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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

RELATOS NOVELADOS

 
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MensajePublicado: Jue Oct 01, 2020 5:12 pm    Tí­tulo del mensaje: RELATOS NOVELADOS Responder citando

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RELATOS NOVELADOS SOBRE LA HISTORIA DE ESPAÑA
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MensajePublicado: Jue Oct 01, 2020 5:18 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

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MensajePublicado: Jue Oct 01, 2020 8:02 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

TRES REYES. LAS NAVAS DE TOLOSA


16 de julio de 1212



Diego López de Haro amolaba el metro de acero que ocupaba el doble filo de su espada, lo hacía con mimo y paciencia, eso le ayudaba a serenarse, lo cual no era sencillo a la vista de la jornada que estaba por venir. Desde el cerro de los olivares, le llegaba el rumor de la llamada a la oración que emitía el almuédano, había llegado el segundo alba y con él la hora del salat para los almohades.


Al-lahu Akbar

Al-lahu Akbar

Al-lahu Akbar

Al-lahu Akbar

Ashhadu An-na Muham-madan Rasulul-láh

Ashhadu An-na Muham-madan Rasulul-láh

Haiia ‘Ala Assalat

Haiia ‘Ala Assalat



En el campamento cristiano los hombres iban y venían, portaban armas, mensajes, material, incluso los más rezagados aún deglutían el fuerte desayuno regado con agua y abundante vinagre, ya rezarían más tarde, antes de lanzarse a partirse la crisma contra el invasor moro tal y como lo llevaban haciendo quinientos años. Diego era de otra pasta, cumpliría con el ritual, por el que dirán y por qué siempre era mejor congraciarse con él que estuviera allí arriba, si es que había alguien, pero la seguridad se la daban los años de oficio y el llevar cada cosa en su sitio, loriga bien ajustada, espada afilada y montura firme. No tardaron en oírse las primeras instrucciones, las huestes cristianas empezaban a ordenarse, según el plan de batalla definido la noche anterior en la tienda de su alteza Alfonso VIII. A Diego le tocaba la peor parte, formaría en el centro de la vanguardia, abanderando a las tropas castellanas que darían la primera carga, después deberían aguantar el centro hasta que rompieran las filas musulmanas, alguien les socorriera o se fuesen todos al infierno. Desde lo alto de su corcel, observaba como serpenteaban las distintas unidades mientras descendían desde la mesa del rey y se iban desplegando en el llano de las américas, la caballería ligera musulmana les hostigaba a ráfagas, pero nadie tenía permiso para salir tras ellos en respuesta, no debían desorganizarse, los arqueros les cubrirían. Y antes de que el sol irradiara lo suficiente, allí estaban, un ejército frente al otro, mirándose de cerca, de un lado los 3.000 hombres de armas del monarca de Aragón Pedro II, 200 caballeros del rey navarro Sancho VII el fuerte, los 150 cruzados europeos que quedaban, de los miles que habían llegado tras la proclamación de la cruzada por el papa Inocencio III, las órdenes militares del temple, San Juan de Jerusalén, Santiago y Calatrava, milicias concejiles, hombres de León y Portugal por su cuenta y riesgo y los 2.300 soldados que componían la hueste real, unos 12.000 efectivos. El lado almohade lo componían siete cabilas bereberes que formaban el grueso de las tropas, los flancos los cubrían andalusíes y las caballerías ligeras agzaz y kurdas, la primera línea estaba en su totalidad formada por voluntarios atraídos por la llamada a la Yihad, de su Amir Al-Mu `Minin o príncipe de los creyentes, también conocido como miramamolín en su forma romanceada. Diego se permite un último momento para recordar, familia, amigos y algún lugar de grato recuerdo, pero lo desecha rápido, no hay lugar para ellos allí a donde se dirige.


- Padre, hacedlo de modo que no me llamen hijo de traidor -llega a los oídos de Diego, es su hijo quién le habla.

- Podrán llamaros hijo de puta, pero jamás hijo de traidor- contesta Diego, recordando la fuga de su esposa con el herrero.


Y a su orden se alza el pendón del señor de Vizcaya, los dos leones en fondo blanco que atestiguan que López de Haro y sus quinientos caballeros van a la carga. Los voluntarios musulmanes de primera línea, mal armados e inexpertos no pueden contener la carga de caballería que se les viene encima, en apenas unos segundos, la mayor parte de ellos ya está disfrutando de las huríes prometidas, los restantes huyen despavoridos. Ante el esperpento que observan, las tropas andalusíes que no han cobrado sus pagas en meses y andan moscas con el tal Al- Nasir, por haberse pasado por la piedra a su cabecilla tras la derrota en Calatrava, deciden que ya han visto suficiente y cogen las de Villadiego. López de Haro levanta la mirada y observa lo que les viene a continuación, la segunda línea almohade no huirá, son tropas de élite que afirman sus lanzas contra el suelo y esperan valientemente la carga. El choque es brutal, caballos y jinetes lanceados, soldados aplastados, chasquidos de huesos rotos, olor a sangre y muerte lo inundan todo. La carga ha perdido su inercia y entre la hilera de lanzas y la pendiente han quedado detenidos, ahora se baten entre una lluvia de flechas, jabalinas y piedras que lanzan los honderos, las tropas castellanas sostienen el centro como pueden, mientras intentan que no les rodeen las alas musulmanas, mientras tanto la caballería agzaz castiga a las tropas castellanas con su característico tiro parto. Ante el peligro de que cedan, se da orden a la segunda línea cristina de reforzarles, acuden en su auxilio las experimentadas tropas de las órdenes militares bajo el mando de los condes de Lara y Cameos. Las bajas son incesantes, caen varios mandos, como Don Gómez Ramírez maestre provincial del temple o Don Pedro Arias maestre de Santiago, los soldados de las tropas concejiles agotados y aterrados ante la carnicería que están soportando se retiran ordenadamente, no pueden más. Alfonso VIII contempla la batalla desde el centro de la tercera línea cristiana.


- Que hace ese cobarde batiéndose en retirada, colgaré a ese traidor- grita el rey, creyendo equivocadamente que quién se retira es Diego López de Haro.


Alfonso se afirma en los estribos, mira una última vez al cielo, se santigua y dirigiendo su mirada al obispo de Toledo Don Rodrigo Ximénez de Rada dice.


- Arzobispo, vos y yo aquí moriremos.


Y girando el rostro hacia su hueste grita con fuerza.


- Levantad el pendón, el rey de Castilla va a la guerra.


Le siguen los reyes de Aragón y Navarra, arriman espuelas y espolean sus caballos. Resuenan los cascos de setecientos caballos de guerra, setecientas moles que avanzan inexorablemente. Un rumor mascullado entre dientes ondea en el viento, lo hombres lanzas sus últimas proclamas a su dios.


Te Deum laudamus:

Te Dominum confitemur

Te aeternum Patrem,

Omnis terra veneratur.


Huele a guerra, a miedo contenido, sudor, y cuero humedecido, los oídos de los caballeros cristianos ya hace rato que no son capaces de escuchar el tintinear de sus metales, solo escuchan el latir de su corazón a punto de desbocarse. Atrás quedan victorias y derrotas, años de luchas fraticidas, donde no importaba aliarse entre cristianos o con la taifa mora que le conviniera a cada cual, años de primar intereses espurios y de venganzas sibilinas, ahora se baten hombro con hombro tres reyes de España.


Tibi omnes angeli,

Tibi caeli et universae potestates:

Tibi Cherubim et seraphim,

Incessabili voce proclamant



Lanzas al frente avanzan hacia la melé que está cerca de quebrar el centro cristiano, retumba el cuerno de guerra, arrasarlo todo dice, o eso creen escuchar los caballeros en el interior de sus almófares. Medio millar de infantes almohades son la primera línea de defensa, además de la caballería ligera agzaz, se romperán como ramas secas, piensa Sancho VII, y sus caras lo reflejan, se debaten entre el honor de plantar batalla con una muerte segura o apartarse y que se quede aquí Al- Nasir con su puta madre y se coma él solito los errores de planificación y la prepotencia mostrada, pero los almohades son hombres de honor, buenos y experimentados guerreros, no huirán. Los setecientos hombres que componen la mesnada funcionan como uno solo, como si un extraño ente manejara sus hilos, embrazados con fuerza los escudos, afirman lanzas con tanta fuerza que sus músculos parecen apunto de explotar.


Sanctus, Sanctus, Sanctus

Dominus. Deus Sabaoth



Alfonso VIII nota arder la garganta, apenas veinte metros les separan de las tropas almohades, tiempo para un último vistazo a diestra y siniestra si uno no quiere sorpresas de última hora. A la derecha, unos dos metros más adelantado cabalga Sancho VII, decidido como siempre, al lado de gente así es más difícil que a uno se le aflojen las piernas, el gran Sancho y lo de gran es literal con sus 220 centímetros de altura. A la izquierda Pedro II, con sus temibles caballeros aragoneses. Todo es ruido y vacío, el vacío que acompaña a los hombres justo antes de entrar en combate, vacío en sus estómagos, vacío en sus mentes donde no cabe otra cosa que matar para sobrevivir y vacío a su alrededor, donde durante unos minutos el mundo parece desaparecer.


Pleni sunt caeli et terra

Maiestatis gloriae tuae.


El crepitar de su lanza quebrándose, por el impacto contra el rostro del primer insensato musulmán que se cruza en su camino, resuena en el oído de Alfonso VIII, se une a la mescolanza de tintineos, gritos y relinchos que le rodean, la caballería mora no ha resistido la carga y en un primer arreón ha quedado destrozada, apenas una decena de ellos sigue en pie y los que lo hacen es para huir todo lo velozmente que pueden. El sol ya vertical a esa hora, empieza a consumir fuerzas, el rey de navarra gira su montura 360º para observar posiciones, y allí está, apenas un centenar de metros les separan del palenque en el que Muhammad Al- Nasir, sentado en su escudo mientras lee versículos del Corán, desafía a sus tropas. Sancho mira fijamente en dirección a la tienda roja de Al- Nasir, frunce el ceño, afirma las riendas y clavando las espuelas en los ijares lanza su caballo al galope, allí le esperan los imesebelen, la guardia personal del auto proclamado profeta redentor del islam. Los imesebelen, también conocidos como los desposados se distinguen del resto de la tropa almohade, se encadenan de dos en dos a la altura de sus rodillas, lanzando un claro mensaje a sus enemigos, jamás huirán y a fe que cumplen su palabra, reciben a Sancho erguidos y desafiantes. La poderosa maza de Sancho irrumpe en el palenque almohade, destrozando cráneos y voluntades, le siguen sus fieles caballeros navarros, llevándose por delante las cadenas que protegían el campamento, haciendo que la promesa de Al-Nasir de invadir Europa y abrevar su caballo en las aguas del río Tíber se esfumen para siempre. Por primera vez en cinco siglos, el valle del Guadalquivir ha quedado abierto para los reinos cristianos y no lo desaprovecharán, en los días siguientes caerían Úbeda y Baeza, en años venideros Córdoba, Jaén y Sevilla. Diego yace de rodillas mientras intenta recuperar el aliento, con el dorso de su mano seca su frente mientras mira al frente observando en lontananza, sabe que no ha sido una batalla más, esta marcará el declive del poderío musulmán en la península y el renacimiento de una patria, que por momentos fue solo una brumosa idea en las mentes de algunos pocos caballeros astures, un débil y tenue rayo de luz que se apagaba, una exigua llama que la voluntad de unos hombres duros e ingobernables mantuvo viva, hombres que no debieron creer en la victoria pero creyeron, que no debieron vencer pero vencieron.
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