CRIMEA – Orlando Figes

CRIMEA - Orlando FigesUna guerra a caballo entre dos épocas, la de Crimea. Fue la primera guerra verdaderamente moderna, por la diversidad y magnitud de los avances técnicos implicados, pero también tuvo mucho de premoderno, con su motivación parcialmente religiosa y con el protagonismo de ejércitos cuya base social era de tipo señorial (no sólo el ruso y el turco, también el ejército británico era por estructura y mentalidad el fiel reflejo de una sociedad fuertemente segregada). Su sabor a antiguo no acaba ahí. De acuerdo a Orlando Figes, las primeras batallas recuerdan a las de medio siglo antes, como si nada hubiese cambiado desde las guerras napoleónicas. Además, fue la última guerra en que intervinieron los códigos de caballerosidad que, entre otras cosas, contemplaban la actuación de “parlamentarios” y la realización de treguas para retirar a los heridos y los muertos del campo de batalla. A contrapelo de todo ello, el asedio de Sebastopol, principal hecho de armas de la guerra de Crimea (1853-1856), prefiguró la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial. En sus once meses de duración, el asedio produjo heridas de una escala y naturaleza desconocidas en las guerras anteriores, fruto del desarrollo técnico en el armamento (rifles y artillería) y de una concentración nunca vista de fuego de artillería: hasta 75.000 salvas al día por parte aliada. Esto supuso el estreno, por un lado, de lo que en la PGM se denominaría “fatiga de trinchera”, y, por el otro, de un nuevo tipo de guerra industrial que incrementó el poder destructivo de las potencias desarrolladas. También, tal cual ocurriría en la Primera Guerra Mundial, los soldados aprovecharon algunas pausas para confraternizar fugazmente con el enemigo.

Orlando Figes,  historiador británico cuya obra comprende títulos como La Revolución Rusa, Interpretar la Revolución Rusa (en colaboración con Boris Kolonitskii), Los que susurran y El baile de Natacha, emprende en uno de sus recientes trabajos una historia de la guerra de Crimea  en la que prevalecen los aspectos políticos y diplomáticos, sin menosprecio de los estrictamente militares, y en la que tienen cabida algunos elementos socioculturales. La narración de los acontecimientos bélicos tiene su espacio,  ciertamente: concisa, sobria y dramática al mismo tiempo, esta narración cuenta entre sus puntos altos la inclusión de testimonios tanto de oficiales como de soldados rasos y civiles, plasmados en diarios, cartas y crónicas de la época. (El más célebre de los testigos: Lev Tolstói, por entonces un joven oficial de artillería que iniciaría su carrera a la fama literaria con sus Relatos de Sebastopol.) Se trata por añadidura de una exposición crítica de los hechos. A Figes le importa menos la celebración de las glorias militares que el costo humano de la guerra, y no se ahorra demasiado al momento de denunciar la imprudencia de los gobiernos y la incompetencia de los mandos castrenses, incluyendo los británicos. La calidad del libro, en fin, se ve redondeada por la minuciosidad con que su autor aborda los antecedentes y prolegómenos del conflicto, así como lo relativo a sus secuelas.

El talante crítico del libro alcanza su cima en el acápite de las causas de la guerra, en cuya consideración Figes hace especial hincapié en el factor religioso: un ingrediente subestimado por la generalidad de los historiadores de la guerra de Crimea, afirma nuestro autor, y que debe ser reconocido en su verdadera dimensión. Las potencias que intervinieron en el conflicto (Rusia frente a una coalición formada por el Reino Unido, Francia, el imperio turco y el reino de Piamonte-Cerdeña) tuvieron distintos motivos para involucrarse, y el entramado de factores desencadenantes como los nacionalismos, las rivalidades imperialistas y la lucha por conquistar mercados quedaría incompleto sin las rencillas religiosas. Nicolás I de Rusia, principal responsable del estallido de la guerra, era un autócrata tan motivado por ambiciones expansionistas como por el rol de paladín supremo de la ortodoxia que se confería a sí mismo. La fe ortodoxa era un componente esencial de la ideología zarista y un poderoso aglutinante nacional. Los disturbios de Jerusalén, con la disputa entre las iglesias cristianas por los Santos Lugares, llevaron al zar a exigir de Turquía el reconocimiento de las prerrogativas de la iglesia ortodoxa y del derecho de Rusia a intervenir en territorio turco para proteger a los ortodoxos. Para la invasión rusa de los principados de Moldavia y Valaquia, provincias del imperio turco ocupadas en 1853, los argumentos esgrimidos por Nicolás fueron los de una cruzada religiosa en contra del Islam. De modo equivalente, el imperio otomano tenía en Rusia un rival imperial tanto como un enemigo religioso. Completando la ecuación, en el Reino Unido la creciente rusofobia comprendía un escasamente realista temor al bárbaro oriental, deseoso de imponer su herejía al Occidente. La idea de cruzada religiosa tuvo un papel destacado en el discurso belicista británico, llegando a aducir ciertos sectores que el Reino Unido se embarcaba en una guerra en defensa de la verdadera religión occidental en contra de la fe griega: “la primera guerra oriental desde las Cruzadas”.

Uno de los ingredientes novedosos de la guerra de Crimea fue la importancia de la opinión pública y su principal vehículo, la prensa. Fue la primera contienda que tuvo a estos elementos entre sus agentes motrices, especialmente en el bando occidental, en que la opinión pública y la prensa influyeron como nunca antes hicieran en el desencadenamiento y desarrollo del conflicto. Los editoriales periodísticos atizaban en el Reino Unido la rusofobia, el patriotismo y el ardor bélico, enardeciendo los ánimos de la población. Aunque el apoyo popular a la guerra fue menor en Francia, la política exterior de Napoleón III también debió soportar el apremio de la prensa, especialmente la católica de provincias, que hizo suya la causa de la cruzada religiosa contra Rusia. Napoleón, en principio menos convencido de los beneficios de una lucha cuyo escenario comprometía ante todo los intereses comerciales de su impensado aliado, el imperio británico, acabó aferrándose a una idea ventilada en la prensa católica provincial: que la guerra en defensa de la cristiandad occidental contribuiría a superar las divisiones habidas entre los franceses, restaurando de paso el prestigio de un ejército demasiado vinculado a la imagen de instrumento opresor.  Fue el propio Luis Napoleón Bonaparte –siempre ávido  de legitimidad- quien esclareció el fondo de la  cuestión: “En la etapa de la civilización en que nos encontramos, el éxito de los ejércitos, por brillante que sea, es sólo transitorio. En realidad, es la opinión pública la que conquista la última victoria”. Los gobiernos ya no podían conducir las guerras a su antojo, dando la espalda a la ciudadanía. Una vez defraudadas las expectativas de un conflicto breve, en la población de Francia y el Reino Unido cundió la alarma cuando se difundieron noticias sobre el número de bajas y las terribles condiciones que debían soportar los combatientes. La deficiente conducción de la guerra dio lugar a un escándalo mayor en el Reino Unido, país en que el periódico The Times articuló una feroz campaña que ocasionó la caída del gobierno, en febrero de 1855.

En el recuento de innovaciones destaca la figura ilustre de Florence Nightingale y sus mejoras en el servicio hospitalario británico. Figes rescata del olvido a Nikolái Pirogov, médico ruso que introdujo sensibles adelantos en el campo de la cirugía militar: fue el primer cirujano que empleó anestesia en una operación de campaña, desarrolló un mejor procedimiento de amputación  y estableció un sistema de selección de casos (heridos graves y otros), determinando el orden y prioridades en el tratamiento de emergencia. Gracias a sus innovaciones, Pirogov logró porcentajes de supervivencia en amputaciones muy superiores a los obtenidos por sus pares británicos y franceses. En otro ámbito, fue en Crimea que hizo aparición el corresponsal de guerra profesional, cuyos informes sobre la marcha de los acontecimientos saciaban el apetito de noticias del público británico. El buque de vapor y el telégrafo favorecían la rapidez de la información, mientras que la libertad de prensa y la naturalidad de los artículos  transmitían en los ávidos lectores una sensación de inmediatez. Por medio de los reportes de hombres como William Russell y Thomas Chenery, los británicos se enteraron de la incompetencia de sus generales y de la espantosa mortandad causada por enfermedades y heridas mal tratadas, así como de los estragos causados por el “general Invierno” (eterno aunque veleidoso aliado de los rusos). A ello se sumaba el registro de la guerra en fotografías: en palabras del autor, «fue la primera guerra fotografiada y “vista” por el público en el mismo momento en que se desarrollaba». Los fotógrafos James Robertson y Roger Fenton labraron su reputación en Crimea.

La derrota empujó a Rusia hacia las estepas del Asia Central, cuya conquista progresó a pasos agigantados, y a una agudización del antiguo resentimiento contra Occidente. Al tiempo que se fortalecían los sentimientos eslavófilos, la superioridad técnica de las potencias occidentales hizo evidente la necesidad de reforma, con lo que el dilema de la identidad rusa –¿europea o asiática?- empeoraba en vez de resolverse. Para Turquía, la guerra supuso un respiro en su prolongada decadencia y una mayor apertura hacia Europa, todo un hito en la occidentalización del país, lo que en paralelo alimentó los recelos del sector recalcitrante que se oponía a las innovaciones. En el caso británico, las consecuencias más destacables fueron tal vez las de índole social. La clase media británica resultó notoriamente gananciosa de un conflicto que reforzó su relevancia política y vigorizó su autoconfianza. La mala conducción de la guerra por oficiales que debían su rango a los privilegios aristocráticos redundó en el lustre ganado por principios representativos de la burguesía: competencia profesional, iniciativa, meritocracia, laboriosidad. Las graves deficiencias del ejército británico en materias como organización, transporte y abastecimiento fueron en parte subsanadas por la iniciativa de particulares, personas de extracción burguesa: Florence Nightingale (impulsora de mejoras sanitarias), Mary Seacole (hospedera y cantinera), el chef Alexis Soyer (de origen francés, mejoró la alimentación de los soldados), Samuel Peto (constructor del pionero ferrocarril de Balaclava, decisivo para el abastecimiento), Joseph Paxton (constructor de las cabañas que albergaron a las tropas). Elevado su status político, la clase media vio satisfechas en las décadas siguientes muchas de sus demandas económicas y sociales. Por otro lado, también se produjo un vuelco sustancial en la consideración de los méritos militares.  Si antes de la guerra de Crimea era la aristocracia la que monopolizaba la idea del honor  militar, después de ella el soldado raso se hizo objeto de celebración y reconocimiento, surgiendo el mito del soldado patriota que gana batallas pese a la ineptitud de sus generales.

Al contrario que en el Reino Unido, en que la guerra de Crimea influyó fuertemente en el imaginario nacional (el León británico, campeón de la libertad, frente al Oso ruso, símbolo de atraso y despotismo), en Francia el impacto de la guerra en la conciencia nacional fue mucho menor. Esto, a pesar de que en el bando aliado fueron las tropas francesas las que llevaron el peso mayor del conflicto, y de que la toma de Sebastopol fue un triunfo francés. Los hechos de la posguerra la convirtieron en una “guerra olvidada”. En el concierto internacional, las consecuencias directas de la conflagración fueron superadas con prontitud. Afirma al respecto Figes: «Los acontecimientos se produjeron tan rápidamente en los quince años que sucedieron a la firma del tratado [de paz] que el paisaje internacional era casi irreconocible: con Napoleón III exiliado en el Reino Unido tras el derrocamiento efectuado por las fuerzas de la Tercera República; la pérdida de poder de Francia y Austria, y el establecimiento de Alemania e Italia como nuevos estados. Los problemas y las pasiones de la guerra de Crimea rápidamente quedaron atrás, perdidos en la lejanía».

Estamos, en suma, ante una obra que confirma las inmensas dotes de Orlando Figes como historiador. El volumen cuenta además con una adecuada provisión de mapas e ilustraciones.

– Orlando Figes, Crimea: La primera gran guerra. Edhasa, Barcelona, 2013.  767 pp.

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36 comentarios en “CRIMEA – Orlando Figes

  1. iñigo dice:

    Lo tengo en casa desde navidades del año pasado y todavía no le he metido mano. Pinta genial y con tu reseña no tardará en caer. Pero hay tantos en el montón.

  2. asiriaazul dice:

    Me pasa lo mismo Iñigo, que mi ritmo de lecturas no es capaz de seguir el de las adquisiciones. Tiempo lleva ya esperando su turno este libro, tan bien reseñado por Rodrigo.

  3. Urogallo de Malenkoff dice:

    ¡Enorme Rodrigo! Lo que más me gustó del libro (Y sin haberlo terminado) es como el autor no se atrinchera en el ombliguismo habitual entre los historiadores de su nacionalidad, y admite y expone como los franceses resultaron soldados más competentes y mejor dirigidos que los ingleses, que iban de desastre en desastre hacia la victoria final.

    ¡El encanto de Oriente!

  4. Rodrigo dice:

    No los defraudará, compañeros. Es un muy buen libro.

  5. José Sebastián dice:

    Felicidades Rodrigo. Gran reseña.

    Es de esas obras que tanto por el autor (el genial Orlando Figes) como por la temática (la siempre subyugante y enigmática Guerra de Crimea) resulta imprescindible en la biblioteca de cualquier apasionado de la Historia. Reconozco, muy a mi pesar, que aún no lo tengo pero caerá algún día. De Orlando Figes he leído y disfrutado su mastodóndica «La Revolución Rusa» y tengo esperándome «Los que susurran».

    Me ha llamado especialmente la atención de tu reseña el elemento religioso que señala el autor al hablar de las claves del conflicto. Nos retrotrae a unos cuantos siglos antes con el saqueo de Constantinopla por los cruzados y el posterior fracasado proyecto de Carlos I de Anjou, rey de Sicilia, de organizar una cruzada para acabar con el imperio bizantino, tan bien relatados por Sir Steven Runciman en «Las Vísperas Sicilianas».

    A raíz de la pugna entre el Imperio Ruso y el Imperio Británico en el siglo XIX me permito recomendar un excelente libro: «Torneo de Sombras: El Gran Juego y la pugna por la hegemonía en el Asia Central» de Karl E. Meyer (editorial RBA). De lo mejorcito.

    Saludos y felices fiestas

  6. urogallo dice:

    Excelente libro. Reseñado por Koenig de Saint Cyr.

  7. Rodrigo dice:

    Tal cual, Uro. La objetividad es uno de los puntos altos del libro.

    El subtítulo original es precisamente La última cruzada, José Sebastián; dice mucho del énfasis del libro, que pone de relieve el peso de la idea de cruzada en las motivaciones de la guerra, tanto del lado británico como del ruso. Suscribo por otra parte tu recomendación: estupendo libro el de Meyer y Blair.

    También es recomendable el libro de Terry Brighton sobre la batalla de Balaclava: El valle de la muerte (reseñado por Uro de Melenkoff). Obra de estructura y planteamiento muy llamativos.

  8. José Sebastián dice:

    Apuntado queda «El valle de la muerte».

    Gracias y felices fiestas

  9. iñigo dice:

    Pues mira yo he encargado por internet el de Meyer. ;-)

  10. APV dice:

    Interesante libro, estaré a la espera.

    Francia y Austria fueron las grandes perdedoras, la primera por entrar en una dinámica exterior que llevó al resultado conocido y la segunda porque al quedarse fuera se quedó del mismo modo aislada (rompiendo su alianza con Rusia) de cara al futuro.

  11. Arturo dice:

    Sensacional reseña, Rodrigo, gracias. Desde luego, no me perderé el libro.

  12. Rodrigo dice:

    Eso mismo. No perdérselo, compañeros.

  13. Valeria dice:

    No sé cómo lo haces, pero consigues hacer atractivos temas por los que en mi vida había sentido el más mínimo interés. Me ha llamado la atención todo lo que «rodea» la guerra: la relevancia de la prensa, la atención médica, la intervención de personas ajenas a los ejércitos cuyas acciones incidieron de manera relevante, o la desaparición de la figura del caballero combatiente a cambio del reconocimiento de la tropa.
    Me lo pensaré, me lo pensaré. Porque además, esa foto de la portada siempre ha atraído mi mirada. Rodrigo, es un placer leerte.

  14. José Sebastián dice:

    Coincido con Valeria que las fotos de las portadas de las obras de Figes son especialmente subyugantes. Lo mismo ocurre con «Los que susurran» – la foto de portada siempre me produce un estremecimiento – o con «La Revolución Rusa» – también muy impactante -. En los tres casos tengo la impresión de que son personajes vivos que nos están mirando desde tiempos pasados.

  15. Rodrigo dice:

    Cierto, muy cierto.

    Gracias, Valeria. Es precisamente ese énfasis en lo que rodea al conflicto lo que me ha hecho tan satisfactoria la lectura del libro, mejor que si se hubiese tratado de un libro de historia militar pura y dura. Afortunadamente, es Figes el autor.

  16. Rodrigo dice:

    A todo esto, Figes ha publicado este año un nuevo libro, titulado Just Send Me Word. Informa la página web del autor que su tema es la historia de Lev y Svetlana, una pareja de moscovitas cuyo amor sobrevivió a la reclusión del primero en el gulag. Un trabajo de tipo testimonial el de Figes, basado en las 1500 cartas que los mencionados se escribieron durante el dificilísimo trance.

    Espero que no se tarden demasiado con la traducción.

  17. francisco ponce palmero dice:

    cuantas páginas tiene ese de la revolución rusa?

  18. Jose Sebastian dice:

    900 páginas + notas.

    Un saludo

  19. ARIODANTE dice:

    Suscribo el comentario de Valeria, Rodri. Tus reseñas son siempre atractivas de leer, decidamos que el libro nos interese o no. Conocía lo de Crimea por Florence Nightingale, cuando leí a Lytton Strachey y la biografía de Florence. Pero esas reflexiones sobre la guerra me han parecido muy sugerentes. Enhorabuena, como siempre, querido contertulio.

  20. Rodrigo dice:

    Mil gracias, Ario.

  21. ARIODANTE dice:

    Y de paso…¡Feliz Navidad y prospero año nuevo, Rodrigo!

  22. Rodrigo dice:

    Eso mismo, eso mismo. Felices fiestas, Ario e hislibreños todos.

  23. urogallo dice:

    Madre mía…Virgencita de Kazán…cómo pasa el tiempo. ¿De verdad he tenido el libro pendiente de terminar durante dos años? Tal parece…Pero así la vida me reservaba este placer.

  24. Urogallo dice:

    En uno de sus mejores cuentos, “El sueño de Circe” Aleister Crowley nos presenta a un viejo caballero inglés que explota de entusiamo al conocer a un joven francés, ante el que exalta el valor indomable de los soldados galos que se cubrieron de gloria en Alma y en el asalto de Sebastopol. ¡Valerosos aliados!

  25. Rodrigo dice:

    Terry Brighton, en El Valle de la Muerte, recuerda muy bien el recelo con que se veían al comienzo esos aliados…

    ¿Aleister Crowley? No sabía de este autor.

  26. Urogallo dice:

    Un autor muy menor reinvidicado por los bellos libros de Valdemar y por su papel como propagandista de…¿La magia moderna?

    Brighton cuenta una historia únicamente británica. Figes tiene el mérito de abrir el enfoque.

  27. Rodrigo dice:

    Ah bueno, si es por enfoques… Pasa que el de Brighton es monografía sobre un incidente puntual, mientras que Figes emprende una historia general del conflicto.

    ¿Magia? Ahí no iré a disputar tu reconocida experticia. ;-)

  28. Urogallo dice:

    ¡Ocultismo y Crimea!

    Bueno, Brighton más que un incidente puntual trata de un cuerpo singular, la caballería británica en la guerra. Que, naturalmente, prácticamente ni hizo nada aparte de Balaclava.

  29. APV dice:

    Tras leerlo coincido con mucho de lo que se ha comentado.

    Me sorprenden mucho los ambiciosos planes de Palmerston, redibujar los mapas de toda Europa, pero sacrificando sangre extranjera.

    Al final da la impresión de que todo queda en una lucha de nervios, ¿Qué hubiera pasado si el nuevo zar dice que no firmará la paz y que siga la guerra (con franceses e ingleses hartos)?

  30. Rodrigo dice:

    Sacrificar sangre extranjera… Parece una práctica común a los imperios. Recurrente por demás en el caso del imperio británico, entre otras cosas porque las islas siempre corrieron con desventaja en el apartado de la demografía (volumen de población comparativamente deficiente). Además, en el historial del intervencionismo isleño en los asuntos continentales destaca más la intriga diplomática que el envío de tropas; en el sentido de ser el procedimiento predilecto (en la era moderna).

  31. Blackdolphin dice:

    Simplemente para avisar que este libro empieza a circular en circuitos comerciales de libros de saldo, en otras palabras, si estan mínimamente interesados en el susodicho, simplemente estad alerta…

    Hasta otra…

    1. Rorrete dice:

      Dónde lo has visto? Yo no lo veo,

      1. Farsalia dice:

        Yo lo compré hace meses en tapa dura por 4€ en una librería de segunda mano (un «llibresolidari»)… y nuevecito.

    2. Blackdolphin dice:

      Donde lo conseguí, en mi caso por 7’95 €, ya no está disponible…

      Simplemente has de estar alerta…

      Hasta otra…

  32. Rorrete dice:

    Gracias, estaré pendiente,

    Saludos

  33. forestry dice:

    Muy buen libro, ambientando en un periodo histórico poco conocido y que explica las extrañas alianzas de una guerra «olvidada» pero que ya marcó lo que serían las guerras modernas posteriores. Las mezclas de intereses y, como siempre, el sufrimiento de los soldados luchando en condiciones imposibles.

    Saludos!!

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