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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

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farsalia



Registrado: 07 Nov 2007
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MensajePublicado: Jue Oct 19, 2017 1:18 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Un 19 de octubre de 202 a.C. tuvo lugar en Zama la batalla definitiva entre las tropas de la República romana, al mando del procónsul Publio Cornelio Escipión, y las de Cartago, al mando del estratega Aníbal, hijo de Asdrúbal el Rayo (baraq, de ahí el apellido Barca). La batalla significó la derrota cartaginesa, que poco después aceptaría la rendición y la firma de un duro tratado de paz que supondría el final de Cartago como potencia mediterránea y como imperio colonial: no sólo perdía gran parte de su propio hinterland africano sino que aceptaba abandonar oficialmente Hispania, territorio del que había sido expulsada por los romanos tras la batalla de Ilipa (206 a.C.) y la pérdida de Gadir (Cádiz). De hecho, la batalla era el final de la aventura iniciada por Aníbal dieciséis años atrás (218 a.C.), cuando a la cabeza de un numeroso ejército cruzó los Pirineos para dirigirse a Italia y llevar la guerra –declarada por Roma tras la toma cartaginesa de Arse-Saguntum varios meses antes– a suelo italiano.



Todo empezó con la invasión italiana de Aníbal en el otoño del año 218 a.C., tras cruzar los Alpes y sorprender a los romanos, que lo esperaban en la orilla del Ródano. En los dos años siguientes (hasta 216.C.), Aníbal derrotó a varios ejércitos consulares –en Trebia a finales de aquel año, en Trasimeno en 217 a.C. y en Cannae al año siguiente–, acabando con dos cónsules (Flaminio y Emilio Paulo), burlando a un dictator (Fabio Máximo) y provocando la alarma y el terror en una Roma que no sabía cómo derrotarle. Aníbal, en esos años, estuvo muy cerca de alcanzar el plan que trataba de desarrollar: quebrar la alianza romana con sus aliados (socii) romanos en Etruria y la Italia central y meridional, forzando, en consecuencia, a Roma a firmar un tratado de paz que reconociera la supremacía cartaginesa en el Mediterráneo occidental (limitando a su vez la hegemonía romana en la península italiana). No lo logró, ni siquiera tras la situación romana de shock tras Cannae (80.000 romanos y aliados muertos). Sólo Capua se pasó al bando cartaginés. Roma resistió. Pudo hacer volver el ejército proconsular de Publio Cornelio Escipión (cónsul en 218 a.C. y padre del futuro vencedor de Aníbal), pero apostó por mantener a los dos Escipiones (Publio y su hermano Gneo) en Hispania –imposibilitando de este modo que Asdrúbal Barca cruzada también los Alpes y se reuniera con su hermano Aníbal en Italia –, y por reclutar nuevas legiones. Se adoptó la estrategia «fabiana» –por el dictator Quinto Fabio Máximo (217 a.C.; cónsul en 215, 214 y 209 a.C. [ya lo había sido en 233 y 228 a.C.])– de no presentar batalla al enemigo, desgastándole y acosándole desde el año 215 a.C., al tiempo que le impedía recibir refuerzos de África (mediante un fuerte bloqueo, para lo cual fue esencial el control romano de Cerdeña, provincia a la que se envió parte de la flota). El plan de Fabio funcionó: paulatinamente Aníbal se vio empujado al sur de Italia, donde consiguió aliados firmes contra Roma entre los itálicos, pero no pudo quebrar la alianza de los itálicos del centro de Italia. Aníbal logró victorias estériles como la defección de Capua en la Campania, pero la defensa de esta plaza suponía diversificar sus cada vez menguadas tropas en varios frentes en Italia, mientras que Roma contaba con recursos muy superiores. Tampoco pudo sacar partido del hecho de que desde el año 215 a.C. se abrieran escenarios bélicos en el mar Jónico (contra Macedonia, que firmó un tratado de alianza con Aníbal) y en Sicilia (donde el nieto del viejo aliado romano, Hierón de Siracusa, se unió a los cartagineses).

Los nuevos escenarios bélicos, más Hispania y la guerra naval en el Mediterráneo occidental, restaban y dividían los recursos en hombres, naves y dinero que Aníbal necesitaba en Italia, cada vez con mayor desespero. Poco a poco, Roma fue cambiando las tornas: Capua y Siracusa cayeron en el año 212 a.C.; una breve ocupación cartaginesa de Tarento, un puerto desde donde se podrían recibir refuerzos (si la flota militar cartaginesa superaba el bloqueo romano) terminó en 209 a.C., y las cosas cambiaron especialmente en Hispania. No fue fácil: Publio y Gneo Escipión fueron traicionados por varias tribus hispanas y Asdrúbal Barca los derrotó en el Betis en el año 211 a.C., muriendo ambos romanos en sendos combates. El Senado romano envió al ambicioso hijo de Publio, del mismo nombre, a Hispania como procónsul y al mando de un ejército formado por los vencidos en Cannae. Sorprendentemente, el joven Escipión tomó la iniciativa y burló a Asdrúbal con la toma de su capital, Qart Hadasht (Cartago Nova para los romanos, la moderna Cartagena) en el año 210 a.C., recién llegado a Hispania. Al año siguiente derrotó a los comandantes cartagineses en Baecula (Bailén). Asdrúbal asumió el plan inicial de pasar a Italia cruzando los Alpes, mientras su hermano Magón y otro Asdrúbal (Giscón) permanecieron en el valle del Guadalquivir tratando de contener al joven Escipión. El plan de Asdrúbal no funcionó: un mensaje enviado a Aníbal fue interceptado por los romanos en el norte de Italia, y las tropas de los dos cónsules (Marco Livio Druso y Gayo Claudio Nerón), sin que se enterara el cartaginés, se reunieron y plantaron batalla a Asdrúbal en el río Metauro (207 a.C.); sobrepasado en fuerzas por el enemigo, el ejército cartaginés fue destruido y Asdrúbal murió en combate. Su cabeza fue enviada a Aníbal que comenzó a asumir el final de su aventura en Italia, cada vez más aislado en el sur. No había servido de gran cosa que matara en una escaramuza al cónsul Marco Claudio Marcelo el año anterior. En Hispania las disensiones entre los comandantes cartagineses y la política de Escipión de atraerse a los pueblos de la zona condujeron a la victoria romana en Ilipa (206 a.C., cerca de Alcalá del Río en Sevilla). Giscón abandonó la península Ibérica, Magón se trasladó a Gadir, aunque ésta se entregó a finales de ese año y con su rendición terminaba la presencia cartaginesa en Hispania. Escipión regresó a Italia como vencedor, fue elegido cónsul en 205 a.C. y recibió el mando de la guerra en África: durante su consulado, Escipión planificó la invasión de África, con la idea de llevar la guerra a pocos kilómetros de la metrópoli púnica; mientras, Aníbal quedaba aislado en la punta de la bota italiana.

La guerra en los años 204-202 a.C. fue lenta para los planes de Escipión, pero segura. Escipión desembarcó en Útica, tras zarpar de Lilibeo en Sicilia, y se preparó para enfrentarse al rey Sífax de Numidia, aliado de Cartago. Contó, además, con el apoyo de Masinisa, rival de Sífax al trono numídico, que traía consigo su valiosa caballería. Gran parte de los años 204 y 203 a.C. se dedicó al asedio y toma de Útica, al tiempo que Sífax atacaba a los romanos. La batalla de Campi Magni o de Bagradas forzó la balanza en favor de Escipión, que derrotó a las fuerzas combinadas de Sífax y Giscón. El rey númida huyó a Cirta, su capital, pero fue capturado, y con él su esposa Sofonisba, hija del púnico Giscó, y que ambicionaba Masinisa (Escipión prohibiría su matrimonio, pero el joven númida, que ahora asumió el reino de Sífax, le desafió; el romano decidiría enviar a Sofonisba a Italia para que desfilara en su triunfo, pero Masinisa envió a la púnica un veneno para que se suicidara y evitara así la humillación). La derrota púnico-numídica forzó a Cartago a plantear una primera propuesta de paz e incluso envió una embajada a Roma para tratar los preliminares de un acuerdo, mientras confiaba en ganar tiempo para que Aníbal regresara a África. Por su parte, Escipión veía como el tiempo comenzaba a correr en su contra: para el año 202 a.C. había sido elegido cónsul Tiberio Claudio Nerón, que aspiraba al mando de la guerra en África. Una propuesta de ley presentada por un tribuno de la plebe y aprobada por los comicios tributos, sin embargo, le garantizó a Escipión el mando supremo. El Senado decidió, por su parte que cónsul y procónsul comandaran las tropas de forma paritaria. Compartir el ejército podía suponer un problema para el joven procónsul (teóricamente subordinado al imperium del cónsul); necesitaba vencer pronto y acabar la guerra antes de que al año siguiente otro cónsul lo hiciera por él. Aníbal desembarcó en Leptis Minor y, tras dejar descansar unos días a sus tropas, se dirigió a Zama, en el interior del hinterland cartaginés. Los cartagineses rompieron las conversaciones con Escipión e incluso secuestraron unos navíos romanos, lo cual encolerizó al comandante romano.

Actualmente se considera que muy probablemente la batalla no se desarrolló en las cercanías de Zama, sino más bien cerca de Hadrumeto: Aníbal tenía su campamento en Zama pero avanzó hacia las cercanías de Hadrumeto, según Polibio (Historias, XV, 5, 3); por su parte, Tito Livio (Historia de Roma desde la fundación de la ciudad, XXX 29, 8-9) comenta que Escipión acampó en Naragara, después de que los dos ejércitos acordaran adelantar sus dos campamentos para que sus comandantes pudieran entrevistarse, y la batalla se desarrollaría a las afueras del campamento romano. Escipión aceptó la entrevista. Aníbal habló primero (según Livio, XXX, 30, 3-30) y planteó su propuesta de paz: «No nos oponemos a que sea vuestro todo aquello por lo que fuimos a la guerra; Sicilia, Cerdena, Hispania y cualquier isla que este comprendida en todo el mar entre Africa e Italia; los cartagineses, confinados dentro del litoral africano, veremos cómo vosotros, puesto que así lo han querido los dioses, extendéis vuestro dominio por tierra y mar incluso sobre naciones extranjeras. No voy a negar que podéis tener vuestras dudas acerca de la credibilidad púnica debido a la forma no demasiado sincera en que recientemente pedimos y estábamos a la espera de la paz. La garantía de que la paz será respetada, Escipión, depende en gran medida de quien es el que la demanda. También vuestros senadores, según he oído, negaron la paz debido en buena medida a que nuestra embajada no era un dechado de dignidad. La paz la pido yo, Aníbal, que no la pediría si no la considerase ventajosa, y la respetaré por las mismas razones de utilidad por las cuales la pido. Y lo mismo que hice todo lo posible, hasta que los dioses se pusieron en contra, para que nadie se arrepintiese de la guerra, ya que era yo quien la había iniciado, también me esforzare para que nadie se sienta pesaroso de la paz promovida por mí» (25-30). En su respuesta (31, 1-9), Escipión echó en cara a los cartagineses su perfidia, el tópico por antonomasia contra los púnicos, y culpó a Cartago (e implícitamente al propio Aníbal) del origen de la guerra: «No merecéis que se os mantengan las mismas condiciones, y pretendéis encima sacar provecho de vuestro engaño. Ni nuestros padres fueron los agresores en la guerra por Sicilia, ni nosotros lo fuimos en la guerra por Hispania; entonces fue el peligro que corrían nuestros aliados mamertinos y ahora fue la destrucción de Sagunto lo que nos vistió con las armas de la lealtad y la justicia. Tú mismo reconoces que vosotros fuisteis los agresores, y son testigos de ello los dioses que dieron a aquella guerra un desenlace acorde con el derecho divino y humano, y también a, esta se lo dan y seguirán dando»; de hecho, se negó a aceptar la propuesta de Aníbal. Polibio [XV, 6-8] también trata la entrevista entre ambos comandantes, con unos planteamientos similares. La resolución de la batalla decidiría el vencedor y el final de la guerra.

Livio, como todo el relato de la guerra, ofrece un vívido retrato de la batalla de Zama (XXX, 32-35); la narración de Polibio (XV, 9-14) es menos intensa. Aníbal llevó la iniciativa y trató de rodear el ejército romano con la caballería como hiciera en Cannae, con apoyo de elefantes. Escipión contaba con la caballería númida de Masinisa y con la romana al mando de Gayo Lelio y supo contrarrestar hábilmente la maniobra enemiga. Aunque las tropas de infantería eran similares en ambos bandos (unos 35.000 soldados cartagineses y restos de la gran expedición de Aníbal en Italia frente a unos 30.000 legionarios romanos), Escipión contaba con una superioridad en caballería (6.000 jinetes, entre númidas y romanos, frente a los 4.000 de Aníbal). Los elefantes no arrollaron las primeras filas del enemigo, como esperaba Aníbal, ya que pronto fueron asustados y puestos en fuga por los romanos (que abrieron pasillos para que pudieran pasar sin hacer daño), al mismo tiempo que los jinetes de Masinisa atacaban a los cartagineses, logrando destruirlos. La batalla pasó entonces a ser disputada por los soldados de infantería. Los ataques cartagineses chocaron con la firmeza de los romanos, que resistieron las embestidas y poco a poco fueron avanzando, destrozando las primeras dos filas del ejército de Aníbal, más inexpertas; el comandante púnico mantuvo a sus veteranos experimentados en la tercera fila, confiando en ellos para contraatacar. Y así fue: los veteranos de las campañas en Italia comenzaron a avanzar y esta vez fueron las filas romanas las que empezaron a ser destruidas. La batalla parecía inclinarse a favor de Aníbal cuando regresaron los jinetes de Masinisa y Lelio, que entraron en la melé, atacando desde la retaguardia cartaginesa. Y esta acción fue la que decidió la batalla: superados por la caballería enemiga, los cartagineses se colapsaron, atacados por dos frentes. «Esta carga de la caballería acabó de desarbolar al enemigo. Muchos fueron rodeados y muertos en el campo de combate; muchos se dispersaron huyendo por la llanura que se extendía a su alrededor y perecieron aquí y allá, pues la caballería lo cubría todo. Murieron aquel día más de veinte mil, entre cartagineses y aliados; cayeron prisioneros casi otros tantos, capturándose ciento treinta y dos ensenas militares y once elefantes. Los vencedores tuvieron unas mil quinientas bajas», relata Livio (XXX, 35, 2-3). Aníbal, viéndose derrotado, huyó a Hadrumeto con los restos de la caballería. Sólo le preocupaba una cosa: llegar a Cartago y plantear una propuesta de paz que fuera aceptada por Escipión.

La consecuencia de la batalla de Zama fue que se decidió la guerra que desde hacía dieciséis años se disputaban romanos y cartagineses. Cartago no tenía más ejércitos que oponer; el que había luchado durante tres lustros en Italia fue aniquilado en aquella batalla. Escipión impuso los términos de la paz, dispuesto a terminar la guerra entonces y que los cónsules del año 201 a.C. le arrebataran la gloria. Los cartagineses «conservarían las ciudades, territorios y fronteras que tenían antes de la guerra, y los romanos cesarían en sus devastaciones aquel mismo día; devolverían a los romanos todos los desertores, fugitivos y prisioneros, y entregarían todas las naves de guerra a excepción de diez trirremes, y los elefantes que tenían domados, y no domarían más; no harían guerras ni dentro ni fuera de África sin autorización del pueblo romano; devolverían a Masinisa lo que le pertenecía y harían una alianza con él; aportarían trigo y dinero para pagar a las tropas auxiliares hasta que volviesen de Roma los embajadores; abonarían en cincuenta años diez mil talentos de plata repartidos en plazos iguales; entregarían cien rehenes escogidos por Escipión que no tuvieran menos de catorce años ni más de treinta. Y les concedería una tregua a condición de que devolviesen las naves de guerra apresadas durante la tregua anterior y todo lo que contenían; en caso contrario, no habría ni tregua ni la menor esperanza de paz» (XXX, 37, 2-6). En Cartago Giscón habló contra estas condiciones, pero Aníbal lo expulsó de la tribuna. El tratado de paz, tras el envío de una embajada cartaginesa a Roma, se firmaría con nuevos cónsules en el cargo en el año 201 a.C.

Con la aceptación del tratado de paz, Cartago dejaba de ser una potencia mediterránea y se convertía en una ciudad-estado con un limitado hinterland en África. Roma asumía el control del Mediterráneo occidental, aunque al cabo de un año tuvo que destinar sus esfuerzos a una guerra contra Macedonia (la segunda) en la zona oriental; posteriormente, hubo guerra contra Antíoco de Siria y en el plazo de una década desde el final de la guerra púnica Roma se convertía en la principal potencia de todo el Mediterráneo. Comenzaría luego la azarosa dominación de Hispania, el territorio legado por Cartago y que se tardaría casi dos siglos en someter por completo. Cartago acabaría pagando la onerosísima indemnización a Roma, y antes del plazo fijado, pero para entonces su prosperidad despertó los recelos del Senado romano y de los sectores más belicistas del mismo: Catón el Censor no dejaría de clamar para que la ciudad púnica fuera destruida y logró que Roma finalmente declarara la guerra (en apoyo de la Numidia del anciano Masinisa, contra quien Cartago declaró la guerra, hasta de sus abusos en la frontera entre ambos territorios), en 149 a.C., aunque no viviría para ver el final del asedio de Cartago, finalmente tomada y destruida por el nieto adoptivo de Escipión, el primer Africano: Escipión Emiliano, el segundo Africano. Con la destrucción de Cartago en 146 a.C., y muerto Aníbal en el exilio treinta y pico años antes, desaparecía el rival más fuerte y enconado que tuvo Roma hasta entonces.
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Urogallo



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MensajePublicado: Jue Oct 19, 2017 1:25 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

" En el día de hoy, 19 de Octubre, nos remontamos a la sagrada antiguedad para ofreceros la recreación de la segunda caída de la poderosa Cartago. En la infecunda llanura de Zama esperaban los ejércitos invencibles del bárbaro cartaginés Aníbal. Feroces mercenarios y guerreros de todas las naciones incivilizadas entregados a la destrucción despiadada y la conquista.".[i]








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Urogallo



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MensajePublicado: Jue Oct 19, 2017 1:28 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

19 de Octubre de 1805

En la Ciudad de Ulm, Napoleón el Grande logra el prodigio estratégico de rendir a 50.000 hombres sin combatir.








A pesar de eso, hoy en día, Ulm es un destino turístico sin interés. Sólo cuenta con la aguja de catedral más alta de todas, y con uno de los hoteles que reclaman ser el más pequeño del mundo.

En las cercanías existe, al parecer, una de las fortificaciones que la confederación germánica construyó a partir de 1848 para enfrentarse a la ambición francesa.

La historia no se repitió.





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Urogallo



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MensajePublicado: Jue Oct 19, 2017 1:34 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

19 de Octubre de 1866

Conforme a los preliminares de la Paz de Praga, El Imperio Austriaco cede la región del Véneto (Sin el trentino ni la Venecia Julia) a Napoleón III, que, inmediatamente, cede el territorio al Reino de Italia.

Esta mascarada ha sido precisa, ya que los austriacos, que han aplastado al ejército italiano en Custozza por tierra, y en Lissa, por mar, se niegan a entregar nada un enemigo derrotado.

Cómo se ve, la mal llamada guerra "austro-prusiana" tuvo otro participante mucho menos conocido.
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lohengrin



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MensajePublicado: Jue Oct 19, 2017 6:22 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

19 de octubre de 1469: Isabel y Fernando contraen matrimonio en Valladolid.
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¡Por España! Y el que quiera defenderla, honrado muera;
y el que, traidor, la abandone, no tenga quien le perdone,
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Urogallo



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MensajePublicado: Jue Oct 19, 2017 8:38 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

¡La política dinástica de los Trastámara alcanzaba su fruto!
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Davout



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Ubicación: AUERSTADT - 14.10.1806

MensajePublicado: Vie Oct 20, 2017 7:44 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Urogallo escribió:
19 de Octubre de 1805. En la Ciudad de Ulm, Napoleón el Grande logra el prodigio estratégico de rendir a 50.000 hombres sin combatir.


La victoria en Ulm, rindiendo al ejército enemigo sin haber librado una gran batalla en la campaña, es uno de los ejemplos de la grandeza de la Grande Armée y de su Emperador.

La maniobra del ejército francés desde la costa en Boulogne hasta envolver al desdichado Mack en el Danubio es una obra maestra de la estrategia del mejor Bonaparte.
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lohengrin



Registrado: 27 Mar 2008
Mensajes: 1519
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MensajePublicado: Sab Oct 21, 2017 8:22 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

20 de octubre de 1572: Cristóbal de Mondragón va al socorro de Goes.
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Olethros



Registrado: 22 Jun 2015
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Ubicación: http://librosdeolethros.blogspot.com

MensajePublicado: Sab Oct 21, 2017 1:44 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Si no me equivoco, un 21 de octubre de...

...1094. En el seno de la Reconquista de España, Batalla de Cuarte entre fuerzas almorávides que amenazaban Valencia y fuerzas cristianas, con el Cid a la cabeza, que salen con sigilo de la ciudad y se mueven hasta la retaguardia árabe, creyendo los almorávides que el ataque se debe a la llegada de refuerzos de Castilla y huyen del campo de batalla, lo que restrasa bastantes años cualquier intento árabe de moverse por el este de la Península Ibérica.

...1096. En el marco de las Cruzadas, durante la Primera pero en paralelo a ella, La Cruzada de Pedro el Ermitaño, tras un viaje lleno de peripecias a través de Europa que fue reduciendo su número inicial de cien mil hombres, mujeres y niños de extracción campesina en su mayoría hasta los veinte mil aproximadamente, es aniquilada en Nicea por las tropas turcas selyúcidas al mando de Kiliy Arslan. Algunos supervivientes consiguen volver a Constantinopla, incluido el propio Pedro.

...1097. En el seno de la Primera Cruzada, y desde los formidables muros de Antioquía, se ve puede ver la vanguardia del ejército cruzado que se acerca a la ciudad. Las puertas se cierran, las murallas se llenan de soldados y se comienzan a limpiar los fosos defensivos de la ciudad.

...1600. Batalla de Sekigahara, enorme enfrentamiento entre los partidarios de los Tokugawa y de los Toyotomi (aunque en realidad había tres bandos por las ideas propias de los Shimazu, supuestamente del lado de los Toyotomi), con victoria inapelable de los primeros tras un importante derramamiento de sangre que dio fin a un larguísimo periodo de enfrentamientos en Japón, que dejó al país bajo control Tokugawa durante dos siglos y medio, además de significar el principio del fin de las élites guerreras samuráis y muchas de sus costumbres mediante pequeños, pero sucesivos, cambios en las leyes.

...1805. Batalla de Trafalgar, en el seno de las Guerras Napoleónicas, entre la flota británica al mando de Nelson y la flota combinada franco-española con mando francés, que a pesar de ser teóricamente superior en efectivos es derrotada sin paliativos por errores de despliegue a pesar de la muerte del almirante en jefe británico, Nelson. El triunfo evita cualquier posibilidad de invasión de las islas británicas por parte de Francia, afirma la superioridad marítima británica en la época e incluso prepara las circunstancias por las que Francia invadirá España y, a largo plazo, dificultará las interacciones militares y logísticas de España con una América del Sur que pronto comenzaría a luchar por su independencia.

...1914. En el seno de la Primera Guerra Mundial y en las inmediaciones de Ypres, británicos, franceses y alemanes comienzan a cavar enormes trincheras, a emplazar ametralladoras, a crear refugios subterráneos y puestos de observación para la artillería. Todo se hizo para buscar seguridad pero pensando en que sería una situación temporal. Durante los próximos cuatro años el saliente de Ypres será testigo de algunos de los combates más terribles y sostenidos de la Gran Guerra. La guerra rápida y móvil en ese escenario había terminado y comenzaba otra de posiciones.

...1915. En el seno de la Primera Guerra Mundial, soldados búlgaros toman Skopje en Macedonia pero son rechazados en Strumica por los refuerzos franceses que llegan en apoyo de Serbia.

...1916. En el seno de la Primera Guerra Mundial, tropas alemanas al mando de Mackensen toman Constanza, haciéndose con grandes cantidades de combustible y alimentos rumanos.

...1917. En el seno de la Primera Guerra Mundial, pequeñas unidades del ejército norteamericano se despligan en el frente occidental en el seno de unidades aliadas más grandes y en zonas relativamente tranquilas para que empiecen a acostumbrarse al frente y a sus condiciones.

...1918. En el seno de la Primera Guerra Mundial, el pequeño mercante británico Saint Barcham es hundido por un torpedo, que será el último disparado por Alemania en la Gran Guerra, ya que se había ordenado el regreso a puerto de todos los submarinos.

...1939. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, primera reunión de un comité asesor sobre uranio en Washington. Mientras tanto, y ante un reducido grupo de jerarcas del Partido Nazi, Hitler afirma que tras humillar a Gran Bretaña y Francia dirigiría su atención al este y “les enseñaré quién manda allí”.

...1940. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, ataque número doscientos de aviones alemanes sobre el puerto de Liverpool.

...1941. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, en Yugoslavia y en tres masacres diferentes, los alemanes acaban con unos quince mil ciudadanos de todo sexo y edad.

...1944. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas alemanas en Aquisgrán se rinden a los aliados tras diez días de asedio. Mientras tanto, y durante la preparación de la ofensiva de las Ardenas, Hitler se reúne con Skorzeny y le ordena preparar los planes para que él y su brigada se infiltren tras las líneas enemigas vestidos como soldados norteamericanos, hablando inglés, capturando puentes y creando el caos entre los aliados con órdenes falsas y desinformación. La operación se llamará Greif y se ordenará terminantemente a Skorzeny que, a pesar de dirigirla e ir al frente, no podrá ir personalmente tras las líneas enemigas.

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Urogallo



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MensajePublicado: Dom Oct 22, 2017 5:36 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Davout escribió:
Urogallo escribió:
19 de Octubre de 1805. En la Ciudad de Ulm, Napoleón el Grande logra el prodigio estratégico de rendir a 50.000 hombres sin combatir.


La victoria en Ulm, rindiendo al ejército enemigo sin haber librado una gran batalla en la campaña, es uno de los ejemplos de la grandeza de la Grande Armée y de su Emperador.

La maniobra del ejército francés desde la costa en Boulogne hasta envolver al desdichado Mack en el Danubio es una obra maestra de la estrategia del mejor Bonaparte.



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farsalia



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MensajePublicado: Lun Oct 23, 2017 12:10 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Un 23 de octubre de 42 a.C. tuvo lugar la (segunda) batalla de Filipos, que enfrentó al ejército de los autoproclamados Libertadores, con Marco Junio Bruto al frente) y al de los triumviri res publicae reconstituendae potestate consulari, bajo el mando de Marco Antonio y el joven Gayo Julio César Octaviano (¿indispuesto?). En muchos aspectos, y así lo recoge parte de la historiografía moderna, Filipos fue la tumba de la República romana libre; pero, desde otro punto de vista, se podría decir que la libera res publica ya había sido herida de muerte en Farsalia, seis años atrás, y durante la dictadura de César fue un cadáver mantenido artificialmente con vida. La última vez que el pueblo romano pudo elegir libremente a sus magistrados –dentro de lo que significa “libremente” en un sistema que no era plenamente democrático– fue en el año 50 a.C. Ocho años después, con los suicidios de Casio y Bruto sobre el campo de batalla y la escabechina de los restos de las viejas familias nobiles, la Roma que finalmente vencía era otra. En nombre de César y de la República… pero en realidad ya era el mismo sistema institucional y político.



Todo comenzó, cómo no, con el asesinato de César dictator en aquellos idus de marzo del año 44 a.C. Cuando, después del magnicidio, Marco Bruto levantó su puñal y gritó el nombre del ausente Cicerón, en realidad no era demasiado consciente de las consecuencias de la empresa a la que se había sumado con cierta renuencia; de hecho, ni él ni la mayor parte, por no decir todos, de los conspiradores. ¿Qué pretendían? ¿Pensaban que con la muerte de quien consideraban un tirano se cambiarían las cosas? Bruto se había negado a que el magnicidio incluyera a los aliados de César, especialmente a Marco Antonio, el cónsul colega de César y quien, a priori, debía mantener el orden en la ciudad una vez César marchara a reunirse con sus legiones y emprender una campaña en la Dacia, paso previo a la guerra de represalia contra los partos. Por otro lado, muchos de los conspiradores ejercían magistraturas y mandos militares otorgados por César, y su asesinato en teoría cancelaba estas disposiciones. Muerto César, el poder consular pasaba a Marco Antonio y el cónsul suffectus, Publio Cornelio Dolabela, y aunque Antonio inicialmente se ocultó, pronto tomó decisiones importantes, como conseguir de la viuda Calpurnia y de las vírgenes vestales el testamento de César. Un testamento que, para sorpresa de Antonio, no le declaraba su principal heredero, sino un muchacho apenas conocido, Gayo Octavio, de apenas diecinueve años y que quedaba en ese momento adoptado, recibiendo la mayor parte de la fortuna de César, su nombre e, implícitamente, su clientela. Por otro lado, el testamento designaba a alguno de los asesinos (Décimo Bruto) como segundo heredero, lo cual exacerbó el odio contra éstos.

La lectura pública del testamento (19 de marzo) y el funeral de César (20 de marzo) quizá no fueron tan dramáticos como posteriormente William Shakespare recreara en su obra teatral Julio César –«Friends, Romans, countrymen, lend me your ears, I come to bury Caesar, not to praise him…»; acto III, escena 2–, pero sí se desmandaron las cosas tras las palabras de Antonio («en lugar del elogio fúnebre, el cónsul Antonio hizo leer por un heraldo el decreto del Senado por el que este había otorgado a Cesar todos los honores divinos y humanos a la vez, así como el juramento por el que todos sin excepción se habían comprometido a proteger su vida; a esto añadió por su parte muy pocas palabras»; Suetonio, Div,. Iul., 84, 2-3; Apiano, sin embargo, sí recoge una emotiva laudatio funebris, Bell. Civ., II, 144-146), cuando la muchedumbre encendió la pira funeraria en la tumba familiar en el Campo de Marte (no en el Foro, como se ha popularizado), lanzó muebles y joyas al fuego e, inmediatamente, se dirigió a las casas de Bruto y Casio para lincharlos (no lo encontraron, desde luego). Las cosas empezaron a ponerse feas para los Libertadores: para mantener los cargos y magistraturas (Bruto mismo era pretor designado), se avinieron a mantener las disposiciones de César, lo cual quitaba todo valor real al magnicidio, que se convertía en un acto simbólico pero sin las consecuencias esperadas: como destaca Richard Billows en su biografía del personaje (Julio César. El coloso de Roma. Gredos, 2011), los conjurados pretendieron «volver atrás el reloj» republicano, como si el período de la dictadura cesariana no hubiera existido; significaba volver un siglo atrás, a los tiempos anteriores al tribunado de los hermanos Graco, cuando el sistema republicano no había conocido aún los desastres y las guerras civiles que asolarían Roma e Italia en varias ocasiones. ¿Qué significaba pues el magnicidio? ¿Cómo entenderlo? Recojo algunas frases de mi reseña del libro de Billows: «¿Cómo entender, pues, el asesinato de César por parte de algunos de aquellos que habían estado a su lado en las Galias o en Farsalia? Para Billows, la cuestión excede el mero asesinato físico de César y, paradójicamente, se limita a la muerte de éste. Marco Bruto y Cayo Casio encuentran de su lado a Cayo Trebonio y Décimo Bruto en el momento de asestar las diversas puñaladas que mataron a César, pero poco les unía: tan sólo la necesidad de eliminar a César. Sus objetivos eran diferentes y sin embargo convergieron en un magnicidio que triunfó en lo inmediato, el asesinato, pero fracasó en sus consecuencias, pues todos ellos tuvieron que aceptar el mantenimiento del legado político de César, curiosamente porque su propia carrera política (los cargos que ostentaban o estaban a punto de ejercer) dependían de la aceptación de la política de César. El atraso del reloj republicano, por un lado, y el temor a una figura omnipotente, en la que parecía convertirse César, juntó a hombres que a priori defendían visiones diferentes de la propia República.»

Apiano relata con detalle los acontecimientos del año 43 a.C. (libro III de sus Romaikia o Guerras Civiles) y, sobre todo, la creación del mal llamado Segundo Triunvirato –triumviri res publicae constituendae potestate consulari, es decir, «triunviros con poder consular para restaurar el Estado»; en realidad fue el único triunvirato que tuvo vigencia– y la campaña contra Bruto y Casio en Macedonia en el año 42 a.C. (libro IV). A ellos remito al lector interesado (edición de Antonio Sánchez Royo en Gredos, 1985). El camino fue largo y azaroso: Antonio, como se sabe, no se avino con el joven heredero, que tardó unas semanas en presentarse en Roma para reclamar su herencia –mientras conseguía el apoyo de las legiones acantonadas en Epiro–, que a su vez exigió el castigo de los asesinos de César. Los Libertadores se fueron dispersando con sus nuevos mandos militares (Bruto, Casio y Trebonio a Oriente, Décimo Bruto a la Galia Cisalpina), y la querella entre Antonio y Octaviano, atizado éste por Cicerón, agriaba el escenario político romano. Finalmente Antonio decidió, presionado por las circunstancias, atacar a los Libertadores, dirigiéndose primero contra Décimo en la Galia, mientras Dolabela llegaba a Siria y brutalmente asesinaba a Trebonio, para luego recibir el castigo de Casio. Italia se encendió en una extraña y diversa guerra civil: Antonio contra Décimo, Octaviano contra Antonio y Décimo, los cónsules del años 43 a.C. contra Décimo y luego contra Antonio… Décimo finalmente sería derrotado tras resistir en Mutina y poner en jaque a Antonio; huyendo hacia la Galia, sería capturado y asesinado por un reyezuelo de la zona que enviaría su cabeza a Antonio. Por su parte, Antonio fue derrotado en una batalla contra los cónsules Hircio y Pansa, que no obstante murieron por las heridas al cabo de unos días.

Con las legiones de Polión, Lépido y Vatinio en la Galia e Hispania decidiendo si intervenían a favor de Antonio y en contra de Octaviano, y después de que este marchara contra Roma y asumiera un consulado inaudito (apenas tenía 20 años), con el apoyo de Cicerón, que estaba más que dispuesto a alterar la legalidad republicana con tal de hundir y eliminar a Antonio, la situación entró en un impasse a finales de octubre del año 43 a.C. Octaviano y Antonio comprendieron que, aunque no se soportaran, se necesitaban el uno al otro, del mismo modo que necesitaban a Lépido, al mando de varios legiones y situado en la Galia Cisalpina. Se necesitaban pues el enemigo no estaba entre ellos (por ahora), sino en los Libertadores. Mientras Italia se desangraba, Casio y Bruto reunían un amplio ejército en Siria y se dirigían a Macedonia con la intención de desembarcar en Italia y hacerse con el poder. ¿Su idea era restaurar, ahora sí, la prácticamente extinta República? ¿O tenían ambiciones propias? Casio había sido pretor en el año 44 a.C., recibió la promesa de un gobierno provincial en Siria para el año siguiente y aspiraba al consulado, y Bruto había sido designado cónsul para el año 42 a.C…. y todo ello según las disposiciones de César. Disposiciones que Antonio y Octaviano no estaban dispuestos a mantener. Sea como fuere, la necesidad hace virtud y en un lugar neutral, cerca de la actual Bolonia, se reunieron Antonio, Octaviano y Lépido.

El resultado fue un pacto –como el de Pompeyo, César y Craso en el año 60 a.C., el también mal llamado Primer Triunvirato– que, esta vez sí, sería refrendado con una ley tribunicia (lex Titia del 23 de noviembre) para tener fuerza legal (véase Apiano, Bell. Civ., IV, 2-3) Los tres hombres se repartían el poder y las provincias, durante un plazo de cinco años y con un imperium superior al de los cónsules, que serían elegidos entre sus colaboradores; Octaviano renunciaría a su consulado, que asumiría Publio Ventidio, uno de los generales de Antonio, para el resto del año 43 a.C. Se creaba una nueva magistratura, la de triunviri rei publicae constituendae, con poder consular, que en el fondo era una restauración ad hoc de la abolida dictadura, adaptada a las nuevas necesidades. Se designarían entre sus partidarios a los magistrados de los siguientes cinco años y, por supuesto, se quedaban anulados los mandos y magistraturas prometidos (y ya ejercidos) por los Libertadores. Los triunviros se repartían las provincias (y las legiones): la Galia para Antonio, la Narbonense y las Hispanias para Lépido, y África, Cerdeña y Sicilia para Octaviano, quedando Italia como territorio compartido por los tres; en el futuro, una vez derrotados los Libertadores, se produciría un nuevo reparto, añadiéndose as provincias orientales. De cara al año siguiente (42 a.C.), Lépido se quedaría en Italia (añadiendo el consulado a su cargo triunviral), con tres legiones más a su cargo, mientras Antonio y Octavio emprenderían la campaña contra Casio y Bruto, repartiéndose entre los dos otras siete legiones. Las fuerzas conjuntas de los triunviros sumaban unas cuarenta y tres legiones. Y para que se viera que las cosas iban en serio, recuperaron el viejo sistema silano de las proscripciones para eliminar a sus enemigos en Italia y hacerse con sus propiedades, que se venderían para llenar la caja financiera que se necesitaría para reunir, mantener y enviar sus legiones al otro lado del Adriático. Apiano dedica casi un tercio del libro IV de sus Romaikia al tema de las proscripciones, mientras que Dión Casio, en el libro XLVII (caps. 1-19) de su Historia romana, trata también la cuestión. Un estudio moderno de las proscripciones ha sido desarrollado por François Hinard, Les proscriptions de la Rome républicaine (École Française de Rome, 1985), que analiza las proscripciones de Sila en el año 82 a.C. y la de los triunviros en el 43 a.C., y que incluye dos valiosos apéndices prosopográficos. Las cifras de los proscritos no son concluyentes en las fuentes antiguas, como concluye Hinard: «Il reste que les chiffres que nous possédons ne sont pas toujours cohérents, du moins en apparence. Ainsi Plutarque, qui évoque la constitution des listes dans trois Vies, donne trois chiffres: deux cents, plus de deux cents, trois cents. Florus parle de 140 sénateurs; l'abréviateur de Tite-Live de 130 sénateurs et de très nombreux chevaliers Romains (plurimi équités Romani). Les deux seules sources qui fournissent des chiffres précis pour chacune des deux listes sont Orose et Appien. Selon le premier, la liste de sénateurs comportait 132 noms et celle des chevaliers 30 24, pour Appien, ce sont 130 personnages qui furent ajoutés aux 17 de la liste «non officielle» affichée par Pedius; quelques temps après, ce furent 150 autres personnages qui furent proscrits.» (pp. 266-267). Para Hinard, el número total se acercaría a los 300 proscritos, con una cierta paridad entre senadores y équites (p. 269). Entre los más destacados estaba, cómo no, Cicerón, a quien Antonio no estaba dispuesto a dejar con vida.

Los triunviros tardaron aún varios meses en dejar las cosas más o menos ordenadas en Roma (enfrentándose incluso a un motín de varias mujeres de la nobleza, que se negaron a pagar un impuesto especial, quizá uno de los raros momentos en la historia romana en el que las mujeres asumieron un rol activo; los triunviros se olvidarían de ese impuesto). Finalmente organizaron la operación de traslado de unas veintiocho legiones al otro lado del Adriático, aunque se encontraron con la férrea oposición de la flota de Gneo Domicio Ahenobarbo, hijo del cónsul Lucio Ahenobarbo del año 54 a.C. y que murió en Farsalia, y que apoyaba desde el mar a los Libertadores. Ocho legiones triunvirales avanzaron por la Via Egnatia hasta llegar a Filipos, en Tracia, y hacia dónde se dirigían Bruto y Casio. Antonio se dirigió con rapidez a Filipos, mientras Octaviano se regazaba, supuestamente por encontrarse indispuesto (la efímera leyenda negra octaviana diría que por cobardía). Bruto y Casio presionaron a las legiones triunvirales avanzadas, tratando de rodearlas, y se instalaron, Bruto al norte de la Via Egnatia y Casio al sur; Marco Antonio llegó y se estableció frente a Casio, mientras un débil Octaviano lo hizo frente a Bruto. El primer choque o batalla se produjo el 3 de octubre: ambos ejércitos tenían unas fuerzas más o menos similares (en torno a los 100.000-110.000 soldados: diecinueve legiones para los triunviros, diecisiete para los Libertadores).

La primera batalla fue provocada por Antonio y en general fue un empate (con más bajos para los triunviros, sin embargo, alrededor de los 18.000 hombres, frente a los 9.000 de Los libertadores), que no habría decidido nada… de no ser porque Casio pensó que había perdido la batalla y, desesperado, se suicidó. El sector de Casio había luchado de tú a tú con el de Antonio, llevando la iniciativa en un principio, aunque éste contraatacó y llegó a ocupar el campamento de aquel; mientras, Bruto había rechazado a las tropas de Octaviano y asaltado su campamento, destruyendo incluso su tienda de campaña, pero Octaviano, enfermo, pudo escapar. La muerte de Casio fue un serio contratiempo para los Libertadores, que perdían a su comandante más capaz. Bruto trató de devolver la moral a sus tropas, pero él mismo se había desmoralizado: había confiado la estrategia en Casio y no se vio capacitado para diseñar una nueva. No supo aprovechar (o no llegó a enterarse) que, ese mismo día, la flota de Ahenobarbo rompiera las líneas de abastecimiento de los triunviros en el mar Jónico, aislándolos de sus bases en Italia. Si Bruto hubiera sacado partido de la situación en ese momento, podría haber comenzado a desgastar a los triunvirales, pero se dilató en el tiempo. Su (relativa) inacción en las tres semanas siguientes a la primera batalla fue decisiva para su fracaso final, mientras que Antonio, que asumió el mando de todo el ejército triunviral, presionaba a los “republicanos” avanzando su posición y fortificándose en una colina cercana al campamento de Bruto. La segunda batalla de Filipos (23 de octubre) no la decidió Bruto, sino su cuerpo de oficiales, hartos de la dilación de su comandante, que no se atrevía a plantear una batalla en campo abierto, prefiriendo mantener abiertas las líneas con la flota en la costa y, de este modo, desgastar a los triunvirales. La moral decaía a cada semana que pasaba y sólo una promesa de una mayor paga pudo mantener unidas a sus tropas. Los dos ejércitos volvieron a chocar, cuerpo a cuerpo, pero los hombres de Bruto no pudieron mantenerse firmes pro mucho tiempo y acabaron emprendiendo una retirada que enseguida se convirtió en huida. Huyendo a unas colinas cercanas, Bruto vio como Antonio ocupaba su campamento; no esperando a ser capturado, se suicidó. Alrededor de 20.000 de sus soldados murieron en el combate.

La consecuencia de la (doble) batalla de Filipos es que con Bruto y Casio morían la inmensa mayor parte de los conjurados contra César que quedaban vivos; apenas quedaría vivo el poeta Casio de Parma, que sobreviviría y finalmente se uniría a Antonio antes de Accio, siendo capturado y ejecutado después. Por otro lado, los “republicanos” eran diezmados y las principales familias aristocráticas prácticamente se extinguieron. Entre los que se suicidaron estaban el hijo de Catón de Útica, irreductible enemigo de César, y Marco Livio Druso Claudiano, padre de Livia, futura esposa de Octaviano; entre los ejecutados, Marco Favonio, amigo de Catón y tan inasequible al desaliento como él. “Republicanos” como Marco Valerio Mesala Corvino se rindieron a Antonio, que les perdonó la vida; Suetonio cuenta que muchos nobiles pidieron clemencia a Antonio, negándose a hacerlo con Octaviano, al que vituperaban (Div. Aug., 12-13). Octaviano ejecutaría a cuantos cayeran en sus manos. Horacio, que luchó en el bando de los “republicanos”, abandonó su escudo y huyó (como posteriormente escribiría en una de sus Odas; II, 7, 10). Con la derrota de los Libertadores y de los viejos “republicanos”, el sistema republicano a la antigua usanza desaparecía. Los triunviros conservarían el poder e incluso lo renovaron por cinco años más en el año 37 a.C., designando también a los magistrados durante los siguientes diez años.

Hubo un nuevo reparto de territorios: las provincias orientales pasarían a Antonio, que se encargaría de restablecer las relaciones con los reyes clientes de la zona y mantendría la Narbonense y la Galia; Octaviano recibió Hispania e Italia, donde se dedicaría a confiscar tierras donde asentar a sus soldados licenciados (y que afectarían a la finca de la familia de Virgilio). Lépido, marginado, se tuvo que conformar con África, aunque mantuvo el poder triunviral y varias legiones. El poder, a grandes rasgos, estaría en manos de Octaviano y Antonio, pero pronto tuvieron que hacer frente a nuevos desafíos: Octaviano, en Italia, a las acciones piráticas de Sexto Pompeyo en la zona del Tirreno y Sicilia, y de Ahenobarbo en el Adriático, y que pronto se uniría a Antonio. En Oriente, Antonio asumió el viejo proyecto de César de vengarse de los partos y del desastre de Craso en Carrae (53 a.C.), al tiempo que debía pedir cuentas a los reyes que, voluntaria o forzosamente, dieron dinero y víveres a Bruto y Casio. Y ahí es donde entraría en contacto con la reina Cleopatra de Egipto. De un modo u otro, y a pesar de los conflictos que quedaban por resolver, se formarían los dos bloques antagónicos, Octaviano y Antonio, que inevitablemente se disputarían el control del Imperio romano una década después de Filipos.
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MensajePublicado: Mar Oct 24, 2017 10:50 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Un 24 de octubre de 1929 se produjo el desplome de la Bolsa de Nueva York, que perdió un 9% de su índice de valores industriales. No fue la peor de las pérdidas que sufriría Wall Street en los años siguientes, pero fue un mazazo de tal magnitud que ese día pasó a llamarse el Jueves Negro (Black Thursday) y se consideró el inicio del llamado crash de Wall Street y el inicio de la Gran Depresión que arrasaría la economía de los Estados Unidos, y de gran parte del mundo capitalista, durante la década siguiente. La crisis económica, agudizada por la falta de medidas de control del negocio bursátil especulativo, llevó a un replanteamiento de los mecanismos de vigilancia en la Bolsa y a un paquete de medidas económicas de enorme calado, el llamado New Deal, por parte del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt desde marzo de 1933. El New Deal, sin embargo, no acabó con la Gran Depresión: en realidad lo hizo la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la dedicación de la economía estadounidense al esfuerzo bélico en un conflicto en el que finalmente entraría como beligerante en diciembre de 1941.



Todo empezó con las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, diez años del crash de Wall Street. En 1919 Estados Unidos era el principal acreedor de los países industrializados y el flamante vencedor económico del conflicto. Vencedores como el Reino Unido y Francia, y vencidos como Alemania, se convirtieron en los deudores del gigante norteamericano. Los alemanes, de hecho, fueron los principales beneficiarios de los préstamos que Estados Unidos realizó al finalizar la guerra para reconstruir unas economías que, hasta entonces, habían destinado todos sus recursos al esfuerzo de guerra. Alemania pudo renegociar las indemnizaciones estipuladas en las conferencias posteriores al Tratado de Versalles, y gracias a los planes Dawes (1924) y Young (1929), se estableció un sistema de pago ajustado y que el país germano podía realizar sin que su existencia se viera en peligro. Sin los préstamos y las facilidades de banqueros y financieros estadounidenses, Alemania no habría superado el fatídico año 1923, con una hiperinflación que prácticamente destruyó el marco (Reichsmark), forzando al Deutsches Bank a crear una nueva moneda, el Rentenmark. Estos préstamos significaron, por un lado, que las economías europeas dependieran de la estabilidad financiera de EEUU y, por el otro, que la balanza del comercio exterior estadounidense fuera negativa en la década de 1920 y no se pensara a fondo que una falta de liquidez en casa podía suponer que se exigiera el retorno íntegro de los préstamos concedidos a los países europeos, además de cerrarse el grifo de préstamos, lo cual podía poner en un serio brete a economías en recuperación como la alemana u otras en una situación que tampoco era boyante como la británica. Esta balanza comercial negativa forzaba a EEUU a importar de sus deudores más de lo que podía exportar, y ello suponía que se acumulaban los stocks de los productos de importación y que el comercio interior del país tampoco podía absorber. Y todo ello sucedió precisamente en unos años, la época de la prosperidad de los Roaring Twenties (los locos años veinte), de la expansión de la cultural del consumo al otro lado del Atlántico. Una época de popularización de los electrodomésticos y automóviles, de las compras a crédito para facilitar las ventas de productos y de la especulación bursátil. No hay una única causa que explique el crash de 1929 pero el devenir de la década precedente nos ayuda a entender cuál fue el camino trazado, qué pasó, qué falló y qué medidas no se tomaron para impedir el cuasi desplome del sistema económico capitalista.

La prosperidad norteamericana era una realidad, cierto, pero ocultaba algunos puntos débiles. Pensemos que la agricultura estaba en crisis desde el final de la Gran Guerra, con una pérdida de inversiones en el campo, lo cual supuso menos beneficios y miles de jornaleros que fueron al paro en el interior del país. El paro afectó también a sectores como el textil, como el del algodón en el Sur del país, la lana, el calzado y la piel. El sector terciario vio cómo se reducía el paro, que aumentaba de manera generalizada en los otros sectores, aunque de manera sostenida. El país vivía bien en las dos costas y la zona de los Grandes Lagos, mientras que la crisis afectaba a las zonas rurales y la industria tradicional, que se estancaba. Las grandes empresas y la banca era la principal beneficiaria del esplendor consumista y de la especulación bursátil de los años veinte. Pero la apariencia de beneficios fáciles en la Bolsa y el aumento de los salarios camuflaban las señales de estancamiento económico en los principales sectores industriales. La mejora de las técnicas de producción en los años precedentes, con el fordismo como modelo, crearon una sensación de que la producción podía ser absorbida por el consumo, y que un aumento de los salarios podía inducir a consumir más. Pero los sueldos no se incrementaron al mismo nivel que la productividad (un 40% mayor que apenas una década antes) y que la producción en sí. La gente compraba y consumía, echaba mano de los créditos que ofrecían los bancos con facilidad, y más en un país como EEUU donde predominaba un sistema de pequeños y medianos bancos que se extendía por toda la superficie del país.

Suele achacarse a la especulación bursátil desaforada la causa del crash de Wall Street. Y es cierto que la especulación fue un factor importante, pero no el único: para entendernos, las señales de alarma del estancamiento económico en EEUU, junto con una balanza del comercio exterior negativa y unos préstamos al extranjero muy numerosos, serían factores claves para entender cómo pudo afectar a la economía el hundimiento del castillo de naipes que suponía la especulación en Wall Street. Como en el consumo, mucha gente pidió créditos para invertir en la Bolsa y ganar dinero que se consideraba fácil y rápido. No conviene tampoco sobredimensionar el papel del pequeño inversionista con un nivel adquisitivo limitado frente a los desmanes que también cometieron las principales firmas de inversión, los bancos y magnates más o menos sospechosos como Joseph Kennedy (padre del futuro presidente). Para invertir en la Bolsa era necesario tener capital, y quienes sobre todo lo tenían eran los grandes inversores y aquellas personas que tenían un dinero importante, aunque quizá más modesto que el de los millonarios. La Bolsa de Wall Street no estaba regulada en los años veinte y aunque fue el mercado financiero que daba unos réditos más elevados, la mayor parte del beneficio era en cierto modo ficticio, especulativo. Se decía que Joe Kennedy solía hablar de oportunidades de inversión con su limpiabotas habitual, y que éste solía pedirle consejo; también se repitió la anécdota de Kennedy que dijo que cualquier sistema que permitiera que un limpiabotas se lucrara especulando en Bolsa no era bueno para él. Kennedy especuló y mucho, y que posteriormente fuera designado como uno de los que debían velar por el buen funcionamiento del parquet financiero fue visto con suficiente sorna como para causar sonrojo. La Bolsa se basaba, además, en un factor esencial: la confianza en y del mercado.

En su clásico libro El crash de 1929 (1954), el economista John Kenneth Galbraith explica con detalle el funcionamiento de la especulación bursátil y cómo se organizó un «tinglado» de enormes dimensiones: grandes operaciones y estructuras piramidales a través de sociedades y fondos de inversión, por un lado, y préstamos a través de pequeños corredores que adquirían opciones de compra de acciones para pequeños y medianos inversores, por otro, con un dinero que no existía, pues se confiaba en pagar esas acciones con créditos a un alto tipo de interés que «se confiaba» en devolver con los beneficios a corto plazo. Los pequeños y medianos bancos se especializaron en conceder créditos para que inversores con un nivel adquisitivo limitado pudieran especular en la Bolsa, vinculando la recuperación de esos créditos al buen funcionamiento de la Bolsa, mientras que la gran banca (con JP Morgan al frente, por ejemplo) jugaban con valores industriales importantes, atrayendo también a las grandes fortunas del país, que invertían gran parte de su dinero con lo que se consideraba que era un negocio fácil, de los grupos industriales (que invertían en la Bolsa en lugar de hacerlo en sus propias empresas), e incluso con especuladores foráneos. De un modo u otro, invirtiendo esas grandes fortunas o jugándose la libreta de ahorros para pagar la universidad de los hijos y los ahorros de toda una vida de trabajo, mucha gente asumió la idea de que el negocio estaba en retirarse del juego cuando las acciones estuvieran a punto de bajar, tras alcanzar su nivel máximo, y que entonces sería el momento de vender e irse a casa con los beneficios. Por último, y esto fue esencial, el Sistema de la Reserva Federal (Federal Reserve System, el banco central estadounidense, para entendernos) no ejerció un papel de guardián del sistema bursátil; creada en 1913, se preocupaba de la emisión de billetes y controlar los tipos de interés de la moneda. Los intentos de la Reserva Federal para atenuar la burbuja especulativa, subiendo el precio del dinero, chocó con los intereses de los grandes especuladores, que consideraban que se ponían trabas al, así visto, lícito enriquecimiento en la Bolsa. El hecho de imponer elevados tipos de interés a los préstamos tampoco disuadió a los inversores, especialmente a los grandes. Y parecía que ya nadie se acordaba del pánico financiero de 1907, que se atajó con una intervención de la Banca Morgan (con el propio John Pierpont Morgan al frente) y de los principales bancos, que inyectaron dinero propio en la Bolsa para mantener la confianza.

La fragilidad del sistema comenzó a verse en las semanas previos al Jueves Negro; en septiembre de 1929 el índice Dow Jones alcanzó su máximo nivel histórico (381 puntos)… para comenzar a ceder, perdiendo un 17% en el mes siguiente. A mediados de octubre remontó pero se preveía una nueva bajada. Muchos inversores consideraron que había llegado el momento de vender las acciones, coger los beneficios y dejar el juego; acercándose final de mes, muchos pensaron que sería ideal vender y devolver todos o parte de los créditos conseguidos con los beneficios. Pero tantas acciones vendidas no podían enjugarse solas. El 23 de octubre, miércoles, la Bolsa de Wall Street cerró con pérdidas. Empezó a surgir el nerviosismo entre los corredores de bolsa que buscaron compradores con una creciente desesperación. Wall Street abrió el jueves 24 con casi trece millones de acciones en venta. Acciones a la baja, desde luego, con lo cual el beneficio que se podía conseguir era mínimo a medida que tardaban en aparecer los compradores. Llegó el pánico ante la pérdida de confianza en el valor de las acciones que se poseían. Con millones de acciones sin comprador, su valor se depreció y la Bolsa volvió a cerrar con pérdidas. La semana siguiente, del 24 al 29 de octubre, fue catastrófica para pequeños y medianos inversores: miles de ellos se arruinaron, se perdieron miles de millones de dólares, se vio que el pinchazo de la burbuja no se podría solucionar como en 1907. Miles de créditos no pudieron devolverse en las semanas y meses siguientes, lo cual supuso la bancarrota de miles de bancos en los cuatro años posteriores al crash. El viernes 25 se reunieron los principales banqueros neoyorquinos, que acordaron invertir en algunos de los principales valores a un precio elevado. El fin de semana fue de calma tensa, muy tensa. El lunes 28, sin embargo, los valores siguieron bajando: el índice Dow Jones cayó el 13%. El martes 29 (Black Tuesday) se pusieron a la venta más de 16 millones de acciones, pero las pérdidas alcanzaron otro 12%. Ya no era una crisis de pequeños y medianos inversores: afectaba entonces a los grandes especuladores, aquellos que se consideraba expertos en el juego de Wall Street. Se calcula que sólo ese día se perdieron 14.000 millones de dólares, que acumulado a lo perdido en la semana precedente llegó a la cifra de 30.000 millones: una cifra inimaginable entonces. Las semanas siguientes el índice de los valores industriales que representaba el Dow Jones siguió bajando: de los 381 puntos de agosto de 1929 se pasó a los 275 a finales de año. Y siguió bajando a lo largo de 1930 y 1931, hasta tocar fondo en julio de 1932 con un nivel de 58,46 puntos. Para entendernos, 100 dólares invertidos antes del inicio del pánico, en octubre de 1932 tenían un valor real de sólo 14.

La consecuencia del crash de 1929 fue la gran crisis económica que conocemos como la Gran Depresión. Hemos mencionado antes las señales de fragilidad de la industria y el campo, así como de la propia estructura bancaria. Al perderse miles de millones con los valores de las acciones, muchos créditos no pudieron devolverse y miles de bancos cerraron. El consumo cayó en picado, la producción disminuyó y no pudieron venderse los stocks, muchas fábricas y empresas (que habían invertido también en bolsa gran parte de sus beneficios) quebraron y cerraron, el paro aumentó hasta alcanzar casi 13 millones de parados en 1933 (un 25% de la población activa), el hambre y la miseria se extendieron. El presidente Herbert Hoover trató de intervenir desde el principio, pero los estímulos gubernamentales no dieron frutos; en gran parte porque Hoover consideraba que el problema se podría solucionar reduciendo los impuestos y estimulando el consumo, pero sin apenas alterar el sistema que condujo al crash. El sector primario estaba en crisis y en el secundario el presidente chocó con unos empresarios que pensaban que podrían mantener sus beneficios reduciendo los costes y bajando los sueldos, cuando el presidente les incentivaba a mantener los salarios para que el consumo no disminuyera. Al mismo tiempo, el paulatino cierre de bancos significaba la pérdida de miles de millones en depósitos, y también afectaba a miles de empresas que no podían afrontar los gastos y cerraban. La bola era cada vez mayor; no ayudó que algunos países europeos abandonaran el patrón oro en 1931, comenzando por el Banco de Inglaterra (mientras que Hoover y la Reserva Federal se obstinaron en mantenerlo) y la suspensión de los pagos de la mayor parte de las deudas con EEUU. La crisis estadounidense afectó especialmente a Alemania cuando se empezó a exigir la devolución de los créditos y el país germánico se vio incapaz de hacerlo, sufriendo a su vez las consecuencias de suspensión de pagos en empresas y paro en ascenso (hasta seis millones de parados alemanes en 1933). El paro superó los ocho millones de desempleados en EEUU a finales de 1931 y los precios agrícolas se desplomaban, con más cierres de bancos y las retiradas de oro de la Reserva Federal por parte de inversores estadounidenses y extranjeros. Un año después, sin que Hoover se aviniera a abandonar el patrón oro, el paro alcanzaba ya a siete millones de estadounidenses, y con las elecciones presidenciales de noviembre de 1932 los republicanos vieron que no saldrían de esa tendencia al desplome. El demócrata Roosevelt venció en los comicios pero se negó a colaborar con el presidente saliente: Roosevelt ya tenía en mente las líneas generales del New Deal y necesitaba libertad de movimiento para implementarlas, y eso suponía esperar a que llegara a la Casa Blanca en marzo de 1933. Aumentó el pánico financiero y el sistema bancario estadounidense prácticamente se colapsó. Roosevelt contaba con ello… el sistema debía tocar fondo para volver a levantarlo.

En líneas generales, la producción industrial estadounidense entre mediados de 1932 y principios de 1933 se redujo a la mitad de la que había en octubre de 1929; los precios agrícolas eran la mitad de cuatro años antes y el comercio exterior mundial se contrajo en un tercio. Las grandes fortunas se vieron afectadas… pero mucho menos que las clases medias y, por descontado, los parados. El hambre se extendió por las zonas rurales (aunque había excedentes agrarios que no se ponían a la venta porque sus propietarios no podían sacar beneficio ante el desplome de los precios) y en las ciudades fue habitual hacer cola para conseguir alimentos o un empleo que prácticamente no se ofrecía. Galbraith analizó en su estudio sobre el crash de 1929 el curso de los acontecimientos que condujeron al estallido de la burbuja especulativa en Wall Street y, por tanto, a la Gran Depresión. En su opinión, los problemas de la economía productiva estadounidense surgieron por la falta de inversiones, los altos tipos de interés, la pésima distribución de la renta, la fragilidad del sistema bancario, el déficit de la balanza de pagos y, como factor añadido, la ausencia de una regulación de (y la negativa a intervenir en) la actividad económica por presidentes (republicanos) como Calvin Coolidge y, en menor medida, Herbert Hoover.
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lohengrin



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MensajePublicado: Mie Oct 25, 2017 10:35 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

25 de octubre de 1521: María Pacheco entrega Toledo.
25 de octubre de 1533: Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés es nombrado primer cronista de las Indias.
25 de octubre de 1555: Carlos I abdica del trono imperial.
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¡Por España! Y el que quiera defenderla, honrado muera;
y el que, traidor, la abandone, no tenga quien le perdone,
ni en tierra santa cobijo, ni una Cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.
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Olethros



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MensajePublicado: Mie Oct 25, 2017 1:03 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Si no me equivoco, un 25 de octubre de...

...1147. En el seno de la Segunda Cruzada, la mitad del contingente procedente de la zona alemana camino de Tierra Santa se encuentra en Asia Menor con un ejército selyúcida que, en la Batalla de Dorilea, destroza a los cruzados y solo unos pocos supervivientes consiguen volver a Constantinopla. La otra mitad de los efectivos seguirá un destino similar pocos meses después cuando se aproximen a la zona.

...1415. Batalla de Azincourt (Agincourt para otros), en el seno de la Guerra de los Cien Años, entre los ejércitos ingleses y franceses, siendo estos últimos duramente derrotados en muy poco tiempo; pero, tras el fin oficial pero no real de la batalla, algunas de sus unidades tomaron la decisión de atacar el indefenso campamento inglés, matando a civiles y robando posesiones reales, provocando la cólera del rey Enrique V que ordena la ejecución de la mayoría de los prisioneros franceses. Como resultado de la batalla, muy sangrienta, el poder francés quedará descabezado durante bastante tiempo, aunque a la guerra le quedaban muchos años todavía.

...1854. En el seno de la Guerra de Crimea, Batalla de Balaclava (más conocida en Rusia como Batalla de Kadikoi) entre el ejército ruso que trataba de romper el asedio a Sebastopol y un contingente aliado inglés, turco y francés que amenazaba la plaza, que terminó con una victoria táctica rusa pero manteniendo los aliados sus posiciones. Durante la batalla se produjo el famoso incidente, abierto a interpretaciones todavía hoy en día, que desembocó en una carga de caballería por parte de la Brigada Ligera bajo condiciones absolutamente contrarias a la razón que terminó con la destrucción de la práctica totalidad de los cinco regimientos que la componían.

...1914. En el seno de la Primera Guerra Mundial, el filósofo Wittgenstein, a bordo de su cañonera en el frente oriental alemán, escribió sobre la guerra que “me hace sentir hoy más que nunca la posición terriblemente triste de nuestra raza: la raza germánica. Porque me parece, como si fuera cierto, que no podemos imponernos a Inglaterra. Los ingleses, la mejor raza del mundo, no pueden perder; en cambio, nosotros podemos perder y perderemos, si no es este año, tal vez el próximo. La idea de que nuestra raza vaya a ser derrotada me deprime muchísimo, porque soy totalmente germano.

...1918. En el seno de la Primera Guerra Mundial, reunión en Senlis de los cuatro comandantes aliados principales con el objeto de debatir las exigencias aliadas en caso de negociación de armisticio con las Potencias Centrales. La mayoría resultaron estar encaminadas a impedir cualquier agresión una vez terminado el plazo del alto el fuego. En Alemania se hace público un telegrama del Estado Mayor alemán a los grupos de ejército animando a “resistir hasta el final”. Hay que destacar que el telegrama fue retirado poco después de mandado, pero algunas copias llegaron a manos de grupos socialistas y de ahí a los periódicos. Ludendorff renunciaría al día siguiente.

...1936. Ribbentrop, acompañado de su señora y séquito, viaja a Londres para trabajar como embajador del Reich en el Reino Unido. Según testimonios del embajador británico en Alemania, Hitler había prometido a Ribbentrop, de espaldas a Neurath, el ministerio de Relaciones Exteriores si su trabajo en Londres era exitoso. Según la propia esposa de Ribbentrop, el Führer se despidió de su esposo pidiendo que le trajera “la alianza con Inglaterra”. Los ingleses pronto le conocerán como el embajador Brickendrop (metepatas).

...1939. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, Hans Frank anuncia que todos los judíos de sexo masculino entre los catorce y los sesenta años estarían “obligados a trabajar” en proyectos controlados por el gobierno. Sorprendentemente, aquellos que fueron destinados a campos especiales de trabajo, en condiciones durísimas, recibían una paga.

...1941. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, se empieza a poner en práctica una programa alemán para llevar a cabo el exterminio de judíos lejos de la vista de otros ciudadanos locales y para evitar que tanto soldados del ejército regular como de las unidades especiales tuviesen que matar a mujeres y niños a sangre fría, por lo que el gas comienza a usarse con asiduidad.

...1942. En el seno de la Segunda Guerra Mundial y tras la muerte de Stumme, Rommel vuelve a toda prisa para tratar de detener el ataque aliado sobre El-Alamein.

...1943. En el seno de la Segunda Guerra Mundial, finalización de las obras del tristemente famoso ferrocarril entre Birmania y Siam construido por prisioneros de guerra aliados e indígenas forzados que acabó con unos diez mil de sus trabajadores por malos tratos, hambre, enfermedades y accidentes.

...1983. Primeros combates en la isla de Granada entre fuerzas norteamericanas atacantes y los soldados de la nación isleña (y algunos cubanos y personal civil en la isla). No durarán demasiado tiempo.

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farsalia



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MensajePublicado: Mie Oct 25, 2017 5:26 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Olethros escribió:
Si no me equivoco, un 25 de octubre de...

...1415. Batalla de Azincourt (Agincourt para otros), en el seno de la Guerra de los Cien Años, entre los ejércitos ingleses y franceses, siendo estos últimos duramente derrotados en muy poco tiempo; pero, tras el fin oficial pero no real de la batalla, algunas de sus unidades tomaron la decisión de atacar el indefenso campamento inglés, matando a civiles y robando posesiones reales, provocando la cólera del rey Enrique V que ordena la ejecución de la mayoría de los prisioneros franceses. Como resultado de la batalla, muy sangrienta, el poder francés quedará descabezado durante bastante tiempo, aunque a la guerra le quedaban muchos años todavía.




"This day is call'd the feast of Crispian".*

*Kenneth Branagh adaptó la obra teatral al guion y en esta secuencia acortó algunos de los parlamentos: parte de la arenga o "discurso de San Crispín" y la respuesta al heraldo francés; también cambió a algunos personajes, como veremos.

    GLOUCESTER ¿Dónde está el rey?

    CLARENCE El rey ha cabalgado en persona a ver el ejército enemigo.

    WESTMORELAND Tienen al menos sesenta mil combatientes. [1]
    [1] En la obra de Shakespeare es Warwick quien habla.

    EXETER Nos superan cinco a uno. Además, están todos descansados.

    ERPINGHAM Es una proporción terrible. [2]
    [2] En la obra es Salisbury quien pronuncia esta frase en un parlamento algo más largo.

    WESTMORELAND ¡Ah, ojalá tuviéramos aquí
    la diezmilésima parte de los hombres de Inglaterra
    que hoy no trabajan!

    REY ENRIQUE ¿Quién es el que desea eso?
    ¿Mi primo Warwick? No, mi muy buen primo.
    Si estamos marcados para morir, somos bastantes
    para que nuestro país sienta la pérdida; y si es para vivir,
    cuantos menos hombres, más grande la porción de honor.
    Te ruego, por Dios, que no desees un solo hombre más. [...]
    Más bien proclama pronto entre mis huestes
    que a quien no tenga estómago para este combate,
    lo dejen partir. Que le den su pasaporte
    y le pongan coronas en la bolsa para el viaje.
    No querríamos morir en compañía de ese hombre
    que teme morir como compañero nuestro.
    Al día de hoy le llaman de San Crispín.
    El que lo sobreviva y vuelva a casa sano y salvo
    se alzará en puntas de pie cuando nombren este día
    y ante el nombre de San Crispín se hinchará de orgullo.
    Quien quede vivo hoy y llegue a la vejez,
    cada año, en la víspera de ese día, invitará a sus vecinos
    diciendo: «Mañana es San Crispín».
    Después se arremangará para mostrar sus cicatrices
    y dirá: «Estas heridas las recibí el día de San Crispín».
    Los viejos olvidan; todo será olvidado,
    pero él recordará con satisfacción
    las proezas de este día. Entonces nuestros nombres
    serán familiares a su boca como palabras cotidianas:
    el rey Harry, Bedford y Exeter,
    Warwick [3] y Talbot, Salisbury y Gloucester,
    seremos recordados de nuevo entre copas rebosantes.
    El buen hombre enseñará esta historia a su hijo,
    y de aquí hasta el fin del mundo
    el día de San Crispín y Crispiniano nunca pasará
    sin que en esa historia seamos recordados nosotros,
    estos pocos, felices pocos, nuestra banda de hermanos.
    Porque quien hoy derrame su sangre conmigo
    será mi hermano; por muy ruin que sea,
    este día habrá de ennoblecerlo.
    Y los caballeros de Inglaterra que están ahora en sus camas
    se considerarán malditos por no haber estado aquí,
    y tendrán en poco su valor cuando hable alguno
    que combatió con nosotros el día de San Crispín.

    [3] De ahí una cierta "incongruencia" en la adaptación del texto teatral al guion, pues se mantiene a Warwick en la arenga, cuando "en" la película quien está "presente" es Westmoreland.

    SALISBURY Mi soberano señor, ven rápido.
    Los franceses ya están en brava formación de combate
    y van a cargar sobre nosotros sin dilación.

    REY ENRIQUE Todo está preparado si lo están nuestros ánimos.

    WESTMORELAND Que muera el hombre cuyo ánimo se eche atrás ahora.

    REY ENRIQUE ¿No deseas más refuerzos de Inglaterra, primo?

    WESTMORELAND ¡Que se haga la voluntad de Dios, majestad,
    aun cuando tú y yo solos, sin más ayuda,
    tuviéramos que luchar en esta batalla majestuosa!

    REY ENRIQUE Todos conocen sus puestos. Dios sea con ustedes.

    MONTJOY Una vez más vengo a saber de ti, rey Harry,
    si no quieres tratar tu rescate
    ahora antes de tu muy segura derrota.

    REY ENRIQUE ¿Y ahora quién te envía?

    MONTJOY El condestable de Francia.

    REY ENRIQUE Te ruego que vuelvas con mi anterior respuesta.
    Diles que acaben conmigo, y después vendan mis huesos.
    Buen Dios, ¿por qué se burlan así de la pobre gente?
    Permíteme hablar con orgullo. Dile al condestable
    que solo somos guerreros en los días de trabajo.
    Nuestros colores y dorados están sucios
    de marchas bajo la lluvia en estos campos penosos.
    Pero, por la misa, llevamos el corazón engalanado.
    Heraldo, ahórrate trabajo.
    No vengas más por el rescate, amable heraldo.
    Juro que no tendrán ustedes otro que mis coyunturas;
    si las reciben como voy a dejárselas
    les serán de poco provecho. Díselo al condestable.

    MONTJOY Así lo haré, rey Harry. Y ahora adiós.
    No volverás a oír al heraldo.

    YORK Señor mío, te ruego humildemente de rodillas
    que me des el mando de la vanguardia.

    REY ENRIQUE Tómalo, bravo York. Ahora soldados, adelante.
    Y tú, Dios, dispón del día como te plazca.

    William Shakespeare, Enrique V, acto IV, escena III; versión de Elvio E. Gandolfo, edición de Andreu Jaume, en William Shakespeare, Dramas históricos (Obra completa, 3), Penguin Random House, 2016.

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