EL ARTE CLÁSICO. DE GRECIA A ROMA – Mary Beard y John Henderson

“¿El Laoconte es una pieza original griega, una pieza original romana, una copia romana de una estatua griega, una adaptación romana de un modelo griego anterior? ¿Y qué queremos decir exactamente con todas estas opciones? Por ejemplo, ¿una escultura hecha en Roma por escultores griegos cuenta como una escultura griega o como una escultura romana? ¿Y si hablamos de una escultura hecha en el mundo heleno pero encargada por un romano?”.

Una vez, hace años, mientras recorría uno de los pasillos de la Galería de los Uffizi en Florencia, me preguntaron de dónde habían salido las esculturas que había allí. Yo contesté que la mayoría eran copias romanas de originales griegos. Me replicaron que entonces qué hacían allí expuestas, si no eran más que meras reproducciones, imitaciones de las originarias y originales. Solo faltó decir “falsificaciones”. Como me suele pasar, al pronto no supe qué decir; y no porque no existieran argumentos que exponer, sino porque en mi cabeza yo mismo me los discutía y rebatía. Qué bien me habría venido entonces un libro como este.

El arte clásico. De Grecia a Roma no es un manual de arte; es un libro sobre el arte. Griego y romano, por más señas; y más romano que griego. Un libro que plantea, que propone, que sugiere y que cuestiona, sobre todo cuestiona. El pintoresco interrogante del párrafo anterior es solo uno de los asuntos que abordan a cuatro manos Mary Beard y John Henderson en esta obra. Ella no necesita presentación, ha sido leída y reseñada a menudo en esta página; él, menos conocido del gran público, es profesor emérito de Cambridge y autor de numerosos libros sobre el mundo grecolatino y medieval. Entre los dos componen este colorido y vistoso recorrido por el arte de los romanos (y también de los griegos) y plantean numerosos e interesantes temas acerca de lo que este nos sugiere, lo que sabemos de él y lo que no, cómo se ha entendido en los tiempos posteriores, qué queda de todo el esplendor artístico antiguo… ¿Qué pensaban los romanos del arte “clásico”? ¿Existía ya este concepto entre ellos? ¿Lo aplicaban a las obras griegas que tanto admiraban y copiaban hasta la saciedad? ¿Es la copia de una escultura un original en sí mismo? ¿Dónde está la frontera entre la copia y la inspiración, la repetición de patrones, la imitación de técnicas y modelos? Y si los romanos copiaron a los griegos, ¿acaso estos no se copiaron también entre sí? Preguntas y más preguntas, explícitas unas, sugeridas e implícitas otras, emanan del libro a cada vuelta de hoja. El caudal de erudición que fluye de los autores es enorme, y sin embargo el tono distendido hace que las casi 400 páginas fluyan y mantengan al lector inmóvil y con la vista posada en el texto y en las numerosísimas imágenes que ilustran el volumen.

Pese a sus casi 400 páginas, el libro consta de apenas cinco capítulos. Las pinturas halladas en Pompeya y Herculano inauguran la lectura: la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. acabó con la vida de sus habitantes, pero a cambio preservó prácticamente intactas ambas ciudades, sus calles y casas, y la decoración que había en sus paredes y patios, plagada de motivos basados en la mitología griega y romana. A este respecto cabe mencionar a Johann Joachim Wincklemann, historiador alemán del siglo XVIII quien en su relativamente corta vida (le asesinaron a los 51 años) tuvo tiempo de fundar una rama ahora fundamental dentro de los estudios históricos: la Historia del arte. Wincklemann está presente a lo largo y ancho del libro de Beard & Henderson; al hilo de las obras de arte de Pompeya, y extrapolable al conjunto del arte romano en su totalidad, el erudito alemán aplicó un principio hasta entonces utilizado en el ámbito de la literatura latina: en la alta cultura romana el conocimiento de las obras griegas era una condición esencial para la posterior creatividad artística. Después de tal afirmación, las especulaciones acerca del arte de la imitación estaban servidas. La clasificación de estilos artísticos que llevó a cabo Winckleman (arcaico, elevado, bello y el estilo de los imitadores) pareció una invitación a la polémica.

El descubrimiento en Roma a principios del siglo XVI del esplendoroso conjunto escultórico de Laoconte (o Laocoonte) y sus hijos, el hallazgo en el siglo XVIII de los dos discóbolos encontrados sucesivamente, o el de las esculturas que vieron la luz en la cueva de Sperlonga a mediados del XX, son algunas de las piezas que se mencionan para ilustrar los peliagudos asuntos de la restauración de obras antiguas, la asignación de autorías o la definición de temas tratados. ¿Cómo tenía Laoconte el brazo que hubo de reconstruírsele? ¿Se trataba realmente de Laoconte? ¿En qué época fue esculpido? ¿Hacia dónde tenía la cabeza el discóbolo? ¿Quién hizo las esculturas de Sperlonga? De manera reiterada el libro incide en el tema de la imitación: este fue un concepto fundamental en el arte romano, y constituyó toda una institución cultural. En sí misma era todo un proceso creativo, no una mera copia pasiva o mecánica. Beard y Henderson no emiten desde luego juicios de valor; se limitan a presentar la cuestión con toda claridad. El Hermes hallado en Olimpia, en las proximidades del templo de Hera, es la única escultura original de Praxíteles que se conserva. Fue hallada en el lugar en el que el viajero Pausanias la vio, allá por el siglo II d.C., 600 años después de ser esculpida. Sin embargo, formal y técnicamente la obra “parece claramente y en todos los aspectos una copia romana”. ¿Lo es? Ni siquiera con las obras que están, en apariencia, identificadas, podemos pisar terreno firme. La mayoría de los bustos antiguos que nos han llegado no vienen con identificación; entonces ¿cómo podemos saber quiénes son? ¿Cómo reconocer en una cabeza de mármol a César, a Octavio, a Pompeyo? Y no digamos ya cuando se trata de griegos.

El llamado Apolo de Belvedere fue considerado durante un tiempo la obra más bella de la Historia. Tampoco se quedaba atrás la Venus de Médici, aunque esta última pronto fue eclipsada y arrinconada por otra Venus, la de Milo, que siempre se ha visto acompañada por la polémica de sus brazos (¿en qué posición estarían?). Y ambas fueron superadas en cuanto a preferencia popular por la de Cnido. ¿La razón? Quizá el hecho de que muchas esculturas, como el Apolo de Belvedere o la Venus de Medici, no pueden datarse con exactitud.  Ese anonimato temporal las devalúa. La Venus de Cnido, en cambio, se atribuye a Praxíteles y se la considera la primera escultura de desnudo femenino. El valor de las esculturas es voluble y variable, pero condiciona su destino: Napoleón, presente en el libro como un saltamontes que aparece y se desvanece, expolió numerosas obras de arte en función de lo valiosas que eran.

Las relaciones del arte con el poder también son abordadas por los autores: el altar de Pérgamo, el foro de Augusto, la columna de Trajano, el arco de Tito, la villa de Adriano, las estatuas de Antínoo… Muchas, muchísimas obras desfilan por el libro, y muchísimas ilustraciones con jugosísimos pies de foto. Especialmente útiles son los numerosos mapas y planos que aparecen al final del libro, así como las páginas dedicadas a lecturas complementarias.

Y el libro se cierra como empezó, volviendo a Pompeya, y poniendo de manifiesto una curiosa paradoja: cuando vemos los cuerpos carbonizados de los habitantes de la ciudad, lo que en realidad estamos viendo son escayolas modernas. ¿Cabe hablar de arte en este caso? ¿Arte antiguo, arte moderno? En todo caso, y reciban la etiqueta que reciban, sentimos emoción al contemplarlas.

Mary Beard y John Henderson escribieron este libro en 2001, y la autora tuvo a bien redactar un prólogo para la edición actual. Se trata, en definitiva, de un estupendo volumen, tanto en forma como en contenido, un libro que apunta en la misma línea que Doce Césares, otra obra de reciente publicación de Mary Beard. El arte clásico de Beard y Henderson no defraudará a los devotos de la historia, a los aficionados al arte, a los amantes de la cultura grecolatina, y en general al lector curioso.

*******

Mary Beard y John Henderson, El arte clásico. De Grecia a Roma. Madrid, La Esfera de los Libros, 2022, 391 páginas.

     

3 comentarios en “EL ARTE CLÁSICO. DE GRECIA A ROMA – Mary Beard y John Henderson

  1. Farsalia dice:

    Lo compré en inglés baratito hace un tiempo, pero aún sigue en alguna pila. La estupenda reseña lo pone en la pila de las lecturas de 2023. Por lo que comentas, sigue siendo un estilo muy Beard (y Henderson) de aproximarse al mundo clásico desde puntos de vista «diferentes» a temas concretos.

  2. Iñigo dice:

    Pintaza. Una de esas reseñas que levantan interés por el libro reseñado. Bravo!

  3. cavilius dice:

    Efectivamente, se comentan un montón de temas en riguroso desorden (aparente, pero en realidad no es así). Ilustraciones estupendas, pies de foto brillantes (esta vez la Esfera sí lo ha hecho bien), y mucho arte romano y griego. Un libro meritorio, desde luego.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Hislibris te informa de que los datos de carácter personal que nos proporciones rellenando el presente formulario serán tratados por Ediciones Evohé, S.L. como responsable de esta web. La finalidad de la recogida y tratamiento de los datos personales que te solicitamos (nombre y correo electrónico) es únicamente gestionar los comentarios que realices en este blog y jamás serán compartidos con terceros (salvo requerimiento legal). Legitimación: Al marcar la casilla de aceptación estás dando tu legítimo consentimiento para que tus datos sean tratados conforme a las finalidades de este formulario descritas en la política de privacidad. Como usuario e interesado te informamos de que los datos que nos facilitas estarán ubicados en los servidores de Factoría Digital (proveedor de hosting de Hislibris) dentro de la UE. Ver política de privacidad de Factoría Digital. Podrás ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación y suprimir los datos en hislibris@hislibris.com e info@edicionesevohe.com, así como el derecho a presentar una reclamación ante una autoridad de control.