DICTADORES – Richard Overy

DICTADORES - Richard OveryRichard Overy (Londres, 1946) es un prestigioso historiador del III Reich y la Segunda Guerra Mundial. En su libro Dictadores, cuya publicación original data de 2004,  ofrece un análisis comparativo de la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin; análisis que procede por vía temática, desde la ruta seguida por ambos gobernantes hacia la dictadura hasta el imperio de los campos de concentración –pasando por temas como la relación entre partido y Estado, la dirección de la economía, el universo normativo y otros-. No es, pues,  una biografía doble ni una historia narrativa en paralelo. El análisis temático apunta a la comprensión de la génesis de las dos dictaduras, su funcionamiento y los factores que les permitieron subsistir.

Uno de sus ejes es el concepto de totalitarismo, diferente del esgrimido por la vieja escuela, que en términos simples consistía en un tipo de régimen tiránico basado en el control total de la sociedad por el terror. Modelo primario de totalitarismo que a partir de los años 60 fue criticado por una serie de analistas que adujeron que Hitler y Stalin se vieron seriamente limitados en el ejercicio del poder. De la constatación de las restricciones padecidas por ambos dictadores se infería que, no siendo absoluto su poder, más correcto sería calificarlos de «dictadores débiles», y que sus respectivos regímenes distaban de ser auténticamente totalitarios. Siguiendo a Overy, el problema es que «ni Stalin ni Hitler eran absolutistas ideales, pero el dictador perfecto es un invento que está más allá de la historia» (p. 114). Tanto la escuela inicial del totalitarismo como sus críticos supeditaron el estudio de los sistemas nazi y soviético a un modelo abstracto de despotismo total, un tipo ideal de régimen tan ilimitado y perfecto en su arbitrariedad que jamás podría hallar confirmación en la evidencia histórica. Contrastados con este modelo, incluso figuras como Hitler y Stalin empalidecían.

Overy sostiene que la perspectiva adecuada no es la de concebir los regímenes soviético y nazi como  sistemas de poder centralizado  perfectamente constituidos que luego se ven  inhibidos por diversas circunstancias externas, sino, a la inversa, la de estudiar  los procesos por los que Hitler y Stalin llegaron a ejercer un poder de amplitud inaudita desde posiciones de poder restringido. La imagen del déspota omnisciente que controla cada paso de su gobierno es absurda; aún así, lo cierto es que Stalin y Hitler ejercieron un poder desmesurado, exento de restricciones morales. Los traspiés cometidos por sus respectivos regímenes provenían no de la falta de un control total de la sociedad, sino del desmesurado grado de poder concentrado en los dictadores.

Al mismo tiempo que repudiaban la tradición liberal y humanista de Occidente, ambos regímenes se proclamaban democráticos. Alardeaban de haber superado la división política de la sociedad, que consideraban una tara de los regímenes liberales, y de ejercer una genuina representación de los intereses del pueblo. El populismo era uno de los más socorridos instrumentos de legitimación para unos regímenes que dependían de generar una identificación entre la población y las aspiraciones gubernamentales. La preocupación por las credenciales democráticas iba unida al hecho de que ninguno de los dos dictadores prescindió simple y abruptamente de toda estructura constitucional. Lo que hicieron fue subvertir de modo gradual las disposiciones constitucionales existentes y crear formas extraconstitucionales de poder que les permitieron consolidar el despotismo. El resultado en ambos casos fue la creación de un nuevo Estado, proceso en el que la violencia tuvo un papel principal. Por de pronto, ante la dificultad de establecer el momento en que ambos gobernantes devinieron dictadores férreos (dificultad  menor en el caso de Hitler), Overy se decanta por los asesinatos en 1934 de Serguéi Kirov (jefe del PCUS en Leningrado) y Ernst Röhm (líder de las S.A.); crímenes que resultaron hitos fundamentales en el proceso por el que Hitler y Stalin se pusieron por encima de la ley. En el contexto de la violencia consubstancial a las dictaduras totalitarias, el empleo –intensivo- de campos de concentración es uno de los rasgos que distinguen a estos sistemas de otras formas modernas de despotismo.  

Tratándose de regímenes unipartidistas, el papel desempeñado por los respectivos partidos muestra semejanzas y diferencias. El partido nazi (NSDAP) no generó un comité central como el partido comunista de la URSS (PCUS), pero sí fue importante en la formulación de la política y en la subversión de la autoridad y la estructura del Estado alemán. En ninguno de los dos casos cabía pensar en una sustitución del Estado por el partido, asegura Overy. Más bien, el partido actuó como fuente de liderazgo y como brazo ejecutor, con suficiente poder como para considerarlo un «Estado en la sombra». En lo que hace a los respectivos procesos históricos: durante el período formativo del Estado soviético, en la década de 1920, el aparato estatal estuvo subordinado al PCUS; situación que se invirtió en la década siguiente bajo inspiración de Stalin.  En Alemania el partido se encargó no de fundar un Estado –como debió hacer el PCUS en la Unión Soviética- sino de desmontar el Estado preexistente. Dicho de otra manera, el NSDAP se encargó de erosionar el Estado normativo heredado de la República de Weimar. «El proyecto soviético era constructivo, el alemán era trasformativo» (p. 210). En la fase de consolidación, mientras que Stalin necesitaba al Estado para controlar al partido, Hitler necesitaba al partido para controlar el Estado.

Según Overy, el NSDAP ejerció un control social más intenso e intrusivo que el PCUS; esto porque los nazis se desenvolvieron en una sociedad con mayor vida cultural e institucional que la del antiguo imperio de los zares. Por lo tanto, la voluntad totalitaria del partido nazi debía imponerse en una sociedad con mayores salidas alternativas que en el caso soviético.

El rasgo totalitario se advierte en la escala insólita de centralización y dirigismo que caracterizó a los dos sistemas,  con su empeño por controlar la producción cultural, dirigir la economía, regimentar la sociedad y definir los parámetros tanto de la vida privada como de la pública. Todo, en conformidad con sendas concepciones orgánicas de la sociedad en la forma   de comunidades holísticas y excluyentes (cada una con patrones específicos, de índole racial en el caso nazi, social en el soviético). En ambos sistemas la ideología fue un factor fundamental, en conjunto con el liderazgo carismático y el culto a la personalidad. La promesa de un futuro mejor en base a una regeneración colectiva y al aparente poder transformador de las nuevas ideas tuvo una enorme capacidad de atracción; resistirse a tan atractivo proyecto podía ser entendido como una especie de herejía.

No obstante el utopismo implícito en ambas ideologías, las dictaduras se afanaron en revestirse de legitimidad racional apelando a un cientificismo muy en boga en la época, una suerte de culto de la ciencia que creía poder confiar la transformación de la sociedad a principios rigurosamente científicos. Lo que define a estas dictaduras como «modernas» es, precisamente, la apelación al discurso (pseudo) científico.  

No se logra una concepción verídica de lo que fueron ambos regímenes si se atribuye la eficacia del poder central al control y el terror, exclusivamente; deben considerarse diferentes grados de aprobación y complicidad popular. «Para que la represión funcione es necesario que un sector considerable de la sociedad se identifique con sus actividades e incluso las apruebe» (p. 248). Las denuncias y la autovigilancia complementaban la labor represiva de unos aparatos de seguridad cuyos recursos eran bastante más limitados de lo que ha solido pensarse. Muchas personas confiaban en que la dictadura satisfaría sus expectativas de armonía política y consenso social (elementos sumamente atractivos para unas sociedades fragmentadas y desde hace largo tiempo en crisis), a lo que se sumaba una oportuna explotación por el régimen del espejismo de una conspiración que amenazaba la integridad del cuerpo social –un motivo propagandístico que arraigaba en pautas preexistentes de prejuicios culturales y  políticos-. En consecuencia, las actividades de los aparatos represivos llegaron a ser vistas como algo necesario, verificándose una simbiosis entre líderes, aparato represivo y pueblo.

En suma, un libro que sistematiza y profundiza el conocimiento sobre los dos abominables regímenes en cuestión. Creo que estamos frente a un trabajo de primera línea.

-Richard Overy, Dictadores. Tusquets, Barcelona, 2006. 891 pp.

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28 comentarios en “DICTADORES – Richard Overy

  1. farsalia dice:

    Magnífico libro que reseñas con no menor talento, Rodrigo. El estudio comparativo y temático del libro de Overy trasciende el debate sempiterno debate acerca de los totalitarismos, sus puntos fuertes y sus flaquezas, siendo a menudo la figura de los dictadores donde solía focalizarse el interés de especialistas y aficionados al tema.

    Además de esa contraposición de dos modelos de estado –o de paraestado, en el caso alemán–y de plasmación práctica de dos ideologías que no estaban tan separadas como pareciere, lo interesante del libro está en la inmersión en aspectos como la cultura, la búsqueda de un cierto (y con todas las comillas que hagan falta) «estado del bienestar», el peso de la economía en la configuración, a menudo errática, del estado a construir, la persuasión forzada o animada de las esferas religiosas, etc. Todo ello nos muestra un panorama más diverso, complejo y hasta cierto punto utópico de la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin que habitualmente se nos muestra.

    Magnífico libro, soberbia reseña, que, la verdad, me sorprende que no hubiera llegado antes.

  2. Rodrigo dice:

    Gracias, Farsalia.

    El libro sí que se merece todos los elogios del mundo, creo yo.

  3. ARIODANTE dice:

    Y tu reseña también, Rodri. Pertenece a los libros que yo no leeré, probablemente, pero sigo admirando tu modo de acercarte a los textos y de hacérnoslos llegar. Sólo con este artículo creo que podría defenderme si tuviera que hablar del libro.

  4. Rodrigo dice:

    Bueno, bueno. Muchas gracias.

    Opino que debería traducirse al castellano un libro editado por Ian Kershaw y Moshe Lewin: Stalinism and Nazism. Dictatorships in comparison (Cambridge, 1997). Una serie de ponencias de autores varios; hojeadas en la red, parecen harto interesantes. Pero mi inglés es flojo.

  5. Derfel dice:

    Pues en mi caso, pertenece a los libros que sí leeré, porque le llevo echando el ojo desde hace tiempo, y Rodrigo me ha terminado de convencer.

  6. Clodoveo11 dice:

    Excelente reseña, Rodrigo. Describes el libro con profundidad y exactitud en todos sus extremos. Para mí, sin embargo, no me parece que aporte nada nuevo, por lo que pasaré de leerlo.

  7. Rodrigo dice:

    El libro no debiera defraudarte, Derfel.

    Cabe reforzar la idea, central en el libro, de las semejanzas entre ambos regímenes y la proximidad de sus respectivas ideologías -punto destacado por Farsalia-. La idea no es nueva pero sí es importante, y Overy proporciona en apoyo de la misma cuantioso y sólido material.

  8. Rodrigo dice:

    Aplicado a esta materia, el análisis comparativo de Overy es de por sí bastante novedoso, Clodoveo. Aparte que en el libro hay mucho más de lo que puede informar la reseña.

    Gracias de todos modos por el comentario.

  9. Clodoveo11 dice:

    Es posible que a nadie se le haya ocurrido hasta ahora escribir un libro comparativo de ambas dictaduras, pero a lo que me refería es a que no veo que aporte nada novedoso a quienes conocemos la génesis, desarrollo y conclusión de ambas. O, por lo menos, a mí no me lo parece, aunque es posible que a otros sí y puedan sacarle provecho. Y precisamente lo deduzco de tu reseña, que me parece exhaustiva en cuanto a la tesis central del libro.

    Saludos.

  10. Urogallo dice:

    Bueno, el tema de las comparaciones, excelentemente planteado por Rodrigo, ya se lanzó hace tiempo a nivel artistico: En una exposición de arte pictórico se mezclaban sin ninguna referencia cuadros de artistas nazis con artistas soviéticos de épocas semejantes.

    Imposible distinguirlos: Trabajo, comunidad, abundancia…

  11. Ignacio dice:

    Excelente reseña para un libro sumamente interesante que voy a apuntar entre las futuras adquisciones. Al hilo de otros comentarios decir que la comparación ente Hitler y Stalin ya ha sido abordada por otros autores. En concreto, Alan Bullock publico un libro titulado Hitler y Stalin Vidas Paralelas que en España editó Plaza & Janés con Círculo de Lectores. Sin embargo, en este caso estamos ante dos biografias superpuestas y en el libro de Overy se aborda la comparación temática entre los dos régimenes totalitarios., lo cual me paraece mucho más interesante y novedoso. También me sorprende la calificación de los dos tiranos como «dictadores débiles», me pregunto quien sería un «dictador fuerte». Tal calificaciónd de débil se puede predicar de Hitler en el sentido que por indolencia e indiferencia había grandes parcelas del poder de las que no se ocupaba y las dejaba en manos de sus subordinados que actuaban con gran autonomía, y por ello al régimen nazi se le ha califiado de poliarquia. Stalin era una especie de Felipe II del siglo veinte en el sentido que controlaba todo y a todos con mano férrea . Por otra parte, también sorprende que se diga que el partido nacionalsocialista ejercitase sobre la sociedad alemana una control más férreo que el ejercitado por el PCUS sobre la sociedad soviética. Hay que teneer en cuenta que los nazis no realizan una revolución social propiamente dicha, y respetan el entramado socioeconómico existente en Alemania, es decir respetan y mantienen a las élites existentes en el ejécito, la burocracia y el mundo empresarial. Además la existencia de una economía de mercado – muy intervenida y limitada ciertamente – en Alemania permitía la existencia de una sociedad civil controlada por el NSPA pero con cierto grado de autonomía en determinados ámbitos. En fin, creo que estamos ante un libro para leer, meditar y discutir cuya lectura no debe perderse ningún aficionado a la Historia del Siglo XX. Saludos J. Ignacio.

  12. Vorimir dice:

    El libro parece excelente, sin duda.Muy buena reseña Rodrigo, que he leido con interés, pq son temas que ando tratando con algunos de mis cursos.
    Y el menda, que es un poco corto, tiene muchos problemas en distinguir a Hitler de Stalin. Más que nada pq los dos fueron unos dictadores asesinos, por mucho que uno se disfrazase de comunista.

  13. Rodrigo dice:

    Gracias, Ignacio. Tu comentario contiene un montón de puntos interesantes. Por ahora me referiré de pasada a algunos de ellos, con mucho tiento porque apenas soy un aficionadillo.

    El propio Overy declara que su intención no es escribir una biografía doble estilo vidas paralelas, esto porque la tarea ya fue emprendida por Allan Bullock, justamente, y con suficiente éxito. (El de Bullock es un libro que aún no he leído.)

    Sí, entiendo que los subordinados de Hitler disponían de un cierto margen de autonomía, considerable para lo que se puede esperar de un régimen autoritario y extremadamente personalista, pero su desempeño siempre tuvo por referencia y limitación la voluntad de Hitler, o lo que se consideraba como tal. Cuestión que se resume en la idea de “trabajar en la dirección del Führer”. Tratándose de un sistema de suma arbitrariedad en que bien pronto dejaron de existir mecanismos eficaces de coordinación entre los órganos de poder y en que la delegación de facultades, aunque inevitable, no reducía necesariamente el poder personal de Hitler, la única fuente de legitimidad residía en la persona del Führer, quien devino árbitro supremo de todas las cuestiones decisivas y cuyo respaldo todos se afanaban por conseguir. La relativa autonomía de sus subordinados consistía más que nada en rivalizar encarnizadamente en procura del apoyo del Führer, compitiendo en exhibir la mayor lealtad a su persona y en suministrar los medios que mejor proveyesen a los fines establecidos por el régimen -es decir, por Hitler-.

    La argumentación que brevemente expones en torno al concepto de poliarquía (también policentrismo o policracia) es, precisamente, una de las que fundaron la concepción de Hitler como presunto “dictador débil”. Término del que me entero por Ian Kershaw (cfr. La dictadura nazi) que fue acuñado por Hans Mommsen en los años 60, partiendo de la idea de que Hitler se mostraba con frecuencia irresoluto, influenciable y vulnerable debido a su constante preocupación por su prestigio personal; idea que hoy parece refutada. En general, difícilmente puede ser considerado como dictador débil un personaje que era el verdadero eje del sistema. Por otra parte, el concepto de policentrismo o gobierno policrático, aplicado al III Reich, también ha sido criticado. Por de pronto, según Overy es difícil demostrar que existiera policracia tanto en la Alemania nazi como en la URSS de Stalin; señala este autor que en ni en uno ni en otro caso había centros de poder ajenos a la voluntad del dictador. Textualmente: «Ninguno de los dos dictadores toleraba contradicciones serias o sostenidas; es impensable que hubieran tolerado un sistema de gobierno basado en el ejercicio explícito de poder independiente en múltiples centros» (p. 123). Kershaw está en una línea similar. Se refiere repetidamente al tema de la fragmentación administrativa en el III Reich, la que implicaba superposición de funciones y conflictos entre esferas de autoridad en una suerte de caos administrativo que, sin embargo, no equivalía a multiplicación de centros de poder. Es Kershaw quien ilustra decididamente la importancia de Hitler como factor aglutinante y eje de la legitimidad en el régimen. Otro autor, Michael Burleigh, en su libro El III Reich desestima la importancia que se ha asignado en la teoría policrática a la dispersión administrativa en el régimen nazi. Hace hincapié en que los gobiernos democráticos y muchas corporaciones e instituciones modernas también padecen fraccionalismo administrativo, duplicidad de funciones y contradicción de intereses, con lo que la proliferación de organismos y la competencia entre ellos deja de ser una característica excluyente del III Reich, resultando además insuficiente como clave explicativa de su radicalización. Hay un estudio de Michael Thad Allen, Hitler y sus verdugos (Grupo Editorial Tomo, México, 2006; el título original es Hitler’s Slave Lords): exhaustivo análisis histórico-administrativo del desempeño de la WVHA (acrónimo alemán de “Oficina Principal Administrativa de Negocios”), un departamento de las SS que organizó el empleo masivo de mano de obra esclava durante la guerra. En él también se cuestiona la importancia de la policracia: «Sin duda, las disputas y las diferentes facciones dentro de la SS muestran en cierta medida la “policracia”, pero ¿qué instituciones de gran tamaño difieren a este respecto? ¿Y era la policracia, que tan a menudo se ha definido como luchas internas, el factor definitivo en las actividades cotidianas?» (p. 349). Allen responde negativamente, y no cree que la policracia fuese una rareza propia del III Reich.

    Bueno, espero proseguir mañana. Es que ya me gana el cansancio del día.

    Ah, Vorimir. Te agradezco el elogio.

  14. Rodrigo dice:

    Uro, creo que ya en el foro te habías referido a esa exposición (¿o fue Germánico?). ¿Hay más información al respecto?

  15. Urogallo dice:

    Pués por mi parte poco más, aparte de las noticias en TV sobre la misma.

    En España tenemos la suerte de que todas las exposiciones que se producen en nuestra capital son cubiertas por la TV para que a nadie se le olvide que vive en provincias.

  16. Rodrigo dice:

    Vale. Gracias, Uro.

  17. Ignacio dice:

    Gracias Rodrigo por tus atinados y acertados comentarios, que desde luego demuestran que eres un buen aficionado y conocedor del tema, con muchas y buenas lecturas que has sabido asimilar. Afirmas no haber leido el libro de Bullock sobre los dos dictadores. Simplemente te dire que es un buen libro de prosa elegante, pero hoy en día se encuentra superado por biografias mas modernas, como son las de Service para Stalin y la de Kershaw para Hitler. Y respecto al tema de la policracia del régimen nazi, decir que hubo organismos que llegaron a convertirse en un estado dentro del estado, e incluso, en cierto modo, desafiaron la autoridad de Hitler. Piensese en las SA de Rohm, y creo que otro tanto hubiera pasado con las SS de Himmler de haber perdurado el régimen. Por otra parte, la nazificación del éjercito aleman disto de ser total y siempre hubo elementos importantes del mismo disupuestos a conspirar contra Hitler, en 1939 y en 1944. También hay que considerar que el régimen nunca pudo someter ni eliminar a la Iglesia catlólica, y que la elite financiera gozó de gan autonomial. En la Unión Sovietica de Stalin no había sector social que escapase el control del partido comunista, ni elementos que pudieran desafiar la autoridad del dictador.

  18. David L dice:

    Excelente reseña y comentarios posteriores de un libro que bien merece una lectura. Estoy de acuerdo con lo último que ha comentado Ignacio, creo que el Tercer Reich era algo más que Hitler. Por supuesto, el eje central del mismo era el Führer, y como ha reseñado Rodrigo, muchos se acogieron al hecho de “trabajar en la dirección de Hitler” para labrarse verdaderos pseudo-estados dentro de la inmensa organización administrativa en la que se fue convirtiendo el Tercer Reich conforme éste fue ganando “espacio vital”. Cada fuerza interna luchó por hacerse con su pedacito del pastel. Las SS, la Whermacht, Rosenberg y su ministerio para los territorios del Este, etc…son alguno de los ejemplos que podemos mencionar. El mismo hecho de la llegada de Hitler al poder vino dado también por el apoyo de varios sectores de la vida político-económica alemana, los cuales, en cierta manera, estaban comprando cuotas de poder para un futuro no muy lejano.

  19. Rodrigo dice:

    Muchas lecturas, no, Ignacio. Unas cuantas nada más. Entre éstas sí se cuentan las dos biografías que mencionas -excelentes por cierto-.

    Según entiendo, al paradigma de la policracia se puede criticar un cierto abuso en la formulación de sus términos, llevada a tal extremo que el modelo desemboca en una imagen nebulosa del poder en el III Reich, afín a la idea del “dictador débil”. Lo que sus críticos le reprochan es que de la sola compartimentación administrativa y falta de coordinación horizontal se derive una presunta dispersión de la autoridad, tan caótica como para obstaculizar la puesta en práctica de políticas gubernamentales. Exagerar la imagen de unos bloques de poder independientes y en pugna constante se contradice con el alto grado de coherencia y eficiencia organizacional que al fin y al cabo exhibió el régimen nazi. Por ejemplo: Michael T. Allen, aquel autor que mencionaba arriba y que no desmiente la existencia de cierto policratismo, pone énfasis en la importancia de la cooperación, el consenso ideológico y la lealtad al Führer como factores que desdramatizan el supuesto de la fragmentación administrativa (además de argumentar que no fue ésta una característica exclusiva del III Reich, como llegó a aducir lo que Allen denomina la “ortodoxia del modelo policrático”). Al mismo tiempo, extremar el alcance de dicho supuesto –fragmentación administrativa y dispersión del poder en múltiples instancias decisorias- acaba por distorsionar la percepción de lo que en realidad fue un sistema de poder vertical, fuertemente centralizado, personalista y carismático. Por mucho que Hitler no pudiera ejercer un control absoluto sobre el extenso universo de sus subordinados, o que no estuviera interesado en hacerlo dada su desidia en cuestiones burocráticas, siempre fue un custodio celoso de su poder personal, repudiando cualquier limitación que en este sentido se le pudiera imponer (incluyendo los procedimientos burocráticos convencionales); a sus allegados, la élite del poder, a ellos sí que los sometía a un control estricto, fomentando la rivalidad para su propio provecho. Además, bastante dice de la importancia de la figura de Hitler (el mito del Führer según lo califica Kershaw) como eje del sistema el que la interpretación de su voluntad fuese un mecanismo esencial en el desempeño de los diferentes sectores administrativos. “Trabajar en la dirección del Führer”, esto es, arrogarse la interpretación cabal de los designios de Hitler e implementar medidas en consonancia con éstos: un factor completamente decisivo en la mecánica del III Reich.

    Estoy consciente de la importancia del NSDAP y de la SS. Si no me equivoco, la SS tuvo un rol crucial como abanderado ideológico y brazo ejecutor en el proceso de enaltecer e institucionalizar la voluntad del Führer como fuente suprema de legitimidad. Se lee por ejemplo en el libro Hitler y el universo hitleriano, de Marlis Steinert, que uno de los objetivos de la SS fue “el reemplazo de las antiguas normas por un derecho nuevo basado en la sola voluntad del Führer” (p. 278). Los crímenes de la llamada “Noche de los cuchillos largos” fueron cruciales en el proceso. Y bueno, el NSDAP tuvo un peso suficiente como para considerarlo una especie de estado dentro del estado, tal cual dices, o como para dar pie a la caracterización del III Reich como un “Estado dual”, en que el Estado normativo de tipo tradicional se vio cada vez más subordinado a un Estado discrecional representado por la estructura partidaria y cuya legitimidad provenía del prestigio y la autoridad supralegal de Hitler. Son puntos que no casan muy bien, a mi entender, con una versión simplista o extremista de régimen policrático puesto que corroboran la idea del verticalismo autoritario -con el Führer en la cúspide-. Pasa también que, por lo que entiendo, el modelo policrático –extremo- tendía a concebir a Hitler como un gobernante inhibido por fuerzas secundarias que, sin embargo, hacían de parcelas de poder. Tener poder, lo tenían obviamente, pero no tanto como para sustraer el suyo a Hitler (por no insistir en su condición de referente axial de autoridad).

    Comparto la parte final de tu intervención. Es muy cierto lo que dices, que el régimen nunca pudo eliminar o someter, etc. No por falta de ganas, claro.

  20. Rodrigo dice:

    Gracias, David.

    No sé si será necesario explicitarlo, pero igual va: lo que he expuesto es una crítica al modelo extremo de policratismo, o a las implicaciones que resultan de éste en apoyo de la idea del “dictador débil”. Creo que los argumentos de Overy y otros autores en torno a la dimensión de Hitler en el totalitarismo nazi son de lo más convincentes.

  21. Rodrigo dice:

    Es decir, ¿Hitler prisionero de las disputas entre órganos dotados de facultades resolutivas? Esto no lo veo claro. Como tampoco el extremo opuesto, un Hitler omnisciente y omnipotente.

    «El hecho de que poco de lo que ocurría en la política interior antes de por lo menos la mitad de la guerra estuviera en contra o contradijera la «voluntad» y las «intenciones» de Hitler hace difícil imaginarlo como un «dictador débil»» (Kershaw, La dictadura nazi, p. 129).

  22. Cristián dice:

    Estimado Rodrigo,

    Tambien a muchos de los que han dejado comentarios.

    Sólo que agradecer en primer lugar al autor del artículo por cuanto su reseña ha sido lo que en definitiva me ha animado a comprar el libro, el cual ya estoy leyendo.

    Primero que todo me parece muy sugerente la perpectiva adoptada por Overy para su análisis y en alguna medida desmitificación de las dictaduras de ambos personajes.

    Lo poco que he leido, apuntalado por la reseña y los comentarios dejados me tiene ensimismado y muy gratamente impresionado.

    Saludos desde Chile.!

  23. Rodrigo dice:

    Espero que lo disfrutes. Es un libro de mucha enjundia.

    Saludos, compatriota.

  24. toni dice:

    Hola Rodrigo. Ya lo he terminado y creo que ya comenté que tu reseña me había ayudado a decidirme a leerlo.
    Una vez acabado he vuelto a leer la reseña y de verdad que resume el libro muy acertadamente.

  25. Rodrigo dice:

    Gracias, Toni.

  26. David L dice:

    Acabado este gran libro dejo una pequeña reseña:

    Monumental trabajo el que nos presenta Richard Overy sobre las similitudes y las diferencias que conformaron estas dos terribles dictaduras en el siglo XX, un ensayo de más de 800 páginas que merece la pena leer a pesar de su extensión y , aunque parezca siempre un tópico, su lectura es agradable y muy amena. Cuando comienzas a leer esta obra empiezas a darte cuenta de las grandes semejanzas entre ambas dictaduras, sus utópicos anhelos de sociedades perfectas, la de Stalin buscando la igualdad de la ciudadanía hasta sus máximos exponentes, con ello creían poder alcanzar la plenitud suprema y acabar con todas las injusticias; la de Hitler, basada en la preeminencia racial, el individuo de ojos azules, rubio y con una genética prefecta sería el objetivo a lograr, el dominio del mundo basado en la pureza racial. Como podéis observar dos objetivos muy diferentes, pero el camino a recorrer para alcanzarlos no difirieron en mucho. Culto máximo al líder, una visión de ellos casi como de dioses, fundamental para atraer a las masas sin establecerse muchas cuestiones sobre su legitimidad moral, una lealtad compartida, y es aquí en este último aserto donde el profesor Overy quiere remarcar el éxito de ambas Dictaduras con mayúsculas: sin una aceptación mayoritaria de la población ambos regímenes no habrían logrado permanecer y sostenerse.

    La tiranía en la URSS de Stalin y en la Alemania del Tercer Reich es un hecho innegable, cualquiera que se significase contrario al mismo u osase mostrar rebeldía caería en la denominación de enemigo, no sólo del gobierno, sino también de la nación, algo que suponía para el penado la peor de las perspectivas posibles, además, y a pesar de que el rechazo a estas dictaduras no fue tan grande como podríamos imaginar, la paranoia en cuanto a sus enemigos es algo característico en ambas, el hecho de sentirse amenazadas en todo momento significaba un elemento de cohesión que significo al comunismo de Stalin y al nacionalsocialismo de Hitler. La verdad es que apenas existía esa amenaza, es más, prácticamente podríamos comentar que la oposición era insignificante, otra cosa es que desde la propia dictadura se magnificara hasta tal punto que las represalias afectaran a grupos que en realidad no suponían ningún desafío para Hitler o Stalin. Otro dato curioso es la diferencia en cuanto a lo que suponía el Partido en ambos regímenes, par Overy el Estado soviético era necesario para dominar el Partido, para controlarlo y marcar su cometido sin desviaciones; en contraposición, el Partido en Alemania era el que dominaba al Estado, siempre teniendo en cuanta la personalidad de Hitler, pero la base social del nacionalsocialismo mantenía en cierta manera retenido al Estado, o al menos controlado. La ciencia, o unas determinadas bases científicas aunque parezca increíble, impregnaban ambos regímenes, para Overya la fe en la ciencia no producía necesariamente una dictadura, pero sí había argumentos científicos debajo de la ideología política y las aspiraciones sociales de las dos dictaduras, la soviética y la alemana. El marxismo desde el punto de vista soviético mantenía la base de una utopía sociológica enraizada en la aplicación de la moderna ciencia económica y social. Socialismo científico, con Engels y Marx como exponentes máximos, apoyaban las creencias de que las leyes del desarrollo económico producían necesariamente las condiciones para un sistema social único basado en la abolición de las clases y la apropiación de la propiedad para uso social. En la dictadura alemana, las raíces científicas se encontraban en el componente bilógico. Una cosmovisión del mundo, muy popular a finales del siglo XIX, basada en preservar la raza o nación como “especie” pura y exclusiva, aplicando rigurosas medidas para gobernar su salud y su fuerza a largo plazo. Teorías raciales llevadas hasta sus máximas consecuencias. Ambas teorías producto de un cienticifismo, aunque el término pueda ser malsonante, donde la ciencia es utilizada para guiar la nación, en todos sus aspectos, algo que no puede conducir más que a la exclusión y al anhelo de logros irrealizables, la mencionada ciencia no puede servir para crear lo perfecto, aunque Hitler y Stalin creyesen firmemente en ella para lograr su idealizada sociedad, una sociedad que sólo existiría en sus mentes y que llevó al mundo a mediados del siglo XX al mayor de los desastres que ha conocido la humanidad.

    Gran trabajo, magna obra la de Richar Overy, fundamental para adentrarse en un estudio comparativo de ambas Dictaduras, creo además que hay publicada una versión de bolsillo por la editorial Tusquets, así que a todos los estudiosos del stalinismo o del nazismo les recomiendo humildemente esta obra.

    Un saludo.

  27. Rodrigo dice:

    Suscribo, David. Un referente en su ramo, imprescindible en lo que toca a la comprensión del siglo XX.

    A propósito de dictaduras totalitarias, acabo de leer un luminoso ensayo de Luis Gonzalo Díez relativo a los fundamentos filosóficos y antropológicos del totalitarismo, cuya gestación se remonta al extremismo jacobino de la Revolución Francesa. El libro se titula La barbarie de la virtud, y fue publicado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2014. El asunto (de fondo, porque pese a su relativa brevedad es un ensayo bastante libre en cuanto a amplitud temática): la revolución antropológica de los totalitarismos, que se propusieron crear un hombre nuevo a partir de una concepción seudocientífica de la historia, apelando a una noción ideologizada de la virtud –en su origen, la famosa virtud republicana de los jacobinos, que justificó las atrocidades cometidas en los tiempos del Terror. Díez pone el acento en el pretendido sentido virtuoso de la acción totalitaria, cuya extrema violencia es legitimada por la (supuesta) necesidad histórica: la construcción del modelo de sociedad prefijado por la ideología. En fin. Un interesantísimo trabajo, en que el autor convoca a pensadores como Burke, Constant, Mariano de Larra, Donoso Cortés, Weber y otros, desembocando en inspiradas reflexiones sobre la obra de Andréi Platónov y Varlam Shalámov (insignes acusadores del régimen soviético). Lo recomiendo encarecidamente.

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