“En la semiótica del siglo XVII negociar era un fin en sí mismo”.

Fue un acontecimiento tan sorprendente como estéril: En medio de la noche, Madrid descubría que el príncipe de Gales, Carlos Estuardo, había aparecido sin previo aviso en la capital de la monarquía para reclamar a la hermana del rey, la infanta, como esposa.

¿Sin previo aviso?
La extinción de los Tudor con la muerte de la Jezabel inglesa, Isabel I , abrió el camino a una mejora sustancial de las relaciones entre Inglaterra y España con la coronación de un monarca pacifista que además era hijo de una mártir católica, y esposo de una criptocatólica. Moderado en cuestiones de fe, hostil a la guerra, poco interesado en las Indias y si en el comercio con Oriente y el Mediterráneo, que convertía a los holandeses en enemigos naturales de su política antes que a los españoles, Jacobo empezó a considerar una boda Habsburgo casi desde el inicio de su reinado, interesando en ella a su primer hijo, Enrique, y tras su fallecimiento, a su presunto heredero, Carlos.

Lo que el libro nos describe, a pesar de su brevedad, es como se inflamaron las esperanzas de los Estuardo de un matrimonio de prestigio, muy rentable económicamente (se soñaron hasta 600.000 libras de dote, lo bastante para maniobrar al margen del parlamento puritano) por parte de diplomáticos imaginativos pero sin auténtico apoyo en Madrid (Gondomar) y de dos monarcas sucesivos, ninguno de los cuales estuvo jamás dispuesto a entregar a una infanta católica a un hereje, a menos que este se convirtiese al catolicismo. Algo que nunca estuvo en la mesa de negociaciones para los Estuardo.

El largo tira y afloja diplomático tuvo más de farsa que de crisis, ya que la posición mayoritaria era que, teológicamente, era un pecado entregar a una infanta católica a un príncipe hereje, que ni siquiera se comprometía a educar como católicos a sus hijos.

En resumen, una detallada descripción de un acontecimiento diplomático de primera magnitud, que describe a la perfección la complejidad de la diplomacia Habsburgo, y su tendencia al disimulo, la dilación y el doble juego.

En cualquier caso, el autor, británico, no elude en ningún momento una intención evidente, pero no declarada, de exculpar por completo a los británicos, y especialmente a los Estuardo, a los que convierte en inocentes víctimas de su exceso de confianza e ilusión. La futura boda con Enriqueta María de Borbón, cuyas clausulas fueron violadas por el gobierno inglés, demuestra a las claras que nada era imposible, ni siquiera en aquel momento. Y que en el arte del disimulo, la traición y la mala fe, los Estuardo podían darle lecciones a Borbones y Habsburgo.

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