CENSORES TRABAJANDO – Robert Darnton

5503ab6de6091e0f488b4567«Las palabras son aire, pero el aire se convierte en viento y el viento impulsa a los barcos». Arthur Koestler

Que la aparente levedad de las palabras esconde una fuerza tremenda, esto lo saben los gobernantes desde siempre. Mediando la palabra escrita, con mayor razón si es impresa, la cuestión del poder de las palabras se vuelve aún más crucial para quienes, siguiendo la clásica metáfora, conducen el timón de la nave más grande de todas: el Estado. Confirmar la relevancia pública de la palabra impresa es quizá lo único en que podían coincidir un Stalin, que concebía a los escritores como “ingenieros del alma”, y un Solzhenitzyn, que veía en la literatura una fuerza capaz de torcerle la mano a la dictadura comunista. Puesto que los intereses de escritores y gobernantes no siempre están alineados, la relación entre las Letras y el Poder es una historia preñada de tensiones frecuentes y de mutuos recelos (aunque no de manera exclusiva, ya que también lo es de encuentros y confluencias, y no sólo en la forma del mecenazgo). La democracia no está exenta de los roces característicos entre ambas esferas, pero es sobre todo en los regímenes despóticos que éstos adquieren notoriedad. Premunido de un poder desmesurado y obrando a contrapelo de la voluntad de las mayorías, el déspota –o la metrópoli, cuando el que gobierna es un imperio- tiene un altísimo interés en que los artífices de las letras le sean dóciles o, al menos, en que se abstengan de estorbarlo. Tratándose de ellos, su temor es que socaven las bases de su predominio erigiéndose en portavoces de la disidencia, la sedición y la insurrección. No es casualidad que la censura sea uno de los instrumentos favoritos del poder omnímodo, al punto que su operatividad resulta un indicador del estado de cosas político en una sociedad: la censura es la materialización del afán de control en el ámbito de la palabra impresa, como tal, una negación muy concreta y sistemática de la libertad de expresión; su misma existencia es inversamente proporcional a la de un genuino régimen de libertades civiles. Con toda su carga negativa, empero, no se comprende bien la censura si se la ve -en clave maniqueísta- como una confrontación entre luz y oscuridad, entre buenos y malos. Para obtener una visión fructífera del fenómeno, una investigación como la emprendida por Robert Darnton es en verdad ejemplar. 

Lo que hace Darnton en Censores trabajando (2014) es sumergirse en la mecánica de la censura o los modos en que ésta ha operado, analizando tres casos históricos: la Francia prerrevolucionaria (siglo XVIII), la India británica (el denominado Raj, entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX), y la Alemania comunista (oficialmente, República Democrática de Alemania). Los tres casos, especialmente el primero y el tercero, exponen el fenómeno de la censura como una realidad bastante más compleja que la simple dinámica unilateral del prohibir y silenciar, con los censores como exclusivos agentes activos. Más bien tenemos a la censura como un fenómeno interactivo en que los autores –literatos, pensadores, periodistas, libelistas- también tienen su parte, aun en el entendido de que se trata de una relación asimétrica. La censura, en los casos estudiados por Darnton, supone no sólo un prurito de restricción sino también una cuota importante de negociación, un toma y daca entre autor y censor en que no siempre está el primero en situación de total indefensión. Por otro lado, y no menos importante, el enfoque de Darnton pone el acento en la forma en que un sistema de control como la censura impregna una cultura y moldea las instituciones y las mentes, condicionando la producción literaria en un determinado contexto social. Escarbando en los mecanismos de la censura, Darnton procura entender no sólo el trabajo de los censores sino sus puntos de vista, lo que viene a ser un modo de penetrar la naturaleza de unos regímenes que se consideraban amenazados y que respondían a la amenaza por medio de la censura. Es una perspectiva de tipo etnográfico que permite desentrañar una importantísima faceta de la historia de los regímenes de opresión.

Como es habitual en él, Darnton echa mano de una serie de fuentes primarias, archivos sobre todo pero también entrevistas con agentes de la censura en una agonizante RDA (realizadas por él en 1990). El resultado de la investigación se beneficia de la considerable diversidad implícita en la selección de casos. Salta a la vista que la distancia temporal es de por sí un factor que impone una enorme diferencia entre los casos francés y germano–oriental, y que el caso anglo-indio implica un ingrediente cultural y político asaz singular. (Por de pronto, la India no produjo una literatura clandestina comparable en volumen y calidad a la de la Francia borbónica o la Alemania comunista, pero la que hubo fue suficiente para inspirar una legislación orientada a reprimir lo que desde el punto de vista británico constituía lisa y llanamente sedición.) Cada caso tiene sus peculiaridades, alguna clave especial. Contra lo que se puede suponer, la censura en la Francia de la Ilustración se cebó preferentemente en la literatura relativa a la corte, relegando los temas filosóficos, religiosos y políticos a lugares secundarios; la difamación de la familia real y de la nobleza proporcionaba a los censores más quebraderos de cabeza que la irreverencia ideológica –filosófica o religiosa-. Sucedía en realidad que la literatura filosófica más incendiaria se publicaba en el extranjero, en Holanda o en Suiza, ya que tanto los philosophes como los editores sabían que esas obras no tenían posibilidad alguna de obtener de parte de los censores el correspondiente “privilegio”, la autorización oficial para publicar. Fue una institución complementaria de la censura, la policía, la que se encargó de detectar, requisar y destruir un sinnúmero de obras de los philosophes.

En lo tocante al Raj, el dato crucial es la incoherencia de un imperialismo que hacía del liberalismo su enseña principal. El sistema británico de dominación, que se pretendía benigno, contemplaba el justo proceso como mecanismo fundamental de represión de la prensa y la literatura sediciosas. Los responsables de escritos presuntamente sediciosos –canciones, artículos, dramas y otros, críticos de la dominación extranjera- eran sometidos a un completo ritual judicial que convertía los tribunales en «un campo de batalla hermenéutica» (Darnton dixit), en que los contendientes, acusación y defensa, practicaban una verdadera y muy erudita exégesis textual. Esta erudición era propiciada por un exhaustivo sistema de catalogación de la literatura nativa, tanto culta como popular, que los británicos pusieron en marcha después de la Rebelión de los Cipayos (1857) a fin de conocer mejor la India y, lógicamente, rastrear los signos de descontento en la población. En la mecánica británica de control, con su refinado sistema judicial, se adivina un instrumento de autojustificación por medio del cual los británicos maquillaban el hecho de la dominación colonial, demostrándose a sí mismos que su gobierno era tan justo y liberal como predicaba el credo oficial. A fin de cuentas, los británicos siempre tenían la respuesta final, la de la fuerza, que la legislación traducía en severas penas de encarcelamiento. (Bien es cierto que la escala de su aplicación no fue masiva.)

En la Alemania comunista, la censura tenía en la mira no sólo las manifestaciones de disidencia sino también lo que en la jerga oficial se denominaba literatura “tardío-burguesa”: el vanguardismo literario, por definición extraño al canon del realismo socialista y a la planificación. En un contexto totalitario como el de la RDA, a la literatura se le asignaba la función de contribuir a la construcción del socialismo, razón por la que debía ceñirse a un plan el que, si no tenían cabida las expresiones de individualismo, de pesimismo o de admiración de Occidente, tampoco lo tenía el “formalismo burgués”, esto es, las técnicas experimentales o vanguardistas -consideradas crípticas, elitistas y socialmente disfuncionales. Así pues, ni siquiera la estética literaria escapaba a la politización integral de la sociedad. En la RDA es donde resulta más evidente la subordinación de la creación literaria a una estructura política absorbente y totalizante, al extremo que la autocensura se convirtió en una práctica generalizada entre los que se ganaban la vida esgrimiendo la pluma. Consolidada una realidad tan opresiva como ésta, la coautoría y la complicidad fueron los rasgos distintivos de la literatura germano-oriental: mientras los censores eran en la práctica tan responsables de la versión definitiva de la mayoría de las obras publicadas como sus autores, éstos se dieron a lo que Czeslaw Milosz calificó como un “control involuntario subjetivo”, esto es, la mutilación autoinferida de la libertad creativa por interiorización del discurso oficial. Publicar aun a costa de una genuina expresión personal solía ser más importante que silenciarse del todo, por lo que las prolongadas, agotadoras y frustrantes negociaciones con los censores fueron el pan de cada día para la generalidad de los escritores germano-orientales, incluidos aquellos que comulgaban sinceramente con la ideología comunista.

En el fondo, no es difícil ver en la obra más reciente de Robert Darnton un alegato a favor de la libertad de expresión en el ámbito de la literatura. Por otro lado, cabe advertir que el autor no tiene intención de extrapolar las conclusiones de su investigación a la generalidad de los sistemas de censura, ni de formular una teoría general de la censura.

– Robert Darnton, Censores trabajando. De cómo los Estados dieron forma a la lteraturia. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2014. 267 pp.

 

     

2 comentarios en “CENSORES TRABAJANDO – Robert Darnton

  1. Derfel dice:

    Lo de la RDA me recuerda a la excelente película «La vida de los otros».

    Muy interesante.

  2. Rodrigo dice:

    ¡Derfel, benditos los ojos!

    Muy buena película, La vida de los otros, y claro que me acordé de ella cuando leía el capítulo sobre la RDA. La censura, la vigilancia, la Stasi inmiscuyéndose en todo y no dejando un resquicio de libertad… Darnton hace mención del caso de Christa Wolf, que tanto revuelo causó en la Alemania de los 90 cuando se supo que había sido informante de la Stasi. Pero lo relevante es que el de la RDA es el capítulo que mejor responde al tema del papel de un Estado represivo en la vida literaria de un país, y al de la interacción entre escritores y agentes represores –en este caso, la censura.

    Censores trabajando tiene la gracia de mostrar a Darnton trascendiendo –en parte- de su gran especialidad, que es la Francia del siglo XVIII. Sus libros en general exploran una veta quizá poco llamativa para el gran público pero son fundamentales para la comprensión de ciertas dinámicas sociales y culturales, de aquellas que moldean la modernidad y que contribuyen a explicar nuestro tiempo. Salvo El negocio de la Ilustración, que sí es un poco denso, la verdad es que resultan bastante entretenidos. Los animo a curiosear al menos en sus páginas.

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