EL LIBRO NEGRO – Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg
«Hablar en nombre de los que callan y ya nada pueden decir». Vasili Grossman
Qué duda cabe: en cuestiones como el Holocausto, las cifras importan. Documentan la escala y las dinámicas del genocidio. E impactan por sí mismas, naturalmente, pero… Las cifras desnudas, los números de víctimas habidas en las matanzas de judíos orquestadas por los nazis, aunque impresionan, no lo dicen todo. Por su misma índole abstracta, esas atroces magnitudes (10 mil muertos en tal ciudad, 33 mil en aquella otra, 200 mil muertos en tal o cual campo de exterminio) escamotean una parte sustancial de lo ocurrido y, aparte de difuminar la individualidad de las víctimas, tienden un velo de frialdad y distancia ante el horror. Son los testimonios lo que nos aproxima a la humanidad de las víctimas, pero también a la cruda realidad del crimen. Los testimonios de los supervivientes y de los testigos de los hechos nos permiten atisbar un algo de lo que en general nos resulta demencial, ajeno a todo parámetro de normalidad e inasequible por tanto a la comprensión –tan demencial que puede mover a incredulidad y escepticismo-. Acaso en esto resida el mérito principal de una recopilación de testimonios y documentos como El libro negro, editado en los años 40 por un equipo dirigido por los escritores soviéticos Ilyá Ehrenburg y Vasili Grossman e inédito hasta hace poco en castellano. Su mérito principal, decía, pero también su justificación mayor y su reclamo de actualidad, décadas después de que se vetara su publicación en la Unión Soviética.
Lo antedicho remite a los objetivos a que obedecía originalmente El libro negro, cosa que a su vez nos lleva –someramente- a la ajetreada historia del libro, debidamente reseñada en su Introducción (ver también La Unión Soviética y la Shoah, de Antonella Salomoni). La idea de publicar una recopilación de testimonios sobre el exterminio de ciudadanos soviéticos de origen judío a manos de los nazis pertenece a Albert Einstein y el Comité Estadounidense de Escritores Judíos. Fueron Einstein y los escritores Sholem Asch y Ben Zion Goldberg quienes formularon en 1942 la propuesta del libro al Comité Judío Antifascista (CJA), fundado en la URSS al calor de la guerra con la Alemania hitleriana. Una vez iniciado el trabajo de compilación de materiales, que inicialmente irían desde relatos de supervivientes y testigos oculares hasta fotografías, pasando por diarios de personas recluidas en los guetos, órdenes de exterminio, informes de unidades partisanas y otros, el proyecto de publicación demostró ser extraordinariamente complejo, y estuvo sujeto a los vaivenes de la situación nacional e internacional. Se publicarían distintos volúmenes en diversos países, para lo cual se organizaron dos comisiones editoriales, una de ellas adscrita al CJA y orientada a la publicación en el extranjero, la otra, una comisión literaria dirigida por Ilyá Ehrenburg (a quien luego se sumó Vasili Grossman en dicha función). A las múltiples dificultades conexas al trabajo de compilación se añadieron las diferencias metodológicas y conceptuales entre Grossman, que apostaba a una reelaboración literaria de los manuscritos recibidos –a objeto de dar voz a los muertos-, y Ehrenburg, que prefería reducir al mínimo la intervención editorial de los textos seleccionados. Como fuere, el “libro negro” del genocidio debía satisfacer los objetivos de denunciar la naturaleza criminal del nazismo y proporcionar material de respaldo a la acusación de dirigentes nazis en los juicios previstos para el final de la guerra, además de servir de monumento conmemorativo de las víctimas.
La elaboración del libro estaba en 1945 muy avanzada pero la publicación del mismo enfrentó serias dificultades, y el proyecto acabó enredado en los vericuetos de la burocracia soviética y las suspicacias del Kremlin con respecto a la edición estadounidense. Hubo un momento en que Ehrenburg rompió con el CJA y se distanció del proyecto, aunque nunca dejó de ilusionarse con su puesta a punto. Fue el reputado hombre de teatro Solomon Mijoels, dirigente de un agónico CJA –a punto de ser suprimido por Stalin- quien protagonizó en 1947 la tentativa postrera de superar el veto impuesto por la censura, sin éxito. La prohibición de El libro negro se sostuvo fundamentalmente en dos reparos: por un lado, muchos de los testimonios daban cuenta de la participación de ciudadanos soviéticos en la ejecución de las matanzas, muy especialmente en Ucrania; esto representaba un obstáculo a los afanes del Kremlin de conciliarse con las minorías importantes de la población –tal la ucraniana- y de presentar al mundo el mito de un país unido sin fisuras en su lucha contra el agresor alemán, en lo que –con evidente intención propagandística- se denominó la Gran Guerra Patriótica. Por otro lado, y relacionado con lo anterior, la retórica oficial del régimen, afecta a la imagen monolítica de la URSS y de sus muertos en la guerra, no admitía la publicidad de la identidad específicamente judía de las víctimas del genocidio; conforme la gráfica expresión de Timothy Snyder, «en la Unión Soviética de la posguerra, los obeliscos conmemorativos no podían exhibir estrellas de David… solo estrellas rojas de cinco puntas» (v. Snyder, Tierras de sangre).
De todos modos, El libro negro cumplió en parte con sus fines previstos. En efecto, una copia del manuscrito provisoriamente preparado por Ehrenburg fue remitida a la representación soviética en los juicios de Nuremberg. Aparte esto, el libro sería publicado por primera vez en 1980, en Israel, en una edición que se sirvió de una de las diez copias expurgadas que las autoridades soviéticas enviaron al extranjero en 1946. Como ocurrió con otros libros censurados en la era soviética, El libro negro fue publicado en Rusia tras el desmoronamiento de la URSS, en 1993. La edición en castellano se basa en la versión de 1947, finalmente prohibida por la censura. Incluye fragmentos purgados o enmendados por ésta y materiales extraídos del Archivo Estatal de la Federación rusa, seleccionados por el investigador Ilyá Altman, responsable de la edición rusa de 1993. Los textos que lo componen son de naturaleza variopinta y de muy diversa extensión: desde escuetos párrafos hasta escritos de varias decenas de páginas. Pertenecen a tres categorías. Una es la de los testimonios de supervivientes y testigos oculares en forma de cartas, diarios y transcripción de relatos. Otra es la de las crónicas o reportajes debidos a diversos escritores soviéticos, redactados a requerimiento del comité editorial y basados principalmente en declaraciones, manuscritos recibidos por el comité y consultas a informes forenses. Por último, un apartado poco voluminoso reproduce extractos de documentos alemanes y declaraciones de militares de la misma nacionalidad. Cabe señalar que al pie de cada texto consta el nombre de su respectivo editor, o editores.
El prólogo del libro es obra de Vasili Grossman, a quien se debe también un excelente reportaje sobre el campo de exterminio de Treblinka. Un versión más completa de este texto fue publicada en 1944 en el periódico del Ejército Rojo, Estrella Roja, bajo el título de El infierno de Treblinka; también consta en el libro Años de guerra, recopilación de escritos del propio Grossman (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010). El autor de Vida y destino es representativo del fenómeno de los judíos rusificados que retornaron a sus raíces étnicas y religiosas a partir del antisemitismo homicida de los nazis. (El de Ehrenburg es un caso similar, con la salvedad de que la identificación de éste con el discurso soviético fue incomparablemente mayor que la de Grossman.) La propia madre del escritor, Ekaterina Grossman, se contó entre los miles de judíos de la ciudad ucraniana de Berdichev asesinados por los nazis, en 1941. En La matanza de Berdichev, el capítulo más sentido del libro Un escritor en guerra (sobre la experiencia de Grossman en la Segunda Guerra Mundial, editado por Antony Beevor y Luba Vinogradova), sabemos de la conmoción sufrida en 1944 por Grossman cuando pudo comprobar en terreno el alcance de los informes preliminares acerca del exterminio de judíos en Ucrania. Casi tres años de ocupación alemana –y de colaboracionismo ucraniano- habían acabado casi por completo con una densa población de origen judío; lo peor para el escritor fue ver confirmadas sus más sombrías sospechas sobre el destino de su madre. Los lectores de Por una causa justa y de Vida y destino reconocerán en Anna Shtrum y su aciago final la caracterización de Ekaterina Grossman; es el homenaje del escritor a su madre, asesinada en el curso de uno de los episodios más negros de la historia.
Tratándose de textos como los reunidos en El libro negro, que poco escatiman en su documentación del horror, lo cierto es que los calificativos se quedan cortos. Pocas veces puede uno experimentar con tanto rigor el motivo de la insuficiencia o el desgaste del lenguaje; todo lo que se diga al respecto suena a trillado. Reducido a cierta impotencia, no le queda a uno más remedio que recurrir a lo conocido… El libro negro es, pues, una publicación estremecedora, un testimonio devastador, una lectura desgarradora. Cumple a cabalidad con una de las premisas sentadas por los editores, a saber, que
«Los hechos desnudos son capaces de estremecer la conciencia de los hombres más que los adjetivos o las acusaciones» (p. 651).
– Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, El libro negro. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2012. 1226 pp.
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Reseña de lujo para un libro que lo merece. La primera vez que descubrí este inmenso trabajo fue en la obra que has mencionado anteriormente escrita por Antonella Salomoni, cuando lo vi en las librerías españolas no dudé en hacerme con él. No lo he leído todavía, pero creo que tal y como señalas en tu reseña estamos ante una ocasión única de escuchar a aquellos que nunca podrán hablar. La historia del libro tiene también su miga, la URSS no aceptó la especificidad del genocidio Judío, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas murieron ciudadanos soviéticos y sólo soviéticos, todos muertos en la Gran Guerra Patria. Además tampoco parece que la idea de sacar a la luz la colaboración de bielorrusos o ucranianos en las matanzas fuera del agrado del dictador Stalin.
Por cierto Rodrigo, y al hilo del libro que has reseñado, he comprado este libro hace unos días, seguro que te interesaría: “Collaboration in the Holocaust: Crimes of the Local Police in Belorussia and Ukraine, 1941-44”, de Matin Dean. Yo lo tengo en edición francesa, pero dejo el título en inglés para todo aquel interesado.
Un saludo.
Gran reseña, sin duda.
Supongo que no tendrá nada que ver pero por el título me recuerda a la película «El libro negro» de Paul Verhoeven, sobre la ocupación nazi de Holanda y la persecución a los judíos de allí, así como la labor de la resistencia holandesa y el comportamiento de la población civil hacia los judíos (desde ayudarlos algunos a delatarlos otros).
La reseña es apenas normalita, especialmente para libro como éste, pero se agradece, compañeros.
Gracias también por los datos, David, Vorimir. Seguiré la pista tanto al libro como a la película.
Tiene que ser muy interesante y al mismo tiempo curiosa su lectura y que no debe faltar en la biblioteca de los interesados en estos temas tan sugestivos. Debe de formar parte conjunta e inseparablemente con el Libro Negro del Comunismo y su no desdeñable cifra de 100 millones de muertos (por todos los conceptos, no solo económicos, aunque el Holodomor (significa matar de hambre) ucraniano fue espeluznante; o las fosas de Katyn, por cierto, masacre atribuida durante muchos años a los nazis; o la persecución atroz por Stalin de homosexuales, véase al respecto las obras del historiador Fernando Paz) para poder apreciar en toda su virulencia el totalitarismo que enarbolado por ambas ideologías, en este caso la comunista, irrumpieron dramáticamente en el siglo pasado causando la muerte, la desdicha y el terror de millones de europeos. No obstante, permítaseme señalar, no puede ignorarse los orígenes espurios de la meritada obra, de indudable carga propagandística dada la militancia política comunista de sus autores. Es como si rescatásemos para la lectura decenios de años más tarde de su alumbramiento una obra parecida y salida de las plumas de los más destacados escritores de cabecera de Joseph Goebbels o Heinrich Himler. La verdad es que el comunismo, los comunismos, practicaron sistemáticamente genocidios variados y que incluso sobrepasan en horror y monstruosidad a los cometidos por los hitlerianos, que ya es “mérito” En resumen, que pocas lecciones de honestidad y moralidad pueden dar, pongamos por caso, un violador convicto y confeso. Y esta obra se hace merecedora de ciertas advertencias.
Recopilatorios de este tipo ya habían surgido en la I Guerra Mundial ( caso de las atrocidades reales, supuestas y las más de las veces, exageradas en Bélgica ). Por lo tanto, existian precedentes de estas obras de denuncia y/o propaganda.
Curiosamente, los nazis publicaron en 1940 una amplia obra que recopilaba las medidas represivas tomadas por los polacos contra la minoría alemana en Prusia Occidental-Poznania en los años 30, y muy especialmente las matanzas y abusos sufridos por esa minoría en septiembre de 1939, en casos como los sucesos acaecidos en Bromberg. Algunos polacos fueron juzgados por los tribunales militares de ocupación, sentenciados como criminales de guerra y ejecutados a resultas de aquellos hechos.
Hay que ver las vueltas que dá la vida.
Si hasta resulta gracioso, ¿no?
Pero claro, motivos para banalizar y divertirse los hay para todos los gustos. Otra cosa es que uno quede retratado por éstos.
Gracioso no. Una atrocidad siempre es una atrocidad, y por lo tanto despreciable e indigna. Pero no por ello deja de haber casos irónicos. El perseguidor de un día es el perseguido al siguiente, y a la inversa. Esa situación ocupa muchas páginas de la historia humana.
Sí, no dudo, y de hecho fue el principal motivo para la no publicación de este libro en su momento, que la intención inicial fuera utilizar este trabajo por el Buró soviético como fuente de propaganda frente al nazismo y al fascismo, pero precisamente contra esta intento de manipulación se luchó desde el principio para poder ofrecer en su justa medida el genocidio Judío en la URSS. La colaboración manifiesta de bielorrusos, ucranianos, etc.. en las matanzas junto a los alemanes era algo que no podía tolerar el estalinismo, de ahí que su publicación no acabara de ver la luz hasta los años 80, y aún así no fue del todo la original. Hoy en día podemos leer todos los relatos tal y como fueron recogidos para su inicial publicación. Creo, que independientemente de la perversidad del comunismo totalitario, el Holocausto Judío en la URSS y Polonia fue de tal magnitud que no podemos obviar este terrible hecho con las posibles utilizaciones propagandísticas del mismo por parte de los mencionados estalinistas. Cada cosa en su sitio.
Un saludo.
Hola a todos y gracias por estar ahí haciendo esta fabulosa página.
La verdad es que no seré yo quien no deje de indignarme en todo momento por el Holocausto, pero este libro y las formas de investigación histórica que en algunos casos se han hecho sobre aquel genocidio en masa, supongo que podrá ser puesto en duda. Si tenemos en cuenta que la Segunda Guerra Mundial acabó en el 45, así como la intensidad de los crímenes y desmanes de los nazis en la Unión Soviética, es mas que dudosa la fiabilidad de este texto si ya estaba acabado en el 47 pues, a mi humilde entender, se hubiera necesitado mucho mas tiempo y muchísimas más páginas. No quiero que ser nombrado Héroe del Estado de Israel si pruebo que las víctimas judías producidas por los alemanes fueron 6.000.001 y, un revisionista peligroso, si defiendo que fueron 5.999.999. No, ahí no quiero entrar.
No por ello le quito su mérito como fuente histórica, faltaría más. De hecho lo compré cuando salió, pero aún no lo he leído, pero tampoco quiero que se descatalogue sin haberlo hecho. También nuestra «Causa General» es una fuente histórica para conocer lo que pasó en un solo bando de nuestra Guerra Civil pero, como decimos los abogados, en mi caso con casi 30 años de ejercicio, no deja de ser un testimonio de una sola parte, jamás sometido a contradicción alguna y, tan solo por ello, con claras sospechas de haber sido manipulado.
Un par de detalles importantes: Grossman no era comunista, y ni siquiera en los días de su compromiso con el régimen soviético fue un verdadero estalinista. En su novela Por una causa justa minimizó deliberadamente el papel de Stalin y del partido comunista en la guerra, lo que le valió durísimas críticas en la prensa. Su obra magna, la novela Vida y destino, fue prohibida por la censura, y si hemos tenido la fortuna de conocerla es porque una de sus copias sobrevivió casi de milagro. Una medida nada irrelevante de su escasa representatividad del discurso oficial es que el escritor y su obra fueron terminantemente repudiados por comunistas recalcitrantes y nacionalistas rusos, a fines de los 80, cuando Vida y destino y Todo fluye fueron publicados por primera vez en la URSS. Por otra parte, el alineamiento de los intereses del Comité Judío Antifascista con los del Kremlin nunca fue absoluto, pues en el CJA prevaleció la denuncia del antisemitismo y de los crímenes del nazismo por sobre la irrestricta defensa del comunismo. Los dirigentes del CJA procuraron reservarse todo el margen de independencia que les permitían las circunstancias, incluyendo unos muy heterodoxos contactos con los Estados Unidos, y supieron por esto granjearse las sospechas del gobierno. El secretario del CJA, Solomon Mijoels, fue asesinado en 1948 en una operación encubierta, y pocos años después la plana mayor del comité –ya disuelto- fue sometida a proceso (sesiones de tortura incluidas). Trece de sus miembros fueron ejecutados en 1952. Ehrenburg y Grossman salvaron por los pelos de caer en la lista definitiva de procesados (ambos estuvieron en la lista preliminar).
Aunque nada de lo anterior fuera cierto. Pienso que la dignidad y la memoria de las víctimas se merecen un poco de reverencia: francamente, el más tibio de los sentimientos que afloran cuando se lee El libro negro.
Otra magnífica reseña, apreciado Rodrigo. Felicidades.
La primera parte de tu reflexión aparece también en uno de los capítulos de «El Trauma Alemán» de la genial Gitta Serenny. Sólo cuando dejamos lo abstracto (las grandes cifras nos abruman) y descubrimos que los asesinados eran hombres, mujeres y niños con nombres y apellidos, con sentimientos, con vivencias, etc., podemos remotamente aproximarnos a la magnitud de la tragedia sin parangón que supuso el Holocausto.
Que los crímenes de Stalin, antes, durante y después de la II Guerra Mundial fueron execrables nadie lo pone en duda («Los que susurran»o «Archipiélago Gulag», por poner sólo 2 ejemplos, nos ilustran sobremanera). Que como recoges en tu reseña y certeramente señala Timothy Snyder, en su obra «Tierras de Sangre» «en la Unión Soviética de la posguerra, los obeliscos conmemorativos no podían exhibir estrellas de David… solo estrellas rojas de cinco puntas», Stalin monopolizó el relato histórico de su «Gran Guerra Patriótica» olvidando intencionadamente el «colaboracionismo» de muchos ucranianos, bielorrusos y bálticos en las matanzas, es sobradamente conocido.
Pero nada de todo ello tapa ni oscurece, lo más mínimo, el genocidio perpetrado por los nazis contra el pueblo judío y, en este caso, contra los judíos soviéticos. De lectura imprescindible resulta «Amos de la Muerte. Los SS Einsatzgruppen y el origen del Holocausto» de Richard Rhodes, donde se registran matanzas como las del barranco de Babi Yar que han pasado a los anales más negros de la Historia. Como dijo un superviviente, ni el autor con la imaginación más desbordante hubiera imaginado atrocidades semejantes.
Como muy bien señalas, Rodrigo, Vassili Grossman ni era comunista ni estalinista. Harina de otro costal fue Ilyá Ehrtenburg, que, al menos durante la guerra, fue utilizado como propagandista por el régimen estalinista. Famosa es su proclama – recogida en la obra de la profesora Merridale «La guerra de los Ivanes» – a las tropas soviéticas que iban a penetrar en Alemania: «Matad, matad, mancillad el orgullo racial de las mujeres alemanas. Tomadlas como legítimo botín».
Saludos.
Ambos autores fueron comunistas. Y además judíos. En el caso de Vassilli Grosmman, como muchos otros «marxistas ortodoxos», entraron en franca contradicción con la variante rusa del marxismo, leninista (la incorporación de la filosofía leninista al movimiento marxista ya supone una profunda diferenciación), pero fundamentalmente stalinista, cuya versión «imperial», «supremacista rusa, nacionalista», «antisemita» «antifeminista», etc., llevó incluso a considerar a destacados pensadores fascistas si lo que Stalin estaba construyendo en la URSS no era una suerte de fascismo. Constantemente se suceden hallazgos y rectificaciones que nos llevan a interpretar determinados hechos históricos, “sacralizados e inmutables por intereses determinados”, de manera muy distinta. Todas las partes implicadas, lógicamente, escriben la historia con un ánimo exento de imparcialidad. No puede ser de otra forma. Pero no los que no se adscriben a campo ideológico al que defender y cuya único propósito es descubrir y defender la verdad; si es posible. En este caso, el judaísmo se ha caracterizado siempre por sus extraordinarias exageraciones. Como exageración puede ser también tenida en consideración la opinión de algunos historiadores modernos que no se ponen de acuerdo en las verdaderas cifras de violaciones de mujeres alemanas por parte del ejercito rojo “liberador” (por violar, violaban incluso a las prisioneras soviéticas recién liberadas), que algunos creen que fue de UN MILLON DE MUJERES ALEMANAS y otros creen que fue incluso superior.
Ehrenburg hizo un papel lamentable, ciertamente.
No recordaba lo del libro de Gitta Sereny, que leí hace tiempo y sin que me dejase poso.
Gracias, José Sebastián.
Ah, conque esas tenemos.
La verdad es que uno se cansa de los que entran a esta casa a la atropellada, sin la más mínima consideración por las buenas maneras. Y que encima argumentan distorsionando las premisas (¿Grossman comunista, marxista ortodoxo?) o apoyándose en premisas viciadas (la patente judeofobia del posteador, la propensión a establecer empates morales). Lo cierto es que, bajo estos parámetros, el comentario del señor León no merece demasiada atención.
Rodrigo, todo mi respeto e intenso dolor para el holocausto judío, pero convendrás conmigo que El Libro Negro está hecho por víctimas indirectas del mismo, bajo la burocracia hipercontroladora de Stalinismo y en un tiempo récord. Aún así lo compré -y lo leeré- pues supongo que, a pesar de lo anterior, me hará conocer mejor ese periodo histórico. Nada más, ni nada menos.
Rodrigo, como siempre, un maestro de la erudición.
Y el libro, de lo más atrayente.
Ok, Miguel.
En todo caso, vale decir que Ehrenburg tenía la tarea bastante avanzada antes de comenzar el trabajo de las dos comisiones. Desde temprano, fue el destinatario de una cantidad de pruebas y testimonios sobre las atrocidades cometidas por los alemanes en territorio soviético, material que le era remitido por particulares que asociaban su condición de escritor y periodista reputado con la de “portavoz del pueblo”. Para 1943, pues, y antes de integrarse a las labores editoriales del Libro Negro, Ehrenburg estaba en posesión de un caudal significativo de testimonios, el que proporcionó la base de trabajo de la comisión literaria.
Quien quiera profundizar en la historia del Libro negro puede consultar las referencias bibliográficas a pie de página en el libro de Antonella Salomoni, La Unión Soviética y la Shoah (PUV, 2010).
Bueno, pues me he leído el libro, aún y a pesar de sus mas de mil páginas.
Y he de reconocer que las sensaciones cuanto menos son extrañas, ya que nos encontramos con un libros inconexo, caótico en la mayoría de ocasiones, pero que sinceramente consigue su objetivo: sorprender y enfurecer a partes iguales.
Las historias, incluídas muchas de las cartas referenciadas, en su mayoría de ocasiones, con sus matices cuentan historias casi idénticas. La llegada de los alemanes, la formación del ghetto, las ejecuciones y vejaciones diarias y, por último, el exterminio.
Se formula, sobre todo, algo que tienden a obviar los autores anglosajones es relatar los actos de salvajismo más atroces, más allá del hacinamiento y el asesinato, en forma de torturas y experimentos a cual más escalofriante. Sinceramente, no sabes si pensar que se les ha ido la mano con la propaganda o sí los hechos narrados son reales.
El odio que se extrae de los testimonios al pueblo alemán y las ansias de venganza sí que se reflejan con meridiana claridad, y pueden explicar las acciones del Ejército Rojo en su toma de Alemania.
En definitiva, libro muy instructivo, crudo y duro hasta decir basta, que complementa a los impresionantes libros que me he leído con anterioridad: «Aquellos hombre grises» de Christopher Browning y «Soldados del TErcer Reich» de Sonke Neitzel y Harald Welzer.
Cordiales saludos