LA EUROPA REVOLUCIONARIA – Stanley G. Payne

LA EUROPA REVOLUCIONARIA - Stanley G. PayneLos cimientos de la hegemonía mundial europea comenzaron a resquebrajarse con la Primera Guerra Mundial, que abrió la espita a un aluvión de calamidades que inundó Europa, socavó el orden liberal imperante y desnudó los fallos ideológicos y materiales del imperialismo (la “supremacía del hombre blanco”). No sólo conflagraciones internacionales de proporciones y destructividad inéditas, también revoluciones y guerras civiles flagelaron al continente, con el añadido de que varias de ellas tuvieron por catalizador las guerras mundiales; en este sentido, y como en tantos otros acápites, la Revolución Rusa proporcionó el disparo de largada. Años después, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, diversas naciones del este europeo se enfrascaron en luchas de liberación contra la ocupación extranjera, en un contexto en que las diferencias internas podían ser igual de apremiantes que la confrontación con el enemigo externo: en Yugoslavia y Grecia fueron lo bastante insalvables como para desencadenar guerras civiles (hasta cierto punto, también fue el caso de Italia). Desde intentonas golpistas e insurrecciones tempranamente sofocadas a guerras civiles en toda regla, las perturbaciones internas trastocaron o erosionaron en un ramillete de países las bases del orden establecido, cuestionando la legitimidad de las estructuras de poder tradicionales. En la segunda mitad del siglo, la violencia insurreccional se expandió al mundo entero, adquiriendo la forma de luchas anticolonialistas y rebeliones antigubernamentales no siempre exentas de intervención extranjera (con frecuencia en el estilo de la “guerra por poderes”, típico de la Guerra Fría). A esas alturas, el predominio europeo sobre la mayor parte del orbe daba sus últimos coletazos, tornándose una contingencia marginal en un mundo bipolar controlado por dos superpotencias, EE.UU. y la URSS, que se estrenaban en el ejercicio de la supremacía planetaria. Aunque no afectase a las principales potencias imperiales transcontinentales, las mayores de las cuales eran el Reino Unido y Francia, el fenómeno de los conflictos internos –no sólo en la forma de guerra civil- merece una aproximación conjunta en lo que respecta al período en que se gestó el declive europeo, la primera mitad del siglo XX. Este es justamente el objetivo al que apunta Stanley Payne en La Europa revolucionaria (‘Civil War in Europe’, 2011).

El atractivo del libro es doble. Al interés de la mirada sinóptica suma el de la sistematización teórica, dimensión en que Payne obtiene notorio provecho del análisis comparativo (método que ha hecho del autor uno de los más renombrados estudiosos del fascismo). Planteado el tema de su libro, Payne convoca algunos conceptos básicos, remite sucintamente a las contribuciones de unos cuantos autores (Tocqueville y Marx los más renombrados), trae a colación algunas taxonomías en torno a las guerras civiles o al problema de las revoluciones y las guerras internas (en este caso, la de Harry Eckstein, cientista político germano-estadounidense), deja –en fin- constancia de las nociones que enrielarán su estudio: dicho en breve, formula lo que servirá de marco teórico a su libro. Luego entra en materia, partiendo por los antecedentes históricos de lo que denomina la “era de los conflictos internos”. Conflictos cuyo talante ideológico supone un recrudecimiento de las violencias fratricidas comparable sólo a la crudeza de las guerras de religión.

Las guerras civiles de tipo tradicional, las más frecuentes en la historia, han sido las debidas a disputas dinásticas sucesorias o las de motivación secesionista o de liberación nacional en el contexto de entidades plurinacionales. (En opinión de Payne, la guerra civil estadounidense fue en rigor una guerra puramente secesionista ya que los confederados no pretendían conquistar el país entero ni imponerle un sistema político nuevo.) Lo característico de las guerras civiles del siglo XX es la variable de la radicalización ideológica: se trata de guerras revolucionarias que involucran el propósito de implementar un cambio drástico en las estructuras sociales, económicas y políticas de un país. El enfrentamiento entre concepciones sociopolíticas holísticas conlleva la deshumanización del oponente y la nula disposición al compromiso, sin faltar el deseo de extirpar de raíz a los agentes del ideario contrario; la intolerancia manifiesta explica la multiplicación de las atrocidades. (Enzo Traverso afirma que la mentalidad revolucionaria, con su voluntad de someterlo todo a nuevos parámetros, coloca al contrario en la posición del no-derecho, volviéndolo objeto de aniquilación total; ver A sangre y fuego: de la guerra civil europea, 1914-1945.) En las guerras entre estados todavía opera un grado de reconocimiento de la dignidad y humanidad del adversario, tal que no se suele buscar su completa destrucción. Sin embargo, la intervención del factor ideológico puede embrollar las cosas: la guerra germano-soviética fue una pugna existencial entre sistemas totalitarios irreconciliables, uno de los cuales incorporaba una variable de la diferenciación étnica (o “racial”) que lo impulsó a la perpetración del genocidio más terrible de la historia. Dicha contienda fue un caso extremo de conflicto internacional ideológicamente motivado, proclamado desde sus orígenes como una guerra de exterminio.

Los estamentos cultivados del continente podían invocar, a principios del siglo pasado, la existencia de una civilización europea que tenía tanto de espiritual como de normativo. Aunque los demonios del nacionalismo no habían sido del todo conjurados –más bien al contrario-, las artes, el pensamiento y las ciencias apelaban a bases comunes que traspasaban fronteras y propiciaban el entendimiento recíproco entre las naciones. Se daba por descontada la vigencia de un entramado de normas e ideas que regulaban las relaciones entre estados, aunque limitado al espacio europeo (las guerras coloniales quedaban excluidas). Precisamente porque se percibían como miembros de una comunidad paneuropea es que algunos espíritus elevados podían representarse la Primera Guerra Mundial como una lucha fratricida o un suicidio de la civilización. El pintor Franz Marc parece haber sido el primero en usar la expresión “guerra civil europea”, que desde su empleo sistemático por el alemán Ernst Nolte en la década de 1980 se ha hecho un lugar en el ámbito de la historiografía. La PGM rompió con la convención de que ciertas prácticas que pasaban por lícitas en las guerras coloniales estaban vedadas en el escenario europeo. Puede que el concepto de guerra civil europea no sea el más riguroso –de partida, enfatiza nuestro autor, la PGM no se apartó en esencia del modelo clásico de lucha entre estados y alianzas internacionales-, pero sí es ilustrativo del carácter rupturista y extremadamente violento de los conflictos y tensiones que sacudieron al continente entre los años de 1914 y 1945. Como afirma Payne, la PGM supuso un corte sin parangón en la historia europea.

Los episodios que concentran la mayor atención por parte del autor son la revolución y la guerra civil rusas, la guerra civil española y los conflictos internos y guerras paralelas producidos en el seno de la Segunda Guerra Mundial. Apenas hace falta remarcar la trascendencia del fenómeno ruso. Las repercusiones de la revolución desatada en ese país fueron inicialmente limitadas; si llamó la atención de Occidente fue porque amenazaba con debilitar la alianza contra las potencias centrales, permitiendo a Alemania desplazar tropas al frente occidental. (Evidentemente, Rusia no tenía a la sazón un estatus internacional comparable al de la Francia absolutista, primera potencia europea en el siglo XVIII.) Sólo después se alzó como el baluarte por excelencia de la revolución, que instigaba por doquier la subversión del orden tradicional: Rusia tomando el relevo de Francia como faro mundial del progresismo y del radicalismo. Con respecto a la guerra civil española, con diferencia el tema más latamente tratado en el libro, Payne señala –entre muchas otras cosas- que sus rasgos la hacen más similar a las crisis revolucionarias posteriores a la Primera Guerra Mundial que a los conflictos internos de la Segunda. Entre esos rasgos destacan los siguientes: «1) una situación caracterizada por el derrumbe casi completo de las instituciones internas y no por golpes de Estado o imposiciones legalistas, elementos autoritarios más propios de la época de la segunda guerra mundial; 2) el desarrollo de una auténtica guerra civil entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, un fenómeno más generalizado al término de la primera guerra mundial que durante la segunda; 3) la creación de un «Ejército Rojo» típico del periodo posterior a la primera guerra mundial, que se materializó en el Ejército Popular; 4) la agudización extrema del nacionalismo en la zona sublevada y entre algunos sectores políticos catalanes y vascos, también más propia de la primera guerra mundial y de sus secuelas; 5) la utilización frecuente de material y de concepciones militares propios de la Gran Guerra; y 6) la ausencia de planes o invenciones de las grandes potencias en el inicio del conflicto.»

La Segunda Guerra Mundial alimentó una cantidad de mitos, el primero y más persistente de todos, el de un conflicto que enfrentó a buenos contra malos. La distancia temporal nos permite ver lo que había de simplificación y de distorsión en ellos, dando pie al gradual esclarecimiento de un episodio histórico complejo como pocos. En el marco de la SGM es posible distinguir conflictos de muy variada naturaleza: a) la guerra entre las grandes potencias, que a su vez presenta particularidades acentuadas según sea el frente abordado, el occidental –de tipo más convencional- o el germano-soviético; b) las guerras paralelas, la primera de las cuales fue la guerra entre Finlandia y la URSS; c) las luchas de liberación nacional, que hicieron de los movimientos de resistencia un actor presto a la mitificación; y d) las guerras civiles. En ciertos escenarios, la política del frente unido contra la ocupación no llegó a cuajar, como en Yugoslavia, país profundamente dividido por sus desavenencias de índole étnica (entremezcladas con el alineamiento con u otro bando ideológico), o Grecia, en que la diferencia entre comunistas y anticomunistas era insoluble. Lo mismo que en Italia, en estos países se verificaron luchas a tres bandas verdaderamente brutales.

La amenaza de la guerra civil asomó cuando se producía una de estas tres situaciones: la confrontación entre sectores tradicionalistas y los que abrazaban la causa de la modernización en sociedades atrasadas política, social y económicamente –el caso de países en la Europa meridional y oriental, efectivo entre 1905 (Rusia) y 1936 (España)-; la emergencia de entidades novedosas en sus contextos nacionales, desde Finlandia a la Primera República portuguesa y la Segunda República española; territorios que fueron víctimas de conquista exterior o de derrota militar. Entre las potencias altamente desarrolladas, sólo Alemania experimentó el tercer tipo de situación -a raíz de su derrota en la PGM-, y aunque estuvo cerca de verse inmersa en una guerra civil, logró zafarse de ella y transitar de la monarquía a un régimen de república parlamentaria (un experimento por demás fallido). Después de 1950, los conflictos internos en Europa dejaron de tener la forma de guerra civil.

– Stanley G. Payne, La Europa revolucionaria: Las guerras civiles que marcaron el siglo XX. Temas de Hoy, Madrid, 2011. 416 pp.

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9 comentarios en “LA EUROPA REVOLUCIONARIA – Stanley G. Payne

  1. Rosalía dice:

    ¡Qué libro tan interesante!
    Creo que no voy a tener más remedio que pedírmelo…
    Gracias, Rodrigo (una vez más), y un saludo desde esta parte del mundo.

  2. Rodrigo dice:

    No habrá pérdida, Rosalía.

    Muchas gracias.

  3. atenea dice:

    Estupenda reseña. Como siempre, anima a leer el libro ¡ojalá tuviésemos tiempo para todos los libros!

  4. Rodrigo dice:

    Je. Que levante la mano el hislibreño que no se queje de la falta de tiempo… ;-)

    Gracias, Atenea.

  5. Derfel dice:

    Interesantísimo.

    Gracias, Rodrigo!

  6. Vorimir dice:

    Ya te digo que interesante, si no tuviese ese mal endémico que se comenta -la falta de tiempo- le hincaba el diente sin duda.

  7. Rodrigo dice:

    ¡Días de 36 horas, ya! ;-)

    Creo haber señalado en el foro que Payne “abusa” en este libro de su especialización en la GCE, extendiéndose quizá innecesariamente en esta materia con el consiguiente riesgo de desequilibrio. Pero en general ofrece una interesante visión de conjunto, y resulta una muy válida síntesis historiográfica.

  8. David L dice:

    Partamos de la base de que una revolución deviene cuando el Estado deja de existir, o al menos cuando su posición como ente superior queda entredicha, de ahí que la Europa revolucionaria durante el siglo XX tenga también sus matices específicos en función del país a estudiar. En España, durante la Guerra Civil española, se puede llegar a calificar de periodo revolucionario los primeros meses de la contienda, el Estado como tal fue superado por las milicias pertenecientes a partidos y sindicatos y, obviamente, por la sublevación militar. El gran trabajo realizado por los gobernantes republicanos durante ese inicial periodo fue precisamente volver a llenar el Estado de contenido, sin el cual no habría manera de hacer frente a las tropas sublevadas. Costó más de lo deseado e influyó enormemente en el devenir de la contienda. Si consigues eliminar el concepto de Estado puedes rebasarlo más fácilmente ya que al no existir el mismo no hay orden ni control. Es el escenario perfecto para una revolución.

    Durante la Segunda Guerra Mundial muchos de los grupos resistentes frente a los ocupantes alemanes estaban enfrentados entre sí, no sólo combatían para liberar el país, también estaban haciendo política y, desde luego, su oposición se acercaba más a un movimiento revolucionario que a un intento simple de derrotar a los germanos. El régimen que había sucumbido ante Hitler no podía volver a ser restaurado en las mismas condiciones, de ahí que mencione el término revolucionario al calificar esta resistencia, porque lo que se quería lograr es vencer y dar forma a un nuevo sistema político que a veces podría estar muy alejado del existente antes del conflicto mundial.

    En definitiva, revolución y guerra civil van de la mano en muchas ocasiones, no siempre, pero cuando el Estado deja de existir la revolución y la guerra no tardan en llegar.

    Saludos.

  9. Rodrigo dice:

    Cuando la legitimidad del estado es cuestionada y cuando la viabilidad del orden sociopolítico imperante zozobra: mucho más que la inexistencia del estado, como factor o punto de partida de una revolución. De hecho, la mayoría de las revoluciones se hacen contra un estado vigente aunque desafiado e incluso desbordado por las circunstancias, y no siempre tan frágil como para sucumbir al embate de las fuerzas revolucionarias: la historia de los dos últimos siglos está surcada de revoluciones fallidas. A mi entender, el contexto deparado por la SGM puede más bien considerarse excepcional. Es cierto que la invasión de las potencias fascistas prestó alas a los movimientos revolucionarios en varios países de Europa oriental, o sea que en esa región sí se dio el caso de que la revolución fuera propiciada por la caída del estado -por obra y gracia de una coalición de potencias extranjeras, factor exógeno en el que nunca estará de más insistir-, pero no es este el tipo de coyuntura más frecuente ni –sobre todo- el más emblemático. Una línea de razonamiento afín puede seguirse con respecto a la situación en la misma región, ya en la posguerra. El reordenamiento extremo en los países que integrarían el Pacto de Varsovia fue activado por una imposición extranjera, la practicada por la Unión Soviética, aprovechando la inestabilidad y el desorden dejados por la guerra. Ahí hubo un vacío de estado, por así decir, colmado de manera progresiva por las maniobras de partidos comunistas minoritarios que, con casi toda probabilidad, no hubieran podido imponerse sin el apoyo de la URSS (nuevamente, la importancia del factor exógeno). Y luego volvemos el esquema “convencional”: movimientos populares contra el orden vigente, orientados a derrocar el estado (es este caso de signo comunista, cuestionado en su legitimidad por germano-orientales, húngaros, checoslovacos, polacos).

    La conexión entre revolución y guerra civil es una cosa más clara, concuerdo.

    Saludos, David.

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