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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

LOS OJOS DEL MERCENARIO

 
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CabezadeCabra



Registrado: 15 Jul 2020
Mensajes: 2

MensajePublicado: Mie Jul 15, 2020 10:07 pm    Tí­tulo del mensaje: LOS OJOS DEL MERCENARIO Responder citando

LOS OJOS DEL MERCENARIO











CAPITULO I








HIJOS DE LA TIERRA











El vencedor no tomaba nada para sí. Se dedicaba al saqueo o al robo más nunca a la tierra y como mala costumbre estaba impuesta el quedarse mucho tiempo en donde se vencía. Eran hombres criados en corta infancia y prolongado andar. No habría bardos ensalzando sus correrías, porque rey sin envidia no existía y siendo celosos de sus sillares vivían y por ello es que si el valiente en batalla moría de fama se lo cubría porque ya antagonista del que gobernaba no seria y en cambio aquel que se volvía viejo en el oficio de la refriega era respetado y requerido de acá y de allá cosa mal vista por reyes y caudillos que no tenían otra manera de mantener sus cargo que mostrando valor en guerra cualquiera y creyéndose divinos por las deidades ante sus gentes.

Hombre y mujer devotos eran de todo lo que la natura proveía y sin ser bendecidos no salían porque los dioses todo lo veían. Los dioses habitan en la tierra porque reniegan de las alturas y les gusta volverse cuadrúpedos o firmes e inmóviles troncos. Eran dioses de la prosperidad, pero había también aquellos que disfrutaban de la oportunidad y como en toda familia también estaban los que en la guerra se divertían llevándose hombres atrevidos para hacerles disfrutar de eternidad y vino en los templos que solo el alma del valeroso conoce como destino.




...muchas lágrimas se derramaron ese día y los indefensos quedaron solos. Nunca más tantos hombres habían sangrado tanto por tan poco...

































Europa Año 82 A.C.



Los vencedores fueron los primeros en llegar, buscaban su precioso botín. Luego llegaron los dos caudillos diferenciándose de entre la chusma por sus torques dorados y coloridos adornos. Todos ellos formaron un semicírculo alrededor del bosque. Allí se encontraban los descuidados, los inocentes. La batalla había terminado y ahora había que salvar la vida y el mejor refugio fue aquella densa muralla de árboles.

Era tiempo de pillaje y recompensas. —¡Salid y no las mataremos brujas! — Grunha, un veterano guerrero grito la orden mientras se acercaba a la amalgama vegetal que se imponía ante el—. Este se acercó con la mano en el pomo de la espada, con aires de arrogancia mostrando su valor ante gran incertidumbre. La oscuridad cual abismo todo lo engullía no permitía reflejo alguno. Todos los demás reales vieron cuando Grunha retrocedió torpemente hacia atrás con las manos en el pecho y cayendo luego desplomado en el suelo de tierra, con aquella lanza ensartada en su esternón, había sido lanzada con gran fuerza y perspicacia desde aquel bosque. Los guerreros perplejos con los ojos desorbitados rápidamente se arremolinaron ante el cadáver de su compatriota quien yacía con el último aliento expirado ahí tumbado con espumosa sangre rebozando sus labios. La distracción duro un suspiro puesto que de aquel lugar húmedo y sin luz vieron asomar la punta de una frámea y un escudo redondo con el que aquella impetuosa mujer se protegía. Los hombres volvieron algunos pasos hacia atrás y entre un breve sentimiento de lujuria y adrenalina se prepararon para capturarla para luego poder violarla.

—Voy a matarlos uno por uno cerdos castrados—Cargaba las armas con destreza de veterano y sus ojos vacíos destilaban la furia de la matrona. Era la guardiana de aquellos que se decían indefensos y a morir dispuesta estaba—.

El caudillo de los guerreros miraba a la mujer con deseo y admiración, realmente era una hermosa hija de la tierra, anchas caderas y la altura de un oso. Perfecta para fuertes vástagos. Llevaba valentía en demasía la cual fue demostrada. Pero antes de que el señor de aquellos belicosos guerreros siguiera con libidos pensamientos uno de los suyos se lanzó dominado por el frenesí del momento. Aquella guerrera bien adiestrada lo espero usando la maleza como protección de sus flancos y al frente quedo la punta de su lanza y su escudo que resistió a duras penas el golpe de espada del fiero aquel. La guerrera y su antagónico forcejearon un poco hasta que su agresor tomo el escudo redondo de esta y con inmensa brutalidad se lo aparto golpeando con su puño de lleno el rostro de su víctima. El jefe de la partida y el resto de locos miraban entretenidos como si de riña de taberna se tratara. La amazona enseguida recupero el aliento y con un grito de bestia dio unos pasos firmes tratando de ensartar al que en frente tenía. Enseguida aquel arverno musculoso dio unos alaridos de agonía y todos allí volvieron a quedar anonadados por lo que veían, un chiquillo de no más de seis años harapiento, de risos negros ultrajados con el rostro deformado por la furia, tenía su pequeña hacha hecha a medida ensartada en los tendones traseros de la rodilla. El marcial cayó al suelo sin poder levantarse y horrorizado miraba su pierna destrozada dando aullidos de terrible dolor. Sin más vueltas la amazona llevo al niño detrás de su escudo. Dos temibles guerreros habían caído, quedaban menos.

Los caudillos se miraron, pero el más viejo de ellos no quito la mirada de la escena. Bajo de su montura y sin prisa se acercó a la mujer que sin bajar las armas lo esperaba para también darle muerte.

—¡Que desgracia la de tu raza Mujer! Hija de Epona que no teme al acero del adversario. ¿Realmente eres así de valiente o es acaso que te protege alguna deidad? Aquí traigo a mis segundos eufóricos después de gran victoria. Pero me pregunto ¿qué hubiese sido de nosotros si tus hombres hubieran tenido la valentía de sus mujeres? — dijo sin aplomo, pero levantando un poco la voz ya que los gritos de horror del infeliz todavía eran muy fuertes—. es por ello que te daré una sola oportunidad de decidir: puedes luchar para luego ser violada hasta la muerte mientras ves como aplastamos a tu hijo o puedes venir conmigo y ser la señora de mi casa.

La mujer guerrera estaba dispuesta a morir, pero miro a su pequeño osezno allí detrás de su pantorrilla tan viril como su padre, pero tan frágil. Lo llevo hacia adentro del bosque oscuro y le hablo con frialdad, pero segura: —Toma esto mi guerrero. Tómalo y póntelo y corre como las liebres al encuentro del hermano de tu padre, dale esto él sabrá que sucedió— La mujer le entrego un torque de oro con unos símbolos y aunque al principio dudaba de la orden el pequeño se secó las lágrimas y solo atino a obedecer. La madre de este se giró y se preparó para la muerte—. ¡Que miserables son! Vinieron en busca de lo prometido por su señor y aquí solo encontraran miseria y dolor. Quemamos todo lo que sea valioso y ahora moriremos todos. Nosotras por ellos y ustedes por nada.







Europa Año 62 A.C.



En asamblea común se reunieron las familias de aquella tribu. En el gran salón estaban allí congregados los parientes de cada caudillo: hermanos, hijos, sobrinos, libertos y acreedores; también toda gente que tuviera aquel derecho de participar. Entre eufórica discusión no faltaba la bebida, aquella amarga combinación de fermento de granos y cebada, que confundía los ánimos de los allí reunidos. Hodroriko caudillo de "Cabeza de Jabalí", exponía frente a todos, incluso a su Rey, Ahhor el sabio, sus intenciones de lo perentorio de una pronta campaña contra el clan de Ovrod El Insaciable.

—Todos están al tanto de que Ovrod caso a su hija con Merolas, heredero de Xerzertoricx, vasallo del Rey Galba —pronuncio con firmes palabras mirando a sus oyentes—. ¿A que más debemos esperar? Es clara la osadía de aquellas gentes, quieren unir sus clanes para poder avasallarnos y terminar todos bajo su yugo. Dejo un espacio para ver como la mayoría le daba razón con gestos de afirmación confirmando los mensajes de sus heraldos. Hodroriko era de una altura imponente y llevaba a toda asamblea sus armas y su colorido escudo. Generaba respeto en quienes lo oían. —Mi señor —dirigió sus palabras a Ahhor mientras este meditaba con el mentón apoyado en su mano, sentado en su sillar cubierto de pieles de muchas bestias—. fuiste elegido por ser el más valientes entre los valientes, acompañadme a esta campaña y te llenare de fortuna. Ahhor tenía el cabello negro como la oscuridad y por las cicatrices en su rostro no era el más apuesto, había sido elegido por ser el más apto, mirada de fiera tenía y era un hombre de pocas palabras pues solo hablaba cuando tenía algo para decir. Hodroriko se sentó junto a su sequito y sin perderle mirada al Rey se atuso la barba. Ahhor se levantó y haciendo unos pasos se adelantó y hablo para todos los presentes.

—Tu declaración no carece de verdad Hodroriko, pero sería una guerra larga y costosa. Solo genera dudas más no convicción una campaña de tal escala. Consultaremos a los dioses—concluyo—. Y de inmediato ingresaron a la sala los druidas y desplegaron en el suelo unas mantas bordo y en ellas había pequeños huesos y ramitas del árbol prohibido. Los magos entre rezos y movimientos de todo aquello miraron sus porquerías. El más veterano se le acerco y al oído con palabras legradas le dijo que debían marchar. Todos los allí presentes con la ansiedad en sus bocas dejaron de beber y de discutir, no había otro momento más esperado que cuando los dioses dictaban. La esposa del rey tomo la mano de su hombre y lo miro sin necesidad de emitir palabras.

El señor de todos aquellos se levantó resignado, pero nunca demostrando debilidad. —Los dioses aprueban la campaña, alistaos todos y... —Pero bruscamente Dracato señor del clan "Pielespiedras", se levantó de su silla e interrumpió súbitamente a su señor—. Rey, no es sabio que entremos en guerra contra tan poderosa alianza. Sera una campaña larga y la sangre de nuestros vástagos correrá en abundancia y el invierno cruel se llevará a otros tantos. Dracato sabía que cometía un gran agravio no solo imponiendo razones contrarias a Ahhor sino, que también, contradecía a las mismas adivinaciones de los brujos. Pero su temple le decía que debía detener esta locura y Dracato tenía la autoridad para hacerlo, no por ser noble sino por ser valiente en la guerra y discreto en la paz. Los presentes todos ellos, miraron al rey y hasta Hodroriko espero por un momento prudencial. Pero su genio lo venció.

— ¿Qué palabras son esas Dracato? ¿El gran "lanzatriste" aborrece una batalla? Mejor no vengas—y miro a todas las gentes congregadas detrás de él—. Iremos solo nosotros, pues con cien de mis guerreros haremos más guerra que con mil de tus campesinos.

— ¡Me faltas al honor coge cabras! ¿Campesinos? Siempre hemos sido nosotros, y no tus lanzas, los que hemos protegido el norte de otras tribus durante tres generaciones. ¡Tres! —eufórico repitió aquel número con el puño cerrado—. Tu Hodroriko lo que quieres es fortuna y gloria. Hodroriko lo que tú más deseas es ser Rey —Semejante acusación dejo mudos a todos los que detrás aguardaban en un silencio de muerte. Dracato sabía que ahora aquella asamblea podía convertirse en un duelo en un pestañear. Acusar a un caudillo de pretender tales aspiraciones normalmente terminaba en un duelo y en sangre derramada.

— ¡Basta! —De un salto Ahhor termino con aquella afrenta—. Dracato no soy yo el que exige esta empresa. Son los dioses que así lo aprobaron, tu Hodroriko y "Lanzatriste", serán quienes asesoren a mi hijo Correo quien encabezara la acometida.

Hodroriko sintió como si una avalancha de piedras cayera sobre su pecho. Jamás pensó que tal gloria seria arrebatada de esta forma y su rostro no hacía más que expresar disgusto.

— ¿Qué pasa? Hijo de Hodror. ¿Te disgusta mi mandato?

—No....Mi señor, será como lo dispongas.

La noche se hizo presente junto con vientos helados que avecinaban el implacable infierno blanco próximo.

—Las acusaciones de ese caudillo...Dracato, son graves—La reina lanzo palabras bien entonadas y aprovechando que estaban solos en el lecho marital.

—Si así fuera no tendría tantos seguidores, Hodroriko es hábil con la lanza, pero carece de mando. Cuando se es rey no todas las decisiones se toman con un espada sobre el cuello de alguien—Ahhor intentaba no trasmitir dudas a su mujer explicando más de la cuenta—. Y la campaña puse en manos de Correo.

—Correo es un joven y fuerte pero una cosa es enfrentar a bandidos y saqueadores otra es que esté a cargo de semejante empeño—Ivanka tenía como mujer del Rey que era facultades para discutirle ciertas decisiones a su esposo—. Los guerreros más veteranos son reacios a seguir a los jóvenes nobles.

—Tu hijo es joven, pero eso no le quita euforia para la batalla y lo ha demostrado.

—Si lo dices por su pelea contra el oso aquel, eso le pudo fundar algún respeto, pero aun así Hodroriko tiene lanzas juradas y lo seguirán incluso en la muerte.

El día llego con pesadez, pareciera que no quisiera amanecer. Los heraldos de Ahhor salieron al alba. Llevaban la palabra de su señor a cuestas con órdenes de reunir mesnaderos y todo aquel que quisiera luchar por la promesa del saqueo y quizás tierras y por ello es que tenían un hombre que encontrar: Brunnar Ojos de nieve. Era quien mandaba capitanes sin señor y sin bandera. Luchaban porque no tenían otro oficio más que cargar la lanza. Pero estas gentes vagaban por las tribus, iban de una a otra como la peste dejando zozobra en los senos maternos. Se movían en unas para hacer la guerra y en otras para robar. Traicioneros sin lealtades, pero muy avezados en la lid y por ello eran siempre buscados.

Los emisarios del rey Ahhor pasaron días y noches buscando a los mercenarios. Fueron la Torre de los heraldos. Un promontorio natural donde los primeros indígenas llamaban a sus parientes para marchar a la guerra. Desde allí hicieron sonar sus cuernos para que todo aquel que pudiera cargar su frámea y su escudo partiera hacia las tierras del rey de los hombres bravos.

Brunnar como buen buscador de fortuna que era se entera, por medio de sus exploradores, de todo aquel alboroto y parten raudos al encuentro de los enviados. Tomaron "El atajo de los muertos" y pasado un día y una noche no tardaron en llegar y compartieron con los heraldos de Ahhor algunos frutos resecos en cálida fogata. Los mercenarios escucharon las propuestas del próximo señor con el que harían trato. Brunnar escuchó atentamente a los viajeros y luego aprovechando que todos estaban allí presentes les dijo a sus lugartenientes que fueran y trajeran a quinientos reales destrísimos con la lanza y que portaran blasón. Se acercó a los heraldos y sin dilación les hablo:

—Escuchadme bien hijos del norte. A tu señor dile esto: Iremos a su encuentro cuando la luna este en su cuarta menguante. No hablaremos de trato alguno que no incluya tierras, saqueo o armas moldeadas por empeño de herrero escogido. También dile que no soy votivo de ningún Druida y que si la intuición me indica alguna felonía que sepa entonces que no dudare en matarlo. Pero que, si el trato se materializa, con entusiasmo le daré la victoria. Al pasar dos noches Ahhor fue informado de la osadía de un vil traicionero como era este tal Brunnar. Pero no tenía opción, necesitaba tiempo y mientras sus clanes reunían sus guerreros y los mercenarios llegaban necesitaba retener a los vasallos de Galba. Convoco un ágora, en una zona neutral para reunirse con los enemigos para conseguir aquel valioso tiempo. Ahhor junto con veinte monturas de su guardia escogida, hombres elegidos de entre los más leales, todos ellos con mallas metálicas torques de oro, cascos, espadas cortas y con escudos coloridos, llegaron en sus carros custodiando al dueño de "Hasta donde llegaba la vista" que concurrió a parlamentar. Ahhor nunca portaba protección alguna, tan solo iba con sus tatuajes pintados por su druida, el cabello suelto y todas sus armas a cuesta: jabalinas, lanza, dos espadas y dos puñales. La reunión se materializo en una zona muerta, lugar neutro y donde Ahhor tenía emplazado su tienda de mando. Su guardia selecta estaba impaciente, no les gustaba la incertidumbre, pero aquella tarde antes de la caída total del sol vieron la embajada de Ovrod que venía ataviado de adornos de oro en todo su cuerpo y rodeado de treinta escogidos.

Las dos guardias esperaban afuera mientras los caudillos se entretenían con sus demandas. Ovrod era el quinto de siete vástagos. Era quien había ganado la cabeza de la tribu a fuerza de violencia y artimañas. Tenía los ojos negros como los cuervos de mirada fría, iba protegido con su malla, su escudo con el pelo recogido y con todas sus armas encima.

—Ovrod sabes quién soy y porque vengo. Seré breve: Mis caudillos están inquietos con tu alianza, no esperan gran dicha de tu sociedad con el vasallo de Galba. Si la paz debe reinar deberás dejarme rehenes durante el invierno y yo a cambio no daré venía a mis reales de levantar las lanzas contra ti.

—Ahhor, no sé si notaste, pero vine con más caballos que hombres, pues, convencido estaba que tendrías a tus parientes o a tu hijo para dármelo como acuerdo de sosiego—Ahhor entro en cólera. Jamás se le cruzo por la mente darle a su Correo como rehén ni a otro de sus deudos—. Ovrod mi hijo, está allí afuera en efecto. Pero al contrario de lo que crees está esperando que este acuerdo no sea más que una declaración de guerra para así poder marchar.

Ovrod se levantó despacio, pero sin perder mirada a los ojos hundidos de Ahhor.

—Ahhor, mí guerra será implacable y arrasare tus tierras como la plaga a la cosecha. Recuerda que los primeros de nuestra sangre derrotaron a las fieras invasoras a fuerza de manos. Imagina que tanto más podrían hacer lo que ahora portan el hierro y el escudo.

Terminada la entrevista y sin que ninguno capitulara cada uno viajo por su lado. Ahhor mientras marchaba indicaba a Brunnar, quien lo había acompañado, su estrategia.

—Tú y el resto de tu gente deberá montar sin perder tiempo y hostigar a las tropas de Ovrod hasta que mis hombres puedan tener listas las levas. Si es necesario combatir sin las monturas háganlo. Quiero que sus tropas lleguen sin entusiasmo a la batalla. El rey mando al galope a su semental dejando atrás al contratado sin darle siquiera espacio a replicas. Brunnar se puso en marcha hacia más allá de las "Iguales", unas colinas que dejaban un pasillo natural en medio y allí haría la espera de la columna del enemigo. El mercenario debía atacar a la cola de aquellos iguales simulando ser una partida de rechazados ocultando las verdaderas intenciones. El ataque debía ser violento y sin arriesgar demasiado. Aquel capitán dispuso hombres avanzados que avistaron a la columna como si de gigante gusano se tratara. "Es tan larga que ni el sol alcanza a iluminarlos a todos", dijo el veterano explorador, un joven delgado pero astuto y leal. Aunque quizás su visión estuviese influenciada por el miedo, si de verdad el enemigo era así de numeroso, Ahhor tendría que pagar más.

Esa noche en algún bosque iluminado solo por las estrellas Brunnar recibió a los mercenarios. Todos los guerreros que habían acudido a su llamado eran jóvenes ansiosos por cortarse las melenas. También había veteranos que tenían la codicia tallada en la mirada, peligrosos hombres que podían robarse el mando de cualquiera si demostraban valía en el momento justo.

Los oficiales de Brunnar escucharon atentos la estrategia. —Lugho ira al frente de la columna por detrás lo siguen sus familiares y al final irán aquellos que su única razón de ser es la fortuna—explicaba mientras dibujaba una línea serpenteante en la tierra con una ramita—. Atacaremos con fuerza simulando ser meros bandidos, en desorden, pero sin involucrarnos demasiado. Haremos que nos sigan la mayoría de su retaguardia y ahí el resto de nosotros los acorralaremos como ganado. Uno de sus capitanes que lo había escuchado con atención lo miro e intento digerir en vos alta las palabras del mesnadero. —¿El resto de nosotros? ¿quiénes atacaran primero a la retaguardia de Lugho?

—Los de melena más larga serán los que combatan y separen a los mercenarios de Lugho. Vinieron a buscar el derecho a cortársela...entonces les daré la oportunidad de que lo hagan.

—Entonces morirán.

—Si... ¿y? —de verdad Brunnar no entendía la veracidad de las afirmaciones de su capitán— descansen. Monten guardia. Mañana será un día de incertidumbre.

La espera por los reales de Lugho, se hacía pesada y los ánimos no eran los mejores: combatir bajo la seguridad de la distancia no era agrado de los dioses y posiblemente al morir luchando así, Wotan, no daría paso a los difuntos al gran salón. A Brunnar eso lo tenía sin cuidado. Si aún no había sido alimento de gusanos era porque desde antes de cortarse la melena ya se sabía diestro para la lanza y certero en la estocada. Esta circunstancia era un momento más en su vida y al terminar la empresa mandada quedaría solo recibir el numerario. Pero primero había que determinar donde golpear al enemigo y este no venía distraído, pues tenía monturas adelantadas las cuales algunas fueron capturadas y con algo de tortura develaron datos de interés. Las tropas del hostil iban mandadas por Lugho, "Oso blanco", un enorme guerrero hijo de la tribu de los catthi. Lugho era el paradigma del guerrero, conocido por llevar tantísimas cicatrices, alto en exceso, fuerte, valiente, fiero y cruel. Sus tropas corrían desnudas al encuentro fatal con los cabellos llenos de cal sin más protección que sus tatuajes divinos. Brunnar no solo tenía la responsabilidad de retrasar una columna de mil hombres, también, debía evitar que aquellos mercenarios se percataran de que Brunnar y su chusma eran parte de una avanzadilla de Ahhor, si eso ocurría, Lugho forzaría la marcha de sus reales entonces dispuso una estrategia sencilla y práctica, violenta y certera con el manto de crueldad que caracterizaba a una emboscada.

La orden de Brunnar era hostigar la cola de la columna con ataques furiosos, pero sin entablar guerra prolongada. Los más jóvenes hostigarían la retaguardia de Lugho y así este tendría que dejar una parte de su tropa para intentar eliminar la molestia de supuestos bandidos. Cuando los hombres de esta retaguardia fueran aniquilados el hostigamiento seguiría hasta llevar al líder Cato a una batalla en el campo.






Línea de Brunnar




— ¡Preparar sus filos hijos de la desdicha porque hoy viviremos famosos o moriremos valientes! —Brunnar

Los jóvenes estaban ansiosos, sobresaltados, algunos llevaban alguna protección de cuero en la cabeza, otros alguna malla metálica prestada, pero, la mayoría de aquellos doscientos guerreros iban descalzos con apenas un pantalón y cinturón de cuero. Sus escudos ovalados protegían desde el mentón hasta la rodilla y portaban jabalinas y lanzas cortas y largas. De verdad seria este un bello atardecer. Habría combate, sangre y alaridos. Brunnar podía oler el sudor de sus combatientes, los miraba y veía pupilas dilatadas y pieles de gallina. Veía ansias y temblor de manos. Eran perros de caza delante de un jabalí.




Día sin sol y sin héroes. Un día oscuro y silencioso. Un día de muchos caídos, de sudor y espadas sangradas. Este día era uno de esos tantos de la Europa tardía y era donde estaban los marciales con los músculos ardidos, ansiosos de convocar al oro y la plata en sus morrales. El sol despuntaba como si hubiera sido arrancado por las manos de un Dios ansioso por iluminar aquella masacre que se avecinaba. Pobres sean aquellos que ese día estaban ahí. Reunidos para ritual de sangre, ahora en aquel suelo húmedo caerían sus entrañas, caerían sus armaduras y sus espadas roídas. Sus almas solitarias irán a donde moran las bestias y los vencidos.





Frente Catto



Detrás de la línea de mercenarios de varias tribus estaba Vrava, hermana de Lugho. Vrava era joven, fuerte y combatía con los pechos desnudos. Llevaba protecciones de cuero en el abdomen y era tan belicosa como su pariente. Tenía los ojos tan azules como el firmamento, era una mujer de anchas caderas, sucia y con un pelo siempre engrasado.

Cual bestias en frenesí se lanzaron sobre sus presas. El estallido de los hombres matándose. Sangre, eses, orín y gritos; sudor muerte y ojos cargados de agonía. Que fácil era traer el averno a la tierra. Los dos bandos lanzaron sus jabalinas, los más veteranos con aciertos y los más reclutas las habían desperdiciado. La batalla continuo Vrava siempre en medio de sus reales los animaba a no retroceder y Brunnar intentaba avanzar ensartando acero en carne ajena. En ocasiones no podía dejar de mirar a aquella guerrera de piel blanca y en un momento la tuvo tan cerca que vio sus ojos azules. Pronto aquella sanguinaria escudera lo volvió a la realidad de un sablazo que la malla de acero y unos reflejos no tan oxidados lograron salvarlo. Brunnar abrió los ojos tan grandes que no pudo evitar ver la sonrisa de su agresora. Entro en furia. Aquella desgraciada lo había hecho sentir un recluta.

Los jóvenes mercenarios de Brunnar luchaban con entusiasmo y mientras que su formación resistiera su moral seguiría en pie, pero los enemigos eran perros viejos que sabían cómo aplastar a los cachorros. Vrava tenía hombres que mantenían su formación con perfecta disciplina. Brunnar veía a los suyos lanzarse como malditos engendros contra aquel muro de fuertes escudos con la intención de romper la línea con táctica más que sabida y predecible viniendo de hombres tan jóvenes.




—¿Acaso has traído a tus amantes? — hablo Vrava en medio de aquella comedia—¿esto es todo lo que tienes? No...los que tenemos este destino de fortuna no entrega la vida por honor ni gloria. ¿Cuál es tu plan perro?



—! No tengo otro plan más que empalarte lame falos ¡—respondió Brunnar desde detrás de las líneas—.




Al tiempo el combate empezó a mermar las energías de los más reclutas, estos se la habían pasado reventando sus fuerzas contra el muro infranqueable de Vrava.

Brunnar ya de esto bien curado estaba, conocía bien lo que venía después de que los músculos entumecidos vencían a la moral. Es por ello que el medio de la formación debía retroceder ordenadamente pero no así los flancos.

Brunnar veía el sudor y las heridas latir en los cuerpos de sus guerreros. Jóvenes y valientes pero muy torpes. Ya les había instruido en que no debían por ningún motivo intentar romper una formación atropellando cual jabalí. Palabras que fueron escuchadas, pero, obviamente olvidadas y arrasadas por el furor del combate. Los jóvenes se veían cansados y sus miradas ahora ya buscaban la retaguardia. En medio de las dos formaciones quedaban algunos escudos y varios cuerpos. Ninguno cato.

Cuando Brunnar hizo retroceder varios pasos a su línea media vio a Vrava dar un alarido de bestia y blandiendo su hacha junto a sus veteranos se abalanzaron al combate. Los guerreros aquellos iban todos ellos tatuados de rostros desfigurados corrieron en incontrolable frenesí, gritando con las lanzas y espadas en lo alto para caer con la mayor de las fuerzas sobre sus víctimas.

—Levanten los escudos y aguanten la embestida—Brunnar no tenía mucha fe en esta táctica ya que rara vez funcionaba contra guerreros tan fuertes, pero, si querían tener alguna posibilidad debían aguantar—vamos gusanos empujen o nos aplastaran!

La línea empezó a colapsar y también a curvarse hacia adentro. Los jóvenes muy entusiastas pero muy inexpertos no supieron soportar el tremendo golpe de aquella masa de experimentados hombres que incluso sabían dónde ensartar sus lanzas y a quienes. El jefe de los mesnaderos vio a Vrava como sin poder soportar la algarabía de su próxima victoria desprendió una sonrisa casi carcajada y es justo lo que necesitaba. Con la línea a punto de quebrarse Brunnar vio que los flancos todavía medianamente mantenían una resistencia que era más por miedo a la muerte que por fervor. En ese momento dio la venia a los guerreros que esperaban más arriba en la línea de árboles.

Vrava se veía segura de vencer y con el cráneo de Brunnar adornando sus otros trofeos en su montura. Aquella temible mujer se había visto enceguecida por la energía de la pronta victoria lo que no le había permitido ver como había caído en una ?bolsa humana?. Los de adelante luchaban por vivir y los suyos por vencer. Entonces fue cuando vio que desde uno de sus flancos nacían más de trescientos guerreros en feroz avance, pertrechados y de fiero aspecto que los rodearon y ahora la relime diosa de la guerra se veía atrapada en tan certera trampa y aunque esto hubiera causado el desplome de cualquier convicción, ella era la hija de Badhelina la escudera, jamás vencida en combate y ahora ella no sería quien traería desgracia a su casa.

—Empujad hijos de la ira. ¡Les juro que si vencemos llevaremos cuanta riqueza puedan cargar sus bestias! —Aquellas palabras dieron un aliento que impulso las fuerzas de sus hombres para romper el cerco. Esto Brunnar no lo vio, estaba en medio sin poder moverse en una masa de gentío que hasta dificultaba respirar. Ahora las tornas habían quedado parejas y ahora era aquella guerrera la que luchaba por su vida.

Los músculos, y el hierro se vieron en un caótico espectáculo. Cuando la muerte se incorpora a cualquier contienda la astucia le deja paso.

Los unos y los otros se podían ver de tan cerca que apunto estaban de morderse.

La sangre fresca dificultaba los agarres y se podía sentir como más de uno se orinaba encima.

Vrava al ver que el anillo de muerte aquel había sido roto ordeno el repliegue. Pero no era la única que se percató de aquel fallo. Hermman con ocho guerreros más le cerraron el paso. Los catos no se detuvieron y esperanzados en su fuerza multitudinaria intentaron arrollar a los hombres de enfrente. El choque fue tan duro que causo un espantoso ruido. Otra vez aquel combate se libraba de cualquier manera, cualquier cosa era un arma: puñales, el borde de los escudos, los yelmos o las uñas, picar los ojos, morder. ¿Acaso en algún lugar estaban dictadas las reglas de la guerra? ¿Acaso estaba prohibida alguna cosa? Todo era válido para aquel que o vencía o moría miserablemente.

El caos era tal que una monstruosa nube de polvo se levantaba y como una gran cortina cubría los ojos de los guerreros y provocaba aún más desorientación. De entre esta calamidad se observaron aquellos jinetes que con premura acorralaron la formación con un solo objetivo. —Vrava!...mujer su hermano la demanda—La guardia escogida de Lugho venía a terminar con aquella estúpida escaramuza—. La intrépida escudera apareció desde aquel infierno con heridas leves, con los pechos otrora blancos ahora sucios con sangre y sudor. —Decidle que iré en cuanto esta chusma este toda ella ensartada en nuestras lanzas.

Pero las monturas del Oso blanco no debían volver sin ella. — No será posible escudera, tenemos la orden de que vuelvas al frente.

La hermana de Lugho claramente indignada y muy a su pesar dio medio vuelta tomo su cuerno y lo hizo sonar en cacofonía de retirada.

Los hombres seguían luchando perdidos, desesperados, aterrados. Como fuese que estuvieran jamás podían no sentirse sobrecogidos por tal sonido, un sonido que producía alivio, pero también vergüenza.

Los guerreros se detuvieron y de la forma más ordenada que pudieron retrocedieron, sus rostros mostraban una deformación que solo la fatiga y el terror dejaban.

—Formados! —grito recuperando el aire—.

Enseguida los guerreros juntaron sus escudos unos con otros en una perfecta línea impenetrable y se posicionaron junta a quien mandaba. La guardia de su hermano le entrego una montura y con una mueca de repulsión despidió a Brunnar que la observaba desde su posición. Los guerreros de Vrava con paso ligero en formación guiados por alguno más rico que ellos iniciaron la marcha hacia la columna nuevamente llevándose a sus muertos para darles la honorable despedida.

Así terminaba lo que pareciera una gran batalla cuando no fue más que una pendencia, lo que seguía era lo más tedioso, acopiar cuerpos, contar las bajas y los desertores y prepararse para marchar.

La noche previa a iniciar la partida Brunnar y sus segundos estaban al calor de una buena fogata.

Brunnar sentía todavía ese templo en las manos. Tenía aun tierra entre los dientes y ese olor a sangre y a mierda no se les iban del olfato. No comió.

Sus hombres algunos competían, otros todavía tenían las energías para hablar de la batalla. Eran reclutas, era de esperarse. —La emboscada no sirvió de nada—dijo Hjibhank uno de sus oficiales que detono aquella realidad con el rostro cansado, pero al menos tenía el ánimo de los que sobreviven—. mañana tendremos que llamar más hombres y si queremos realmente detener a Lugho tendremos que dar batalla en campo abierto. Brunnar sin dejar de mirar la madera quemarse solo atino a mover la cabeza con aceptación.

—Dile a nuestros mejores jinetes que tomen las monturas más pequeñas y que mañana deberán salir antes que el día y volver con quinientas lanzas.

El nuevo día llego y los hombres se pusieron a marchar. La vida de aquel que persigue la fortuna estaba plagada de corridas hacia ella.

—Atacaremos directamente a la columna del frente—pensaba Brunnar en voz alta—.es la única forma que nos dará batalla en terreno abierto.

—Entonces preparémonos porque la próxima vez que nos veamos será en el walhalla—dijo Hermman mientras cabalgaba a su lado.

Aquel puñado de hombres iban al encuentro de la muerte o de la gloria. Vencer a un enemigo tan grande seria granjearse la fama para el resto de lo que les quedase de vida, en cambio rendirse seria morir una y otra vez.

Todo guerrero portaba su escudo y frámea para poder cumplir con el llamado de la fortuna, pues estéril es la tierra donde vive el pendenciero y fatiga le causa pensar en arar el suelo porque lo que busca siempre es la espada. Es por ello que toda oportunidad de gloria es bienvenida y casi siempre lo sigue su familia para poder vender sus despojos en el caso de que aquel muera.

Los heraldos de Brunnar volvieron con trescientos bandidos. Brunnar se encontraba reunido en el centro del campamento junto a sus oficiales.

—Brunnar te hemos traído los hombres—anoticio un mensajero claramente cansado pero satisfecho—.

Ojos de nieve lo acompaño y no más lejos de las tiendas improvisadas lo esperaban aquellos.

—Aquí no hay quinientas lanzas—Brunnar fulmino con la mirada a su adelantado—.

—Fui a cada tribu con la que me topé y cuando les decía que encontrarían la fortuna si vencían a Lugho algunos reían y otros se marchaban.

—Y estos... ¿no conocen al cato?

—Conocen a Brunnar.



La marcha fue forzosa. Debían llegar hasta las tierras del norte y esperar a Lugho. Muchos de los guerreros de Brunnar marchaban con los pies desnudos y esto no era motivo de vergüenza, más andar sin lanza ni escudo indicaba desdicha y destierro. Había los que tuvieron la suerte de conseguir alguna abarca de cuero de buey o cabra y su impedimenta no era más que un morral cocido y alguna manta de propia manufactura, pero sus vestidos era lo menos importante, más que unos pantalones o un buen taparrabos, no era necesario nada más. En cambio, los catos, eran conocidos por llevar gran impedimenta encima, eran capaces de construir campamentos y eran buenos haciéndolo, eran hombres curtidos por nacer en tierra que desde temprana edad debía ser defendida.

Aunque toda su tropa portaba arma alguna Brunnar se preocupó por también conseguir arqueros arvernos de reputación bien ganada, estos son los que hostigarían a mas no poder el flanco del catto, una artimaña nada honorable y es que el acero no tenía lealtades y el oro dueño. También tenía blasones de cada familia que se le había unido, así, cuando el hijo de alguna tribu viera su estandarte más atrás que el de otra familia entraría en cólera y la vergüenza le daría energía y valor.

Las tormentas se acercaban, ya se podía ver la manta de nubes al final del horizonte. Lucharían con el invierno asesino a sus espaldas, cosa por la cual aun con más razón debían vencer. La derrota no era solo vivir para luchar otro día, vivir después de ser vencido era la perdida de todo favor o futura gloria. Si el caudillo era vencido debía compadecer y enfrentar a los parientes de los muertos, pues con el llevaba el futuro de muchas familias y la causa de todo fracaso siempre era por haber sido maldito ante los dioses. En cada lugar donde Lugho se detenía a pernotar sus druidas erigían los altares y rogaban por una victoria llena de riquezas. Por esto era tan fácil seguirlos, sus rastros estaban en una línea casi recta, necesitaban llegar antes que el invierno, vencer, cobrar y marcharse. Sus rituales eran abrumadores, los druidas se montaban ropas ligeras con tatuajes y ornamentas de animales, encendían fuegos de la altura de un hombre y entraban en trance mientras el bodhrán era golpeado con ritmo de un corazón en perfecta coordinación con los aullidos de los magos. Todos los guerreros presenciaban aquella ilustre demostración de magia blanca. Los druidas bendecían las armas y tatuaban al Hárjánáz de la campaña con los mensajes que los dioses les dejaban para que todo hombre que lo viera supiera que aquel estaba bendito y quienes lo siguieran serian recompensados.







Hodroriko recorría en persona los poblados donde él era señor y se llevaba a la ,mitad de los varones jóvenes para sus levas. El proceso era engorroso ya que lidiaba con pedidos y despedidas aun así los reclutas iban animados, volver a casa sin las melenas era signo de gran estatus entre sus vecinos y privilegios a la mirada del jefe de la tribu.

Hodroriko estaba convencido que un ataque violento y represivo a los ejércitos de Ovrod era lo más efectivo. Mientras el mercenario retrasaba a los cattos, el, buscaría a las levas de Ovrod que seguramente estarán marchando hacia la frontera. Como hijo de Hodror contaba con gran reputación y si conseguía el apoyo de Dracato juntos podrían convencer a Ahhor.



Casa de Dracato



—Vine hasta aquí para que juntos exijamos a Ahhor poder marchar—Las palabras de Hodroriko eran sinceras, pero jamás se podía confiar totalmente en alguien que deseaba tanto el poder absoluto—. Debemos marchar y atacar antes de que sigan creciendo.

Al contrario, a su interlocutor, Dracato, era conocido por ser muy inteligente, no por nada en tiempo de paz trabajaba la tierra y solo por supervivencia cambiaba el arado por la lanza. —No conozco tus intenciones, aun así, la idea no es errada, pero, solo funcionara si oso blanco no llega.

—Es por ello que debemos partir enseguida, cuando Lugho vea que ya no hay nada que defender y mucho para perder se dará la vuelta y volverá sobre su rabo.






Brunnar y Lugho




—¡Lancen!—Brunnar con un movimiento de brazo ordenaba desplegar la lluvia de saetas sobre el frente de Lugho—. ¡De nuevo! —Y otra descarga más—.

Los asediados por aquella lluvia de muerte anteponían los escudos y cerraron su formación, de esta manera la deshonrosa lucha del enemigo no tuvo el efecto esperado. La formación no se rompió y a pesar de unos cuantos heridos los temibles hombres del norte no perdieron nada más. Aun así, Brunnar ordenaba descarga tras descarga obligando al segmento norte de la columna de Lugho a estar detenidos a la defensiva, en cambio su retaguardia estaba todavía cruzando el rió.

Las tropas de Brunnar a unos cientos de metros de allí esperaban que Lugho perdiera el control y rápidamente entrara en combate precipitándose más por cólera que por razón. Los hombres de Brunnar estaban allí plantados esperando que todo aquello se resolviera con la venia de los dioses.





Tomas tu escudo tan fuerte que los músculos de tu antebrazo se entumecen, y te suda en exceso la mano donde portas tu framea. Nunca se está muy seguro de que si la tienes bien agarrada. Miras por sobre tu única protección, un trozo de madera rectangular cubierto con cuero endurecido, que es lo único que te separara de aquellos rufianes. A medida que pasa el tiempo ves como su número crece y ahora no solo miras a los costados sino también la retaguardia y al mirar te encuentras con rostros de hombres nerviosos, inseguros. Otros tienen esa mirada veterana y algunos más están tan asustados como tú. El miedo te paraliza, te tiemblan las piernas te dan ganas de cagar y al final todo aquello que planeaste hacer en este momento no lo recuerdas porque estas asustado como una gallina y la memoria se vuelve un caldo de ideas confusas. Ahí te quedas, quieto, inamovible porque para huir también se necesita coraje, coraje para soportar las miradas, los insultos y la marca que llevaras por siempre, la marca que solo portan los pusilánimes. Desde el principio sabias a lo que te enfrentabas, sabias que oso blanco era tan fiero como se decía y al verlo ahí por primera vez te dabas cuenta que esa gente no solía perder ¿y que podría cambiar ahora? Eres tú y tus miedos contra aquellos que mientras rechazan mil saetas cantan y se cuidan los unos a los otros. ¿Como vences a un pueblo así? ¿Acaso no tienen motivos para volver a sus casas? El ataque de los arqueros se detiene, realmente esta gente está molesta. Te miran y tu sigues girando la cabeza. Estas a punto de defecar, pero estas tan encimado con tus hermanos que defecarías en sus pies, es lo que paso con otro más a la derecha que su estómago no resistió y vomito al completo en la espalda del de adelante. Todos rieron al menos lo más veteranos, los melenas como tu fuerzan la risa, no puedes quitar la vista de en frente pues aquellos podrían en cualquier momento abalanzarse. Ahora están gritando y golpeando los escudos, sus gritos son tremendos. Huelen tu miedo, huelen las heces y la bilis. Conocen bien la previa al combate y saben que mientras más temibles los veas más aterrado estarás. Planeaste gritos de guerras, pensaste reír ante sus rituales, creíste que mirarlos o insultar te daría valor. Pero nada de eso ocurre y te das cuenta que debes empezar a rezar a los dioses para que tu muerte sea rápida y que te reciban en sus templos. Pero eres hijo de ?el cazador? y la tribu te espera para congraciarte y tu padre ansia verte convertido en hombre para así poder entregar tu pureza a una buena mujer, te mantuvo inmaculado porque los magos le enseñaron que un hombre puro puede llegar a ser tan alto y fuerte como un oso. Llevas la guerra en tu sangre, te hartas de esperar, el miedo te cansa, la incertidumbre te enfurece y entonces das un terrible grito y agitas tus armas delante del enemigo y obtienes su atención que parecen sorprendidos al no esperarse que las ovejas pudieran volverse lobos. Aprovechas que todos miran, amigos y enemigos y te adelantas corriendo, tomas tu mejor lanza, la más costosa, aquella que te entrego tu señor para demostrarte que tenías su venia al partir. La arrojas con fuerza tal como tus hermanos te enseñaron cuando cazaban jabalíes en los bosques, la jabalina viaja con gran velocidad y sin que nadie pueda reaccionar se ensarta en el vientre de un temible cato que iba desnudo, tan solo lo protegían sus tatuajes, que esta vez pareciera que no tanto y el infeliz entre el dolor y la sorpresa se retuerce en el suelo como un niño pues no ha muerto, pero esta aterrado porque puede sentir la sangre caliente y espumante que se fuga de su cuerpo. El silencio lo atrapa todo y solo lo rompe los sonidos extraños que hace el moribundo. Ahora los que podrían haber sido víctimas quizás se vuelvan un digno rival.

Lucharas por vivir y luego vivirás para ser famoso, serás lo que elegiste ser y no hay marcha atrás. No culpes al destino por este fin o principio, el destino siempre te presento opciones, fuiste tú, el que eligió morir hoy o vivir vencedor.

Los hombres de Brunnar enloquecen en fervor y dentro de cada corazón surgen las llamas de la anarquía, ahora desean la lucha y como no existe bárbaro que conozca de quietud ni obediencia cuando entran en cólera estos se dejan llevar por él y entonces todos se largan a corren exaltados cual bestias mitológicas con fuerza sobrehumana blandiendo sus armas en grito feroz.



Hodroriko junto a su gente formaba en el flanco derecho y Dracato con los suyos en el izquierdo. Correo, el bien amado hijo de Ahhor, lo hacía en medio.

—¿Hoy los dioses nos ven aquí y ahora, acaso conocen algún otro hombre que tenga esa dicha? Los dioses solo se llevan a los valientes porque solo el atrevido muere sin heridas en la espalda y con su espada todavía empuñada podrá reclamar derecho de ser recordado. Nuestros huesos estarán en ese campo, pero todo lo demás estará en el gran salón—Los guerreros bramaban y espumaban por sus bocas como osos en celo, gritaban y tenían los ojos en sangre, querían guerra—. Aquí estamos y aquí...—Hodroriko no termino de arengar que de pronto ve a al joven príncipe correr hacia el enemigo—.

—¿Hijo de Hodror solo de palabras están cargadas tus intenciones? — Correo se entrega al entusiasmo y junto a sus más leales hombres, aquellos que le juraron su vida por ser el más valiente, corren entregados por la arrogancia—.

Dracato rió entre dientes. No solo le han arrebatado el liderazgo de la campaña a su correligionario sino también la iniciativa y el honor de ser el primero en entrar en guerra contra el enemigo. Hodroriko gruñe y con fuerza cerro los puños sobre la empuñadura de su espada larga, estaba indignado, había sido deshonrado, frente a sus parientes y ahora para recuperarse de tal bofetada tendría que llevar la cabeza de Ovrod empalada en su lanza como regalo a su rey. Dracato siguió a Correo cubriendo su flanco y Hodroriko llego enseguida y entonces el enemigo también había iniciado la furiosa carga de sus reales. El choque de hierro y carne fue aturdidor y enseguida la sangre empezó a correr, la carnicería que se desplegaba en esos llanos era digno de una guerra divina. Las fuerzas estaban equilibradas, los dos ejércitos tenían casi la misma cantidad de hombres y si así no fuera entonces sería una batalla con ventaja y por ello es que muchas veces los caudillos renegaban de tal situación y hacían volver a los guerreros más jóvenes, hasta quedarse si fuese necesario, con los más leales, pero esta vez ese no fue el caso. Esta vez fue una de aquellas donde la muerte lo impregna todo y la brutalidad se vuelve otra arma en el desastre de una guerra de bárbaros. El cielo renegó de aquel día y convoco nubes grisáceas como si vergüenza le provocara toda aquella osadía.

La batalla se libró sin más ni menos coraje, porque es ahí donde el joven muere dejando sin continuidad a su familia y es donde cae el viejo pensando en la gloria de los famosos, como fuere, la muerte era igual tanto para el que obedece como para él manda y no distinguía de necesidades y podía venir de muchas formas, podía sufrirse o podría ser rápido pero muerte al fin sin más remedio que partir pero antes de dejar esta vida ingrata el guerrero se aferraba a la lucha y no se iría sin antes fundir sus músculos y aplastar algún que otro cráneo. Hodroriko y Dracato eran famosos por su coraje pocos les hacían frente porque eran diestrísimos en las fintas, tenían la agilidad de la liebre con sus frámeas y sabían cuando la lucha era propicia con espada, conocían la contienda porque eran lobos de vieja manada donde el anciano enseñaba al joven. "El escudo siempre adelante muchacho, nunca debajo del mentón y nunca jamás dejes que alguien te insulte delante de tus hombres", consejos que otrora Hodror dedicaría a su vástago el cual preservaba estos consejos como ley entre los suyos. Dracato venia de una tribu de nómades que se dedicaban al comercio de las pieles, pero la fama de su tribu no se debía a su avidez en el trueque, en su tierra todo joven hijo de la nobleza llegaba solo a la adultez cuando marchaba al bosque y no le era permitido volver si no era vistiendo piel de endriago muerto con nada más que lanza. Eran gentes aguerridas y muy duras por vivir en tan malos pagos de nula agricultura y de tierra tan estéril como el útero de una anciana. Los dos lideraban los flancos, pero a pesar de que el combate enseguida se convirtió en una carnicería ninguno de los dos cedió. El centro resistía porque Correo el hijo amado de Ahhor llevaba con orgullo el estandarte del clan en su nombre y no podía permitirse capitular ante infame enemigo. Correo había nacido entre nobles, pero criado entre hijos de sirvientes y siendo aún muy pequeño para portar escudo ya se sabía ágil en la montura. Su padre, el rey, siempre le dijo que el día que tuviera que aplicar su estatus para gobernar seria el día que todo lo demás había fallado, por ello Correo nunca permitiría que sus seguidores lo amaran por ser hijo del rey, deberían seguirlo porque era el muchacho que un día partido a las tierras de Dracato, para volver con la piel de un oso como único vestido y es con lo que siempre iría a cada refriega incluso la de hoy, porque esta batalla ameritaba que los dioses lo convirtieran en la bestia en la que se volvía cuando el olor de la sangre impregnaba su piel, incluso sus hombres le decían "El viril", porque cuando luchaba se le erectaba la verga tan duro que se le notaba con facilidad y es que como iba siempre desnudo cubierto solo por la piel de la bestia aquella con su falo cubierto de sangre y con los ojos salidos de las cuencas. Le excitaba la guerra, no matar, sino la guerra, ese furor que solo trae la supervivencia ese deseo de vivir siempre liderando más nunca arrodillado. Siempre se creyó bendito entre los demás y que no necesitaba más protección que la que le brindaba su piel pintada.

No muy lejos pero igualmente desgraciada era la lid de Brunnar contra atroz contrincante.

—¡Esto no tiene razón de ser Brunnar! Moriremos todos aquí maldito sean los dioses que se burlan de nosotros—Hermann estaba hastiado y se lo hacía saber a Brunnar con palabras inquisidoras—. Vámonos ahora que todavía no finaliza este desastre. Pero ojos de nieve sabía que Lugho le daría caza y lo peor es que no recibirían numerario y si hay algo que no puedes permitirte en este oficio es luchar por nada.

—No nos iremos. Saldremos de esta mierda como siempre lo hicimos. Reagrupa a los hombres y que junten los escudos—Pero Brunnar hablaba desde la imaginación porque todavía no estaba al tanto de lo que pasaba en los flancos. Pero Hermman si—.

—¿! Qué hombres¡?—Su segundo en liderazgo frunció el señor y entro en colera—. mira a tu alrededor—tomo del borde del escudo a Brunnar y lo hizo girar apuntando al caos en lo que todo aquello se había convertido.

Llamarle caos a aquel infierno era minimizar las expectativas de una costosa victoria. Todo lo controlable se había descontrolado. Las ordenes de los veteranos a cargo de las levas se cegaban entre los gritos de lucha y muerte, nadie absolutamente nadie escuchaba indicación alguna. Y es que llevar a jóvenes a guerra de ancianos era como llevar liebres a matar a un oso. Brunnar al principio no entendía cómo se llegó a esto, pero no tenía tiempo para pensar demasiado, debían empezar a retroceder antes que los envolvieran los hombres de Lugho, pero los pensamientos se desvanecieron cuando Vrava apareció desde aquella muralla de polvo empapada en sangre con el cabello arreglado con trenzas tan bien trabajadas que pareciera que lo hacía como especie de ritual. Llevaba su escudo redondo pintado con emblema de su casa donde indicaba que era una escudera veterana, sus pechos como siempre al descubierto, tenían esa mescla de sangre seca con polvo que volvía su piel blanca y sus pezones rosados en una especie de lodo macabro que junto a su mirada de fiera la convertían en una temible hija de la tierra. A Brunnar le parecido ver un lejano recuerdo en aquella guerrera.

—Eres Brunnar el mercenario que se volvió famoso porque el hierro no lo mata—Vrava tenía ese fuego que solo ves en las lobas cuando pelean por sus cachorros—. veamos si es verdad. El primer intento de ensartar a Brunnar fallo pues aquella loca lanzo un predecible golpe que el mercenario contuvo levantando y moviendo su escudo hacia afuera a lo que su enemiga respondió intentando meter un ataque con su propia adarga que casi alcanza la barbilla de Brunnar y luego de ese intento fallido siguió una seguidilla de combinación de ataques entre arma y escudo con la agilidad que caracterizaba a una escudera de su estatus. Brunnar a duras penas logro mantener los bloqueos pues, aunque hace tiempo la juventud había partido de sus músculos mantenía todavía el saber de la lucha y eso lo salvo al menos al principio, luego de ese intercambio de habilidades los dos quedaron en un punto neutro, cada vez que Vrava atacaba, Brunnar adivinaba sus golpes y plantaba defensa, pero también ataque. La ruda mercenaria en su mirada destilaba sorpresa y admiración y eso la inspiraba aún más para querer matarlo, llevar la cabeza de famoso adversario colgada seria realzar la gloria y su fama todavía más y aunque tratase de ensartarlo no lograba asestar su hierro en las tripas de Brunnar pero aquel duelo no duro tanto porque la batalla había terminado y ahora era tiempo de la masacre. Los más leales a Brunnar lo buscaban para arrancarlo de aquella derrota. —Vamos Brunnar monta!—Mundebor entro con dos yeguas negras casi interponiéndose entre aquellos dos, pero el mercenario y su emulo no se quitaban los ojos de encima, estaban en un asunto que debía ser zanjeado ahí mismo—. Mundebor no entendía aquella tontería de duelos y combates buscando glorificar al vencedor, no entendía donde estaba la hazaña de matar a otro si luego no se podía saquear o violar. Mientras esas incertidumbres asediaban su mente cargo hacia Vrava y con medio giro de su bestia la espoleo para que largara una patada que partido el escudo de la guerrera y la hizo caer a dos metros de donde estaba, entonces el jinete miro a Brunnar y le tendió la mano. —Sube.

Mientras se alejaban podían ver a lo lejos como los errores costaban caros. Ese día, un dia cualquiera, en aquel suelo se derramo tanta sangre que en la distancia podía apreciarse como los reflejos de un pequeño lago. Ese día murieron trecientos hombres y el resto moriría mientras huía a sus hogares. Pero sea como sea la misión se había cumplido como estaba convenido, el enemigo había sido detenido y ahora Ahhor aquel caudillo avaro debía pagar si es que no terminaba como alimento de los cuervos.

Los doscientos supervivientes algunos montados otros a pie viajaron hacia las tierras del rey Ahhor a cobrar lo acordado y era solo por ello que la convicción no los había abandonado y aunque habían perdido la batalla no había fracaso en la tarea que era realmente lo que importaba. La distancia hasta las tierras del avaro se hacía aún más larga ya que había pantanos y otros clanes que no les agradaba la idea de que unos lanzatristes anduvieran por sus tierras y que si nos los habían atacado antes era porque iban bien nutridos de lanzas, pero ahora el cantar era otro, de igual manera, como el tiempo apremiaba forzaron la marcha y evitaron toda zona habitada. Así andando todo aquel día y aquella noche parando solo dos veces para breve descanso pronto pudieron dilucidar las tierras de Ahhor y se las distinguía de entre las demás porque siempre tenía la tierra fértil y negra y no importa que estación del año fuere siempre había sirvientes trabajándola, por ello es que quizás las mezquinaba tanto pues no existía tal fertilidad en otra parcela de esta tierra maldita.

Brunnar sabia el lugar donde sería el combate de Correo y su ejército así que hacía allí se dirigieron. Los hombres que venían la intención de luchar no traían y si habían forzado el andar era porque bien sabían que si Lugho llegaba primero cobrar no podrían. Venían a una sola cosa y era para reclamar el numerario. Pero lo que encontraron era algo muy distinto, acercándose desde una falda que se alzaba a un stadium y cubierto de árboles que protegían su presencia pudieron ver que la gran batalla aquella que haría estremecer la tierra, la que provocaría que los dioses vinieran a presenciar la ofrenda de los guerreros la que sería donde muchos cráneos adornarían monturas de famosos combatientes, pero en cambio lo que vieron fue derrota. En aquel campo los hombres de Correo cubrían la retirada de los otros que de forma más o menos disciplinada sin entrar en pánico volvían sobre sus pasos al asentamiento el cual estaba protegido por un anillo de entramado de ramas y troncos que, aunque parecieran endebles tenían la cualidad de ser infranqueables para ataques sin mucho entusiasmo. Correo como oso que rodeado por lobos se ve sin salida blandía su espada larga ya sin su escudo y cubierto de sangre de heridas propias o ajenas aquel joven y temerario noble se había plantado allí con sus reales para cubrir el regreso de sus súbditos. Que poético era todo aquello que proeza la del hombre en dejar de lado sus intereses para que otros las conserven, realmente no se podía esperar menos de un guerrero de tal porte que no obedecía a otra fuerza que no fuere el deseo de la gloria y el recuerdo, porque ese día y aquella acción seria recordada hasta los días finales del mundo y más aún porque muy pocas veces se vería a unos pocos morir para que otros tantos se salvasen.¿ Realmente no era este un acto de amor? ¿Acaso se podía pedir algo más a aquel que muere dejándolo todo para que los otros sigan viviendo lo poco que tienen? Que hermoso seria si acaso todo aquello fuera cierto pero los hombres y sus intereses son como la uña y la carne y bien conocido era que si Correo protegía con tanto celo a los plebeyos era porque muchos de ellos le debían prestamos o promesas que su padre había otorgado, favores o tierras que debían trabajar y si todos ellos, los deudores, morían, no podrían pagar y si Correo quería gobernar algún día tendría que tener a quienes mandar porque de lo contrario sería un rey sin gente ni riqueza. En aquel sacrificio no había ninguna gloria ni amor solo había intereses. Un rey debía tener deudores para recaudar y reales para expandir sus tierras. Ya habría tiempo de encargarse de Ovrod. Ahora lo que importaba era no perder hombres ricos en innecesaria guerra. El invierno se acercaba y hacía falta recolectar y cazar no combatir y morir.

Brunnar no había calculado el nivel de codicia de quienes lo habían contratado, pero al ver como el hijo Ahhor dejaba atrás a cierto número de hombres como escudos de carne para así volver al poblado entendió con quienes estaba tratando. Aquellos infelices entorpecieron el avance enemigo con sus cuerpos y su agonía. Eran los elegidos para morir para que la nobleza pudiera salvarse. Hombres con vidas menos valiosas sucumbían cual cordero para sacrificio de regalo divino.

Los mercenarios observaron sin apuro como los hombres de Ovrod lejos de volverse se asentaron en rededor de la improvisada muralla de Ahhor. Pronto llegaría Lugho y se definiría todo aquel embrollo. Pero antes y ese si era un tema que le demandaba apuros Bunnar debía zanjar lo acordado y así poder partir de aquellas odiosas tierras con el morral lleno.

Brunnar se reunió con Hermman y Mundebor y acordaron acercarse a las puertas de Ahhor y pedir audiencia para cobrar por la misión cumplida antes que el ejército enemigo reforzara sus huestes. Tomaron tres monturas y sin armas ni blasón partieron raudos a la reunión, sin perder de vista a los guerreros que asediaban a Correo llegaron como si fuesen simples comerciantes y llamaron a las puertas hasta que un centinela con el rostro carente de convicción los atendió de mala gana.

—Ve y dile al que esté a cargo de la guardia que soy Brunnar y vengo a hablar con su vuestro rey porque me debe.

El centinela al principio dudo, pero al fin de cuentas quien era el para no informar los requerimientos de aquel mugroso desarmado.

Brunnar y sus oficiales esperaron con recaudo para no llamar la atención de algún indeseable. Pronto por aquel intento de muralla apareció el guardia y los volvió a mirar con aires de desprecio, pero aun así abrió las puertas y los tres aquellos entraron. En aquel pueblo tuvieron la visión de la derrota. Correo había salvado el pellejo junto a muchos de sus guerreros más valiosos, pero eso significaba mantenerlos alimentados sin posibilidad de salir a cazar o recolectar ya que afuera estaba cuantioso enemigo, lo que provocaba el descontento y hasta peleas por robos o saqueos de los oportunistas de siempre que aprovechaban la situación para hacerse con algún elemento de valor y escapar.

Los mercenarios anduvieron escoltados por guerreros bien armados hasta el gran salón donde estaba Ahhor. Paradójico era ver como en ese salón otrora se había planeado el desastre que hoy podía verse. Al ingresar se encontraron a Ahhor rodeado de sus guerreros más importantes. Hodroriko, Dracato y su hijo. Brunnar los miro a uno por uno y a pesar de verlos heridos vio furia en sus ojos y deseos de lucha en sus músculos tensos.

—Me dijeron que vienen a por la paga—Ahhor les hablo casi con sinceridad, pero emitía algo extraño desde su asiento de rey—. Dime lanzatriste—expulso aquellas palabras como si ser libre o ser un hombre sin señor fuera un insulto—. acaso esos ojos extraños que tienes no vieron lo que sucede? —El rey se levantó de su lugar y se acercó a los contratados con el fin de intimidarlos—. Acaso no te has enterado que he sido derrotado ¡¿Dónde estabas tú y tu fama cuando todo se derrumbaba? ¿Dónde estabas famoso guerrero? Mira ¡ve y mira ¡—escupió su desahogo en la cien de ojos de nieve—.

—Me mandaste detener a Lugho y cumplí con lo mandado. Algo que por lo que veo no todos hicieron—aquellas palabras fueron jabalinas que se clavaron justo en la mirada de Hodroriko y Dracato—.

Ahhor detuvo a Hodroriko que no pudo contenerse y casi ni su rey lo sostiene. —! Basta¡—El rey miro a sus guerreros de reojo y aquéllos calmaron su dolido orgullo que clamaba por respeto—. dime una cosa hombre sin señor. ¿Por qué ansias tanto andar libre? Arrastras a hombres por tierras con porvenir incierto y ellos te siguen. ¿Qué les das a cambio? ¿libertad? No entiendo que tanto puede desear un hombre allí afuera que no pudiera darle su señor—Ahhor perdida la paciencia al recibir solo silencio y arrogancia—. ! Respóndeme serpiente traicionera ¡

—No podría realmente decirte que es la libertad, pero quizás ellos si— y con un gesto de su barbilla Brunnar señalo a los esclavos que agacharon la cabeza al sentirse aludidos—. Rey, los que afuera esperan son casi doscientas lanzas y deseos de luchar no traen porque ya cumplieron. Tu rey, ahora debes pagar o hare que esos deseos se enciendan nuevamente y aunque si cancelas la deuda ya no nos tendrás, es mejor tener doscientos hombres menos a tenerlos en contra.

—Miren a este desgraciado conejo me amenaza con mandarme a sus yeguas de patas blancas para matarme. Que coraje y osadía tienes— Ahhor estaba furioso sus deseos de matar aquellos tres eran contenidos porque ahora sus problemas eran otros y más graves—.te pagare y lo hare con algo tan valioso que un hombre como tú no podrá rechazar. Libertad. Te dejare ir, dejare que vivas. Ese será mi pago—Ahhor no rio, pero poco le falto. Era casi una burla, pero cargada de saña—.

Brunnar sin más que añadir a vacuo momento se dio media vuelta y ofreciendo su silencio como respuesta se retiró.







Como todo sitio había gran cantidad personas haciendo muchas cosas a la vez: Guerreros lanzando piedras a los defensores en la empalizada, otros tratando de derribar el portón y al mismo tiempo rellenando la fosa con fajina. Otros tantos en apresto, para lanzarse al ataque. Luego los sirvientes que, eran casi el doble de sus señores, pero muy inferiores en coraje, revoloteaban por todo el campo llevando y trayendo mensajes, cargando armas o preparando monturas. Los mesnaderos observaban desde una elevación como todo aquello se llevaba a cabo, a Brunnar le gustaba aprender de los errores ajenos.

—Que mierdoso desastre es este—dijo Hardinimio, un rubio guerrero de la tribu de los cuados, tribu que paria a hombres que no tenían otra cosa que hacer que no fuese la guerra. Hardinimio miraba con desprecio y decepción aquel espectacular fracaso bélico—. Bien creo que una vez que anochezca podríamos largarnos y.... — Vastus, un guerrero de las tierras montañosas lo interrumpió con fulminante mirada—. No vine en esta campaña para luchar sin ver recompensa en mis manos...he andado tras el culo de estas cabras lecheras lame falos más días y más noches que cualquiera.

—¿Que acaso no has visto las hojas de los árboles? ¿No has olido el viento? ¡El invierno está cerca y si nos atrapa en este porquero Moriremos! —hablo tajante el cuado lanzando algunas hojas arrancadas del árbol más cercano—.

Brunnar oía aquella discusión como si de un lejano disturbio se tratara. Estaba concentrado en sacarle un provecho a toda aquella porquería de campaña. Observo buen rato la empalizada, vio a los hombres de Lugho tratando de penetrar una muralla de madera y terraplén alta como dos hombres sin éxito. Sin darse cuenta ensimismado se le acerco Hermman y en privado, mientras la tropa discutía entre quedarse o irse Hermman le hablo seguro, pero sin alzar la voz: —Los hombres dudan con razón, esta campaña es insostenible.

—Reúne a los hombres y que desplieguen campamento a las orillas de aquel vado—apunto con su dedo indicando el lugar al lado de un regato—.

Muy común era ver que detrás de toda aquella organización había un sin fin de cuestiones que no dejaban dudas sobre lo malsano que podía volverse un bloqueo prolongado, pues este no era beneficio para ninguna de las partes y aun si el que asediaba poseía una logística bien engrasada las enfermedades los heridos y el descontento se mesclaban dando castigo al caudillo con huidas masivas de sus lanzas. Pues mal augurio era para la mesnada un jefe tribal sin la bendición de los dioses y esto lo sabía hasta el más joven de los campeadores y por todo ello preferían desertar bajo la seguridad de la penumbra nocturna a morir por el capricho de hombre desgraciado.

Y la noche llego para descanso de los valientes y refugio de los cobardes.

Aquella oscuridad tan negra como las aguas de los pantanos se rompía con las fogatas de las tropas que yacían en sus descansos. El asedio seguía en pie con hombres de refresco tratando de quemar las puertas. Los defensores estaban dispuestos a entregar cada gota de sangre sin retroceder un metro siquiera. En el centro del campamento se erguía la tienda de los mandos era una especie de gran salón que serbia más de intimación a los comunes que para tomar acertadas decisiones. Era aquí donde en acalorada discusión no salía acuerdo de plan de batalla que diera con la derrota de pueblo tan aguerrido para la lucha y tan crecido de moral que ni el hambre ni la amenaza de cruenta muerte lograba cejar su convicción. Merolas yerno de Ovrod y Señor de la mitad de los reunidos allí hablo con displicencia. —Cuanto más debo soportar esta espera. Dos mil guerreros son incapaces de derribar un portón tan viejo como una hechicera— Merolas era un caudillo ambicioso y desconfiado, muy bien sabía que, si el cerco se prolongaba más de lo calculado por la asamblea de guerra, todos quedarían atrapados por el invierno y seria la ruina de la campaña y por ende lo ajusticiarían por cobarde—.

—Mi señor, nuestros hombres sin descanso han dado guerra a esa gente, las puertas ya están severamente dañadas y el hambre está causando duda en los defensores—Sus oficiales eran nobles, todos ellos, pero pocos eran grandes estrategas y mucho menos aún inteligentes. Muy pocos habían estado en cercos y sus combates siempre habían sido contra aldeas con más mujeres que hombres—.

En ese momento ingresa a la tienda Brunnar y Hermman su lugarteniente. Gran sorpresa causó entre aquellos linajudos con sus elegantes pieles de bestias variadas, de barbas cuidadas y mallas brillantes. Contrariando a todos estos los mercenarios portaban sus viejas mallas y rostros que denotaban un quebradizo rostro signo de que la juventud hace rato los había dejado en su plenitud. Merolas rompió la tensión de las miradas celosas que habían provocado la entrada de aquellos no deseados a la sala donde solo los más dignos merecían estar.

—Están aquí por mi llamado. Son hombres que han luchado antes con las gentes del norte...—Merolas pronunció aquellas palabras sentado desde su sillón de rey—. Necesito saber el precio que me costara entrar a esa pocilga.

—Mi señor este...anciano ha luchado contra nuestros hombres atrasando su llegada—Realmente los nobles estaban indignados y no podían callarse. Una discusión acalorada se libró en aquella reunión—.

—Escúchenme bien serpientes sin cabezas—alzo la voz y miro a cada uno de los que estaban allí. Merolas era el señor de aquella correría y no daría media vuelta volviendo sin nada—.no me importa cómo, me importa cuando.

Merolas era un líder imponente e inspiraba respeto, su cabello largo quemado otrora por siempre ir con cal y sus barbas trenzadas dejaban a la vista solo aquellos ojos de carroñero y su torque de oro macizo en su cuello ancho daba cuenta de su estatus social entre su gente. Respeto le tenían también algo de temor.

—La mitad de todo lo que un hombre pueda cargar, ese es nuestro precio—pronuncio Brunnar con pisca de desprecio que se pudo percibir—.

Sin levantarse, pero mirando fijo a los ojos del líder de la mesnada impuso ante todos y sin previo consentimiento de ninguno, poner a cargo de la vanguardia a aquellos extranjeros. Brunnar sabía bien que muchos, si no todos, deseaban su fracaso. Llevarse el favor del caudillo era acceso directo a un favor real. Si fracasaba otro se llevaría la gloria.

—Mañana antes de que el sol este en los más alto tú estarás sentado en tu nuevo sillar—Palabras endulzadas como la miel endulza el vino—. Merolas miró pensativo a Brunnar. ¿Qué opción tenía? Sus hombres empezarían a desertar o a morir por las enfermedades y si fracasaba tendría que rendir de cuentas a su suegro y al consejo de los comunes. No. El fracaso no era el camino. Debía salir victorioso o tendría que doblar su espada ante todos sus guerreros. Merolas usaría a los descontentos con Ahhor y no a Lugho porque los hombres de Brunnar lucharían con fervor por necesidad y por venganza, motivos que caracterizan a todo hombre que empuña una lanza en contra de otro. Para Oso blanco tenía otra misión.

Brunnar al salir de la tienda donde habían acordado con Merolas los términos de la victoria se encontró con que los guerreros de Lugho habían llegado y descansaban cerca de alli y fue mayor su sorpresa cuando Vrava lo vio entre todo ese gentío y alboroto.

—Vas y vienes hombre sin señor, pero recuerda esto—Vrava indicando con el dedo las puertas de Ahhor se acercó tanto a Brunnar que dejo ver unos ojos azules y opacos y con una piel blanca con cuantiosas pecas—. cuando entremos y el caos nos rodee te asesinare.

—Vamos a mi tienda y te sacare toda esa furia que llevas dentro perro con dueño.



Brunnar aquella noche oscura y profunda no quitó los ojos de encima de aquellas grandes puertas. En el centro del campamento se llevaba a cabo el holocausto para bendecir a Merolas. El rito de sangre precedido por los druidas debía ser grande para ser digno de los dioses. Entre cantos y fuego murió un buey blanco macho, enorme animal, chivo expiatorio de la desastrosa querencia de un inútil. La sangre carmesí se la bebieron los brujos y con el resto pintaron dibujos y escribieron tatuajes en los cuerpos de los escogidos. Los magos consideraron que todo aquello había salido bien y el sacrificio era agrado de las caprichosas divinidades. El resto de los contratados estaban alrededor de la cocina en campaña que Vestus batía con paciencia y esmero. Todos ellos ajenos a los festejos que se oían de lejos, para ellos aquellos preparativos no eran de su incumbencia, pues menester era llenar el buche de buen estofado que rezar y derramar sangre. El reducido campamento al costado del fino rio era un improvisado asentamiento con las tiendas en círculo y la armería en el centro. Mas allá estaba el bagaje siendo lo más importante después de las monturas. El sol se había escondido en el horizonte como huyendo de aquella matanza. La bola de fuego se llevó el cálido abrazo para dejar paso a las primeras bofetadas del invierno con vientos suaves, pero fríos. El cántabro, con su cuchara de madera giraba la zopa de liebre y los demás comensales atentos, pero con el estómago ardido miraban con labios ensalivados esperando a que el cocinero se dignara a dar el visto bueno para la comilona.

—No sé qué estará pensando en hacer Brunnar, pero esto es de ante mano un maldecido desastre—diserto el cuado rompiendo el frio silencio de la espera—. puta mierda de osezno es todo esto, si no me cojo una mujer pronto me montare una oveja— Todos rieron con ganas, al menos así se aflojaban las tensiones que provoca aquella dilación—.

—Un desastre sí señor—agrego el guerrero de las montañas llevando los labios a su tan ansiada cena—.

El aburrimiento podía llevar a la tropa a ponerse muy inquieta, sobre todo cuando se trataba de hombres que no tenían otro oficio que contender.

El cuado aburrido y molesto observaba a Vestus en su taburete dando probaditas al guisado.

—¿Oigan como cocinaran los hombres de las montañas? ¿Ha? Dicen que se lavan con sus orines—dijo Hardinimio arengando con las manos para que los demás riesen con aquella burla—.

—Ya lo sabrás cuando te meta el caldo por el culo pedazo de mierda blanqueada—pronuncio Vestus sin molestarse en mirar al rubio guerrero. Hardinimio mastico el insulto por un momento hasta que su temperamento afloro.

—Eso me gustaría ver perro olor a meo.

Vastus se desprendió de su asiento y fue directo a donde estaba parado Hardinimio. Justo en ese momento llego Brunnar y Herman y la pelea nunca se materializo, si lo hicieron las quejas de los espectadores que esperaban una buena pateada de culo para, al menos por un rato, alegrar los corazones. Brunnar ordeno a todos cenar y darle una afilada a los aceros pues mañana sería un día cargado de ira.

La mañana traería desdicha para alguno de los dos bandos, pues se decidiría quien se plantaría como nuevo señor en todas aquellas tierras. Brunnar era consciente de lo que se avecinaba, por eso esa noche tomo decisiones, pensó la táctica y abrió su mente para una rápida conclusión de todo aquello. El amanecer llegó pronto, pero esta vez un manto de nevisca cubría el cielo, cual venda que intenta cubrir el rostro de la vergüenza. El sol se había ido y más que nunca los guerreros estaban nerviosos ya que esto no hacía más que favorecer las defensas enemigas. Los mesnaderos tenían costumbre muy estricta de iniciar diana siempre más temprano que aquellos que los habían contratado. Costumbre segura y que daba tiempo para un buen desayuno con gacha de avena y alguna carne salada. Luego ajustaban los tahalís y se ayudaban mutuamente con las pesadas mallas de hierro. Las espadas ya engrasadas esperaban su protagonismo mientras sus dueños hacían algunos ejercicios que venían bien para calentar los músculos y lubricar las articulaciones.

Aquellos guerreros de cuestionable oficio iban sin llevar compás, en desorden y con rostros rajados. Eran doscientos marciales arrogantes y orgullosos. Podría decirse que eran el mal necesario.

Se abrieron paso de entre la gentuza, amontonada como mierda de cojudo, que esperaba la orden de cargar. Brunnar iba al frente guiando al resto pues sus hombres cargaban con un ariete de un buen tronco de abedul que en su extremo tenía un casco tachonado de hierro

El carnix aúllo ordenando el inicio de los movimientos. Los caudillos segundones de Merolas con sus miradas hincaban de envidia las nucas de aquellos mercenarios, estos avanzaban en formación cerrada debajo de los escudos ovalados formando una especie de caparazón.

Los celtas se acercaron a la gran puerta mientras resistían con perfecto orden los envites de todo lo que los defensores le lanzaban. Aquellos escudos bien pertrechados y la disciplina de sus hombres, rara vez vista entre aquellas gentes, hacía de la comidilla de los que a unos cientos de pasos más atrás aguardaban. Brunnar estaba en medio, pues al frente tenía enemigos y por detrás tenía posibles traidores. No había tiempo de pensar mucho, debía decidir, o la muerte se los llevaría a todos al averno.

—Mantener los escudos en lo alto! Rápido moveos asía la puerta—Brunnar no pensaba perder más tiempo debía terminar con esto lo antes posible y tenía la táctica adecuada—. Algunos de sus hombres llevaban sacos con las partes más grasosas de los cuerpos de los cerdos que la noche anterior habían matado con este fin. Clavaron los sacos a las puertas y las hicieron arder. Sin perder tiempo se retiraron de nuevo en perfecto orden de formación. Las puertas ardieron con fuerza, quizás no caerían por efecto de las llamas, pero quedarían débiles, lo suficiente como para ser derribadas por el gran tronco que los mercenarios usarían como ariete; estos volvieron a cubrir a sus camaradas que llevaban el tronco tachonado y de nuevo y sin perder ningún hombre se acercaron al portón. El gran madero dio el primer golpe y las puertas temblaron, pero parecían dispuestas a no ceder. —Vamos de nuevo justo ahí! — animaba el jefe mesnadero a su tropa, pero sabía que el pavés que llevaban no estaba diseñado para tanta cantidad de ataques de armas punzantes y no podrían resistir más tiempo los virotes, piedras y demás porquerías que los defensores lanzaban. Sus hombres con un orden excepcional golpeaban sin cesar. Ese portón se resistió cual escudo resiste mil saetas.

Pero al final cayó.

Merolas estaba impactado, a sus hombres los había llevado más de cuatro días tan solo acercarse a las murallas. Y este extranjero no solo había derribado la entrada, sino que todavía, le quedaban ansias para entrar y luchar. Al igual que él, sus caudillos se miraban entre si confundiendo sus gruñidos entre las aclamaciones de los celtas que sin reprimir algarabía golpeaban las lanzas.

Los hombres de Brunnar ingresaron en tropel, saltando los restos del portón, del otro lado había solo abandono. Los pobladores avecinando los hechos habían destruido y matado todo aquello que les podría servir a sus enemigos. Brunnar miro buscando entre las casas de adobe y allí al fondo de todo aquel amontonamiento de porquerías vio la improvisada plaza donde se encontraba la casa del señor de aquellas gentes. Sin pensar en nada se lanzó en busca del final de toda esta mierda.

Los guerreros de Merolas ya estaban hastiados y la paciencia se perdió y los infundo la desobediencia y entonces al ver a los escogidos que la noche anterior fueron bendecidos correr hacia la gloria el resto los siguió confiados de lo sencillo que terminaría todo. Pues solo tenían una idea en su cabeza: saqueo.

Los guerreros confiados vigorosos entraron a la aldea y sin hallar resistencia alguna y ciegos de ambiciones se abalanzaron pensando que los mercenarios, muy valientes pero muy estúpidos, habían hecho el trabajo sucio por ellos y ahora les quedaba solo saquear y beber. Merolas con la desconfianza que lo caracterizaba entró junto a sus hijos rodeado de su guardia de guerreros escogidos y dejando su montura, confundido, buscaba a Brunnar con mirada inquisitiva, y es que algo andaba mal. ¿El enemigo después de sufrir bloqueo ofreciendo tenaz resistencia ahora abandona, así como así la ciudad? ¿Y el traicionero mercenario y su banda de desgraciados? —Xeorodigte reúne a tus caballeros y cubre el ala izquierda por detrás de las ruinas en aquella loma y dile a tus lanzas que formen en cadena—. Pero cuando el jefe de su guardia terminaba de entender las ordenes ya era tarde, sus indisciplinadas tropas se lanzaban a una orgía desenfrenada de sangre y acero que tanto les habían prometido.

Con la formación rota los caudillos habían perdido toda autoridad sobre aquella turba de imparables salvajes que corrían por entre las casuchas de los pueblerinos como ratas que buscan mezclarse con la basura. Ya toda idea de autoridad o subordinación se esfumo del corazón de aquellos marciales. Alentados por fácil saqueo no cayeron en la cuenta de aquel sonido grave y legrado que solo un instrumento podía generar: un carnix, llamando a las armas a sus hijos y apresurando a sus enemigos en nerviosa huida hacia la seguridad de sus escudos. Los condestables sorprendidos no supieron entender. Aquel momento en el que vieron a sus combatientes volver a las filas y agudizando estos la vista y más pronto que tarde se vieron rodeados por ojos fieros y murmullos de venganza.

El Brujo conocía los secretos de los bosques para convertir a los escogidos en bestias. Muchos acudían a su lugar prohibido, pero no todos tenían los atributos para volverse aquello en lo que habían sido en su vida pasada. En cambio ,Bair-emen desde nacido, el druida de la tribu, vio en el que la naturaleza se manifestaba y por ello fue acunado para destino bélico y siempre su mentor lo ofrecía como llamador de espíritus porque en los bosques moraban todos aquellos que todavía no podían partir y en los pantanos húmedos habitados por bestias. Solo los más osados tenían la fiereza para estrangular a los hijos del caos que allí andaban, para luego, vestirse con sus cueros. Eran estos portadores de pieles de endriago que los druidas arrastraban a la lid.

El druida ciego, porque sus ojos habían entregado en odioso intercambio con los dioses, tocaba con sus manos el rostro de su servidor. Aquel engendro era tan alto que debía arrodillarse para que Mirghor pudiera sentirlo. Le hablo al oído y murmuro: —r?z. El mago se alejó suavemente, pero con premura porque había despertado a lo indeseable—. El gigante se ergio y tomo del cuenco de madera que contenía la magia para hablar con sus ancestros y dioses y permitirle volverse aquello que se le demandaba. El gigante bebió de, el cuenco de las voces. El coloso sintió la bebida amarga y grumosa bajar por su garganta y entonces fue cuando la mente y el cuerpo del guerrero se fusionaron en poderoso remolino de fuerza y trance. El druida se apartó y enseguida dos temerosos siervos quitaron los grilletes y cadenas no sin antes atar el pesado martillo a las manos del loco aquel.

El invasor no solo se sentía sobrecogido por verse rodeado, también, se sentía inseguro viendo como aquella tribu no paraba de mirarlos como si miraran al borrego que está a punto de ser degollado. Merolas no entendía cómo es que aquella gente no se entregaba sin más, en cambio, estaban ahí preparados para luchar de nuevo.

Un nuevo sonido volvió a escucharse este provenía del mismo instrumento, pero con otra intención, era un llamado, el ruido del canto del carnix puso a todos en alerta. Los miembros de la tribu aquella parecían conocer lo que avecinaba y retrocedieron cuanto pudieron. La nevisca no se había disipado del todo. El sol todavía se resistía a presentarse y unos vientos violentos azotaban la tensión de aquel día. Merolas a punto de dar la orden de cargar, pero es interrumpido por unos gritos animalescos. Los rugidos se acercaban, era de alguna bestia que sufría, pero no podía verse mucho mas allá por la cortina que brindaba la neblina. Pronto se dieron cuenta que el silencio era tal que podía escucharse las pisadas del animal.

Brunnar en aquella confusa escena aprovecho con cinco de sus hombres más leales para acorralar a Ahhor y exigir la deuda y así poder marcharse sin más riesgo que sufrir.

De aquel manto grisáceo salió ese ser mitad animal mitad hombre. El enorme guerrero iba solo con la piel de un temible oso de las montañas, animales tan fieros que para vencer había primero que beber de la magia de los brujos. Merolas quedo congelado y con los ojos más abiertos de lo normal veía como el hombre-oso se abrió paso en el flanco derecho de su formación.

"Tenía los ojos contraídos y de su gran boca salía aquella blanca rabia animal es por ello que dientes sanos no tenía porque todo lo mordía cuando las bestias lo poseían. Realmente en los cuentos de los ancianos de la tribu pensábamos que aquellos engendros habían quedado, pero ahora los tenemos entre nosotros y son capaces de aplastar un cráneo con sus patas de buey. Lleva el martillo atado a su mano y desnudo con el cuerpo pintado se notan las cicatrices que dejan las garras y no la lanza y tampoco siente dolor porque recibió cuanto daño pudo habérselo hecho, pero, aun así, no expresa disgusto ni trauma y siendo tan alto es difícil alcanzar su cuello ya tratar de acercarse es buscar la muerte. Lleva músculos que nos son del hombre porque poseen la fuerza de una manada y así como no siente tampoco distingue de propios o ajenos es por ello que los suyos se alejan. Corre y rebuzna y grita como si de sufrimiento quisiera liberarse y aunque lo he visto sangrar no muere".







Merolas

Merolas entro en cólera, ahora estaba rodeado por el enemigo y tarde fue cuando de aquello se percataron.

—Matad todo lo que vive y si aún queda vestigio de infame gentuza echar cal en sus ruinas— dijo aquel inicuo a sus leales buscando encender de nuevo el valor en los corazones de sus guerreros—.

Hardinimio y Hermman optaron por rodear la formación, seguramente, Ahhor estaría en retaguardia. Brunnar buscaba verlo en las filas de los escogidos, pero no pudo hallarlo. Tarde se dio cuenta que aquel rey estaba loco porque no se había puesta detrás de su formación porque no buscaba protección. Ahhor estaba adelante de todos ellos y ahí estando de pie portando todas sus armas con su bien pulida malla de anillos metálicos arengo a su gente:

—Guerra querían y aquí les traje la guerra malditos desdichados hijos de la penumbra. No son más que la hojarasca del árbol muerto. Ustedes desafortunados no saben que un pueblo que ya lo perdió todo puede perder aún más y ahora vienen aquí, vienen a mi guarida donde tantos gobernantes de hombres he matado y allí pueden ver sus cráneos blanqueados colgados para que el que me visita sepa que hospedaje le daré y también de comer, pero sabrá que no soy un melenas y que allí esos cráneos no son de prisioneros sino de aquel que disfrutaba la guerra y ahora mora en el abismo—dijo agitando la lanza y tan exaltado como el jabalí que se ve cara a cara con la muerte—.

La gente de Ahhor emitió tal grito que los oídos quedaron asediados bajo el zumbido y en semejante confusión toda aquella vorágine de sangre y metal se desato.

Ya todo estaba perdido para los que no pudieron escapar y para aquellos que se quedaron sería una muerte honrosa con los dioses celebrando la bienvenida de tantos nuevos valientes en sus legiones. El hombre-oso seguía en pie y no había lanza que pudiera matarlo porque en el actuaban los espíritus de los animales y razón de hombre no llevaba y es que el dolor no lo abordaba y con su martillo los escudos partían y las cabezas aplastaba y de aquel todos se apartaban cuando su martillo blandía. Así el flanco de aquellos ejércitos rompió y hasta el centro llego.

Brunnar y sus mercenarios perdieron toda esperanza de poder hacerse con lo debido. Pero ya era tarde para volver a salir. Las tropas de Lugho habían entrado y los guerreros de la fortuna se vieron envueltos y obligados en refriega no merecida. Allí entonces otra vez aquellos buscadores de la gloria terrenal tuvieron que luchar para vivir. Eligieron bando y se lanzaron cual manda de lobos a todo aquel que sus vidas quisieran sesgar.

En la plaza principal los asediados rodeados y superados en número lucharon por vivir y ya con el hombre-oso caído el invasor pudo recuperar sus flancos y de esa forma forzar una victoria. El pueblo de Ahhor peleo sin descanso y entre cantos de guerra y blasones de cada clan en lo alto, todo aquel que pudiera cargar una frámea luchaba y sus mujeres eran quizás más fieras todavía pues siempre dispuestas a proteger al vástago rugían, ellas con cal pintaban sus cabellos y mordían y gritaban y a sus hombres arengaban: "No se atrevan a volver con la vergüenza hijos del tuerto. No se atrevan a mirar atrás pensando que les daremos cobijo en nuestros senos porque nosotras no sabemos amar a los cobardes. Miren adelante y avancen y si tienen la suerte de morir de pie entonces sus hijos sabrán que en esta tierra están los huesos de quienes no temieron".



Formación de los celtas




En la lanza de Brunnar había tanta sangre que hacía difícil su empuñamiento y así les pasaba a todos porque cuando se quiere matar a alguien se debe ensartar con fuerza extendiendo con firmeza el brazo y si la víctima cae al suelo el guerrero debe usar su propio peso para que el acero termine de enterrarse porque si el adversario no muere y la adrenalina todavía lo mantiene con vida entonces seguirá siendo peligroso y con cualquier daga podrá herir a su verdugo, es por eso que de tanto ensartar la sangre se va escurriendo y aunque la lanza llevaba tiras de cuero para drenar esos líquidos igualmente podían ser una molestia. Mundebor junto a la espalda de Brunnar se las vio con dos fieros celtas y uno de ellos blandía un mazo largo. Mundebor detuvo el primer golpe del enemigo, pero el golpe había sido tan fuerte que el mazo casi lo rompe, recibió otro más y al tercer golpe Mundebor ensarta su metal en el aductor derecho del guerrero, el movimiento fue una estocada rápida que entró y salió no sin antes dar medio giro de hoja rompiendo la carne. La herida fue sencilla pero tan dolorosa que su enemigo se tuvo que arrodillar tratando de no gritar. El otro guerrero entro en colera, pareciera que eran parientes con el herido y ahora se le venía encima y Mundebor ya sin su rodela estaba expuesto a violento antagonista. Los dos se miran y el celta se acerca lanzando fintas sin ver la espada que se le ensarta en la base de su cuello. Brikenseco usa sus dos manos para levantar la espada y ensartarla con más fuerza desde arriba para que el acero penetrase hasta su tórax y la muerte fuera rápida. Brikenseco tomo el escudo del muerto y se lo tendió a Mundebor, los dos se miraron y se vieron agitados y sucios pero sin heridas graves, entonces Brikenseco suspiro y acercándose al otro celta que aún no lograba estabilizarse, lo miro y el celta entendió todo, entonces el guerrero soltó su escudo y soltó su mazo se arrodillo con el mentón erguido y la cabeza en alto, levanto los brazos y mirando al cielo balbuceo algunas palabras mientras su ejecutor se acomodaba detrás de aquel. Brikenseco levanto su espada con la punta mirando hacia abajo apenas apoyada sobre la tercera vértebra cervical, separo las dos piernas a la altura del hombro, debía estar cómodo para ponerle empuje al ensarte y cuando su víctima le indico que estaba listo Mundebor tomo el arma del celta y se la dio para que la sostuviese y así el verdugo con un movimiento rápido penetro la columna vertebral rompiendo la médula espinal y provocando una muerte limpia y rápida Los caudillos.




Dracato



Dracrato se abría paso entre los guerreros para encontrarse con su señora y sus hijos. —Escúchame mujer y no te atrevas a negarte—dijo un Dracato resignado pero exultante mientras tomaba de los brazos a su mujer—. Ve al establo allí hay dos monturas corre de aquí a la casa de Xhor allí te dará alimento y cobijo. Vete mujer aquí no quedara nada para comenzar.
La señora de la casa del caudillo aquel corrió según indicación de su hombre buscando salir con vida de aquel desastre.





Hodroriko


Hodroriko había dejado la lucha para quemarlo todo, junto con sus reales, se dedicó a destruir o quemar todo lo que podría llevarse el enemigo y también al verse rodeado, ordeno pasar a cuchillo a toda mujer y niño que no pudiera luchar. Eran ordenes que pinchaban el orgullo, pero el destino de los indefensos seria aún más terrible si eran dejados con vida a merced de los invasores ávidos de recompensas. Ahora ya con las indicaciones dadas a sus hombres de mayo confianza los caudillos podrían morir en la lucha porque así podrían volver para reiniciar de nuevo como algún astuto animal o como un famoso canto. Dracato y Hodroriko vieron al hombre-oso caer orgulloso del espectáculo que había montado y sin más que entregar se dejó llevar por la muerte. Ahora ellos con menos de la mitad de hombres con un rey ya en el palacio de los héroes y sin más que esperar ordenaron formación de erizo, quizás, los dioses los esperaran aun siendo vencidos.



Lugho
El catto en formación cerrada con disciplina y sin descanso rodeo a la formación celta y ya con el enemigo rodeado sin salida solo quedaba aquel montón de valientes olvidados que eligieron morir allí que vivir miserables.
La batalla había durado bastante y el cielo se tornó gris. El sol no quiso ver más sangre y ordeno que las nubes se le posaran delante. La llovizna que desplegaron los dioses disimuló las lágrimas de los que mataban y de los que morían. Los cuervos, mascotas del dios tuerto, graznaban suplicando para el fin de aquel error. Pero ya la sangre se había derramado y el suelo se hizo lodo con ella. Brunnar, Brikenseco, Hermman y Mundebor se apartaron de todo aquello. Ya habían salvado la vida y ahora más que perseguir había que reunir a los hombres. El pueblo devastado y humeante todavía con algunos gritos de fondo se presentaba en ruinas porque cuando un pueblo valiente cae se lleva todo consigo y este caso fue el peor. Los hombres de Ahhor quemaron y mataron todo, incluso, las mujeres se presentaban degolladas en las casas con sus hijos con igual destino en un abrazo cadavérico.

De aquella guerra no se obtuvo nada. No hubo vencedores. Nadie salió victorioso, porque los últimos guerreros lucharon hasta la muerte y aquellos que habían sido mutilados y que no podían sostener lanza cualquiera eligieron terminar su vida con sus propias manos y no ser criatura de holocausto para magos ajenos.

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