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El diario de Nina

 
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momper



Registrado: 14 Dic 2008
Mensajes: 4739
Ubicación: el chacuatol

MensajePublicado: Lun Dic 19, 2011 1:16 am    Tí­tulo del mensaje: El diario de Nina Responder citando

El diario de Nina. Nina Lugovskaia (1918-1993) vivió su adolescencia en el Moscú de los años treinta. Como hija de un represaliado por el régimen (un socialista revolucionario, empresario en tiempos de la NEP), estaba bajo sospecha y acabó en el Gulag a los diecisiete años: pasó cinco años haciendo trabajos forzados en una granja avícola en Kolyma. Su diario fue una de las pruebas que se utlizaron contra ella, su madre y sus dos hermanas mayores, que corrieron la misma suerte. Nina tenía las ideas muy claras sobre los bolcheviques, y en su diario dejó reflexiones llenas de sentido común, audacia y dignidad, que contrastan llamativamente con los fragmentos que se recogen en el epílogo, obra de intelectuales que llenaban sus diarios de loas al dictador, sin duda por miedo a que llegaran a leerse.
El libro, no obstante, está ocupado principalmente por asuntos de la adolescencia: la escuela, los chicos, las amigas… Nina cuenta con gracia las anécdotas propias de su edad, y también nos hace partícipes de sus problemas (sus «ideas obsesivas»): tenía estrabismo y eso la acomplejaba mucho, pues se consideraba muy fea —algo incomprensible viendo sus fotos—, además padecía lo que yo llamaría ciclotimia: pasaba de estar muy animada a tener ideas de suicidio. Nos cuenta todo esto con tanta sensibilidad que uno siente una gran empatía por ella. Su destino es muy curioso: soñó con ser escritora —con destacar en algo, más bien—, y pocos años después de morir se convierte en una celebridad. De algún modo se cumplió la expectativa de esta joven.

Les dejo el enlace a un documental sobre ella:

Hasta donde llevó un diario

Y les copio unos fragmentos:

«21 de enero de 1933
—¿Está Ira en casa?
—Sí
He enfilado el pasillo.
—¿Nina? —ha gritado desde la sala la madre de Ira.
—Sí —he respondido yo, y una vez en la sala, he dicho en voz alta:
—Buenos días.
Ira estaba sentada a la mesa y ordenaba algo, concentrada.
—¿Qué estás haciendo?
Ninguna respuesta. Alyonushka [hermana pequeña de Ira], en silencio, me ha mirado de reojo con sus grandes ojos azules.
—Escucha, Nina —ha comenzado a decir O. A. [madre de Ira]—, Irá hoy no asistirá a la escuela. Han detenido a su padre…
Se le ha roto la voz y durante un momento hemos permanecido calladas. […]
Aquella familia que estaba allí sentada sin hablar me conmovía: la silenciosa Alyonushka, Ira y su madre que lloraba. Que sufra también ella lo que yo he sufrido. Me acordaba de lo que sucedió cuatro años atrás, cuando a nosotras también se nos llevaron a nuestro padre. […] sentí odio y desdén hacia quien había osado llevárselo.
Ahora se lo han arrancado a Ira, han destruido su felicidad y su tranquilidad, han quebrantado por completo su estilo de vida, sus costumbres, todo aquello que ama su corazón. Nosotras también vivíamos bien antes de la detención de papá, pero… después, como si lo hubiera enviado el cielo, caímos en un torbellino de privaciones y de angustia. Ahora ésos, que todas las mañanas comían mantequilla y bebían café, lo perderán todo si un buen día lo deportan a cualquier lugar de Usti-Sisolisk, a cualquier pequeña ciudad del Norte. […]
¿E Ira?... ¿Es posible que después de dos o tres años alejada de su padre deje de quererlo? Yo he dejado de querer al mío. Después de tanto tiempo no he sido capaz de volver a acostumbrarme a él y por poco le hablo de usted.
¡Oh, bolcheviques, bolcheviques! ¿Hasta dónde habéis llegado, qué estáis haciendo? Ayer Ju I. dio una clase sobre Lenin a mi grupo y habló, por supuesto, de nuestra “edificación”. Cómo me dolía escuchar esas mentiras descaradas en los labios de una mujer que aprecio, casi venero. Que mienta Yevcichevich, vale, pero ella, con ese modo que tiene de apasionarse sinceramente por las cosas, que altere la verdad de esa forma… ¿Y a quién le explica esos embustes? A niños que no se los creen, que sonríen entre sí y dicen en silencio: “Mientes, mientes”.

12 de julio de 1933 (Marfin Brod, Mozhaisk)
Todo el verano ha transcurrido entre litigios interminables. Hemos llegado a tal grado de mezquindad que una no le pasaba la taza a la otra, y ante cualquier mínima petición, la respuesta es: “Hazlo tú”. Hay que reconocer que en este aspecto soy especialmente buena, pero la cuestión es que mis hermanas me han hecho enloquecer literalmente, lo querían todo y me lo pedían sin cesar: “Dame”, “tráeme”, “cierra”, y así todo el día. Al final casi hemos llegado a las manos, pero lo peor ha venido cuando nos hemos quedado las tres juntas sin mamá. Esos días han resultado algo increíble, discutíamos de la mañana a la noche, en el aire sólo flotaban palabras como “animal”, “estúpida”, “idiota”.
¡Hasta qué punto se puede llegar a ser grosero! Incluso ahora, mientras continúan nuestras escaramuzas, no puedo dejar de recordar con horror nuestra vida sin mamá. ¿A qué puede atribuirse ese dejarse ir, esa incapacidad de dominarse y esa horrible mezquindad? ¡Cómo malgastan la vida las personas! ¿Acaso mamá era así a nuestra edad? Y nosotras mismas, ¿eramos así antes? Obviamente, no. Y no tiene nada de extraño, ¿cómo no ser mezquino cuando hay que echar cuentas por un pedazo de pan, cómo no discutir y no enfadarse cuando sientes en el estómago un hambre insoportable que te roe y te devora?


31 de agosto de 1933
En Rusia suceden cosas extrañas. Hambre, canibalismo… La gente que llega de la provincia cuenta muchas cosas. Explican que no les da tiempo de recoger los cadáveres de las calles, que las ciudades de provincias están llenas de hambrientos, de campesinos andrajosos. Por todas partes se sucede el pillaje y el bandolerismo.
¿Y Ucrania, la fértil, vasta Ucrania…? ¿Qué ha sido de ella? […] Aquí y allá pueden verse aldeas muertas, vacías. Todos los hombres han huido.
De forma obstinada y sin tregua, los fugitivos afluyen a las grandes ciudades. En más de una ocasión los han hecho retroceder, largos convoyes enteros condenados a una muerte segura. Pero todos luchaban por sobrevivir, en su intento de llegar a Msocú la gente moría en las estaciones ferroviarias, en los trenes. ¿Y qué está pasando en los campos ucranianos abandonados? Ah, los bocheviques también han conjurado ese peligro. Han enviado hasta allí a los chicos de la Guardia Roja para segar insignificantes parcelas de tierra sembrada en primavera.

31 de julio de 1934
Tal como me esperaba las primeras horas transcurridas en Moscú han sido horribles. A la una de la madrugada, una vez hemos llegado a casa, he llamado a nuestra puerta. Al poco ha sonado la voz de Lialia [una de sus hermanas].
—¿Quién es?
—Nina
—¿Nina?
En aquella exclamación había sorpresa, fastidio, ni sombra de alegría. Me he sentido mal. Cuando me he quedado sola y me he acostado, de pronto he notado un gran peso y una amargura en el alma…
¿Echaba de menos el campo? Tal vez no, pero allí, en cualquier caso, las cosas habían ido bastante mejor, sólo empecé a aburrirme los últimos días. Mientras que aquí, tendida en la oscuridad, lloraba. Qué repugnantes me parecían Moscú, mi habitación, los edificios grandes y escuadrados.

30 de diciembre de 1934
Han pasado muchos días desde que Nikolaiev, miembro de un grupo terrorista clandestino, asesinó a Kirov en el Smolini. En los periódicos muchos artículos han dado un gran relieve a este hecho y muchos demagogos, papagayos oradores de profesión, y muchos portavoces de los Soviet, gente cobarde y patética, han berreado sobre las cabezas de los trabajadores, agitando los puños: “¡Cortémosle el cuello a la víbora!”, “Fusilemos a los traidores cuyo vil golpe arrancó de nuestras filas, etc.”. Muchos de los llamados ciudadanos soviéticos, ahora que ya se ha perdido todo sentido de conciencia y de dignidad humana, se han comportado como animales y han levantado la mano a favor del fusilamiento.
[…]
Hoy han fusilado a otros cuatrocientos “conspiradores”. Todos esos cientos por una sola vida bolchevique. Esto recuerda involuntariamente el reinado de Alejandro II en el siglo XIX y las acciones de “Narodnaia Volia”. Qué furia y qué agitación se desencadenó entre el pueblo cuando se llevaron a cabo las ejecuciones de los cinco asesinos. ¿Por qué ahora nadie se indigna? ¿Por qué ahora todo esto se considera perfectamente natural y normal?

30 de enero de 1935
Ayer volvió Zina T. Se ha operado de apendicitis y por tanto no ha venido durante un mes. Pero no ha perdido la familiaridad con la escuela y como siempre estaba alegre y parlanchina. En una de las clases le ha escrito a Valia L.: “Cocodrilo: ¿por qué has traicionado a Nina? Llora mucho”. “¿Qué Nina? Dime el apellido” , ha respondido él. “¿Tantas Ninas hay que ni si quiera sabes a cuál me refiero?”. […] “De todos modos dime su apellido”. “Deja ya de hacer como que no te enteras”, le ha escrito Zina, “¿acaso no sabes que hablo de Nina Lugovskaia?”. “No puedo haberla traicionado desde el momento en que entre nosotros nunca han existido vínculos de intimidad. Nunca la he visto llorar ni tengo ganas de verlo”. Así concluyó el día de ayer. Nos fuimos a casa riendo mientras yo seguía lamentándome de que Valia L. no me amase.

14 de marzo de 1935
¿En qué consiste este destino hipócrita? No me ha dado nada: ni el físico, ni las aptitudes, ni el talento, pero el amor propio, ese sí, y también el orgullo y la ambición. Es una crueldad. Además soy una mujer de la cabeza a los pies. Privar a una mujer de la belleza y del atractivo es una burla y, por mucho que se diga, para ésta lo más importante es el deseo, casi inconsciente, de gustar, que la acompaña a todas partes…
Gustar también a los que no amamos, también a aquellos que encontramos desagradables, porque en el fondo resulta completamente maravilloso pensar que suscitamos interés y que ese sentimiento tan poco habitual se llama amor. ¿Quizá sólo sea un síntoma de mezquina vanidad y de estupidez femenina? Sin embargo, sé que es infinitamente hermoso saber que le gustas a alguien.
[…]
Hubo un tiempo en que no pasaba una hora sin que no pensara en mi desafortunado aspecto. La cosa aún iba bien mientras me acordaba de ello estando sola, pero ¡ay de mí si eran los otros quienes notaban mi fealdad! Vivir con esa idea horrible, con la conciencia de mi propio defecto y sintiendo una secreta envidia hacia todas, una envidia que se transforma en odio… ¿Cómo no había de detestar la vida?
Todo eso se ha acabado. La operación ha desempeñado su papel; aunque no ha curado completamente el estrabismo, sí ha corregido el sentimiento que albergaba en mi interior».

***

En el documental se habla de que Eugenia Ginzburg, en su maravilloso testimonio del Gulag «El vértigo», menciona a Nina, con la que coincidió en la cárcel Butirka. Les copio también el fragmento en que la cita (sin dejar de recomendar una vez más el excelente libro de la Ginzburg):

«—Casi todas nos hemos vuelto supersticiosas —me dijo Nusik—. […] ¿Y ves a esa otra? Una niña, ¿verdad? Tiene dieciséis años. Se llama Ninochka Ludovskaia. Su padre, un socialrevolucionario, fue detenido en 1935. Ahora han detenido a toda la familia: la madre y tres hijas. Ninochka, de la clase octava, es la más joven.
[…]
Ninochka Ludovskaia se beneficiaba de las atenciones de todas las compañeras de celda: le lavaban las bragas, le peinaban la trenza, le ofrecían terrones de azúcar y la abrumaban con consejos sobre la manera de comportarse con los interrogadores.
Se me oprimía el corazón de dolor y compasión por las camaradas más jóvenes y las más viejas: Katia Sirokova y Ninochka tenían unos pocos años más que mi Maika.
La verdad es que era una gran suerte tener poco más de treinta años: comer con los propios dientes, no tener necesidad de gafas […], tener sano el estómago, el corazón y los demás órganos. Y al mismo tiempo tener ya los nervios templados y no caer en la desesperación, como les sucedía a Ninochka y a Katia».
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