ELOGIO DE SÓCRATES – Pierre Hadot
“Sócrates no tiene ningún sistema para enseñar. Su filosofía es puro ejercicio espiritual, un nuevo modo de vivir, reflexión activa, conciencia viva”.
Esta pequeño opúsculo recoge la conferencia que pronunció en 1974 el filósofo Pierre Hadot en la ciudad de Ascona, Suiza, en el marco de las jornadas anuales que el Círculo Eranos ha venido organizando de modo ininterrumpido desde 1933 (ni siquiera detuvo su actividad durante la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose así en ese período en el único lugar de Europa de estas características en activo). Dos décadas más tarde el texto fue ampliado e incluido en el libro de Hadot Ejercicios espirituales y filosofía antigua, y ahora la editorial Alpha Decay lo recupera para el público español. En dicho texto el francés quiso rendir homenaje al filósofo del “solo sé que no sé nada”, el ateniense Sócrates.
Pierre Hadot fue un pensador atípico. Fue lo que podríamos llamar un filósofo “de la acción”, de aquellos que hacen de la filosofía no una actividad teórica e intelectual, sino una forma de vida. Y no por capricho, sino porque eso fue en su origen, y eso debería haber sido siempre, la filosofía: no (o no solo) una manera de entender el mundo, sino una manera de estar en el mundo y desenvolverse en él. Según Hadot (y no solo él), los filósofos antiguos entendieron de ese modo el “amor a la sabiduría”: no se trataría de buscar la sabiduría por el simple afán de ser sabio, sino para poder interpretar el mundo a fin de vivir en él del mejor modo posible. En esa dirección apuntan varios de los libros de Hadot: ¿Qué es la filosofía antigua?, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, La ciudadela interior dedicado a las Meditaciones de Marco Aurelio, o Plotino o la simplicidad de la mirada. En otros trabajos, como No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales o El velo de Isis. Ensayo sobre la historia de la idea de Naturaleza, Hadot llevó a cabo ese mismo tipo de búsqueda en pensadores más modernos.
En Elogio de Sócrates, Hadot se centra en la figura de Sócrates, paradójicamente el filósofo griego que, según Nietzsche, propició el triste cambio en la manera de comprender el mundo, pasándose de lo salvaje, extático y dionisíaco propio de los pensadores anteriores, al paradigma de lo mesurado, racional y apolíneo que impuso el método socrático. Gran conocedor de Nietzsche, Hadot se apoya precisamente en el pensador alemán en esta pequeña obra, para poner de manifiesto su tesis de que Sócrates planteó la filosofía como una forma de vida y no como una entelequia sin conexión con el mundo. Justamente porque está en el mundo, parece decir Sócrates, es por lo que el hombre ha de convertirse en filósofo.
En El nacimiento de la tragedia, y haciendo méritos para ganarse la fama que siempre lo acompañó de enfant terrible de la filosofía, Nietzsche dijo que “es significativo que Sócrates fuera el primer griego ilustre feo”. Y en la primera parte de su opúsculo, Hadot se dedica a ese Sócrates que tiene el aspecto de un sileno, un ser mitológico relacionado con los cortejos del dios Dioniso, borrachín y de rostro grotesco, nariz achatada, grandes cejas, ceño fruncido y mirada lasciva. Con ese aspecto, y no solo a causa de ello sino también por su actitud (Sócrates incomoda a la gente, es un personaje atípico y fuera de lugar), Sócrates se oculta detrás de una máscara que no es otra que la ironía. Se trata de una ironía dialéctica: conversa sobre temas banales con sus interlocutores, quienes son tan banales como los temas de los que hablan. La finalidad de esas conversaciones es hallar el saber, la verdad, pero al final de ellas sucede que ni el interlocutor ni el propio Sócrates se revelan como sabios sino precisamente como todo lo contrario. ¿Y cuál es entonces la finalidad de la ironía? Comprenderse a sí mismos, dice Hadot.
Oh Sócrates, gracias a tu ignorancia, tenías la maldita ventaja de poder sacar a la luz que los demás eran todavía menos sabios que tú: ellos ni siquiera sabían que eran ignorantes. Tu aventura es la mía. La gente se exaspera conmigo cuando me ven capaz de demostrar que los demás son todavía menos cristianos que yo, porque yo respeto tanto al cristianismo que me he atrevido a descubrir y confesar que no soy cristiano”.
Søren Kierkegaard, El instante.
Aún hay otro ocultamiento, otra máscara que pone de manifiesto Hadot: la que usa Platón en sus obras, gracias a las cuales conocemos a Sócrates. Pudiendo haber escrito en primera persona, o al menos incluirse como personaje (no habría sido nada novedoso: Jenofonte ya escribía en primera persona, y también lo hicieron Parménides, Hesíodo y otros muchos), Platón desaparece detrás de Sócrates y evita hablar de sí mismo.
Sócrates sabe que no es ningún sabio, y por ello no puede contestar a las cuestiones que él mismo hace. “¿Qué es la justicia?”, pregunta, y se responde a sí mismo: “a falta de palabras, voy a hacer ver por mis actos lo que es la justicia”. Ese es el punto fuerte que defiende Hadot: Sócrates es un filósofo de la acción. Según Kierkegaard, otro filósofo en el que el francés se apoya a menudo en su obra, el principal mérito de Sócrates es haber sido un pensador existente, no un filósofo especulativo que olvida lo que supone existir. Sócrates es el ejemplo más palpable de que la filosofía es una forma de vida.
La segunda parte del Elogio de Sócrates está dedicada a otra ironía en la que según Hadot Sócrates es maestro: la ironía amorosa. Consiste en que Sócrates finge enamorarse de alguien hasta que ese alguien se enamora de él, y entonces este descubre que no es Sócrates quien le ama a él sino él a Sócrates. El filósofo francés se apoya en su exposición en el Banquete de Platón, los discursos que en ese diálogo se exponen (en especial el de Sócrates) y los juegos que se establecen entre los asistentes, con la aparición posterior de Alcibíades. En efecto, sucede que al final este último revela entre bromas que su relación con Sócrates no consiste en que este sea víctima de los encantos de Alcibíades, sino que este, Alcibíades, lo es del hechizo de Sócrates.
En el tercer y último apartado de la obra, Hadot reflexiona sobre una cuestión que en algún momento planteó Nietzsche como si se tratara de una paradoja. El alemán se preguntaba por qué un enamorado de la vida como Sócrates se empeña en morir. En el juicio que Platón nos transmite a través de su Apología, Sócrates no solo no se esfuerza en defender su causa sino que parece hacer todo lo posible para recibir una condena a muerte. Como si la vida fuera una enfermedad y la muerte el remedio. Sin embargo, y recurriendo de nuevo al Banquete, Hadot defiende que es Sócrates quien más se apega al deseo extático de vivir, y también de beber, revelándose además como el más entero de los que allí ingieren vino.
El opúsculo, que no llega a las 60 páginas, quizá no funcione bien como primer acercamiento al filósofo ateniense. Para ello hay otras muchas obras, e incluso los propios diálogos llamados “socráticos” de Platón cumplen bien esa función, como también las obras que Jenofonte le dedicó. A quien ya tenga un cierto conocimiento de la vida y pensamiento de Sócrates, este Elogio de Sócrates le resultará estimulante y atractivo, y sin duda percibirá en su lectura que el objetivo de Hadot no es tanto exponer el pensamiento de filósofo griego, sino el de defender su tesis a través de él, una tesis que Hadot expresa a la perfección en esta frase: “esto es el filósofo: una invitación a la existencia”.
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Pierre Hadot, Elogio de Sócrates. Traducción de Javier Guerrero Gimeno. Barcelona, Alpha Decay, 2024, 54 págs.
Este caerá para un rato en una tarde…
Es uno de esos libros que se leen en un suspiro pero tienen larga y agradable digestión.
Interesante visión, aunque, a mí, Sócrates siempre me ha parecido un personaje instrumental, un guiñol, construido por Platón y para sus propios fines «doctrinales», siendo más plausible, real e histórico el Sócrates jenofontiano, más fáctico, pero es una mera impresión personal que nada o poco se sustenta. Lástima no disponer de sus palabras directas para tener la certeza y confirmar lo que pareces¡ una alta, vitalista y digna filosofía de vuelo rasante y útil en el desbroce caminos firmes… Leñes, me ha salido bien engolado lo dicho, pero, bien que mal, es lo que pienso.
Sí, siempre se ha dicho que Jenofonte, puesto que escribió en tanto que amigo y seguidor (que no discípulo, no llegó a tanto) de Sócrates, lo representó de un modo más realista y natural que Platón, aunque siempre bajo el sesgo personal y limitado del propio Jenofonte. Pero los diálogos primeros de Platón sí creo que transmiten una imagen bastante fiel del Sócrates histórico, o como mínimo mucho más que los que vinieron después. la Apología la escribió como reacción a los textos que comenzaron a circular en contra de la actividad de Sócrates, digamos que para defender su memoria y limpiarla de las mentiras que vertían sobre él. En Critón, Fedón, Eutifrón… ya empieza a verse que tras la obra hay un autor que sabe pensar por sí mismo, pero aun así deja muchas pinceladas del Sócrates histórico. O al menos eso queremos creer, porque perfectamente se las pudo haber inventado.
En cualquier caso, que Sócrates fue mucho más vitalista que Platón y los que vinieron después lo demuestra bastante bien el hecho de que, que sepamos, no escribió ni una línea sino que se dedicó a vivir, sin más.