VIDA Y DESTINO – Vasili Grossman

Vida y destinoEn 1985 Seix Barral publicó una primera versión en castellano de esta novela, traducida no del ruso sino del francés. La edición pasó casi completamente inadvertida, por lo que el desconocimiento de Vassili Grossman y su obra siguió pesando en el mundo de habla hispana. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores viene a subsanar en parte esta deficiencia, al lanzar una traducción íntegra de Vida y destino desde su idioma original, en momentos en que las circunstancias históricas favorecen la recepción de la obra de Grossman.

Sobre este escritor y las vicisitudes de su obra principal se ha dicho bastante en otros lugares, de modo que aquí opto por referirme a la novela en sí. Lo que aquí se diga sobre ella no tiene pretensiones de originalidad, sino únicamente la de hacer su presentación formal en el mundo hislibreño. Imploro paciencia para lo que es una reseña algo extensa.

Vida y destino responde al vasto plan de abarcar el mundo conocido de su autor en una coyuntura tan crucial como fuera la batalla de Stalingrado, decisiva en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una ‘novela total’, ambiciosa modalidad que ha hecho escuela en la literatura rusa. Dostoievski, Tolstói, Pasternak, Bulgákov, Solyenitzin, en menor medida Turguéniev y Sholojov; son los nombres más representativos de esta tradición, a la que ahora sabemos se suma Vassili Grossman. Y lo ha hecho del modo más propio: cultivando un estilo llano y natural, carente de artificios esteticistas que pudieran enturbiar el propósito fundamental de representación epocal.

El arraigo de esta tradición debe mucho a la circunstancia de que la literatura pueda constituir una excelente manera de dar cuenta de épocas convulsas, a falta de otras vías. Elaboro una tesis enunciada por Arnold Hauser en su formidable Historia Social de la Literatura y el Arte. Determinados períodos de crisis social provocan el cuestionamiento de los tradicionales fundamentos espirituales y cognoscitivos del mundo. No es extraño que en esta tesitura las personas se vean acuciadas por el interés de encontrar un referente de certidumbre y estabilidad que suministre orden en medio del desorden. La Rusia de los últimos siglos ha sabido de este problema, como muchos otros países; lo que en ella ha potenciado a la literatura como forma de representación social y proveedora de orden es un relativo rezago en otras áreas culturales que pudieran responder al apremio aludido, con similar eficacia a la prestada por la novela. Y en Rusia han sido artífices de la novela, tal vez mejor que filósofos, sociólogos o científicos, quienes han asumido el ingente deber de captar el espíritu de una época y trazar el retrato de la misma.

En Vida y destino se yuxtaponen la grandeza terrible de lo épico y lo conmovedor de la cotidianeidad. Épica más bien sórdida y atroz, en este caso, puesto que concierne a una de las guerras más despiadadas de la historia, aquella que sacrificó a millones de alemanes y soviéticos en nombre de unos regímenes e ideologías que son vergüenza de la humanidad. Y una cotidianeidad asaltada y despedazada por la contingencia histórica, pero rehecha sobre la misma complejidad de la naturaleza humana, manifiesta tanto en las grandilocuentes justificaciones de la abominable matanza como en los pequeños instantes en que el hombre común despliega las más corrientes de sus facultades.

Aliento épico y mirada cotidiana se combinan de modo sutil y eficaz. Sus indicios mayores son la amplitud escénica, por un lado, y la minuciosidad intimista en las situaciones que configuran el universo novelado, por el otro. Amplitud: evidente en la mirada panorámica aplicada por Grossman a uno de los momentos álgidos de la confrontación germano-soviética. Minuciosidad: desplegada en la caracterización de una abigarrada muchedumbre de personajes y ocasiones en los que cualquiera de nosotros, lectores, podemos sentirnos identificados.

El universo de personajes de la novela es representativo de una variedad posible de categorías humanas y situaciones en que se ven envueltas. Hay de todo: generales y soldados, comunistas recalcitrantes y disidentes, valientes y cobardes y mucho más. Nunca se trata de tipos humanos monolíticos o acartonados. En Vida y destino no hay lugar para simplismos ni para la caricatura. El mezquino puede en cualquier momento mostrarse magnánimo como el que más. El hombre de talante íntegro es susceptible de quebrarse y cometer una villanía. El comedido puede volverse imprudente, y el imprudente mostrarse comedido. Tampoco hay maniqueísmos: los pocos alemanes que habitan la novela no son una encarnación apócrifa del mal, sino que se muestran tan vulnerables como cualquier ser humano. Lo mismo que Krímov, un comisario comunista que de victimario se torna víctima de la paranoia estalinista.

La amplitud y diversidad en los personajes tiene su correlato en la gama de escenarios en que ellos se desenvuelven. La novela tiene su vórtice en la batalla de Stalingrado, pero no se reduce a un mero relato bélico, sino que comprende situaciones paralelas en lugares distintos, tan heterogéneos como un campo alemán para prisioneros de guerra, un campo de trabajo forzado soviético, la estepa caucásica, la prisión moscovita de la Lubianka, un instituto científico, etc. La mirada panorámica de Grossman refleja la multitud de circunstancias que concurren en la decisiva instancia en que las dos mayores potencias totalitarias de Europa concentran su esfuerzo bélico en la ciudad del Volga.

Grossman, a pesar de todo lo que ha visto y sufrido (o acaso por haber visto y sufrido), confía en que el bien será capaz de imponerse a los peores momentos del hombre –este lobo de su propia especie-. Ilustración de esta luz de esperanza es el pasaje en que una mujer, cuyas trazas son las de una persona desquiciada por el dolor, se abalanza sobre un prisionero alemán con la intención aparente o primera de agredirlo, y acaba por ofrecerle un trozo de pan –en un gesto que ni ella misma es capaz de comprender-. Lo que parece decirnos Grossman es que a pesar de los sanguinarios intentos por suprimir toda manifestación de humanidad, siempre será posible el despunte de la piedad y la bondad.

Es cierto que la novela tiene como una de sus dimensiones principales la denuncia radical del totalitarismo. Respecto del fascismo –término genérico empleado por el autor-, la denuncia es patente en la representación del martirio de los judíos, eficaz en un par de pasajes que se encuentran entre los más dramáticos de la novela: el de la carta de la madre judía de uno de los protagonistas, Viktor Pávlovich Shtrum, a cuyas manos llega después de asesinada su madre por los nazis; y el del acarreo de una cantidad de judíos a un campo de exterminio. Su destino final es una cámara de gas, en la que otro personaje, Sofía Ósipovna Levinton, consuma al fin su naturaleza maternal con un niño al que ha conocido hace poco. Pero también esta denuncia procede según la modalidad de incisos discursivos en los que el autor declara la guerra al fascismo, contraponiéndolo explícitamente a toda aspiración libertaria y humanitaria. El fascismo –en este sentido- es el enemigo ya no tanto del comunismo soviético como de la patria gran-rusa y de la humanidad toda, incluidos los propios alemanes (sus primeras víctimas).

Por otra parte, la denuncia del régimen soviético es de tipo ‘interno’, consecuentemente con el hecho de que sea el comunismo estalinista la versión de totalitarismo que se ha apoderado de Rusia y su imperio plurinacional y se erija, de este modo, en su enemigo endógeno –así como el fascismo es su enemigo externo-. Grossman nos muestra la perversidad del estalinismo desde la entraña misma del régimen, supresor de libertades y derechos y corruptor de toda relación humana: el del estalinismo es un ambiente emponzoñado por la constante persecución y delación de la individualidad, siempre acosada por el miedo, la doblez y el servilismo. Sin formulaciones discursivas ni sentencias condenatorias, por demás imposibles en el contexto de la época, la tiranía estalinista es objeto de la acusación que subyace en la certera descripción de sus rigores. Tan certera que el régimen impidió la publicación de la novela –y un editor llegó a decirle a su autor que este impedimento se extendería por doscientos años. Por fortuna no ha sido así-.

Pero la novela no consiste en un simple instrumento de denuncia que reduzca su valor al de un burdo folleto de propaganda ideológica. En ella el propósito utilitario circunstancial –universal, si se trata de la crítica del totalitarismo- se imbrica con la intención primordial de retratar, desde las posibilidades ofrecidas por el arte novelístico, un vapuleado fragmento de humanidad, en el que hay sitio –como siempre ocurre allí donde haya seres humanos- para toda clase de pasiones y sentimientos. Así por ejemplo, Shtrum, inserto en la vorágine de la guerra y el despotismo, tiene tiempo para enamorarse de la esposa de un colega que también se ha enamorado de él y prefiere permanecer leal a su marido. Lo que sugerido de esta manera pudiera parecer argumento de culebrón, en la novela se reviste de la mayor naturalidad. Grossman trata este tema con la dosis precisa de arte y realismo, y en sabia mixtura con los demás elementos de una novela que se nos muestra inmensa como la vida. No sólo calidez sino también verismo, nada menos, es lo que se obtiene con esta delicada historia de amor frustrado. Y esta es sólo una de las vívidas demostraciones de humanidad con que nos topamos en la lectura de Vida y destino.

Mucho más se puede decir de ella, pero espero que con lo anterior baste para entusiasmar a miembros e invitados de la comunidad hislibreña que aún no hayan caído en la seducción.

“Vida y destino”, Vassili Grossman. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2007. Traducción de Marta Rebón. 1111 pp.

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