Foro de Hislibris

[Dave]

Relato para amenizar la espera entre tandas
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Dios mio, esta lleno de estrellas...

LA COLONIA TIRIA
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[Dave]

Dave:

Manio Curio Dentato no era un agricultor al uso. Había aprovechado la licencia tras la batalla contra los numantinos para establecerse cerca de Iliberis, en un terreno propicio para el cultivo de los olivos y donde un arroyo proporcionaba agua fresca para los árboles y la pequeña vivienda. No parecía un pago adecuado a sus años de servicio a las órdenes de Marco Popilio Lenas. Y al principio, asqueado de la guerra, sangre y amigos muertos, a Manio se le antojó suficiente. Pero ya no. La renta era escasa, y aunque el clima era más benigno que en el norte, no podía vivir del sol. Necesitaba más tierra. Por eso estaba al borde del camino de la hacienda vecina. Si el dueño desaparecía misteriosamente, él podría quedarse con ella. Manio no se consideraba buena persona. En la guerra eso no importaba: bastaba con ser efectivo. Oculto en las sombras tras un olmo, oyó un ruido a media distancia.
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[Dave]

Calinca:


Mientras tanto, en otra Iliberris, la liberta Marsala tejía olvidada de sí misma, a su lado pardos perros y gatos adormilados. Su tensa espera se resumía en una breve pregunta mil veces formulada en el silencio de los atrios y la sombra de las higueras: "¿Por qué hice caso a aquel conductor de carretas?". Marsala acabó en este rincón de la Galia lindante con Hispania, lejos de la tierra de promisión anunciada por su antiguo amo. ¿Podría algún día recuperar el camino perdido y encaminarse a la verdadera Iliberris, en la Bética? Allí le esperaba (o eso le había prometido) su amado contubernalis, antiguo esclavo como ella.
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[Dave]

Garnata:


Manio pudo ver entonces, a cierta distancia, un hombre entrado en senectud que iba comprobando, distraído, la calidad del fruto. El sol apretaba y fue consciente de una gruesa gota de sudor deslizándose por su rostro. Se la limpió con la manga. Adelantó un paso. Y otro. Y otro. Sentía los ojos algo cerrados por ese sol despiadado que le cegaba. Igual que en aquella batalla. Y entonces lo supo. El odio y el olor a muerte. Eran una señal. Se lo debía a él mismo y a ella, que aún lo esperaba.

Tenía derecho a esa segunda oportunidad. Se agachó y cogió una piedra. Se abalanzó como un rayo. Al vecino no le quedó tiempo de reacción. Tan solo alzó uno de los brazos para defenderse. Fue como si el sol, en toda su magnitud, cayera sobre su frente. Ya estaba. No había sido tan difícil. Mientras intentaba organizar el lugar para que pareciera un accidente, una caída, sintió una rama crujir. Miró instintivamente con rapidez y pudo ver una túnica blanca que parecía de mujer aletear en la huida, tras los árboles cercanos a la casa…
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[Dave]

ADSO:


Manio no dudó en dirigirse rápidamente hacia el lugar de donde provenía el ruido. Él sabía que en un momento dado la velocidad era una cualidad determinante. No vio nada, no vio a nadie y, decepcionado, continuó buscando y rastreando la zona. En su cabeza rondaban algunas preguntas: ¿quién podría ser? ¿qué sería capaz de hacer con ese hecho acaecido del que probablemente había sido testigo? Tarde o temprano todo saldría a la luz, pensó Manio, o tal vez no. Lo dejaría correr, no podía hacer otra cosa, aunque a él nada le agradaba dejar los asuntos a medias tintas: o dentro o fuera. Era implacable. Ello le había salvado en muchas ocasiones, hasta ahora...

Manio volvió a su hacienda y, para su sorpresa, había desaparecido el cadáver...
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[Dave]

Lucie:


La llama de la lámpara de aceite, frágil en un inicio, se estiró trazando un bosquejo en la oscuridad. El estilete de Manio se hundía con cierta dificultad sobre la tablilla de cera anotando algunos datos, recomponiendo tesela a tesela el mosáico de sus recuerdos, los sinsabores, la injusticia de su situación. El cadáver del sacrificio que había realizado había desaparecido, mala señal, pensó.
Una ráfaga de viento se abatió contra la madera que recubría la ventana de la habitación. El hombre se giró. El viento escupía su ira. La llama tremolaba víctima de aquel siseo cargado de lluvia. Raudo, se levantó para asegurar la madera y volver luego a sus recuerdos.. O no. Cuando el hombre enfilaba ya sus pasos hacia su mesa , vio, por el rabillo del ojo, su reflejo en un pequeño espejo de cobre bruñido que estaba apoyado sobre un estante. Sus pasos se detuvieron, paralizado por la imagen. Pasados los cuarenta años de vida las líneas de expresión, a pesar de todo lo que había intentado hasta la fecha, surcaban de forma cada vez más profunda su rostro, como un arado que profundiza en la tierra para hacerla fértil. El hombre, espejo en mano, temblaba. Dejó que su lengua pasara por los labios, tratando de figurar parte del brillo disipado de su juventud. Con la mirada perdida, vio como sus dedos se posaron con ternura sobre aquella frágil ilusión que al secarse, como una flor moribunda envenenada por el tiempo, devolvió al hombre al presente. Sintió el impulso de tirar aquel espejo lejos de él, pero el ruido de la sempiterna lluvia batiendo contra la ventana, le recordó que estaba en el confín del mundo y que por mucho que mellara el cobre, seguiría envejeciendo y pasando sus días con penurias.
Quizás pudiera resolver dos problemas de una vez. Necesitaba aquel hálito de vida. Había momentos en la existencia de un hombre en los que la única forma de salir adelante era muriendo o matando. Manio era un superviviente.
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[Likine]

Observó con interés como un húmedo reguero hollaba el dorso de su dedo pulgar tras una gota de ambrosía. La tomó con su divina lengua y nada más hizo. Eones se hundieron en la clepsidra de Cronos, de modo que, sin que nada llamara su atención, se aburrió. Inmortalmente se aburrió, hasta que una vaharada de humo sacrificial inundó su grácil nariz. Despertó, su cerviz se inclinó a tierra y sus vivos, glaucos, ojos descansaron la mirada sobre Ilíberris, la Próvida. Sobre el altar del témenos de Venus Verticordia, el oficiante asaba los grasos muslos de un buey. A su lado, una mujer traslucía ansia y esperanza, pero también temor.
Despertado su interés, la deidad introdujo su índice bajo los dorados bucles de una de sus sienes, presionó y la interfaz de su retina derecha se activó haciendo rotar los distintos modos de búsqueda. Seleccionó la opción «ORIS RECOGNITIO» y enfocó el rostro de la oferente iliberritana.
«Marsala, 32 años, nacida en Mutina, hija de Marso y Ancilla, fámula en la villa de Gneo Domicio Gláber cerca de la futura colonia Narbo Martius…», recitó la máquina con voz de heraldo.
Una nueva presión hizo emerger un submenú más detallado que deslizó sus opciones de forma sucesiva: «CHARACTER», «PRAETERITA», «PRAVITATES»… Cuando «CUPIDITAS» dominó todo el horizonte del iris, el níveo índice golpeó dos veces y la base volcó sus datos.
«Manio Curio Dentato,…», cantó la máquina. Y tal y como la salmodiosa voz desgranaba tan dura historia, el rosto de la divina Callipigea se iluminó como si la rosácea Éos hubiera puesto sus ojos sobre la venérea faz. Allí había con qué jugar y entretener su olímpico aburrimiento, se dijo la diosa. No dudo. Con leves pasos, alcanzó su Transmigrador personal e hizo que el dial apuntara a la cella de su antiguo templo bastetano.
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«¡Somardonería o Barbarie!»
Proverbio aragonés.

«Si quieres llegar rápido, camina solo; pero si quieres llegar lejos, camina acompañado.»
Proverbio masái.

[ave]

Pero el tele-trasportador enterpresiano había sido manipulado y acabó atada de pies y manos con nudos gordianos en el impresionante salón del trono del Olimpo. Luppiter, desparramando virutas de fuego por los ojos, ahogaba el hastío jugando a los dados con el universo. A su lado, Gaia, zurcía calcetines sirviéndose del ónfalo de Delfos. Venus Callipigea, aun con las manos atadas, intentaba bajarse el peplo para taparse el culo, que la madre Tierra era una moralista recalcitrante, de esas que no hay dios. Y es que el rey de los dioses hacía todo lo que ordenaba su madre, que, a pesar de los siglos y siglos transcurridos, se acordaba todavía de como se las gastaba con la zapatilla cuando era pequeño.
-¿Acaso he revocado y no me acuerdo la orden de alejamiento entre dioses y mortales?
-Pues aleja de tu fuego las cenizas del olvido –se entrometió Gaia- y recuerda que fue una sentencia en firme desde que ocurriera la batalla esa de las pilas térmicas.
-Mamá, era una pregunta retórica. Yo lo sé todo. Y la batalla fue en las Termópilas.
-Es que ya no puedo aguantar más esta austeridad, majestad. ¿Qué sentido tiene ser diosa si no puedes inmiscuirte en la vida de los inferiores?
-No hagas caso de las flatus vocis de esta viciosa, que la conozco desde que montaba orgías ya en la escuela teocrática. Si por ella fuera, hasta el más inmovilista de esos mortales enarbolaría los pendones de la libertad. Anda que iban a tardar poco en negar nuestra existencia.
-Hija –dijo Luppiter-, deja los acontecimientos tal y como acontecen. Deus no es máquina. Recuerda que no hay teoría ni praxis que permita evitar los más divergentes resultados en las vidas de esos humanos.
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Pero, por favor, opinen lo que quieran sobre nuestros relatos.