido le miró por primera vez.
—Cuando termine mi cerveza.
—Te vamos a echar una mano —gruñó el jayán. Arrancó la jarra de las manos del
rivio y al mismo tiempo, agarrándole por los hombros, clavó los dedos en las correas de cuero que cruzaban el pecho del extraño. Uno de los de detrás preparó el puño para golpearle. El extraño se revolvió en su sitio, haciendo perder el equilibrio al picado. La espada silbó en el aire y brilló un momento a la luz de las lamparillas. Hubo una agitación. Gritos. Uno de los otros parroquianos se precipitó hacia la salida. Una silla cayó con un crujido, la loza de barro se desparramó por el suelo con un chasquido sordo. El ventero, con los labios temblando, miró a la destrozada cara del picado, cuyos dedos aferrados al borde del mostrador se iban desprendiendo, desapareciendo de la vista como si se hundiera en el agua. Los otros dos estaban tendidos en el suelo. Uno inmóvil, el otro retorciéndose de dolor y agitándose en un charco oscuro que crecía rápidamente. En el ambiente vibró, hiriendo los oídos, un agudo e histérico grito de mujer. El ventero, asustado, tomó aliento y comenzó a vomitar.
El desconocido retrocedió hasta la pared. Encogido, tenso, alerta. Sujetaba la espada con las dos manos, agitando la punta en el aire. Nadie se movía. El miedo, como un viento helado, cubría las caras, soldaba los miembros, cegaba las gargantas.
Un piquete de la ronda, compuesto por tres guardias, entró en la venta con estruendo. Debía de haber estado cerca. Para el servicio llevaban porras envueltas en tiras de cuero pero, al ver los cuerpos, echaron mano con rapidez a los estoques. El rivio pegó la espalda contra la pared y con la mano izquierda sacó un estilete de la bota.
—¡Tira eso! —vociferó uno de los guardias con la voz temblona—. ¡Tíralo,
canalla! ¡Te vienes con nosotros!
Otro guardia dio una patada a la mesa que le impedía acercarse al rivio por detrás.
—¡Ve a por refuerzo, Treska! —gritó al tercero, que estaba más cerca de la puerta.
—No hace falta —dijo el extraño, bajando la espada—. Iré por mi propio pie.
—Claro que vienes, hijo de perra, pero encadenado —le increpó el que estaba temblando—. ¡Arroja la espada o te rompo la crisma!
El rivio se enderezó. Con rapidez, colocó la hoja debajo de la axila izquierda y con la mano derecha elevada hacia arriba, en dirección a los guardias, marcó en el aire un rápido y complicado signo. Comenzaron a brillar los numerosos gemelos situados en las vueltas de los puños, unos puños largos hasta los codos del caftán de cuero.
Los guardias se retiraron, protegiéndose los rostros con sus antebrazos. Uno de los parroquianos dio un salto, otros, de nuevo, se acercaron a la puerta, la mujer volvió a gritar, salvajemente, con estridencia.
—Iré por mi propio pie —repitió el desconocido con una extraña voz metálica—.
Y vosotros tres por delante, llevadme al corregidor. Desconozco el camino.
—Sí, señor —barbotó el guardia, dejando caer la cabeza. Se movió hacia la puerta, inseguro. Los dos restantes salieron detrás de él, apresurados. El extraño siguió sus pasos, guardando la espada en su vaina y el estilete en la bota. Cuando pasaban las mesas, los clientes escondían los rostros entre los gorgueros de los jubones.

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La voz de la razón
—Hablemos, Iola.
Necesito esta charla. Dicen que el silencio es oro. Puede. No sé si vale tanto. En cualquier caso, tiene su precio. Hay que pagar por ello.
A ti te es más fácil, sí, no lo niegues. Al fin y al cabo, tú callas por elección propia, con tu silencio ofreces un sacrificio a tu diosa. No creo en Melitele, no creo tampoco en la existencia de otros dioses, pero valoro tu sacrificio, lo valoro y además respeto tus creencias. Porque tu sacrificio y ofrecimiento, el precio de tu silencio, hacen de ti una persona mejor, más valiosa. O al menos pueden llegar a hacerlo. Mi incredulidad no puede nada. Carece de poder alguno.
¿Preguntas que en qué creo entonces?
Creo en la espada.
Como ves, llevo dos. Todos los brujos llevan dos espadas. Algunos malintencionados afirman que la de plata es para los monstruos y la de acero para los seres humanos. Eso es falso, por supuesto. Hay monstruos a los que sólo se puede dominar con la espada de plata, pero los hay también para los que el acero es mortal.
No, Iola, no todo el hierro, sólo aquél que procede de un meteorito. ¿Preguntas qué es un meteorito? Es una estrella fugaz. Seguro que has visto más de una vez una estrella fugaz, una breve y brillante estela en el firmamento nocturno. Al verla, pedirías seguro algún deseo, puede que para ti significara una prueba más de la existencia de los dioses.
Para mí un meteorito es tan sólo un pedazo de metal que al caer se estrella contra la tierra. Un metal del que se puede hacer una espada.
Puedes, por supuesto que puedes, toma mi espada en la mano. ¿Ves qué ligera es?
Incluso tú la levantas sin esfuerzo. ¡No! No toques la hoja, te cortarías. Está más afilada que una navaja de afeitar. Tiene que estarlo.
Sí, claro, me entreno a menudo. En cada minuto libre. No me puedo permitir el perder la forma. Por eso vine aquí, al rincón más escondido del parque del santuario, para moverme, para quemar con ejercicios este terrible, odioso entorpecimiento que me embarga, este frío que me rodea. Y aquí me has encontrado. Es gracioso, hace varios días que yo intento encontrarte. Te buscaba. Quería...
Necesito esta conversación, Iola. Sentémonos, charlemos un rato.
Tú no me conoces en absoluto, Iola.
Me llamo Geralt. Geralt de... No. Sólo Geralt. Geralt de ningún lado. Soy brujo.
Mi casa es Kaer Morhen, el Nido de los Brujos. De allí provengo. Es... Era una especie de plaza fuerte. No queda mucho de ella.
Kaer Morhen... Allí se producían seres tales como yo. Ya no se hace y en Kaer
Morhen no vive nadie. Nadie excepto Vesemir. ¿Preguntas quién es Vesemir? Es mi padre. ¿Por qué me miras con esa cara? Todo el mundo tiene padre. El mío es Vesemir.
¿Y qué importa que no sea mi verdadero padre? Nunca conocí al verdadero, a mi madre tampoco. Ni siquiera sé si están vivos. Y, de hecho, tampoco me interesa demasiado.
Sí, Kaer Morhen... Allí sufrí la mutación habitual. La Prueba de las Hierbas, y luego lo normal. Hormonas, infusiones, infección de virus. Y de nuevo. Y luego otra vez. Hasta que se obtenga resultado. Al parecer soporté el Cambio muy bien, estuve poco tiempo enfermo. Me consideraron un crío extraordinariamente resistente y me eligieron para ciertos... experimentos más complicados. Eso fue peor. Mucho peor. Pero como ves, sobreviví. Fui el único superviviente de aquéllos que habían sido elegidos para los experimentos. Desde entonces tengo el pelo blanco. Completa desaparición de los pigmentos. Como se dice, efectos secundarios. Minucias. Casi no molesta.
Luego me enseñaron distintas habilidades. Bastante tiempo. Hasta que por fin llegó el día en que dejé Kaer Morhen y me puse en camino. Tenía ya entonces mi medallón, este mismo. La Señal de la Escuela del Lobo. Llevaba también dos espadas: de plata y de hierro. Además de las espadas llevaba conmigo convicciones, entusiasmo, motivación y... fe. Fe en que yo era necesario y útil. Porque el mundo, Iola, como que tenía que estar lleno de monstruos y de bestias, y mi obligación era defender a aquéllos a los que tales bestias amenazaban. Cuando me fui de Kaer Morhen soñaba con encontrar mi primer monstruo, no podía aguardar al momento en que me hallaría cara a cara frente a él. Y lo encontré.
Mi primer monstruo, Iola, era calvo y tenía unos dientes bastante feos y podridos.
Me lo encontré en el camino real, donde, junto con otros compañeros monstruos, desertores de no sé qué ejército, había detenido un carro de campesinos y había sacado del carro a una muchacha, quizá de trece años, quizá menor. Los compañeros sujetaban al padre de la niña y el calvo le estaba rasgando el vestido y gritaba que ya iba siendo hora de que supiera lo que era un hombre de verdad. Me acerqué, bajé del caballo y le dije al calvo que a él también le había llegado la hora. Esto me pareció entonces extraordinariamente divertido. El calvo dejó a la mocosa y se echó sobre mí con una maza. Era muy lento, pero resistente. Tuve que golpearle dos veces para que cayera. No fueron tajos demasiado limpios, pero bastante, diría, espectaculares, tanto que los colegas del calvo salieron huyendo viendo lo que la espada de un brujo le podía hacer a un ser humano.
¿No te aburro, Iola?
Necesito hablar contigo, lo necesito de verdad.
¿Dónde me he quedado? Ajá, mi primera acción caballeresca. Ves, Iola, en Kaer
Morhen me habían metido en la cabeza que no me mezclara en tales asuntos, que los evitara, que no jugara al caballero andante y que no ejerciera de guardián de las leyes.
Me había puesto en camino no para hacer alarde, sino para realizar el trabajo que me fuera encargado por dinero. Y yo me había metido en ello como un tonto, sin haberme alejado ni siquiera cincuenta millas de las faldas de la montaña. ¿Sabes por qué lo hice?
Quería que la muchacha anegara sus ojos en lágrimas de agradecimiento y me besara las manos a mí, su salvador, y que su padre me diera las gracias de rodillas. Y sin embargo el padre había salido corriendo junto con los desertores y la muchacha, sobre la que había caído la mayor parte de la sangre del calvo, se puso a vomitar y luego le dio un ataque de histeria, y cuando me acerqué a ella se desmayó de miedo. Desde entonces, muy pocas veces me he vuelto a entrometer en tales historias.
Hice mi tarea. Aprendí pronto cómo. Cabalgaba hasta los bardales de las aldeas, me detenía junto a las empalizadas de los pueblos y los huertos. Y esperaba. Si me escupían, insultaban y arrojaban piedras, me iba. Si en cambio alguien salía y me hacía un encargo, lo realizaba.
Visitaba villas y castillos, buscaba proclamas clavadas en los postes de los cruces de caminos. Buscaba anuncios: «Se necesita brujo urgentemente». Y luego había, por lo general, algún dolmen, calabozo, necrópolis o ruina, alguna garganta cubierta de bosque o alguna gruta en las montañas llena de huesos y apestando a carroña. Y había algo que vivía sólo para matar. De hambre, por gusto, impulsada por alguna voluntad enferma o por cualquier otro motivo. Manticora, wywerno, nebulor, abejorro, girador, espanto,
silvia, vampiro, ghul, graveir, lobisome, gigaskorpion, estrige, tragaldabas, kikimora,
vipper. Y había un baile en la oscuridad y el vuelo de una espada. Y había miedo y asco
en los ojos de aquéllos que me entregaban luego el pago ofrecido.
¿Errores? Por supuesto. Los tuve.
Pero seguía las reglas. No, no el código. Solía utilizar el código como excusa. A la gente le gusta. A aquéllos que tienen algún código y se rigen por él, se les respeta y se les estima.
No hay tal código. Jamás se promulgó ningún código de los brujos. Yo me inventé el mío. Simplemente. Y me regía por él. Siempre...
No siempre.
Porque hubo momentos en que parecía que no había espacio para ninguna duda.
En que habría que decirse a uno mismo: «Y qué me importa a mí todo esto, no es asunto mío, yo soy brujo». En que habría que haber escuchado a la voz de la razón. Escuchar al instinto o, si no, a lo que dicta la experiencia. O incluso y a menudo, el más corriente de los miedos.
Tendría que haber escuchado la voz de la razón, entonces...
No lo hice.
Pensé que escogía el mal menor. Escogí el mal menor. ¡Mal menor! Soy Geralt de
Rivia. También llamado el Carnicero de Blaviken.
No, Iola. No toques mi mano. El contacto puede evocar en ti... Puedes ver...
Y yo no quiero que lo veas. No quiero saber. Conozco mi destino, que gira a mi alrededor como un vórtice. ¿Mi destino? Me sigue paso a paso, pero yo nunca miro hacia atrás.
¿Un nudo? Sí, Nenneke lo percibe, dice. ¿Qué me impulsó entonces en Cintra?
¿Cómo pude arriesgarme tan estúpidamente?
No, no y mil veces no. Nunca miro hacia atrás. Y jamás volveré a Cintra, voy a evitar Cintra como si fuera la peste. No volveré jamás.
Ja, si no me equivoco al contar, el niño éste debe de haber nacido en mayo, hacia la fiesta de Belleteyn. Si esto sucedió en verdad así, tendríamos que vérnoslas con un interesante cúmulo de circunstancias. Porque Yennefer también nació en Belleteyn...
Vámonos ya, Iola. Está anocheciendo.
Gracias por hablar conmigo.
Gracias, Iola.
No, no me pasa nada. Me siento bien.
Completamente bien.
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Estos dos son extractos del primer libro titulado "El Último Deseo"
Esta saga es de lo mejor que podeis leer de literatura fantastica en estos momentos, siendo además una literatura de muy alta calidad, que ha vendido cientos d emiles de ejemplares en centro Europa y es lectura obligatoria en Polonia, pais natal del autor.
Imprescindible.

Os dejo aquí lo que escribió sobre esta magnífica obra por su traductor:

ANDRZEJ SAPKOWSKI Y LA SAGA DE GERALT DE RIVIA
AVENTURA, POSTMODERNISMO Y FANTASIA MORAL

José María Faraldo

Después dijeron había venido desde el norte por la Puerta de los Cordeleros. Entró a pie, llevando de las riendas a su caballo. Era por la tarde y los tenderetes de los cordeleros y de los talabarteros estaban ya cerrados y la callejuela se encontraba vacía. La tarde era calurosa pero aquel hombre traía un capote negro sobre los hombros. Llamaba la atención.

EL BRUJO

No, definitivamente lo que los lectores polacos de 1985 tenían entre sus manos no era un western, aunque lo pareciera a ratos. Tampoco se trataba de novela negra, aún cuando al protagonista se lo ha tachado de «héroe chandleriano». Ni siquiera, y esto podía apreciarse ya en aquella primera entrega, se trataba de una «espada y brujería» al uso. Geralt, el wiedzmin, el brujo, no tenía mucho que ver con los hechiceros y guerreros howardianos, aunque compartiera con Conan un mismo desprecio por los dioses y una incredulidad manifiesta. Porque Geralt, el cazador de monstruos a sueldo, desplegaba una sensibilidad postmoderna sazonada con la más desaforada historia de aventuras, y todo ello escrito con un estilo poético y a la vez recio y elaborado. Gracias a esto, la saga de Geralt se convirtió primero en una serie de culto de la literatura fantástica centroeuropea (en especial en Polonia y en Chequia) y consiguió luego llegar a ser un verdadero best-seller en su país de origen, alcanzando reconocimientos literarios mucho más allá del círculo del fandom. La saga del brujo se extendió más tarde a una serie de cómics (dibujados por Boguslaw Polch, un conocido ilustrador polaco) y, hace pocos meses, a una versión cinematográfica de gran éxito comercial, preludio de una serie televisiva y, cómo no, hasta un juego de rol.

EL BRUJO QUE VINO DEL FRÍO

Andrzej Sapkowski parece, a primera vista, el autor menos indicado para crear un personaje del estilo de Geralt. Economista de los del socialismo real, trabajaba en una empresa estatal dedicada al comercio exterior en la ciudad polaca de Lodz (sede de la famosa escuela de cine donde estudiaron, entre otros, Krzysztof Kieslowski y Roman Polanski). Como afirma en alguna entrevista, Sapkowski nunca pensó en dedicarse a escribir, lo que queda sobradamente probado por el hecho de que su primer relato se publicara cuando tenía más de cuarenta años, aunque ya había realizado algunas traducciones de ciencia ficción norteamericana.

Cuenta la leyenda del fandom polaco que, arreglando el desorden reinante en la habitación de su hijo, Sapkowski vio el anuncio de un concurso de cuentos en la revista Fantastyka (hoy Nowa Fantastyka, la decana de las publicaciones de ciencia ficción europeas orientales). Ni corto ni perezoso, Sapkowski pergeñó un relato sobre un brujo y lo envió al concurso. Hay que reseñar aquí que la palabra wiedzmin, «brujo» en polaco, es un neologismo que no se usaba antes de Sapkowski. El hecho de que sólo se pudiera hablar de «bruja», en femenino, soliviantó un poco a nuestro autor, quien compuso una historia donde describía lo que había de ser un brujo masculino.

Pero para Sapkowski un brujo es algo muy especial. Se trata de un personaje entrenado desde niño por la cofradía de los wiedzmines (los brujos) para acabar con los monstruos que existen por todo el planeta. Para ello se lo ha sometido a un entrenamiento especial, muy duro, durante el que muchos otros candidatos han muerto. Geralt de Rivia es, pues, un mutante dedicado a luchar contra basiliscos, dragones, vampiros, lamias y demás engendros nocturnos. Pero lo hace profesionalmente, vaga por pueblos y ciudades y se lo contrata para ello. A la hora de combatir monstruos, Geralt confía tanto en la magia rústica que le han enseñado como en su fuerza, su agudeza y, por supuesto, su espada.

Aunque el relato fue publicado en la revista, Sapkowski no ganó el primer premio del citado concurso. Su personaje, sin embargo, se convirtió rápidamente en un mito de la literatura fantástica polaca. El éxito animó al autor a seguir escribiendo y comenzó a desarrollar la saga del brujo, primero en varios relatos publicados en Fantastyka (que darían lugar a los dos primeros volúmenes de la serie) y luego en cinco novelas, la última de las cuales apareció en 1999.

La crítica literaria «normal» comenzó a ocuparse del autor con la aparición de las primeras novelas. A las cifras de ventas, altísimas para una sociedad empobrecida, se sumaron traducciones a diversos idiomas. Algo que puede resultar interesante para el lector hispano es que, pese a ese reconocimiento de la crítica literaria oficial (por ejemplo, el Pasaporte de la muy influyente revista Polityka, algo así como un premio de la crítica), Sapkowski fue, y sigue siendo, un miembro activo del fandom polaco. Partícipe en casi todas las convenciones desde hace muchos años, ganador de todos los premios del género en Polonia, articulista habitual de las revistas de fantasia y ciencia ficción, Andrzej Sapkowski es, además, un acérrimo defensor del fandom. Los fans hablan a menudo de su accesibilidad, su trato afable y su disposición a colaborar con fanzines y revistas. No olvidemos que el género en Polonia, pese a los prejuicios con que es tratado, ha conseguido alcanzar un reconocimiento oficial envidiable; así, los libros de Stanislaw Lem son lectura obligatoria en la escuela; la novela experimental polaca por excelencia del período de entreguerras pertenecía al género (“Nienasicienie” de Stanislaw Witkiewicz) y otros importantes escritores de hoy día, además de Sapkowski, están relacionados bien con la fantasía sin atributos (Olga Tokarczuk) o bien con la pura ciencia ficción (como Rafal Ziemkiewicz, un periodista y político ultraderechista, afín al fandom, que escribe sorprendentemente bien y publica en la misma colección que Sapkowski).

De esta forma, el wiedzmin, desde su primera publicación hasta hoy, ha ido acompañando la transición de la sociedad polaca y de las sociedades europeas orientales en general desde el socialismo terminal hasta el capitalismo salvaje. Las preocupaciones de muchos antiguos habitantes del socialismo real se veían reflejadas en la trama, crítica contra los totalitarismos y desencantada con las supuestas bondades del libre mercado. La reflexión moral acompaña cada paso de la obra. Sapkowski muestra en ella toda la riqueza de posiciones posibles, se dan argumentos políticos, morales, sociales, ecológicos incluso, en contra o a favor de matar a los monstruos (y a los seres humanos); hay conspiraciones muy realistas y politiqueos bastante asquerosos; se desmenuza el fenómeno de la guerra, con todas sus miserias y sus presuntas grandezas. Y al mismo tiempo, y ésa es otra de las causas del éxito de la serie, Sapkowski ofrecía un mundo donde exiliarse y olvidar el gris de la vida cotidiana, un mundo lleno de aventura y heroísmo, pero también de estupideces y crueldades. «Como la vida misma», debieron de pensar los lectores polacos, postmodernizados de pronto por obra y gracia del fin del sistema.

SAPKOWSKI, EL BRUJO DE LAS PALABRAS

Lo más portentoso de la serie son, sin embargo, las tres grandes virtudes de Sapkowski como escritor, que resumiremos en tres:

La primera es su increíble realismo y sentido común. Sus personajes, desde el campesino más secundario hasta la princesa coprotagonista, son de carne y hueso, reaccionan siempre como reaccionaríamos nosotros de estar en su pellejo, sus sufrimientos son reales y, creo que por primera vez desde Tirante el Blanco, los caballeros comen, cagan, a veces son tontos y a veces inteligentes, follan, pero no siempre bien, las mujeres tienen la regla y hay bancos —dirigidos por gnomos— donde el brujo ingresa su paga. La diferencia con otras series estriba en que tales elementos no están metidos con calzador —como ocurre con la fantasía «feminista» norteamericana— ni se trata de libros eminentemente paródicos —como los del Mundodisco—, sino que todo lo expuesto es necesario para desarrollar la trama y, a veces, explicar los fallos y problemas de los protagonistas. Así, por ejemplo, una herida mal curada en la rodilla le supondrá a Geralt ser derrotado en más de una pelea durante los momentos cruciales de la historia.

La segunda virtud de Sapkowski es su increíble talento narrativo. Quien esto escribe ha leído pocas veces una historia contada con tal abundancia de recursos narrativos, el uso de tantas aproximaciones indirectas a los acontecimientos, de tantos personajes que en su debido momento cumplen la función que deben cumplir. En ciertos aspectos, la saga recuerda a Manhattan Transfer de Dos Passos o La colmena de Cela, con la diferencia de que Sapkowski utiliza los mismos recursos en capítulos de distinta longitud pero siempre manteniendo la unidad de lo narrado. De esta forma, consigue una aventura fascinante, capaz de enganchar al lector y mantenerlo siempre en vilo pero a la vez consiguiendo que éste no se sienta un idiota descerebrado, como en tanta épica dragonera de baratillo.

La tercera virtud es el lenguaje empleado por Sapkowski. Su estilo es refinado, poético, pero sucinto, siempre capaz de sorprender. En ocasiones posee la cadencia de un poema épico; en otras, desprende un erotismo delicado y vital. Lo más destacable, en mi opinión, es la utilización (y creación) de un lenguaje popular desplegado en unos diálogos increíblemente brillantes. Porque la saga tiene de todo —épica, humor, descripciones, romanticismo, parodia, referencias...—, pero su aspecto más caracterísitco es precisamente esa creación de un mundo a la vez exótico y extremadamente vulgar, cotidiano. Podemos afirmar que es el escritor polaco vivo que mejor ha sabido captar el lenguaje popular de su país, el habla de los montañeses de los Cárpatos y de los campesinos de Galitzia... ¡y se trata de un autor de literatura fantástica! Conforme avanza la serie, los diálogos van haciéndose mucho, muchísimo más complejos, con dialectos, arcaísmos y coloquialismos que son, además, específicos para cada personaje. De hecho, el éxito de Sapkowski en Polonia se debe en buena parte a los diálogos: Sapkowski intercala elementos vulgares de la vida cotidiana entre el exotismo —no del todo imaginario— de paisajes y descripciones.

Como buen postmoderno, en la obra de Sapkowski hallamos también multitud de referencias literarias e históricas muy bien trabadas: aparece el arquetipo de la Bella y la Bestia —la Bella es una vampira ninfómana—, Blancanieves es llevada al bosque por un leñador que la viola y los siete enanitos son unos salteadores de caminos que se acuestan con ella. Hay alguna parodia sangrante (de los hobbits, por ejemplo) y el uso, casi siempre irónico, de los mitos célticos, incluyendo el del rey Arturo. Encontramos también en abundancia aspectos de la mitología eslava, algo que resultará muy exótico para los lectores foráneos, y también referencias a la historia y el pasado polacos, como la esporádica aparición del lenguaje oficial típico de la época comunista.

EL BRUJO Y TODO LO DEMÁS

La serie de Geralt de Rivia consta de siete volúmenes principales, aunque existen también una primera recopilación de algunos cuentos, publicada a principios de los noventa, y una antología de restos y versiones alternativas que apareció después de terminada la serie. La saga está compuesta por El último deseo, La espada del destino, La sangre de los elfos, Tiempo de odio, Bautismo de fuego, La torre de la golondrina y La dama del lago. El primero es un volumen de relatos unidos por una historia que los conecta, aunque la relación entre las piezas no es del todo importante. Aún así, la propia historia de unión contiene algunas de las páginas más nostálgicas y hermosas escritas por Sapkowski. El volumen posee seis cuentos —incluyendo “El brujo”, el primero de la serie— que tienen un nivel altísimo, entre ellos “El mal menor”, una historia considerada como la mejor escrita por el autor. Pueblan el volumen vampiros, estriges, genios orientales, magos encerrados en sus torres y hasta un Diablo muy peculiar (teniendo en cuenta que Geralt afirma que, según los gruesos libros de los wiedzmines, el Diablo no existe).

El segundo volumen es también una recopilación de cuentos donde la historia prosigue sin pausa hasta alcanzar un clímax que sin duda lanzará a quien lo lea a la búsqueda del siguiente. Si en el primer tomo habíamos visto cómo Geralt, al desencantar a un personaje, pedía el «derecho de la sorpresa» —que consistía en volver por el retoño del personaje años después y llevárselo—, en esta segunda parte descubriremos que dicho retoño es una princesa en cuyas manos, según algunas profecías, descansa el futuro (o la destrucción) del mundo. Todo ello está contado con el fondo apocalíptico de una guerra terrible.

A partir de este momento comienza la primera de las cinco novelas, las cuales narran la historia de la princesa y de Geralt, entremezclada con más guerras, conspiraciones de magos, hechiceros, políticos, espías y reyes de todo pelaje, vagabundeos gracias a los que conocemos casi cada rincón de este mundo y por fin, una catástrofe y una catarsis que suceden en una forma verdaderamente inesperada. Las cinco novelas están narradas cronológicamente (aunque a veces se hace un uso inteligente del flashback), de forma que casi podrían publicarse en un solo volumen (eso sí, de más de dos mil páginas). Cada una de ellas, sin embargo, posee características especiales y un estilo propio, lo que hace que la serie no resulte monótona.

Además de la serie de Geralt, Sapkowski ha publicado gran cantidad de relatos de fantasía y terror, alguno de ciencia ficción y un libro de ensayo dedicado a los seres míticos creados por la literatura fantástica. Resulta curioso cómo muchos de sus cuentos reelaboran mitos y lugares comunes de la fantasía de todos los tiempos: así, “Los Músicos” (en este número) es un relato macabro de terror contemporáneo basado en el cuento folclórico de “Los músicos de Brema”; “Zlote popoludnie” (“El atardecer dorado”) recuenta la historia de Alicia en el País de las Maravillas en un tono salvaje, mientras que “Maladie” —el relato preferido de Sapkowski— es una hermosa versión de los mitos artúricos. Su nueva novela Narrenturm (La torre de los locos), que supone el inicio de un nuevo ciclo, esta vez reducido a una trilogía, se ha publicado por estas fechas. Se trata de una fantasia histórica que al parecer profundiza en la mitología medieval.

El dominio casi absoluto e indiscutible de los mecanismos multinacionales norteamericanos está logrando que la literatura europea se torne más dispersa y regionalizada que nunca. Ni siquiera lo mejor de cada país consigue escapar de las fronteras nacionales. Así, obras imprescindibles como la de Sapkowski en Polonia o la de Kir Bulichov en Rusia, por poner sólo dos ejemplos muy conocidos en sus países, corren el peligro de pasar absolutamente desapercibidas, mientras nos vemos obligados a tragarnos la última estupidez perpetrada por el californiano de turno. Esperemos que este artículo, así como la próxima traducción al castellano del primer volumen de la serie de Geralt de Rivia, sirvan de mínima resistencia contra el diluvio proveniente del Imperio.
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PD: siento el ladrillazo, pero de verdad que estos libros merecen la pena.
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La Torre de Vorimir
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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 6:53 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

¿Tú también prometes mayor brevedad en el futuro?
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marcelotodi



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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 6:56 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Cita:
es lectura obligatoria en Polonia, pais natal del autor.


q feo...
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leyendo: "El complot contra los Escipiones", V.Manfredi
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Fernando



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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 8:15 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

A mí la saga de Geralt de Rivia me parece espectacular. Estoy esperando a que salga la traducción del último,para terminarla. Eso sí, tengo que advertir que hasta el tercero, los libros son una auténtica maravilla, pero a partir de ahí va perdiendo fuerza con todas las intrigas políticas y tejemanejes varios.
Lo mejor de todo, la forma en que retrata la manera de hablar de la gente del pueblo. He soltado más de una carcajada.
Ya os digo, muy buenos. Yo os recomiendo que empecéis a leeros la serie (el primer libro son historias más o menos independientes, sólo a partir del segundo empieza la saga). Soy un fan total, aunque reconozco que al final empieza a hacerse demasiado larga y embrollada.
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vorimir



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Ubicación: Lauro Vetus

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 10:32 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Aretes escribió:
¿Tú también prometes mayor brevedad en el futuro?


Si, no os preocupeis; además, sólo he cortado y pegado.
Si yo tuviese que escribir un post así de largo... se me fundiría el poco cerebro que me queda sano.

Así, que sí, lo prometo.

Pero es que Geralt lo merecía. Cool
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Ascanio



Registrado: 16 Oct 2006
Mensajes: 5737
Ubicación: De misión secreta en la Tierra.

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 10:40 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Aretes escribió:
¿Tú también prometes mayor brevedad en el futuro?

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Arauxo



Registrado: 10 Nov 2006
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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 11:49 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Aretes escribió:
¿Tú también prometes mayor brevedad en el futuro?


¿Cómo que tú también? ¿Qué significa también, lista?
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Aretes



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Ubicación: De Madrid al cielo

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 11:52 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Cool , listo
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Arauxo



Registrado: 10 Nov 2006
Mensajes: 2051

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 11:57 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Verás, Vorimir... como te lo digo... he impreso tu comentario, para ver si me leo durante el puente del Pilar, porque manda... es que aquí acostumbramos a ser más breves... si no, esto se convertiría en una página sobre literatura y sobre Historia, con debates y polémicas y demás cosas largas y pesadas y... ¿no queremos eso, verdad?
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Aretes



Registrado: 21 Nov 2006
Mensajes: 5468
Ubicación: De Madrid al cielo

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 12:02 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Voromir, para que no haya malentendidos, te remito a las joyas del blog, en las últimas páginas encontrarás la explicación.
Ya te aviso, no bebas ni comas mientras lo lees para evitar atragantarte con el ataque de risa. Wink

(mayor brevedad, ji ji ji, perdón, pero es inevitable)
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Valeria



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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 3:20 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Y ¿esto vale para jovencitos, o sólo para adultos?
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vorimir



Registrado: 03 Oct 2007
Mensajes: 7726
Ubicación: Lauro Vetus

MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 4:06 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

No tiene nada que ver con Harry Potter ni similares, ni con sagas juveniles al estilo Dragonlance o el Elfo Oscuro así que sí, te diría que va enfocada al público adulto, aunque seguro que los más jovenes también la disfrutan y no contiene ni "sexo duro" (aunque tenga sus partes sensuales, cargadas de un erotismo muy fino) ni "violencia brutal" (por más que tenga sangrientos combates" (por ejemplo, es unas de las lecturas obligatorias en los institutos Polacos).

Todo dependerá del buen gusto del joven lector. Wink
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Ireth



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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 4:15 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Vorimir, ¿tú eres lector de novelas fantásticas? Es por saber si has leido "Elantris", que en todos lados leo que es una de las mejores novelas fantásticas que existen en este momento y no me atrevo a gastarme los casi 20 euros que valen.
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vorimir



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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 5:59 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Más bien era.
Actualmente sólo sigo la fantasía por Canción de Hielo y Fuego (queme gusta, aunque creo que no es para tanto...) y por Geralt de Rivia (Conan y las reediciones de Timun Mas en tapa dura-lujo aparte), así que no puedo aconsejarte sobre esa novela.
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Ireth



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MensajePublicado: Vie Oct 05, 2007 11:52 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

¡Y yo que con la Canción de Hielo y Fuego no me atrevo! Es que me echa para atrás que no este todo lo que se ha publicado de la saga en español, porque en estos casos me gusta leer todos los libros seguidos.
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