EL CÁLIZ DE MELQART – Arturo Gonzalo Aizpiri

el-caliz-de-melqart-9788415415695En el inicio de la reseña de El heredero de Tartessos comentaba que a menudo tenemos una imagen “apriorizada” de Roma como conquistadora, sí, pero especialmente como luz de la civilización y creadora de una identidad allá donde pasa, de modo que su sello distintivo no es tanto la conquista de un territorio sino el legado que deja en todo aquello relacionado con la romanización. De manera similar, se puede argüir el peso de la influencia cartaginesa en la creación de un imaginario colectivo o, para el caso que nos toca, de un modelo de civilización alternativo al romano. En el fondo no dejan de ser constructos historiográficos, a partir de exempla que las fuentes del período (mejor dicho, posteriores a los acontecimientos) perfilan, crean y fijan en ese imaginario colectivo (la perfidia plus quam punica, por ejemplo). De modo que surge la idea de una Cartago, o Qart Hadasht, para no asumir necesariamente el punto de vista “romano”, que trataba de expandirse en Hispania –Ispania, para ellos– mediante el comercio y la explotación de los recursos naturales de Iberia –si asumimos el punto de vista local–, política que los bárcidas, desde la llegada de Amílcar en el año 237 a.C-, modificarían para crear un imperio nuevo en una península de la que apenas controlaban el sur y algunas factorías estratégicas en el interior. Un modelo de imperialismo púnico que llevaría a los bárcidas (¿con la aquiescencia del gobierno y las élites de la Qart Hadasht en África?) a controlar de facto el territorio peninsular allende el Betis, a poner orden en la maraña de pueblos iberos, a establecer un protectorado de nombre, a fundar una nueva capital en Ispania (otra Qart Hadasht) y a, incluso, prepararse para un nuevo enfrentamiento con Roma… que había de llegar. O esa idea sigue reiterándose en ese imaginario colectivo. 

Personalmente me muestro remiso a esa idea de que la guerra contra Roma era inevitable… e inaplazable. Del mismo modo que asumimos que la Segunda Guerra Mundial era consecuencia inmediata de la Primera (como en muchos aspectos así era), tendemos a veces con analogías parecidas y damos por sentado que la derrota púnica en la “Primera Guerra Romana” (o Primera Guerra Púnica para los romanos) necesariamente tenía que dar paso a un nuevo conflicto. No podemos más que interpretar la política de Amílcar y su yerno Asdrúbal entre los años 237-221 a.C., basada en la expansión y la negociación, respectivamente (constructos historiográficos, decía…) en la península Ibérica como causa de fondo, además del resentimiento del primero y el odio que inculcaría en Aníbal. Las principales fuentes que tenemos son o dos siglos posteriores (Tito Livio) y con un tono propagandístico al servicio de un nuevo régimen (el Principado augústeo), o son fragmentarias (Polibio), y parcialmente al servicio del enaltecimiento de un sector determinado de la sociedad romana (los Escipiones); o incluso han desaparecido y de ellas apenas nos han llegado fragmentos en otros autores (Plutarco, por ejemplo). Sea como fuere, que Asdrúbal negociara con una embajada romana los límites de la influencia púnica en la península Ibérica (¿el Ebro? ¿el Júcar?) no necesariamente significa el reconocimiento de una tregua no escrita entre púnicos y romanos, con Iberia como tablero de ajedrez. Solemos darle importancia al asedio y toma de Arse-Sagunto por Aníbal como mecha de la guerra entre unos y otros, y quizá la causa de la Segunda Guerra Púnica esté en otros factores. El fundamental es la política bárcida, en no pocos aspectos ajena a la de la metrópoli púnica. Una política de corte helenístico en la península, basada en una propaganda que enaltecía al líder de los bárcidas casi al punto de considerársele un monarca, y no el virrey que desde Qart Hadasht se pensaba que era. Asdrúbal fundó la Qart Hadasht ibera, se casó con una princesa ibera (aun estándolo, ¿o ya no?, con Sofonisba, la hija Amílcar), elaboró un programa de propaganda personal e incluso se pudo plantear la posibilidad del nacimiento de un hijo, heredero de púnicos e iberos, que sería el símbolo del programa monárquico en Iberia… y la creación de un nuevo actor en el panorama estratégico del Mediterráneo occidental. Un nuevo Estado en medio de dos firmes rivales como Qart Hadasht y Roma.

No se impaciente el lector, esta es la reseña de El cáliz de Melqart de Arturo Gonzalo Aizpiri (Ediciones Evohé, 2014), la continuación de El heredero de Tartessos y la confirmación de que el autor –Arturo, vuelvo a llamarlo por su nombre– se ha consolidado como un escritor de talento… pues lo ha logrado. Si me he entretenido en los dos párrafos anteriores en tratar de dilucidar qué hay tras la política bárcida en la península Ibérica y en la figura de Asdrúbal… es porque de un modo u otro son elementos que subyacen en la novela de Arturo. Elementos que forman parte de una trama compleja en cuanto a la variedad de personajes, la sucesión de subtramas, así como de escenarios “visitados”, de manera que esta segunda novela se erige en un riquísimo tapiz que atrapa al lector prácticamente desde el principio. Novela ambiciosa por su propia construcción… y que no voy a destapar (leedla, leedla), destacando no obstante el salto hacia adelante que ha realizado Arturo desde su primer libro. Porque Arturo elabora un complejo escenario, con personajes que se mueven de la nueva capital púnica a la Hélike oretana que ya desafiara a Amílcar unos años atrás, de Gadir a la desembocadura del Miño, de las ciudades oretanas al territorio “celtíbero”, y todo en pos del cáliz de oro que da título a la novela y que simboliza la herencia tartesia (de la anterior novela) y a la idea de una legitimidad política en toda Iberia… y que constituye un precioso premio para quien lo consiga (llámese Asdrúbal, por ejemplo). Nos situamos en esta ocasión en el 221 a.C., ocho años después de los acontecimientos de El heredero de Tartessos, y con unos personajes que siguen muy vinculados a aquellos sucesos vividos en dicho texto: Orissón y su familia en Hélike, Aníbal y los suyos en Qart Hadasht, esencialmente. Temores y odios a partes iguales: los primeros por la política expansiva púnica, que significaría la sumisión de todos los pueblos iberos al dominio de los bárcidas; y los segundos, especialmente Aníbal y su hermana Sofonisba, por el rencor a quienes causaron la muerte de Amílcar y con el deseo de destruir Hélike de una vez por todas. Quizá en medio de las dos posturas surge Asdrúbal, líder (¿indiscutible?) de los púnicos en la península, conductor de una política alternativa a la de Amílcar, persiguiendo un proyecto que le llevaría a ser el hombre fuerte en Ispania, quien aglutinaría la alianza con los pueblos iberos, quien podría ser incluso rey.

Arturo dosifica la acción, (re)sitúa paulatinamente a los personajes sobre el tablero, vuelve a plantear las opciones en juego y lleva al lector de un lado a otro sin que se pierda. Cada lector encontrará aquellos alicientes que puedan interesarle más, de la intriga política a los combates a espada, de la novela de aventuras al juego de voces narrativas. Incluso nos aproximamos a la influencia de la cultura helenística entre los pueblos (las élites, de hecho) iberas, y es quizá uno de los aspectos más interesantes de la novela. Receptores de la tecnología fenicia y púnica, así como deudores del contacto con los colonos griegos, tendemos a ver a los pueblos iberos como simples transmisores de materias primas y continuadores de una cierta orientalización en cuanto a la cultura material, ya desde la fundación de Gadir y los contactos entre colonizadores y tartesios. Arturo nos obliga a poner atención ante la idea de una influencia cultural helenística entre los iberos, de modo que la literatura griega llega también a ellos, caso de las tragedias que Argonio, el hijo de Orissón, lee y comenta en diversos momentos. De este modo se perfila un escenario cultural que atraviesa todo el Mediterráneo, autopista de conocimiento, llegando a esos pueblos iberos que no sólo tomarían los elementos tecnológicos de los foráneos.

Todo ello cabe en El cáliz de Melqart, incluso los aspectos no tan positivos y que (me temo) caen en la subjetividad personal: en mi caso, algunos diálogos forzados (y la redundancia de algunos nombres cuando no es necesario), un tono casi cinematográfico en algunas secuencias o la propia complejidad lectora (y sonora) de esos propios nombres iberos y púnicos (tan acostumbrado a la sencillez de la nomenclatura romana, ¿verdad?). Pero supongo que se  trata de manías personales como lector… y ya se sabe que lectores hay tantos como libros. Lo cierto es, sin embargo, que esta no es sólo la segunda novela de un autor: es la confirmación de que estamos ante un escritor con talento y pasión. Talento en cuanto a la compleja construcción de un texto y pasión ante el amor por la historia y la propia escritura. Elementos ambos que destacan muy por encima de las imperfecciones que el lector pueda encontrar y que demuestran que Arturo Gonzalo Aizpiri es un novelista del que queremos leer más. Y pronto.

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15 comentarios en “EL CÁLIZ DE MELQART – Arturo Gonzalo Aizpiri

  1. Arturo dice:

    ¡Impresionante reseña, Farsalia, para quitarse el sombrero! Te agradezco mucho la espléndida presentación del contexto histórico; me alegró mucho contrastar contigo puntos de vista al respecto en los Encuentros Hislibris. Y te agradezco tanto los comentarios positivos como los aspectos a mejorar; tomo minuciosa nota de ellos.
    Quedo atento a los cometnarios de los hislibreños, ¡a ver si os animáis!
    Un abrazo.

  2. Farsalia dice:

    Gracias a ti por la novela, Arturo.

    Eso, eso, comentad…

  3. Vorimir dice:

    A mí, «El heredero…» me resultó, aunque bien escrita, juvenil y aventurera en exceso. ¿Sigue esta novela la misma línea?

  4. Farsalia dice:

    No diría que El heredero de Tartessos fuese «juvenil»… El cáliz de Melqart desde luego no lo es. Y… ¿»aventurera»? Pues tampoco me lo ha parecido. De hecho, es más ambiciosa que la anterior novela en cuanto a la complejidad dramática, especialmente en la creación y mantenimiento de diversas tramas a un mismo tiempo. Y sale Arturo airoso del empeño…

  5. Farsalia dice:

    Vaya, moderación al canto…

  6. Vorimir dice:

    A mí si me lo pareció. Los protagonistas eran jóvenes, niño incluido, con los hermosa e independiente muchacha incluida. Pero bueno, que no es esta la reseña de «El heredero…».
    Quizás ese salto de ocho años sirva para «adultizar» -toma palabro- a los protagonistas y darle un tono más adulto -al menos para mi gusto- a la novela.
    Sé que me la terminaré comprando así que ya te contaré cuando la lea, allá por 3025.

  7. iñigo dice:

    Caerá tarde o temprano. Le tengo ganicas.

  8. Pues no tiene mala pinta..

  9. ARIODANTE dice:

    ¡Estupenda reseña, Farsalia! A mi me parece, y ya lo dije en mi reseña,( en El Placer de la Lectura) que en esta segunda parte Arturo ha mejorado mucho su técnica y la novela resulta un producto francamente destacable. Y espero con expectación la tercera…

  10. Farsalia dice:

    Sin duda Arturo se está forjando como un escritor a tener en cuenta…

  11. iñigo dice:

    Espero aporta algo a estas estupendas reseñas… Un estupendo libro…
    http://elpuentelejano.blogspot.com.es/2015/02/el-caliz-de-melqart-arturo-gonzalo.html

  12. Iñigo dice:

    Please que me tienen moderado desde ayer.

  13. Iñigo dice:

    Gracias. Ya podéis acceder a mi reseña de este estupendo libro.

  14. Antonio dice:

    Desde el punto de vista narrativo, la novela discurre aceptablemente bien aun con sus tópicos y lugares comunes, pues en cualquier caso también aporta un punto de vista diferente. Sí que es verdad que no termina de deshacerse de ese tono juvenil que apuntaba algún comentarista por aquí pero lograr mantener la atención y el interés del lector por todo lo ya reseñado más arriba.

    Ahora bien, en cuanto a que «Arturo nos obliga a poner atención ante la idea de una influencia cultural helenística entre los iberos, de modo que la literatura griega llega también a ellos, caso de las tragedias que Argonio, el hijo de Orissón, lee y comenta en diversos momentos. De este modo se perfila un escenario cultural que atraviesa todo el Mediterráneo, autopista de conocimiento, llegando a esos pueblos iberos que no sólo tomarían los elementos tecnológicos de los foráneos»… En cuanto a este extracto de la reseña, repito, yo quisiera precisamente referirme a él para hacer mi crítica personal, porque me resulta bastante poco verosímil la calidad de «aristócratas helenos» que el autor otorga a sus personajes íberos. Con la intención sin duda de hacer a determinado público identificarse con el «patriotismo» de sus más que dudosos «ancestros», Arturo se explaya aquí en la ingenuidad de unos personajes que fracasan rotundamente en su autenticidad por no ser parecer precisamente de tomo y lomo, si no más bien figuritas de una pieza pintadas al gusto refinado de un ideal inexistente en la realidad histórica que conocemos. Es decir, Grecia no era Iberia ni Iberia era Grecia, por mucho que lo justifiquemos con referencias a las colonias del Levante.
    Cuánto daño ha hecho el Tartessos de Schulten, tanto que algunos han osado magnificarlo más todavía, más allá de lo inverosímil.

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