EN BUSCA DE LAS FUENTES DEL NILO – Tim Jeal

en-busca-de-las-fuentes-del-nilo-9788498924930«Las fuentes del Nilo». Palabras evocadoras, sin duda; legendarias, incluso prodigiosas, dotadas como pocas de la facultad de incitar la imaginación, la curiosidad y el deseo. Palabras que durante milenios desafiaron la voluntad y el poder de los hombres, asociadas como estuvieran con términos como «misterio», «secreto», «lo ignoto», «oscuridad»: precisamente, algunos de los más escalofriantes, pero también excitantes, de entre los que sobrecogen al espíritu humano. Escalofriantes, porque es un atavismo característico el temer a lo que se desconoce. Excitantes, pues lo incógnito nos parece preñado no sólo de amenaza sino también de promesa, y suscita en nosotros avidez y orgullo retador. «¿Dónde yacen las fuentes del Nilo, portentoso entre los ríos del mundo?». Resuelto al fin el milenario enigma, las evocadoras palabras se resisten a perder su aura de maravilla, lo que para nuestra adocenada época —en palabras del narrador de El corazón de las tinieblas, una época que ha «desvanecido el hechizo de los espacios [cartográficos] en blanco»— constituye un bien preciadísimo. Menos mítica si se quiere, por ende más profana, en la historia de la moderna búsqueda de las fuentes del Nilo resuenan los ecos de la aventura y la hazaña, de descomunales ilusiones y de actos de epopeya. Hay romanticismo en esta historia, pues. Pero también hay realidad descarnada, como no puede dejar de ser.

Escenificada en la segunda mitad del siglo XIX, la gran aventura nilótica es una historia que ha sido contada de modo parcial las más de las veces, en las biografías de exploradores y otras abundantes publicaciones —monografías y artículos— que, muy especialmente en el mundo angloparlante, configuran una disciplina sui generis. Al parecer, sólo una vez ha sido objeto de una narración global: en el célebre libro del australiano Alan Moorehead, El Nilo Blanco (reseñado en esta página). Todo un superventas y traducido a numerosos idiomas, El Nilo Blanco se resiente actualmente del comprensible desconocimiento por parte de su autor de una multitud de datos novedosos, surgidos en el medio siglo transcurrido desde su publicación original; datos que obligan a revisar algunas de las consideraciones y conclusiones vertidas por Moorehead. El escritor británico Tim Jeal (Londres, 1945) se ha hecho cargo de esta necesidad, con resultado encomiable. La búsqueda de las fuentes del Nilo (Explorers of the Nile, 2011), obra precedida por elogiadas biografías de Livingstone (1973) y Stanley (2007), es fruto de una indagación exhaustiva que da cuenta de los nuevos materiales, conjugando el rigor documental con una narración amena y cautivante.

Los protagonistas del libro son hombres que completan el panteón de los grandes exploradores y descubridores: los Livingstone, Burton, Speke, Stanley, James Grant y Samuel Baker de esta trama —por mencionar a los más ilustres— se unen al firmamento de los Vasco de Gama, Colón y Amundsen, entre otros. La precariedad de recursos de la época (equipamiento rudimentario, falta de transporte rodado y ausencia de mapas, ante todo) era sólo uno de los factores que engrandecen sus proezas. Considérense los rigores de una orografía y un clima endemoniados; una fauna y una flora, por decirlo de alguna manera, inamistosas; la hostilidad ocasional de los nativos y la sempiterna de los traficantes de esclavos árabo-swahilis; cantidad de enfermedades tropicales que arrasaban con hombres y bestias de carga; la dificultad de conseguir porteadores en cantidad suficiente, muchos de los cuales desertaban o morían en el trayecto; el acoso del hambre y la sed; las guerras intestinas entre reyezuelos y el alborear de conflictos entre potencias: en suma, que el origen del Nilo era un secreto poco menos que impenetrable. Livingstone y los demás se jugaban la vida en todo instante, y el número y la magnitud de los obstáculos que enfrentaban  les confieren un prestigio de leyenda. Coherentemente, el recibimiento que se les deparaba en la metrópoli era el que se ofrece a los héroes… aunque no faltaron los casos en que la efusión de los homenajes se vio superada por las condenas a la brutalidad o por las dudas sobre la credibilidad de los individuos; en este sentido, Stanley resulta emblemático. (No era el único que podía quejarse de ingratitud o de ceguera. En ocasiones, los exploradores tenían motivos para resentirse de las críticas formuladas por científicos que cuestionaban sus informes -geógrafos de escritorio que se habían reído de la idea de que hubiese montañas nevadas en África.)

Como fuere, es destacable que se nos represente a semejantes personajes a escala humana, con sus extraordinarias virtudes y sus no pocos defectos, evaluándose su actuación de modo ponderado. Tim Jeal reivindica a unos y censura a otros con conocimiento de causa y con sentido de justicia histórica. Aunque no siempre irreprochable, Speke dista mucho de merecer la difamación de que ha sido objeto por tantos historiadores, explica Jeal, y le creemos. No era Burton el modelo de héroe victoriano admirado por generaciones, y es cierto que su carácter envidioso y vengativo, lo mismo que su incapacidad de admitir sus errores y los méritos de sus colegas, nos lo vuelven antipático. (Su proceder con la persona y la memoria de Speke rezuma mezquindad.) Los excesos de Stanley, en absoluto justificables, deben ser juzgados conforme el contexto en que se produjeron; contexto en que la lenidad y la pasividad podían resultar desastrosas. Junto a esto, el autor brinda unas cuantas pinceladas de la intimidad de estos hombres, sobresaliendo el fallido romance de Speke con una Venus africana y la novelesca historia de Samuel Baker y su amante –luego esposa-, Barbara Maria von Sass, una beldad húngara que el acaudalado Baker adquirió en una subasta de esclavos en Bulgaria. Rebautizada por su liberador como Florence, la joven mujer lo acompañó en sus correrías africanas y dio muestras de un temple y una resistencia formidables; tuvo la capacidad y la fortuna de sobrevivir a peligros que hicieron sucumbir a muchos varones.

La exploración del Nilo es una historia de contrastes, tanto en sus afanes como en sus realizaciones. Las motivaciones que impulsaron las expediciones africanas del siglo XIX iban desde el deseo de aventura y un algo de «malestar en la cultura» (del tipo que en las vocaciones artísticas inspira huidas y raptos de primitivismo como los de Rimbaud, Gauguin y Stravinsky), hasta el afán de expandir las fronteras del conocimiento, el comercio y la civilización. En el plano íntimo, un explorador y misionero como Livingstone podía sentirse tan acicateado por la idea de propiciar la abolición de la esclavitud como subyugado por los relumbrones de la fama y la gloria. Un Stanley, ansioso de consumar los proyectos humanitarios de su admirado Livingstone, aspiraba también a borrar su pasado y rehacerse por entero. El ansia de ponerse a prueba e ir «donde nadie más ha llegado» (nadie de piel blanca, se entiende), inscribiendo el propio nombre en la galería de los personajes heroicos, se alía en algún punto con un fogoso patriotismo y el deseo de obtener provecho material para los gobiernos y las naciones: el siglo es el de la expansión explosiva del imperialismo, el colonialismo y el capitalismo internacional. Los hechos que jalonan esta historia son, por su parte, un genuino muestrario de hazañas y de actos deleznables. Quienes acometían tan arduos trabajos, internándose en lo agreste en pos de uno de los últimos enigmas geográficos, eran individuos que competían por un premio mayor; las inevitables rivalidades y rencillas que entre ellos surgían podían desembocar fácilmente en «asuntos canallescos», según expresión de Speke. Además, la misma dificultad de la empresa entrañaba la posibilidad de incurrir en actos de violencia extrema; expoliar poblados y matar nativos significaba en ocasiones salvar la propia vida. Las privaciones y la lejanía de la civilización, con sus normas y sus comodidades, parecían desquiciar a algunos, quienes se volvían -o se revelaban- unos seres perversos; chocante es el caso de dos de los subalternos de Stanley, J. S. Jameson y el comandante Barttelot, todo un par de sádicos.

La parte final del libro refleja la concreción de un patrón histórico recurrente: los exploradores y aventureros dieron paso a los conquistadores y administradores. Al romanticismo de las grandes travesías siguió el tiempo de las maquinaciones imperialistas, esto es, el del reparto de África entre las potencias europeas y de las campañas de sometimiento. Animados por lo general de intenciones filantrópicas, aunque no siempre profesasen estima a los nativos —Richard Burton despreciaba cordialmente a los africanos  de raza negra—, los buscadores de las fuentes del Nilo se hubieran sorprendido de las consecuencias que llegarían a tener sus esfuerzos por abrir el corazón de África al mundo. La administración británica, a ratos benevolente y a ratos negligente, reforzada por hechos brutales (la batalla de Omdurman, por ejemplo), se alternaría con las atrocidades perpetradas por Leopoldo II de Bélgica en el Congo, o el cuasi exterminio alemán de los herero. La vasta Ecuatoria fundada por Samuel Baker en el  Bajo Nilo sería escenario de tremendos errores cometidos por administradores británicos, los que, en colusión con responsabilidades locales, incidirían en las guerras y matanzas del siglo siguiente: conflictos internacionales que involucrarían a estados como Egipto, Sudán y Uganda, una prolongadísima  guerra civil (Sudán) y los horrores de una limpieza étnica (Darfur, en Sudán occidental). Livingstone, Speke y Stanley veían en la colonización el mejor medio, acaso el único, para hacer ingresar a los africanos en la corriente del progreso. Es cierto que la colonización europea del África Oriental puso fin al tráfico de esclavos (las redadas y matanzas practicadas por los traficantes árabo–swahilis amenazaban con exterminar la población aborigen), y que la introducción de medidas sanitarias y de orden público resultaron beneficiosas, pero es seguro que las consecuencias a largo plazo hubiesen decepcionado a los exploradores. Quizá pudiera anticiparse el triunfo de la realidad sobre las ilusiones en el hecho de que Livingstone y Speke, individuos humanitarios y responsables de la ampliación del conocimiento geográfico, jamás fueron recompensados por el estado británico, mientras que el general Kitchener fue generosamente gratificado con un título nobiliario y una cuantiosa suma por una campaña militar que acabó en la matanza de once mil guerreros mahdistas en una sola y desigual batalla, merced a la artillería y las ametralladoras.

El libro está razonablemente provisto de mapas e ilustraciones, redondeando un ejemplar muy bien editado (la sobrecubierta es preciosa). Se puede echar en falta la reproducción de algunos mapas de la época, en particular los elaborados por los propios exploradores: detalle que seguramente hubiese hecho las delicias de los aficionados a la cartografía y a los lectores avezados en materia de exploraciones. Con todo, el volumen enaltecerá cualquier biblioteca en que se lo aloje.

– Tim Jeal, En busca de las fuentes del Nilo. Crítica, Barcelona, 2013. 632 pp.

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33 comentarios en “EN BUSCA DE LAS FUENTES DEL NILO – Tim Jeal

  1. Inigo dice:

    Goloso si que parece.

  2. Jomm dice:

    Magnífica reseña. Un libro maravilloso, que justo me estoy leyendo ahora…

  3. Farsalia dice:

    Buenísimo libro. Envié la reseña hace unos meses, pero no importa, da gusto leer a Rodrigo (que se reincorpora a las reseñas, como debe ser). Por si alguien quiere leer la mía, en mi blog.

  4. lantakio dice:

    Leeré el libro. Me apasiona el tema y si lo recomiendan Rodrigo y Farsalia, miel sobre hojuelas…

  5. Farsalia dice:

    Recuerdo haberlo leido con el modo Las minas del rey Salomón ON.

  6. Inigo dice:

    Oh amigo. La minas del rey Salomón es uno de mis libros de aventuras favorito. Que gustazo y además lo leí hará dos años y me gustó como cuando era un chaval.

  7. Rodrigo dice:

    Gracias, chicos. Así da gusto.

    Mis excusas. No sabía de tu reseña, Farsalia.

  8. Rodrigo dice:

    Nunca me animé a ver la película, más que nada cuestión de fobias (irracionales y todo). Ese Richard Chamberlain…

  9. Farsalia dice:

    Otra ve la moderación, esos enlaces… :-P

  10. Inigo dice:

    No hombre, en todo caso, tienes que ver la de Stewart Granger y Deborah Kerr, de 1950. Está bastante bien, aunque se aleja en algunos tramos de la historia del libro. Puro Hollywood de la edad de oro del cine.

  11. Farsalia dice:

    A esa me refería en mi último mensaje puesto en moderación. Todo un clásico…

  12. Rodrigo dice:

    Vaya pues, no sabía que hubiese versión antigua… y encima con “Scaramouche”.

  13. ARIODANTE dice:

    Vaya, es el tercer comentario que escribo y que desaparece…ni siquiera me moderan, es que desaparece…
    ¡¡Albricias, Rodrigo!!! Bienvenido de nuevo, querido contertulio transoceánico! Y además, con un tema tan atractivo como este. Espléndida reseña, esplendido tema y, al parecer, un buen libro. He leído bastante sobre este tema, empezando por el propio Richard Burton, en «Las montañas de la luna», editada por Valdemar, (texto del que, por cierto, hay una película homónima bastante aceptable) la biografía de Stanley, tengo a la espera el libro sobre Livingstone…en fin, y las Minas. Siempre las Minas.
    La mejor versión de Las minas… es efectivamente, la que protagonizan Steward Granger y Deborah Kerr. No te la pierdas, Rodri!

  14. José Sebastián dice:

    Una vez más una «brutal» (en el elogioso sentido de la palabra) reseña del gran Rodrigo. Mi más sincera enhorabuena. Sublime la cita de «El Corazón de las Tinieblas», esa obra intemporal de Conrad que emana LITERATURA (con mayúscuals) por todas sus múltiples aristas. Y evocadora la mención de la batalla de Omdurman (me has recordado «La guerra del Nilo» de Winston Churchill).

    Gracias Rodrigo y saludos

  15. Rodrigo dice:

    Hooola, Ario. Esta otra peli que mencionas sí que la vi. Si mal no recuerdo, a Speke lo ponen suicidándose, ¿no? Tim Jeal descarta por completo la tesis del suicidio, y explica que lo más seguro es que todo se debiese a un accidente. Aunque cazador y tirador consumado, el hombre no estaba familiarizado con el arma.

    Gracias, José Sebastián. No estaría mal echarle un ojo al libro de Churchill, será cosa de buscar.

  16. Rodrigo dice:

    A todo esto: tratándose de citas y epígrafes, hay temas para los que la novela de Conrad es un manantial inagotable. La cosa es no abusar ni volverse cansino (ejem).

  17. Horus dice:

    Muy buenas. Gran reseña de un libro al que le tengo ganas desde hace tiempo, pardiez!

    El caso de Speke: en la película «Las montañas de la Luna», buenísima por cierto, no acaban de definirlo del todo, dejando el asunto algo en el aire. Desde luego, resulta extrañísimo un accidente de escopeta con la propia arma, eso desde luego. En varios sitios leí que ocurrió intentando superar una zanja, o un muro, y enpecinado en ello el arma se accionó accidentalmente. Nunca se sabrá, pero nunca he querido creer que alguien como el capitán Speke se acobardara hasta ese punto. Y eso que Burton era mucho Burton.

    Al hilo de todo esto, vuelvo a recomendar el pequeño tomo que Valdemar tiene en su colección «El club Diógenes» con el mismo título, «Las montañas de la Luna», que son extractos de los diarios y notas de Burton durante aquel viaje. Resulta un ejercicio curioso leer las observaciones e impresiones en primera persona de un explorador como Burton, atípico y adelantado a su tiempo, pero aún así, inmerso en el ideario de su época.

  18. Paco T dice:

    Estupenda reseña sobre uno de mis temas favoritos. Me haré sin duda con un ejemplar de este libro. Lo que más me anima a leerlo es algo que Rodrigo acertadamente resalta: los nuevos materiales historiográficos con que haya podido contar el autor, puesto que efectivamente «El Nilo Blanco» (gracias por el enlace a la reseña) ha cumplido más de cincuenta años desde su publicación, y sólo por eso ya merecerá la pena leer este nuevo trabajo sobre un tema tan apasionante.

    Por cierto, Rodrigo, que un detalle que me ha llamado mucho la atención es el tema de las aportaciónes de Jeal a la cuestión de la muerte en extrañas circunstancias de Speke. Estoy deseando leerlas.

    De nuevo gracias por la reseña, Rodrigo.

  19. Paco T dice:

    Se me ha colado una tilde de más en aportaciones. Sorry.

  20. lantakio dice:

    Peliculón. Las dos, je, je, je…

  21. Rodrigo dice:

    Gracias, Paco. Lo cierto es que el asunto de la muerte de Speke –y el de sus conflictos con Burton- era una de mis motivaciones principales para leer el libro, y el resultado es completamente satisfactorio. A mi entender, la argumentación del autor a favor de la tesis de la muerte accidental resulta concluyente, o poco menos.

  22. Rodrigo dice:

    Peter Forbath (El río Congo) despacha la cuestión señalando que fue un accidente: Speke trataba de subir un muro, cayó y la escopeta se le disparó. Fatal.

  23. ARIODANTE dice:

    Nunca podremos saberlo…me refiero a la muerte de Speke. Burton se la tenía jurada, pero vamos, no creo que… en fin, Horus, ¿tu también has leído Las montañas de la luna en Valdemar? ¿Y no se te hizo algo cansino? A mi esas largas explicaciones de Burton me parecieron bastante penosas…literariamente, claro. Proporcionan muchos datos interesantes, si bien tampoco podemos fiarnos demasiado del tal Burton, que era una pieza de cuidado.
    Conrad, Rodri…siempre Conrad.

  24. Inigo dice:

    Yo le tengo ganas al libro del Peter Forbath (Río COngo), pero al buscarlo en internet, veo que está bastante carillo a pesar de que ya hace años de su publicación. ¿Tan bueno es?

  25. Horus dice:

    Bueno, a mi personalmente me gusta mucho leer los diarios (o extractos de ellos) de los exploradores, pues aunque literariamente sean inferiores (no por ser explorador se tiene que ser buen escritor), transmiten la situación del momento, en su contexto, a diferencia de un ensayo histórico. Evidentemente, transmiten la opinión personal y unilateral de sólo una persona, por lo que hay que «cogerlos con pinzas», pero si se tienen unas nociones sobre lo que realmente ocurrió, resulta un ejercicio muy interesante. Me ha pasado exactamente lo mismo con escritos personales de Scott, Amundsen, Reclus, Humboldt o cualquier otro viajero empedernido.

    Respecto al asunto Speke-Burton, por lo que me parece entender de la reseña, parece como si el «malo» en este caso fuera Burton, cuando normalmente se había achacado a Speke gran parte de la culpa sobre el distanciamiento entre ambos. Está planteado en esos términos?

  26. Rodrigo dice:

    Cierto, Ario. Siempre quedará un resto de incertidumbre en torno al caso… aunque, como digo, lo que plantea Tim Jeal parece muy verosímil.

    Es bueno, Iñigo, pero no tanto como para gastarse un dineral. Nada más que me gusta recomendarlo por aquello de hacer una “trilogía de ríos” (el tercero viene a ser el libro sobre el Níger: El dios indómito, de Sanche de Gramont).

    Horus, en el libro se imputa una parte de la responsabilidad a Speke, pero es Burton el que aparece como el peor de los dos. Tim Jeal pinta un retrato bastante negro del personaje, aunque no deje de calificarlo como un gran explorador. Desde luego, las mentiras y la insidia de Burton son de las que repatean, con el agravante de que nunca tuvo el gesto de reconocer públicamente que Speke había acertado, y en vez de esto se empeñó el resto de su vida en derramar veneno sobre la memoria de su antiguo compañero. Lamentable.

  27. Valeria dice:

    Maravillosa reseña, Rodrigo. Y maravilloso volver a saber de tí.

  28. Rodrigo dice:

    Millón de gracias, Valeria. El gusto es mío.

  29. ARIODANTE dice:

    En la película hacen recaer toda la maldad sobre Speke, si mal no recuerdo.

  30. Rodrigo dice:

    Leí por ahí que la peli se basa en una novela de William Harrison, autor que tuvo por fuente principal el libro homónimo de Burton. El sesgo está claro.

    Lo cierto es que Tim Jeal se empeña decididamente en enmendarle la plana a la Historia, y lo hace con un sólido apoyo documental. Su reivindicación de Speke es muy convincente, Ario.

  31. Urogallo del Nilo dice:

    Pobre viejo Rufian, la verdad que machaca de modo convincente a Burton.

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