(Bueno chicos, Farsalia ha hecho suficiente y muy buena publicidad del libro de Lowe en la PAPRI. Da la casualidad de que el jueves había escrito mi propia reseña, así pues, dado que no frecuento otras páginas y me basta con mi condición de hislibreño, y sólo porque no se pierda lo que escribí –no digo que sea gran cosa-, lo publico aquí en el foro. Asúmase como un complemento a la reseña de Farsalia.)
«Ya no podemos permitirnos recoger del pasado lo que era bueno y denominarlo sencillamente nuestra herencia, despreciar lo malo y considerarlo simplemente como un peso muerto que el tiempo por sí mismo enterrará en el olvido», Hannah Arendt
Puede que nos hayamos acostumbrado a una visión demasiado esquemática de la Segunda Guerra Mundial, o, para decirlo con mayor precisión, del período europeo signado por este conflicto, el más devastador de todos los que jalonan la historia de la humanidad. Puede incluso que el esquematismo afecte a un período más amplio, el que enfrentó a Europa contra Europa entre los años 1914 y 1945. En verdad, es grande la tentación de concebir el año de la caída de las potencias fascistas como un punto de inflexión radical, año bisagra entre una “era de catástrofes” y una “edad de oro” (E. Hobsbawm): la vasta destrucción de la “guerra civil europea” seguida, a partir de la segunda rendición alemana, por una era de paz y prosperidad –aunque para la mitad oriental del continente significase más bien la «paz de las prisiones, impuesta por los tanques del Ejército Rojo» (Tony Judt). Es como si la SGM hubiese servido para atar definitivamente los cabos sueltos dejados por la Gran Guerra (y enmarañados por el Tratado de Versalles), dando origen a una Europa escarmentada de los nacionalismos y de las armas. Puede, pues, que la memoria necesite de alguna sacudida.
Es más que una cuestión de periodización histórica, el aludido esquematismo, es también una forma de concebir la misma SGM, a la manera de un conflicto clásico entre coaliciones de estados y entre bandos absolutamente contrapuestos desde el punto de vista moral: buenos muy buenos de un lado y malos muy malos del otro. Hay razones para matizar nuestra habitual apreciación de las potencias occidentales, cuyo triunfo –imperiosamente necesario- fue menos limpio de lo que quisiéramos; como hay razones para pensar que no siempre se destaca la complejidad de dicha guerra, irreductible al modelo de “guerra por territorios”, exacerbada por las ideologías y por su entrelazamiento con una serie de guerras civiles. Podemos pensar, con José M. Faraldo, que la SGM en Europa «no concluyó hasta que, a partir de 1948 y hasta finales de la década de 1950, los últimos guerrilleros en España, en Grecia, en Rumania, en Lituania, en Ucrania, en los bosques polacos, se dieron por vencidos o fueron exterminados» (ver Faraldo,
La Europa clandestina); como podemos pensar que las operaciones de limpieza étnica, las represalias desatadas contra los vencidos y la denominada “depuración” son factores que desdicen la imagen de un año cero –el de 1945, claro está–, abrupto inicio de un período de estabilización y normalización social e interestatal.
No es que la violencia posterior a 1945 fuera silenciada, al contrario: las narrativas nacionales –alemana, húngara, polaca, ucraniana, lituana y otras– abundan en testimonios de los padecimientos sufridos por sus gentes tras el cese oficial de hostilidades en Europa; hay, por otro lado, obras generalistas que desmienten la visión semiromántica de un continente abocado a una reconstrucción poco menos que automática y milagrosa (
La Europa negra, de Mark Mazower, y sobre todo
Posguerra, de Tony Judt, son quizás los mejores ejemplos). La bibliografía disponible en castellano, siempre exigua en estas materias, da cuenta de una ascendente tendencia a reflejar las complejidades del período en cuestión (es el caso de la obra citada del español Faraldo, o del libro
Después del Reich, del británico Giles MacDonogh; por otra parte, publicaciones recientes como
Combate moral, de Michael Burleigh, y
Tierras de sangre, de Timothy Snyder, ofrecen en este sentido algunos atisbos). Venía faltando, empero, una visión panorámica de los años que siguieron inmediatamente a 1945, un estudio general enfocado en las turbulencias del momento y exento tanto de sesgos nacionalistas como de exageraciones (muy especialmente, la propensión a ver en los sufrimientos de los prisioneros de guerra alemanes y las deportaciones masivas de ciudadanos de etnia alemana un equivalente exacto del Holocausto y demás atrocidades perpetradas por el Tercer Reich).
Continente salvaje (2012), del historiador inglés Keith Lowe (Londres, 1970), representa una enmienda a este fallo, no definitiva, pero sí importante.
La línea argumental desarrollada por Lowe es afín a la idea plasmada por Tony Judt en su
Postguerra: «sobrevivir a la guerra era una cosa, sobrevivir a la paz, otra». La guerra podía haber acabado oficialmente pero las tensiones y los odios afloraban por doquier, mientras que las infraestructuras que normalmente sostienen el orden social se habían esfumado de buena parte del continente. La Europa que solía ufanarse de su exquisita civilización había sabido sumirse en una orgía de autodestrucción, haciendo de vastas regiones un verdadero páramo, sin apenas edificios habitables, instituciones ni medios básicos de subsistencia. Las muertes y secuelas humanas de la guerra y el genocidio deparaban un escenario de pesadilla. Sobre los vencidos se cernía el espectro del castigo y la venganza. El borrón y cuenta nueva ansiado por muchos de los alemanes resultaba imposible, habida cuenta de las enormes responsabilidades que la Alemania de Hitler se había echado a la espalda como causante de la guerra -una guerra de exterminio, nada menos- y como Estado genocida. Los colaboracionistas de todas las nacionalidades no se hacían muchas ilusiones sobre lo que les esperaba. La guerra entre estados se había mezclado con multitud de guerras civiles, alcanzando en algunos casos, como suele suceder en conflictos fratricidas, niveles espantosos de muerte y destrucción.
Se trataba, pues, de un presente hecho de tensiones étnicas y políticas en absoluto resueltas, de descalabro económico e institucional, de sed de revancha… Añádanse elementos como los cientos de miles de extranjeros desplazados a territorio del Reich como mano de obra esclava, la apremiante situación de masas ingentes de prisioneros de guerra alemanes y, apenas hay que recordarlo, el aluvión de odio y violencia abalanzándose desde el este en forma de Ejército Rojo, presto no sólo a matar y violar, a saquear y destruir, sino a subyugar medio continente en nombre de una ideología totalitaria y un régimen de terror. Allí donde se imponía un (relativo) estado de paz, las garantías de supervivencia eran pocas, pero mucho menores eran allí donde recrudecía la guerra civil, como en Grecia, o bien donde las tropas soviéticas se empeñaban en aplastar a los renuentes partisanos, como en los países bálticos. O bien donde los odios étnicos afloraban para generar un círculo vicioso de violencia homicida, como ocurría entre polacos y ucranianos, cuya enemistad había sido convenientemente atizada por alemanes y soviéticos. Por demás, la derrota de Alemania no supuso el fin de los sufrimientos para los supervivientes del Holocausto; en países como Polonia y Checoslovaquia se desataron pogromos que parecían confirmar que no había espacio en Europa para los judíos. Inficionado el continente de una mentalidad del odio al vecino, al que se viste diferente, habla en un idioma distinto y reza de otro modo, la limpieza étnica asomaba para muchos como la solución definitiva a los eternos
problemas, o lo que se tenía por tal (el “problema polaco”, el “problema croata”, el “problema ucraniano”, el “problema judío”, el “problema ruteno”, el “problema alemán”, etc., etc., etc.).
Los cuatro capítulos de
Continente salvaje conforman una espeluznante imagen sinóptica de la Europa del período 1944-1949, en una estructura temática que va desde «El legado de la guerra» (destrucción física y moral, hambruna y refugiados) hasta la «Guerra Civil», pasando por la «Venganza» y la «Limpieza étnica». Una de las ideas en que Lowe hace hincapié es que ninguno de los bandos en liza tuvo el monopolio de la virtud, lo que implica repensar hasta cierto punto el papel de las potencias anglosajonas. Hasta cierto punto, cabe enfatizar, porque el espinoso tema de las muertes habidas por hambre y desamparo entre los prisioneros de guerra alemanes a cargo de los aliados occidentales –por ejemplo- de ninguna manera equipara a éstos con el nazismo. En esta tesitura, Lowe recoge también el agravio alemán representado por las atrocidades sufridas en el este, mas cuidándose de secundar el discurso victimista de cierto revisionismo, un revisionismo ansioso de compensar los crímenes perpetrados por el Tercer Reich con las penurias de tantos alemanes. Al respecto, afirma el autor que «equiparar las atrocidades cometidas en Lamsdorf o Zgada [campos de trabajo polacos para prisioneros alemanes] con el Holocausto es un disparate, tanto en términos de calidad como de magnitud».
Un libro, en definitiva, de profunda inspiración ética, no animado por el afán de avivar revanchismos, sino por el deseo de contribuir al esclarecimiento de un pasado escabroso cuyas secuelas no dejan de hacerse sentir; un pasado que hace de advertencia para todos los que componemos el género humano, europeos o no. Porque, como remarcaba Hannah Arendt en su día, no es sólo lo admirable y lo bueno lo que configura la herencia de una civilización.
- Keith Lowe,
Continente salvaje. Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2012. 539 pp.