EL NADADOR DE PAESTUM. JUVENTUD, EROS Y MAR EN LA ANTIGUA GRECIA – Tonio Hölscher

“Contemplar todo desde las alturas, tal vez con un ligero vértigo. Después, la decisión. Respirar hondo, saltar, un instante eterno de caída. Volar y zambullirse, sin sentir el suelo bajo los pies. Una entrega absoluta a los sentidos; el aire por todo el cuerpo; después el agua, que arrebata el aliento y la percepción. Y, finalmente, emerger, sacudirse el agua y frotarse los ojos. Subir a suelo firme, regresar junto a los seres humanos”.

En junio de 1968, en la pequeña excavación de una necrópolis de más de 2500 años de antigüedad, en un lugar al sur de la antigua ciudad griega de Posidonia conocido como Tempa del Prete, el arqueólogo Mario Napoli hizo un descubrimiento extraordinario: una tumba cuyas paredes interiores, de dura piedra caliza, se hallaban pintadas con frescos magníficamente conservados. Se trataba del primer hallazgo de pinturas griegas de gran formato hecho jamás.

Hay que decir que pocos años después, en 1977, el arqueólogo Manolis Andronikos halló en la necrópolis de la antigua capital macedonia de Egas (la actual Vergina), un túmulo mortuorio de mediados del siglo IV a.C. con varias tumbas reales en su interior (¿son los restos de Filipo II los que se hallan allí enterrados?), y cuyas paredes están decoradas con frescos en un aceptable estado de conservación.

Volviendo a Posidonia: esta fue una ciudad griega situada en la costa oeste de la parte meridional de la península itálica. Como en el caso de muchas otras colonias griegas, su origen nos es conocido: a principios del siglo VII a.C. habitantes de la región peloponesia de Acaya navegaron hacia occidente y arribaron a Italia, donde fundaron la colonia de Síbaris. Tiempo después, fueron los sibaritas quienes decidieron fundar por sí mismos una ciudad a unos 140 kilómetros al noroeste, también junto al mar, como la propia Síbaris. Tal vez para honrar al dios marino y ganarse su protección, la llamaron Posidonia. En el siglo III a.C. los griegos de Posidonia, descendientes de los sibaritas y en último término de los aqueos, vieron cómo su ciudad quedaba incluida en el territorio dominado por la poderosa Roma. Su nombre cambió y pasó a llamarse Paestum.

El hallazgo de 1968 trajo de nuevo a la actualidad un yacimiento que contaba con más de 200 años de historia (fue Carlos III, mientras era rey de Nápoles, quien ordenó realizar las primeras excavaciones en Paestum). Arqueólogos, antropólogos, investigadores y helenistas comenzaron a buscar explicación para los motivos de las pinturas del interior de la tumba, unas pinturas que se asoman a un espacio cuadrangular cerrado de 1’93 x 0’96 x 0’79 metros. Lo que se representa en ellas es: en las paredes laterales, diversas escenas de un típico simposio griego, en el que varios hombres disfrutan de la música, la bebida y la compañía mutua; y en la losa que cubre el sepulcro, un hombre que acaba de lanzarse de cabeza al agua desde una plataforma elevada. Esa pintura es la que da nombre al hallazgo: la Tumba del Nadador (en italiano, Tomba del Tuffatore).

Las escenas de las paredes no parecen encerrar ningún misterio: se trata de un simposio; aunque el porqué de su ubicación (el interior de una tumba) se antoja extraño. En cuanto a la imagen de la inminente zambullida del hombre en el agua, hay acuerdo en interpretarla desde un punto de vista escatológico: se trata de una metáfora del tránsito que supone dejar la vida y adentrarse en la muerte. De acuerdo con el consenso general, la escena, de connotaciones órficas y pitagóricas, simboliza un rito de paso: el de la entrada del difunto en el reino de Hades. Por ejemplo, el eminente arqueólogo y experto en arte griego, el italiano Paolo Moreno (fallecido hace poco más de un año), afirmó:

El lugar desde el que ha saltado no es un simple trampolín, sino la señal puesta por Hércules en el límite del mundo habitado, la roca de Gibraltar, como aparece en algunas representaciones de vasos. A la cotidianidad de la práctica deportiva se añade la alusión al destino del fallecido. El alma cruzará el océano hasta las islas de los buenos.

Paolo Moreno, Pintura griega. De Polignoto a Apeles (Madrid, Mondadori, 1988).

Más de 50 años después del descubrimiento, y con esta interpretación escatológica firmemente asentada, el profesor emérito de Arqueología Clásica Tonio Höschler,  de la Universidad Ruprecht Karl de Heidelberg, ha publicado un librito de poco más de 160 páginas en el que vuelve a traer a debate el significado de la zambullida del Nadador de Paestum. La obra está dedicada a sus alumnos, lo cual podría hacer pensar en primera instancia que se trata del canto de cisne de Höschler: profesor emérito, investigador octogenario, acaso ha escrito este pequeño ensayo como solaz en su vejez, de modo que la tumba de Paestum no es más que una excusa para hablar de lo que el autor tenga a bien contarnos, la juventud, la adultez, el arte, el amor, el mar, la vida, la muerte… Nada más lejos de esa idea: Höschler no ha escrito el libro de cara a la galería, sino que tiene algo que decir, y algo importante: el alemán nos presenta una nueva interpretación de los frescos de Paestum, una nueva respuesta, un nuevo significado.

Nuevo y, sin embargo, tal vez sea algo que ha estado siempre en la mente de todos pero nadie se atrevió a formular. Comienza argumentando Hölscher que los ornatos y objetos que se pueden encontrar en las tumbas de los griegos (y la de Paestum lo es, pues está datada en torno al 480 a.C.) no necesariamente han de estar ligados a lo escatológico. Es más: los griegos (y en esto se recoge una manera de pensar que ya sostuvo Goethe) gustaban de adornar sus sepulcros con motivos de vida:

Con vida adornaba el pagano sarcófagos y urnas.
(…)
Así la abundancia vence sobre la muerte; y las cenizas, ahí dentro,
en su región silenciosa, parecen disfrutar aún de la vida”.

Goethe, Epigramas venecianos, 1.

En cuanto al agua, el autor se vale de numerosos ejemplos tanto geográficos como de cerámicas griegas (único soporte donde se ha conservado el arte pictórico griego, al margen de la Tumba del Nadador) para mostrar que la representación de escenas natatorias es frecuente, y que estas siempre se hallan insertas o transmiten una sensación lúdica o festiva en medio de un ambiente homoerótico (aunque el mar también juega en el ámbito femenino un papel destacado). El mar era un elemento importante en el mundo griego, y su presencia era cotidiana. En aparente contradicción con ello, los griegos no concedían valor a saber nadar o bucear, ningún juego atlético (Olimpia, Nemea, Delfos, Atenas, Corinto) contemplaba competiciones acuáticas. Nadar no era ningún mérito, no añadía ningún plus al individuo, justo (y paradójicamente) porque era algo que tenía mucho valor, un valor que radicaba en lo obvio: todo el mundo debía saber desenvolverse en el medio marino. “No sabe leer ni nadar”, reza un antiguo dicho griego: si las letras eran la alfabetización de la mente, nadar era la del cuerpo. Saber nadar era algo lógico, era necesario, era evidente.

Como evidente es el significado del Nadador de Paestum. Para Höschler, el Tuffatore es exactamente lo que parece: un individuo, quizá el difunto (aunque no lo podemos saber) que se lanza al mar. No hay nada escatológico, nada oscuro, nada simbólico en la escena (o sí: luego lo veremos). Al hilo de esta idea, el autor da un breve pero lúcido (y eminentemente germánico) repaso a la imagen que de los griegos se ha tenido en el occidente civilizado desde el siglo XVIII, cuando emergió en toda Europa un sentimiento de admiración por Grecia y por lo griego. Así, los alemanes Wincklemann, Goethe o Schiller defendieron que los griegos eran seres racionales que afirmaban la vida; más tarde, se les reconoció un reverso oscuro, extático e irracional, más orientado hacia la muerte (Burckhardt, Bachofen, Nietzsche); y ya en el siglo XX, y en especial gracias al también alemán Walter Burkert, se ha subrayado el aspecto violento y místico de las creencias religiosas griegas. La línea, pues, ha tendido hacia el oscurantismo; en oposición, la interpretación de Höschler pretende recuperar la idea de luminosidad y apego a la vida que Goethe reflejaba en sus escritos sobre los griegos.

No hay, pues, nada simbólico en la escena de la zambullida. Y si lo hubiera, desde luego no tendría un sentido escatológico sino que se trataría más bien, recalca el autor, y es la única concesión de Höschler al intento de hallar una interpretación simbólica, de algo relacionado con los ritos de paso de la juventud a la edad adulta. El mar, afirma, tuvo un papel importante en estos ritos, tanto en el caso de varones como de doncellas, y el autor dedica bastantes páginas a hablar de la juventud griega y a cómo era entendido el paso a la edad adulta. El joven Teseo, por citar un ejemplo, emergió adulto tras lanzarse al mar en busca del anillo que arrojó al agua el rey Minos. La obra del emérito alemán también ofrece respuesta a cuestiones sencillas (o tal vez no tanto), como la de qué sentido tiene decorar una tumba que va a ser sellada y no va a contemplarse nunca más (al contrario que las vecinas tumbas de gran tamaño que empleaban los etruscos, que se abrían cada vez que había que incluir en ellas a un fallecido de la estirpe familiar).

El pequeño pero gran libro de Höschler se lee con deleite; es un texto dirigido al gran público (pero no al público desinteresado de todo, sino al curioso que se place en cultivar el sentido crítico), cuya brevedad no debe llamar a engaño: no se trata de un libro denso, pero tampoco ligero. No está escrito, como se dijo más arriba, de cara a la galería. Especial mención merecen, por desgracia (digo por desgracia porque siempre debería ser así) los pies de las numerosas fotos que ilustran el libro: título, descripción, ubicación, datación y procedencia. Cuando se trata de obras de arte, clásicas o no, esos datos mínimos constituyen una información básica que se le ha de ofrecer al lector, a quien se le supone interesado en lo que está leyendo. Hay que decir también que el libro concluye con un anexo en el que se desmenuza la base bibliográfica que se ha empleado para redactar cada uno de sus capítulos, y aquí sí puede afirmarse que el autor sube un poco (solo un poco) el nivel de exigencia al lector. Interesantísimos los títulos que allí se mencionan, indicando cuando procede si existe traducción al castellano.

La obra, por tanto, ofrece una lectura breve pero atractiva, invita a reflexión, y abre el apetito a un eventual viaje al Museo Arqueológico Nacional de Paestum para contemplar in situ, libro en mano, los frescos.

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Tonio Hölscher, El nadador de Paestum. Juventud, eros y mar en la antigua Grecia. Barcelona, Edhasa, 2022, 168 páginas.

     

10 comentarios en “EL NADADOR DE PAESTUM. JUVENTUD, EROS Y MAR EN LA ANTIGUA GRECIA – Tonio Hölscher

  1. Farsalia dice:

    Un delicioso librito, vale mucho la pena; y debía tener reseña en Hislibris, que se engrandece un poco más con estas recensiones. Bravo, Cavilius.

  2. Iñigo dice:

    Un libro que espero recibir en breve y reseñar tras leerlo. Pinta ser una delicia, solo con ver el tema qie trata… Ojalá escribieran más de estos. Le hace a uno enamorarse de la historia y todo lo relacionado con la antiguedad. Bravo Cavi.

  3. cavilius dice:

    Gracias, gentes. Pasen, pasen y vean. Por la reseña, por los comentarios y hasta por Paestum para ver las pinturas.

    El libro, en efecto, es de los que da gusto leer.

  4. Iñigo dice:

    Acabo de recibir el libro… A primera vista es una auténtica delicia de edición. Creo que lo voy a disfrutar.

  5. Valeria dice:

    Mi próxima compra. Porque, además, por una vez puedo decir: Valeria estuvo allí (en el Museo Arqueológico de Paestum). Las pinturas que se conservan en ese museo fueron un descubrimiento maravilloso.

  6. Iñigo dice:

    Si Valeria estuvo allí, Hislibris estuvo allí. ;-)

  7. David dice:

    Gracias por la reseña. Estuve a puntito de comprarlo en un reciente viaje a Madrid, en la Antonio Machado, pero al final me decidí por otro libro. Después de leer la reseña, lo voya buscar aquí en Valencia y va a caer seguro. Saludos.

  8. cavilius dice:

    Gracias a ti por leerla.

    Es un librito pequeño por fuera y grande por dentro.

  9. Iñigo dice:

    Doy fe. Lo acabo de terminar y es una joyita muy golosa… A mí me recuerda un tanto el estilo de este autor a la sensibilidad que muestra en sus libros nuestro gran Carlos García Gual

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