EL JINETE PÁLIDO. 1918: LA EPIDEMIA QUE CAMBIÓ EL MUNDO – Laura Spinney

EL JINETE PÁLIDO. 1918: LA EPIDEMIA QUE CAMBIÓ EL MUNDO - Laura SpinneyNota: esta reseña parte de la lectura del original en inglés, Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How it Changed the World (Jonathan Cape, 2017). Notas entre paréntesis, al final de la reseña.

La mal llamada «gripe española» (1) provocó entre 50 y 100 millones de muertos en el período 1918-1920: más que las dos guerras mundiales juntas. Las primeras evidencias de la pandemia surgieron en Camp Funston, Kansas, en marzo de 1918, en un entorno castrense y de soldados que estaba previsto enviar al frente de la guerra en Francia. Quizá por ello la enfermedad saltó con virulencia en Étaples, en el frente occidental; en abril la enfermedad, que ya se había extendido por el Medio Oeste estadounidense, había llegado a las trincheras del frente occidental; a finales de mayo la gripe se había extendido por el resto de Francia, Italia, España (el rey Alfonso XIII enfermó, pero se recuperó), Reino Unido y Alemania (la blitzkatarrah, como la llamaron los soldados alemanes), Polonia, Ucrania y el sur de Rusia. Se extendió al norte de África, desde donde avanzó hacia el este, la India, China y Japón. A finales de julio llegó a Australia y entonces comenzó a remitir. Fue la primera oleada de la epidemia y se circunscribió en aquellos meses a la evolución de la guerra y a un escenario bélico en el que la llegada de tropas y el movimiento de las mismas se consideró un catalizador de una enfermedad que, no obstante, sorprendió por su extensión y estragos: alrededor de un millón de soldados alemanes enfermaron y no pudieron participar en las operaciones de primavera que conformaron la última ofensiva de las Potencias Centrales en el frente occidental.

Una segunda oleada de la enfermedad, considerada ya una pandemia, y la más virulenta, comenzó en agosto a ambos lados del océano Atlántico: desde Freetown (Sierra Leona), Brest (Francia) y Boston (Estados Unidos), la gripe se extendió por todo el mundo como consecuencia del movimiento de tropas en los últimos estertores de la guerra. Desde Freetown se extendió por África Occidental y llegó hasta Sudáfrica gracias al ferrocarril y las rutas navales; desde Ciudad del Cabo subió hasta el norte y llegó a Abisinia y el Cuerno de África en noviembre. A finales de septiembre se había extendido otra vez por toda Europa, alcanzando el norte de Rusia, donde la guerra civil que comenzó a finales de 1918 ayudó a que se extendiera por el país y llegara al puerto de Arcángel, en el Ártico; se extendió por el interior de Asia y en septiembre volvió a afectar a China y la India. Al terminar 1918 la segunda oleada remitió; a excepción de la Antártida, algunas islas del Atlántico, la desembocadura del Amazonas y Australia, que estableció una estricta cuarentena., afectó a todo el planeta. Una tercera oleada afectaría al hemisferio norte en los primeros meses de 1919, pero en mayo se dio por finalizada, mientras que las diferencias climáticas mantuvieron la segunda oleada en el hemisferio sur durante todo ese año. Hubo extensiones más localizadas de la enfermedad en Japón, que comenzó a finales de 1919 y duró algunos meses más de 1920.

El mapa que aparece en las primeras páginas de este libro muestra la difusión global de la enfermedad a lo largo de 1918 (la primera y segunda oleadas), y el porcentaje de muertes respecto a la población de algunas ciudades: un 0,5% en nueva York, un 1,2% en Odessa (Rusia), un 1,4% en Shansi (China), un 1,6% en Río de Janeiro, un 3% en Zamora, un 6,1% en Gujarat (India), un 5% en Mashed (Persia/Irán), un 9,9% en Ciskel (Sudáfrica), un 40% en Bristol Bay (Alaska). Cifras dispares en cuanto a la densidad de población de cada lugar y que constituyen una imagen diversa del alcance y la virulencia de una pandemia que afectó, cómo no, con un grado mayor de mortalidad a las colonias y los países en desarrollo. Son lugares que, además, conforman una mirada diversa y con voluntad de globalidad por parte de Laura Spinney en su libro.

El total de muertos global, siendo una estimación conservadora, se sitúa en un 2,5 de la población mundial de aquel período; otros estudios la aumentan al 3% e incluso el 6%. En el capítulo 12 se trata la cuestión de cuantos millones de personas murieron: de los 21,6 millones que el bacteriólogo estadounidense Edwin Jordan estableció en los años veinte a los al menos 30 que los epidemiólogos también norteamericanos David Patterson y Gerald Pyle alcanzaron en 1991, aun dejando claro que es un montante provisional (pudieron ser de 40 a 50 millones); por ejemplo, ambos consideran que las cifras de Jordan para Rusia –450.000, un 0,2% de la población total– son escasas y las suben a unos 2,7 millones (1,2% de la población), a partir de una comparación con los precedentes de la peste de 1889-1890 (la “Gripe Rusa”, con alrededor de un millón de muertos) y los estragos de un país en guerra civil; y pudo haber muchos más muertos en China, un país con casi 500 millones de habitantes: entre 4 y 9,5 millones podrían haber muerto de gripe. Estudios de 1998, ochenta años después de la pandemia, a cargo del historiador y geógrafo australiano Niall Johnson y el historiador alemán (especializado en la gripe) Jürgen Müller revisaron las cifras de Jordan, que subieron al menos a los 50 millones de muertos, de los cuales 30 serían asiáticos, no descartando que llegaran a los 100 millones.

El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo —título original: Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How it Changed the World— (2) no se limita únicamente a relatar cómo y dónde se extendió la “gripe española” y cuántos muertos causó; de hecho, lo hasta ahora comentado se describe con mucho más detalle en tres de los 21 capítulos que conforman la obra. Laura Spinney, escritora (ha publicado dos novelas) y periodista especializada en cuestiones científicas para medios como National Geographic, The Economist, Nature, New Scientist y The Telegraph, asume en su cuarto libro un empeño titánico: estudiar la pandemia de gripe de 1918-1920 desde una perspectiva global y a partir de tres variables: la histórica, la científica y la cultural. Añadamos la vertiente literaria, pues si algo tiene este libro es que se lee (se devora, más bien) como si fuera una novela… aun a riesgo de abusar de este tipo de tópicos.

Hay muchos estudios sobre la “gripe española”, desde perspectivas muy diferentes: la propia autora refiere una cifra de 400 libros dedicados a esta epidemia, pero que palidecen ante los 80.000 (y subiendo) dedicados a la Primera Guerra Mundial. Recordamos y conmemoramos –hay cadenas de televisión como la BBC que lo llevan haciendo con una programación especial desde 2014, en ocasión del centenario– los diversos momentos y etapas de la Gran Guerra, pero el público en general apenas recuerda la “gripe española”; y probablemente –en España quizá no tanto, aunque hubo 300.000 muertos por la enfermedad, que se añaden a los cientos de miles de la guerra civil dos décadas después y los estragos de la posguerra y la represión de la dictadura franquista–, si uno tira de árbol genealógico y retrocede un siglo, uno encontrará alguna víctima de la enfermedad en su familia. Cierto es que, más allá de artículos o dosieres en periódicos (más comúnmente en revistas divulgativas de historia que últimamente proliferan como setas), la “gripe española” no suele despertar un gran interés. Sí, a todos nos sorprende que una epidemia de gripe fuera tan letal y probablemente se relacione con el final de la Gran Guerra, de modo que incluso se la priva de una “autonomía” propia como objeto de estudio.

No abundan los títulos disponibles sobre la enfermedad que el lector puede encontrar con mayor o menor facilidad: por ejemplo, en el catálogo Rebiun (que recoge los catálogos bibliotecarios de las universidades españolas), apenas se encuentran 8 referencias tras poner “gripe española” en el apartado “materias”, y todas ellos desde una perspectiva (más o menos) local. Si uno consulta en Amazon (la versión española) y busca libros sobre la enfermedad, tampoco hay mucho más: sólo tres referencias relacionadas con la historia, y de ellas sólo una relacionada con un entorno académico. (3) Por supuesto, la búsqueda en las versiones estadounidense y británica de Amazon ofrecen más resultados… pero tampoco demasiados: 16 referencias en “libros de historia” en la versión estadounidense de Amazon, que comienzan con esta obra de Spinney y citan los dos estudios más conocidos hoy en día, de Alfred Crosby y John M. Barry. (4) Por ello, ante lo que se podría considerar un cierto “páramo” bibliográfico –fuera del ámbito científico académico, por supuesto–, el libro de Spinney constituye una obra necesaria y que además, como se mencionaba antes, aporta una perspectiva global de la pandemia de 1918.

(Lógicamente, esto cambiará o habrá cambiado en parte desde que se publicó este libro y habrán aparecido más títulos sobre este tema).

Spinney, en una labor prácticamente detectivesca (otro tópico, me temo), trata de dar respuestas a muchas preguntas abiertas. Dónde se originó la gripe, cuestión que seguramente quedará sin responder, aunque se han dado tres posibles puntos cero de la epidemia: Shansi en China, Camp Funston en Kansas, Estados Unidos, y Étaples en Francia. Cuál era el campo de investigación de los epidemiólogos, si es que podemos hablar de ellos como tales en aquellos años, cuando lo más cercano fueron las investigaciones de varias décadas anteriores de Koch y Pasteur sobre bacilos y gérmenes; y hasta qué punto los estudios sobre el cólera o el tifus podían dar pautas para combatir a la “gripe española”. Qué reacciones causó la extensión de la epidemia, de lo antropológico a lo religioso: de la “boda negra” en Odessa según antiguo el rito judío shvartze khasene (ritual para prevenir los brotes de infección) y en la que fueron “casados” dos mendigos en una ceremonia macabra en un cementerio, al caso del obispo de Zamora, Antonio Álvaro y Ballano, clamando al castigo de Dios ante los desmanes del hombre que se ha apartado de su camino. Qué medidas médicas se tomaron, es decir, cordones sanitarios y cuarentenas (y hasta qué punto el egoísmo personal ayudó a salvar miles de vidas), con la labor del comisionado de salud de Nueva York, Royal S. Copeland, que elaboró todo un protocolo de actuación con recomendaciones –que hoy no se seguirían– como, por ejemplo, que los colegios no se cerraran; (5) o el papel de Ahmad Qavam al-Saltaneh en ciudades ancladas en el medievo como Mashed, en Persia, donde la falta de suministros empeoró los estragos de la gripe. Hasta qué punto medicamentos como la aspirina o pequeñas dosis de arsénico podían paliar los efectos de la enfermedad… y generar una sensación de placebo, por no hablar de rituales como el ya mencionado de la “boda negra” en Odessa; o el papel jugado por la eugenesia. O qué repercusiones tuvo el recuerdo de la enfermedad (¿podemos hablar de espacios de memoria?) en la cultura: la literatura, el arte (la pintura expresionista, con las figuras contorsionadas de Egon Schiele y Otto Dix), quizá incluso el cine (también expresionista) de los primeros años veinte.

Resulta interesante la mirada “científica” de Spinney, que en los capítulos 13 y 14 logra explicar los orígenes del virus de la gripe y cómo evolucionó a lo largo del siglo XX; en el capítulo 14, de hecho, de una manera muy comprensible para lectores profanos en la materia, la autora explica cómo funciona el virus de la gripe y cómo se expande a partir de células huésped en organismos vivos. En términos médicos, el subtipo que causó la “gripe española” fue el conocido como H1N1, relacionado a su vez con posteriores pandemias, incluida la gripe A de 2009. Una de las reflexiones que se extraen del libro de Spinney es que la gripe, un virus que muta cada año y contra el que no hay una vacuna universal, puede volver a asumir dimensiones pandémicas en un futuro no demasiado lejano; es más, sucederá otra pandemia y es precisamente del estudio de la enfermedad de 1918 (y algunas muestras conservadas y analizadas) que se pueden sacar conclusiones para evitar que cause tantos millones de muertes. Es responsabilidad de los gobiernos establecer protocolos y dotar a sus sistemas de salud pública mecanismos para paliar, en la medida que cabe, los efectos de una enfermedad contra la que no hay cura y que es recurrente.

También se discute la posibilidad de que la enfermedad pueda contagiarse a los humanos a partir de animales (pájaros y cerdos, por ejemplo). Una posibilidad no remota que hemos visto en el cine de los últimos años: Spinney menciona la película Estallido (Wolfgang Petersen, 1995), sobre el ébola; podemos añadir Contagio (Steven Soderbergh, 2011), un filme de corte más realista sobre la expansión de un virus –no muy diferente de la “gripe española”, llamado meningoencefalitis virus 1 o MEV-1, que mata a 26 millones de personas en pocos meses–, las reacciones de diversos personajes y la lucha de los científicos por encontrar una vacuna. (6)

El resultado, en conclusión, es un excelente libro sobre la “gripe española”, su origen y evolución, y sobre todo su recepción y consecuencias en la población, en los mecanismos, médicos y no médicos, que se desarrollaron para hacerle frente; son muchas las preguntas que sigue suscitando esta enfermedad un siglo después: hasta qué punto la ciencia está preparada para combatirla, por ejemplo, o qué rol jugó el factor militar (la Gran Guerra) en su propagación por Europa y prácticamente todo el mundo. Spinney pone el foco en el factor humano, en la respuesta de los hombres y mujeres de la época ante una epidemia que pudo ser vista como otro “azote de Dios” ante los crímenes del hombre en la Tierra (¿sería la respuesta divina al horror de las trincheras en Flandes?). La eventualidad del centenario de la pandemia, en 2018, invita a aprovechar la circunstancia y publicar un libro único en sí mismo: una historia global de la “gripe española”, pero también una historia cultural de la misma (aunque a la postre el objetivo se antoje demasiado ambicioso para la autora, que interesada en rastrear la memoria y la repercusión de la epidemia en la época se encuentra con muchos silencios y olvidos), y un elaborado estudio histórico-científico accesible para lectores no especializados (sobre todo en los aspectos médicos).

__________________

(1) El nombre provino del hecho de que la prensa española, no sujeta a censura como el resto de países implicados en la Primera Guerra Mundial, fue la primera en informar sobre la epidemia, que en nuestro país afectó a varios millones de personas y causó la muerte de al menos 300.000 (un 3% de la población). La gripe pudo llegar desde Francia, pero ello no evitó que fuera conocida aquí como la “gripe napolitana”.

(2) La primera parte del título, especialmente en el original en inglés, hace referencia a la novela corta Pale Horse, Pale Rider de Katherine Anne Porter (1939), que se vio afectada por la enfermedad, y en la que una periodista conoce a un soldado durante la epidemia de gripe 1918; se detallan los síntomas y la evolución de la enfermedad, de la que la periodista –como muchas personas– se recuperó, a diferencia del soldado. A su vez, el título del relato de Porter se refiere a un espiritual afroamericano en el que la Muerte es el jinete “pálido”

(3) La Gripe Española: La pandemia de 1918-1919, de Beatriz Echeverri Dávila (Centro de Investigaciones Sociológicas, 1993).

(4) Respectivamente, America’s Forgotten Pandemic: The Influenza of 1918 (Cambridge University Press, 2003, 2ª ed; 1989, 1ª ed..) y The Great Influenza: The Story of the Deadliest Pandemic in History (Penguin Books, 2005); nótese que la obra de Crosby se limita al ámbito estadounidense. [Nota: búsquedas realizadas en junio de 2017]

(5) Copeland consideraba que, en muchos barrios de la ciudad, en especial los más humildes, las condiciones de las viviendas eran insalubres y que en colegios, iglesias y hospitales era más probable hacer un control de la enfermedad, con acceso a medicamentos. También ayudó a que comunidades como la italiana, sobre la que pesaba un cierto estigma social xenófobo, la atención médica mejorara.

(6) Al final del filme, se explica mediante imágenes el origen del virus: un bulldozer derriba una palmera en la que había varios murciélagos, uno de los cuales se refugia en una platanera; el murciélago deja caer un trozo de plátano, ya infectado, sobre una granja de cerdos y un cochinillo lo come; el cochinillo formará parte de un menú en un casino, y el cocinero que lo prepara se limpia las manos en el delantal antes de hacerse una foto con una de los personajes de la película (interpretado por Gwyneth Paltrow), que se convertirá así en el paciente cero y el origen de la epidemia. Resulta una simplificación de una cadena de acontecimientos, sin duda, pero muestra con cierta verosimilitud cómo se pudo transmitir una enfermedad de animal a humano, y la extensión de la posterior pandemia.

De hecho, la cadena de contagio y transmisión de la enfermedad del filme evoca la del virus Nipah originado en Malasia en 1997, y el desarrollo de la pandemia se inspira en la neumonía atípica conocida como síndrome respiratorio agudo grave (SRAG), originada en China en 2002 y que se propagó por todo el mundo en 2003, causando algo más de 8.000 casos y 765 muertos; o la pandemia de gripe A ya mencionada en 2009, con casi 20.000 muertos en todo el mundo.

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6 comentarios en “EL JINETE PÁLIDO. 1918: LA EPIDEMIA QUE CAMBIÓ EL MUNDO – Laura Spinney

  1. APV dice:

    Muy interesante.

    Una epidemia devastadora, sobre todo provocaba una tormenta de citocinas, realmente en Rusia fue devastadora si se une a las hambrunas y guerra civil; lo mismo en el África Oriental donde entre la guerra, la devastación, la requisa de porteadores, la perturbación de las cosechas y comunicaciones, unido a la gripe, el número de muertos va a millones.

    Respecto al Pacífico, creo que el SS Talune fue el barco de la muerte llevando la epidemia de archipiélago en archipiélago.

    Siempre he comparado lo sucedido en Samoa:
    -En la Americana una persona con dos dedos de frente como John Martin Poyer, oficial naval y gobernador de la Samoa Americana, cerró la isla a cal y canto estableciendo una cuarentena rigurosa. No hubo muertos.
    -En la Alemana u Occidental ocupada por los neozelandeses, el teniente coronel Robert Logan no impuso cuarentena e incluso rechazó ayuda de su homólogo. Unos 8.500 muertos, el 22 % de la población.

  2. Farsalia dice:

    Una pandemia devastadora… La guerra mundial, con el trasvase humano a través del Atlántico, también hizo mucho por extenderla.

  3. Valeria dice:

    Lo tengo en la pila, esperando.

  4. Farsalia dice:

    Disfrútalo… dentro de lo que cabe, claro.

  5. Sandra dice:

    Hola a todos

    Sigo su página pero nunca participo. De la reseña me nació de leer el libro y la verdad me pareció muy bueno. Es riguroso, respetuoso con las victimas y vivencias ocurridas en los momentos más complicados y no cae en el morbo.
    El libro nos muestra como nuestras actuaciones y comportamiento nos afectan directamente (daño al medio ambiente, comportamientos ideológicos, religiosos y culturales), incidiendo en este caso en la mutación y posterior propagación del virus.

    1. Farsalia dice:

      Me alegro de que la reseña te animara a leer el libro. ¡Saludos!

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