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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

NOVELA AMBIENTADA EN EL SIGLO XVI: BAJO LA SOMBRA DEL TURCO

 
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Autor Mensaje
Francisco Colorado



Registrado: 01 Oct 2016
Mensajes: 3
Ubicación: Cádiz

MensajePublicado: Sab Oct 01, 2016 10:05 pm    Tí­tulo del mensaje: NOVELA AMBIENTADA EN EL SIGLO XVI: BAJO LA SOMBRA DEL TURCO Responder citando

SINOPSIS:

Año 1532. Enrique y Rosa Ferrer son dos jóvenes hermanos de una aldea de la Albufera valenciana. Ajenos al devenir de su tiempo, pronto sus vidas se verán sacudidas al ser esclavizados por las hordas de Jeireddín Barbarroja. Separados en un mundo desconocido, ambos tendrán que hacer frente a los numerosos obstáculos que la nueva situación les deparará, él como soldado, ella como odalisca. Desde el amor prohibido a la conspiración, desde la traición más abyecta a los más perversos individuos, los dos hermanos pelearán por sobrevivir y encontrar la felicidad en el camino hacia su libertad. ¿Lo conseguirán?

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PRÓLOGO (PRIMERAS LÍNEAS)

Ya había caído la noche cuando los eunucos del palacio del Bey comenzaban a desplegar frente a los dos comensales los manjares preparados aquella tarde en las cocinas para la cena de Hayreddin Barbarroja y su invitado. Una cohorte de jenízaros, la infantería de élite del Imperio otomano, del cual era vasallo Barbarroja, se encontraba dispuesta en torno a la estancia columnada. La principal autoridad de la provincia de Argel, acostado en cómodos almohadones de vivos colores, tomó unos dátiles de un cuenco dorado con motivos geométricos e invitó a su acompañante a hacer lo mismo. Turgut, que se encontraba tendido, se incorporó y tomó el cuenco que le ofrecían. Además de ser uno de los protegidos de Barbarroja, era uno de los corsarios más experimentados y audaces, junto con su anfitrión, de la sociedad berberisca. Hayreddin Barbarroja lo sabía y por ello lo agasajaba como a un hermano.

-Dime, Turgut, querido amigo, ¿qué nuevos planes tenéis para las próximas semanas? He oído que preparáis nuevamente vuestros barcos -le preguntó Barbarroja. Turgut soltó una carcajada.

-Hayreddin, ¿habéis vuelto a soltar a vuestros preciados pajarillos para desgracia de aquellos en este mundo que quieran guardar un secreto?

-Ya sabéis lo caros que son, habrá que darles algún uso -le respondió entre risas. Su invitado sonrió, tomó otro dulce dátil y se recostó entre los cojines de seda traídos del lejano oriente antes de contestar a la pregunta formulada por su anfitrión.

-Sí, así es -respondió con el dulzor recorriendo su garganta-. He decidido volver a echarme a la mar, ya sabéis lo poco que me gusta estar de brazos cruzados.

-Vuestro ímpetu no tiene límites, mi querido Turgut. No obstante, se entiende. Sois diez años más joven que yo -le comentó Barbarroja estallando en carcajadas. Turgut se rió ante el comentario de su viejo amigo.

-Hablas como si diez años fuesen toda una vida, mi querido amigo.

-Puede que para alguien joven no, pero, a nuestra edad,... -consiguió hablar su viejo compañero de piraterías tras tranquilizarse.

-Habla por ti, quieres. Yo aún me siento joven, aún disfruto echándome a la mar con mis hombres -su interlocutor sonrió ante la afirmación.

-Supongo que habrá algo que os pueda retener en tierra, ¿no? Que os haga desistir de querer zapar nuevamente en busca de aventuras -Turgut ya sabía por dónde iba el viejo lobo de mar, hacía demasiados años que lo conocía como para no olerse lo que le ofrecería a continuación.

-Hayreddin...

-¿Qué? ¿Es qué no se puede agasajar a un viejo amigo como se merece?

-¿Cómo tú lo haces? Si no te molesta que durante la cena no te preste apenas atención, adelante, pero no conseguirás retenerme con ello -bromeó Turgut.

-Pero, ¿ni siquiera las mujeres más bellas de este mundo os conseguirían mantener en tierra firme? -le preguntó con sorna Hayreddin mientras se llevaba otro dátil a la boca. Turgut negó con la cabeza sonriendo y cruzándose de brazos.

Barbarroja se rió ante la expresión de su viejo amigo, alzó las manos y dio dos palmadas. Al instante varias jóvenes mujeres irrumpieron en la estancia seguidas de tres músicos que, dispuestos en una de las esquinas con sus instrumentos, comenzaron a acompañar los bailes sensuales de estas. El contoneo de las jóvenes, vestidas con gráciles paños de colores que dejaban entrever sus delicadas y, a la vez, firmes figuras, dejó absorto a Turgut. Mientras bailaban para el deleite de los dos viejos amigos, los dorados brazaletes de sus piernas y brazos tintinearon con cada movimiento de sus cuerpos como si de mortíferas cascabeles se tratasen. La danza de sus caderas al ritmo de la música y las fragancias que desprendían en el ambiente hechizaron al corsario de tal modo que no pudo quitar ojo a las bellísimas mujeres ni por un instante. Dos de ellas, tras acabar el espectáculo que le habían ofrecido, se sentaron en torno a Turgut, y lo mismo hicieron las otras tres en torno a Barbarroja.

Ahora que las tenía aún más cerca, Turgut se quedó perplejo al contemplar con gran interés la belleza de la piel morena de sus dos acompañantes, la vestimenta que portaban no dejaba espacio para su imaginación.

-Alá ha debido de crear un paraíso en la tierra. ¿Cuál es el origen de estas preciosidades?

-Ellas dos son un regalo para ti, por tus servicios, mi querido amigo. Os las he mandado traer desde la antigua región de Nubia, al sur de la provincia otomana de Egipto.

En ese instante, los eunucos volvieron a entrar en la sala portando el plato principal de la cena, cuscús con verduras y garbanzos. Ambos comensales comenzaron a degustarlo con la calida compañía que la presencia de las nubias les ofrecía. Poco después trajeron carne de chivo asado.

-Las conseguí en Tabarka por un alto precio, ¿sabes? -prosiguió Barbarroja- Pero bien merecen el oro que pague por ellas, ¿no os parece?.

Turgut asintió. A sus cuarenta y siete años solo había una cosa que más le gustara en este mundo que asaltar barcos mercantes y poblados costeros llenos de infieles para esclavizarlos y hacerse con las mercancías que encontrase en estos, las mujeres; y, por la juvenil belleza de aquellas, bien podría haberlas tomado por unas de las setenta vírgenes que a todo buen musulmán le espera en el paraíso.

-Son bellas si es lo que preguntáis. Pero no podrán retenerme... más allá del alba -le expuso mientras acariciaba a una de ellas la mejilla con el exterior de la mano-. He decidido realizar nuevas incursiones.

-Como queráis -le contestó Barbarroja mientras cogía un buen trozo de carne-. Por cierto -continuó tras tragárselo-, en un par de meses yo también parto, pero hacia el otro extremo, Estambul me ha mandado a llamar.

-¿Solimán os ha hecho llamar? ¿Con qué propósito? -preguntó Turgut mientras hacía una bola de cuscús, garbanzos y verduras con la palma de la mano derecha.

-Aún no lo ha hecho, pero lo hará... en breve -tomó su copa y le dio un buen trago.

Su invitado se quedó en silencio, expectante ante el comentario de su anfitrión. A Turgut nunca le había hecho gracia cuando Barbarroja se hacía de rogar, y normalmente, en estas situaciones, le correspondía con una actitud desinteresada; pero, esta vez, su amigo había conseguido captar toda su atención.

-Solimán necesita a un hombre fuerte que dirija su armada y yo soy ese hombre -le terminó exponiendo un Barbarroja sonriente tras beber-. Estáis ante el próximo almirante de la armada imperial.

-¡Vaya! Enhorabuena, Hayreddin. Bien merecido lo tienes. Años de batallas por medio mundo al fin han sido tenidos en cuenta por Estambul.

Aunque no porque no disfrutase de ello, Hayreddin Barbarroja lo invitó con un gesto de la mano a terminar con las adulaciones y felicitaciones.

-Como te decía -continuó tras volver a coger su copa-, Solimán quiere a alguien fuerte al mando de su marina. Teme las recientes conquistas de Andrea Doria en torno a las costas de Morea -le dijo. Apuró su copa e hizo una señal para que se la volviesen a llenar. Uno de los esclavos se acercó a él portando una gran jarra de plata.

-He oído que ha tomado Koroni, Patras y Lepanto.

-Sí, ese Doria sabe lo que se hace. Aún recuerdo como tuve que escabullirme de él, hace ya unos cuantos años -comentó Barbarroja con cara seria mientras se acomodaba entre los almohadones con su copa otra vez rebosante-. Solimán quiere que me ocupe del mar mientras el se ocupa de su expedición sobre Viena. Por ello me va a designar para ocupar el puesto.

Turgut asintió recordando como hacía ya bastantes años se había tejido todo lo que a ambos les rodeaba, desde la ciudad de Argel hasta sus estrechas relaciones con los otomanos. El hermano de Barbarroja, Aruj, había llegado a Argel en 1516 tras tomarla. Nada más hacerlo, buscó la protección de la Sublime Puerta frente a España. El antecesor de Solimán y padre de este, Selim, reconoció a Argel como parte del Imperio Otomano y la incorporó como una provincia más de su basto territorio. A cambio de ello, Aruj tuvo que renunciar a ser el máximo gobernante de Argel otorgándosele, como compensación, el tituló de principal autoridad de la nueva provincia. A la muerte de este en Túnez en 1518, su hermano, Hayreddin, lo sucedió. Desde entonces su ascenso en notoriedad por las acciones realizadas al servicio de Estambul no había parado.

-Cuando ocurra, Turgut -siguió su interlocutor-, dejaré al cargo de Argel a mi hijo Hassan. Ya sé que es muy joven, que no tiene experiencia y no es muy arrojado, pero confío en que tú le ayudes en las tareas de gobierno.

-Si así lo deseáis, contad con ello.

-Bien, me alegro de oírlo. No obstante, antes de irme tengo que acabar con cierto asunto molesto que puede volver a poner en peligro nuestras posesiones en el Magreb -Barbarroja se levantó e indicó a Turgut a que lo siguiese hasta una sala contigua a la estancia columnada.

En ella, sobre una mesa dispuesta en el centro, el Bey de Argel le señaló un mapa y le indicó que se acercara, era una recreación del Mediterráneo occidental. Barbarroja apuntó con su índice el punto marcado como la ciudad de Argel, en las costas del norte de África.

-Ha llegado a mis oídos que el rey de España está planeando retomar nuestra ciudad nuevamente. El ataque puede ser inminente -le comentó. Turgut escuchó a Barbarroja nuevamente con toda su atención-. Puesto que vais a salir a la mar al alba, quiero que aprovechéis para que os dediquéis a asaltar toda la costa de España y así hacer desistir del ataque, por el momento, al tal Carlos -le dijo señalando la península Ibérica y toda la costa de levante-. Si lo hacéis bien, este desviará su atención hacia ti y tus incursiones y así nos dará algo de tiempo para pertrecharnos y reforzar nuestras fuerzas -le encomió mientras lo llevaba, con la mano en el hombro, de vuelta a la sala.

-¿Queréis que me dedique a hostigar también los navíos españoles que intercepte?

-Desde luego. Según tengo entendido, es un hombre muy tozudo ese tal emperador. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja, lo lleva acabo. Por ello, debes provocar una gran inseguridad en sus mares y costas. Debe de verse claramente obligado a posponer sus pretensiones sobre Argel.

-Si así lo consideráis, igualmente estaré gustoso de llevar a cabo la misión que me encomendáis. A fin de cuentas, no es nada distinto a lo que esperaba hacer -le respondió Turgut esbozando una sonrisa.

Volvían a sus sitios, junto a la cena y a las doncellas, cuando los esclavos sirvientes retiraban las bandejas de plata con los restos que quedaban. En su lugar trajeron otra con una tetera y unos vasitos de cristal con decoraciones geométricas en tonos celestes donde sirvieron un té con cierto toque a menta. Barbarroja cogió el suyo, le dio un sorbo y a continuación comenzó a aspirar de uno de los extremos de la cachimba, previamente dispuesta entre ellos, e invitó a Turgut a que lo acompañara. Se dejaron envolver por la fragancia del té mezclado con el aroma del humo que comenzaba a tomar cuerpo en la estancia. Barbarroja se dedicó a intimar con sus concubinas del Alto Nilo y, Turgut, no se quedó atrás con las suyas.

Los delicados senos color caoba de las dos nubias atrajeron toda su atención. Sus manos recorrieron cada curva de su delicada piel a la vez que sus labios eran atraídos por los de una de las jóvenes, para luego serlo por las de la otra. Poco a poco, Turgut perdió la noción del tiempo, dejándose llevar por la delicada belleza que sus manos acariciaban con frenesí y sus ojos devoraban con ansia. La luz de la luna ya hacía horas que lamía las paredes del palacio cuando decidió retirarse, junto con las dos nubias, a los aposentos que Barbarroja había ordenado que se le dispusiesen para que pasara la noche. Dejó a este, que se encontraba en ese momento adormilado junto a sus caprichos nubios, y se dirigió a su alcoba con sus acompañantes de esa noche siguiéndole mientras, ambas muchachas, se lanzaban miradas de complicidad.

Cuando entraron en la habitación, Turgut se dirigió hacia una de las ventanas y la abrió para que entrara el frescor de la noche. Las horas nocturnas eran el único ápice de paz que los argelinos podían llegar a tener frente al calor agobiante de la época estival. Tras echar un vistazo al cielo estrellado, miró hacia las nubias. Las dos esclavas se habían dirigido a la cama donde se sentaron y comenzaron a desnudarse, lentamente, para deleite del corsario. Fijándose mejor en ellas mientras las observaba, Turgut se dio cuenta de que una era más joven que la otra y le pareció que estaba incómoda por el papel que estaba desempeñando. La mayor se le veía más decidida, con más experiencia en las artes amatorias. Turgut contempló a la luz de la luna sus senos, más turgentes y exuberantes que los de la joven. Sin embargo, la inocencia de esta última atrajeron más su depravada atención.

Tras un tiempo disfrutando de la visión de sus cuerpos desnudos lamidos por los rayos plateados, el corsario decidió que ya había llegado la hora de corresponderles y comenzó a deshacerse de sus ropajes. En ese momento, desde las paredes, les llegó el sonido de unos gemidos, los aposentos de Barbarroja no quedaban muy lejos. Turgut sonrió.

Desnudo y dispuesto, se acercó a ellas y...
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