EL PRECIO DE LA CULPA – Ian Buruma

9788492723430Intelectual multifacético, profundo conocedor de las culturas china y japonesa y estudioso de la interacción entre las civilizaciones oriental y occidental, el holandés Ian Buruma constataba en las décadas finales del siglo pasado un significativo contraste en materia de memoria colectiva: japoneses y alemanes recordaban de modo muy distinto el papel de sus respectivos países en la Segunda Guerra Mundial; un conflicto -¿hará falta el énfasis?- que superó todo lo visto hasta entonces en punto a mortandad y destrucción y cuyos causantes primeros fueron justamente los países en cuestión, socios mayores de la coalición agresora. Mientras la sociedad alemana mostraba indicios de superar la amnesia histórica y moral (la generación de los nietos arrostrando los pecados de sus abuelos), su par japonés seguía sumergido en lo que Alexandre y Margarethe Mitscherlich, un matrimonio de sicoanalistas alemanes, denominaron en los años 60 la “imposibilidad del duelo”, en alusión a la incapacidad de sus compatriotas de procesar su pasado culposo y llorar a las víctimas de sus crímenes. La propia señora Mitscherlich diría en los 90 que el problema de la imposibilidad del duelo ya no afectaba a las generaciones más jóvenes de Alemania. No podía decirse lo mismo de la sociedad nipona, en la que, medio siglo después del final de la guerra, el negacionismo de los crímenes de guerra y de los crímenes contra la humanidad cometidos por el Japón aún era moneda corriente, tanto como el victimismo ocasionado por el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki (en realidad, un factor indisociable de la amnesia japonesa, en la medida que los ataques estadounidenses con bombas atómicas distorsionaron la cuestión de la responsabilidad nipona). 

Ian Buruma (La Haya, 1951) es un académico e investigador abocado al estudio de Oriente y al escrutinio de los estereotipos culturales. Cursó estudios de Literatura e Historia en su patria y de Cine en Japón. Ha trabajado en diversos países de Extremo Oriente y ha alternado sus actividades académicas (en Holanda y Estados Unidos) con el periodismo, colaborando con una variedad de medios de prensa. Es autor de una nutrida bibliografía que comprende títulos como Elementos perniciosos, una historia de rebeldes chinos desde Pekín hasta Los Ángeles (2001), La creación de Japón, 1853-1964 (2003) y Occidentalismo, breve historia del sentimiento antioccidental (2004, con Avishai Margalit). Intrigado por el contraste de marras, Buruma se dio a la tarea de rastrear los modos en que alemanes y japoneses han hecho frente a su pasado en la SGM, procurándose información por medio de entrevistas y examinando una serie de manifestaciones culturales de ambos países, incluyendo películas, programas de televisión, obras literarias y artículos de prensa, así como lo que se ha dado en llamar “lugares de la memoria”: Hiroshima y Auschwitz, sin duda los más emblemáticos. El fruto de su indagación es el libro que nos convoca, un ensayo que tiene mucho de reportaje y que fue publicado por primera vez en 1993, en lengua inglesa. El precio de la culpa fue vertido al castellano recién en 2011; la edición española incorpora un Prefacio y una Introducción que, enjundiosos a su manera, no aportan gran cosa a la actualización del ensayo (cosa que se echa en falta sobre todo en lo relativo al caso japonés).

Buruma percibe en las controversias finiseculares sobre el problema de la “japonesidad” la pervivencia del pensamiento decimonónico alemán, modelo supremo del nacionalismo japonés de viejo cuño (resistente por demás al paso del tiempo). Mientras Alemania relegaba elementos como el autoritarismo prusiano, el nacionalismo romántico y el racismo seudocientífico al cementerio de las antiguallas históricas, en Japón estos elementos –o sus equivalentes- seguían ejerciendo un fuerte influjo en el discurso identitario nacional. A modo de ilustración, el autor refiere el caso de la inauguración del Centro de Estudios Germano-Japonés, en Berlín, en el reconstruido edificio de la que fuera sede de la embajada japonesa ante el Tercer Reich. Corrían los años 80, y la idea japonesa para festejar la ocasión apenas podía ser más inoportuna: un seminario sobre los paralelismos entre el culto sintoísta al emperador y los mitos del Volk alemán; los alemanes, prevenidos de la nostalgia nacionalista japonesa, declinaron cortésmente la propuesta. Buruma pudo comprobar en repetidas ocasiones que a los alemanes les consternaban las afirmaciones que tan gustosamente hacían los japoneses sobre el parecido entre ambas naciones –en los términos aludidos-.

Alemania se empeñaba a la sazón en enterrar su antigua imagen de nación militarista, agresiva y proclive al autoritarismo, proliferando en algunos sectores las actitudes no ya admonitorias sino francamente autoflagelantes en torno al pasado; intelectuales como Jürgen Habermas, Günther Grass y Hans Magnus Enzensberger ejercían como fustigadores de la conciencia nacional, con la aprobación de amplios sectores de la sociedad germana. En Japón, por el contrario, cundía una suerte de revisionismo tendiente a reivindicar no sólo el heroico desempeño de las fuerzas armadas imperiales, sino la motivación presuntamente emancipadora del expansionismo nipón de los años 30 y 40. Japón, solía afirmarse, se había embarcado en una noble empresa de liberación del continente asiático, la que por su escala y dificultad –confrontar a los imperios occidentales suponía, en efecto, un desafío formidable- no podía dejar de acometerse sin incurrir en excesos; las tropelías eventualmente perpetradas por las tropas japonesas no fueron más graves que las registradas por la historia mundial, jalonada de guerras brutales. La circunstancia de que Japón no cargase con la culpa de un programa sistemático de exterminio –un equivalente de la Solución Final- parecía eximirlo de cualquier responsabilidad. De resultas de esto, muchos japoneses tendían un manto de olvido sobre episodios vergonzosos como el saqueo de Manila, la Marcha de la Muerte de Bataán, las matanzas de Singapur, las atrocidades de Birmania y los estragos de los campos de prisioneros, por no mencionar la Masacre o Violación de Nankín, consumada años antes del ataque a Pearl Harbor (a principios de los 90, la política gubernamental consistía de hecho en censurar toda referencia a Nankín y a los crímenes de guerra japoneses en los libros de texto); en cambio, se concentraban en recordar el sacrificio de sus combatientes y el de las víctimas civiles de los bombardeos aéreos. El que Hiroshima deviniese uno de los hitos mayores en la topografía de las calamidades del siglo XX, tan icónico como Auschwitz y Kolimá, contribuyó como ningún otro factor a enturbiar el cuadro general de las responsabilidades morales.

También fue decisiva al respecto la gestión estadounidense en el Japón ocupado. El emperador, aunque obligado a renunciar a su carácter divino, fue mantenido en su puesto. La situación de impunidad de la máxima autoridad del país, jefe de Estado y comandante supremo de las FF.AA., en cuyo nombre se cometieron un sinnúmero de atrocidades, propició la impresión de que los juicios de Tokio habían sido una farsa, y a la larga restó sustento a la atribución de responsabilidad por los crímenes. Por otro lado, EE.UU. impuso al Japón una Constitución que dejaba la defensa del país en manos de la potencia norteamericana, pero el creciente conflicto global con la Unión Soviética motivó a los estadounidenses a permitir el desarrollo bajo cuerda de unas nuevas fuerzas armadas japonesas, en el entendido de que éstas no serían sino un auxiliar del ocupante. En la nueva coyuntura internacional y con su soberanía cercenada, Japón debía ser un aliado de los EE.UU.: una situación de complicidad forzada que en el país disgustó tanto a los sectores conservadores –humillados por la derrota y por la subordinación a los intereses norteamericanos- como a la izquierda japonesa –que sintió defraudado su pacifismo por lo que venía a ser una nueva forma de beligerancia-. La misma distancia cultural entre el vencedor y el vencido, en apariencia una dramática plasmación del eterno conflicto Occidente v/s Oriente, prestó aliento al rechazo de la acusación sobre la culpa japonesa como simple propaganda norteamericana, pero también a una contumaz sensación de agravio: décadas más tarde, la idea de que la ocupación estadounidense había socavado la identidad y el orgullo nipones trascendía las divisiones partidistas y de clase. Un dato revelador sobre el trauma de la guerra en Japón es que, según informa Buruma, las controversias en torno a la guerra asiática tienen lugar fuera del ámbito académico, dando pie a la gestación de un cúmulo de teorías estrafalarias que carecen del aval de historiadores profesionales (quienes se abstienen también de refutarlas).

En cuanto a Alemania, Buruma arguye que la acelerada recuperación económica de la parte occidental y su integración en el boyante bloque capitalista sustrajo a la derrota la semilla del resentimiento, pero también surtió el efecto de un anestésico moral. El que las prioridades estadounidenses girasen de la desnazificación, pronto abandonada, a la reconstrucción de un país que haría de antemural frente al nuevo adversario “asiático”, la URSS, favoreció la disociación sicológica con el Holocausto y demás crímenes alemanes. Ilusoriamente irreprochables y “normalizados”, con las atrocidades de la guerra vueltas un tabú, los ciudadanos de la República Federal de Alemania se identificaban ahora con los vencedores del pasado conflicto, en particular con el triunfante Occidente: cosa que para los alemanes, europeos después de todo, debía ser mucho más fácil que para los japoneses. Ninguna de las tentativas autóctonas por horadar el muro de conformidad y autocomplacencia llegó a prosperar verdaderamente; sería una producción hollywoodense transmitida en la RFA a fines de los años 70, la serie de televisión Holocausto (basada en la novela homónima de Gerald Green) la que calaría la conciencia alemana, ayudando a descorrer el velo de la desmemoria. La reacción, ciertamente, no fue unívoca; también los hubo que descalificaron la serie como fruto de la manipulación judía. Pocos años después, en 1984, se estrenó la serie Heimat (“Patria, terruño”), recibida con el beneplácito de aquellos que pensaban que productos como la serie Holocausto despojaban a los alemanes de su propia narrativa nacional. Ambientada en la década de los 30, la serie mostraba la vida de una ficticia localidad renana, y estaba impregnada de nostalgia por el mundo rural y los valores tradicionales; fuera de aparecer algunos nazis, las enormidades del nazismo apenas se insinuaban. No resulta un despropósito entender la realización como un intento de insertar la cotidianeidad de la época en los parámetros de la normalidad, como queriendo significar que, en aquellos días, no todo era desmesura o perversidad. (Casualidad o no, sucedía por entonces que una corriente historiográfica alemana demandaba la “historización” del período nazi, apuntando al sustrato de normalidad social que presuntamente se descubría al rascar la superficie de la época, anómala y violenta.)

Por otra parte, en la República Democrática Alemana la situación se tiñó de ambivalencia, amén de que el pasado nazi fungiera como mecanismo de legitimación favorito del régimen comunista. En la medida que el número de ejecuciones de dirigentes nazis superó por mucho el de la RFA, el gobierno podía jactarse de haber llevado a cabo un proceso de desnazificación verdaderamente radical; lo cierto, empero, es que los antiguos mandos medios del régimen hitleriano fueron asimilados sin grandes dificultades por la nueva administración. La transición política en la RDA tenía menos de rupturista y más de continuista de lo que pregonaba la verborrea antifascista. En cuanto al problema de la culpa, en la RDA ocurrió lo que en todo el bloque comunista: el tema del Holocausto fue soterrado bajo el de los padecimientos generales provocados por la agresión fascista, escamoteándose la identidad específicamente judía de las víctimas del genocidio. La guerra se interpretaba en los términos de la lucha de clases, no de la lucha entre naciones o etnias (cosa coherente con la ortodoxia comunista, que veía en el Tercer Reich la última y más violenta fase del capitalismo). Por si fuera poco, la mitología de la resistencia comunista al fascismo, ingrediente fundacional del régimen germano-oriental, se erigía en recurso exculpatorio idóneo: la RDA era hija de la Resistencia, ¿qué culpa iba a cargar?

Mientras concebía su libro, Buruma pudo observar que muchas de las reacciones ciudadanas a la Guerra del Golfo (1991) en Alemania y Japón obedecían a un patrón similar: la guerra era rechazada per se, en nombre de un pacifismo a ultranza que, en determinados sectores de ambas naciones, llevaba a identificar las motivaciones estadounidenses y de sus aliados con las de Hitler y los imperialistas japoneses. Para los críticos de esta laya, el distingo entre gobernantes como Bush y Hitler y entre conflictos acaecidos con medio siglo de diferencia carecía de sentido. «Demasiada historia metida en un solo saco», afirma Buruma. Más bien parecía que japoneses y alemanes aprovechasen la menor oportunidad para ejercer, por una vez, de acusadores. Añade el holandés lo siguiente:

«El rechazo de la discriminación histórica no sólo es una manera de eludir el sentimiento de culpa. Es algo intrínseco al pacifismo. El mero hecho de distinguir entre guerras y de reconocer que algunas están justificadas ya es [para el pacifismo] una posición inmoral. Lo que resulta particularmente conveniente en los casos de Alemania y Japón es que el pacifismo acaba siendo una manera magnánima de mitigar el dolor de la culpa histórica. O, a la inversa, si uno se revuelca en él, el pacifismo transforma la culpa nacional en virtud, y casi en sello de superioridad, en comparación con la autocomplacencia de otras naciones. También puede ser causa de miopía histórica».

En suma, el de Ian Buruma es un libro que encarece el ejercicio de la memoria histórica y que invita a la reflexión.

– Ian Buruma, El precio de la culpa. Cómo Alemania y Japón se han enfrentado a su pasado. Duomo Ediciones, Barcelona, 2011. 399 pp.

[tags]Ian Buruma, Hiroshima, Auschwitz, sociología, culpa[/tags]

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11 comentarios en “EL PRECIO DE LA CULPA – Ian Buruma

  1. Urogallo de las islas dice:

    ¡Pardiez! Un libro para desentrañar los misterios de Oriente.

  2. APV dice:

    Interesante. Es muy curioso la diferencia en la percepción de la época por los participantes.

    Sería deseable una ampliación a otros partícipes que también adoptaron una memoria propia.

    Siempre fue muy curiosa la autovisión que se dieron los italianos: estábamos en el bando de los malos pero como eramos malos haciendo de malos no eramos tan malos.

  3. Rodrigo dice:

    Cada uno tiene sus trapitos sucios que esconder…

    El libro es de veras interesante, y harto menos denso de lo que pudiera parecer (sobre todo por lo escabroso del tema). Como apuntaba arriba, tiene mucho de reportaje, por la forma en que Buruma recoge datos, testimonios y opiniones de muy distinta laya, sin por esto derivar en la trivialidad. En conjunto, una lectura muy fluida.

  4. Rosalia dice:

    ¡Ufff, qué resña tan buena! ¡Y qué tema tan enjundioso!
    Gran altura intelectual comparte autor y comentarista, sí señor.
    Desde luego, es un libro de obligada lectura para los interesados en el pensamiento político y social del s. XX.

    Muchas gracias, Rodrigo, por compartirlo con nosotros.

  5. Rodrigo dice:

    Pues gracias por tu entusiasta recepción, Rosalía.

  6. ARIODANTE dice:

    Rodrigo, una excelente reseña y un tema muy, pero que muy interesante. No conocía nada de Buruma. Entiendo que al decir que está escrito más como reportaje, no avanza tesis propiamente, sino que describe situaciones, recopila y muestra datos, que a veces son más ilustrativos que una tesis. ¿O desarrolla alguna?

  7. Rodrigo dice:

    No, en rigor no es un libro de tesis. Pero tampoco es un libro de contenido puramente descriptivo, ni simplemente narrativo. Diría que es un trabajo de síntesis: Buruma recoge una variedad de materiales, los analiza y los amalgama a fin de obtener una visión coherente de la cuestión. Un libro que abunda en ideas, ciertamente, y escrito con sentido crítico. Además muy ameno, en la medida que puede serlo en vista del tema.

    Gracias, Ario.

  8. ARIODANTE dice:

    Pues habrá que echarle un ojo…

  9. Rodrigo dice:

    Mira, Ario, acabo de recordar que Buruma es autor de un libro titulado Anglomanía. Una fascinación europea, publicado años atrás por Anagrama. Nunca me decidí a comprarlo…

    A lo mejor te interesa, mi anglófila contertulia.

  10. Jose Sebastian dice:

    Felicidades, una vez más, Rodrigo por tan magnífica y completa reseña. El libro de Buruma tiene muy buena pinta. Me ha hecho recordar «El trauma alemán» de Gitta Sereny, y «El Holocausto asiático» de Laurence Rees.

    Saludos

  11. Rodrigo dice:

    Sí, el de Rees en particular lo tuve muy presente cuando escribía la reseña. En lo que toca al caso japonés, es un buen complemento para el libro de Buruma.

    Gracias, José Sebastián.

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