HISTORIA DE LA GUERRA – John Keegan

9788415832218Arraigada en el propósito de contextualizar el fenómeno de la guerra, la aproximación de John Keegan al mismo estuvo tamizada por un agudo interés en las variables sociales y culturales que intervienen en la confrontación bélica, operando como factores modeladores del desempeño de individuos y sociedades en la que no sólo es la más terrible de las experiencias colectivas humanas sino, además, una constante miliar en la historia de la humanidad. Hay, pues, una evidente ilación, lo mismo que una progresión ascendente, entre obras como El rostro de la batalla, La máscara del mando y la que nos convoca ahora, Historia de la guerra. Si en la primera de ellas Keegan aborda la realidad de la batalla desde una perspectiva inmediatista que atiende a las transformaciones que a lo largo de la historia se han producido en materia de convenciones sociales y códigos culturales, y en la segunda estudia diferentes modalidades de liderazgo militar en estrecha asociación con las respectivas matrices sociopolíticas y culturales en que se materializaron, en Historia de la guerra nuestro autor amplía al máximo el campo de visión, valiéndose del enfoque sociocultural ya en un sentido global. Como en los dos primeros libros, las consideraciones relativas a estrategia, táctica y logística están subordinadas a las antedichas variables, pues en esta tríada de obras la preocupación de John Keegan está centrada en el hecho de la guerra como un fenómeno humano primordial: en vez de un mero accidente, una de las actividades en que se manifiesta de modo más decisivo la naturaleza histórica y social –pero también moral- de nuestra especie. Dada la vastedad de la cuestión, el autor incorpora en este estudio (cuya publicación original data de 1993) el tratamiento de variables tan insoslayables como son las de orden económico, tecnológico y geográfico, que contribuyen a redondear la comprensión de una realidad en sí misma polifacética. 

Historia general de la guerra –ante todo de sus formas y características-, el objeto de esta reseña es también una obra de tesis. En efecto, Keegan emprende su investigación desde una premisa que en esencia procura ser la negación -la antítesis- de la célebre concepción de la guerra por Clausewitz: una prolongación de la política por otros medios (en la formulación abreviada). Keegan pone de relieve que los pueblos hacen la guerra con arreglo a valores y prácticas en que las consideraciones de índole política pueden tener un lugar marginal, mientras que los métodos de combatir –así como sus límites, esto es, sus propósitos y sus restricciones materiales- exhiben una estricta filiación con la matriz cultural de los contendores. No menos que las estructuras sociales y la organización política, que la religión y el arte, la guerra es también una cuestión de cultura. Notoriamente a disgusto con lo que viene a ser una percepción parcial y reduccionista de un fenómeno asaz complejo, nuestro autor reprocha a Clausewitz el entender la política como una esfera autónoma, escindida del entramado de creencias, valores, mitos, tabúes, expresión artística y demás componentes de la cultura. La guerra, afirma Keegan, es mucho más que la sola política, y en algunos casos la guerra no es un determinante de las formas culturales sino la mismísima cultura en sí (se entiende, en sociedades extremadamente militarizadas, o que hicieron del guerrear la primera y más importante de las empresas).

Algunos acontecimientos históricos de la mayor relevancia se explican no por medio de la filosofía bélica del prusiano sino por sendas que la tornan intrascendente: el caso, aduce el autor, del plurisecular aislacionismo japonés, en que no es la lógica política el factor crucial sino la persistencia de tradiciones ancestrales y su defensa por adalides capaces de prevalecer. Desde una perspectiva global, la concepción de la guerra por Clausewitz resulta improcedente por cuanto se funda en circunstancias distintivas de la civilización occidental, mientras que muy diversos estamentos y pueblos extraeuropeos, algunos de ellos cabales exponentes del concepto de “cultura guerrera” (ciertos pueblos polinesios, los zulúes, los jenízaros, los samurai, los mamelucos), son por completo ajenos a la racionalidad política europea. La guerra practicada a la manera cosaca, variedad de “guerra real” de la que Clausewitz fue testigo y que repugnó a su formación militar prusiana, distaba todo lo posible de su idea de una “guerra verdadera”, entendida como instrumento político orientado a la destrucción de las fuerzas armadas del enemigo: un concepto en que no encajaba el estilo cosaco de guerrear, furtivo, indisciplinado, fomentador del lucimiento personal y dado al pillaje. Al margen de su sesgo etnocentrista, el vicio mayor del pensamiento de Clausewitz es el que comparte con las ideologías de todo signo: anclarse no en el ‘ser’ sino en un pretendido ‘deber ser’, encorsetando la interpretación de la realidad en una camisa de fuerza intelectual.

Lo medular del planteamiento del historiador británico es que desplaza la concepción de la guerra desde el plano de la política al de la cultura, lo que supone abrir el abanico de variables comprometidas en el objeto de estudio. Congruente con este criterio, la estructura del libro obedece a una lógica temática, tal que el primer apartado expone la crítica del autor a la tesis principal de Clausewitz y una evaluación caso por caso de los pueblos o estamentos guerreros que desmienten dicha tesis (desde la etnia Rapa Nui, de Isla de Pascua, hasta los samurai). El cuerpo central de la investigación es complementado por una serie de interludios, cuatro de ellos en total, en que Keegan aborda temas específicos, incluyendo el de las restricciones que la geografía impone a las operaciones militares (navales o terrestres) y el de los ejércitos como instituciones socialmente estructuradas e imbuidas de una ética singular. En términos generales, el libro muestra de qué manera es la cultura, desde las más primitivas manifestaciones de sociabilidad humana hasta la actualidad, un factor determinante de la naturaleza de la guerra. La evidencia permite al autor trazar una línea divisoria entre el modo específicamente occidental de desarrollar esta actividad, modo cuyos orígenes se remontan –como en tantos aspectos- a la antigua Grecia, y los estilos bélicos de los otros pueblos y las otras civilizaciones, que perpetúan en considerable medida los rasgos del guerrear en estado primitivo.

El gran salto desde la guerra primitiva a la occidental reside en la ruptura con los mecanismos que limitaban la violencia y los efectos de la guerra, entre los cuales la convención y el ritual eran los más importantes. Los pueblos primigenios acordaban el lugar y el momento del conflicto, incluso se ponían de acuerdo en cuanto al pretexto; una serie de rituales delimitaban también la magnitud y el desarrollo de la contienda, estableciendo un marco recíprocamente aceptado para sus secuelas (contemplando formas de compensación y otros elementos). Podía y solía ser de hecho una realidad atroz, como lo es también su heredera directa, la guerra al modo oriental; los pueblos montados salidos del Asia central llevaron a su grado máximo el potencial de brutalidad de la guerra a lomo del caballo. A la larga, empero, el “terror mongol” sucumbió al agotamiento de sus (espantosas) posibilidades, mientras que la evolución guerrera de Occidente apenas vislumbraba límites. Es el combate mortal cuerpo a cuerpo, que cabe tener por invención occidental, lo que rompe todas las barreras, el germen de la guerra carente de inhibiciones. Los súbditos de Darío, rival de Alejandro, y los jinetes que siglos después asolaron Asia y amenazaron Europa, luchaban de un modo elusivo, privilegiando las armas arrojadizas y las tácticas evasivas y de desgaste. Combatir hasta la muerte con armas cortantes y con la expectativa de arrollar de una vez al enemigo representa un quiebre histórico, que en punto a potencial destructivo encaminó a Occidente en un proceso que, para mayor abundamiento, adicionó otros dos factores propiciadores: el componente ideológico, gestado en el contacto de los cruzados con los musulmanes y su idea de guerra santa, y el de la revolución tecnológica de las armas de fuego.

Revestida de ropaje filosófico por obra de Clausewitz –algunos dirían que su contribución no es más que la del realismo intelectual-, la guerra librada al estilo europeo contribuyó a la hegemonía mundial de Occidente y se impuso como el modelo a seguir por las fuerzas armadas de todo el orbe. «Pero el triunfo del modo occidental de hacer la guerra fue un error –sostiene Keegan-. Resultó irresistible contra otras culturas militares; pero, vuelto contra sí mismo, acarreó grandes desastres con visos de catástrofe. La Primera Guerra Mundial, librada casi exclusivamente entre naciones europeas, puso fin al dominio occidental en el mundo, y con las penalidades impuestas a la población de los estados beligerantes, corrompió lo mejor de la civilización –el liberalismo y la esperaza-, dando a los militaristas y a los totalitarios un papel en las apelaciones al futuro. Y el futuro que anunciaba trajo la Segunda Guerra Mundial, que completó la ruina iniciada por la primera. Y trajo también las armas nucleares: lógica culminación de la tendencia tecnológica del modo occidental de hacer la guerra; y negación taxativa del postulado de que la guerra era, o puede ser, la contención de la política por otros medios».

– John Keegan, Historia de la guerra. Turner, Madrid, 2014. 536 pp.

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8 comentarios en “HISTORIA DE LA GUERRA – John Keegan

  1. Santi dice:

    ¿Se sabe si Turner seguirá publicando los títulos de Keegan??

  2. Vorimir dice:

    Parece una buena lectura sobre un fenómeno tan fascinante como desagradable, pero sin el que es imposible conocer bien la cultura y la historia de los pueblos.
    Gran reseña, Rodrigo.

  3. Rodrigo dice:

    La página de la editorial no anuncia novedades al respecto, Santi.

    Gracias, Vorimir. La verdad es que empecé el libro con alguna pereza pero muy luego me tuvo enganchado, seducido por el enfoque sociocultural del autor y por su interés polémico, vista su premisa teórica. Mi impresión final apenas pudo ser más positiva.

  4. Antígono el Tuerto dice:

    Este lo tengo en la Pila Electrónica, pendiente de leer…magnífica reseña Rodrigo.

  5. Rodrigo dice:

    Gracias, Antígono. El libro es espléndido, ya lo verás.

  6. Derfel dice:

    Muy interesante, sí señor. Nunca he leído nada de Keegan, no sé muy bien por qué, ya que tiene muy buena pinta.

    Me propongo enmendar mi error. ¿Con cuál me recomiendas comenzar: con éste o con «El rostro de la batalla»?

  7. Rodrigo dice:

    Cualquiera de los tres vale, Derfel, pero no carece de sentido empezar con El rostro de la batalla por aquello de la progresión ascendente a que me refería en la reseña: la batalla a ras de suelo, el mando y su perspectiva genérica, la guerra a lo largo de la historia.

  8. LO ÚNICO QUE PUEDO DECIR ES QUE SEGÚN , EL FILOSOFO Y ESCRITOR, SARTRE LLEGO A EXPRESAR ASÍ:» LA PAZ ES UN ENTREACTO ENTRE GUERRA Y GUERRA».

    JORGE LÖPEZ ZEGARRA

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