EL COLECCIONISTA APASIONADO – Philipp Blom

EL COLECCIONISTA APASIONADO - Philipp BlomCon un libro en torno al coleccionismo, el sello Anagrama incrementa (¡enhorabuena!) su catálogo Philipp Blom, completado por obras invariablemente espléndidas: Años de vértigo, Encyclopédie y Gente peligrosa. Se trata esta vez de un ensayo, ensayo a cabalidad, como en rigor no llegan a serlo los tres libros referidos, a los que El coleccionista apasionado precede cronológicamente (en efecto, la edición original data de 2002). Ensayo, con toda la libertad conceptual que el término supone: libertad temática y de registros, libertad en estructura y en los materiales empleados; el tipo de escrito que reclama para sí el privilegio del hibridaje, rompiendo con las fronteras que delimitan a los géneros –historia, crónica, biografía, filosofía, mito, ficción, ciencia-, extrayendo lo mejor de ellos y adaptándolo a un fin. Escrito sui generis, en suma, que se permite de todo excepto la impostura y la falta de coherencia argumental (por sutil que ésta fuere), y que responde mejor que ningún otro tipo de escrito –incluyendo la novela- al concepto de Jorge Luis Borges: el libro no como un “ente incomunicado” sino como “una relación, un eje de innumerables relaciones”. El coleccionista apasionado hace honor al concepto al tantear –ensayar– una serie de relaciones temáticas en un registro tan amplio y versátil que abomina de los compartimentos estancos. Hay historiografía en este libro, al modo de la historia cultural y social; hay también apuntes impresionistas, así como hay reflexión filosófica y una punta de consideraciones sociológicas. Un libro de materiales surtidos, hilados por el tema de la pasión del tener y retener (precisamente, To Have and to Hold es el título original).

Una pasión, para decirlo con Philipp Blom, que arraiga en un intento de comprender la multiplicidad del mundo y de contener el caos, y tal vez «encontrar en ese caos un significado oculto». Las colecciones del género clásico, aquellos gabinetes de curiosidades o cámaras de las maravillas que fueron un signo del cambio de los tiempos -siglo XVI en adelante-, surgieron como alegoría del mundo, un mundo cuyas fronteras se expandían con el descubrimiento de América (el etnocentrismo de esta historia es inevitable) y con el ascenso de un paradigma cultural que rompía con las ataduras religiosas. Las innovaciones técnicas, la emergencia del capitalismo y la gradual emancipación del conocimiento, sin olvidar el auge del mecenazgo laico, propiciaban por entonces una nueva manera de plantarse ante la realidad y de captar su creciente complejidad. Las colecciones en boga son repositorios abigarrados de rarezas y maravillas del mundo, verdaderos microcosmos cuyo barroquismo es el trasunto de una época. Entrado el siglo XVIII, el coleccionismo universal, caótico él mismo, da paso a uno metódico y selectivo. Es la hora de los precursores Linneo y Buffon, de las academias y de la Ilustración, y con ellos se impone el prurito de las taxonomías, de la clasificación racional y sistemática de la naturaleza. Lo extraordinario va dejando de parecerlo; en lo multiforme y disperso se percibe un orden y a la maravilla inicial –éxtasis frente a lo nuevo- sucede un anhelo de someterlo todo a escrutinio racional. Es, ya se ve, la hora del conocimiento científico.

El coleccionismo es, pues, un fenómeno que muda de formas conforme varían los contextos y las mentalidades que lo alimentan. El coleccionismo primero, acumulativo y disperso, es iniciativa de particulares dotados de fortuna; el afán coleccionista de alguna que otra testa coronada es oficio de magnate, no de gobernante. Con el paso de los siglos, el modelo cede preponderancia a uno de tipo institucional, cuyo origen y desarrollo sigue de cerca a la consolidación de los Estados-nación. Fruto de un programa y una política, motivo de orgullo nacional, los museos representan el nuevo modelo imperante. Y no es sólo su entidad pública la seña de los tiempos, también lo es su contenido. Las colecciones anatómicas que algunos museos albergan desde la segunda mitad del siglo XVIII, por ejemplo, hablan de un giro en las percepciones. Al cuerpo humano se lo ve con ojos profanos y prosaicos, irreverentes si se quiere; no es ya el objeto privilegiado de un canon artístico o religioso sino un mecanismo integrado en un sistema que obedece a sus propias leyes, un mecanismo eventualmente sujeto a fallos. Lo que compete entonces es observarlo fríamente, mejor si se trata de ejemplares defectuosos, enfermos y contrahechos, pues de la anomalía se extrae la medida de lo normal: siempre la búsqueda de orden y sentido, aun en lo que unos siglos antes hubiese sido condenado por impúdico y antiestético.

Así como el coleccionista aristocrático es reemplazado por el administrador profesional de museos, lo extraordinario es sustituido por lo común y corriente. Menos chocantes que las colecciones anatómicas, las colecciones botánicas, zoológicas y mineralógicas responden a un interés por documentar lo variado en la naturaleza, la que, enfocada científicamente, es gradualmente sustraída al ámbito de lo maravilloso. No se trata ya de admirarse ante lo insólito sino de registrar metódicamente lo conocido. Pero hay otra arista en la cuestión. En el siglo XIX, los museos son el reflejo de una realidad internacional. Los imperios europeos se expanden por doquier y se considera que la función pública de dichas instituciones comprende la exhibición de los botines adquiridos en la expansión; el fundamento, que pretende ser educativo, es ante todo político: la muestra de artefactos primitivos o exóticos es una justificación del sometimiento de los pueblos atrasados, incapaces de beneficiarse por su propia cuenta de las virtudes del progreso y la civilización.

El siglo XX es el de la sociedad de masas y de la producción en serie, siglo en que lo humilde y lo vulgar adquieren una dignidad propia. La producción en masa pone al alcance del común de las gentes la pasión del coleccionar: suerte de democratización de una actividad hasta entonces privativa de las fortunas cuantiosas y que, por si fuera poco, la revierte en objetos de uso cotidiano, incluyendo las más inverosímiles baratijas. Monedas, sellos de correo, tapas de botellas, llaves, envoltorios de caramelos; casi nada escapa al anhelo de coleccionar, que de esta guisa confiere a objetos desechables un significado distinto del que les dio origen, descontextualizándolos de su propósito utilitario y alzándolos a la condición de especímenes representativos. Por su parte, las ediciones para coleccionistas –muñecos, juguetes, relojes y un cuanto hay- vienen a rizar el rizo de la cuestión. Representan, como expresa Blom, la apoteosis del consumo, en que «el objeto utilitario no [es] concebido para ser utilizado, sino para ser colocado en un estante, saltándose por completo la etapa de la circulación y utilización. Si bien pueden comprarse a un precio predeterminado, otras piezas pueden tener valor sólo en ciertos círculos, entre un grupo de iniciados cuyas reglas y conocimientos son profundamente misteriosos y los comparte un número muy reducido de personas».

El ímpetu de conservación que subyace al coleccionismo: el correlato de la conciencia de lo transitorio y lo perecedero (trátese de la memoria, el mundo, la vida misma). Sin duda, los mejores pasajes del libro son los motivados por esta y otras consideraciones afines, con un Blom que se prodiga en párrafos inspirados. Siguiendo al autor, cabe vislumbrar en el coleccionismo un trasfondo simbólico que es el de la dramatización encapsulada o miniaturizada del mundo, un mundo que en sus dimensiones reales nos resulta inabarcable (el caso sobre todo de los antiguos gabinetes de curiosidades y de los museos), o bien uno cuya naturaleza misma acentúa la conciencia de la finitud (memoria y memorabilia). Las colecciones retienen simbólicamente un pasado que no quisiéramos muerto, así como evocan la amplitud del mundo y satisfacen de modo virtual nuestra apetencia de comunión universal. Por demás, afirma Blom, «cuanto mayor es el valor de una colección, tanto más alto es el riesgo de la pérdida que representa; cuanto más fuerte es la voluntad de seguir viviendo, tanto más palmario es el reconocimiento de la mortalidad y el olvido. Esos objetos colocados en hileras y en estantes, dispuestos a lo largo de la pared o apilados en el suelo, son lápidas y monumentos anticipados, y cada uno de ellos es la tumba de un deseo pasado o de la ilusión de haberlo conquistado momentáneamente; de paz, por fin».

Un romance del coleccionismo el de Blom, surcado de nombres emblemáticos (coleccionistas adeptos de lo cotidiano se codean con coleccionistas al estilo clásico como Rodolfo II de Habsburgo, J. P. Morgan y William Randolph Hearst); enriquecido también por digresiones funcionales, referencias al mundo de las reliquias religiosas, el mecenazgo, el kitsch y otros acápites, en una especie de trama secundaria que ilumina diversos aspectos del tema principal. Tema que el autor concibe como una dialéctica de la conquista y la posesión, la que –con toda la connotación erótica de los términos- tipifica la respuesta de todo coleccionista a sus objetos de seducción.

Una gozada de libro.

– Philipp Blom: El coleccionista apasionado. Una historia íntima. Anagrama, Barcelona, 2013. 371 pp.

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17 comentarios en “EL COLECCIONISTA APASIONADO – Philipp Blom

  1. iñigo dice:

    Estupenda reseña y curiosísimo tema. Todavía me acuerdo de algún cuadro que he visto no se donde, en el que aparace un palacio con las paredes completamentes abigarradas de cuadros y objetos de arte. Historias de esos personajes nobiliarios que intercambiaban obras de arte y que además ejercían de mecenas. Y como poco a poco esto fue dando lugar a museos, exposiciones… Un instrumento que enlaza al interlocutor del arte con un receptor, ya sea como comprador o simplemente como ojeador que disfruta de las obras de la pintura y de la escultura. Pura cultura… y gracias a ello podemos en la actualidad disfrutar de tanta belleza y maravilla. Genial

  2. Farsalia dice:

    Como los anteriores libros de Blom, estupendos todos ellos, este también cayó en mis manos. La reseña, fantástica somo siempre, me animará a leerlo pronto…

  3. Rodrigo dice:

    Entre la infancia y la adolescencia llegué a iniciar varias colecciones de chucherías, desde estampillas a llaveros. Ninguna prosperó…

  4. Farsalia dice:

    Aún guardo una colección de carátulas de cine que salían semanalmente en la revista TP… hace más de veinticinco años. La dejé en la adolescencia… La verdad es que soy poco coleccionista; si acaso libros, y no busco primeras ediciones…

  5. Rodrigo dice:

    Lo de las primeras ediciones tampoco me tienta. De bibliófilo tengo muy poco.

    Esos cuadros y grabados que representan antiguos gabinetes de curiosidades y colecciones privadas de arte, Iñigo… Una maravilla en sí mismos.

    El libro de Blom es uno que fluctúa entre la reflexión profunda y el detalle anecdótico, una especie de alquimia que funciona a la perfección. No pude dejar de sonreír al leer el pasaje relativo al zar Pedro, llamado el Grande, quien coleccionaba dientes. ¡Dientes! Él mismo hacía de sacamuelas, muchas veces innecesario, y pobre del transeúnte que lo pillase en trance de coleccionista.

  6. Ariodante dice:

    Magnífica reseña, Rodrigo; sólo por leerla ya he disfrutado. El tema del colecciones o me resulta muy atractivo y por lo que cuentas, el ensayo es muy lúcido. No he leído nada de este autor hasta ahora, por otra parte creo que hay poco traducido, ¿no? Alguno de vosotros ha leído «Gente peligrosa», su ensayo sobre los ilustrados?
    Por otra parte, en cierto modo todos hemos sentido el impulso de coleccionar algo, aunque sean cromos, foulards, pendientes o…sombreros,e mi caso. Mi colección es muy reducida, pero colección es, al fin y al cabo, y sombrero que veo, sombrero que me compraría….aunque no lo haga.
    La imagen del Ciudadano Kane es inmediata: contemplando el caos de objetos acumulados en su castillo-Xanadu y sobrepasando toda medida, lo que realmente quisiera tener es aquello que perdió ,…la infancia, simbolizada por el trineo Rosebud.

  7. Ariodante dice:

    Rectifico: acabo de comprobar que ya hiciste una excelente reseña de «Gente peligrosa», Rodrigo, y yo misma te puse un comentario diciendo de hacerme con el libro …y luego lo olvidé . Es increíble, lo que no hago al momento se me va de la cabeza. Menos mal que existe Amazon…acabo de comprarlo, para no olvidarme más. Ahora, valorando uno y otro creo que me interesa más el estudio sobre la Ilustración y los ilustrados, el tema de los salones y todo eso, que el coleccionismo, (que también) que dejaré para más adelante. No se si comprar también Encyclopedie…¿ves? Ya empiezo a coleccionar libros de Blom.

  8. Rodrigo dice:

    Ario, los dos libros de Blom sobre la Ilustración se complementan perfectamente. Si tienes la posibilidad de hacerte con Encyclopédie, no dudes en concretarla.

    “Rosebud”… No falta la referencia a la película en El coleccionista apasionado, precisamente cuando Blom aborda el caso de W. R. Hearst (ya sabes, el Kane de la vida real).

  9. Rosalía de bringas dice:

    Me ha encantado esta reseña (¡Ah, Rodrigo!), entre otras cosas por la cercanía del tema. ¿Quién no ha coleccionado algo en su vida?
    Me parece especialmente interesante la reflexión sobre la cultura de masas y el coleccionismo, y me gustaría saber si el autor incide en las raíces psicológicas del fenómeno.
    También, si hay alguna referencia a la existencia del coleccionismo (personal) en los sistemas comunistas.
    ¿Habla sobre el coleccionismo como inversión económica? (estoy pensando en las colecciones de arte).
    Gracias, y un saludo.

  10. Rodrigo dice:

    Hola, Rosalía.

    Sólo la primera consulta merece una respuesta positiva, aunque enfatizando que el aspecto sicológico no es el primordial en este libro. Aparte, cuando Blom se refiere a las colecciones de arte lo hace desde un punto de vista distinto del económico.

    Está claro que no se trata de un estudio exhaustivo sobre el fenómeno del coleccionismo. Es un ensayo, tal cual apuntaba en la reseña, en que el autor se permite ciertas libertades, entre otras la de desviarse en ocasiones del tema central y abordar brevemente algunos temas secundarios.

  11. juanrio dice:

    Sí señor, todos en algún momento somos coleccionistas, unos perseveran y otros van dejando por el camino sus afanes. Yo soy de los que no coleccionan pero juntan, libros, discos, etc…
    He recordado el magnífico libro que he leído este año y que utiliza como hilo una coleccion de netsukes, La liebre de ojos de ámbar de Edmund de Waal.

  12. Rodrigo dice:

    Y claro, ya que estamos, acaso nos queda un algo de aquellos afanes coleccionistas en la actividad nuestra de comprar libros, pero libros de verdad. Porque hay una buena dosis de sensualidad y de excitación en eso de visitar una librería. La expectativa, el éxtasis del hallazgo, la ansiedad de no poder llevar todo lo que quisiéramos…

    Palpar uno de aquellos objetos de seducción, hojearlo, olerlo, catar la calidad del papel…

    No seré bibliófilo pero me niego en redondo a hacerme con uno de esos aparatos electrónicos del demonio.

  13. ARIODANTE dice:

    Rodrigo, en esto discrepamos. Eres un antiguo; ahora lo que se lleva es leer un libro digital. No pesa, no te hace polvo el estómago cuando lo lees en la cama y es un volumen grueso, puedes regular el tamaño de la letra , puedes subrayar, tomar notas, …y almacenar miles de libros, si de coleccionista se trata. Muchos más libros que los que te caben en casa. Y no es incompatible con seguir comprando o leyendo libros en papel. ¿Qué más se puede pedir? Lo importante, es el contenido, no el continente, querido contertulio transoceánico.

  14. Farsalia dice:

    Magnífico el libro de Edmund de Waal, lo secundo…

  15. Rodrigo dice:

    Dicho de modo abstracto, nada hay de la pasión del coleccionista en el hecho de almacenar miles de libros en un dispositivo electrónico.

    Personalmente, lo único que veo de conveniente en esos dispositivos es lo del espacio. Pero no me chiflo por suscribir todo lo que se lleva, qué le voy a hacer.

  16. ARIODANTE dice:

    Tampoco yo me chito por «lo que se lleva» …es una manera de hablar, Rodrigo, de decirlo con humor. Quizás no ha sido afortunada. No te lo tomes al pie de la letra.. me parece que te has picado un poco, y lejos de mi intención por completo picar a nadie. Simplemente, estoy convencida que ese es el futuro. ¿Que te gustan más los libros en papel? Genial. A mi también, pero reconozco que lo otro tiene muchísimas más ventajas. También los escribientes medievales de códices ilustrados hacían un producto mucho más maravilloso que el simple libro impreso por Gutemberg. Pero Gutemberg triunfó y la escritura a mano desapareció. ¿Lamentarnos ayudaría algo? No lo creo…Pero leemos los mismos textos.

  17. ARIODANTE dice:

    Disculpad! el maldito teclado otra vez! Donde dice «chito» quiere decir » chiflo»…

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