Hay autores con gracia. Hay autores con estilo. Hay autores que cuentan cosas. Y hay autores que tienen un poco de todo eso y se llaman Enric González (Barcelona, 1959). Los que me conocen me han oído hablar de él y de sus libros. Corresponsal del diario
El País en Londres, París, Nueva York, Roma y actualmente en Jerusalén, la literatura la ha cultivado en casa, no en balde su padre es el periodista y escritor Francisco González Ledesma. Fruto de sus estancias en dichas ciudades, ha escrito varios libros, que podríamos definir como crónicas periodísticas/curiosas e involuntarias guías de viaje/compendios de anécdotas/recorridos personales, de los que soy absoluto fan:
Historias de Londres (1999),
Historias de Nueva York (2006),
Historias del calcio (2008) y ahora
Historias de Roma, recién publicado (RBA). Ayer mismo lo vi, lo compré y lo leí.
En apenas 120 deliciosas páginas, Enric González nos cuenta sus vivencias personales cuando llegó a Roma en septiembre de 2003 para cubrir la corresponsalía de esta ciudad para su diario. Curioso e inquieto, Enric González parece un tipo que se aclimata en cada ciudad en la que reside, se acostumbra al modo de vivir, es dichoso de poder vivir con su señora y varios felinos en un estrecho apartamento en un palazzo, se empapa de la
romanità y tira p
a’adelante. En este libro nos cuenta no sólo lo que cuesta encontrar un piso decente en Roma, la sempiterna tranquilidad de la burocracia romana, lo que puede llegar a tardar en llegar un paquete postal a su destino (si es que llega) o las fórmulas de la cortesía romana (todo un mundo). También nos ilustra con todo tipo de pequeñas grandes historias. Por ejemplo, el lugar de la tumba del poeta John Keats en un cementerio para no católicos. O la historia del marqués Camillo Casati Stampa di Soncino, que «sólo disfrutaba del sexo por persona impuesta: le gustaba que su esposa fornicara con jóvenes desconocidos, mientras él fotografiaba, filmaba y anotaba en su diario», y cuya esposa y él mismo tuvieron un destino trágico. O el cariño que los romanos siempre le han tenido a Alberto Sordi, un actor tacaño, cobarde, irascible, filofascista y desconfiado, pero también maravilloso, símbolo de lo italiano por excelencia, imposible de ser exportado; un actor cómico cuya risa, como escribió Pier Paolo Pasolini, es «la comicidad de que nace de la fricción, con la variopinta y estandarizada sociedad moderna, de un hombre cuyo infantilismo en vez de producir ingenuidad, candor, bondad, disponibilidad, ha producido egoísmo, cobardía, oportunismo, crueldad. Es una desviación del infantilismo».
Historias de Roma, la capital de una Italia que el propio Sordi definía como «trágica al veinticinco por ciento, cómica al setenta y cinco por ciento». En palabras del escritor siciliano Leonardo Sciascia, «Italia es un país sin verdad», algo que Enric González ha escudriñado con sus crónicas políticas escritas desde Roma. Unas crónicas en las que, por supuesto, tiene mucho que ver Silvio Berlusconi,
Il Cavaliere (en un país sin títulos nobiliarios), un condottiero, un político de nueva escuela, inclasificable, alguien que «habla con claridad y dice lo que piensa, a diferencia de la clase política convencional; es un esteta que recurre continuamente a la cirugía estética para rehacerse el rostro y la cabellera (los pelos que cubren su calva proceden del cogote de su hermana) y se rodea de cosas bellas y mujeres guapas (el machismo mantiene una notable vigencia); es además, un hombre riquísimo que no se deja corromper, sino que corrompe, lo cual le evita presiones y garantiza la fiabilidad de sus promesas». Un hombre que responde al hombre de la calle, que gusta, que cae bien, del que romanos e italianos en general se fían, a pesar de que es un canalla. No pude evitar soltar una estruendosa carcajada cuando Enric González reproduce en el libro un monólogo berlusconiano construido por completo con frases literales que
Il Cavaliere ha pronunciado en los últimos años:
«Quiero empezar saludando a los asistentes a esta Cumbre contra el Hambre, y muy especialmente a las bellísimas delegadas. Soy el ungido del Señor. Cargo con la cruz, aunque no me gusta mucho hacerlo. Y cada año practico un retiro espiritual, en las Bermudas. El referéndum, sépanlo, será un juicio de Dios. Y beberé el amargo caliz de volver a gobernar. Vivo bajo el terror de un Estado policial. Acusarme a mí de corrupción es como acusar a la Madre Teresa de Calcuta. También Jesús fue traicionado, y no soy mejor que Jesús. Por supuesto, soy éticamente superior a cualquier otro político europeo. Estoy en contacto permanente con la Divinidad. He escrito las tablas de la ley, como Napoleón o Justiniano. A veces noto que me asalta un complejo de superioridad, pero entonces me digo: menos mal que soy yo. Soy el único italiano que escribe sambas en napolitano. Me han envenenado con armas bacteriológicas. Nunca salgo en televisión. Mi vida está llena de sacrificios. ¿Saben que Margaret Thatcher me dijo que habríamos hecho una gran pareja?»
Me parece oír más de una carcajada de fondo…
Pero no sólo va de todo esto
Historias de Roma: también de por qué la gente no quiere casarse en la iglesia de San Eustachio; de dónde apareció el cadáver de Aldo Moro en mayo de 1978; de la estrecha pero también controvertida relación de los Papas (auténticos «reyes de Roma» hasta 1870) con la ciudad; de la construcción de la basílica de San Pedro del Vaticano y su hermosa «y moralmente elegante» cúpula; de dónde tomar el mejor café del mundo; de la familia y, cómo no, la
mamma,…
Y todo ello con ese inconfundible estilo de Enric González. El libro se lee y se disfruta cada página en apenas dos horas tranquilas. ¡Pero qué dos horas, señores! Háganme caso: gástense los 17 € que vale el libro (una minucia comparada con todo lo que aporta), recuéstense en un sofá, tengan su bebida favorita al lado y sumérjanse en sus deliciosas páginas. Posiblemente en ese lapso de tiempo se olviden de los problemas cotidianos y se acerquen un poquito a lo que quizá es la felicidad.