ORIGEN DEL ANTIGUO EGIPTO: LOS PRIMEROS FARAONES EN EL PREDINÁSTICO TARDÍO – Toby A. H. Wilkinson
En 1999, Toby Alexander Howard Wilkinson (n. 1969) publicó Early Dynastic Egypt (Routledge), su segundo libro. Enseguida se convirtió en una obra de referencia sobre el nacimiento del Estado egipcio en el período del Dinástico Temprano, un término que desde hace un tiempo se ha aplicado a la primera fase importante de la historia egipcia (cito la referencia del glosario al final del libro; luego comentaré algo al respecto de este glosario), en concreto las dos primeras dinastías –aproximadamente, entre 3150 y 2900 a.C. y 2880 y 2686 a.C., respectivamente–, que tuvieron su hogar ancestral en Tinis (región de Abidos), y a las que el autor añade la tercera –2686 a 2613 a.C.–, establecidas ya en Menfis, en el Bajo Egipto. Durante estas tres dinastías y el período anterior de la cultura Nagada –llamada así por la importancia del asentamiento y la necrópolis homónima situados al norte de Luxor, y que tuvo un desarrollo en tres fases entre ca. 3800 y ca. 3200 a.C.–, tuvieron lugar el surgimiento de «su aparato administrativo, sus primeras relaciones exteriores, la institución de la monarquía, la evolución de la arqueología funeraria, los cultos y santuarios, el auge de la urbanización, los patrones socioeconómicos regionales y el desarrollo cultural» (págs. 21-22); en pocas palabras, lo que hizo que Egipto fuera Egipto.
Traducido al castellano por Almuzara en este 2023, Origen del antiguo Egipto: los primeros faraones en el predinástico tardío* es una obra ambiciosa y extensa (supera las 600 páginas), llega tarde este libro… pero llega, y ese es un motivo de celebración. Comenta Wilkinson en un prólogo para esta edición española que, en los veinticinco años desde la escritura del original de este libro, las investigaciones acerca de esta fase formativa de la civilización egipcia han sido continuas y han dado como fruto nuevos descubrimientos y, gracias a ellos, un gran avance en la comprensión y conocimiento del surgimiento y los primeros estadios del desarrollo del Estado egipcio. Los arqueólogos de las dos primeras dos décadas del siglo XXI tienen «una mayor sensibilidad respecto a las posibilidades del material correspondiente al Dinástico Temprano que sus predecesores del siglo XX», y es algo lógico: se excava mejor, se estudian, comprenden e interpretan mejor los materiales encontrados, y se tiene una imagen más amplia y rica de este periodo formativo, con toda su variedad y diversidad.
*Nota: en la cubierta el título aparece como Origen del Antiguo Egipto: el país del Nilo en el dinástico temprano; tiene mucho más sentido que el de la portada: los primeros faraones en el predinástico tardío. Deberían aclararse…
Y eso se entiende con más énfasis al leer el primer capítulo de la extensa «introducción» del libro (una primera parte, de hecho), y que deviene una panorámica de los estudios sobre el Dinástico Temprano en la egiptología desde los pioneros de finales del siglo XIX en Abidos (Émile Clément Amélineau y William Matthew Flinders Petrie) a los trabajos en los cementerios de Menfis entre 1936 y 1956, el cambio de era en las investigaciones en las dos décadas siguientes y el (re)descubrimiento del Egipto temprano entre 1977 y 1990 a lo largo de todo Egipto, y que desde la década final del siglo XX ha llevado a un interés académico enormemente fuerte. Un primer capítulo que servirá de «cata» para que los lectores, una primera «hoja de ruta» del estilo, enfoque y contenidos del volumen en las siguientes quinientas páginas; y al que siguen dos capítulos más, «introductorios»: el segundo se dedica a un examen minucioso de la formación del Estado egipcio, desde la segunda mitad del cuarto milenio antes de nuestra era y en la región del Alto Egipto (la parte meridional del país, si miramos desde el Mediterráneo), y que es donde se desarrollaron las originalmente «las jerarquías y divisiones sociales basadas en una posición social hereditaria» (p. 16); por su parte, el tercer capítulo ofrece una «crónica» detallada de los reinados de las tres primeras dinastías egipcias, a partir de los trabajos realizados en las décadas anteriores a este libro, evaluando sus fuentes históricas y examinando los logros de los primeros reyes egipcios. Una tabla cronológica general en la página 63 del libro devendrá, además, una herramienta muy útil para situar dinastías, gobernantes y desarrollos importantes.
Y es que, conviene advertir al lector, no es esta una obra para profanos en la materia, pues requiere «acostumbrarse» a lo que es habitual en una monografía académica, conviene tener unas cuantas coordenadas sobre arquitectura funeraria y cultura material egipcias, y saber que estamos ante una obra que, en esta edición española, se mantiene igual respecto a la primera edición inglesa, y es por tanto una enorme síntesis de los trabajos realizados en el siglo anterior. Pero, no se alarme el lector: es precisamente esa primera parte «introductoria» del libro, esos tres primeros capítulos, los que ponen las bases para comprehender la segunda parte (cinco capítulos), sobre el establecimiento de la autoridad monárquica egipcia, y núcleo de la obra, a partir del análisis compartimentado de la administración, los asuntos exteriores, la monarquía en sí misma, la arquitectura funeraria real y los cultos y santuarios; y llegar después a la tercera, que abre el objetivo respecto una mirada centrada eminentemente en la visión universal promovida por esa naciente monarquía centralizada en el segundo bloque, y pone su foco en las comunidades en plena fase de crecimiento del proceso de urbanización (y con un marcado énfasis en los factores influyentes en el desarrollo de cada comunidad), y en esbozo de un escenario regional del Egipto monárquico y en cómo la interacción entre unas regiones y otras, con sus idiosincrasias propias, hizo avanzar la sociedad egipcia del Dinástico Temprano al tiempo que explica por què unas regiones fueron más prósperas que otras.
Como resultado, y no tenemos ánimo de destripar el libro en su totalidad (¡leedlo, lectores curiosos, interesados y avezados en la materia!), estamos ante una fascinante obra de conjunto, y muy detallada, sobre la etapa formativa del Egipto faraónico. Unos seiscientos años de historia, grosso modo, a partir de las evidencias arqueológicos de un largo siglo de excavaciones y estudios a lo largo y ancho del país del Nilo. No es un libro de lectura fácil (bendito sea eso ante la divulgarización cada vez más galopante en las publicaciones que hallamos en librerías), pero sí necesaria para conocer en detalle qué hizo a Egipto ser Egipto. El estilo de Wilkinson, a pesar de la aparente rocosidad académica del volumen, es ameno, siempre con la fuente en la mano y la interpretación de los materiales arqueológicos.
Pongamos el ejemplo de la monarquía egipcia y su formación, como se detalla en el capítulo sexto: el autor nos habla del carácter sagrado de la realeza, un elemento existente y ya coherente cuando tuvo lugar la «unificación» de Egipto en torno a 3100 aC –una unificación que, de hecho, consolidó la institución de la realeza, por entonces de carácter regional, y que pasó a tener una función «nacional»–, y que se basó en la encarnación del rey en Horus, considerado el «(más) grande de los dioses, señor de los cielos», en la institucionalización de la monarquía dual (las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto), con una iconografía que será, por decirlo coloquialmente, marca de la casa: la doble corona (roja y blanca, y sus orígenes), el cayado y los cetros, el mayal, el ureo, los diversos tocados y los estandartes, cuyo simbolismo y significado diversos describe Wilkinson con detalle; a lo material se añaden los nombres y títulos del rey sagrado y su familia, y los ritos de la realeza, que van de la accesión y la coronación, el festival Sed y algunos actos como la apertura de los canales de regadío (esenciales en un país que se desarrolla como tal a lo largo del curso del Nilo), la caza del hipopótamo o la presentación de los tributos. Cómo se presenta el rey y cómo las fuentes lo registran «por escrito», dónde reside el rey y cómo la arquitectura se presenta como una «afirmación» del poder real, y cómo después se le enterrará (ya en el capítulo siguiente versa sobre la arquitectura funeraria real). De lo particular, lo concreto, la segunda parte del libro, como se decía, tratará cuestiones más amplias, como la administración, las relaciones exteriores o el culto religioso y sus santuarios, esferas que se tratan con un nivel de detalle que logra que la lectura de este volumen sea aún más estimulante.
Por tanto, tenemos un apasionante libro sobre un no menos apasionante, y a menudo «desconocido» periodo; y uno un período cualquiera, sino quizá el más importante: el de la formación del Estado egipcio, sobre el que pasarán las diversas dinastías, los acontecimientos relevantes, las construcciones arquitectónicas –nos situamos en la etapa anterior a las pirámides «clásicas» de Khufu [Kéops], Khafre [Kefrén] y Mankaure [Micerinos], para entendernos–, los personajes más conocidos del Imperio Medio y el Imperio Nuevo, y los contactos con las grandes civilizaciones del Levante y el Oriente Medio en el segundo milenio antes de nuestra era. Conocer en detalle esta fase formativa será esencial para comprender muchas cosas que suceden más adelante.
Decía más arriba sobre el (imprescindible) glosario. A lo largo del libro se remarca en negrita algiunas palabras, conceptos, objetos, nombres de culturas, etc., y el lector puede acudir al glosario final; pero es curiosa y discutible la decisión que han tomado en la edición española, pues, aun traducido, el glosario mantiene el orden que aparece en la edición original. Por ello, no espere el lector seguir un orden alfabético castellano, sino que las diversas entradas siguen el orden alfabético inglés: por ejemplo, detrás de la entrada «cursiva» aparecen «sello cilíndrico» y «vasija cilíndrica» (tenga en cuenta el lector cómo son ambas en inglés: «cylinder seal» y «cylindrical vessel»); o, después de «fetiche», aparecen «mayal» («flail») y «recinto funerario» («funerary enclosure»), para luego seguir con «Gezira», «cerámica vidriada» («glazed ceramic»), «camítico» («Hamitic»), «escala jerárquica» («hierarchical scale»), y luego ya las entradas con hache, i, etc. Hasta que uno se acostumbra a ello puede transcurrir un tiempo y que el lector piense que tal entrada no está en el glosario: sí está, pero en el lugar que aparece en su original inglés. No costaba nada, una vez traducido todo el glosario, reordenarlo siguiendo un orden alfabético en castellano, la verdad…
Al margen de esto, Origen del antiguo Egipto de Toby Wilkinson es una obra imprescindible y de ineludible lectura para todos aquellos interesados en la egiptología. Una obra seminal por parte de un autor que, en traducciones castellanas, nos ha legado magníficos estudios sobre el ámbito faraónico, desde lo general (Auge y caída del antiguo Egipto, Debate 2011) a aspectos más concretos (El origen de los faraones, Destino, 2004; Vidas de los antiguos egipcios, Blume, 2007); y, entre otros, deliciosos libros aún por llegar a nuestros lares como la historia de la egiptología clásica en A World Beneath the Sands: Adventurers and Archaeologists in the Golden Age of Egyptology (W.W. Norton & Company, 2020) o su reciente biografía
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Toby A. H. Wilkinson, Origen del antiguo Egipto: los primeros faraones en el Predinástico Tardío, traducción de Ignacio Alonso Blanco. Córdoba, Editorial Almuzara, 2023, 624 páginas.
La historia de Egipto siempre me ha parecido tan vasta e inabarcable como la propia arena del desierto… Bien por este libro, y si es lectura básica e imprescindible para los egiptófilos, mejor que mejor.
Me pasa igual. Bienvenido sea…
No lo dudes, leyéndolo uno se da cuenta de que necesita leer más so re Egipto.
Gran reseña como siempre.
Un libro atractivo, y deberían sacar más libros sobre los períodos predinasticos y dinásticos temprano, y el primer periodo intermedio. Que no todo tiene que ser Tutankamon.
Me encantaría que se publicaran (o tradujeran) libros sobres esos temas (y otros), pero las editoriales no son ONG y editar (y bien) un libro de no ficción y sobre temas tan concretos es una heroicidad y una inversión que (muy) pocas veces se recupera.