«No se prepara el porvenir sin aclarar el pasado». Germaine Tillion
En febrero del año pasado falleció Tzvetan Todorov, uno de los grandes animadores del pensamiento humanista en las décadas del cambio de siglo. Uso a propósito el sintagma “pensamiento humanista”, tan impreciso en apariencia, y es que el frondoso corpus bibliográfico del búlgaro-francés se resiste a los encasillamientos. Su formación académica fue la de un lingüista y semiólogo, y como tal ejerció en el tramo inicial de su trayectoria profesional, abonando importantes contribuciones al análisis del discurso y a la teoría literaria. Fue a partir de una estancia en México que amplió el horizonte de sus inquietudes culturales, embarcándose desde entonces en una travesía intelectual que abarcó las últimas cuatro décadas de su vida; travesía que tuvo una primera escala en el ensayo La conquista de América: el problema del otro (1982). Este libro anuncia lo que sería una de las preocupaciones axiales de su andadura, a saber, la cuestión de la diversidad humana y el encuentro entre culturas, o, dicho de otro modo, el problema del “nosotros” frente a “los otros”: un tema cuya connatural vastedad invita a la colaboración interdisciplinaria y para el que el espíritu abierto de Todorov –advertido de los inconvenientes de la hiperespecialización académica- se hallaba bien dispuesto. (Íntimamente relacionado con este tema está el de la búsqueda de un marco moral e intelectual para una vida en común, otra de las inquietudes cardinales de Todorov.) Su enorme capacidad de estudio le permitió adquirir mucho más que los rudimentos de diversas ramas del saber, familiarizándose con los aportes realizados desde la historia, la sociología, la psicología, la antropología, la filosofía política y la historia del arte, los que, sumados a los de su propia especialidad profesional, transmiten un sutil y muy saludable aire de erudición a sus obras. En sus disquisiciones en torno al arte pictórico –uno de los motivos predilectos de su fase postrera- demuestra un profundo interés por los valores estéticos pero también por el trasfondo socio-histórico de la actividad artística y por la vivencia interior o los movimientos espirituales del artista, evidenciando de esta manera la clave de su modus operandi: en lugar de contentarse con un exclusivo enfoque heurístico, a Todorov lo motivaba la comprensión de conjunto, afín al desciframiento de la impronta humana en la complejidad de nuestra especie, para lo cual tanteaba la conciliación de diferentes puntos de vista y el obtener provecho de materiales variados. » seguir leyendo