HOMERO Y LOS REINOS DEL MAR – José Ferrer

HOMERO Y LOS REINOS DEL MAR - José Ferrer

«Hasta aquí llega por ahora la recordación y en consecuencia el relato del extranjero Talos, mi rey Zosimo. Lo que haya de verdad o fabulario, razonable o sin sentido por causa de las fiebres y el mal de los náufragos, a tu criterio superior advoco el discernirlo.»

Un inquietante título que hace enarcar las cejas y un apocalíptico texto de contraportada que asusta. ¿Ese «Homero» se refiere al conocido poeta ciego? ¿Los reinos del mar son los llamados habitualmente «pueblos del mar»? ¿El marco de esta historia es la Grecia de los mitos, la de los historiadores, la de la fantasía del escritor? ¿La novela va de Homero, de los reinos del mar, de la conjunción «y» que los relaciona? Muchas preguntas que sólo pueden ser contestadas de dos formas: preguntando a alguien que ya la haya leído o leyéndola uno mismo. Heme aquí en esta segunda faceta, hete aquí el resultado y heos aquí la reseña. Hela, hela.

Contrariando la esperanza que tenía de que las tapas albergaran una novela a la altura de las expectativas puestas en semejante título y pudiera así leerla en diagonal y sacármela de encima rápidamente (porque discúlpeseme si acaso, pero mentar a Homero más la conjunción «y» en la primera frase que uno lee, o sea en el título, de una novela ambientada en Grecia, hace que a las carnes acudan escalofríos y a la mente equivalencias davincianas, templarias y similares de novelas de épocas posteriores), contrariando esa esperanza, digo, la historia tiene pies, cabeza y coherencia entre aquellos y esta. Lo cual no quiere decir que sea fiel a la Historia, ni siquiera (probablemente) que lo pretenda y ni siquiera que lo necesite. Porque a las segundas de cambio el lector atento caerá en la cuenta de que de los tiempos posteriores a la civilización micénica y anteriores al despertar cultural griego se conoce relativamente poco, y eso es ideal para una novela  que pretenda hacer que el lector alunice y alucine en esa época. Y digo «a las segundas de cambio» porque a las primeras el mismo (u otro) lector atento se apercibe de que ni este Homero novelesco se asemeja mucho al de la Ilíada, ni la tramoya escenográfica es demasiado fiel a la oscuridad de la Grecia oscura, ni los reinos del mar deberían poder ser llamados «reinos del mar» (porque el término -«pueblos del mar», más exactamente- no se lo inventaron sus contemporáneos sino un señor a mediados del siglo pasado), ni nada de nada. No hay, pues, mucho rigor histórico pero, como digo, ni falta que le hace. De modo que la impresión general es que no se trata de una novela histórica sino fantástica (una novela fantástica, no una fantástica novela; que en cuestiones de etiquetaje literario la propiedad conmutativa no siempre funciona bien), fantástica en tanto surge, se tiene y depende de la fantasía de su autor.

Dejemos de lado (y cuesta dejarlo, que uno es lector al que no le gusta que le quieran engañar, aun a sabiendas de que hay muchos lectores que lo que buscan es justo eso, ser engañados) la trampa del título (y por añadidura, de la contraportada). Aunque, conviene aclararlo, esa trampa es doble, en mi opinión: por un lado, lo que ya he comentado en el párrafo anterior, es decir, pretender buscar reminiscencias, efluvios, evocaciones a marcos argumentales y a montajes literarios digamos que rebuscados (por decir algo); y por otro, que la novela ni va de Homero ni de los reinos del mar, aunque lo uno y lo otro (más lo otro que lo uno, diría yo) juegan su papel en la historia. Y el caso es que, siendo una trampa doble, esa duplicidad hace que la trampa devenga triple (curioso, ¿no?), pero ahora la trampa es para la propia novela y no para el público, pues habiéndosele tendido a este las dos trampas anteriores, y habiendo leído la novela un eventual lector (como es mi caso), puédese llegar a la conclusión (como de nuevo es mi caso) de que ninguna necesidad tiene la novela de semejante título exhalador de vahos dispersores ni semejante prohombre figurando en él. Con lo cual resulta que la novela ha caído en la trampa de creer conveniente tender una trampa (o dos) al lector cuando tal cosa no es necesaria.

Superada pues la conmoción del título (la causa de la cual -esas trampas dobles y triples- después de todo quizá haya nacido, crecido, expirado y sido enterrada únicamente en la mente del lector que soy yo mismo y por tanto el autor de la novela ni sabe ni tiene por qué saber nada respecto de ellas), lo cierto es que lo que le sigue (entiéndase: la novela en sí) se deja leer bien. Los flagrantes anacronismos son fácilmente superados si para diluir la lectura usamos el cubierto adecuado (y confieso que soy de los que se equivocan con frecuencia y a veces uso la  cuchara sopera o el tenedor en lugar de la cucharilla del café, por decir algo), cubierto que no es otro que el de disfrutar sin más. Y así, disfrutando sin más, uno puede zamparse las quinientas y pico páginas (aunque son muchas, muchas son; como se suele decir, «al libro le faltan unas cuantas páginas menos») en las que encontrará un texto entretenido, evocador, que huele a muchas cosas sin llegar a ser ninguna de ellas, con aventuras y amores, desamores y desventuras. Como la vida misma, vaya.

Sin dificultad se reconocen en la novela dos partes (pese a que estructuralmente consta de cinco y un epílogo): una de reposo estático y otra de huida. La primera, escrita en un tono diferente a la segunda (aunque quizá esto del tono no sea más que una sensación subjetiva provocada por el ritmo de la acción, ora más pausado, ora más acelerado), recuerda a lecturas añejas del tipo Las mil y una noches (confieso que el símil me vino a las mientes antes, y no después, de descubrir que en otras reseñas y comentarios sobre la novela, que uno puede buscar y encontrar fácilmente en Internet, ese símil es un elemento muy recurrente): un prisionero cuya vida depende de sus palabras, de sus relatos, de sus historias; un oyente cómplice que transcribe esas historias (o las que él mismo inventa); y un rey malvado que las lee con soberana paciencia. Esta estructura (contar historias dentro de la propia historia) abre, creo yo, un abanico de posibilidades al autor sin que la novela pierda su coherencia (siempre dentro de un orden, claro está). Así, se nos habla de diluvios, de estatuas de sal, de destrucciones de ciudades al estilo de Sodoma y Gomorra; y también de alguien llamado Nadie, de Odiseo, de persecuciones. Es esta primera parte de la novela una lectura agradable, ciertamente; una lectura de sofá, postura decúbito supino y música clásica de fondo. La segunda parte es más bien lectura de sillón. Huida de un peligro hasta llegar a un destino, incertidumbre ante lo que allí pasará, batallas, muertes… Sin ser un ritmo frenético (y no lo es ni de lejos), sí que hay más acción que en las primeras doscientas páginas.

¿Qué elementos pululan en la atmósfera que se respira a lo largo de la novela? Varios destacables: uno sería, digo yo, el papel, a veces con presencia explícita, a veces implícita, que los llamados «reinos del mar» tienen en la historia. En realidad toda la novela gira en torno al peligro que estos señores representan para todo aquel que viva en o alrededor del mar Mediterráneo. Otro elemento a resaltar es la historia de amor que nace en las primeras páginas y no muere hasta las últimas; una historia quizá algo simple pero no exenta de emociones (caramba, de hecho el amor viene a ser eso, ¿no?: un sentimiento simple pero cargado de emoción). Otro rasgo más de la novela (rasgo doble en este caso): Ítaca (o mejor dicho, su entorno geográfico más próximo) y Tartessos. Si en la primera parte uno está a menudo con la Odisea metida en la cabeza, en la segunda es el reino del legendario Argantonio el que se tiene entre ceja y ceja. Y como último aspecto a destacar: el no protagonismo de Homero, pese a que el título lo anuncie a bombo y platillo. «El que camina en lo oscuro», un anciano borrachuzo y algo desentendido de todo, es un personaje secundario, una mera comparsa que forma parte del decorado. Qué le vamos a hacer.

Al autor, José Ferrer (alias de José Vicente Pascual), se le nota oficio. Una prosa elaborada que parece recrearse en sí misma (entienda esto cada uno como quiera) y un estilo firme y pausado. Tiene ya varias novelas a cuestas, diversos relatos y algún subcampeonato (el de CajaGranada ni más ni menos). Sólo cabría achacarle, al menos en esta novela, un excesivo gusto en dilatar lo que narra. Como dije antes, las quinientas y pico páginas de la novela son tal vez demasiadas páginas y en algún momento uno ha de hacer cierto acopio de paciencia para seguir pasándolas.

Por lo demás, se trata de una lectura agradable que no rechina en ningún momento, que quizá empalaga en alguna ocasión, pero que en cualquier caso se aleja muy mucho de lo que este ingenuo lector pensaba encontrar bajo la máscara de su título.

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29 comentarios en “HOMERO Y LOS REINOS DEL MAR – José Ferrer

  1. ARIODANTE dice:

    Finalmente! Ya quería leer esta reseña tuya, Cavi. Aunque te has hecho un poquitín de lío en algún momento, en general concuerdo con todo lo que dices. La primera en la frente: el título. Ya se lo comenté al propio autor, pero a veces los títulos van más impuestos por la editorial y todo eso. A mi el título me suena a otra cosa, y te vas dando cuenta en seguida, conforme lees. Por lo demás, mi opinión, para no extenderme, podéis leerla aqui: http://libros2.ciberanika.com/DesktopDefault.aspx?tabid=28&pagina=letras/f/p05361.ascx

  2. pepe dice:

    No sé con cual de las muchas perlas que contiene la reseña de Cavilius quedarme. Quizá lo haga con esa demostración de sabiduría sentimental que hace al afirmar que «el amor es un sentimiento simple». Legiones enteras de pensadores, poetas y escritores que en el mundo han sido, dedicados a desentrañar la (hasta ahora) misteriosa naturaleza de ese sentimiento, y que de la noche a la mañana tendrán que buscar un nuevo tema de investigación…

  3. ARIODANTE dice:

    ¡Hombre, Pepe! ¿Tú por aqui? ¡Cuanto tiempooo!Quédate con el propio Cavilius, que ya de por sí es una perla,¡jajaja!

  4. Akawi dice:

    ¡Anda, una reseña de griegos de Cavilius!

    La que se ha hecho un lío al leerla he sido yo, lo confieso.

    Aunque la reseña goza de la agradable ironía y sencillez con la que nos tiene acostumbrados Cavilius en su larga trayectoria de reseñador. Me encanta esa manera de escribir que tiene, como si estuviera hablando consigo mismo o pensara en voz alta.

    No me gusta que me engañen ni en el título, ni en la portada, ni en nada de nada, por el momento creo que pasaré de este libro.

    Un abrazo.

  5. ARIODANTE dice:

    Quizás la palabra «engaño» no está empleada en ese sentido, Akawi. El libro merece la pena leerlo, pero sí es cierto que el título es algo engañoso, en el sentido de que confunde. Que la intención sea o no engañar, es tema en el que no me meto. Pero es cierto que creo que se ha buscado un título para atraer a un público que quizás con otro título menos explicito hubiera pasado desapercibido a los amantes del género.

  6. cavilius dice:

    ¿Me he hecho un poquitín de lío? ¿Cómo, dónde, cuándo?

    Digo yo que el amor, como el resto de sentimientos humanos (la tristeza, el miedo, la alegría, etecé etecé), es simple como una ameba. Pero cuando se encuentran dos amebas y se ponen a discutir acerca de su simplicidad, la cosa se complica…

    No es un libro tramposo, Akawi, salvo en el título; y en todo caso es una trampa para bien: uno espera encontrar algo peor bajo él, y se encuentra una novela que se lee con agrado. Claro que entonces resulta que la trampa es para el propio libro, porque cuántos lectores dejarán de comprarlo espantados por el título. Por otra parte, quizá la trampa sea para mí que me estoy engañando con este razonamiento, porque quién sabe cuántos lectores lo comprarán atraídos precisamente por ese título, y luego se llevarán la sorpresa de que el libro no es lo que esperaban, y ya no les gusta. O sí les gusta pese a no esperarlo, precisamente por no esperarlo. Es más, tal vez a mí me ha gustado precisamente por no esperar lo que el título presagiaba, pese a que no lo he leído atraído por el título precisamente sino por mi incontinencia.

    Creo que ahora sí que me he hecho un poquitín de lío, aunque juraría que no…

  7. ARIODANTE dice:

    Sólo un poquitín, Cavi. Descansa un rato, a ver si las neuronas se te tranquilizan. Bona nit!

    1. Javi_LR dice:

      ¿Neuronas?

      ¿No eran las amebas?

      Cavi, me interesa el libro y he leído en la reseña de Ariodante que la mitología tiene cierto protagonismo. Pero leyéndote no sé si se trata más de mitos universales en forma de cuentos, de referencias a mitos antiguos tal cual o de todo un poco. Si os extendierais más ambos en este tema os estaría muy agradecido.

  8. cavilius dice:

    Yo diría que de todo un poco, Javi. Predomina el elemento fabulador, se nota que al autor le gusta «contar cosas» (o esa es la impresión que yo tengo) y las alusiones sui generis a mitos o tradiciones antiguas son frecuentes, pero casi siempre formando parte del relato de alguien que las cuenta. Por ejemplo, y aprovechando que tengo el libro a mano, te reproduzco unos fragmentos en los que alguien le relata a otra persona lo que una tercera le ha contado, aunque en realidad es pura invención suya; aquí se alude a la famosa historia del diluvio universal, que aparece ya en Gilgamesh y luego en la Biblia, y de pasada se menciona también un perro llamado Argos, igual que el perro de Ulises:

    HISTORIA DEL DESCONOCIDO AIHA DEIMOS Y DEL DAÑO QUE HIZO PRIMERO AL PADRE DE TALOS EL NÁUFRAGO Y DESPUÉS AL MISMO TALOS, DE LO QUE ÉL, SEGÚN RELATA, NUNCA TUVO COMPENSACIÓN DE NINGUNA ÍNDOLE NI ALCANZÓ A VENGARSE, LO QUE EN SÍ ES BASTANTE DESGRACIA PARA UN HOMBRE.

    (…)

    El diluvio duró treinta y nueve días con sus noches, toda la tierra fue cubierta hasta más arriba de la gran torre de vigilancia mandada construir por Talos en Khalij, los ríos se desbordaron y las lagunas se tragaron el desierto y todos los hombres perecieron, al igual que todos los animales excepto los que viajaban en la nave de Talos, los cuales eran un perro cansado y ciego al que llamaban Argos, una yegua paridora que se encontraba preñada cuando empezó el diluvio y seis palomas mensajeras a las que Talos había tomado cariño por lo elegante de su vuelo.

    De todas formas, si el autor se pasa por aquí sabrá responder mejor que yo a tu pregunta, Javi.

    1. Javi_LR dice:

      Gracias por la respuesta, Cavi. Otra preguntita, ¿te ha recordado en ese punto a la concepción de cierto concurso de relatos?

  9. cavilius dice:

    JE JE!!

    (En homenaje a Corcontas, que siempre decía eso cuando no sabía de qué le estaban hablando).

  10. pepe dice:

    En Hislibris no sólo reseñamos libros (eso también lo hacen otros) sino que aquí vamos desentrañando, como quien no quiere la cosa, las (aparentes) complejidades del alma humana. Empezando por los sentimientos, que son simples. Todos ellos. Cavilius, tienes a la mitad del cavilismo (entiendase, a la afición) pasmado y a la otra mitad acojonado esperando la continuación…

    Habiéndosele presentado un pobre hombre presa de la confusión y habiéndole preguntado a Warren: «Hermano, ¿cuál es el verdadero sentido de la vida?» Warren respondiole: «El sentido de la vida te lo diré en tres palabras: Yo qué sé».

    ¿Qué nos quiso decir Warren con esto? Cuando le preguntan por el sentido de la vida Warren responde: «Yo qué sé». Analicemos la frase.

    La palabra «yo», «ego», parece indicar egoísmo, egolatría, soberbia… lo que pasa es que aquí Warren la utiliza por oposición, para indicarnos justamente lo contrario, o sea, la humildad. O sea que queda bien en claro que aquí cuando Warren dice «yo» está diciendo «humildad». Pero Warren dice algo más, Warren dice «Yo que sé», o sea, «Yo que sí sé» En resumen, hermanos, Warren conoce el sentido de la vida pero por humildad no lo quiere decir.

  11. cavilius dice:

    ¿Existe el cavilismo?, Vaya, me siento como Zarathustra cuando bajó de la montaña. Pues igual me vuelvo a subir p’arriba…

    Por cierto, te ha quedado un comentario un tanto escatológico con tanto Warren…

  12. ARIODANTE dice:

    Cielos, Pepe: lo que me ha costado averiguar de qué Warren estabas hablando porque es que no entendía naada.
    En cuanto a tu primera pregunta, Javi, bueno, ya Cavi te ha contestado en parte. En la primera parte del libro, digamos la más sedentaria y metalingüística (la segunda es la de la acción, la aventura), el autor se explaya demostrándonos por la vía práctica cómo funciona la tradición oral. Ya recordareis el juego infantil del teléfono: un grupo hace un círculo y la primera pasa un mensaje largo: al final el mensaje generalmente vuelve completamente distinto.
    Es decir, que se producen unas mezclas de las distintas narraciones de un mismo hecho (por ej. el diluvio) que resultan sabrosas por su variedad. La mezcla de mitologías se refiere a las mitologías helénicas y las del oriente medio, mesopotámicas y judaicas. (Lógicamente no hay mitologías nórdicas ni chinas) Hablamos de nuestra tradición mediterránea, que incluye el cercano oriente.
    El «Sherezado» de turno, Adhnes, para alargar su vida y la de Talos, que pueden estar en peligro, alarga los cuentos, rebuscando en su memoria y en la de su amigo Homero todo lo que puede, y completando con su imaginación el resto. La imaginación la pone el autor al entrelazar unas y otras.

  13. Hola. Aprovecho la invitación de Cavilus a «pasarme por aquí», y así de paso me meto donde no me llaman. Considero que el autor de un libro de ficción pierde toda autoridad sobre el mismo en cuanto se pone al alcance de los lectores, quienes «construyen» el relato cada cual según su criterio. Es algo básico: el autor escribe y llena páginas, pero si no hay lectores, no hay narración. Y la narración se hace entre todos quienes leen (excepto la Biblia para católicos: la Iglesia tiene el monopolio de su interpretación).

    En fin, el debate es tan ameno y, la verdad, os habéis tomado tantas molestias (por completo inmerecidas), que no puedo dejar con un mutis la propuesta del buen Cavilius, hombre paciente y lector esmerado porque la novela ya es de por sí lo suficientemente larga como para encima escribir una reseña, y luego siete y ocho post’s sobre la misma. Un récord de atención que agradezco, desde luego. Mucho.

    Sólo trece o catorce precisiones, que no me quiero enrollar.

    El título, como bien sabe nuestra amiga Ariodante, no lo puse yo sino la editorial. Muy claro lo digo: la condición era que en dicho título debían figurar las palabras «Homero» o bien «Itaca» (referencias sabidas=comercialidad). El título original era «Lejos de Itaca», bastante más vagaroso aunque menos comercial (al menos eso pensaron los editores de Vía Magna), que «Homero y los reinos del mar».

    Hay un detalle Cavilius, que me llamó la atención de tu reseña: la confusión entre «reinos del mar» y «pueblos del mar». Hombre, yo creo que queda claro, y si no he sido capaz de expresarlo bien, mea culpa, que los reinos del mar son justo eso, las civilizaciones mediterráneas en el siglo VIII adC y lo que de ellas sabemos: Jonia, los foceos, las islas del mar Jónico con Itaca y Kefalonia como centros fundamentales, los fenicios, Tartessos, etc. Los «pueblos del mar» son lo que eran: naciones en busca de asentamiento tras el batacazo del mundo antiguo (homérico), lal aparición de los dorios en el Peloponeso, la caída de Troya y sus consecuencias. Lo que no veo son los anacronismos «flagrantes», pero bueno, oye, eso es criterio de cada cual. Con lo liada que estaba la cosa en aquellos tiempos (me acuerdo muy bien), alguna metida de pata puede ser comprensible aunque no del todo disculpable.

    Lo último: los cuentos que Adhnes cuenta al rey Zosimo sobre el náufrago Talos, con objeto de mantener vivo su interés en el misterioso portador de armas de bronce y, de esta forma, salvar su vida. «Las mil y una noches» no son una coincidencia ni, al menos lo pretendía, un defecto «anacrónico», sino un efecto buscado. Los relatos primigenios que llegarían a compilarse en «Las mil y una noches» son más antiguos incluso que los poemas homéricos, y seguro que fueron de aquí para allá, en el ámbito del Mediterráneo-Asia Menor, durante mil y un años. Igual que las referencias a los relatos bíblicos, el perro Argos (el nombre es recurrente en muchas narraciones, y la presencia del can junto al héroe, casi tan a piñón fijo como la canastilla de la que es rescatado de las aguas, recién nacido). Lo que hace el escriba Adhnes, como bien sabes, es soltarle unas trolas tremendas al rey Zosimo porque Zora, la amada del prota, le ha prometido una noche junto a ella (más bien sobre ella), en la clandestinidad del templo, por cada día que el náufrago sobreviva (de nuevo «Las mil y una noches»). Su amor es sencillo, bueno, total: le pide que deje embarazadas a sus hermanas de culto Adrienne y Cyrilla, y el tipo se aplica; de mala gana (eso dice el truhán). Aquí tuve presente esa obsesión por concebir, tan bíblica, manifestada por ejemplo en las hijas de Lot, quienes, como sabes, se beneficiaban a su señor padre en el desierto de Söar porque no había varón más a mano. Y de él concibieron.

    En suma, amigo(s), que yo creo que escribí la novela para darle la razón a mi buen amigo Wenceslao Carlos Lozano, grandísimo traductor, quien entre otras exquisiteces no deja toda la saga de Max Gallo, «Los romanos»: «Constantino el Grande», «Nerón», «Marco Aurelio», «Espartaco»…; en un notable texto suyo, Wenceslao afirma: «Emociona reconocer en esa joya de la literatura mesopotámica que es el Poema de Gilgamesh (hacia el siglo XVIII a. C.) algunos relatos matriciales del Antiguo Testamento y de la epopeya homérica, esto es, los balbuceos multiculturales de la humanidad».

    Sobre eso trata «Homero y los reinos del mar», sobre los balbuceos multiculturales de la humanidad. Si me ha salido bien, perfecto. Si no… espero, Cavilius, que el libro que has usado sea la edición de bolsillo, bastante más barata que la de tapa dura.

    Cordiales saludos a todos y mi gratitud a Cavilius y Ariodante por su dedicación a esta novela.

  14. ARIODANTE dice:

    Hola, José! Yo quería puntualizar que en ningún momento se percibe como una aparición «casual», como una «coincidencia», los cuentos de Adhnes. Es obvio que es un efecto buscado. De no ser así, hubiéramos pensado que el autor estaba un poco majareta. Y no creo que Cavilius se refiera a eso cuando habla de anacronismos. Pero eso que lo diga él…

  15. cavilius dice:

    Saludos, José. Encantado de que te metas no donde no te llaman, sino precisamente donde se te espera y se te recibe con alegría, como a todos los autores que visitan Hislibris de cuando en cuando.

    Que una novela sea larga o corta no es en sí mismo un problema: es un hecho objetivo, una vez, claro está, establecido el consenso de qué se ha de entender por largo y por corto. Sí es un problema, si acaso, que una novela se haga larga o corta, pero en todo caso es un problema subjetivo que le surge a quien la lee, y en tanto que es suproblema, la novela queda libre de culpa (salvo que aceptemos el concepto de las culpas inducidas, pero en cuestiones de literatura se me hace difícil tal concesión). Tu novela, tengo que confesarlo, se me hizo larga en algunos pasajes: los leí en un mal momento, el metro iba muy lleno de gente, no los entendí como la lógica de la novela requería, me dolía la cabeza, ese día el sol salió por Antequera… en fin, quién sabe. En todo caso no te lo tomes a mal, que ya digo que el problema es más mío que de la novela. De hecho, otra confesión se me pasa por la cabeza: cuando un amigo me dijo que había leído una (mi primera y quién sabe si última) novela y que se le había hecho corta, no me gustó (pensé «tanto esfuerzo para que ahora a este tío le parezca poco»); con el tiempo, otro amigo que también la leyó me dijo que se le había hecho algo pesada y larga, y tampoco me gustó. Aún estoy dándole vueltas a la moraleja que debo sacar de esto, si es que la hay.

    Lástima lo del título, José, porque Lejos de Ítaca le da mil vueltas a Homero y los reinos del mar. Y además, por lo que dices era tu título, y eso debería ser razón suficiente para hacerlo prevalecer.

    Sobre lo de los «reinos del mar», quizá es cierto que he sufrido una confusión porque durante toda la lectura asocié tal concepto a los que en la novela van sembrando muerte y destrucción por el mediterráneo, de quienes Adhnes y compañía salen huyendo hacia el oeste, hacia Tartessos. Es más: si en juramento me toman, diría que a esos seres implacables se les llama así en la novela en algún momento (pero tú lo sabrás mejor que yo, así que retiro el juramento). Por otra parte, en la página web de la novela hay una sección dedicada a los «pueblos del mar», lo cual quizá hizo que se me metieran en la cabeza y ya no salieran de ella. Y por la cuestión de los anacronismos no te preocupes, son minucias y detalles que no tienen apenas importancia, pequeñas cosas que mi mente no encajaba con gusto en el periodo postmicénico; y desde luego, el «olor» a Las mil y una noches de la primera parte de la novela no es (ni creo que nadie lo considere así) un anacronismo sino, como bien dices, un recurso estilístico buscado y bien conseguido.

    Y me temo que he usado una edición del libro en tapa dura, pero digamos que no tuve que pasar por caja para conseguirla.

    Saludos, José, y gracias a ti por pasarte por aquí.

  16. Bueeno. Me alegra que no tuvieras que vértelas con la letra menuda de bolsillo. Esa edición sí que se te habría hecho larga. Confidencia: el otro día me calcé las gafas de présbita y me dispuse a leerla (aún no…). Y duré un cuarto de hora. Es lo que tiene saber cómo acaban las novelas (y cómo empiezan, y lo que hay en medio); uno pierde interés lector.

  17. cavilius dice:

    Pues si yo me pusiera unas gafas de présbita para leer tu novela (o cualquier otra), duraría bastante menos de un cuarto de hora…

  18. Valeria dice:

    ¿Eso de las gafas de présbita es, pues, una tortura helena?

  19. ARIODANTE dice:

    Jaja, muy bueno Vale, muy bueno (por cierto, siento no haberme podido despedir de tí el viernes madrileño, chata; nos armamos un poco de lío al salir).
    José, lo mío sí que tiene mérito porque yo sí que me leí la maldita edición de bolsillo (es la que me mandaron) y tengo varias gafas según la distancia a que la vaya leyendo: unas para el sillón, otras para la cama (leo acostada por las noches); afortunadamente la leí casi de un tirón y el sufrimiento de mis queridos ojos fue corto. Pero sí, como dice Valeria, es una suerte de tortura china, sí.

    Y afortunados Cavi y Vale que no las necesitais, pero¡ya os tocará! Porque llegada una edad innombrable, ¡o te colocas las malditas gafas o no lees un maldito libro!

  20. Sapientísimas palabras, Ariodante. Leer o no leer, datisdecuéstion.

  21. ARIODANTE dice:

    Error: usar o no usar las malditas gafas.

    No leer no figura dentro de mis expectativas, por ahora.

  22. cavilius dice:

    Pues entonces, antes de que la edad me haga presbiteriano forzoso, trataré de leer todo lo que pueda. Y lo que no pueda leer consideraré que no vale la pena ser leído y así me consolaré en mi ignorancia y en mi inopia.

    ¿En la inopia está todo el que no toma opio? Curiosa etimología sería esa, sin duda…

  23. Valeria dice:

    A algunos nos tocó usar gafas ya con dos añitos. Incluso con parche pirata.
    Por cierto, que celebro mucho que el autor del libro reseñado se pasee por aquí. Bienvenido, José.

  24. ARIODANTE dice:

    Pues ya te puedes dar prisa, Cavi, porque, ¡ejem! te quedan como ….¿cuántos tienes ahora? ¿Ya cumpliste los cuarenta?
    Uyuyuy…. te veo mal.
    (Buscaré las gafas )

  25. cavilius dice:

    Estoy en mi acmé, sí…

  26. ARIODANTE dice:

    Ja ja ja ja! Ya decía yo, Cavi, lo tuyo espieza a ser grave…

    Valeria, yo llevo gafas desde los doce añitos. Eso si, sin parche. Sólo gafas. Pero ya las considero como una parte más de mi cuerpo. Un apéndice supranasal….que periódicamente cambia de look.

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