PASADO IMPERFECTO – Tony Judt

PASADO IMPERFECTO - Tony Judt«Las ideas equivocadas siempre acaban en un baño de sangre, pero en todos los casos es la sangre de los demás. Por esta razón algunos de nuestros pensadores se sienten libres de decir cualquier cosa». Albert Camus

El período de la historia francesa enmarcado por la Liberación (1944) y el impacto producido por la denuncia del estalinismo por Krushov y el aplastamiento de la rebelión húngara por los tanques del Pacto de Varsovia (1956) pudo ser considerado alguna vez como la época dorada del compromiso del intelectual francés. Juicio que hace bastante ha dejado de sostenerse y que, si damos la razón a Tony Judt, es por completo contrario a la evidencia histórica.

Es cierto que, como nunca antes y en ningún otro país, los intelectuales protagonizaron la escena sociopolítica y modelaron el lenguaje público franceses, además de ejercer una poderosa influencia en el extranjero. Sin embargo, afirma Judt, «nunca fueron los intelectuales franceses tan irresponsables como en esos años, diciendo y escribiendo lo que les venía en gana, o pronunciándose coléricamente sobre un asunto del que luego se olvidaban durante años, sin que ello tuviera el menor coste para su reputación ni para su pellejo». Agrega el historiador que, si los años de posguerra resultaron esenciales a este respecto, fue porque «la confianza del intelectual y su autopromoción se llevaron a extremos insólitos». La cosa no acabó abruptamente en 1956  sino que tuvo vigencia por varias décadas más.

A la primera constelación de intelectuales de posguerra siguió una segunda, la de gentes como Lacan, Foucault, Derrida, Barthes, Baudrillard y otros, casi tan reverenciados como sus predecesores. Con todo, Judt enfoca su estudio en la primera de ellas, protagonizada por Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Maurice Merlau-Ponty, Simone de Beauvoir, Emmanuel Mounier, Raymond Aron, François Mauriac y André Malraux. Como el autor advierte, Pasado imperfecto no es una historia del pensamiento de estos y otros intelectuales sino un ensayo sobre la responsabilidad moral y social del intelectual en la Francia de posguerra.

Tony Judt (1948-2010) fue un reconocido historiador británico,  autor de obras como Postguerra, Sobre el olvidado siglo XX y Algo va mal.  El problema capital que se plantea en Pasado imperfecto, ensayo publicado originalmente en 1992, es el dilema que subyace al apoyo prestado por una parte significativa de la intelectualidad francesa al doble fenómeno del comunismo y el régimen soviético, entre 1944 y 1956. El enfoque asumido por el autor es del todo crítico y no carente de cierta acritud, bastante justificada por lo demás: el tema en cuestión no es otro que el de la ceguera y la presunción desde las que ciertos escritores y pensadores sucumbieron al sortilegio de una ilusión totalitaria, condonando los atropellos cometidos por una verdadera «religión del poder» (F. Furet), inescrupulosa en sus medios –los del terror, nada menos- y vorazmente expansiva –gran parte de Europa engullida por la Unión Soviética-. Siguiendo a Raymond Aron, señalado adversario de los desafortunados «compañeros de ruta» del estalinismo, estos eran individuos implacables con los defectos de la democracia y el liberalismo pero muy dispuestos a tolerar los peores crímenes siempre que fuesen cometidos a nombre de las doctrinas correctas; y, ciertamente, los compañeros de ruta no podían distinguir en el terreno político doctrina más correcta que el comunismo.

Escasamente receptivos de las críticas del estalinismo hechas en los años 30 por hombres como Boris Suvarin, André Gide, Arthur Koestler o Victor Serge, en los 40 los compañeros de ruta se mostraron tozudamente inmunes a los testimonios de víctimas como Margarete Buber-Neumann o a las denuncias formuladas por Victor Kravchenko y David Rousset, protagonistas de sendos procesos por difamación de los que resultaron vencedores pero sin que sus triunfos judiciales llegaran a hacer mella en la conciencia intelectual de Francia (salvo excepciones). Sólo a principios de los 50 algunos de los compañeros de ruta empezaron a cuestionarse sobre la validez del sistema en cuya defensa se habían comprometido, y es que las espeluznantes revelaciones sobre el régimen de trabajos forzados en la URSS podían incluso impactar a los más famosos –y pertinaces- de entre aquellos: Sartre, De Beauvoir, Merlau-Ponty. En contraste, Albert Camus había tenido en 1948 la clarividencia de considerar a los campos de concentración como parte integral del aparato de estado soviético, y mostraba escasa indulgencia para con aquellos que transigían ante semejante sistema de terror. Sartre, en una réplica a Camus publicada en 1952, concedía que había razones para sentirse horrorizados o indignados ante la existencia de los campos, pero seguía «sin ver por qué iban a suponer una vergüenza para nosotros». ¡No había razones para avergonzarse del apoyo rendido a un régimen de terror como el de la URSS! En verdad, Camus había dado en el clavo: exentos de sufrir las consecuencias en carne propia, algunos pensadores se sentían demasiado libres de decir cualquier cosa.

Judt rastrea los orígenes y antecedentes de la irresponsabilidad moral de los intelectuales franceses de posguerra y compone el cuadro de su actuación en el período referido. A objeto de delinear el contexto histórico y filosófico del asunto en cuestión, el autor se remonta al estado de la comunidad intelectualidad francesa al final de la Tercera República, caída con la catastrófica derrota de 1940, para luego pasar revista a las experiencias conexas a la ocupación, el régimen de Vichy, la resistencia y el ajuste de cuentas desencadenado por la Liberación. También analiza los fundamentos teóricos e ideológicos del pensamiento político francés del momento, profundamente imbuido de las categorías generales de la filosofía alemana. En honor de la brevedad baste con señalar que, en opinión de Judt, la misma «depuración» estuvo viciada por un afán vindicativo que revela un vacío «en el corazón de la ética pública francesa». Sentencia el autor que «la intelectualidad victoriosa de la resistencia fue incapaz de estar a la altura de las necesidades de la nación». A los delitos que atribuyeron a sus enemigos (vichistas y colaboracionistas) y a los castigos por los que abogaron les faltaba todo fundamento en un principio de moralidad o en un ideal común de justicia; todo pasaba en realidad por la coyuntura política y por las distorsiones ideológicas en boga. Mal arranque para la posterior actuación de la intelectualidad.

Entre las tesis que Judt formula destaca la de una paradójica continuidad en los hábitos intelectuales de los escritores y pensadores franceses a lo largo del siglo XX. Si en las décadas que precedieron a la Segunda Guerra Mundial fue la antirrepublicana Acción Francesa de Charles Maurras la que de modo más decisivo contribuyó a modelar la vida cultural y política de Francia, después de 1944 el que tomó la posta fue el Partido Comunista Francés (PCF), y fue a través de sus lentes que los intelectuales contemplaron la realidad nacional. François Mauriac y algunos de sus contemporáneos dieron cuenta de este fenómeno, genuino caso de transferencia de hegemonía de un extremo al otro en el espectro político de un país y en el que Judt constata una coherencia en la vida intelectual francesa que se extiende sin fisuras desde 1890 a 1970. El trasfondo de este fenómeno lo proporciona  la centralidad de la fe como elemento determinante del quehacer intelectual. Fe, al margen de cómo se definiera: las prácticas intelectuales francesas revelarían una singular predisposición a la aceptación más bien acrítica de cierto conjunto de dogmas o sistema de creencias fundamentales, una ortodoxia que hiciera de paraguas tanto ideológico como valórico. Tendencia, podemos suponer, que tendría su correlato en una frecuente reticencia por las posturas centristas y en una cierta afinidad con el radicalismo político. François Furet, historiador que en su ensayo El pasado de una ilusión -1995- abordó el tema de la fascinación por la quimera comunista en la intelectualidad francesa, detectaba similar vena en la propensión a explicar y legitimar la revolución rusa y las violentas prácticas del régimen soviético por analogía con el jacobinismo y el Terror de 1793-1794. La simpatía que parte importante de la comunidad intelectual francesa mostró hacia el estalinismo tenía su raíz en una voluntad y un deseo de creer: creer en las promesas del comunismo, del régimen que lo encarnaba y del partido que lo representaba en el propio país (el PCF). Esto, aunque pocos de aquellos intelectuales se afiliasen al partido y menos pudieran tenerse por conocedores de la ortodoxia marxista-leninista. Voluntad y deseo de creer. Al respecto, vale la pena recordar que en su célebre ensayo El opio de los intelectuales -1955-, Raymond Aron arremetía contra las idolatrías y quimeras mesiánicas en que se sustentaba el filocomunismo de los compañeros de ruta; es decir, contra aquello que inhibía el ejercicio de sus facultades críticas frente al gran mito revolucionario. También contaba el peso del triunfante consenso antifascista. La sacrificada victoria de la URSS sobre la Alemania nazi había revestido de dudosa legitimidad al modelo soviético -el «efecto Stalingrado»-, mientras que el PCF, mítico «partido de los fusilados», se beneficiaba del prestigio dado por su protagonismo en la Resistencia. La lealtad al frente común de la lucha contra el fascismo es, sin duda, un factor importante a la hora de evaluar las simpatías políticas de los intelectuales de entonces.

El reverso de lo anterior es que la tradición francesa de pensamiento político, impregnada del romanticismo roussoniano e intoxicada de las nebulosas categorías de la filosofía alemana, no navega a gusto en las aguas del liberalismo, forzosamente indeterminado, pragmático y carente del aura holística de los sistemas teóricos cerrados. No es extraño, entonces, que la aportación francesa al pensamiento liberal sea relativamente menor y que, al decir de Judt en 1992, «ninguna gran figura local haya emergido para enraizar la teoría liberal en la experiencia doméstica de Francia». Aparte, lo que se constata en la realidad de ese país es, por un lado, que la vacante dejada por el comunismo, desacreditado después de 1991, no ha sido colmada por nada que pueda satisfacer el ansia de una cierta fe; por el otro, que el prestigio del intelectual comprometido está en abierto declive, sobre todo en la propia Francia. «La llorada figura del intelectual francés sigue viva y goza de buena salud en cualquier parte del mundo… salvo en París», afirma nuestro autor. Cualquier parte que sea una facultad universitaria de Letras o de Ciencias Sociales, para ser más precisos.

Tony Judt, Pasado imperfecto. Los intelectuales franceses, 1944-1956. Taurus, Madrid, 2007. 434 pp.

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5 comentarios en “PASADO IMPERFECTO – Tony Judt

  1. Valeria dice:

    Qué tema tan interesante, Rodri. Y fíjate, citas a Mounier, una figura que tuve la oportunidad de conocer hace mucho tiempo. No te voy a volver a felicitar porque resultaría una pesada, pero gracias por la reseña.

    Yo tenía apuntada, de entre tus últimas reseñas, la futura adquisición de «La experiencia totalitaria», y ahora esta obra me hace mucho tilín. ¿cuál crees que resultaría de más fácil lectura para alguien no habituado a ensayos de este calado?¿Éste o el de Todorov?

    Y qué magnífica frase de cabecera.

  2. Rodrigo dice:

    Aaah, Camus. No es casualidad que Judt lo destaque como un fuera de serie, el hombre era admirable por su integridad y su lucidez –lo que no significa que acertase siempre, claro-. Camus y Raymond Aron son los que salen mejor parados en la severa evaluación del historiador. A Mounier, en cambio, le dedica unos cuantos varapalos.

    Pienso que el libro de Todorov es de lectura un poco más ligera, Valeria.

    Gracias a ti por la intervención.

  3. asiriaazul dice:

    Excelente reseña Rodrigo. Lo cierto es que le tengo ganas a una obra que trate el tema, y el de Judt (pese a que me decepcionó su libro «Algo va mal») parece el apropiado por lo que cuentas. Otro libro apuntado para el futuro.

  4. Rodrigo dice:

    No habrá pérdida, Asiriaazul.

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