CRIADAS Y SEÑORAS – Kathryn Stockett

«Tú eres buena, tú eres lista, tú eres importante».

Casi cien años después de la finalización de la Guerra de Secesión (1861 – 1865), a mediados de los años sesenta, en Estados Unidos, los roces entre la gente de raza blanca y la gente de raza negra todavía persistían (y aún hoy, por desgracia, todavía los sigue habiendo). Como decía, en aquellos años del siglo pasado, más de once millones de personas de color que vivían en los estados del Sur sufrían un tipo de apartheid llamado segregación racial que, bajo el lema de “separados pero iguales”, mantenía totalmente apartados tanto las esferas del mundo de los blancos como la de los negros. Todo estaba dividido: los colegios, los transportes públicos, los locales de ocio, los barrios, los estadios deportivos, las tiendas… y un sin fin de lugares por los que la gente blanca entraba por una puerta y los negros por otra, por las que hubiera un cartel que dijera colored. ¡Hasta los urinarios y fuentes de agua potable eran distintos! Y no es que este tipo de segregación racial fuera ilegal, es que estaba amparada en aquellos estados por unos escritos llamados Leyes Jim Crow, vigentes entre 1876 y 1965, y que limitaban el movimiento de los negros para que no se mezclaran en el ámbito de los blancos. Estaban condensadas en un librito que podía estar en cada mesilla de cada blanco, como si fuera la Biblia, y hasta poder consultarse en las bibliotecas por si alguien tenía dudas acerca de su aplicación. Leyéndolas con detenimiento vemos que eran ridículas ad nauseam como por ejemplo la que decía que una mujer blanca no podía dar el pecho delante de un hombre negro (no fuera a ser que éste se excitara) o que un peluquero negro tocara el pelo de una blanca.

Pero a pesar de lo ridículo que fueran esas leyes no eran para tomarlas a broma pues amparaban la discriminación racial y la violencia gratuita hacia los negros. Un blanco ofendido o un negro que transgrediera de forma inocente o queriendo una de estas leyes podía ser detenido, llevado hasta la cárcel o ser linchado sin que al blanco le pasara nada. Por ejemplo si un negro se equivocaba y entraba en un urinario para blancos porque no resistiera más sus ganas de mingitar, éstos tenían todo el derecho a darle una paliza, matarle o mutilarle sin que la policía moviera un dedo. Así pues, ante todo este racismo descontrolado durante los años sesenta (aunque años antes ya hubo tímidos comienzos con el incidente de Rosa Parks)  se reactivó las llamadas a la lucha por los derechos civiles de todos los negros, encabezadas por la senda pacifica de Martin Luther King Jr. o por la senda más agresiva de Malcom X, dos adalides que por desgracia murieron tiempo después luchando por la destrucción de la segregación racial.  Como se puede ver el ambiente en aquellos años era de lo más tóxico para las libertades del hombre, y es en esos momentos donde se desarrolla la novela que hoy les presento: Criadas y Señoras, escrito por Kathryn Stockett.

Jackson, una típica ciudad sureña cercana a Nueva Orleáns, en pleno Mississippi, allá por 1962 sigue su vida normal. Los blancos ocupan sonrientes sus puestos de trabajo, mientras sus queridas esposas moran en bellas casas comunitarias o de rancio abolengo, con su verde jardín perfectamente cortado, sus muebles brillantes y sus prístinas piscinas en donde se dan un baño solas o junto a sus amigas mientras sus silenciosas criadas negras les sirven té helado de melocotón. Todo es perfecto e inmaculado pero si se escarba un poquito en ese mundo podremos ver algo que nos distorsiona. Dos esferas que no se chocan y que parecen estar condenadas a vivir en simbiosis no cuestionada: la esfera de los blancos y la de los negros. Y es que el libro Kathryn Stockett nos lleva a como era, en principio, una de aquellas ciudades sureñas allá por los comienzos de los sesenta. A aquella ciudad tranquila y típica en donde la mayoría de las mujeres blancas pertenecen al refinado Club de Jóvenes Damas llega de la universidad otra mujer que va a poner su granito de arena para que las cosas vayan evolucionando poco a poco. Se trata de Eugenia “Skeeter” Phelan quien a pesar de pertenecer a una de esas antiguas familias de la ciudad, y de ser amiga de muchas de las mujeres de allí, empieza a observar las grandes desigualdades que existen entre unas personas y otras. Skeeter, aunque siente que ya no pertenece a ese lugar del profundo Mississipi, piensa que debería escribir un libro en el que se vea el otro punto de vista acerca de cómo funciona la vida en Jackson y lo realiza a través de los ojos de los seres más silentes de aquella comunidad: las criadas negras que habitan durante el día las casas de sus amigas. Pero lo que parecía un trabajo que sirviera para catapultarla a ser una gran redactora en Nueva York pronto le hará darse cuenta de las curiosas y terribles historias de injusticias que sufre este colectivo.

«Quiero escribir del punto de vista de las criadas. Estas mujeres de color crían niños blancos, y en 20 años, esos niños se vuelven sus jefes. Las queremos y nos quieren pero no pueden usar el baño de mi casa. ¿No les parece irónico?».

Al principio algunas de estas criadas como Aibileen o Minny Jackson (las principales) son renuentes a contar sus avatares cotidianos por miedo a que las despidan, las dejen en la ruina a ella o a sus esposos, o las maten blancos resentidos o del Ku Klux Klan mientras una cruz arde frente a sus casas. Aun así, cuando consigue vencer esa resistencia inicial Skeeter se introduce en un universo totalmente desconocido que curiosamente consigue liberarla de la asfixia ideológica y cultural que siente en su ciudad natal. Pero cuando empieza a escribir su libro poco a poco, al involucrarse con sus entrevistadas, comienza a horrorizarse con el mundo de segregación racial que existe a su alrededor y que antes no se daba cuenta de que estaba ahí. Le narran como está dividida no solo la ciudad sino también las propias casas de sus amas en donde las negras y negros han de tener su propio wáter fuera de la casa para que no “infecten” con sus virus a los blancos de diente sonrientes. Skeeter asiste atónica a la discriminación racial que hay no solo en Jackson sino en la mayoría de los estados sureños, las prohibiciones que tienen que sufrir los negros, los lugares donde no pueden comer, sentarse, hablar, beber agua, o los lugares a evitar para no ser linchados. Además observa la gran hipocresía existente en las familias blancas en donde en la mayoría de los casos, mientras consideran a sus negros como simples objetos, éstas, sus criadas, son las que verdaderamente cuidan y educan a sus hijos pequeños ya que sus amas están muy ocupadas con las reuniones de amigas, con la partida de bridge o con las reuniones sociales en torno a clubs históricos de la ciudad. Tiempo después, cuando esos niños crecen, son engullidos por el establishment sureño y llegan hasta maltratar a las pobres criadas que les criaron de pequeños. Pueden cuidar a sus hijos pero dentro de la cocina tienen que comer con sus propios cubiertos especiales que nunca han de ser juntados con los de sus amas blancas:

«Si cocinas comida para blancos, la pruebas con la otra cuchara. Si te ven de nuevo meterla de nuevo en la olla, tírala de una vez. Y la cuchara también. Usa el mismo vaso, el mismo tenedor, el mismo plato a diario. Y lo pones en la alacena. Dile a la señora que ahí lo vas a guardar. Si no, verás lo que pasa».

Lo que empezó siendo un ensayo sociológico sobre las criadas negras de una pequeña ciudad, se convierte en todo un alegato contra el segregacionismo racial y a través de él, de las páginas de la propia novela Criadas y Señoras, podremos observar cómo era ese mundo segregado, de los pocos derechos que tenían los negros ante la ley, y de las injusticias que existían con respecto a ellos. El libro está escrito a través de la óptica de la rara avis de Skeeter, y de las dos criadas, la anciana y sabia Aibileen y de la rechoncha y descarada Minny Jackson, y todo lo que ellas ven con sus ojos es reflejado de forma directa, en persona, para que nosotros, lectores del siglo XXI sepamos cómo era vivir el día a día en ese mundo de racismo constante y de blanquismo superficial. Hay historias duras, sensibles, trágicas, aunque algunas veces curiosas y otras veces hasta nos harán esbozar una leve sonrisa con las incidencias hipócritas que se producen en algunas casas. Finalizando les comentare que Criadas y Señoras no es una novela edulcorada ni centrada solamente para un público femenino, sino que es una novela que refleja muy bien la idiosincrasia de una ciudad sumergida en un tiempo donde se creía que los negros y blancos debían estar separados y no mezclados y a la vez vemos como, en la lejanía, gracias a Dios, comienzan a vislumbrarse ideas de avance  que abogan por los derechos civiles. Asistimos a un libro en el que cuando el lector abre sus primeras hojas queda enganchado hasta que lo termina (me ha pasado, lo sé) y con el que aprende no solo lo que era el duro e injusto segregacionismo sino también hasta los pequeños logros que se pueden conseguir con la bondad del corazón.

Kathryn Stockett, Criadas y señoras. Madrid, Maeva, 2009, 480 pp.

     

3 comentarios en “CRIADAS Y SEÑORAS – Kathryn Stockett

  1. Farsalia dice:

    La novela no sé cómo será (lo intuyo y para bien), pero la película de Tate Taylor de 2011, y que recoge esas citas, es una delicia. La reseña estimula mi curiosidad por la novela, bravo.

  2. Vorimir dice:

    A mí también me gustó la película, no es raro ver que detrás había una buena novela. Por cierto, Viola Davis ha renegado ya varias veces de su papel en ella:
    https://www.europapress.es/cultura/cine-00128/noticia-viola-davis-vuelve-renegar-criadas-senoras-me-traicione-misma-gente-20200715171051.html

  3. Farsalia dice:

    Entiendo hasta cierto punto su postura, me resulta más posturera u oportunista la de Bryce Dallas Howard.

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