EL REINO DE CRISTO EN LA SEGUNDA REPÚBLICA – William A. Christian Jr
Habrá una guerra civil entre católicos y no católicos en el País Vasco. Al principio los católicos sufrirán seriamente y perderán muchos hombres, pero al final triunfarán con la ayuda de los veinticinco ángeles de Nuestra Señora. (Vaticinio de la Virgen de Ezkioga al carpintero Francisco Goicoechea «Patxi», 7 de Julio de 1931)
La Segunda República española (1931-1936-39) fue una época de contrastes. Por un lado fueron unos años de pequeños avances sociales y económicos para el país, y por otro fue un periodo de luchas internas entre la izquierda y la derecha que al final desembocó en una cruenta Guerra Civil que asoló nuestro país durante tres años, destapándose como un auténtico ajuste de cuentas. Pero ¿qué me dirían si les cuento que, al principio de este nuevo régimen, un elemento sobrenatural que conmocionó al país vaticinó el conflicto que se produciría años después? Hablo de las apariciones de la Virgen María en el monte de Ezkioga entre 1931 y 1933, que sumieron al país en una autentica fiebre religiosa, una histeria colectiva que abrió la caja de los truenos entre los defensores de la religión católica y los ateos más furibundos. Un palo más en la rueda que hacía funcionar el régimen republicano.
España, verdaderamente, se puede considerar como uno de los baluartes principales de la religión cristiana, y católica en especial, de todo el mundo. Que sea un país en donde nunca ha habido otra religión imperante desde la caída del Imperio Romano es un hecho claro de la predilección que han tenido los españoles por esta fe durante tantos siglos. El fenómeno de las apariciones no es algo nuevo en 1931; la Península Ibérica ha registrado hechos similares durante toda su historia. Siglo tras siglo se han dado apariciones por todas las regiones, tanto de santos que curaban o pedían que les arreglaran sus ermitas abandonadas en mitad del campo, como de la Virgen María a partir, sobre todo, del Concilio de Trento. Las apariciones tenían especial predilección por manifestarse ante hombres, niños y niñas. Este patrón no cambió en Ezkioga, en donde una figura femenina con una túnica blanca, un manto negro, el niño Jesús en el brazo izquierdo y una espada en el otro, se apareció a dos niños, Antonia y Andrés Bereciartu. Comenzó en ese momento una oleada de peregrinaciones al lugar, en donde iban a imperar los videntes y visionarios que creían estar en contacto con la mismísima Madre del Salvador y como tales vaticinaban la buena nueva a los fieles que abarrotaban la campa de Anduaga.
Como un incendio empezaron a darse apariciones por toda la población, creándose una auténtica histeria colectiva en donde todo el mundo creía ver la mano de Dios en el asunto. Era una luz de esperanza para todos los católicos que en esos momentos se sentían perseguidos por la ola de laicidad que promovía la reciente República. El autor deriva aquí hacia uno de los temas más espinosos de aquella época: la relación entre la iglesia y el gobierno. El libro no trata solamente sobre las apariciones de la Virgen en el País Vasco; estos hechos son el marco para hablarnos de la lucha entre dos concepciones o percepciones del presente: desde el punto de vista religioso o desde el laico. Un arduo laberinto que llegaría a ser una de las causas que propiciaron la Guerra Civil. (Veo correr arroyos de sangre sobre la tierra. Una explanada de miles y miles de cadáveres, unos negros como el carbón y otros naturales…)
El gobierno del momento empezó a ver con creciente preocupación el excesivo ensalzamiento de aquellas apariciones y, curiosamente, junto con la jerarquía eclesiástica (el Padre José Antonio Laburu o el Padre Amado Cristo de Bruguera), decidieron tomar cartas en el asunto para acabar con una situación que se les estaba escapando de las manos. Y es que el movimiento inicial, puro y sin malicia, había degenerado en un circo mediático que era aprovechado por auténticos timadores para engatusar a los más creyentes con apariciones como la de la muchachita Ramona Olazábal, que tenía supuestamente las mismas llagas pasionales de Jesús y recibía sin ningún problema regalitos por interceder ante la Madre de Dios, llegándose a descubrir que utilizaba una maquinilla de afeitar a escondidas. Por ello, hacia 1932-1933 comenzó el fin de estas apariciones: ambos estamentos, el religioso y el político, decidieron echar tierra al asunto y silenciar los hechos ocurridos en el norte del país, dándose el caso que la Iglesia llegó incluso a castigar a los religiosos que acudían y ayudaban allá en Ezkioga. Los supuestos videntes pasaron a la clandestinidad y encerraron a muchos de ellos en sanatorios mentales.
Lo interesante de este libro no es solamente el asunto sociológico y religioso o la relación entre el pueblo vasco y el resto de España, sino también observar cómo una sociedad vareada por dos ideologías presentía que algo, una tormenta, se acercaba por la lontananza y amenazaba con una sangría sin límites. Este mensaje se repite constantemente a lo largo de todas las visiones que se daban: Llegará un día…, si no queremos oír su voz, que andando encontraremos muertes, y [si] más anduviéramos, encontraremos más muertos y os digo [que] lo que más me apena es cuando pienso que se condenarán muchísimas almas. Como un día que está copiosamente nevado, así caerán las almas en el infierno. Estos hechos nos demuestran que los ánimos en ambas ideologías estaban muy crispados, y ahí radica la importancia de esta obra, pues nos enseña como una pequeña gota podía desestabilizar la frágil existencia de la Segunda República española.
Aunque recomiende este libro, también querría alegar que me ha parecido un poco excesivo y extenso para este hecho solamente. No niego su importancia —ya lo he señalado antes— pero el volumen de información del libro es demasiado en relación con otros hechos contemporáneos a lo que se narra. No es culpa de la editorial sino del autor, William A. Christian Jr., al que en algunos momentos le ha faltado algo de síntesis para hacer la obra más entretenida y directa. Por lo demás, les recomiendo su lectura, pues podrán observar cómo un movimiento que no tuvo tanto éxito como el de Lourdes tuvo en jaque durante un tiempo tanto a la Iglesia como al Estado español y que por ello fue silenciado hasta nuestros días.
Todos los que tuvieron alguna relación con las visiones se unieron en un esfuerzo concertado para convencer a un mundo escéptico de que las visiones eran auténticas y de que en los montes del norte de España se estaban apareciendo seres celestiales. Raymond Carr.
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Muchas gracias, Balbo, por esta reseña tan estupenda con la que estrenas el año.
La verdad es que no tenía ni idea de un acontecimiento similar en la cercana historia de España. ¿Cuándo comienza exactamente?
(Lo pregunto porque sería interesante rastrear los hechos en la prensa del momento, ¿no?).
Un saludo.
La primera aparición el 30 de Junio de 1931. Saludetes ;-)
Que sea un país en donde nunca ha habido otra religión imperante desde la caída del Imperio Romano…
Siete siglos de Al-Ándalus te contradicen, creo. A no ser que no consideres españoles a los andalusíes.
Josep, iba a decir exactamente lo mismo. Si los romanos eran españoles, lo mismo lo eran los andalusíes. :D
El tema en sí es tan peliagudo como la Guerra Cívil y su origen blablabla. Aquí caben opiniones de todos los gustos y colores. Aquí va la de un ateo republicano:
Que casualmente estas visiones exacerbaran la fe de las masas durante un gobierno de izquierdas que intentó al menos eliminar la influencia religiosa de la educación y proyectos de «desamortizaciones» de tierras no productivas de manos de terratenientes y la Iglesia dice mucho.
Curiodamente, y como en muchas otras partes de España, el advenimiento de la República supuso un brote anti-eclesiástico entre buena parte de la población. Sin ir más lejos la iglesia de mi pueblo fue incendiada en el 31 y con ella las imágenes religiosas. Y como pasó aquí, en otros muchos lugares.
El control de la sociedad es un elemento clave en la política y la religión (o la oposición a ella) es un instrumento tan bueno como cualquier otro.
¿Hay españoles antes del Mundial del 2010? Hum.
¿Y después? Hum.
¿Lo dejamos en un aséptico «durante»?
El tema del catolicismo militante en el País Vasco durante la Segunda República marcó sin duda las relaciones de los nacionalistas vascos del PNV y de los carlistas con el primer gobierno republicano-socialista. El PNV y los mencionados carlistas aprobaron en 1931 el famoso Estatuto de Estella, un estatuto donde quedaba de manifiesto que no estaban dispuestos a aceptar una política desde Madrid que conllevara una posición antclerical. Este Estatuto fracasó en la Cortes españolas gracias sobre todo a la labor del socialista vasco Indalecio Prieto, temeroso de que en el País Vasco se creara un “estado vaticanista”. Al final los carlistas negaron validez a la Constitución republicana y se desmarcaron de la “aceptación” republicana de los nacionalistas del PNV. Como se puede comprobar el tema de la religión católica no era cosa baladí en los territorios vasco-navarros.
Un saludo.
Sin ánimo de polemizar, Indalecio Prieto no era vasco, sino asturiano, y como tal se pronunció en diversas ocasiones. Aunque emigrado de muy niño a Bilbao como consecuencia del temprano fallecimiento de su padre, había nacido en Oviedo, donde una placa aún recuerda hoy en día su casa natal, en la calle de la Magdalena, muy cercana al ayuntamiento, donde su padre trabajaba. Las condiciones económicas en las que quedo su familia tras la muerte del cabeza de familia provocaron su emigración, siendo en Bilbao donde desarrolló la primera parte de su vida profesional y política, como corresponsal de El Liberal, concejal y diputado.
Su relación con Asturias siempre fue singular, como consecuencia de cierto sentimiento de patria chica, ejemplificada en sucesos como su contribución logísitica a la Revolución del 34 (de la que luego se arrepintió profundamente), o la organización de la evacuación de guerrilleros socialistas asturianos por mar en 1948.
Se acepta la matización, digamos que Indalecio Prieto era un vasco de adopción ya que fue en tierras vascas donde consiguió su primera acta de diputado provincial nada más y nada menos que en 1911, muchísimo antes de que la II República fuese instaurada en España.
Un saludo.