HUELLAS – Richard Holmes

HUELLAS – Richard HolmesDespués de terminar su biografía de Shelley, Richard Holmes viajó en 1974 a París con la intención de escribir una novela. Al parecer la intención no prosperó, en cambio tuvo más provecho el que Holmes se dedicara a rodar por las calles de la capital francesa al estilo del ‘flâneur’, el paseante sin rumbo que todo lo observa y a la expectativa se entrega, abierto a lo que le salga al paso. Esta disposición anímica precipitó una concatenación de circunstancias que desembocaría en lo que mejor se le da al escritor inglés: la biografía. Transmutadas en material literario, cada una de las etapas del trayecto –desde el libre deambular hasta la inmersión en la pesquisa biográfica- es en sí misma una experiencia estimulante, pletórica de sentido, un venero de impresiones y reflexiones que en manos inhábiles, a la hora de plasmarlas en papel, cobrarían una forma dispersa e incoherente, colorida quizás pero caótica e inasible en su informidad (propia del “irse por las ramas”). Holmes, por el contrario, hilvana sus materiales con tan buen hacer que consuma el propósito de todo artífice: la desaparición de la técnica tras la creación, revistiendo con los ropajes de lo natural y sencillo lo que sin duda es fruto de un proceso de esmerada elaboración. Plasma pues Holmes el encadenamiento de incidencias, que lo lleva del pasear al interesarse por los inicios de la fotografía en el París decimonónico (dos exposiciones lo animan a ello), concentrándose luego en uno de los pioneros del arte fotográfico, el célebre Nadar (nacido Gaspard-Félix Tournachon), a quien debemos buena parte del registro visual que tenemos del mundo artístico de la época: retratos de Gautier, Baudelaire, Doré, Sarah Bernhardt, Nerval y Julio Verne, entre muchos otros. Los de Baudelaire captan en primer lugar la atención preferente de Holmes (que a estas alturas es cada vez menos un paseante y cada vez más el estudioso del romanticismo), pero quien lo cautiva definitivamente es Nerval. Entretanto, nuestro autor descubre algunas cosas sobre el arte de la biografía, su naturaleza y procedimientos, de las que deja debida constancia. Actívanse en él el deseo y el celo profesionales, como al azar aguijoneados por uno de los grandes capítulos del romanticismo literario: la dramática trayectoria vital de Gérard de Nerval, figura emblemática de la vertiente francesa del movimiento, muerto por suicidio. De tal suerte, Holmes se ha volcado una vez más al oficio de biógrafo, cuyas armas está en camino de dominar aunque es más bien este oficio, profesión y obsesión a un tiempo, lo que ejerce dominio sobre él.

Huellas (‘Footsteps: Adventures of a Romantic Biographer’, 1985) es un libro híbrido que recorre diversos senderos y traspasa fronteras de género, desentendiéndose de encasillamientos y esquemas al uso. Concurren en sus páginas la biografía, la crónica de viajes, la autobiografía y el ensayo, enfocado este en el propio arte de la biografía. Cada uno de sus cuatro capítulos remite a sendas etapas en la carrera literaria de Holmes, desde que se le revelara su vocación de autor de biografías, en 1964 –joven y a poco de culminar sus estudios universitarios- hasta doce años después, cuando se pone tras los pasos de Nerval. En cada tramo de este itinerario, que tiene tanto de profesional como de vital y espiritual, tenemos al autor abocado a la indagación y examen de episodios cruciales en la vida de cuatro escritores famosos: Stevenson, Mary Wollstonecraft, Shelley y Nerval. Todo en el libro, es más: todo el libro evoca la idea de trayecto, que a su vez conecta con la de proceso. Tan pronto seguimos la estela de uno de los biografiados como atestiguamos la andadura del propio biógrafo, que de tanto en tanto levanta la mirada y la posa sobre el hecho de viajar o, sobre todo, al de aplicarse al oficio de la biografía. Huellas progresa en parte a la manera de una “biografía en marcha”, dando cuenta del proceso de indagación y escritura. (Imposible no tener en mente un libro como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, o la espléndida obra de Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas sobre César González-Ruano, El marqués y la esvástica.) No podía Holmes imaginar un mejor título, investido como está de la más cabal polivalencia, representativo por tanto de la índole poliédrica del libro: todo él consta en efecto de huellas, de punta a cabo se compone de pistas y testimonios en torno a un puñado de vidas –Stevenson y los otros- pero también las que dejan en el autor la experiencia de examinar estas vidas, configurando sobre la marcha una suerte de ciclo vital y profesional que comienza en el ejercicio juvenil de replicar –a pie y acompañado de un asno- el viaje que hiciera Robert Louis Stevenson por la región francesa de Las Cevenas, en 1878 –a pie y en compañía de un asno, precisamente-, y acaba en el aludido viaje de Holmes al París setentero, ya no tras los pasos de un escritor del siglo XIX sino empeñado en abrirse camino él mismo en los terrenos de la narrativa de ficción.

De lo anterior se desprende que los modos y las formas adquieren una especial relevancia en la apreciación del libro, al que el autor ha infundido de sentidos o planos de significado complementarios, fusionándolos con tal destreza que el conjunto produce la impresión de un artificio redondo y acabado. Ameno, emocionante e ilustrativo, además. Huellas está a la altura de cuatro vidas holgadamente interesantes, no sólo por tratarse de escritores reputados sino también por su carga dramática, y en ocasiones por proyectarse sobre un agitado telón de fondo histórico: la Revolución Francesa, en el caso de Mary Wollstonecraft. (Otro insigne autor de biografías, Henri Troyat, abría su libro sobre Dostoievski contrastando a los literatos cuyas vidas transcurren en la apacibilidad y la inopia de acontecimientos con aquellas que hacen las delicias del investigador al estar surcadas de vicisitudes dramáticas: el caso justamente de Dostoievski, o el de Tolstói, que inspiraron dos de las mejores obras de Troyat. En Huellas ocurre otro tanto.) Stevenson, a la edad de 27 años, desde siempre delicado de salud y habiendo tanteado algunas primerizas incursiones en la literatura, realizó la referida travesía pedestre por Las Cevenas, fiel a su vena viajera y animado por el ansia de aplacar ciertas inquietudes sobre sí mismo y su vocación literaria. El libro resultante de la experiencia es muy popular en el Reino Unido y ha incitado a jóvenes británicos de sucesivas generaciones a reproducir el viaje, tal como hiciera Richard Holmes en 1964. Mary Wollstonecraft, por su parte, se dirigió al París revolucionario en diciembre de 1792, a objeto de redactar un reportaje sobre la situación política y social. La estancia, que debía durar semanas, se prolongó por dos años e incluyó un período de encarcelamiento a manos de los jacobinos y el riesgo de ser guillotinada. La iniciativa de hurgar en este episodio derivó de una estancia de Holmes en la capital francesa cuando los disturbios de mayo del 68, ese conato de revolución: siempre operando alguna forma de paralelismo inspirador, a lo largo del libro. (En ambos casos, el de Wollstonecraft y el de nuestro autor, ardió por breve tiempo la lumbre de unas expectativas que acabaron frustradas.)

El capítulo de Shelley tiene por base el viaje que Holmes realizó a Italia en 1972, rastreando la trashumancia itálica del poeta en compañía de su esposa, Mary Godwin (hija de Mary Wollstonecrft) y de Claire Clermont, hermanastra de Mary con la que Shelley pudo tener un amorío. (Este es quizás el apartado más flojo del libro; al menos este reseñador no ha enganchado con la historia del posible triángulo amoroso y los pormenores adyacentes.) Finalmente, Nerval, en un capítulo arriba esbozado y cuya nervadura la proporcionan los tormentos morales que atenazaban el alma del poeta y sus crisis de locura, que lo obligaban a recluirse de tanto en tanto en clínicas siquiátricas. Entrelazados con las semblanzas y con el desarrollo de las respectivas pesquisas despuntan sendos comentarios acerca del arte de la biografía, sus posibilidades y dificultades, incluyendo el ineludible dilema que con seguridad han debido enfrentar todos quienes han rastreado la vida y los rasgos de una persona a fin de trazar su retrato: el de la identificación con el biografiado. ¿identificarse con él o mantener una prudente distancia? Para Holmes es fundamental la creación de una relación ficticia entre biógrafo y biografiado, un constante diálogo imaginario que involucre el cuestionamiento de acciones, motivos y consecuencias, proceso que en su primera fase entraña un grado variable pero cierto de identificación con el biografiado. Si este es del tipo heroico o cuanto menos un modelo razonablemente positivo, se preguntará el lector, los riesgos de distorsión no sean acaso tan graves; como fuere, Holmes sostiene que «el verdadero proceso biográfico empieza en el momento, en los lugares, en que esa forma ingenua de amor y de identificación [con el camino y la vida del biografiado] se viene abajo. El momento de desilusión personal es el momento de reconstrucción impersonal y objetiva». Por inevitable que sea el quedar atrapado en la red emocional que dimana de la vida y la persona del biografiado, el investigador debe romper el encantamiento.

Huellas tiene en general muchísimos puntos altos y es admirable por su peculiar construcción, por la variedad y riqueza de sus reflexiones y por la agudeza que guía los pasos de Holmes en su cometido de recrear vidas o episodios memorables. Un libro precioso.

– Richard Holmes, Huellas. Tras los pasos de los románticos. Turner, Madrid, 2016. 347 pp.

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5 comentarios en “HUELLAS – Richard Holmes

  1. Urogallo dice:

    A fe mía que este es el mismo Holmes que entregó no poco de su tiempo a una pasable, y a ratos mediocre, biografía de su señoría, el duque de Wellington (Dublinés a su pesar y al de la República de Irlanda)

  2. Rodrigo dice:

    No, Uro, coincidencia de nombres. El que refieres es el autor de Casacas rojas (Edhasa). Este otro Holmes se especializa en literatura, aunque también ha incursionado en otros terrenos (el caso de La edad de los prodigios, libro reseñado en nuestra casa).

  3. Rodrigo dice:

    Pues vaya metida de pata de Casa del Libro. En la wikipedia en inglés lo dejan en claro.

    El autor de Huellas y La edad de los prodigios (también de biografías y estudios sobre Shelley, Coleridge, Gautier y otros) nació en 1945 y aún vive. El otro Richard Holmes es un historiador militar nacido en 1946 y fallecido en 2011.

  4. Urogallo dice:

    No parecía muy congruente reseñar para la BBC al general cipayo y luego los desvíos de Gautier

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