LA ALEMANIA DE WEIMAR: PROMESA Y TRAGEDIA – Eric D. Weitz

LA ALEMANIA DE WEIMAR: PROMESA Y TRAGEDIA - Eric D. Weitz«La Alemania de Weimar significa todavía algo para nosotros. Su increíble creatividad y sus experimentos liberadores, tanto en el terreno de la política como en de la cultura, nos llevan a pensar que es posible alcanzar unas condiciones de vida mejores, más humanas y más prometedoras. Nos recuerda que la democracia, que es un objeto delicado, y la sociedad, fruto de un equilibrio inestable, siempre se ven amenazadas y pueden saltar por los aires. Weimar es una muestra de los peligros que pueden aparecer cuando no hay consenso social en ninguna de las cuestiones fundamentales, ya sean políticas, sociales o culturales. La democracia es un terreno abonado para mantener toda clase de debates que merezcan la pena, para que germine el espíritu de la cultura». (p. 424)

Entre finales de 1918 y principios de 1933 (se podría alargar el período hasta junio de 1933, cuando los nazis han desmantelado por completo el régimen republicano), Alemania vivió su primera experiencia democrática: la República de Weimar; un nombre que los historiadores han puesto a este período a posteriori, pues el nombre oficial del país en este años seguía siendo Deutsches Reich (Imperio Alemán). En Weimar, la ciudad de Goethe, de Schiller, de Nietzcshe y de Schopenhauer, se reunieron los diputados de la Asamblea Constituyente para redactar la Constitución que estaría en vigor hasta la creación de la República Federal Alemana en 1949.

Weimar nació bajo el espectro de la derrota en la Primera Guerra Mundial, alentada por un movimiento de masas de cariz revolucionario, contando con la oposición de la derecha, la magistratura, la alta burocracia y gran parte del ejército, y defendida casi únicamente por los partidos de la llamada «Coalición de Weimar» (Partido Socialdemócrata Alemán, Zentrum y Partido Demócrata Alemán). Durante los años veinte, Alemania sufrió intentonas revolucionarias de comunistas y ultraderechistas, el Diktat de Versalles, el fantasma de la Dolchtoss o puñalada por al espalda, la invasión franco-belga del Ruhr, la hiperinflación de 1923, el peso de las reparaciones de guerra y, cuando las cosas empezaban a mejorar, las consecuencias del crac de Wall Street y de la Gran Depresión, que fueron devastadores para los alemanes. Una época turbulenta, en la que los apoyos que tenía el régimen cada vez eran mayores y más poderosos, pero que, en cambio, supuso un ensayo de la democracia que los alemanes disfrutaron después de la Segunda Guerra Mundial. Una imagen de lo que pudo significar Weimar es esta viñeta, que se explica sola (portada del libro La República de Weimar: Génesis, desarrollo y fracaso de la primera experiencia democrática alemana, de Leéon E. Bieber, UNAM, 2002)).

Se han publicado en castellano varios libros sobre Weimar (véanse, por ejemplo, La crisis de la democracia alemana : de Weimar a Nuremberg, de José Ramón Díez Espinosa, Síntesis, 1996; La República de Weimar: establecimiento, estructuras y destrucción de una democracia, de Reinhard Kühnl, Edicions Alfons el Magnànim, 1991; El dilema de Weimar: los intelectuales en la República de Weimar, edición a cargo de Anthony Phelan, Edicions Alfons el Magnànim, 1990; La cultura de Weimar, de Peter Gay, Argos Vergara, 1984; o Literatura y política en la época de Weimar, editado por Cirilo Flórez y Maximiliano García, Verbum, 1988. Richard J. Evans, en La llegada del Tercer Reich (Penñinsula, 2005), dedica un capítulo, «El fracaso de la democracia» (pp. 111-190). Pero hasta ahora no teníamos a nuestra disposición un libro que tratase el tema de la República de Weimar de manera global, política, social, económica y culturalmente. La Alemania de Weimar: presagio y tragedia de Eric D. Weitz (Turner, 2009) reúne este perfil.

El régimen de Weimar nació entre el fragor de la revolución y el eco de la huída del káiser Guillermo II a Holanda. Y murió, si no asesinado, sí abandonado por casi todos: «en definitiva, el enterramiento del régimen de Weimar fue el resultado de la conspiración de un reducido círculo de hombres poderosos, próximos a Hindenburg, que concluyó con el nombramiento de Hitler» (p. 412). La llegada de los nazis al poder fue

«una contrarrevolución, en el sentido de que acabó con las grandes conquistas de la revolución de 1918-1919. Tras echar abajo la República y la Constitución, aunque ésta nunca quedó formalmente derogada, los nazis no tardaron en acabar con todo: sufragio universal e igualitario, libertades políticas, elecciones, participación del pueblo en las instituciones. La revolución había representado también más de una década de entusiasta renovación en el mundo del arte, así como un sinfín de esfuerzos para alcanzar la emancipación, tanto personal como colectivamente» (p. 413).

Pues, como destaca Weitz en su libro, Weimar no sólo fue una primera experiencia democrática: la década de los años veinte fue para Alemania una de las más vibrantes de su historia. Fue la época de la Bauhaus de Walter Gropius y de la arquitectura moderna, creativa, risueña y dinámica de Bruno Taut y Erich Mendelsohn. Fueron los años del auge de la fotografía, con László Moholy-Nagy y August Sander como figuras más relevantes. La época de la expansión de la radio, del cine (El gabinete del doctor Caligari, M, Metrópolis, El ángel azul, Berlín, sinfonía de una ciudad). Fueron los años en que Thomas Mann publica La montaña mágica, cuando Bertolt Brecht y Kurt Weill estrenan La ópera de los cuatro cuartos, cuando Martin Heidegger publica Ser y tiempo o Sigfried Kracauer escribe sus ensayos más perspicaces; los años en que Hannah Höch, desde el movimiento Dadá y yendo más allá, crea sus fantásticos montajes fotográficos. Son los años de la «mujer alemana», una mujer idealizada, sin duda, pero que dejó una marca en el imaginario colectivo de la época:

«Con su pelo corto, la famosa Bubikopf era esbelta, atlética, atractiva y carente de instinto maternal, fumaba y, a veces, vestía con prendas masculinas; salía sola y practicaba el sexo cuando le apetecía; trabajaba, normalmente en una oficina, o se dedicaba al arte, y vivía al día, con total independencia. [Mientras] la mujer del pasado vivía para su marido y para sus hijos, se sacrificaba por la familia. La mujer moderna, por el contrario, creía en la igualdad de derechos y luchaba por su autosuficiencia económica». (p. 355)

Son los años de una cierta liberación sexual, de cuando el alemán y la alemana «descubren» su cuerpo y su sexualidad, aprenden a disfrutar del sexo y de los placeres de la vida… por supuesto, para escarnio de la moral religiosa, tanto católica como protestante, y de los partidos políticos más conservadores.

Son años, en, definitiva, de una enorme creatividad y dinamismo. Son los años en los que Berlín adquirió un papel sobresaliente:

«con sus cuatro millones de habitantes […] era, con mucho, la ciudad más importante de Alemania, la segunda más poblada de Europa, una megalópolis que dejaba encantados y aterrados a propios y extraños, que actuaba como un imán o provocaba un sentimiento de rechazo. […] Berlín atraía a pintores y a poetas, a jóvenes soñadores y ambiciosos. Deslumbrante escaparate de clubes nocturnos y locales para homosexuales, era una ciudad desenfrenada y obsesionada por el cuerpo y el sexo. Berlín era también un increíble emporio económico, que producía ingentes cantidades de electrodomésticos, telas y prendas de confección. […] Una ciudad para pasarlo bien, con barriadas elegantes y ricas, parques para el esparcimiento, un zoológico y numerosos lagos, al alcance de cualquier berlinés que se molestase en tomar un tren o un tranvía». (p. 57)

Pero, también, una ciudad cosmopolita, pero, también con sus barrios bajos, donde cientos de miles de personas se hacinaban en cuartuchos de mala muerte, donde se pasaba hambre, donde los estragos de las constantes crisis de los años veinte y principios de los treinta, pasaron factura. A pesar de todo,

«Weimar fue Berlín. Berlín fue Weimar. La capital adquirió categoría de símbolo y fue patrón de referencia. En el resto de Alemania se pensaba que los berlineses habían ido demasiado lejos. Era un imán que atraía a alemanas y foráneos con ambición y talento, pero que también infundía pavor y desprecio. Era un reflejo único, esencial, de la Alemania de Weimar. Ningún grupo, ningún individuo, podía reclamar la ciudad como suya. Berlín no estaba en manos de nadie. El consenso era un vocablo desconocido. También eso fue el Berlín moderno». (p. 100)

De todo esto, y de mucho más, trata el libro de Eric D. Weitz: un libro que con entusiasmo os recomiendo. Un libro que se convertirá (ya lo es) en una obra de referencia sobre el período. Un libro que se devora, que se saborea, que se paladea, a ritmos rápidos y lentos, con el eco del jazz, de Gropius, de Murnau, de Brecht, de Victor Kemplerer, de Joseph Roth o de Kurt Tucholsky. Un libro de obligada lectura, sin duda alguna.

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32 comentarios en “LA ALEMANIA DE WEIMAR: PROMESA Y TRAGEDIA – Eric D. Weitz

  1. richar dice:

    Uf, buena pinta, pardiez. Gracias, farsalia.

    Un saludo,
    Richar.

  2. farsalia dice:

    Disculpadme algunas erratas que he detectado, snif…

    Gracias a vosotros.

  3. Chuikov dice:

    La reseña es muy amena. Muy buena pinta, muy buena. Lo he hojeado ya más de una y más de dos veces en diversas librerías.

    Sé que José Ramón Díez Espinosa tiene al menos otros trabajo más, «El laberinto alemán. Democracias y dictaduras (1918-2000)». ¿Has leído algo de este señor, Farsalia?

    Saludos.

  4. farsalia dice:

    Pues no, no conocía ese libro. Leí, en cambio, La crisis de la democracia alemana: de Weimar a Nuremberg (Síntesis, 1996), también mkuy recomendable, aunque algo denso.

    Consigue el libro, Chuikov, vale la pena.

  5. juanrio dice:

    Gran reseña, Farsalia, de un tema apasionante para mi, vete a saber porque. He tenido la suerte de leer varios libros sobre la época y no dejo de asombrarme de la riqueza intelectual y política que tuvo para luego degenerar en la dictadura nazi, tremendo. Anotado queda.

  6. farsalia dice:

    Sí, lo más interesante del libro (y en lo que Weitz también abunda) es ese desglose, muy sui generis, de la riqueza cultural e intelectual del período de Weimar. De hecho, es lo mejor del libro.

  7. juanrio dice:

    Precisamente estoy leyendo «El mundo de ayer» de Stefan Zweig y habla con fervor, entre otros muchos, de Rathenau, personaje fundamental en la República de Weimar. Dice de el que abarcaba todo el conocimiento posible, incluso escribio y publicó en su tiempo, y, pese a ser un hombre tremendamente ocupado y con una tarea inmensa, que siempre encontraba un momento para aprender y transmitir lo que sabía. Leyendo a Zweig uno se da cuenta de cuanto cambió el mundo entre el final del siglo XIX y la primera mitad del XX. De un mundo sin fronteras, abierto a lo nuevo, que avanzaba, lento pero sin vacilación, hacia el progreso, a un mundo que avanzo rápida y decididamente hacia su destrucción. Que magnífica lección traza Zweig sobre eso y sobre la nefasta necesidad que tenemos de ser parte inseparable de un onvento que se llama nación y del peor de sus hijos, el nacionalismo.

  8. farsalia dice:

    Y, lamentablemente, Rathenau pagó con su vida ese espíritu weimariano cien por cien. La tragedia de Weimar es que muy pocos aceptaban el régimen y que muy pocos también lamentaron su muerte cuando los nazis llegaron al poder.

  9. Chuikov dice:

    Qué bueno es «El mundo de ayer», juanrio. Sin duda, puedo asegurar que va a ser uno de los dos o tres libros del año para mí. Qué descubrimiento el de Zweig.

  10. juanrio dice:

    Tenéis ambos toda la razón, la República de Weimar no la quería nadie y Zweig es un gran escritor. Tengo ganas de leer más de él, lo que no se es por cual seguir.

  11. Derfel dice:

    Juanrio, yo de Zweig he leído algo, pero lo que más me ha gustado, con diferencia, es el Mundo de Ayer. Quizá también tenga especial cariño a Novela de Ajedrez.

  12. kas8355 dice:

    Después de leer Una princesa en Berlín, me entro la necesidad de conocer mas a fondo esta época tan dura que sufrió el pueblo alemán. Encontré este libro y me gusto tanto que planifique una salida rápida a Berlín para situar los datos con el escenario del mismo.

    Un saludo a todos.

  13. sangón dice:

    Tengo tanto «Una princesa en Berlín» como «El mundo de ayer» y me estáis poniendo los dientes largos….

  14. farsalia dice:

    Pues ya sabes, Sangón…

    Kas8355, el capítulo 2, el paseo por el Berlín del período es sensacional; si realizas esa salida, cuéntanos qué queda del Berlín de entonces (posiblemente, gran parte fuera destruido durante la guerra)

  15. sangón dice:

    Yo tengo pendientes de leer tanto «Una princesa en Berlín» como «El mundo de ayer» pero ya se me están poniendo los dientes largos. Por cierto el libro reseñado me temo que también caerá.

  16. sangón dice:

    Jó esto no debe de funcionar bien, el primer mensaje crría que no se había publicado. En fin..

  17. kas8355 dice:

    Lamentablemente queda bien poco de la época, pero en los patios de las casas y jardines interiores, mas en la zona este se respira la novela, locales de baile, sus amplias plazas los barrios obreros, patios de fabricas modernistas, antiguos bancos, la gente tomando el sol en el wannsee.

    Lo dicho dos libros y una escapada que han valido la pena.

  18. juanrio dice:

    Una princesa en Berlín es otra maravilla, y no olvidéis Adios a Berlín de Christopher Isherwood, en el que se baso Cabaret, otra magnífica novela.

    Derfel, gracias por ponerme en la pista de la novela de ajedrez, por csa tengo Jeremias, que heredé, pero no la he leído.

  19. Derfel dice:

    Es un relato largo, de los más bonitos que he leído en mi vida.
    Un saludo.

  20. Rodrigo dice:

    Consideraciones preliminares, iniciada la lectura del libro.

    “En su caso [se refiere al pintor G. Grosz], como les ocurriría a tantos alemanes, la crueldad de la contienda [la Gran Guerra] socavó la noción de consideración a la autoridad, hasta el punto de que, durante los catorce años de la República [de Weimar], jamás logró imponerse nada parecido a la obediencia o el respeto” (p. 26).

    En el caso de Grosz y unos cuantos más, puede ser. Pero, ojo, que en el caso de muchos otros alemanes más bien llegaría a primar la nostalgia de una autoridad fuerte, despótica, “merecedora” de obediencia y respeto. Y en el caso de una proporción importante de la población, conservadora e imbuida de tradición autoritaria y cultura paternalista –muy proclive a dejarse embaucar por el bulo de la “puñalada por la espalda”-, no fue la noción de consideración a la autoridad lo afectado sino la legitimidad del nuevo régimen, que siempre cuestionó –llegando a considerarlo una anomalía, carente en y desde su origen de genuina autoridad-. Su desafección respecto del mismo fue una constante de punta a cabo. Es bueno que la reseña lo insinúe o destaque (tercer párrafo).

    Buen toque al parcito aquel de Hindenburg y Ludendorff:

    “Ludendorff, sobre todo, con el ojo puesto en lo que habría de venir, trató de que la responsabilidad del desastre recayese en un gobierno de civiles, formado por partidos parlamentarios (no sólo atendiendo a los deseos del káiser) para, por ese camino, dejar a salvo el honor de los oficiales y del Ejército” (pp. 26-27).

    “[…] Pretendían que la responsabilidad de la inminente derrota, lejos de atribuirse al káiser y al Ejército, recayese en el Parlamento. Sólo cuando se vieron acorralados, los despóticos generales que durante dos años habían estado al frente de la dictadura militar en Alemania iniciaron un proceso de democratización” (p. 27).

    Triste proceso, visto que en su origen tenía por fin lavarse las manos y contar con un chivo expiatorio, mientras al nuevo régimen le plantaban una bomba de tiempo.

  21. Rodrigo dice:

    Buen capítulo el del paseo por Berlín (el segundo del libro). Cita a Joseph Roth: prueba de buen criterio por parte del autor.

    Mucho más interesantes me han parecido los dos siguientes capítulos, sobre cuestiones políticas (el tercero), económicas y sociales (el cuarto). Una democracia asediada: «No había un solo resquicio que no se aprovechase para atacar a la República» (p. 169). Además, sucesivas crisis económicas y las dificultades del contexto internacional: le llovía sobre mojado.

    Sí, cosas como éstas suelen saberse (me refiero a que no son descubrimientos de Eric Weitz, ni él lo pretende), pero siempre es bueno tenerlas presentes y contar con un estudio monográfico sobre la época.

    La tesis central del libro se resume en este fragmento:

    «[…] La verdadera amenaza para la Coalición de Weimar y para la propia existencia de la República siempre vino por parte de la derecha, no de la izquierda» (p. 113).

    El autor no llega a exculpar a comunistas y demás partidos de izquierda, de ninguna manera. Tampoco se libran los liberales: «Entre todos, pero especialmente los comunistas, contribuyeron a teñir de beligerancia la vida pública en la República de Weimar» (p. 136). Respecto de la tesis aquella, Weitz aventura como posible explicación la de los números: probablemente, dice, fueran muchos más los alemanes de derechas que los de izquierdas. Flojonazo el hombre: su libro hubiese quedado más completo y la tesis mejor confirmada si se hubiese dado el trabajo de verificar –o desmentir- esa probabilidad estudiando las cifras electorales, en vez de especular. Un fallo. Pero lo que afirma a continuación proporciona un más que sólido puntal: la derecha detentaba el poder económico y social. (Burocracia, industriales y financieros, judicatura, FF.AA., universidades e iglesias eran estamentos e instituciones inficionados de deslealtad para con la República.) Una derecha fragmentada que sólo se unió al final de la República, «cuando no tuvo remilgos en apoyar a Hitler y a los nazis» (113).

    En la página 150, una cierta incongruencia en la redacción. Weitz alaba a la República de Weimar como experiencia sorprendentemente democrática a pesar de importantes dosis de autoritarismo; «consiguió que Alemania se convirtiese en una democracia liberal», afirma. Pero, prácticamente sin transición, remata el párrafo diciendo que «Expresado en términos políticos: la República de Weimar supuso el caos y la fragmentación de la sociedad». Antes se ha referido a que había ciudadanos con ansias de revanchismo (descontentos con el régimen), pero no es suficiente. Cuestión de estilo. En fin.

    A continuación, la cosa cultural, partiendo por la arquitectura. Estupendo capítulo el quinto: “Edificios para una nueva Alemania”.

    Hasta ahora, mucho más en el haber que en el debe.

  22. Rodrigo dice:

    ”Ver películas era algo que todavía se consideraba de dudosa reputación; el lugar más adecuado para admitir que a uno le gustaba pasar así el tiempo era el confesionario, no en público” (p.264). Je.

    En algunas urbanizaciones modernas se impusieron normativas muy estrictas, como la prohibición de tener gatos. ¡Absurdo! ¡Bárbaros!

    ”Eso era la cultura de Weimar: el desasosiego de preguntarse qué significaba vivir en los tiempos modernos, la búsqueda de nuevas formas de expresión que se ajustasen a la algarabía de la vida moderna y la esperanza en las posibilidades que encerraba el futuro” (p. 295). Hubo correspondencia entre búsqueda y resultados. Es un hecho que la creatividad artística e intelectual se elevó a muy altas cotas: algo de lo que los capítulos dedicados al área de la cultura dan plena fe.

    Comentario sólo tangencial: lo que no tengo claro es qué entiende Weitz por “libro de cabecera”. Aunque diga en la primera página que La montaña mágica de Thomas Mann es una novela magistral que se reedita y además se lee y estudia en las universidades (¿solamente?), y la juzgue como “una de las obras maestras de la literatura del siglo XX” (p. 341), afirma que ya no se la considera una obra de cabecera. ¿Por quién? Acaso por los escritores de la presente generación, preferentemente alemanes, para los que ya no sería un modelo a seguir; pero esto sería una perogrullada: la novela está próxima a cumplir un siglo, y con el tiempo los gustos y las tendencias cambian. ¿Por los críticos? Tal vez en Alemania, no puedo saberlo. ¿Por el público lector? ¿Puede él juzgar por la cantidad de personas que lee esta novela y, espero, le profesa un alto aprecio? Sólo en castellano ha ido objeto de varias reediciones en el último tiempo; imagino que en otros idiomas será lo mismo (sobre todo en alemán). Es un clásico, por merecimiento propio. ¿No, un libro de cabecera? (Bueno, no tiene importancia. A lo mejor me estoy poniendo quisquilloso.)

    Excelente capítulo el de “Cultura y sociedad de masas”.

  23. Rodrigo dice:

    Severa evaluación del papel ejercido por Hindenburg en la Presidencia:

    ”No hay duda de que Hindenburg desempeñó un papel importante a la hora de avivar el revanchismo de los alemanes” (p.145).

    ”[…] La elección como presidente de un general que, en su fuero interno, era hostil a los planteamientos democráticos, convirtió la República en una farsa. […] Al frente de Weimar, se necesitaba a un demócrata convencido y comprometido, no a un mariscal de campo octogenario y de lucidez dudosa” (p. 406).

    Comparto la caracterización hecha por el autor del escrito Consideraciones de un apolítico, de Thomas Mann: ”Quizá la menos convincente y sutil de sus obras importantes” (p.296). Yo suprimiría el “quizá” de no ser porque no conozco toda la obra de Mann. Al hilo de lo que servidor sostenía en otra parte, vaya en descargo del escritor el reiterar que muy pronto se distanció de las reaccionarias formulaciones desarrolladas en ese libro: según informa Weitz, ya en 1922 se volcaba hacia la defensa de la república.

    El autor evidencia una gran soltura, tanto en información e interpretación como en claridad expositiva, a la hora de brindar un panorama cultural de la República de Weimar.

    El descrédito –parcial- de las convenciones y las trabas impuestas por la tradición abrió las puertas a la creatividad, resultando en una rutilante eclosión artística y cultural –aunque junto a talentos como Thomas Mann hubiese gentes como un Oswald Spengler que, con sus insostenibles especulaciones sobre el auge y la decadencia de los pueblos, de alguna manera envició la atmósfera intelectual y propició una recepción favorable del discurso nacionalsocialista. O un Heidegger, que, con todo y ser un notable filósofo –muy superior al diletante de Spengler-, claudicó vergonzosamente ante los oropeles del nazismo.

    De la estupenda exposición de Weitz se desprende un notorio contraste entre la excelencia de los logros artísticos y culturales de la Alemania weimeriana –en su entusiasmo, Weitz llega a considerarlos superiores a los del París en la misma época y a los de Nueva York en los años 40 y 50-, de una parte, y la incapacidad, cuando no ruindad de los dirigentes políticos y económicos, de la otra (con notables y escasas excepciones como Walther Rathenau y Matthias Erzberger, ambos asesinados por elementos de extrema derecha).

    Weitz canta las alabanzas de Weimar, un paréntesis de libertad y liberalismo en un país con –por aquella época- un fuerte déficit en materia de democracia y civilidad. A sabiendas de lo que vendría, es un canto sobre fondo sombrío: presagio y tragedia, tal cual reza el subtítulo (aunque preferiría un término distinto: “desastre” o “descalabro”, por ejemplo). Una advertencia sobre las tensiones y carencia de consensos que pueden socavar las bases de la siempre frágil democracia.

    Muy buen libro, en mi opinión. Suscribo la recomendación de Farsalia.

  24. Farsalia dice:

    Una interesante reseña de Enric Ucelay-Da Cal en Revista de Libros de mayo de 2011. Coincido con él en algunas apreciaciones (como comentamos en un par de ocasiones), aunque no tengo esa idea tan pesimista del período de Weimar. Puedo estar de acuerdo con él en que el primer y el último capítulos, dedicados a la cuestión política, son los más flojos, pero disiento de que los capítulos entremedio sean inconexos e incluso contradictorios.

  25. enrigine dice:

    Acabo de terminar la lectura de «La Alemania de Weimar». Sorprendido me ha dejado, porque me esperaba un relato cronológico de hechos históricos y me he encontrado con todo un decálogo sociológico donde se reflejan las dificultades que muchas sociedades democráticas, la española también por supuesto, han tenido que lidiar para romper esteretipos anclados y mantenidos por una minoría poderosa y bien aposentada. Muy recomendable

  26. David L dice:

    Tras leer la reseña de farsalia podía hacerme a la idea de lo que podría encontrar en este trabajo de Eric Witz sobre la República de Weimar, pero reconozco que ha superado mis espectaivas y a despertado en mí una curiosidad enorme por descubrir cómo era la vida en esa nueva República alemana nacida de una derrota tan funesta como la padecida durante la Gran Guerra.

    Es un libro que va más allá del relato pormenorizado de los aconteceres políticos de Weimar, se trata de mostrar al lector como una sociedad derrotada, con un futuro muy incierto , y con grandísimos problemas económicos , fue capaz de ofrecer al mundo importantes avances en materia cultural, tecnológica, arquitectónica y, algo que no puede dejar de mencionarse , el importante papel de la mujer como garante de progreso y libertad. Weitz insiste en el hecho de que las sociedades que son expuestas o maltratadas por su propia historia personal con mayúsculas, son en ocasiones portadoras de un ímpetu renovador y modernista que puede llegar a desbordar a sociedades mucho más asentadas y con menos urgencias “intelectuales”. Weimar desbordo energía, aunque también conviene matizar que su final y la llegada del nazismo pudieron también contribuir a mostrar una imagen en ocasiones demasiado fascinante.

    Un saludo.

  27. Farsalia dice:

    Ayer vi en La Central que Weitz publicó en 2013 una edición aumentada de su libro. Básicamente mantiene lo publicado en 2007 (2009, en castellano), pero ahora se añade un suculento y nuevo capítulo de 40 páginas: «The Weimar Legacy: A Global Perspective». Ñam ñam…

  28. Farsalia dice:

    Reseña de la versión del centenario de este libro, publicada este año, y de Herencia de esta época de Ernst Bloch en Revista de Libros de esta semana.

    Una edición ampliada del libro de Weitz muy recomendable… como la original.

  29. Rodrigo dice:

    La leí esta mañana, la reseña. El libro de Bloch parece atractivo, pero me da un poco de recelo. Lo que dice Núñez Seixas del estilo del autor me resulta familiar: una vez intenté leer El principio esperanza, quizá la obra capital de Bloch, y antes de mucho me vi obligado a abandonar. Pocas veces me he topado con una escritura tan farragosa y oscura. «El horror…»

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