LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ – Margaret Mitchell

No sé si fue Arauxo o algún otro de nuestros reputados y doctos hermanos en esta deliciosa y venerable fe, el que dijo que acaso nos gustaba la novela histórica, que acaso nos asomábamos a esa ventana retrospectiva que constituye ese dulcísimo e ínclito género puesto que pretendíamos olvidar la tan evidente falta de encanto de la vida contemporánea. Fuere como fuese, nos avendremos a tratar este axioma más adelante, llegado el momento.

Acerca de esta novela objeto de nuestra exposición, dijo alguien que era una obra maestra, un verdadero lienzo en donde Margaret Mitchell teje una compleja trama de relaciones y dramas humanos, de esa búsqueda que todos desarrollamos de la terrena felicidad en este mundanal mundo. Dícese de esta monumental obra que no es más que novela rosa, romántica o como quiera que prefiera denominársela. Y, sin embargo, ¿qué define a una novela de este género? ¿No son, acaso, todas las novelas de las que tan gratamente gustamos de cantar su alabanzas un poco románticas? El mismo Haefs habría de contestarle a un periodista que le había preguntado acerca de las claves para escribir una novela histórica con tres palabras, citadas a continuación: sangre, sudor y semen. Acaso el sexo no tenga que ver con el amor, o acaso sí. Ese acto íntimo es la natural consecuencia de la entrega de dos personas. O no. Tomando como base esta máxima fundamental, conmino a los doctos hislibreños a no desdeñar en el futuro a novela romántica alguna. En Lo que el viento se llevó hay sangre- tanto producida por la guerra como por la que la sigue a la rotura de la bolsa amniótica-, hay sudor, hay amor- del que deriva el semen- y hay semen- que no corresponde a ninguna suerte de amor si no que lo hace simplemente a una sencilla operación mercantil que ha venido repitiéndose desde tiempos ciertamente inmemoriales.

Margaret Mitchell, nacida en Atlanta en 1900, habría de trabajar como redactora durante cuatro años en un periódico. Ciertamente, es por todos desconocido, si la Musa habría de sorprenderle en el ejercicio de tales actividades y obligarle a comenzar la ya citada obra o si la escritora había tenido ya tratos anteriores con la venerable señora amiga de los de este gremio y si en su corazón había anidado la intención de llevar a cabo esta gran empresa- la de escribir, digo. Lo cierto es que, Mitchell habría de comenzarla en el transcurso de estos cuatro años, rodeada de un ambiente y de unas vivencias y peripecias que influirían hasta la saciedad en su obra. Sorprendente es para el lector el comprobar cuánto se parecen los caracteres de la protagonista de Lo que el… y de su creadora. A través de Scarlett O’Hara plasma en la obra todo lo que la sociedad sureña le sugiere: los convencionalismos, las apariencias, las falsas cortesías, rasgos tales como el estricto luto…Todo esto sugiere en la escritora graciosas y punzantes observaciones que son plasmadas sistemáticamente en forma de volubles pensamientos que ocupan un hueco en las 1300 páginas de Lo que el viento se llevó. Tras diez años, habría de resultar de su trabajo una- es cierto- voluminosa pero deliciosa obra, urdida con una maestría tal que el lector llega a pensar que esos personajes que desfilan ante sí durante un corto- o largo- espacio de tiempo son tan reales como los kilos que reposan en su regazo. Grande es su amargura al descubrir que esto no es así. El mundo entero habría de pensar que aquello era una tragedia cuando, en 1949, Mitchell y su marido fueron atropellados por un taxi que pasaba a gran velocidad. La vida de esta mujer queda resumida en su obra, cual reflejo de la misma.

La señorita Scarlett es una niña mimada acostumbrada a tenerlo todo y a ser el centro de atención, que odia egoístamente a la sombra de la guerra que sobre ella se cierne puesto que aparta el pensamiento de los hombres de su graciosa y cautivadora persona. Un sinnúmero de admiradores la rodean constantemente. Toda ella, con su club de bobos aduladores, es un sistema solar, con sus satélites y demás que, avanzando estrepitosa y escandalosamente por la sociedad sureña, pretende ser objeto de todas las cortesías. Para Scarlett sólo hay dos preocupaciones: el qué ponerse y para quién. Todo lo demás, no es, en absoluto, digno de su atención. Ha sido entrenada para “agarrar” marido y, conocedora de su poderío, no quiere perderlo contrayendo matrimonio. Mas un hecho viene a turbar el tranquilo y apacible mundo de esta remilgada y coqueta señorita: Ashley Wilkes se muestra fríamente cortés con su atractiva personilla. Esto le preocupa sobremanera. Sin embargo y a pesar de que sabe que este estúpido gentilhombre está prometido a otra, cree poder conquistarlo. Sin pudor ni recato algunos, se le declara abiertamente. En medio de esta funesta escena- el uno negando todo derecho a la otra, ella indignada, él conmovido- aparece un enigmático personaje: Rhett Butler. Ashley Wilkes y Rhett Butler. Rhett Butler y Ashley Wilkes. En la superficie terrestre no hay dos hombres tan sorprendentemente diferentes. O tan asombrosamente favoritos. Lo que los diferencia es el honor.

Y, de este modo, se inicia la novela. Scarlett O’Hara se convierte- debido a un cúmulo de infortunados infortunios- en el pilar y sostén de la familia y toda la sociedad sureña se escandaliza con sus excesos: Escarlata comienza a moverse en los círculos que- hasta el momento- habían sido exclusivamente masculinos.

Todo ello, sazonado con el amargo trasfondo histórico de la lucha del Norte contra el Sur. En Lo que el viento se llevó, las que habrían de ser simples observaciones se convierten en grandes verdades y todas ellas penetran hasta el fondo de las cosas.

En Lo que el viento se llevó – y volviendo a nuestro axioma fundamental- se describe una sociedad cuyos encantos, cuya gracia y cuyas formas hacen aparecer a la contemporánea bajo una luz que la hace todavía más triste y gris, más frívola y desalmada. Los últimos caballeros que sobre la tierra existieron- la Vieja Guardia- son retratados magistralmente en esta obra. En ella, el lector asiste al derrumbe de lo establecido, al triunfo de la industrial burguesía sobre el apacible dueño de plantación, a la liberación, la abolición de la esclavitud y al nacimiento- que aparece justificado en cierto modo- del que ha sido denominado con las tres K. Lo que el viento se llevó deja, ciertamente, algo en el corazón y en la mente del lector. Amén.

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