EL ÚLTIMO MOGOL. EL OCASO DE LOS EMPERADORES DE LA INDIA 1857 – William Dalrymple

“Sé que en este momento se respira un ambiente de agitación inusual en las filas del ejército de Bengala, pero no me atrevo a adivinar en qué se traducirá al final. Puedo notar que se acerca la tormenta, oigo el gemido del huracán, pero desconozco cómo, cuándo o dónde se desatará.”

Capitán E. M. Martineau. Colecciones de la Oficina Oriental y de la India, Biblioteca Británica. Home Miscellaneous, Kaye Mutiny Papers.

El 16 de febrero de 1991 aviones estadounidenses y británicos bombardearon los suburbios de Bagdad causando decenas de bajas civiles y ninguna militar. Ese mismo día murió asesinado en el Hotel Intercontinental de Managua el coronel Enrique Bermúdez Varela, líder de los Contras, mientras en la plaza de toros de la ciudad de Medellín, en Colombia, un coche bomba causaba 17 muertos y más de 60 heridos. El mismo día por la noche, en España, la película ¡Ay Carmela! de Carlos Saura obtuvo 13 premios Goya. El 16 de febrero de 1991 ocupaba el primer puesto de las listas Billboard americanas la canción Gonna make you sweat, de C+C Music Factory, y Do the Bartman, de la serie The Simpson, lo hacía en las británicas. El 16 de febrero de 1991 sucedió también que unos trabajadores que cavaban un desagüe para un nuevo edificio en el número 6 de la calle Ziwaka, cerca de la intersección con la calle de la Pagoda de Shwedagon, en Rangún, Birmania, encontraron a menos de un metro de profundidad una tumba de casi 150 años de antigüedad.

En aquel tiempo, segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, ese territorio pertenecía al imperio británico. El gobierno inglés de entonces había puesto un empeño especial en que esa tumba jamás fuera hallada, identificada o visitada. Por eso a duras penas aceptaron en 1907, 45 años después del deceso, que se colocara una pequeña placa identificativa en la que figuraba escuetamente el nombre y el cargo de la persona que descansaba en su interior: “Bahadur Shah, exmonarca de Delhi”. Esa inscripción era decir mucho, y sin embargo era decir muy poco. El esqueleto, hallado en bastante buen estado de conservación, pertenecía en efecto a un exmonarca de Delhi, pero no a uno cualquiera: se trataba de Abu Zafar Siraj al-Din Muhammad Bahadur Shah Padshah Ghazi, más conocido como Bahadur Shah Zafar II, último emperador del imperio mogol y líder del motín más violento y temible que el imperio británico jamás tuvo que afrontar.

El libro de William Dalrymple, El último mogol. El ocaso de los emperadores de la India 1857, nos ofrece un relato de la revuelta, conocida como el Levantamiento, que se produjo entre los meses de mayo y agosto de 1857 en la India (o India, que de las dos maneras se puede decir). Levantamiento que, dicho sea de paso, acabó con el emperador hindú y algunas de sus esposas en prisión, y toda la rama masculina de su familia exterminada. Gracias a este relato descubrimos que Zafar II, considerado por los ingleses el instigador y cabeza del motín, era un anciano de 82 años, erudito y poeta notable, calígrafo, persona culta y de buenos modales, además de un individuo cansado y sin la energía, la determinación ni la voluntad necesarias para liderar una revuelta de tales dimensiones contra el opresor imperio británico. Con la extinción de la familia de Zafar los ingleses ponían fin a la dinastía reinante del longevo imperio mogol, que existía desde principios del siglo XVI y cuyos caudillos descendían del mismísimo Gengis Kan. No hubo miramientos ni dudas; los ingleses sentían un enorme desprecio por sus gobernantes y sus súbditos, y de hecho por toda la cultura de la India, de modo que acabar con un imperio centenario no les produjo ningún remordimiento.

Dalrymple dedica un buen número de páginas a describir el escenario y los prolegómenos del motín de mayo de 1857. La orgullosa superioridad británica les llevaba a vivir en un menosprecio continuo a los hindúes, a quienes consideraban inferiores; Dalrymple habla incluso de situación de apartheid. Los instrumentos de poder eran manejados por los británicos, ejerciendo una condescendiente supervisión sobre las mínimas e insignificantes decisiones permitidas a los nativos. La población vivía en general de modo miserable. Muchos de ellos eran empleados en el ejército británico (los llamados cipayos), pero cobraban sensiblemente menos que los ingleses y carecían de posibilidades para destacar o hacer carrera militar. Incluso existía la creencia en una misión evangelizadora sobre los habitantes de la India, los cuales se repartían en dos grandes bloques: hindúes y musulmanes (hay que decir que la religión en la India tampoco era una balsa de aceite y había en ella movimientos enfrentados). La degradación practicada sobre los propietarios de aquellas tierras por derecho de nacimiento, tierras que los británicos habían ocupado y usurpado a la fuerza, reducía al máximo gobernante de la India, el emperador, al papel de simple comparsa, un mero habitante del Fuerte Rojo, el palacio imperial en Delhi. No poseía ni siquiera el derecho a decidir cuál de sus hijos le sucedería en el trono, y a ese respecto había de aceptar y obedecer las “sugerencias” recibidas de los británicos. Era un hecho que la autoridad del emperador mogol acababa en las murallas de su propio palacio.

Este caldo de cultivo es descrito por Dalrymple con extremado lujo de detalles y abundancia de extensas citas textuales. Si algún mérito hay en el libro, y tiene unos cuantos, quizá el más importante sea el de utilizar múltiples fuentes de procedencia india (no británicas, por tanto), hasta la fecha inéditas y no empleadas por historiador alguno, que presentan una visión de los hechos nueva y no occidental. Así por ejemplo, la obra Dastan i-Ghadr, escrita por Zahir Dehlavi, asistente del emperador Zafar II en aquel tiempo, quien tuvo la fortuna de librarse de una muerte bien segura a manos de los británicos, constituye la narración más completa y detallada que ha llegado hasta nosotros del desarrollo del asedio y el levantamiento, vistos desde el punto de vista del palacio imperial. Esta visión, esta perspectiva, no solo es nueva para el lector actual, sino que también les era desconocida a los propios británicos de la época, que se hallaban inmersos en una particular y cómoda ceguera. En palabras del autor:

Los británicos habían llegado a distanciarse tanto de sus súbditos indios y a despreciar hasta tal punto su opinión, que habían perdido la capacidad de interpretar de forma correcta los indicios que veían a su alrededor o analizar su propia situación con el más mínimo rigor. La arrogancia y el exceso de confianza del Imperio habían disminuido el deseo de buscar información fiable o de conocer de verdad el estado en el que se encontraba el país. Más en concreto en lo que se refiere a Delhi, con la extinción de la más mínima esperanza de que alguno de los príncipes de la casa real sucediera en algún momento a Zafar, los británicos generaron tal situación que nadie de la familia imperial tenía nada que perder y todos sentían el desafecto suficiente para arriesgar lo que fuera necesario con tal de salvar su situación. Este fue un fatídico error por el que los británicos pagarían en breve un precio muy alto.

En efecto, los británicos pecaron de arrogancia y exceso de confianza. El pueblo indio estaba llegando al límite, pero sus opresores no eran capaces de percibirlo, tan alta era la nube en la que vivían instalados. Dalrymple llega a decir que británicos y mogoles vivían en dos mundos distintos y separados, con horarios dispares y lugares de encuentro diferentes. En las páginas del libro se analiza incluso el enfoque y los titulares de los periódicos indios de la época, en concreto el Nueva Delhi Gazette y el Dihli Urdu Akbhar. El libro avanza con calma y parsimonia, describiendo el modo de vida en Delhi, capital del imperio, en las fechas previas al levantamiento. Hasta que un suceso desencadena el motín:

«Hemos venido desde Meerut después de matar a todos los ingleses que allí había, porque nos pedían que mordiéramos con los dientes balas cubiertas con la grasa de vacas y cerdos. Eso ha atentado contra la fe tanto de hindúes como de musulmanes».

Esta declaración la hacen los cipayos, los soldados nativos alistados en el ejército británico, en la ciudad de Meerut, próxima a Delhi. Dalrymple explica con detalle por qué el nuevo armamento británico recién llegado, los rifles Enfield, requería que la munición estuviera untada con grasa. A partir de este momento, el libro se convierte en un carrusel de acontecimientos con protagonistas de ambos bandos, que viven (o mueren) en los días siguientes al motín de Meerut. Ese es probablemente otro de los méritos de El último mogol: contar las pequeñas microhistorias de múltiples personajes que vivieron los hechos, y sobre los cuales algunos de ellos incluso dejaron por escrito sus propias impresiones.

En los capítulos dedicados al motín, que constituyen el grueso del libro, el lector no puede dejar de tener en todo momento ciertas ideas claras en mente; algunas de ellas están ahí de modo evidente, pues Dalrymple se encarga de hacerlas explícitas. La primera, el rechazo y descontento con el motín de buena parte de la población civil india, originados porque los cipayos convirtieron en seguida la revuelta contra los británicos en una actividad de saqueo cruel e indiscriminado sobre los propios nativos. Por otro lado, los movimientos de los amotinados se caracterizaron por la desorganización y la descoordinación, desperdiciando así su superioridad numérica sobre los británicos: entre ellos había tanto musulmanes como hindúes, y sus relaciones no eran todo lo buenas que hubiera sido de desear. Otra idea clave es la de que los británicos se vieron absolutamente sorprendidos y superados por el motín, y solo gracias a la mala gestión de la revuelta por parte de los rebeldes hallaron el tiempo y la oportunidad de reaccionar. Y otra más, la más importante, ya señalada antes: el emperador mogol Zafar II, el anciano octogenario interesado en escribir versos más que en empuñar un arma, se vio superado por los acontecimientos, arrollado por los cipayos como lo fueron los propios británicos y, de hecho, buena parte de los habitantes de Delhi, e incapaz de tomar una decisión al respecto. Los cipayos pidieron y obtuvieron su bendición, y luego le dejaron de lado y rehusaron obedecer sus tibios llamamientos a la calma. “El cielo se ha desplomado sobre nuestras cabezas”, llegó a decir Zafar impotente, y no se refería a los británicos precisamente.

El último mogol proporciona al lector una detallada narración del Levantamiento protagonizado por los cipayos en Meerut, y trasladado en seguida a Delhi y a numerosos puntos del territorio indio. Estremecen los crímenes cometidos por los rebeldes, como la masacre de 73 mujeres y 124 niños en Bibigarh, origen de una rabia incontenible por parte de los ingleses transformada en terrible venganza en cuanto tuvieron la ocasión de llevarla a cabo. El libro relata el motín de principio a fin, así como las consecuencias que este tuvo sobre Zafar y su familia, quien no fue en realidad más que una pobre víctima de las circunstancias. Realmente ha sido un acierto incluir tanto un glosario de términos como un índice de personajes, dada la abundancia de lo uno y lo otro a lo largo de más de 500 páginas, que provoca al principio un cierto aturdimiento hasta que el lector se hace con la historia y los personajes.

Zafar fue juzgado, condenado y encarcelado, junto a parte de su harén. Se le trasladó de Delhi a Rangún, y allí murió privado de libertad cinco años después de sofocada la revuelta. Su muerte casi pasó desapercibida, de ello se encargaron los británicos, como se indicó al principio de la reseña. Dalrymple hace una reflexión final: ¿qué sentido tiene escribir un libro sobre un fracasado como Zafar, alguien que no fue capaz de afrontar ni la opresión británica durante años, ni el motín de los cipayos en mayo de 1857? El libro es uno más de los varios que Dalrymple ha dedicado al tema de la presencia británica en la India y al imperio mogol. Se publicó en 2006 y logró diversos galardones; ahora Desperta Ferro nos lo ofrece en castellano, como ya ha hecho con otras obras de Dalrymple. Un libro muy recomendable que hace bien en traer de nuevo a la memoria no solo los hechos violentos del Levantamiento, sino la situación de abuso y discriminación que existía en la India hace menos tiempo del que pueda parecer. Conviene tenerlo presente ya que, como dice Dalrymple, haciéndose eco de una conocida frase: aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla.

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William Dalrymple, El último mogol. El ocaso de los emperadores de la India 1857 (traducción de Victoria Eugenia Gordo del Rey). Madrid, Desperta Ferro Ediciones, 2022, 534 páginas.

     

11 comentarios en “EL ÚLTIMO MOGOL. EL OCASO DE LOS EMPERADORES DE LA INDIA 1857 – William Dalrymple

  1. JOSE SEBASTIAN dice:

    Un gran libro, como todos lo de Dalrymple. Una lección de historia. Muy recomendable.

  2. Iñigo dice:

    Solo leí el primero de ellos y tengo en casa el titulado «La Anarquía» a la espera de su momento para ser leído como se merece. Dalrymple es una referencia a tener muy en cuenta. Estupenda reseña, por cierto.

    1. JOSE SEBASTIAN dice:

      La anarquía aún me gustó más. Imprescindible.

  3. cavilius dice:

    Gracias.
    El libro tiene como principal aliciente el utilizar, explica el autor, fuentes nativas y no basarse únicamente en las británicas, como al parecer suele suceder. Es una detallada crónica, minuciosa y pormenorizada, de la revuelta. Vale la pena.

  4. Urogallo Bahradur dice:

    Creo que se me ha borrado el largo y sesudo comentario que hice…

    Bueno, lo resumo.

    A. El presencialismo con el que se publicita el libro y del que participa el autor me desagrada profundamente. Ya lo hicieron con los otros dos, pero en este caso está mucho menos justificado.

  5. Urogallo dice:

    B. Los otros dos me gustaron mucho más a mi también, pero no porque este esté peor escrito, solo porque la temática es mucho menos atrayente.

    Este libro habla de poesía, usos cortesanos y la decadencia de una dinastía.

    Yo realmente solo lo leí por las partes del asedio de Delhi, pero no es un libro sobre el Gran Motín.

    1. VTS dice:

      Coincido con tu apreciación, éste es el peor en mi opinión, el Retorno del Rey y Anarquía me parecieron más útiles para aquello de aprender de la historia para no estár condenados a repetirla.

      1. JOSE SEBASTIAN dice:

        El retorno del rey es espléndido.

      2. Iñigo dice:

        Espléndido, si

      3. VTS dice:

        El Retorno de un Rey, la errata es eterna.

  6. Urogallo dice:

    Osmérico incluso

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